SERMÓN 102

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

«Quien a vosotros desprecia a mí me desprecia»1

1. Lo que en aquel tiempo hablaba Jesucristo nuestro Señor a sus discípulos se consignaba por escrito y se preparaba para que también lo escuchásemos nosotros. Hemos oído, pues, sus palabras. En efecto, ¿de qué nos serviría verlo y no escucharlo? Tampoco ahora nos perjudica el que no lo veamos, si lo escuchamos. Dice: Quien a vosotros desprecia a mí me desprecia2. Si estas palabras las dijo pensando solo en los apóstoles, despreciadme a mí. Pero, si su palabra ha llegado hasta mí, me ha llamado y me ha puesto en lugar de ellos, guardaos de despreciarme, no sea que le alcance a él la injuria que me hacéis a mí. Si no me teméis a mí, temed a quien dijo: Quien a vosotros desprecia a mí me desprecia. ¿Por qué yo, que no quiero que me despreciéis, os hablo a vosotros sino para disfrutar con vuestras buenas costumbres? Que vuestras buenas obras me sean de alivio en mis peligros. Vivid bien para no morir mal.

Con relación a las palabras que acabo de decir: «Vivid bien para no morir mal», no penséis en quienes quizá vivieron mal y murieron en sus lechos, se les hicieron exequias pomposas y fueron depositados en sarcófagos de gran valor y en sepulcros labrados con extraordinario trabajo y primor. Y como quizá alguno de vosotros diga para sí: «Así quisiera morir yo», no penséis que quise soltar una trivialidad al afirmar que quiero que viváis bien para no morir mal.

2. Por el contrario, tal vez sale al paso alguien que vivió bien y, conforme al sentir de los hombres, murió mal. Quizá murió a causa de un derrumbamiento, o pereció en un naufragio, o le dieron muerte unas fieras, ante lo cual un hombre cualquiera, carnal, se pregunte en su interior: «¿Qué significa vivir bien? Ved que Fulano vivió bien y ha muerto mal». Volveos, pues, a vuestro corazón, y si estáis bautizados, en él encontraréis a Cristo; él os habla allí. Pues yo grito, pero él enseña más con su silencio. Yo hablo mediante el sonido de mi palabra; él habla interiormente infundiendo pensamientos de temor. Así, pues, que él haga pasar a vuestro interior mis palabras con las que me atreví a deciros: «Vivid bien para no morir mal». He aquí que, puesto que hay fe en vuestro corazón y también en él habita Cristo, también él tiene que enseñaros lo que yo deseo inculcaros.

Recordad al rico y al pobre de los que nos habla el Evangelio: el rico, vestido de púrpura y lino, y opíparamente alimentado a diario; el pobre, por el contrario, yaciendo a la puerta del rico, hambriento y pidiendo las migajas de su mesa, lleno de úlceras que lamían los perros3. Los recordáis; pero ¿por qué lo recordáis, sino porque Cristo está ahí, en vuestros corazones?4. Decidme, pues, qué le preguntaríais ahí dentro y qué os respondería. En efecto, el evangelio prosigue con estas palabras: Aconteció que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. A su vez murió asimismo el rico y fue sepultado en el infierno. Hallándose en medio de tormentos alzó sus ojos y vio a Lázaro descansando en el seno de Abrahán. Entonces gritó diciendo: Padre Abrahán, compadécete de mí y envía a Lázaro para que moje su dedo en agua y destile una gota en mi lengua, porque me consumo de dolor en estas llamas5. Quien fue soberbio en el tiempo es mendigo en el infierno. El pobre llegaba a la migaja; el rico, en cambio, no llegaba a la gota de agua. Pensando en estos dos, decidme: «¿Quién murió bien y quién murió mal?». No preguntéis a los ojos, volved al corazón. Pues, si preguntáis a los ojos, os responden falsamente. En verdad, las honras que pudieron dispensarse al rico a la hora de su muerte son muy espléndidas según los gustos del mundo. ¡Qué multitud de siervos y siervas hubo llorando su muerte! ¡Qué tropel de clientes! ¡Qué exequias más espléndidas! ¡Qué lujoso su sepulcro! Pienso que estaba anegado en perfumes. ¿Qué hemos de decir, hermanos: este murió bien o mal? Si preguntáis a los ojos, murió de la mejor manera; si se lo preguntáis a vuestro maestro interior, de la peor.

3. Por tanto, si así mueren los orgullosos que almacenan sus riquezas sin dar nada de ellas a los pobres, ¿cómo morirán los que roban las ajenas? He dicho, pues, una gran verdad: «Vivid bien para no morir mal»: para no morir como el rico. Solo el tiempo posterior a la muerte revela si fue mala. Mirad ahora al pobre, pero no con los ojos de la carne para no engañaros; mire la fe, vea el corazón. Ponéoslo ante vuestros ojos yaciendo ulceroso en el suelo, con los perros acercándose a lamerle sus llagas. Solo que, al imaginarlo así, al instante os vienen ganas de vomitar, volvéis la cara, os tapáis las narices. Miradlo con los ojos del corazón. Murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. A la familia del rico se la veía llorar, el gozo de los ángeles no se veía. ¿Qué respondió, entonces, Abrahán al rico? Acuérdate, hijo, que recibiste tus bienes durante tu vida6. Durante tu vida nada juzgaste bueno fuera de lo que en ella tuviste. Lo recibiste, pero pasaron los días, lo perdiste todo y quedaste tú solo para ser atormentado en los infiernos.

4. Es oportuno, hermanos, que os diga estas cosas. Mirad por los pobres, independientemente de que puedan caminar o no. Mirad por los pobres; practicad obras buenas. Los que acostumbráis a practicarlas, seguid practicándolas; y los que no acostumbráis, comenzad a hacerlas. Aumente el número de los que obran el bien, puesto que aumenta también el de los fieles. Aún no veis cuán grande es el bien que hacéis, como tampoco ve el labrador la mies cuando siembra, pero confía en la tierra. ¿Por qué no confías tú en Dios? Llegará el día de nuestra cosecha. Piensa que ahora sufrimos el cansancio, que trabajamos en medio de fatigas para luego recibir, como está escrito: Al ir, iban llorando, arrojando su semilla; en cambio, al volver, volverán con alegría, trayendo sus gavillas7.