SERMÓN 120

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

La Palabra de Dios (Jn 1,1—9)

1. Comienzo del evangelio de Juan: En el principio existía la Palabra1. Así empezó el evangelista. Esto vio y, levantándose sobre toda criatura: montes, aires, cielos, astros, tronos, dominaciones, principados, potestades, todos los ángeles, todos los arcángeles; elevándose —digo— sobre todo, vio la Palabra en el principio y la bebió. La vio sobre toda criatura, la bebió en el pecho del Señor. Efectivamente, él es el santo evangelista Juan, a quien Jesús amaba con preferencia, hasta el punto de reclinarse sobre su pecho2. Allí estaba este secreto, para que allí bebiera lo que eructaría en el evangelio. ¡Felices los que lo oyen y entienden! El grado siguiente de felicidad corresponde a quienes, incluso si no lo entienden, lo creen. Pues ¿quién podrá explicar con palabras humanas la grandeza que implica este ver la Palabra de Dios?

2. Levantad vuestros corazones, hermanos míos; levantadlos cuanto podáis; rechazad cualesquiera imágenes corporales que se os ocurran. Si te viene a la mente la Palabra de Dios, igual que piensas en la luz de este sol, por mucho que la extiendas y difundas, y aunque en tu pensamiento no pongas límites a su luz, esta es nada comparada con la Palabra de Dios. Todo lo que de ese estilo piensa el alma es menor en la parte que en el todo. Piensa que la Palabra está entera en todas partes. Entended lo que digo. En cuanto puedo, me meto en mis estrecheces por vosotros. Escuchad lo que os digo. Advertid que esta luz proveniente del cielo a la que damos el nombre de sol, ilumina la tierra cuando sale, da curso al día, da forma a los objetos y discierne los colores. Gran bien, don inmenso que Dios hace a todos los mortales. ¡Que sus obras proclamen su grandeza! Si tan hermoso es el sol, ¿qué hay más bello que su hacedor? Y, sin embargo, hermanos míos, observad esto: el sol extiende sus rayos por toda la tierra, penetra en los lugares abiertos, se le resisten los cerrados: hace entrar su luz por las ventanas, ¿acaso también a través de una pared? Para la Palabra de Dios todo está abierto, nada se le oculta. Ved en otra diferencia la enorme distancia que va del Creador a la criatura, sobre todo a la criatura corporal. Cuando el sol está en el oriente, no se halla en el poniente. Ciertamente la luz que emana de aquel gran cuerpo llega hasta el occidente, pero él no está allí. Estará allí cuando comience a ponerse. Cuando sale está en el oriente; cuando se pone, en el occidente. Esta doble operación suya dio nombre a los dos lugares. Por aparecer en el oriente cuando allí surge, hizo que a este punto se le llamase oriente, y por estar en occidente cuando allí se pone, hizo que se llamara occidente a ese lugar. De noche no se deja ver en ningún lugar. ¿Acaso la Palabra de Dios es así? ¿Por ventura cuando está en oriente no se halla en occidente, y cuando está en occidente no se halla en oriente? ¿O deja alguna vez la tierra y se oculta debajo de ella o va más allá de ella? Ella está en todo lugar. ¿Quién podrá explicar esto con palabras? ¿Quién lo advierte? ¿Con qué documento os demostraré lo que estoy diciendo? Yo que os hablo soy un hombre que habla a hombres; un hombre débil que habla a otros más débiles Y, con todo, hermanos míos, me atrevo a decir y digo que, a partir de esta realidad, ya como en un espejo, ya en enigma, de alguna manera veo y entiendo la palabra también en mi corazón. Pero se propone salir hacia vosotros, pero no encuentra un vehículo adecuado. El vehículo de la palabra es el sonido de la voz. Busco deciros a vosotros lo que digo en mi interior, pero las palabras resultan inadecuadas. En efecto, quiero hablar de la Palabra de Dios. ¿Cuál es su grandeza? ¿Cuál su categoría? Todo fue hecho por ella3. Fijaos en la obras y temblad ante su hacedor. Todo fue hecho por ella.

3. Vuelve conmigo, debilidad humana; vuelve, pues. Comprendamos, si podemos las realidades humanas mismas. También yo que os hablo soy un hombre, y hablo a hombres, y emito el sonido de la voz. Hago llegar el sonido de mi voz a los oídos de los hombres y, sirviéndome de él, de alguna manera deposito en su corazón, a través de su oído, lo que yo entiendo. Por tanto voy a hablar lo que pueda, como pueda; comprendamos esto. Pero si ni siquiera esto conseguimos entender, ¿qué somos frente a la Palabra? Ved que estáis oyéndome; os dirijo la palabra. Si uno de vosotros sale de aquí y alguien fuera le pregunta qué se hace aquí, responderá: El obispo está dirigiendo la palabra. Dirijo la palabra acerca de la Palabra. Pero ¿qué palabra?, ¿acerca de qué Palabra? Una palabra mortal acerca de la Palabra inmortal; una palabra mutable acerca de la Palabra inmutable; una palabra temporal acerca de la Palabra eterna. No obstante, prestad atención a mi palabra. Efectivamente, os había dicho que la Palabra de Dios está en todas partes. Ved que os dirijo la palabra: lo que digo llega a todos. ¿Acaso para que llegase a todos lo que digo lo habéis dividido? Si estuviera alimentándoos, queriendo llenar vuestra mente, no vuestro vientre, y os ofreciese panes con que os saciaseis, ¿no repartiríais mis panes entre vosotros? ¿Acaso podrían llegar todos mis panes a cada uno de vosotros? Si llegasen a uno solo, los demás se quedarían sin nada, Ved que estoy hablando, y todos tenéis. Es poco decir que todos tenéis; hay que añadir que todos tenéis todo. Todo llega a todos, todo llega a cada uno. ¡Oh maravillas de mi palabra! ¿Qué es, entonces, la Palabra de Dios? Escuchad otra cosa. Lo que he dicho, salió hacia a vosotros, pero sin apartarse de mí. Llegó a vosotros, pero no se separó de mí. Antes de decirlo, lo tenía yo, no vosotros; lo dije y comenzasteis a tenerlo vosotros, pero yo no perdí nada. ¡Oh milagro de mi palabra! ¿Qué es, entonces, la Palabra de Dios? Conjeturad lo grande por lo pequeño. Considerad las cosas terrenas y alabad las celestiales. Criatura soy, criaturas sois, pero cuántas cosas maravillosas se producen en relación a mi palabra en mi corazón, en mi boca, en mi voz, en vuestros oídos, en vuestros corazones. ¿Qué es el Creador? ¡Oh Señor!, escúchanos. Repáranos, ya que nos hiciste. Haznos buenos, pues nos hiciste hombres iluminados. Estos, vestidos de blanco, iluminados, oyen tu palabra por mediación de mí. En efecto, iluminados por tu gracia, se hallan en tu presencia. Este es el día que obró el Señor4. Pero esfuércense, oren, para evitar que, una vez pasadas estas fechas, vuelvan a ser tinieblas ellos que se han convertido en la luz de los milagros y beneficios de Dios.