SERMÓN 112 A (=Caillau 2,11)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

El hijo pródigo1

1. No es necesario detenernos en las cosas ya expuestas. Pero, aunque no es necesario demorarnos en ellas, sí conviene traerlas a la memoria. Vuestra Prudencia recuerda que el domingo anterior asumí predicaros un sermón sobre los dos hijos de que hablaba el evangelio leído también hoy2, pero no pude terminarlo. Pero el Señor nuestro Dios ha querido que, pasada la tribulación, también hoy os pueda hablar. He de saldar mi deuda de un sermón: la deuda contraída por amor3 hay que mantenerla siempre. Que el Señor me ayude para que mi poquedad pueda satisfacer lo que esperáis de mí.

2. El hombre con dos hijos es Dios, que tiene dos pueblos. El hijo mayor es el pueblo judío; el menor, el pueblo gentil. La herencia recibida del padre es la inteligencia, la mente, la memoria, el ingenio y todo lo que Dios nos dio para que lo conozcamos y lo adoremos. Tras haber recibido este patrimonio, el hijo menor se marchó a una región lejana4: lejana, es decir, hasta el olvido de su creador. Disipó su herencia viviendo pródigamente5: gastando y no adquiriendo, derrochando lo que poseía y no adquiriendo lo que no tenía; es decir, consumiendo todo su ingenio en dispendios, en ídolos, en toda clase de perversos deseos a los que la Verdad llamó meretrices6.

3. No ha de extrañar que a ese dispendio siguiese el hambre. Reinaba la penuria en aquella región7: no penuria de pan visible, sino penuria de la verdad invisible. Impelido por la necesidad, fue a dar con un jefe de aquella región8. Se entiende que se trata del diablo, jefe de los demonios, en quien van a dar todos los curiosos, pues toda curiosidad ilícita no es otra cosa que una pestilente penuria de verdad. Aquel hijo, arrancado de Dios por el hambre de su inteligencia, fue reducido a servidumbre y le tocó ponerse a cuidar cerdos; es decir, la servidumbre última e inmunda de que suelen gozarse los demonios. En efecto, no en vano permitió el Señor a los demonios entrar en la piara de los puercos9. Aquí se alimentaba de bellotas, que no le saciaban. Las bellotas son, a nuestro parecer, las doctrinas mundanas, que meten ruido, pero no sacian; digno alimento para puercos, pero no para hombres; es decir, las que producen satisfacción a los demonios, pero no hacen justos a los fieles.

4. Al fin, tomó conciencia de dónde se encontraba, qué había perdido, a quién había ofendido y con quién había ido a dar. Y volvió a sí mismo10; primero a sí mismo y de esta manera al padre. Pues quizá se había dicho: Mi corazón me abandonó11, por lo cual convenía que primero retornase a sí mismo y, de esa manera, conociese que se hallaba lejos del padre. Lo mismo reprocha la Escritura a ciertos hombres diciéndoles: Volved, prevaricadores, al corazón12. Vuelto a sí mismo, se encontró miserable: He hallado —señala— la tribulación y el dolor, y he invocado el nombre del Señor13. ¡Cuántos jornaleros de mi padre —dice— tienen pan de sobra, mientras que yo perezco aquí de hambre!14. ¿Cómo le vino esto a la mente, sino porque ya se anunciaba el nombre de Dios? Ciertamente, algunos tenían pan, pero no como era debido, y buscaban otra cosa. De ellos se dice: En verdad os digo que ya recibieron su recompensa15. A los que son como aquellos a los que señala el Apóstol cuando dice: Anúnciese a Cristo, no importa si por oportunismo o por la verdad16 hay que tenerlos por jornaleros, no por hijos. En efecto, el apóstol quiere que pensemos en quienes, por buscar sus intereses, son jornaleros y, anunciando a Cristo, abundan en pan.

5. Se levanta y retorna, pues, tras haber caído, había quedado postrado en el suelo. Su padre lo ve de lejos y le sale al encuentro. Su palabra está en el salmo: Tú has conocido de lejos mis pensamientos17. ¿Cuáles? Los que tuvo en su interior: Diré a mi padre: he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de que me llames hijo tuyo, equipárame a uno de tus jornaleros18. En efecto, aún no lo decía, sino que pensaba decirlo; con todo, el padre lo oía como si lo estuviera diciendo. A veces se halla uno en medio de una tribulación o una tentación y piensa orar; y con el mismo pensamiento reflexiona sobre lo que ha de decir a Dios en la oración, como hijo que, apoyándose en un derecho propio, reclama la misericordia del padre. Y dice en su interior: «Diré a mi Dios esto y aquello; no temo que al decirle esto, con estas lágrimas, no me vaya a escuchar mi Dios». La mayor parte de las veces ya le está oyendo mientras dice «esto», pues ni siquiera al reflexionar ocultó sus pensamientos a los ojos de Dios. Cuando él se disponía a orar, estaba ya allí presente quien iba a estarlo una vez que empezase la oración. Por eso se dice en otro salmo: He dicho, declararé contra mí mi delito al Señor19. Ved cómo llegó a decir algo en su interior; ved qué se había propuesto. Y al momento añadió: Y tú perdonaste la impiedad de mi corazón20. ¡Cuán cerca está la misericordia de Dios de quien confiesa su pecado! Dios no está lejos de los contritos de corazón. Así lo tienes escrito: Cerca está el Señor de los que tienen contrito su corazón21. Por tanto, aquel hijo ya tenía contrito su corazón en la región de la miseria; a él había retornado para hacerlo trizas. Orgulloso había abandonado su corazón y airado había retornado a él. Se airó para castigarse, para castigar su propia maldad; había retornado para merecer la bondad del padre. Habló airado conforme a las palabras: Airaos y no pequéis22. Efectivamente, todo el que se arrepiente se aíra consigo mismo, pues, por estar airado, se castiga. De aquí proceden todos los movimientos propios del arrepentido que se arrepiente y se duele de verdad. De aquí el mesarse los cabellos, el ceñirse los cilicios y los golpes de pecho. Todas estas cosas son, sin duda, indicio de que el hombre se ensaña y se aíra consigo mismo. Lo que hace externamente la mano, lo hace internamente la conciencia; se golpea en sus pensamientos, se hiere y, para decirlo con más verdad, se da muerte. Y dándose muerte ofrece a Dios el sacrificio de un espíritu atribulado: Dios no desprecia el corazón contrito y humillado23. Por tanto, haciendo trizas, humillando, hiriendo su corazón, le da muerte.

6. Aunque aún estaba planeando dirigirse a su padre, diciéndose en su interior: Me levantaré, iré y le diré24, el padre, conociendo a distancia su pensamiento, le salió al encuentro. ¿Qué quiere decir salir a su encuentro sino anticiparse con su misericordia? Estando todavía lejos —dice— le salió al encuentro su padre movido por la misericordia25. ¿Por qué se conmovió de misericordia? Porque el hijo estaba ya extenuado por la miseria. Y corriendo hacia él se le echó encima26. Es decir, puso su brazo sobre el cuello de su hijo. El brazo del Padre es el Hijo; le dio, por tanto, el llevar a Cristo, carga que no pesa, sino que alivia. Mi yugo —dice— es suave y mi carga ligera27. Se echaba encima del erguido; echándosele encima, le impedía caer de nuevo. Tan ligera es la carga de Cristo, que no solo no oprime, sino que alivia. Y no como las cargas que se llaman ligeras: aunque ciertamente son menos pesadas, con todo, pesan algo. Una cosa es llevar una carga pesada, otra llevarla ligera y otra no llevar carga alguna. A quién lleva una carga pesada se le ve oprimido; quien lleva una ligera, se siente menos oprimido, pero oprimido; a quien, en cambio, no lleva carga alguna se le ve que anda con los hombros totalmente libres. No es de este estilo la carga de Cristo, pues te conviene llevarla para sentirte aligerado; si te la quitas de encima, te encontrarás más oprimido. Y, hermanos, no os parezca cosa imposible. Quizá encontremos algún ejemplo que haga palpable lo dicho: ejemplo a la vez maravilloso y de todo punto increíble. Vedlo en las aves. Toda ave lleva sus alas. Fijaos y ved cómo las pliega cuando desciende para descansar y cómo en cierto modo las coloca sobre los costados. ¿Crees que le son un peso? Quitádselo y caerá al suelo; cuanto menos peso de ese llevó el ave, tanto menos voló. Así, pues, tú, pensando ser misericordioso, le quitas ese peso; pero, si quieres ser misericordioso con ella, evita quitárselo; o si ya le quitaste las alas, aliméntala para que crezca esa su carga y pueda levantar vuelo desde el suelo. Carga como esta deseaba tener quien decía: ¿Quién me dará alas como de paloma y así volaré y descansaré?28. Por tanto, al echarse el padre sobre el cuello del hijo, no lo oprimió, sino que lo alivió; lo honró, no lo abrumó. ¿Cómo, pues, es el hombre capaz de llevar a Dios, a no ser porque le lleva Dios, llevado a su vez?

7. El padre manda que se le lleve su primer vestido, el que había perdido Adán al pecar. Tras haber recibido ya en paz al hijo y haberlo besado, ordena que se le dé un vestido: la esperanza de la inmortalidad que confiere el bautismo. Manda asimismo que se le dé un anillo, prenda del Espíritu Santo, y calzado para los pies, como preparación para el evangelio de la paz, a fin de que sean hermosos los pies del que anuncia el bien29. Esto, por tanto, lo hace Dios mediante sus siervos, es decir, a través de los ministros de la Iglesia. Pues ¿acaso dan los ministros el vestido, el anillo o los zapatos de su propio haber? Ellos deben prestar su servicio, cumplen con su deber, pero quien otorga es aquel de cuya despensa y tesoro se saca eso. También mandó matar un becerro cebado, es decir, que se le admitiese a la mesa en la que el alimento es Cristo muerto. Pues a todo el que llega de una región lejana y, junto con los demás, corre a la Iglesia, se le mata el becerro cuando se le predica la muerte de Jesús, cuando se le admite a participar de su cuerpo. Se mata un becerro cebado por haber hallado a quien se había perdido30.

8. El hermano mayor, al volver del campo, se enoja y rehúsa entrar. Simboliza al pueblo judío que mostró animadversión incluso hacia los que ya habían creído en Cristo. Efectivamente, los judíos se indignaron de que, sin que se les impusiesen las cargas de la ley, sin sufrir el dolor de la circuncisión carnal, los pecadores gentiles llegasen por esa vía rápida a recibir el bautismo salvador; se indignaron de que se celebrase un banquete a base del becerro cebado. Ciertamente, ellos habían creído ya, y explicándoseles el motivo, se tranquilizaron también31. Pensad ahora en cualquier judío que haya guardado en su corazón la ley de Dios y que haya vivido sin tacha en el judaísmo. Así dijo que había vivido Saulo, convertido en Pablo para nosotros, tanto mayor cuanto más pequeño se hizo y tanto más ensalzado cuanto en menos se tuvo —Pablo, en efecto, significa poco; de aquí que digamos: «Poco después te hablaré o poco antes». Ved lo que significa paulo ante: un poco antes. ¿Qué significa, pues, Pablo? Él mismo lo dijo: Pues yo soy el menor de los apóstoles32—. Este judío, pues, quienquiera que sea, que se tenga por tal y sea consciente de ello, que haya adorado desde su infancia al único Dios, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios anunciado por la ley y los profetas, y que haya observado lo predicho en la ley, comienza a pensar en la Iglesia al ver que, en el nombre de Cristo, el género humano corre hacia ella. El pensar en la Iglesia equivale a acercarse a casa desde el campo. Pues así está escrito: Al venir el hermano mayor del campo y acercarse a casa33. Del mismo modo que el hijo menor aumenta diariamente entre los paganos que creen, así el hijo mayor, aunque raramente, vuelve entre los judíos. Piensan en la Iglesia y se llenan de admiración ante ella: ven que tanto ellos como nosotros tenemos la ley; que los profetas son suyos y nuestros; que ellos carecen de sacrificios y entre nosotros el sacrificio se ofrece a diario; ven que estuvieron en el campo del padre y, sin embargo, no comen del becerro cebado.

9. Se oye asimismo una música sinfónica y un coro procedentes de la casa. ¿Qué es una sinfonía? Voces ajustadas entre sí. Los que no van de acuerdo originan desarmonía; los que van de acuerdo, producen armonía. Esta es la sinfonía que enseñaba el Apóstol cuando decía: Os ruego, hermanos, que digáis todos lo mismo y que no haya entre vosotros divisiones34. ¿A quién no deleita esta sinfonía santa, es decir, el ir de acuerdo las voces, no cada una por su lado, sin nada inadecuado o fuera de tono que pueda ofender el oído de un entendido? También el coro se encuadra en el ámbito de la concordia: lo que agrada en el coro es que muchos emitan una sola voz; una voz armónica, cuya unidad es resultado de muchas otras, sin que ninguna disuene emitiendo un sonido que no se ajuste a los demás.

10. El hijo mayor, al oír la música procedente de la casa, enojado, no quería entrar35. Igual que acontece realmente que un judío, benemérito entre los suyos, diga: «¡Gran poder el de los cristianos! Nosotros tenemos las leyes paternas; Dios habló a Abrahán, de quien hemos nacido. La ley la recibió Moisés, quien nos libró de la tierra de Egipto, conduciéndonos a través del mar Rojo. Y he aquí que estos, apropiándose de nuestras Escrituras, cantan nuestros salmos por todo el mundo y ofrecen a diario un sacrificio, mientras que nosotros hemos perdido tanto el sacrificio como el templo». Pregunta incluso a un siervo: «¿Qué sucede aquí?». Pregunte el judío a cualquier siervo: abra a los profetas, abra al Apóstol, pregunte a quien quiera: ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento callaron sobre la vocación de los gentiles. Veamos el libro consultado en el siervo al que pregunta el libro consultado. En él encontrarás la Escritura que te dice: Tu hermano ha vuelto y tu padre ha matado en su honor el becerro cebado, porque lo recobró sano36. Dígale eso el siervo. ¿A quién recibió con salud el padre? Al que había muerto y ha vuelto a la vida37: a este recibió para devolverle la salvación. Se debía la matanza del becerro cebado a quien se marchó a una región lejana, pues, habiéndose alejado de Dios, se había convertido en un impío. Responde el siervo, el apóstol Pablo: En efecto, Cristo murió por los impíos38. Malhumorado y airado, no entró; pero, tocado por las palabras del padre, entró quien no quiso hacerlo tras la respuesta del siervo. En verdad, hermanos míos, eso acontece también ahora. A menudo convencemos a los judíos sirviéndonos de las Escrituras divinas, pero quien habla es todavía el siervo; se enoja el hijo, y así no quieren entrar, para no darse por vencidos. «¿Qué es esto?». Las voces de la sinfonía te han afectado, el coro te ha conmovido, la afluencia de gente, la fiesta de la casa, el becerro cebado dado como manjar te han impresionado. Nadie te excluye. Mas ¿a quién lo dices? Mientras es el siervo quien habla, el hijo se enoja, no quiere entrar.

11. Vuelve al Señor, que dice: Nadie viene a mí sino aquel al que atrae el Padre39. Sale, pues, el padre y suplica al hijo; es lo que significa atraer. El superior logra más suplicando que obligando. Ahora bien, eso es lo que sucede, amadísimos, cuando oyen esto algunos hombres, tan entregados al estudio de las Escrituras y que tienen tal conciencia de sus buenas obras, que pueden decir a su padre: Padre, no he transgredido tu mandato40. Entonces, pues, al quedar convictos por las Escrituras y no teniendo qué responder, se enojan, oponen resistencia como queriendo salirse con la suya. Luego los dejas solos con sus pensamientos, y Dios comienza a hablarles interiormente. Esto es salir el padre y decir al hijo: «Entra y participa en el banquete».

12. Pero el hijo le replica: Mira, tantos años ha que te sirvo y jamás he transgredido una orden tuya, y nunca me has dado un cabrito para comerlo con mis amigos. Mas he aquí que ha llegado este hijo tuyo que malgastó su patrimonio con meretrices y le mataste el becerro cebado41. Son pensamientos interiores en los que ya Dios habla de ocultas maneras; él reacciona y en su interior responde, no ya contestando al siervo, sino al padre que en cierto modo le suplica y, con dulzura, le amonesta: «¿Qué es esto? Nosotros poseemos las Escrituras divinas y no nos hemos apartado del único Dios; a ningún dios extraño hemos elevado nuestras manos42; siempre le hemos reconocido como el único, siempre hemos adorado al mismo: al que hizo el cielo y la tierra43 y, sin embargo, no hemos recibido el cabrito». ¿Dónde encontramos el cabrito? Entre los pecadores. ¿Por qué se queja este hijo mayor de que no se le ha dado un cabrito? Buscaba pecar y tomar el pecado como alimento; de aquí su enojo. Esto es lo que ya duele a los judíos: que, volviendo en sí, comprenden que no se les dio a Cristo porque le juzgaron cabrito. Reconocen su propia voz en el Evangelio, en la de los judíos sus antepasados, que decían: Sabemos que este es pecador44. Era becerro, pero al tomarle por cabrito, te quedaste sin ese manjar. Jamás me has dado un cabrito: porque el padre no tenía por cabrito a quien sabía que era un becerro. Te hallas fuera; y dado que no has recibido el cabrito, entra ya a participar del becerro.

13. ¿Qué le responde el padre? Hijo, tú siempre estás conmigo45. El padre atestiguó que los judíos siempre estuvieron con él, ya que siempre adoraron al único Dios. Tenemos el testimonio del Apóstol, que dice que los judíos estaban cerca y los gentiles lejos. Pues hablando a los gentiles, dice: Al venir —esto es,Cristo— os anunció la paz a vosotros que estabais lejos y también a los que estaban cerca46. A los que estaban lejos como si fuera al hijo menor, mostrando que los judíos, puesto que no huyeron lejos a cuidar puercos, no abandonaron al único Dios, no adoraron ídolos, no sirvieron a los demonios. No hablo de la totalidad de los judíos; no os vengan a la mente los perdidos y sediciosos, sino los que reprenden a estos, los responsables, los que guardan los preceptos de la ley, que aún no entran a participar del becerro cebado, pero ya pueden decir: No he transgredido una orden tuya47; aquel al que, cuando comience a entrar, le diga el padre: «Tú estás siempre conmigo48. Ciertamente estás conmigo, ya que no has marchado lejos, pero, sin embargo, estás indebidamente fuera de casa. No quiero que estés ausente de mi festín. No sientas celos de tu hermano menor, tú estás siempre conmigo». Dios no atestiguó lo que, quizá con más jactancia que prudencia, aseguró: Nunca he transgredido una orden tuya, sino que le dijo: Tú estás siempre conmigo. No le dice: «Tú jamás has transgredido una orden mía». Lo verdadero es lo que Dios dijo, no aquello de lo que él quizá temerariamente se jactó. Pues, aunque quizá transgredió algún mandamiento, al no apartarse del único Dios, es verdad lo dicho por el padre: Tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo49. ¿Acaso porque es tuyo no es también de tu hermano? ¿Cómo es tuyo? Si lo posees en común con él, no si porfías, por una parte. Todo lo mío —dice— es tuyo. Al decir que es suyo, parece indicar como que se lo dio en posesión. ¿Acaso le sometió el cielo y la tierra o las excelencias angélicas? No conviene entenderlo así, pues nunca se nos someterán los ángeles a cuya igualdad, como gran don, nos prometió llegar el Señor: Serán —dice— iguales a los ángeles de Dios50. Hay, sin embargo, otros ángeles a quienes juzgarán los santos. ¿No sabéis —dice el Apóstol— que juzgaremos a los ángeles?51. En efecto, hay ángeles santos desde siempre, pero también los hay que prevaricaron. Seremos iguales a los ángeles buenos y juzgaremos a los malos. ¿Cómo, entonces, todo lo mío es tuyo? Ciertamente, todo lo de Dios es nuestro, pero no todo nos está sometido. Pues una cosa es decir: «Mi siervo» y otra diferente decir: «Mi hermano». Al decir «mío» afirmas algo verdadero; al decirlo, es tuyo. Pero ¿acaso es tu hermano de la misma manera que es tu siervo? Una cosa es decir: «Mi casa» y otra «Mi mujer», como una cosa es decir: «Mis hijos», otra decir «Mi padre» o «Mi madre». Excluido yo —oigo—, todo es tuyo. «Dios mío» —dices—. Pero ¿es lo mismo decir «mi Dios» que decir «mi siervo»? Más bien, digo «mi Dios» como digo «mi Señor». Tenemos, pues, a alguien que nos es superior: nuestro Señor, de quien disfrutar, y tenemos las cosas inferiores, de las que somos dueños52. Todo, por tanto, es nuestro si nosotros somos de él.

14. Todo lo mío —dice— es tuyo53. Si eres hacedor de paz, si te aplacas, si te alegras del regreso del hermano, si nuestro festín no te entristece, si no permaneces fuera de casa, aunque ya vengas del campo, todo lo mío es tuyo. Ahora bien, conviene que lo festejemos y nos alegremos54, puesto que Cristo ha muerto por los impíos55 y ha resucitado. Este es el significado de las palabras: Pues tu hermano había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y le hemos hallado56.