SERMÓN 125 A (=MAI128)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

El paralítico de la piscina (Jn 5,1—18)

1. Se suele preguntar por qué Dios —según está escrito en el libro de la ley, llamado Génesis, con el que comienzan las santas Escrituras— puso término a sus obras el día sexto y el séptimo descansó de todas ellas, si su Hijo, por medio del cual hizo todas las cosas, dice: Mi Padre trabaja hasta ahora; y también yo trabajo1. Al decir esto, salía al paso a los judíos que le reprochaban el que en sábado hubiese dicho a un hombre: Levántate, toma tu camilla y anda2, pues a los judíos no les está permitido llevar pesos el sábado. ¿Qué significado tienen, entonces, sus palabras? ¿Acaso el Hijo es contrario a la palabra del Padre, siendo el mismo la Palabra del Padre? Debemos entender sus palabras, pues, para no ser como los judíos, quienes entendían tan materialmente lo del sábado, que se imaginaban que Dios estaba ocioso desde aquel primer sábado. Y si no lo pensaban, creían tal vez que también él obraba en las criaturas seis días, que los sábados descansaba y no trabajaba, y que, como los niños, disfrutaba de unas vacaciones. El problema se resuelve de esta manera: es verdad que Dios realizó y puso término a su obra creadora y que el sábado descansó, pero de crear, no de administrar la creación. Efectivamente la mole de este mundo, es decir, el cielo la tierra y todo lo que en ellos hay, si él no lo gobierna, deja de existir. Pero él gobierna el mundo sin fatiga, no como el que llevaba su camilla3. Y, si bien se entiende, Dios obra y descansa al mismo tiempo, pues todo el que obra sin fatiga, en el mismo obrar descansa. Si me preguntas si Dios está sin hacer nada...: «¿Viviríamos si nada hiciese?». Y si me preguntas de nuevo si Dios tiene descanso, te responderé: «Y ¿qué es lo que nos dará, si no lo tiene él mismo?». Te responderé, pues: Tiene descanso y trabaja hasta ahora. Esto no te es posible a ti, pero él es Dios y tú no lo eres. Había llegado ya el tiempo en que pasasen las sombras, y soplase la brisa del día, como está escrito en el Cantar de los Cantares: Hasta que sople la brisa del día y se disipen las sombras4.

2. Así, pues, cuando Jesús mandó al enfermo sanado por él que tomase la camilla, disipaba las sombras antiguas. Había llegado ya el tiempo en que se cumpliese lo que dice el Apóstol: Por tanto, que nadie os juzgue por cuestiones de comida o bebida, o por motivo de fiestas, novilunios o sábados, cosas todas que son sombra de lo venidero5. Aquellas observancias de los judíos, impuestas por Dios, eran sombra de realidades futuras, y esas mismas realidades futuras, al llegar Cristo, comenzó a hacerlas presentes: había llegado lo esperado; lo significado, se veía ya. Que las sombras no impidan ver, disípense, veamos la luz. ¿En quién? En Cristo. Por eso dice: En tu luz veremos la luz6, y: A los que estaban sentados en la sombra de la muerte les ha nacido la luz7. Está sanado ese hombre, ¿y le acusas de que lleva su camilla? El que dijo al enfermo que llevara sobre sí el madero, es quien había de pender en un madero por él. ¡Necia impiedad la de los judíos! Al que veías tendido en el suelo le ves andando, ¡y le acusas de llevar la camilla! Quien dio salud al que andaba, dio fuerzas al que la llevaba. Sé cristiano, ¡oh judío!, y entiende el sábado; mientras seas judío, puedes observar el sábado, pero no entenderlo. Si no pasas a la verdad, no puedes tener lo que celebras.

3. ¿Qué significa lo que acabo de decir, a saber, que no puedes tener lo que celebras? Puedes celebrar el descanso, no trabajando el sábado; mas, si no pasas a Cristo, no puedes llegar al eterno descanso; quedarás en la sombra, sin luz. Pasa, pues, a Cristo para que se te quite el velo. Pues dice el Apóstol: Hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, hay echado un velo sobre sus corazones, velo que no se levanta, porque se quita en Cristo8. Se quita el velo, no Moisés; el velo, no la ley. Prestar atención a cómo, con la llegada del Señor, se quita el velo. ¡Oh misterio sublime! ¡Oh signo inefable! Los transgresores de la ley crucificaron al dador de la ley, y salieron a la luz los secretos de la ley. ¿No fue aquella cruz una llave? Sujetó al Señor y soltó lo encerrado. Pero los judíos, aún después de rasgado el velo, tienen cubierto su rostro. En cambio nosotros —dice el Apóstol— contemplando con el rostro descubierto la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, de gloria en gloria, como por obra del Espíritu del Señor9. Ellos pudieron tener la ley en una piedra; ¡oh!, si la tuviesen en su corazón, estarían con nosotros. Nosotros, hermanos, tengamos la ley en nuestros corazones; demostrémoslo no con alabanzas verbales, sino con obras buenas. Hay que practicar la limosna, es el tiempo de ello; véanse vuestros frutos, halle yo gozo en vuestras obras. No puedes tú decir a un enfermo: «Levántate y anda»10; pero sí decirle: «Hasta que puedas levantarte, sigue en la cama y come». Tú no puedes sanar a un enfermo, pero puedes vestir al desnudo. Haz lo que puedas, que Dios no te exige lo imposible para ti.

4. Sobre el practicar la limosna habéis oído la exhortación del santo Tobías a su hijo Tobías: Practícala, hijo, según tus bienes: si tienes mucho, da mucho; si poco, da conforme a ese poco11. La viuda que echó dos céntimos, ¡qué poco tenía!, pero el Señor la veía12. Ciertamente, si no la tomaban en consideración por no echar más que dos céntimos, el corazón del Sabio podía ver lo que dio. ¿Quién ofrendó más a Dios que la que no dejó nada para sí? No fue esto lo que Tobías aconsejó a su hijo. Da de lo que tienes13; eso es lo que le dijo, no: «Dalo todo». Haced lo que Tobías aconsejó. Muchos hicieron también lo otro: lo dejaron todo, lo dieron todo a los pobres, nada dejaron para sí. ¿Pensamos que exactamente nada nada? ¿Y dónde está Dios? En efecto, ¿qué no tiene el pobre si tiene a Dios? Y el rico, ¿tiene algo si no tiene a Dios? Haced, pues, lo que aconsejó Tobías, y admirad las palabras de la Escritura. Hablaba un padre ciego a un hijo no ciego, exhortándole a que practicase la limosna. Entre otras cosas le decía: Pues la limosna libra de la muerte14. No es de maravillar, pues si bien habla un ciego a quien no lo era, hablaba un vivo a otro vivo. Lo admirable es lo siguiente: después de decirle que la limosna libra de la muerte, añadió: Y no permite caer en las tinieblas15. «¡Oh padre!, tú que siempre practicaste la limosna, ¿por qué has venido a parar en las tinieblas de tu ceguera?». Son palabras que el hijo podía haber dirigido a su padre, pero este sabía lo que decía, y aquel comprendía lo que oía. Hay otras tinieblas a las que la limosna impide que entren los que gustan hacerla. ¿Qué tinieblas son? Aquellas de las que dice el Señor: Atadlo de pies y manos y echadlo a las tinieblas exteriores; allí será el llanto y rechinar de dientes16. A éstas se las llama tinieblas exteriores. ¿Por qué? Por estar fuera de Dios; el que llega a ellas va y en ellas entra, se aparta lejos de Dios. Finalmente, arroja al siervo malo en las tinieblas exteriores, pero al bueno le dice: Entra en el gozo de tu Señor17. Ir a parar en las tinieblas es un mal; un bien, entrar en la luz, donde no haya tinieblas ni para el corazón ni para la carne.

5. Así, pues, en aquel Tobías había ceguera en el cuerpo, pero una gran luz en el corazón. El hijo daba la mano al padre para que no tropezara al andar; el padre mostraba al hijo la senda de la vida, para que no ofendiese a Dios. El uno daba la mano; el otro mostraba ese camino donde tropezar es verdaderamente peligroso. Y ¿de qué luz disfrutaba cuando estas cosas decía? Ciertamente se hallaban cerrados sus ojos y, sin embargo, decía: Hijo, practica la limosna; la limosna libra de la muerte18. ¿No veía nada quien decía esto? Sí veía, sí; no lo blanco y lo negro, sino lo justo y lo injusto; no discernía los colores, sino las costumbres ¡Bendito el hijo que escuchaba a un ciego que veía: ciego en la carne, veía en el corazón! Su ceguera cesó; Dios le curó, recibió los ojos; pero, aunque no hubiera recibido los ojos físicos, ¿no se los cerraría en algún momento la muerte? En efecto, todos los santos, cuando salen de este mundo, entran en la luz; para los que ven a Dios, esta luz solar no tiene valor alguno. El padre exhortaba al hijo que veía, y le aconsejaba la limosna. Muchas cosas le dijo acerca de la limosna; casi fue el único consejo que dio a su hijo queridísimo y único. ¡Cuánta fuerza hay en ella, cuánta virtud! ¿Qué se da y qué se recibe? ¿Qué se gasta y qué se adquiere? ¿No se nos dice: «Vuestros padres compraron con sus limosnas el reino de los cielos»? Además de comprarlo ellos, nos lo dejaron a nosotros para que lo compremos. Cómprenlo todos, poséanlo todos; nadie se halle en dificultad ha de padecer aprietos allí; seremos posesión de Dios; Dios será nuestra posesión. Porque nosotros cultivamos a Dios y Dios nos cultiva a nosotros. La afirmación de que nosotros cultivamos a Dios lo aceptan todos; pero sostener que Dios nos cultiva, quizá ha desagradado a algunos. ¿Le cultivamos nosotros a él, y él a nosotros no? Es un bien para nosotros que él nos cultive, pues, a no ser que él cultive este campo, se llenará de zarzas. ¿Quién es agricultor sino quien cultiva el campo? Oye, pues, a Cristo el Señor y no te espantes cuando se te dice que Dios nos cultiva a nosotros. Yo soy —dice— la vid; vosotros los sarmientos, y mi Padre es el agricultor19, Luego nosotros cultivamos a Dios para tener fruto y él nos cultiva a nosotros; una y otra cosa tiene lugar para nuestro bien. En efecto, de estériles él nos hace fecundos y fructíferos; áridos y sedientos, nos llenamos de él, pues es fuente que desconoce el secarse. Todo, pues, tiene lugar por nosotros. Demos gracias a quien nos ha creado y nos llamó para reinar con él.