SERMÓN 113 B (=Mai 13)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

El rico epulón y el pobre Lázaro1

1. Si la lectura santa nos llena de saludable terror en esta vida, nadie nos atemorizará después de ella. El fruto del temor es la corrección. No dije solamente «si nos llena de terror la lectura divina», sino «si nos llena de saludable terror». Son muchos, en efecto, los que saben temer, pero no saben cambiar. ¿Qué existe de más estéril que el temor infructuoso? ¡Cómo se asustaron y temblaron todos nuestros corazones al escuchar que el rico soberbio que despreciaba al pobre que yacía a su puerta era atormentado en el infierno, de modo que ni siquiera sus súplicas podían servirle de nada, y cuando se le respondió, no con crueldad, sino con justicia, que no cabía acudir en su auxilio! En el tiempo en que la misericordia de Dios hubiese venido en su ayuda, si se hubiese convertido, se desentendió de lograr la impunidad y mereció el tormento. Se era condescendiente con él mientras se mostraba orgulloso y gozaba jactándose de sus riquezas, sin pensar en los tormentos futuros que, rebosante de orgullo, ni acertaba a creer ni a temer. Pero, al fin, llegó a ellos. ¿Qué significa «al fin»? ¿Cuánto le duró su categoría social y su orgullo? Tanto como la flor del heno, según habéis oído ahora, cuando se leyó la carta del apóstol Pedro recogiendo un testimonio profético: Toda carne es heno, y la gloria del hombre como la flor del heno. El heno se secó y la flor cayó. La palabra del Señor, en cambio, permanece para siempre2.

2. Entonces, aunque esta carne se vista de púrpura y lino, ¿qué otra cosa es sino carne y sangre y heno que se seca? Y, por más que los hombres le tributen dignidad y honores, es ciertamente flor, pero flor de heno. Una vez seco el heno, no puede permanecer la flor; como el heno se seca, así cae la flor. Dado que la palabra del Señor permanece para siempre tenemos a qué agarrarnos para no caer. ¿Acaso nos despreció la palabra de Dios, hermanos? ¿Acaso miró con desdén esta nuestra fragilidad y mortalidad y dijo «es carne, es heno; que se seque el heno y caiga su flor; no se la ayude»? Al contrario, tomó nuestro heno para hacernos oro. Efectivamente, la palabra del Señor, que permanece para siempre, no desdeñó hacerse temporalmente heno, no para sufrir ella misma cambio alguno, sino para otorgar al heno un cambio a mejor. Pues la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros3. El Señor también padeció por nosotros, y fue sepultado, y resucitó, y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre, no ya como heno, sino como oro incorrupto e incorruptible. Por tanto, hermanos amadísimos, se nos promete un cambio. Sin embargo, hasta que lleguemos a él ha de pasar este heno; es decir, toda categoría social de la carne pasa con el mundo, todo este ser frágil envejece. En el rico había pasado el heno; había pasado también la flor, pero si en el tiempo de su heno y en el de la flor del heno hubiera comprendido la Palabra del Señor que permanece para siempre, y depuestas y abatidas las alturas de su orgullo, se hubiese postrado ante Dios y, en el caso de que no hubiese querido arrojar sus riquezas, hubiese al menos dado algo de ellas a los pobres que yacían a su puerta, se le hubiese otorgado el refrigerio después del tiempo de este heno: no pediría sin motivo misericordia él que, cuando pudo, no ofreció misericordia.

3. Por tanto, hermanos míos, al escuchar cuando se leía el evangelio la súplica: Padre Abrahán, envía a Lázaro para que moje su dedo en agua y gotee sobre mi lengua, porque me atormento en esta llama4, ¡cómo se vio sacudido nuestro corazón, temiendo que nos acaezca algo semejante a nosotros después de esta vida y que supliquemos en vano! Pues, una vez que haya pasado esta vida, no hay lugar para la corrección. Esta vida es como un estadio; en él o vencemos o somos vencidos. ¿Acaso el vencido en el estadio busca luchar fuera de él buscando de nuevo la corona que perdió? ¿Qué hacer, pues? Si hemos sentido temor, si hemos experimentado pánico, si se estremeció nuestro interior, cambiemos mientras hay tiempo. Este es el temor que produce frutos. Hermanos, nadie puede cambiar sin temer, sin verse atribulado, sin temblar. Golpeamos el pecho cuando nos punza la conciencia de nuestros pecados. Lo que golpeamos es algo que está dentro, algún mal pensamiento; salga fuera hecho confesión y tal vez no habrá nada que nos punce. Salgan fuera todos los pecados, reconociéndolos como tales. Pues también el rico, inflado entre el lino, tenía dentro algo que ojalá hubiera saltado fuera mientras vivía. Tal vez no se le hubiese aplicado la llama perpetua. Pero como entonces era orgulloso, el pus le había causado una hinchazón que no reventó al exterior. El pobre Lázaro, en cambio, yacía a la puerta lleno de úlceras5. Nadie, hermanos, se avergüence de confesar sus pecados. El yacer es propio de la humildad. Sin embargo, ved cómo se vuelven las tornas. Una vez pasada la tribulación del reconocerse pecadores, llega el alivio de los merecimientos: pues vendrán los ángeles, tomarán a ese ulceroso y lo pondrán en el seno de Abrahán, es decir, en el descanso sempiterno, en el lugar que tiene reservado el gran padre. Seno, efectivamente, significa lugar reservado donde descanse el fatigado.

4. El pobre yacía, pues, a la puerta lleno de úlceras; el rico, a su vez, le miraba con desprecio. Deseaba aquel saciarse con las migas que caían de la mesa de este, pero el rico no le alimentaba a él que sí alimentaba a los perros con sus úlceras. Prestadle atención, hermanos; se trata de un pobre que siente necesidad. Dichoso —dice— quien mira por el necesitado y el pobre6. Prestadle atención y no lo despreciéis como al ulceroso que yacía a la puerta. Da al pobre, porque quien recibe es el que quiso sentir necesidad en la tierra y enriquecer desde el cielo. Dice, en efecto, el Señor: Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me acogisteis, etc. Y ellos: ¿Cuándo te vimos hambriento, o sediento, o desnudo, o forastero? Y él: Cuando lo hicisteis a uno de los míos más pequeños, a mí me lo hicisteis7. Misericordiosamente quiso que en cierto modo su persona estuviera en los más pequeños de los suyos fatigados en la tierra, viniendo desde el cielo en su socorro. Das, pues, a Cristo cuando das a un necesitado. ¿O temes que o bien tal Guardián pierda algo, o bien tal Rico no te recompense? Todopoderoso es Dios, todopoderoso es Cristo: nada puedes perder. Confíaselo a él y nada perderás. ¿Cuándo se lo confías? Cuando lo das a un pobre. Tales riquezas no pasarán, aun cuando la carne haya pasado como heno y la gloria del hombre como flor de heno. Por tanto, hermanos, si nos hemos sentido llenos de espanto ante la posibilidad de sufrir después de esta vida el castigo y el tormento de la llama ardiente que sufrió el rico orgulloso e inmisericorde, corrijámonos, mientras es tiempo; entonces no habrá oportunidad de socorrer porque no la habrá para la corrección. En efecto, se acude en socorro de alguien en el momento en que se corrige. Corregir, auxiliar y socorrer son cosas vinculadas a esta vida. Vueltos al Señor...