SERMÓN 112

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

Los invitados que rehúsan asistir1

1. Se nos han propuesto unas lecturas santas para que las escuchemos y para que yo, con la ayuda del Señor, os pronuncie algo parecido a un sermón. En la lectura del Apóstol se dan gracias al Señor por la fe de los gentiles2, precisamente porque fue obra suya. En el salmo hemos dicho: Dios de las virtudes, conviértenos a ti, muéstranos tu rostro y seremos salvados3. En el evangelio se nos ha invitado a una cena; mejor dicho, llamados fueron otros, nosotros no fuimos llamados sino llevados. No solo llevados, sino también coaccionados. En efecto, hemos escuchado que cierto hombre dio una gran cena4. ¿Quién es ese hombre sino el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús?5. Había enviado mensajeros para que se presentasen los invitados; para que llegasen, puesto que ya era la hora. ¿Quiénes son los invitados, sino los llamados por los profetas, enviados con anterioridad? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que los profetas fueron enviados e invitaron a la cena de Cristo? Pero fueron enviados al pueblo de Israel. Fueron enviados con repetida frecuencia y frecuentes fueron sus invitaciones para que se llegase a la cena a la hora oportuna. Los invitados recibieron a quienes les invitaban, pero rechazaron la cena. ¿Qué quiere decir que recibieron a quienes les invitaban, pero rechazaron la cena? Que leyeron a los profetas y mataron a Cristo6. Mas cuando le dieron muerte, sin advertirlo nos prepararon la cena a nosotros. Dispuesta la cena, inmolado Cristo, encomendada y confirmada por sus manos y boca7, después de la resurrección de Cristo, la cena del Señor que conocen los fieles, fueron enviados los apóstoles a los mismos a quienes habían sido enviados los profetas. «Venid a la cena —dijeron los apóstoles—, venid a la cena». Pues estaba establecido que Cristo tenía que ser inmolado.

2. Quienes se negaron a asistir presentaron sus excusas. ¿Cómo se excusaron, hermanos? Las excusas fueron tres. Uno dijo: He comprado una quinta, voy a verla; dame por excusado8. Otro: He comprado cinco parejas de bueyes, quiero probarlas. Te ruego me dispenses9. Un tercero: Me he casado; no puedo acudir; dispénsame10. ¿No son estos los pretextos que retienen a los hombres, a todos los que rehúsan asistir a esta cena? Investiguemos estas excusas, examinémoslas y veamos de hallarlas, pero con la finalidad de precavernos de ellas.

En la quinta comprada, está señalado el afán de dominio; por tanto, aquí se reprocha el orgullo. Pues agrada tener una quinta, retenerla, poseerla, que en ella las personas se nos sometan, tener potestad sobre ellas. Vicio maligno, vicio raíz. En efecto, el primer hombre, que no quiso tener amo, quiso dominar. Pues ¿qué significa dominar, sino gozar de propia potestad? Pero existe una potestad mayor: sometámonos a ella para poder estar seguros. He comprado una quinta, dame por excusado. El orgullo invitado no quiso asistir.

3. Otro dijo: he comprado cinco yuntas de bueyes11. ¿No hubiera bastado decir «he comprado bueyes»? Sin duda hay algo aquí cuya oscuridad nos instiga a investigarlo y entenderlo y, al estar cerrado, nos invita a llamar. Las cinco yuntas de bueyes son los sentidos corporales. De todos es conocido que los sentidos de la carne son cinco. Si algunos no se han percatado de ello, cuando se les hace notar lo reconocen sin duda. Cinco son, pues, los sentidos que hay en el cuerpo: la vista en los ojos; el oído en las orejas; el olfato en las narices; el gusto en el paladar y el tacto en todos los miembros. Con la vista percibimos lo blanco, lo negro, cualquier clase de color, lo claro, lo oscuro. Con el oído percibimos tanto el sonido grave como el agudo. Con el olfato percibimos el olor suave o fuerte. Con el gusto, lo dulce y lo amargo. Con el tacto sentimos lo duro y lo blando, lo suave y lo áspero, lo caliente y lo frío, lo pesado y lo ligero. Cinco son los sentidos y son pares. Esto es fácil de ver en los tres primeros, pues dos son los ojos, dos las orejas y dos los orificios nasales. He ahí tres yuntas. En cambio, en las fauces, es decir, en el sentido del gusto, se encuentra cierta duplicación, porque nada se percibe por el gusto si la lengua y el paladar no lo tocan. En el placer de la carne que corresponde al tacto es más difícil percibir esa duplicidad, pues es, a la vez, interna y externa; luego también hay aquí un par. ¿Por qué se dice que son yuntas de bueyes? Porque a través de los sentidos físicos se buscan las cosas terrenas y los bueyes remueven la tierra. Ahora bien, hay hombres alejados de la fe, entregados a menesteres terrenos, ocupados en las cosas de la carne. No quieren creer en nada que no perciban por uno de los cinco sentidos de su cuerpo. Ponen en estos sentidos la regla de toda verdad para sí. «No creo —dice— más que lo que veo; eso es lo que conozco, eso es lo que sé. Es blanco, es negro, es redondo, es cuadrado, es de este o de otro color: lo conozco, lo sé, lo admito; me lo enseña la naturaleza misma. Nadie me obliga a creer lo que no se me puede mostrar. Suena una voz: siento que es una voz: canta bien o mal, es suave o ronca, lo conozco, lo sé, llegó hasta mí. Huele bien, huele mal; lo percibo, lo sé. Esto es dulce, aquello amargo; esto salado, aquello insípido: todo lo que me digas más allá de esto, lo ignoro. Palpando conozco lo que es duro o blando, lo que es suave o áspero, lo que está caliente o frío: ¿qué otra cosa me vas a demostrar?».

4. Este era el impedimento que mantenía atado a nuestro apóstol Tomás, quien, respecto a Cristo el Señor, es decir, a la resurrección de Cristo, ni siquiera quiso fiarse solo de sus ojos, pues dijo: Si no meto mis dedos en los agujeros de los clavos y las heridas, y en su costado, no creeré12. Y el Señor, que pudo haber resucitado sin que quedase rastro de sus heridas, conservó las cicatrices para que las tocase el incrédulo y para sanar las heridas de su corazón. Él, que iba a llamar a la cena, frente a la excusa de las cinco parejas de bueyes, dijo: Bienaventurados los que no ven y creen13. Hermanos míos, nosotros, llamados a esta cena, no nos sentimos impedidos por estas cinco parejas. En efecto, no hemos deseado ver actualmente el rostro físico del Señor, ni hemos anhelado oír con nuestros oídos la palabra procedente de su boca corporal, ni hemos buscado en él el aroma temporal; cierta mujer lo vertió sobre él con un ungüento de gran valor que llenó de perfume toda la casa14, pero nosotros no estuvimos allí. Ved que no lo olimos, pero hemos creído. Dio a sus discípulos la cena consagrada con sus manos; pero nosotros no estuvimos recostados a la mesa en aquel convite y, no obstante, a través de la fe, participamos a diario de la misma cena. Y no tengáis por cosa grande el haber asistido, sin fe, a la cena ofrecida por las manos del Señor, puesto que fue mejor la fe posterior que la incredulidad de entonces. Allí no estuvo Pablo, que creyó; sin embargo, estuvo Judas, que lo entregó. ¡Cuántos incluso ahora en la misma cena —aunque no vean la mesa de entonces, ni perciban con sus ojos, ni gusten con su paladar lo que el Señor tuvo en sus manos—, cuántos aún ahora comen y beben su propia condenación15, puesto que la cena que hoy se prepara es idéntica a aquella!

5. Mas ¿cómo se presentó al Señor la ocasión para hablar de esta cena? Uno de los que estaban a la mesa —pues se hallaba en un banquete al que había sido invitado— había dicho: Bienaventurado quien coma el pan en el reino de Dios16. Este suspiraba por alimentos que creía distantes, siendo así que el mismo pan estaba a la mesa ante él. Pues ¿quién es el pan del reino de Dios sino el que dice: Yo soy el pan vivo que he descendido del cielo?17. No prepares el paladar, sino el corazón. De aquí ha surgido el recomendar esa cena: ved que hemos creído en Cristo, lo recibimos con fe. Al recibirlo, sabemos en qué pensamos. Recibimos poca cosa, pero nuestro corazón se sacia. No alimenta, pues, lo que se ve, sino lo que se cree. Por tanto, no pedimos tampoco el testimonio de un sentido exterior, ni he dicho: «Si creyeron los que vieron al Señor resucitado —si es verdad lo que se dice—, fue porque le vieron con sus ojos y palparon con sus manos; pero nosotros que no le hemos tocado, ¿cómo vamos a creer?». Si esto pensáramos, esas cinco parejas de bueyes nos estarían impidiendo asistir a la cena. Y para que veáis, hermanos, que la referencia no era al deleite de estos cinco sentidos, que arrastra y da origen a la voluptuosidad, sino a cierta curiosidad, no dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a apacentarlas, sino voy a probarlas18. Quien quiere probarlas, quiere salir de la duda mediante las yuntas de bueyes, del mismo modo que Santo Tomás quiso salir de ella por idéntico camino. «Veré, tocaré, introduciré mis dedos». Jesús le replica: «Mira, mete tus dedos en mi costado y no seas incrédulo19. Fui a la muerte por ti; por el lugar que quieres tocar derramé la sangre para redimirte y, a pesar de ello, ¿dudas todavía de mí, salvo que me toques? Bien, te concedo incluso eso; te lo muestro. Toca y cree. Descubre el lugar de mi llaga y cura la herida de tu duda».

6. El tercero dijo: Me he casado20. He aquí el placer de la carne. ¡A cuántos no impide asistir! ¡Ojalá se tratase de personas de fuera y no de dentro! Hay hombres que dicen: «Solo le va bien al hombre cuando le acompañan los placeres de la carne». Es a estos a los que se refiere el Apóstol cuando dice: Comamos y bebamos, que mañana moriremos21. Esto decía en sus banquetes el rico soberbio22: «Comamos y bebamos; mañana moriremos. ¿Quién ha vuelto a la vida desde allí? ¿Quién nos ha dicho lo que sucede allí? Nos quedamos con lo que en el tiempo presente nos hace sentirnos bien». Quien así habla, tomó esposa; se abraza a la carne, se regodea en sus placeres, se excusa de asistir a la cena. ¡Cuídese; no sea que perezca de hambre interior! Escuchad a Juan, el santo apóstol y evangelista: No améis al mundo, ni las cosas que hay en él23. ¡Oh!, quienes venís a la cena del Señor, No améis al mundo ni a las cosas que hay en él. No dijo: «No las tengáis», sino: No las améis. Las has tenido, las has poseído, las has amado: te has apegado a ellas. El amor a las cosas terrenas es liga para las alas del espíritu. Advierte que las has codiciado: te has apegado a ellas. ¿Quién te dará alas como de paloma?24. ¿Cuándo volarás al lugar del descanso verdadero, puesto que aquí, donde has quedado pegado de mala manera, buscaste un descanso descaminado? No améis al mundo: lo dice la trompeta divina. La asamblea para la que suena esta trompeta es el orbe de la tierra. A todo el mundo se dice: No améis al mundo, ni las cosas que hay en él. Si alguno ama al mundo, no reside en él el amor del Padre, porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición mundana25. El apóstol comenzó por lo último; es decir, él comenzó por donde terminó el evangelio, y donde comenzó el evangelio puso término él: Concupiscencia de la carne: Me he casado. Concupiscencia de los ojos: He comprado cinco yuntas de bueyes. Ambición mundana: He comprado una quinta26.

7. Por tanto, estos sentidos están representados por los ojos solos, tomando la parte por el todo, puesto que el principal de todos es el de la vista. De aquí que, aunque la visión pertenece propiamente a los ojos, no obstante, acostumbramos a decir que vemos por los demás sentidos. ¿Cómo? En primer lugar y por lo que se refiere a los mismos ojos, dices: «Ve cuán blanco es esto; fíjate y ve qué blanco». Esto pertenece a los ojos. «Escucha y ve qué sonoro es»; ¿acaso podría decirse a la inversa: «Escucha y ve qué blanco es esto»? El «ve» se aplica a los objetos de todos los sentidos. Sin embargo, lo específico de cada uno de los restantes sentidos, no se aplica por sí mismo a los otros. «Fíjate y ve qué blanco es; escucha y ve qué sonoro; huele y ve qué suave es; gusta y ve cuán dulce es; toca y ve cuán mórbido es». Puesto que se trata de cinco sentidos diferentes, más bien deberíamos decir: «Escucha y siente qué sonoro es», o «huele y siente su suavidad; gusta y siente lo dulce que es; toca y siente cuán caliente está; palpa y siente su suavidad; palpa y siente qué mórbido es». Pues bien, nada de eso se acostumbra a decir. Incluso el Señor mismo, cuando se apareció a sus discípulos después de la resurrección, dice a quienes, aun viéndole, se tambaleaban en su fe creyendo ver un fantasma: ¿Por qué dudáis y por qué suben pensamientos a vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies27. Pero aún es poco el ved: Tocad —les dice—, y palpad y ved28. «Mirad y ved: Palpad y ved. Ved con los ojos solos; ved con todos los sentidos». Buscando en ellos la sensación interior de la fe, se ofrecía también a sus sentidos corporales. Nosotros nada hemos percibido del Señor por los sentidos corporales: mediante el oído hemos oído y con el corazón hemos creído29. Y el mismo oír no fue de su boca, sino de la de sus predicadores, de la boca de quienes ya estaban cenando y con sus eructos nos invitaban a participar.

8. Dejemos de lado las excusas vanas y malignas: acerquémonos a la cena que nos saciará interiormente. No nos lo impida el orgullo altanero; no nos engría o sujete y aparte de Dios la ilícita curiosidad; el placer de la carne no nos aparte de la voluntad del corazón. Acerquémonos y saciémonos. ¿Y quiénes se acercaron sino los mendigos, los débiles, los cojos y los ciegos? En cambio, no vinieron los ricos sanos, quienes creían que andaban bien y tenían la vista despierta, es decir, los que presumían mucho de sí y, por lo mismo, casos más desesperados por ser más orgullosos. Vengan los mendigos, ya que invita el que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para que los mendigos nos enriqueciéramos con su pobreza30. Vengan los débiles, porque no necesitan del médico los sanos, sino los enfermos31. Vengan los cojos que le dicen: Endereza mis pasos conforme a tu palabra32. Vengan los ciegos que le dicen: Ilumina mis ojos para que jamás me duerma en la muerte33. Estos llegaron a su hora, una vez reprobados por sus excusas los primeros invitados. Llegaron a su hora, entraron procedentes de las plazas y suburbios de la ciudad. Entonces dijo el siervo enviado a buscarles: Señor, se ha hecho lo que mandaste, pero aún sobra lugar34. Sal —le dice— a los caminos y cercados y obliga a entrar a quienes encuentres35. «No esperes que se dignen venir quienes encuentres, oblígalos a entrar. He preparado una gran cena, he engalanado mi gran casa, no toleraré que en ella quede vacío ningún asiento». Vinieron los gentiles desde las plazas y suburbios; vengan los herejes y cismáticos desde los caminos y cercados. Oblígalos a entrar. Aquí encuentran la paz. Quienes construyen cercados, buscan separar. Tráigaselos de los cercados, arránqueselos de entre las zarzas. Se enredaron en ellas y no quieren que se les obligue. «Entremos —dicen— por nuestra voluntad». El Señor no ordenó esto, pues dijo: Oblígalos a entrar. Hállese fuera la coacción; una vez dentro nacerá la voluntad.