SERMÓN 90

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

Parábola del banquete y vestido nupcial1

1. Todos los bautizados conocen cuál es la boda del hijo del rey y cuál el banquete que ofrece. La mesa del Señor está dispuesta para todo el que quiera participar de ella. A nadie se le prohíbe acercarse, pero lo importante es el modo de hacerlo. Las Sagradas Escrituras nos enseñan que son dos los banquetes del Señor: uno al que vienen buenos y malos, y otro al que no tienen acceso los malos. Ahora bien, el banquete del que hemos oído hablar en la lectura del evangelio contiene ciertamente buenos y malos. Todos los que presentaron sus excusas para no participar en él son malos, pero no todos los que entraron son buenos. Por tanto, me dirijo a vosotros que, siendo buenos, os sentáis en este banquete, cualesquiera que seáis los que prestáis atención a las palabras: Quien come y bebe indignamente, come y bebe su condenación2. Me dirijo a todos los que sois así para que no busquéis buenos fuera del banquete y toleréis a los malos dentro.

2. No dudo que Vuestra Caridad quiere oír a quiénes me refería al indicar que no buscasen buenos fuera y que tolerasen a los malos dentro. Si dentro todos son malos, ¿a quiénes he hablado? Si todos son buenos, ¿a quién he exhortado a tolerar a los malos? Ante todo, pues, con la ayuda del Señor, y en la medida de lo posible, hemos de resolver esta cuestión. Si examinas cabal y lúcidamente qué es lo bueno, nadie es bueno sino el único Dios. Lo tienes claramente en estas palabras del Señor: ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Nadie es bueno, sino el único Dios3. Si solamente Dios es bueno, ¿cómo, entonces, en aquella boda había buenos y malos? Ante todo debéis saber que desde cierto punto de vista todos somos malos. Indiscutiblemente, desde cierto punto de vista somos malos todos; pero, desde otro, no todos somos buenos. En efecto, ¿podemos nosotros compararnos a los apóstoles, a los que dijo el Señor: Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar dones buenos a vuestros hijos?4. Puestos a considerar las Escrituras, entre los doce apóstoles solo había uno malo, al que se refería el Señor al decir: Y vosotros estáis limpios, pero no todos5. Si vosotros, siendo malos: palabras referidas a todos en conjunto. Lo oyó Pedro, lo oyó Juan, lo oyó Andrés y lo oyeron todos los once apóstoles restantes. ¿Qué oyeron? Vosotros, siendo malos, sabéis dar dones buenos a vuestros hijos; ¿cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes se las pidan?6. Tras oír que eran malos, perdieron la esperanza; después de oír que el Dios de los cielos era su padre, recobraron el ánimo. Siendo malos —dice—: ¿qué se debe, pues, a los malvados sino el suplicio? ¡Cuánto más —dice— vuestro Padre, que está en los cielos! ¿Qué se debe a los hijos sino el premio? A la palabra malos va asociado el miedo al castigo; a la palabra hijos, la esperanza de ser herederos.

3. En cierto sentido, pues, eran malos los mismos que desde otro sentido eran buenos. A los que se dijo: siendo malos, sabéis dar dones buenos a vuestros hijos, se añadió enseguida: ¡Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos!7. Es padre de los malos, sí, pero de malos que no han de ser abandonados, porque es el médico de quienes han de ser sanados. En cierto sentido, pues, eran malos. Y, sin embargo, opino que los invitados del padre de familia a la boda del rey no pertenecían al grupo de los invitados de los que se dijo: Invitaron a buenos y malos8; opino que no hay que incluirlos en el número de los malos, de los que hemos oído que fueron excluidos en la persona de aquel al que se encontró sin vestir el traje de boda9. En cierto sentido —repito— eran malos los que eran buenos; y en cierto sentido eran buenos los malos. Escucha de la boca de Juan en qué sentido eran malos: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no mora en nosotros10. He aquí en qué sentido eran malos: en cuanto que tenían pecado. ¿En qué sentido eran buenos? Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiarnos de toda maldad11. Por tanto, si, conforme a la exposición que —supongo— me habéis oído hacer de las santas Escrituras, decimos que los mismos hombres son en cierto sentido buenos y en cierto sentido malos; si queremos entender las palabras: invitaron a buenos y malos según dicha interpretación, es decir, que los mismos son buenos y malos; si queremos entenderlo de este modo, no nos lo permite el que fue hallado sin el traje de boda y fue expulsado, no con una expulsión cualquiera, que solo le excluía del banquete, sino una que le suponía el castigo eterno en las tinieblas.

4. Pero —dirá alguno— ¿por qué hacer problema de un solo hombre? ¿Qué tiene de extraño, qué de extraordinario el que entre los siervos del padre de familia se colase, oculto entre la muchedumbre, uno sin el traje de boda?12. ¿Acaso esa única persona justificaría el decir: Invitaron a buenos y malos?13. Prestad atención y comprended, hermanos míos. Aquella única persona representaba toda una categoría de personas, pues eran muchas. Que algún oyente atento me responda y me diga: «No quiero que me cuentes tus conjeturas; quiero que me demuestres que aquella única persona representaba a muchas». Con la ayuda del Señor, lo probaré ciertamente y no necesitaré ir muy lejos para hacerlo. Dios me ayudará con sus mismas palabras y se servirá de mí para hacéroslo ver a vosotros. He aquí que entró el padre de familia para ver a los comensales14. Ved, hermanos míos, que la tarea de los siervos consistió solo en invitar y llevar a buenos y malos. Ved que no se dice: «Observaron los siervos a los comensales y encontraron allí a un hombre sin el traje de boda, y le dijeron». No es esto lo que está escrito. Fue el padre de familia quien miró, quien encontró, quien discernió, quien separó. Convenía no pasar por alto este detalle. Pero es otra cosa la que me propuse probar: cómo aquella única persona representaba a muchas. Entró, pues, el padre de familia a ver a los comensales, y encontró a un hombre sin el traje de boda. Le dice: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin tener el traje de boda?». Pero él enmudeció15. El que preguntaba era tal que resultaba imposible fingir nada ante él. Él examinaba el traje que se llevaba en el corazón, no sobre el cuerpo, pues, si se tratase del traje exterior, tampoco hubiese pasado desapercibido a los siervos. Dónde hay que vestir el traje de boda, vedlo en estas palabras: Que tus sacerdotes se revistan de justicia16. A propósito de ese vestido dice el Apóstol: Si es que nos encontramos vestidos, y no desnudos17. Fue el Señor, pues, quien descubrió al que se ocultaba a los siervos. Sometido a un interrogatorio, calla; se le ata, se le arroja fuera; es condenado uno de los muchos. Señor, yo había dicho que tú me exhortas a amonestar a todos. Considerad conmigo las palabras que habéis oído y luego encontraréis y juzgaréis que aquella única persona representaba a muchas. Ciertamente el Señor había interrogado a un solo hombre; a uno solo había dicho: Amigo, ¿cómo has entrado aquí? Uno solo había enmudecido, y con referencia a uno solo se había dicho: Atadle manos y pies y arrojadlo a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y rechinar de dientes18. ¿Por qué esto? Porque son muchos los llamados; pocos, en cambio, los elegidos19. ¿Por qué ha de haber quien contradiga esta afirmación de la verdad? Arrojadle —dice— a las tinieblas exteriores. Ciertamente se refiere a aquel, único, a propósito del cual dice el Señor: Porque muchos son los llamados; pocos, en cambio, los elegidos. Son, pues, pocos los que no son arrojados fuera. Sin duda era uno solo el que no tenía el traje de boda. Arrojadle fuera. ¿Por qué se le arroja? Porque muchos son los llamados; pocos, en cambio, los elegidos. Dejad a los pocos; arrojad a los muchos. Ciertamente era uno solo. Este único no solo eran muchos, sino que hasta superaban en número a la muchedumbre de los buenos. Pues también los buenos son muchos pero, en comparación de los malos, son pocos. Es mucho el trigo que ha nacido, pero compáralo con la paja y es poco el grano. Los buenos, que en sí mismos son muchos, en comparación de los malos, son pocos. ¿Cómo probamos que en sí mismos son muchos? Muchos vendrán de oriente y de occidente20. ¿Adónde? Al banquete al que entran buenos y malos. Refiriéndose a otro banquete, añadió: y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos21. Este es el banquete al que no tendrán acceso los malos. Recibamos dignamente el que tenemos ahora para llegar al otro. Así, pues, los mismos que son muchos son pocos. Muchos considerados en sí mismos, pocos en comparación de los malos. ¿Qué dice, entonces, el Señor? Encontró a uno solo y dice: «Arrojad fuera a muchos; queden dentro pocos». En efecto, decir muchos son los llamados; pocos, en cambio, los elegidos no es otra cosa que indicar claramente quiénes son los que en este banquete se encuentran en condiciones de ser llevados al otro banquete al que no tiene acceso ningún malo.

5. ¿De qué se trata, pues? No quiero que ninguno de los que os acercáis a la mesa del Señor aquí presente os encontréis entre los muchos que serán separados, sino en compañía de los pocos que permanecerán. ¿Cómo os será posible? Recibid el traje de boda. «Exponnos —dirás— cuál es el traje de boda». Sin duda, es el traje que solo poseen los buenos, los que quedarán en el banquete, los reservados para el banquete al que ningún malo tiene acceso, los conducidos a él por la gracia del Señor. Esos son los que tienen el traje de boda. Busquemos, pues, hermanos míos, quiénes entre los fieles tienen algo que no poseen los malos; eso será el traje de boda. ¿Los sacramentos? Veis que son comunes a buenos y a malos. ¿El bautismo? Es cierto que nadie llega a Dios sin el bautismo, pero no todo el que tiene el bautismo llega a Dios. Por tanto, no me es posible identificar el traje de boda con el bautismo, es decir, con el sacramento: es un traje que veo que llevan buenos y malos. Tal vez lo es el altar o lo que se recibe de él. Pero vemos que muchos lo comen, pero comen y beben su condenación22. ¿Qué cosa es, entonces? ¿El ayuno? También los malos ayunan. ¿Asistir con los demás a la Iglesia? También asisten los malos. Para concluir, ¿el hacer milagros? No solo los hacen los buenos y los malos, sino que a veces no los hacen los buenos. Ved que en el antiguo pueblo hacían milagros los magos del faraón23 y no los hacían los israelitas. Entre estos solo Moisés y Aarón los hacían. Los demás no los hacían, pero los veían, temían, creían. ¿Acaso eran mejores los magos del faraón, que hacían milagros, que el pueblo de Israel que no podía hacerlos y, con todo, como pueblo pertenecía a Dios? Ya dentro de la Iglesia, escucha al Apóstol: ¿Acaso son todos profetas? ¿Acaso tienen todos el don de curaciones? ¿Hablan todos lenguas?24.

6. ¿Cuál es, pues, el traje de boda? Este: El objetivo del mandamiento —dice el Apóstol— es el amor que procede de un corazón puro, de una conciencia recta y de una fe no fingida25. Este es el traje de boda. No cualquier amor, pues con frecuencia vemos que se aman hombres partícipes de una mala conciencia. Quienes juntos cometen robos, juntos causan daños, juntos aman a los histriones, juntos aclaman a los aurigas y cazadores del circo, en la mayor parte de los casos hay amor entre ellos; pero no existe en ellos el amor que procede de un corazón puro, de una conciencia recta y de una fe no fingida. Tal amor es el traje de boda. Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, me he hecho —dice— semejante a un bronce que suena o a un címbalo que retiñe26. Llegaron las lenguas solas y se les dice: «¿Por qué habéis entrado aquí sin poseer el traje de boda? Aunque tuviera —dice— el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda ciencia; aunque tuviera fe hasta trasladar los montes, si no tengo amor, nada soy27. Considerad los milagros de hombres que, la mayor parte de las veces, no tienen el traje de boda. Si tengo —dice— todas estas cosas, pero no tengo a Cristo, nada soy. Nada —dice— soy. Entonces, ¿no es nada la profecía? ¿No es nada el conocimiento de los misterios? No es que estas cosas sean nada, sino que yo, aunque las tenga, si no tengo amor, nada soy. ¡Cuántos son los bienes que nada aprovechan por faltar el único bien! Si no tengo amor, aunque reparta limosnas a los pobres, aunque llegue por la confesión del nombre de Cristo hasta la sangre, hasta el fuego —todo esto puede hacerse también por amor a la gloria—, se trata siempre de cosas vanas. Por tanto, como es posible realizar cosas vanas por amor a la gloria y no por un amor rebosante de piedad, también las menciona. Óyelas: Aunque distribuya todo lo que poseo para uso de los pobres y aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha28. Este es el traje de boda. Interrogaos a vosotros mismos; si lo poseéis, os halláis seguros en el banquete del Señor. En un mismo hombre hay dos amores: la caridad y el amor pasional. Nazca en ti la caridad, si aún no ha nacido; y si ya ha nacido, aliméntala, nútrela, hazla crecer. En cambio, el amor pasional, aunque no puede extinguirse del todo en esta vida —pues si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no mora en nosotros29; en la medida en que reside en nosotros ese amor pasional, en esa misma medida no carecemos de pecado—... Crezca la caridad, disminuya el amor pasional. Para que la caridad llegue alguna vez a su perfección, extíngase el otro amor. Vestíos el traje de boda. Me dirijo a vosotros, los que todavía no lo tenéis. Ya estáis dentro, ya tenéis acceso al banquete, pero aún no tenéis el traje debido en honor del esposo. Todavía buscáis vuestros intereses, no los de Jesucristo30. En efecto, el traje de boda se lleva en honor del enlace, es decir, del esposo y de la esposa. Conocéis al esposo: es Cristo. Conocéis a la esposa: es la Iglesia. Honrad a la novia; honrad al novio. Si honráis como es debido a los que se casan, seréis sus hijos. Progresad, pues, también en esto. Amad al Señor y en él aprended a amaros a vosotros, de modo que cuando, amando al Señor, os améis a vosotros, tengáis la seguridad de que amáis al prójimo como a vosotros mismos31. Cuando encuentro a uno que no se ama a sí mismo, ¿cómo voy a permitirle que ame al prójimo como a sí mismo? ¿Y quién hay —dirá alguien— que no se ame a sí mismo? Helo aquí: El que ama la maldad, odia su propia alma32. ¿Acaso se ama quien ama su carne y odia su propia alma, en perjuicio suyo, en perjuicio de su alma y de su carne? Por otra parte, ¿quién ama su alma? Quien ama a Dios con todo su corazón y con toda su mente33. A ese tal le confío el prójimo. Amad a los prójimos como a vosotros mismos.

7. ¿Quién es —dirá alguien— mi prójimo? Todo hombre es tu prójimo. ¿Acaso no tuvimos todos dos progenitores? Prójimos son entre sí los animales de cualquier especie: la paloma de la paloma, el leopardo del leopardo, el áspid del áspid, la oveja de la oveja; ¿no va a ser un hombre prójimo respecto de otro? Traed a la memoria la creación de los seres. Habló Dios, y las aguas produjeron; produjeron los animales que nadan, los grandes cetáceos, los peces, las aves y otros semejantes34. ¿Acaso todas las aves proceden de una única ave? ¿Proceden acaso todos los buitres de uno solo? La misma pregunta puede hacerse respecto de las palomas, las culebras, los dorados, las ovejas. Ciertamente la tierra produjo todas estas especies al mismo tiempo35. Se llegó al hombre, y la tierra no produjo al hombre. A nosotros Dios nos hizo un único padre; ni siquiera dos: un padre y una madre. A nosotros —repito— nos hizo Dios un único padre; ni siquiera dos: un padre y una madre, sino que del único padre hizo una única madre. El único padre no proviene de nadie, sino que fue hecho por Dios36; la única madre proviene del único padre37. Considerad nuestra raza humana: todos hemos manado de una única fuente y, como esta se volvió amarga, todos nos hemos convertido de olivos en acebuches38. Llegó también la gracia. Uno solo engendró para el pecado y la muerte, pero al único linaje, por lo que todos son prójimos de él; no solo semejantes, sino también parientes. Vino uno contra uno; contra uno que dispersó, uno que recoge39. De igual manera, contra uno que da muerte, uno que da vida. Pues como en Adán todos mueren, así en Cristo todos reciben la vida40. Pero, del mismo modo que todo el que nace de aquel muere, así todo el que cree en Jesucristo recibe la vida. Pero solamente si tiene el traje de boda, si se le invita para que permanezca, no para que le aparten.

8. Tened, pues, caridad, hermanos míos. Os he explicado cuál es el traje de boda; os he expuesto cuál es ese traje. Se alaba la fe; consta que es objeto de alabanza. Pero ¿qué clase de fe? El apóstol distingue. En efecto, a algunos que se gloriaban de su fe careciendo de buenas costumbres, les dice en tono de reproche el apóstol Santiago: Tú crees que hay un solo Dios, y haces bien. También los demonios creen y tiemblan41. Recordad conmigo por qué fue alabado Pedro, por qué se le declaró bienaventurado. Porque dijo: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo42. Quien lo proclamó bienaventurado no atendió al sonido de sus palabras, sino al afecto de su corazón. ¿Queréis ver cómo la bienaventuranza de Pedro no radicaba en aquellas palabras? Las mismas palabras las dijeron también los demonios: Sabemos quién eres; tú eres el Hijo de Dios43. Pedro confesó que Jesús era Hijo de Dios; que era Hijo de Dios lo confesaron los demonios. Distingue, Señor, distingue. Distingo sin duda. Las palabras de Pedro brotaron del amor; las de los demonios, del temor. Además, Pedro dice: Estoy contigo hasta la muerte44; los demonios: ¿Qué tenemos que ver contigo?45. Por tanto, tú que has venido al banquete no te gloríes solo de tu fe. Discierne tu fe, y entonces se reconoce también en ti el traje de boda. Haga la distinción el Apóstol, instrúyanos él: Ni la circuncisión —dice— ni el prepucio valen algo, sino solo la fe46. Di cuál: ¿acaso no creen también los demonios, y tiemblan? La indico —dice—; escucha, establezco la distinción, ahora la establezco: Sino solo la fe que obra por la caridad47. ¿Qué fe, pues? ¿Cuál? La que obra por la caridad. Aunque tenga toda la ciencia —dice— y toda la fe, de modo que traslade las montañas, si no tengo caridad, nada soy48. Poseed la fe junto con el amor, pues no podéis tener amor sin fe. Esta es mi amonestación, esta mi exhortación; esto es lo que enseño a Vuestra Caridad en el nombre del Señor: que vuestra fe vaya acompañada del amor, pues podéis tener fe y carecer de amor. No os exhorto a que tengáis fe, sino a que tengáis amor. En efecto, no podéis tener amor sin fe; me refiero al amor a Dios y al prójimo. ¿Cómo puede existir este sin la fe? ¿Cómo ama a Dios quien no cree en él? ¿Cómo ama a Dios el necio que dice en su corazón: No existe Dios?49. Puede darse que creas que Cristo ha venido y que no ames a Cristo. Pero no es posible que ames a Cristo y digas que no ha venido.

9. Tened, pues, fe acompañada de amor. Ese es el traje de boda. Amaos mutuamente quienes amáis a Cristo; amad a los amigos, amad a los enemigos. No os resulte duro. ¿Cuál es vuestra pérdida allí donde la ganancia es grande? ¿Por qué suplicas a Dios que te conceda como gran favor la muerte de tu enemigo? No es este el traje de boda. Dirige tu mirada al esposo mismo, que por ti pende de la cruz y ruega al Padre por sus enemigos: Padre —dice— perdónalos porque no saben lo que hacen50. Has visto al esposo pronunciar esas palabras, contempla también al amigo del esposo, invitado y vestido con el traje de boda. Fijaos en el bendito Esteban; fijaos cómo increpa a los judíos hasta parecer cruel y airado: Vosotros, gente de dura cerviz e incircuncisos de corazón y oídos, vosotros resistís al Espíritu Santo. ¿A cuál de los profetas no dieron muerte vuestros padres?51. Has escuchado cómo se muestra cruel con su lengua. Todavía estás dispuesto a decir algo contra alguien; y ¡ojalá lo digas contra quien ofende a Dios, no contra quien te ofende a ti! Ofende a Dios y no se lo reprochas; te ofende a ti y gritas: ¿dónde está el traje de boda? Así, pues, acabáis de escuchar cómo se ensañaba con los judíos Esteban; oíd ahora cómo los amaba. Ofendió a los que recriminaba y ellos le lapidaron. Y al sentirse aplastado y machacado por las manos de unos enfurecidos y los golpes de las piedras que le llegaban de todas partes, dijo en primer lugar: Señor Jesús, recibe mi espíritu52. Luego, después de haber orado de pie por sí mismo, lo hizo de rodillas por quienes le lapidaban, con estas palabras: Señor, no les imputes este delito53; yo moriré en carne, pero ¡que no mueran ellos en el corazón! Y, dicho esto, se durmió54. Después de esas palabras, nada añadió. Las pronunció y partió. Su última oración fue por los enemigos. Aprended a llevar el traje de boda. Haz también tú así; dobla tus rodillas, abaja tu frente a tierra y, al acercarte a la mesa del Señor, al banquete de las Sagradas Escrituras, no digas: «¡Ojalá muera mi enemigo! Señor, si algo he merecido ante ti, da muerte a mi enemigo». Si esto dices, ¿no tienes miedo que te responda: «Si quisiera dar muerte a tu enemigo, ya te la hubiera dado antes a ti? ¿Acaso te envaneces porque has venido ahora invitado? Piensa: poco antes, ¿qué fuiste? ¿No blasfemaste contra mí? ¿No te burlaste de mí? ¿No quisiste borrar mi nombre de la tierra? A pesar de todo, celebras el haber venido como invitado. Si te hubiera dado muerte cuando eras enemigo, ¿a quién hubiese convertido en amigo? ¿Por qué en tu malvada oración me invitas a que haga lo que no hice contigo? Más aún, te voy a enseñar —dice el Señor— a imitarme. Colgado del madero dije: Perdónalos, porque no saben lo que hacen55. Esto he enseñado a mi soldado. Aprende de mí a luchar contra el diablo. No hay otro modo de que salgas invicto de la lucha si no oras por tus enemigos. Dilo abiertamente, di también esto, dilo para perseguir a tu enemigo; pero dilo sabiendo lo que dices; discierne lo que dices. Mira que tu enemigo es un hombre; dime qué es lo que en él suscita la enemistad hacia ti. ¿Acaso el hecho de ser hombre? No, sin duda. ¿Entonces, qué? El ser malo. El hecho de ser hombre, obra mía esta, no suscita la enemistad. Dios te dice: «Yo no hice malo al hombre; malo se hizo él por su desobediencia, al obedecer al diablo1antes que a Dios». Lo que él hizo es lo que suscita la enemistad hacia ti; es tu enemigo por ser malo, no por ser hombre. Escucho «hombre» y «malo»; la primera designación corresponde a la naturaleza; la segunda, a la culpa. Sano la culpa y mantengo la naturaleza. Esto te dice tu Dios: «Mira que te hago justicia: doy muerte a tu enemigo; quito de él el hecho de ser malo y mantengo su ser hombre; ¿acaso no he dado muerte a tu enemigo y le he hecho amigo tuyo, al convertir a aquel hombre en bueno»? Que tu súplica sea esta: no que perezcan los hombres, sino que desaparezcan las enemistades. Si, por el contrario, pides que muera el hombre, se da el caso de un malo que ora contra otro malo, y cuando pides: «Da muerte a ese malvado», te responderá: «¿A quién de vosotros?».

10. Extended vuestro amor, pero no [solo] hasta vuestros cónyuges e hijos. Este amor se halla también en las bestias y en los pájaros. Conocéis bien cómo esos pájaros y golondrinas aman a su pareja: incuban juntos los huevos, juntos nutren sus polluelos por una cierta y gratificante bondad natural, sin pensar en ninguna recompensa. En efecto, ningún pájaro dice: «Alimentaré a mis hijos para que, cuando llegue a viejo, me alimenten». Nada de esto piensa: su amor es gratuito, gratuitamente alimenta; manifiesta su afecto paterno, no busca recompensa. También nosotros; lo sé, me consta que así amáis a vuestros hijos. No son los hijos los que deben acumular bienes para los padres, sino los padres para los hijos56. De este argumento os valéis para fomentar vuestra avaricia: adquirís para vuestros hijos, para ellos lo reserváis. Pero extended vuestro amor, crezca ese amor: amar a los hijos y al cónyuge no es todavía el traje de boda. Tened fe en Dios. Antes amadle. Extended vuestro amor hasta Dios, y a cuantos podáis, arrastradlos hacia Dios. ¿Es un enemigo? Arrástralo hacia Dios. ¿Es un hijo, la esposa, un siervo? Arrástralo hacia Dios. ¿Es un forastero? Arrástralo hacia Dios. ¿Es un enemigo? Arrástralo hacia Dios. Arrástralo, arrástralo hacia Dios; si lo arrastras, dejará de ser tu enemigo. Progrese y nútrase la caridad, de tal modo que, nutriéndose, se perfeccione; vístase de igual manera el traje de boda; de este modo también, progresando, escúlpase de nuevo la imagen de Dios según la cual hemos sido creados. Pues por el pecado se había oscurecido, se había deteriorado. ¿Cómo se oscureció? ¿Cómo se deterioró? Rozando la tierra. ¿Qué es ese rozar la tierra?

Desgastarse por los afanes terrenos. En efecto, aunque el hombre camine en imagen, en vano se inquieta57. En la imagen de Dios se busca la verdad, no la vanidad. Esculpamos de nuevo, mediante el amor a la verdad, la imagen según la cual fuimos creados, y devolvamos a nuestro César su propia imagen. Esto habéis escuchado en la respuesta del Señor a los judíos que le tentaban: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo, es decir, la imagen y su inscripción. Mostradme lo que tributáis, lo que preparáis, lo que se os exige; enseñádmelo. Le presentaron un denario, y preguntó de quién era la imagen y la inscripción. Le respondieron: Del César58. También este César busca su imagen. El César no quiere que perezca lo que él ordenó y Dios no quiere que perezca lo que él hizo. El César, hermanos míos, no fabricó la moneda, la fabrican los que la acuñan; se ordena a los artesanos que la fabriquen; la mandó fabricar a sus funcionarios. La imagen estaba grabada en la moneda; en la moneda se halla la imagen del César. Con todo, se busca lo que otros imprimieron: uno atesora monedas, otro no quiere quedarse sin ellas. Moneda de Cristo es el hombre. En él está la imagen de Cristo, en él el nombre de Cristo, el don de Cristo y los deberes impuestos por Cristo.