SERMÓN 124

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

La piscina de Betsaida (Jn 5,2)

1. La lectura evangélica acaba de sonar en nuestros oídos y reclamó nuestra atención para conocer el significado de lo leído. Entiendo que es eso lo que esperáis de mí, y eso prometo exponeros, con la ayuda del Señor, según mis fuerzas. Pues es indudable que los milagros no se hacían por hacerlos y que simbolizaban algo en relación con nuestra salud eterna. En efecto, la salud corporal que se le devolvió al hombre, ¿cuánto le duró? Dice la Escritura: ¿Qué es vuestra vida?, pregunta la Sagrada Escritura. Vapor —dice— que aparece un momento, y después desaparece1. En consecuencia, al devolver por un tiempo la salud corporal al cuerpo de aquel hombre, se otorgó cierta duración a un vapor. Por tanto, no se ha de valorar como algo grande: Vana es la salud del hombre2. Recordad también, hermanos, aquel testimonio profético y evangélico, puesto que se lee también en el evangelio: Toda carne es heno, y toda la gloria de la carne es como la flor del heno; se secó el heno, se cayó la flor3; la Palabra del Señor permanece para siempre4. La Palabra de Dios también otorga gloria al heno, y una gloria no transitoria, pues también a la carne otorga la inmortalidad.

2. Pero antes tiene que pasar esta vida atribulada en la que nos presta auxilio aquel a quien hemos dicho: Auxílianos en la tribulación5, pues, para quienes saben verlo, toda esta vida es una tribulación. De hecho, dos son los verdugos del alma que no torturan simultánea, sino alternativamente. Sus nombres son: temor y dolor. Cuando te va bien, temes; cuando te va mal, sufres. ¿A quién no engaña la prosperidad de este mundo y a quién no quebranta la adversidad? En este heno y en los días que dure el heno hay que mantenerse en el camino más seguro, la Palabra de Dios6. En efecto, después de haber dicho: Toda carne es heno, y toda la gloria de la carne como flor del heno; el heno se secó, la flor cayó7, como si preguntáramos ¿qué esperanza hay para el heno?, ¿qué duración para la flor del heno?, añadió: pero la Palabra del Señor permanece para siempre8. Pero —dices— ¿de dónde me llega la Palabra del Señor? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros9. La Palabra del Señor te dice: «No rechaces lo que te prometo, dado que no he rehusado tu heno».

Así, pues, lo que nos ha otorgado la Palabra del Señor para que nos mantengamos aferrados a ella para no desaparecer como flor de heno; lo que nos ha otorgado, esto es, que la Palabra se hizo carne, asumiendo la carne pero sin transformarse en carne, permaneciendo y a la vez asumiendo: permaneciendo en lo que era, asumiendo lo que no era; lo que nos ha otorgado, eso mismo está significado en aquella piscina.

3. Para decirlo en pocas palabras: aquella agua era el pueblo judío; los cinco pórticos, la ley, pues Moisés escribió cinco libros. En consecuencia, el agua estaba rodeada por cinco pórticos, como aquel pueblo estaba coartado por la ley. La acción de agitar el agua es la pasión que sufrió el Señor en aquel pueblo. Quien descendía quedaba sano: pero solo uno, símbolo de la unidad. Todos a los que no agrada la pasión de Cristo son orgullosos; al no querer descender, non sanan. ¿Es que también yo —dicen— tengo que creer en un Dios encarnado, en un Dios nacido de mujer, en un Dios crucificado, azotado, muerto, llagado, sepultado? ¡Lejos de mí creer eso de Dios! Es indigno. Hable el corazón, calle el orgullo. Al orgulloso le parece que la humildad es indigna del Señor; por eso la salud se aleja de los tales. No te subas a las alturas; si quieres sanar, abájate. La piedad debería llenarse de espanto si se dijera que Cristo encarnado estaba sujeto a cambio; mas ahora la misma Verdad te asegura que Cristo es inmutable en su condición de Palabra. Pues al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios10: no que sonase y pasase, pues la Palabra era Dios11. Luego tu Dios permanece inmutable. ¡Oh piedad verdadera!; tu Dios es permanente; no tengas miedo, no termina, y, gracias a él, tampoco terminas tú. Permanece, nace de mujer, pero en la carne. La Palabra hizo también a su madre. Ella, que existía antes de ser hecha, se hizo la mujer en que iba a ser hecha. Fue un bebé, pero en la carne; tomó el pecho, creció, recibió alimento, pasó de una edad a otra, llegó a la madurez, pero en la carne. Fatigada, durmió, pero en la carne. Padeció hambre y sed, pero en la carne. Fue apresada, atada, flagelada, insultada y al fin crucificada y muerta, pero en la carne. ¿Por qué te asustas? La Palabra del Señor permanece para siempre12. Quien rechaza esta divina humildad, no quiere curar la mortífera hinchazón de su orgullo.

4. Así, pues, Jesucristo, el Señor, por medio de su carne otorgó la esperanza a la nuestra. Tomó lo que conocíamos en esta tierra, lo que aquí abunda: el nacer y el morir. Aquí abundaba el nacer y el morir; el resucitar y el vivir eternamente, no se daba aquí. Halló aquí viles recompensas terrenas; trajo otras foráneas, celestes. Sí el morir te causa espanto, ama la resurrección. Hizo de su tribulación socorro para ti, pues tu salud se había hecho cosa vana. Por tanto, hermanos, reconozcamos y amemos en este mundo la salud que nos llega de fuera, es decir, la salud sempiterna, y vivamos en este mundo como forasteros. Pensemos que estamos de paso, y pecaremos menos. Demos, más bien, gracias al Señor nuestro Dios por haber querido que el último día de esta vida esté cercano y sea incierto. El espacio temporal entre la primera infancia y la decrepitud es corto. Si hoy hubiera muerto Adán, ¿qué le habría aprovechado el haber vivido tanto? ¿Qué tiempo hay largo, si tiene fin? No hay quien haga presente el día de ayer, y el de mañana viene urgiendo el paso al de hoy. Vivamos bien en este corto espacio, para llegar al término de donde nunca pasamos. Ahora mismo, mientras hablo, estamos pasando. Las palabras pasan corriendo y las horas, volando, y así nuestra edad, nuestras acciones, nuestros honores, nuestra miseria y nuestra felicidad. Todo pasa; pero no nos asustemos, puesto que la Palabra del Señor permanece para siempre13. Vueltos al Señor, etc.