SERMÓN 128

Traductores: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

El testimonio del Hijo y de Juan (Jn 5,31—35)

y la lucha de la carne contra el espíritu (Ga 5,14—17)

1. Acabamos de oír las palabras del santo evangelio, y a alguno le puede haber turbado sobremanera lo que dice el Señor Jesús: Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero1. ¿Cómo no es verdadero el testimonio de la Verdad? ¿Acaso no es él quien dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida?2. ¿A quién, entonces, se ha de creer, si no hay que creer a la Verdad? Pues, ciertamente, no quiere creer sino a la falsedad quien no opta por creer a la verdad. Así, pues, en esas palabras reflejó el parecer de sus interlocutores, de modo que has de entenderlas en este sentido: «Según pensáis vosotros, Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero». Él sabía, en efecto, que su testimonio sobre sí mismo era verdadero, pero, en atención a los flacos, a los incrédulos, a los que no entendían, el Sol buscaba lámparas, pues sus ojos legañosos no podían soportar el resplandor del Sol.

2. Por ese motivo se pidió a Juan que diera testimonio de la verdad. Habéis oído lo que dijo: Vosotros habéis venido a Juan3. Él era la lámpara que arde y alumbra, y vosotros habéis querido recrearos una hora con su luz4. Esta lámpara se dispuso para confundirlos, puesto que de ello se habló con tanta anterioridad en los salmos: He preparado una lámpara para mi Ungido5. Una lámpara para el Sol, ¿con qué finalidad? A sus enemigos los cubriré de vergüenza, mas sobre él florecerá mi santificación6. De hecho, a partir de este texto (se entiende que) los judíos quedaran avergonzados por medio del mismo Juan cuando, en cierto lugar, dijeron al Señor: Dinos con qué autoridad haces esto? A lo que Jesús respondió: Decidme también vosotros: el bautismo de Juan, ¿procede del cielo o de los hombres? Lo oyeron y se callaron, pues al instante pensaron en sus adentros: Si decimos: «De los hombres», nos apedreará el pueblo, que considera a Juan un profeta; y si decimos: «Del cielo», nos dirá: «¿Por qué, entonces, no le creísteis?», dado que Juan dio testimonio de Cristo. Con el corazón en un puño por las cuestiones que ellos mismos habían suscitado y cazados en sus propios lazos, respondieron: No lo sabemos7. ¿Cuál otra podía haber sido la voz de las tinieblas? Lo correcto es que, cuando el hombre no sabe algo, diga: «No lo sé», pero cuando, sabiéndolo, dice: «No lo sé», testifica contra sí mismo. Conocían, sin duda, la excelencia de Juan y que su bautismo provenía del cielo, pero no querían avenirse con aquel de quien Juan había dado testimonio. Pero, nada más decir: No lo sabemos, les replicó Jesús: Tampoco yo os diré con qué poder hago estas cosas8. Y quedaron totalmente confundidos y se cumplieron las palabras: He preparado una lámpara para mi Ungido, y a sus enemigos cubriré de vergüenza9.

3. Los mártires, ¿no son, por ventura, testigos de Cristo, que dan testimonio a la Verdad? Y, mirándolo bien, cuando los mártires dan testimonio de Cristo es él mismo quien da testimonio de sí. De hecho, él habita en los mártires para que den testimonio a la Verdad. Escucha a uno de los mártires, el apóstol Pablo mismo: ¿Queréis, acaso, tener una prueba de Cristo que habla en mí?10. Luego, cuando Juan da testimonio, Cristo, que mora en Juan, da testimonio de sí mismo. Ya dé testimonio Pedro, ya lo dé Pablo, ya los demás apóstoles, ya Esteban, es él, que habita en todos ellos, quien da testimonio de sí mismo. Pues él, sin ellos, es Dios; pero ellos, sin él, ¿qué son?

4. De él se dijo: Subió a lo alto, llevó cautiva la cautividad, repartió dones a los hombres11. ¿Qué significa llevó cautiva la cautividad? Venció a la muerte. ¿Qué significa llevó cautiva la cautividad? El diablo procuró la muerte, y el mismo diablo quedó cautivo por la muerte de Cristo. Subió a lo alto. ¿Conocemos algo más alto que el cielo? Manifiestamente y a la vista de sus discípulos subió al cielo12; lo sabemos, lo creemos, lo confesamos. Repartió dones a los hombres. ¿Qué dones? El Espíritu Santo. ¿Qué categoría tiene quien otorga tal don? Grandiosa es la misericordia de Dios: otorga un don igual a sí mismo, puesto que su don es el Espíritu Santo y la Trinidad entera, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo es un único Dios. ¿Qué nos otorgó el Espíritu santo? Escucha al Apóstol: El amor de Dios —dice— ha sido derramado en nuestros corazones13. ¿De dónde te llega, oh mendigo, el amor de Dios derramado en tu corazón? ¿Qué es lo derramado o en qué se ha derramado en el corazón humano el amor de Dios? Tenemos —dice— este tesoro en vasos de barro. ¿Por qué en vasos de barro? Para que fuerza tan extraordinaria se asigne a Dios14. Además, después de haber dicho: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, para que nadie pensase que era de cosecha propia el amar a Dios, añadió de inmediato: Por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado15. Así, pues, para amar a Dios, que Dios habite en ti y que se ame a sí mismo desde ti; es decir, que él te impulse, te encienda, le ilumine, te eleve a su amor.

5. Efectivamente, en este cuerpo se libra un combate: mientras dura nuestra vida, combatimos; cuando combatimos, nos hallamos en peligro, pero en todos estos combates salimos vencedores gracias a aquel que nos amó16. Una referencia a nuestro combate la habéis oído ahora, cuando se leyó al Apóstol: Porque la ley entera —dice— halla su plenitud en un solo precepto, a saber, «amarás al prójimo como a ti mismo»17. Este amor nos viene del Espíritu Santo. Amarás al prójimo como a ti mismo. Examina primero si ya sabes amarte a ti mismo y entonces te confío al prójimo para que lo ames como a ti mismo; pero si aún no sabes amarte a ti, temo que engañes a tu prójimo como te engañas a ti. De hecho, si amas la maldad, no te amas. El salmo es testigo: Pero quien ama la iniquidad odia a su alma18. Ahora bien, odias a tu alma, ¿de qué te aprovecha amar a tu carne? Si odias a tu alma y amas a tu carne, resucitará tu carne, mas para ser atormentada junto con tu alma. Luego antes tienes que amar tu alma, que has de someter a Dios, para mantener el justo orden: que el alma sirva a Dios y la carne al alma. ¿Quieres que tu carne sirva a tu alma? Sirva tu alma a Dios. Para poder gobernar, debes ser gobernado, porque este combate es tan peligroso, que, si te abandona el que te gobierna, sobreviene el desastre.

6. ¿De qué combate se trata? Pero si os mordéis y devoráis mutuamente, estad atentos no sea que os destruyáis unos a otros. Por mi parte, os digo: «Caminad en el Espíritu»19. Reproduzco palabras del Apóstol recién leídas y tomadas de una carta suya: Yo, por mi parte, os digo: «Caminad en el Espíritu y no llevéis a la práctica los deseos de la carne»20. Por mi parte, os digo: «Caminad en el Espíritu y no llevéis a la práctica los deseos de la carne». No dijo: «No tengáis deseos carnales»; ni dijo tampoco: «No les deis cabida», sino: «No los llevéis a la práctica». Con la ayuda del Señor y en la medida en que sea capaz, diré qué significa esto. Estad atentos, para ver si camináis en el Espíritu. Por mi parte, os digo: «Caminad en el Espíritu y no llevéis a la práctica los deseos de la carne». Hay que seguir por si algo, como lo que aquí está oscuro, puede entenderse más fácilmente en las palabras que siguen. He indicado que por algún motivo no quiso decir el Apóstol: «No tengáis deseos carnales»; ni tampoco decir, al menos: «No admitáis los deseos carnales», sino que dijo: «No llevéis a la práctica los deseos de vuestra carne». Nos ha propuesto el combate; estamos de lleno en él si estamos al servicio del Señor. ¿Qué sigue, pues? Pues la carne tiene deseos contrarios al espíritu, y el espíritu contrarios a la carne, como que son opuestos entre sí, de forma que no hacéis lo que queréis21. Oír esto es sumamente peligroso, si no se entiende. De ahí que, en mi afán por evitar que perezcan los hombres por entenderlo mal, me he propuesto, con la ayuda del Señor, exponer a Vuestra Caridad estas palabras del Apóstol. Tenemos tiempo; hemos empezado temprano, no urge la comida de mediodía; este día, es decir, el sábado, suelen acudir sobre todo los hambrientos de la palabra de Dios. Oíd, pues, atentamente; diré cuanto pueda con todo esmero.

7. ¿Qué significa, entonces, mi afirmación anterior: «Oír esto es sumamente peligroso, si no se entiende». Hay muchos que, dominados por condenables deseos carnales, cometen toda clase de actos lascivos e injustos, y se revuelcan en inmundicias tan deplorables que hasta es impúdico mencionarlas, y se repiten a sí mismos esas palabras del Apóstol. Mira lo que dijo el Apóstol: De forma que no hacéis lo que queréis22. «No quiero hacerlo, pero me veo forzado, compelido, vencido, hago lo que no quiero, como dice el Apóstol23». Pues la carne tiene deseos contrarios al espíritu, y el espíritu contrarios a la carne, de forma que no hacéis lo que queréis24. Advertís cuán peligroso es escuchar eso, si no se entiende. Advertís cómo entra en el oficio de pastor abrir las fuentes cegadas y dar a las ovejas sedientas un agua pura e inocua25.

8. No te dejes, pues, vencer cuando combates. Ved qué tipo de guerra, de combate, de refriega: interior, dentro de ti mismo. La carne tiene deseos contrarios al espíritu26. Si el espíritu no tiene deseos contrarios a la carne, comete ya el adulterio; mas, si el espíritu tiene deseos contrarios a la carne, veo surgir el combate; no veo un vencido, pero sí la lucha. La carne tiene deseos contrarios al espíritu: el adulterio produce placer; confieso que es placentero. Mas el espíritu tiene deseos contrarios a la carne27: también la castidad es placentera. Por tanto, ¡que venza el espíritu a la carne o, al menos, que no lo venza la carne! El adulterio busca la oscuridad, la castidad desea la luz. Vive conforme a lo que quieres que piensen de ti; vive conforme a lo que quieres que los hombres piensen de ti, incluso si no te ven ojos humanos, porque quien te hizo te ve también en la oscuridad. ¿Por qué los hombres alaban en público la castidad? ¿Por qué ni siquiera los adúlteros alaban el adulterio? Luego quien busca la verdad viene a la luz28.

«Pero el adulterio es placentero». Tienes que oponerte a él, tienes que resistirle, tienes que luchar contra él, pues no careces de medios con qué luchar. Tu Dios está en ti; se te ha otorgado el Espíritu bueno. Y, no obstante, se permite a la carne misma tener deseos contrarios al espíritu con sugestiones torcidas y verdaderos deleites. Hágase realidad lo que dice el Apóstol: No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal29. No dijo: «No exista», pues ya está en él. Algo que recibe el nombre de pecado porque es fruto del pecado. De hecho, en el paraíso la carne no tenía deseos contrarios al espíritu, ni había tal combate allí donde solo había paz. Pero, una vez que tuvo lugar la trasgresión, después que el hombre rehusó servir a Dios y se entregó a sí mismo —aunque no se entregó a sí mismo de modo que al menos pudiera poseerse a sí mismo, sino que le poseyó quien le engañó—, la carne comenzó a tener deseos contrarios al espíritu30. Y ese algo alimenta deseos contra el espíritu en los buenos, puesto que en los malos no tiene contra quien, pues nutre deseos contra el espíritu solo allí donde hay espíritu.

9. En efecto, no pienses que lo que dice el Apóstol: La carne tiene deseos contrarios al espíritu, y el espíritu contrarios a la carne31 solo se da con referencia al espíritu del hombre. Es el Espíritu de Dios quien combate en ti contra ti, contra lo que hay en ti contrario a ti. En efecto, no quisiste sostenerte firme junto al Señor; caíste y te rompiste; te hiciste añicos como un vaso cuando, de la mano del hombre, cae al suelo. Y, como te hiciste añicos, por eso eres contrario a ti mismo, estás enfrentado contigo mismo. No haya en ti nada contrario a ti, y te mantendrás íntegro.

Pues para que sepas que eso es incumbencia del Espíritu, dice el Apóstol en otro pasaje: Si vivís según la carne, moriréis; pero, si con el Espíritu dais muerte a las obras de la carne, viviréis32. Al escuchar estas palabras el hombre comenzaba a enorgullecerse como si pudiese dar muerte a las obras de la carne con su espíritu. Si vivís según la carne, moriréis; pero, si con el Espíritu dais muerte a las obras de la carne, viviréis. Indícanos, Apóstol, con qué espíritu. Porque también el hombre tiene un espíritu, propio de su naturaleza, gracias al cual es hombre. Efectivamente, el hombre consta de cuerpo y espíritu. Y del espíritu mismo del hombre se ha dicho: Nadie conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él33. Veo, pues, que el hombre mismo tiene su espíritu, el propio de su naturaleza, y te oigo decir: Si con el espíritu dais muerte a las obras de la carne, viviréis. Pregunto: ¿con qué espíritu: con el mío o con el de Dios? Escucho tus palabras y mi perplejidad aumenta aún más. En efecto, cuando la Escritura habla del espíritu, a veces se refiere al del hombre, a veces al de las bestias, como cuando indica que a causa del diluvio murió toda carne que tenía en sí espíritu de vida34. Por eso se llama espíritu tanto al del hombre como al de las bestias. Y aun alguna vez se llama espíritu al viento, según consta en un salmo: El fuego, el granizo, la nieve, el hielo, el espíritu de tempestad35. Así, pues, dado que con espíritu se indican tantas cosas, ¿con qué espíritu dijiste, ¡oh Apóstol!, que hay que mortificar las obras de la carne? ¿Con el mío o con el de Dios? Oye lo que sigue y entiéndelo; las palabras que vienen después eliminan la dificultad. Efectivamente, después de haber dicho: Si con el espíritu dais muerte a las obras de la carne, viviréis, añadió en seguida: Pues cuantos son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios36. Eres tú el guía si eres guiado, y te guías bien si te guía el Bueno. Por tanto, en mis palabras: Si con el espíritu dais muerte a las obras de la carne, viviréis, te quedaba la duda con referencia a qué espíritu lo había dicho, en las que siguen advierte al maestro, reconoce al redentor. En efecto, el Redentor te dio el Espíritu con que des muerte a las obras de la carne. Pues cuantos son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. No son hijos de Dios si no son guiados por el Espíritu de Dios. Ahora bien, si son guiados por el Espíritu de Dios, combaten, porque tienen un poderoso ayudante. Dios, en efecto, no nos contempla cuando luchamos del mismo modo que el pueblo contempla a los cazadores. El pueblo puede ponerse a favor de un cazador, pero no puede ayudar al que se halla en peligro.

10. De igual manera, pues, también aquí La carne tiene deseos contrarios al espíritu y el espíritu contrarios a la carne37. Pero ¿qué significa de forma que no hacéis lo que queréis?38. Pues aquí existe el peligro de que se entienda mal. Aparezca ahora el servicio de un expositor cualquiera. De manera que no hacéis lo que queréis. Prestad atención vosotros, santos empeñados en el combate, seáis quienes seáis. Hablo a los que combaten. Los combatientes saben lo que digo; quien no combate no me entiende lo que digo. Y digo más: quien combate, no solo me entiende; se me anticipa. ¿Qué desea el hombre casto? Que no surja en sus miembros deseo alguno contrario a la castidad; quiere la paz, pero no la tiene aún. Pues cuando llegue el momento en que ya no surja absolutamente ningún deseo al que haya que poner resistencia, no habrá ningún enemigo con quien combatir; tampoco se esperará victoria alguna puesto que se celebra el triunfo sobre el enemigo ya vencido. Escucha lo que dice el mismo Apóstol sobre esa victoria: Porque es necesario que esto corruptible se revista de incorruptibilidad y esto mortal se revista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya revestido de incorruptibilidad y esto mortal se haya revestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La muerte ha sido absorbida en victoria39. Escucha los gritos de los triunfadores: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón?40. Me golpeaste, me heriste, me derribaste, pero fue herido por mí quien me hizo a mí. ¡Oh muerte, muerte! Fue herido por mí quien me hizo a mí, y con su muerte te venció a ti. Y entonces los triunfadores dirán: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? ¿Dónde, ¡oh muerte!, tu aguijón?

11. Mas ahora, cuando la carne tiene deseos contrarios al espíritu y el espíritu contrarios a la carne, entra en escena la muerte: no hacemos lo que queremos. ¿Por qué? Porque queremos que no haya deseos torcidos, pero nos es imposible. Queramos o no, los tenemos; queramos o no nos provocan, nos halagan, nos aguijonean, nos turban, se rebelan. Se los reprime, pero no se los extingue, mientras la carne tiene deseos contrarios al espíritu y el espíritu contrarios a la carne41. ¿Acaso será así también una vez que el hombre haya muerto? En modo alguno; si te despojas de la carne, ¿cómo vas a llevar contigo sus deseos? Pero, si has combatido bien, serás admitido al descanso. Por haber logrado el descanso serás coronado, no condenado, para luego ser conducido al reino. Por tanto, hermanos, mientras vivimos aquí, la realidad es esa. De igual manera, también nosotros, los ya envejecidos en esta milicia, tenemos enemigos; menores, pero los tenemos. En cierto modo, nuestros enemigos están ya fatigados a causa de la edad, pero, incluso fatigados, no cesan de turbar con diversos movimientos la quietud de la vejez. La lucha de los jóvenes es más recia; la conozco, pasé por ella. Así, pues, la carne tiene deseos contrarios al espíritu, y el espíritu contrarios a la carne, de manera que no hacéis lo que queréis42. ¿Qué, pues, queréis vosotros, santos, valientes luchadores, vigorosos soldados de Cristo? ¿Qué queréis? Que no existan en absoluto malos deseos. Pero no es posible. Combatid y esperad el triunfo. Es el de ahora tiempo de pelear: La carne tiene deseos contrarios al espíritu y el espíritu contrarios a la carne, de manera que no hacéis lo que queréis; es decir, queréis que desaparezcan los deseos de la carne.

12. Haced, no obstante, lo que podéis, lo que dice el mismo Apóstol en otro pasaje que yo había empezado a recordar: No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal, de suerte que os sometáis a sus deseos43. «He aquí lo que no quiero: «se levantan malos deseos». Pero no te sometas a ellos. Ármate, pon en marcha los dispositivos bélicos. Tus armas son los mandamientos de Dios. Si me oyes debidamente, también esto que te digo te servirá de arma». No reine —dice— el pecado en vuestro cuerpo mortal, porque, mientras cargáis con el cuerpo mortal, el pecado lucha contra vosotros. Pero que no reine. ¿Qué significa no reine? Es decir, de suerte que os sometáis a sus deseos. Si comenzáis a someteros a ellos, entonces reina. ¿Y en qué consiste ese someterse, sino en ofrecer vuestros miembros al pecado como armas de iniquidad?44. No hay nada más clarividente que este doctor. ¿Por qué quieres ya que te lo exponga yo? Haz lo que acabas de oír: no ofrezcas tus miembros al pecado como armas de iniquidad. Dios te ha dado, por medio de su Espíritu, la facultad de poner un freno a tus miembros. ¿Se excita la sensualidad? Si tú refrenas tus miembros, ¿qué va a hacer la sensualidad excitada? Tú refrena tus miembros; no los ofrezcas al pecado como armas de iniquidad; no armes a tu adversario contra ti. Sujeta los pies para que no se deslicen hacia lo ilícito. Se ha excitado la sensualidad: contén tus miembros; contén tus manos de toda acción pecaminosa; contén tus ojos, no sea que miren algo con malicia; contén tus oídos no sea que escuchen con agrado palabras obscenas; contén tu cuerpo entero, de costado a costado y de cabeza a los pies. ¿Qué hace la sensualidad? Puede excitarse, no puede vencer. Al excitarse asiduamente sin conseguir lo que busca, hasta aprende a no excitarse.

13. Volvamos, pues, a las palabras, palabras oscuras, del Apóstol que había propuesto y veamos ya que son llanas. Lo que os había propuesto era esto: que el Apóstol no dijo: «Caminad en el Espíritu y no tengáis deseos carnales», puesto que es inevitable que los tengamos. ¿Por qué, entonces, no dijo: «No deis cabida a deseos carnales»? Porque les damos cabida; tenemos deseos. Tener deseos y darles cabida es lo mismo. Pero dice el Apóstol: Ya no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí45. Luego ¿de qué te has de precaver? Sin duda alguna, de llevarlo a la práctica. Se ha excitado la sensualidad condenable; se ha excitado, te ha sugerido algo: no le des oídos. Arde, no se apaga, y tú quisieras que no ardiese. ¿Te olvidas de las palabras: De suerte que no hacéis lo que queréis?46. No le ofrezcas tus miembros; arda sin lograr nada, y acaba extinguiéndose. En ti, pues, se da cabida a esos deseos. Hay que reconocerlo; se les da cabida —por eso dijo: No los llevéis a la práctica47; pero no se lleven a la práctica. Decidiste darles cabida: los llevaste a la práctica. En efecto, ya los has llevado a la práctica, si decides cometer un adulterio y no lo ejecutas por no tener dónde, porque no se presenta la ocasión, o, tal vez, porque la mujer por la que sientes pasión es casta; he aquí que ella es casta, mas tú ya eres adúltero. ¿Por qué? Porque llevaste a la práctica tus deseos. ¿Qué significa llevaste a la práctica? En tu interior decidiste que tenías que cometer el adulterio. Si también, cosa que Dios no quiera, lo llevaron a efecto tus miembros, te has despeñado hacia la muerte.

14. Cristo resucitó en su casa a una difunta, hija del jefe de la sinagoga48. Se hallaba en casa, no la habían llevado aún al sepulcro. Semejante a ella es el hombre que ha resuelto en su corazón cometer un pecado de lascivia: yace muerto, pero en su interior. En cambio, si sus miembros llegaron a cometerlo, ha sido conducido fuera. Pero el Señor resucitó también a un joven cuya madre era viuda, cuando al difunto le llevaban ya fuera de la puerta de la ciudad. En consecuencia, me atrevo a decir algo: Resolviste en tu corazón cometer el pecado; si rehúsas pasar a la acción, serás curado antes de cometerlo. Efectivamente, si haces penitencia en tu corazón por haber resuelto cometer una acción mala, desdichada, lasciva y punible, has resucitado en tu interior, allí mismo donde yacías muerto. Si, en cambio, la llevaste a cabo, ya fuiste sacado fuera, pero tienes quien te diga: Joven, a ti te hablo; levántate49. Aunque ya la hayas cometido, arrepiéntete; vuelve de inmediato: no llegues al sepulcro. Pero aquí cuento también con un tercer muerto, que ha sido ya llevado al sepulcro. Ya tiene sobre sí el peso de la costumbre; un montón de tierra pesa fuertemente sobre él, pues los pecados de lascivia han sido práctica habitual en él: le pesa sobremanera su costumbre. También Cristo grita: Lázaro, sal fuera. Un hombre de tan pésima costumbre ya huele mal. No sin razón Cristo dio un grito en esa circunstancia; no solo dio un grito, sino un gran grito50. Pues al grito de Cristo, aunque estén muertos, aunque ya sepultados, aunque hediondos, resucitarán también esos; resucitarán, sin duda. Siendo tal el que los resucita, no hay que perder la esperanza respecto de ningún muerto. Vueltos al Señor, etc.