SERMÓN 88

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

Los dos ciegos de Jericó1

1. Vuestra Santidad sabe bien, como yo, que nuestro Señor y Salvador Jesucristo es el médico que procura nuestra salvación eterna y que tomó sobre sí la debilidad de nuestra naturaleza para que no fuese eterna. En efecto, asumió un cuerpo mortal en que dar muerte a la muerte. Y aunque fue crucificado a causa de nuestra debilidad —como dice el Apóstol— vive, no obstante, en el poder de Dios2. Del mismo Apóstol son estas palabras: Y puesto que ya no muere, tampoco la muerte tendrá dominio sobre él3. Todo esto lo conoce perfectamente vuestra fe. De donde se sigue también que sabemos que todos los milagros que realizó en los cuerpos nos sirven de advertencia para que, a partir de ahí, percibamos lo que no ha de pasar ni tener fin. Devolvió a los ciegos los ojos, que ciertamente alguna vez habría de cerrar la muerte; resucitó a Lázaro, que iba a morir otra vez. Y todo lo que hizo en beneficio de la salud de los cuerpos no lo hizo para que fuesen eternos; aunque, no obstante, aun al mismo cuerpo ha de dar al final la salud eterna. Mas, como no se creía lo que no se percibía por los ojos, mediante estas cosas temporales que se veían, edificaba la fe en las que no se veían.

2. Que nadie, por tanto, diga, hermanos, que nuestro Señor Jesucristo no hace ahora estos milagros y, por ello, anteponga los primeros tiempos de la Iglesia a los presentes. Pues en cierto lugar el mismo Señor antepone los que no ven y creen a los que ven y por eso creen4. En efecto, hasta en aquel tiempo fluctuaba tanto la debilidad de sus discípulos que, para creer que había resucitado aquel al que estaban viendo, juzgaban que tenían que tocarlo. No le bastaba ver con sus ojos, si sus manos no se acercaban a los miembros del Señor y tocaban las cicatrices de sus heridas aún recientes. Así, el discípulo que dudaba exclamó repentinamente: ¡Señor mío y Dios mío!5, después de haber tocado y reconocido las cicatrices6. Las cicatrices descubrían que era el que había sanado todas las heridas en los demás. ¿Acaso el Señor no podía resucitar sin las cicatrices? [Sí], pero conocía las heridas existentes en el corazón de sus discípulos, y para sanar estas había conservado aquellas en su cuerpo. ¿Y qué dijo el Señor a quien ya le confesaba y le decía: Señor mío y Dios mío? Porque me has visto —dice— has creído; dichosos quienes no ven y creen7. ¿Aquiénes se refería, hermanos, sino a nosotros? No solo a nosotros, sino también a los que existirán después de nosotros. Tras un breve espacio de tiempo, después de alejarse de los ojos mortales para afianzar la fe en los corazones, cuantos creyeron sin ver, y su fe tuvo gran mérito. Para adquirirla tan solo pusieron en movimiento su corazón piadoso, no su mano dispuesta a tocar.

3. Todo esto lo hizo el Señor para invitar a la fe. Esta fe hierve ahora en la Iglesia, extendida por todo el orbe. También ahora obra curaciones y mayores, pensando en las cuales no desdeñó hacer las menores. Pues como es mejor el alma que el cuerpo, así es mejor también la salud del alma que la del cuerpo. Ahora no abre sus ojos la carne ciega por un milagro de Dios, pero sí los abre el corazón por su palabra. No resucita ahora un cadáver mortal; resucita, en cambio, el alma que yacía muerta en un cadáver vivo. No se abren ahora los oídos sordos del cuerpo, pero ¡cuántos son los que tienen cerrados los oídos del corazón, que, sin embargo, se abren al penetrar la palabra de Dios, de forma que creen quienes no creían y viven santamente quienes vivían perdidamente y obedecen quienes no obedecían! Decimos también: «Fulano ha venido a la fe», y nos extrañamos cuando lo oímos referido a personas cuya dureza anterior conocíamos. ¿Por qué, entonces, te extrañas de que ahora crea, no haga daño a nadie, sirva a Dios, sino porque adviertes que ve el que tú conocías ciego; que vive el que conocías muerto; que oye el que conocías sordo? Ved, pues, otra clase de muertos, a los que se refería el Señor al decir a cierta persona que se demoraba en seguirle, porque quería dar sepultura a su padre: Deja —dice— que los muertos entierren a sus muertos8. Ciertamente, los sepultureros muertos no están muertos en el cuerpo, porque, si fuese así, no podrían dar sepultura a cuerpos muertos. No obstante, los llama muertos. ¿Dónde lo están sino interiormente, en el alma? Del mismo modo que en el terreno de lo visible se da también con frecuencia que en una casa íntegra y en buen estado yace muerto el dueño de la misma, así también en un cuerpo sano muchos tienen el alma muerta en su interior. También a estos los despierta el Apóstol con estas palabras: Levántate, tú que duermes, y sal de entre los muertos y te iluminará Cristo9. Es el mismo el que da la luz al ciego y el que resucita al muerto. Es su voz, sirviéndose del Apóstol, la que grita al muerto: Levántate, tú que duermes. El ciego será iluminado por la luz, una vez que haya resucitado. ¡Cuántos no eran los sordos que el Señor tenía ante sus ojos al decir: Quien tenga oídos para oír, que oiga!10. Pues¿quién estaba en su presencia sin el oído corporal? ¿Qué otros oídos buscaba, por tanto, sino los del hombre interior?

4. A su vez, ¿qué ojos buscaba cuando estaba hablando a personas que ciertamente veían, pero con los ojos de la carne? En efecto, al decirle Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta11, bien entendía que podía bastar con mostrar al Padre; pero ¿cómo iba a bastar el Padre a quien no le bastaba el igual al Padre? ¿Por qué no le bastaba? Porque no le veía. ¿Por qué no le veía? Porque aún no tenía sano el ojo con que poder verle. De hecho, lo que en la carne del Señor era visible a estos ojos, lo vieron no solo los discípulos que le honraron, sino también los judíos que le crucificaron. Por tanto, quien quería ser visto de otra manera, requería otros ojos. Y, en consecuencia, a quien le dijo: Muéstranos al Padre, le respondió: ¿Tanto tiempo llevo con vosotros y aún no me habéis conocido? Felipe, quien me ha visto a mí, ha visto también al Padre12. Y para sanar en el entretanto los ojos de la fe, primero le amonesta invitándole a la fe, a fin de que pueda llegar a la visión. Y para que Felipe no pensara que había que pensar a Dios como veía al Señor Jesucristo en su cuerpo, añadió inmediatamente: ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?13. Poco antes había dicho: Quien me ha visto a mí, ha visto también al Padre. Pero Felipe aún no tenía sano el ojo con que ver al Padre y, por tanto, con el que ver al mismo Hijo en cuanto igual al Padre. Así, pues, se dispuso a sanar y fortalecer con el medicamento y lenitivo de la fe la mirada de la mente aún dañada, incapaz de ver tanta luz, y le dijo: ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Por tanto, quien todavía no puede ver lo que ha de mostrar el Señor, no busque ver antes de creer, sino más bien crea primero para poder sanar el ojo con que ver. Efectivamente, a estos ojos de siervo se manifestaba solo la forma de siervo, pues si el que no juzgó objeto de rapiña ser igual a Dios, pudiera ya ser visto como igual a Dios por los que quiso sanar, no hubiera necesitado anonadarse a sí mismo y tomar la forma de siervo14. Y puesto que no existía posibilidad de verle como Dios y sí como hombre, el que era Dios se hizo hombre para que lo que se le veía sanase el mal de no verle. Él mismo dice en otro lugar: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios15. Sin duda Felipe podía responder y decir: «Advierte, Señor, que te estoy viendo. Dado que tú has dicho: Quien me ve a mí, ve también al Padre, ¿es el Padre como lo que estoy viendo?Antes de que Felipe le respondiera en estos términos, o quizá antes de que lo pensara, tras haber dicho el Señor: Quien me ha visto a mí, ha visto también al Padre, añadió inmediatamente: ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Con ese ojo no podía ver aún ni al Padre ni al Hijo igual al Padre; mas, para sanar el que le posibilitara ver, tenía que ser ungido para creer. Por tanto, antes de ver lo que no puedes ver, cree lo que todavía no ves16. Camina en la fe para llegar a la visión. La visión no alegrará en la patria a aquel al que la fe no consoló en el camino. Pues así dice el Apóstol: Mientras estamos en el cuerpo, somos forasteros lejos del Señor17. Acto seguido añadió por qué aún somos forasteros, a pesar de haber creído ya: Caminamos en la fe —dice—, no en la visión18.

5. Por tanto, hermanos míos, todo nuestro esfuerzo en esta vida ha de consistir en sanar el ojo del corazón con que ver a Dios. Con esta finalidad se celebran los sacrosantos misterios; con esta finalidad se predica la palabra de Dios; a eso van dirigidas las exhortaciones morales de la Iglesia, es decir, las que miran a corregir las costumbres, a enmendar los apetitos de la carne, a que renunciemos a este mundo no solo de palabra, sino también con un cambio de vida; a esta finalidad va encaminado todo el actuar de las Escrituras divinas y santas, para que se purifique nuestro interior de lo que nos impide la contemplación de Dios. De igual manera, este ojo ha sido hecho para ver esta luz temporal, luz que, aunque celeste, es corporal y visible, no solo al hombre, sino también a los animales más diminutos —para eso fue hecho el ojo: para ver esta luz—. Sin embargo, si se le arroja o le cae algo que lo enturbie, queda fuera de la luz, y aunque ella lo envuelva con su presencia, él se vuelve a otro lugar y está ausente. Al estar turbio, el ojo no solo se aparta de la luz presente, sino que hasta le resulta molesta esa luz, para ver la cual fue hecho. De idéntica manera, el ojo del corazón turbio y dañado se aparta de la luz de la justicia y ni se atreve ni es capaz de contemplarla.

6. ¿Qué es lo que turba el ojo de carne? O un amor, o algo de tierra que cae sobre él. ¿Qué turba el ojo del corazón? Una apetencia malsana, la avaricia, la iniquidad, los deseos mundanos son lo que turban, cierran y ciegan el ojo del corazón. ¡Cómo se busca el médico cuando el ojo de carne está turbio; cómo no se difiere abrirlo y limpiarlo, para que sane lo que nos posibilita ver esta luz! Si a uno le cae en el ojo una pajita, corre, no descansa, no lo deja siquiera para más tarde. Sin duda, fue Dios quien hizo el sol que queremos ver cuando los ojos están sanos. Ciertamente, es mucho más brillante quien lo hizo, pero no es siquiera de este género de luz que corresponde al ojo de la mente. Esa luz es la sabiduría eterna19. Dios te hizo a ti, ¡oh hombre!, a su imagen. Dándote con qué ver el sol que él hizo, ¿no te iba a dar con qué ver a quien te hizo, habiéndote hecho a su imagen? También te dio esto; te dio lo uno y lo otro. Pero si mucho amas estos ojos exteriores, mucho descuidas también el ojo interior; lo llevas cansado y herido. Si quien te fabricó quisiera mostrársete, te causaría dolor; sería un tormento para tu ojo antes de ser sanado y curado. Pues hasta en el paraíso pecó Adán y se escondió de la presencia de Dios. Mientras tenía el corazón sano por la pureza de conciencia, gozaba hallándose en la presencia de Dios; después que, por el pecado, su ojo quedó dañado, comenzó a temer la luz divina, se refugió en las tinieblas y en la densidad del bosque, huyendo de la verdad y ansiando la oscuridad20.

7. Por tanto, hermanos míos, puesto que también nosotros hemos nacido de Adán y, como dice el Apóstol, en Adán mueren todos21 —la humanidad entera se componía en un momento determinado de solo dos personas— si no quisimos obedecer al médico para no enfermar, obedezcámosle para librarnos de la enfermedad. Cuando estábamos sanos, el médico nos dio algunos preceptos; nos los dio para que no necesitáramos de él. No necesitan del médico —dice— los sanos, sino los enfermos22. Estando sanos despreciamos los preceptos y, por experiencia, vimos a cuán gran ruina nos condujo tal desprecio. Ya comenzamos a enfermar, nos fatigamos, estamos en el lecho de la enfermedad; pero no perdamos la esperanza. Pues no pudiendo llegar nosotros hasta el médico, él mismo se dignó venir hasta nosotros. No despreció al herido que lo había despreciado cuando estaba sano. No cesó de dar otros preceptos al lánguido que no quiso guardarlos antes para no caer enfermo, como si le dijera: «Por experiencia has visto que dije la verdad cuando te indicaba: ¡No toques esto! Sana, pues, y vuelve a la vida. Advierte que cargo con tu enfermedad23; bebe el cáliz amargo. Pues tú hiciste que te fuesen tan fatigosos preceptos tan dulces que te di cuando estabas sano. Los despreciaste y comenzaste a sentir fatiga; no puedes sanar si no bebes el cáliz amargo, el cáliz de las tentaciones en que abunda esta vida, el cáliz de las tribulaciones, de las angustias, de las pasiones. Bébelo —dice— bébelo para vivir». Y para que el enfermo no le respondiera: «No puedo, no lo soporto, no lo bebo», lo bebió antes el médico sano, para que no dudase de beberlo el enfermo. ¿Qué hay de amargo en tal bebida que no lo bebiera él? Si la afrenta; antes escuchó él, al expulsar a los demonios, que tenía un demonio24 y que expulsaba los demonios por Belcebú25. Por eso, al consolar a los enfermos, dice: Si llamaron Belcebú al padre de familia, ¿cuánto más a los de su casa?26. Si son amargos los dolores, él fue atado, flagelado y crucificado. Si es amarga la muerte, también murió. Si la debilidad aborrece cierto género de muerte, nada había entonces más ignominioso que la muerte de cruz. No en vano el Apóstol, para encarecer su obediencia, añadió: Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz27.

8. Mas, como él iba a honrar a sus fieles al final de este mundo, antes honró la cruz en este mundo. De hecho, los príncipes de la tierra que creen en él prohíben crucificar a nadie, aunque sea un delincuente: lo que los perseguidores judíos procuraron al Señor con gran afrenta para él, lo llevan ahora con toda naturalidad sus siervos, incluso reyes, en la frente. Ahora no aparece solo la clase de muerte que se dignó sufrir por nosotros el Señor, hecho maldición por nosotros, como dice el Apóstol28. Cuando la ceguera de los judíos le insultaba mientras pendía de la cruz, podía ciertamente descender de ella quien, si hubiera querido, no se habría hallado en la misma; pero mayor proeza era resucitar del sepulcro que bajar de la cruz. El Señor, pues, al obrar estas acciones divinas y padecer estas miserias humanas, con sus milagros y padecimientos corporales, nos exhorta a que creamos y sanemos para contemplar las realidades invisibles que desconoce el ojo de la carne. Por tanto, obrando así curó a esos ciegos, a los que se refería el pasaje del evangelio leído ahora. Y advertid lo que intimó al enfermo interior con la misma acción de curar.

9. Prestad atención a la conclusión del hecho y a su desarrollo. Ambos ciegos están sentados en el camino. Cuando pasaba el Señor, le gritaban para que tuviese compasión de ellos. A su vez, la muchedumbre que le acompañaba los increpó para que no gritasen. Y no penséis que carece de significado la indicación de este detalle. Con su continuo gritar vencían a la muchedumbre que los increpaba; la vencían de modo que su voz llegó a los oídos del Señor: ¡como si no hubiese visto él ya antes sus pensamientos! Gritaron, pues, los dos ciegos para que los oyese el Señor y la muchedumbre no pudo reprimirlos. El Señor pasaba y ellos gritaban. El Señor se detuvo y los sanó.

En efecto, se detuvo el Señor Jesús, los llamó y les dijo: «¿Qué queréis que os haga?». Y ellos respondieron: «Que se abran nuestros ojos»29. El Señor lo hizo en atención a su fe; restableció sus ojos. Si hemos comprendido ya quién está enfermo, sordo o muerto interiormente, busquemos también allí al que está ciego en su interior: tiene cerrados los ojos de su corazón. Jesús pasa para que gritemos. ¿Qué significa que pasa Jesús? Que realiza acciones temporales. ¿Qué significa que pasa Jesús? Que realiza acciones transitorias. Prestad atención y ved cuántas de sus obras han pasado. Nació de la virgen María: ¿acaso está siempre naciendo? De pequeño fue amamantado: ¿acaso está siempre tomando el pecho? Pasó por las distintas edades hasta su juventud: ¿acaso está siempre creciendo físicamente? A su infancia siguió su niñez; a su niñez, su adolescencia, y a su adolescencia, pasajera y caduca, su juventud. Pasaron hasta los milagros mismos que realizó; los leemos y los creemos. En efecto, al ser escritos para que pudieran leerse, pasaban a la vez que se realizaban. Finalmente, para no demorarme más, fue crucificado: ¿acaso pende siempre de la cruz? Fue sepultado, resucitó, subió al cielo; ya no muere y la muerte ya no tiene poder sobre él30: a la vez que permanece para siempre su divinidad, su inmortalidad corporal nunca vendrá a menos.

No obstante, todo lo que hizo en el tiempo pasó y se escribió para que se leyese, y se predica para que se crea. Así, pues, en todas estas cosas pasa Jesús.

10. ¿Qué simbolizan los dos ciegos junto al camino sino los dos pueblos que vino a sanar Jesús? Mostrémoslos en las Escrituras sagradas. En el evangelio está escrito: Tengo otras ovejas que no son de este redil; conviene que también a estas las conduzca para que haya un solo rebaño y un solo pastor31. ¿Cuáles son, pues, estos dos pueblos? Uno el judío y otro el gentil. No he sido enviado —dice— sino a las ovejas de la casa de Israel que han perecido32. ¿A quiénes dijo estas palabras? A sus discípulos cuando la mujer cananea gritaba y reconoció ser un perro para merecer las migajas de la mesa de los amos33. Y puesto que las mereció, quedaron de manifiesto los dos pueblos a los que había venido: es decir, el judío, al que se refieren estas palabras: No he sido enviado sino a las ovejas de la casa de Israel que han perecido, y el gentil, al que anticipaba en figura esta mujer a la que en un primer momento había rechazado diciéndole: No está bien echar a los perros el pan de los hijos34; mujer a la que, habiéndole respondido ella: Así es, Señor, pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos, había replicado: ¡Oh mujer!, grande es tu fe; que te suceda como deseas35. Pues a este pueblo pertenecía también el centurión del que dijo el mismo Señor: En verdad os digo que no he hallado fe tan grande en Israel36, después de haber dicho él: No soy digno de que entres bajo mi techo, pero di solo una palabra y mi hijo quedará sano37. De igual manera ya antes de su pasión y glorificación señalaba el Señor los dos pueblos; uno, al que había venido para mantener las promesas hechas a los patriarcas, y otro, al que por misericordia no rechazaba para que se cumpliese lo prometido a Abrahán: En tu linaje serán bendecidos todos los pueblos38. Esta es la razón por la que también el Apóstol, ya después de la resurrección y ascensión del Señor, una vez despreciado por los judíos, se encaminó a los gentiles. Sin embargo, no silenció a las iglesias formadas por judíos que habían creído: Era —dice— un desconocido para las iglesias de Judea, que existen en Cristo. Solamente oían decir: El que antes nos perseguía, ahora anuncia la fe que en otro tiempo arrasaba; y en mí —dice— glorificaban a Dios39. Así Cristo es llamado también piedra angular40, por haber hecho de los dos pueblos uno solo41. El ángulo, en efecto, junta en sí a dos paredes de dirección distinta. ¿Hay cosa más diversa que la circuncisión y el prepucio? Tienes una pared que proviene de Judea y otra que procede de los gentiles, pero se unen en la piedra angular. La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en cabeza de ángulo42. En un edificio no existe ángulo mas que cuando dos paredes que proceden de distinta dirección confluyen en un punto y se unen en una cierta unidad. Ahora bien, estas dos paredes estaban figuradas en los dos ciegos que gritaban ante el Señor.

11. Prestad atención ahora, amadísimos. El Señor pasaba, los ciegos gritaban. ¿Qué significa «pasaba»? Que hacía obras transitorias, como ya dije. Nuestra fe se edifica en conformidad con estas obras transitorias. Creemos, en efecto, en el Hijo de Dios: no solo que es la Palabra por la que fueron hechas todas las cosas43. Pues si hubiera permanecido siempre en la forma de Dios en la que es igual a Dios, no se hubiera anonadado tomando la forma de siervo44, ni le hubieran sentido los ciegos para poder gritarle. Mas al realizar obras transitorias, es decir, al humillarse, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz45, gritaron los dos ciegos: Ten compasión de nosotros, hijo de David46. Pues el hecho mismo de que el señor y creador de David quiso ser también hijo suyo, lo realizó en el tiempo, lo hizo pasando.

12. Pero ¿qué es, hermanos, gritar a Cristo sino adecuarse a la gracia de Cristo con las buenas obras? Digo esto, hermanos, no sea que hagamos excesivo ruido de palabra, pero callen nuestras costumbres. ¿Quién es el que grita a Cristo para que le haga desparecer la ceguera interior cuando pasa, es decir, cuando nos dispensa los misterios temporales con los que se nos exhorta a adquirir los bienes eternos? ¿Quién es el que grita a Cristo? Quien desprecia al mundo grita a Cristo. Quien desprecia los placeres mundanos grita a Cristo. Quien reparte, da a los pobres para que su justicia permanezca por los siglos de los siglos47 grita a Cristo. Quien dice, no con la lengua, sino con la vida: El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo48 grita a Cristo. Quien escucha sin hacerse el sordo: Vended vuestras cosas y dad lo obtenido a los pobres; procuraos bolsas que no envejecen, un tesoro inagotable en el cielo49, como si oyese el ruido de los pasos de Cristo que pasa, grite en cuanto ciego por estas cosas, es decir, hágalas realidad. Su voz sean sus hechos. Comience a despreciar al mundo, a distribuir de su abundancia, a tener en nada lo que los hombres aman: desprecie las injurias, no desee vengarse, prepare la mejilla al que le golpea50, ore por su enemigo; si alguien le quita lo suyo, no lo exija51; si, al contrario, ha quitado algo a alguien, devuélvale el cuádruplo52.

13. Una vez que ha comenzado a hacer esto, todos sus familiares, allegados y amigos se alborotan. Quienes aman al mundo se le ponen en contra. «¿Es que te has vuelto loco? No te pases; ¿acaso los demás no son cristianos? Esto es una idiotez, una locura». Otras cosas como estas grita la turba para que no griten los ciegos. La turba los reprendía cuando ellos gritaban, pero no ahogaba sus gritos. Comprendan qué han de hacer quienes desean que Jesús les cure. También ahora pasa Jesús; griten los que se hallan a la vera del camino. Pues están a la vera del camino los que le honran con los labios, pero su corazón está alejado de Dios53. Están a la vera del camino los contritos de corazón, esos a los que el Señor dio los preceptos54. En efecto, siempre que se nos leen las obras transitorias del Señor se nos muestra a Jesús que pasa. Hasta el fin del mundo nunca faltarán ciegos sentados junto al camino. Es necesario que griten los que se hallan sentados a la vera del camino. La muchedumbre que acompañaba al Señor reprimía el grito de los que buscaban su salud. Hermanos, ¿os dais cuenta de lo que digo? Pues no sé cómo decirlo, pero sé menos aún cómo callar. Esto es lo que digo y lo digo abiertamente: Temo a Jesús en cuanto pasa y en cuanto permanece y por eso no puedo callar. Los buenos cristianos, los realmente entusiastas y deseosos de cumplir los preceptos de Dios escritos en el Evangelio, se sienten impedidos por los cristianos malos y tibios. La muchedumbre misma que acompaña al Señor les prohíbe gritar, es decir, les prohíbe obrar el bien, no sea que con su perseverancia sean curados. Griten ellos, no se cansen ni se dejen como arrastrar por la presión de la masa; no imiten siquiera a los que, siendo cristianos desde antes que ellos, viven como malvados y les miran mal a causa de sus buenas obras. No digan: «Vivamos como vive una multitud ya tan grande». ¿Por qué no vivir como ordena el Evangelio? ¿Por qué quieres ajustar tu vida al reproche de la muchedumbre que te impide gritar, y no a las huellas del Señor que pasa? Te insultará, te vituperará, te invitará a volverte atrás; tú grita hasta llegar a los oídos de Jesús. Pues quienes son constantes en hacer lo que ordenó Cristo sin hacer caso de los muchos que se lo prohíben y no otorgan demasiado valor al hecho de que estos parecen seguir a Jesús —es decir, de que se llaman cristianos—, sino que tienen más amor a la luz que Cristo les ha de devolver que temor al vocerío de los que le prohíben gritar, en modo alguno se verán separados de Jesús: no solo se detendrá; también los sanará.

14. Pues ¿cómo son sanados nuestros ojos? Como por la fe advertimos que Cristo pasa en su plan salvífico temporal, entendamos de igual manera que Cristo es estable en su eternidad inmutable. En efecto, el ojo recibe su curación en el momento en que comprende que Cristo es Dios. Entienda esto Vuestra Caridad; preste atención al gran misterio que voy a decir. Todo lo que nuestro Señor Jesucristo realizó en el tiempo nos inculca la fe. Creemos en el Hijo de Dios —no solo en la Palabra por la que fueron hechas todas las cosas, sino también que la Palabra, hecha carne para habitar entre nosotros, nació de María la Virgen— y en las demás verdades contenidas en la fe. Estas verdades se nos han manifestado para que Cristo pasara y para que los ciegos, al oír el ruido de sus pasos, gritaran con las obras de su vida, recordando la fe que profesan. Ya se muestra estable Jesús para sanar a los que gritan. Efectivamente, ya ve a Cristo estable el que dice: Y si conocíamos a Cristo según la carne, ahora ya no le conocemos55. De hecho, en la medida en que es posible en esta vida, veía la divinidad de Cristo. Existe la divinidad de Cristo y existe su humanidad. La divinidad es estable, la humanidad pasa. ¿Qué significa que ladivinidad es estable? Que no cambia, que no se destruye, que no se aleja. Pues vino a nosotros de modo que no se apartó del Padre, ni ascendió de modo que cambiara de lugar. Tomada la carne, cambió de lugar; Dios, por el contrario, ni siquiera cambia de lugar al tomar la carne, porque no reside en lugar alguno. Que nos toque Cristo estable: queden sanos nuestros ojos. ¿Los ojos de quiénes? Los de quienes gritan cuando él pasa, es decir, los de quienes obran bien mediante la fe que, para instruirnos a nosotros, párvulos todavía, se nos ha dispensado en el tiempo.

15. Una vez sanados los ojos, ¿qué podemos tener de más valor, hermanos? ¡Cómo gozan los que ven esta luz creada, la que refulge desde el cielo o la producida por una antorcha! ¡Y cuán desgraciados se sienten los que no pueden verla! Mas, ¿por qué hablo, por qué digo yo esto, sino para exhortaros a gritar cuando pasa Jesús? Exhorto a Vuestra Caridad a amar la luz que quizá aún no veis. Mientras dura vuestra ceguera, creed y gritad para llegar a ver. ¡Cuán grande se considera la desdicha de los hombres que no ven esta luz corporal! Alguien ha perdido los ojos; inmediatamente se comenta: «Encolerizó a Dios, algo malo hizo». Es lo que decía la mujer de Tobías a su esposo. A propósito de un cabrito, él gritaba que no procediese de un hurto; en su casa no quería oír ni el sonido de esa palabra; ella, defendiendo su acción, hería a su marido con la afrenta indicada. Cuando él le decía: «Devolvedlo, si proviene de un hurto»56, ella le respondía insultándolo: «¿Dónde está tu justicia?»57. ¡Cuán ciega estaba al defender su hurto; y cuánta luz veía el que ordenaba restituir lo robado! Ella se hallaba fuera, a la luz del sol; él, dentro, ante la luz de la justicia. ¿Quién de ellos se hallaba en luz mejor?

16. Hermanos, exhorto a Vuestra Caridad a amar esta luz, para que gritéis con las obras cuando pasa el Señor. Suene la voz de la fe para que el estable Jesús, es decir, la Sabiduría de Dios que permanece inmutable y la Majestad de la Palabra divina, por la que se hicieron todas las cosas58, abra vuestros ojos. Cuando Tobías exhortaba a su hijo, le exhortaba precisamente a gritar; es decir, le exhortaba a realizar buenas obras. Le indicaba que diese a los pobres; le mandaba que hiciese limosnas a los indigentes y le enseñaba con estas palabras: Hijo, las limosnas no permiten caer en las tinieblas59. Un ciego daba un consejo sobre cómo conseguir y obtener la luz. Las limosnas —dice— no permiten caer en las tinieblas. Si, lleno de admiración, le hubiese respondido el hijo: «¿Qué decir, entonces, padre? ¿O hiciste limosnas, para hablarme ahora privado de la vista? ¿No te hallas ahora envuelto en tinieblas? ¿Por qué me dices: Las limosnas no permiten caer en las tinieblas?»..., sabía él acerca de qué luz instruía al hijo, conocía lo que veía en el hombre interior. El hijo alargaba la mano al padre para que caminase en la tierra, y el padre se la alargaba al hijo para que habitase en el cielo.

17. En pocas palabras, hermanos, para concluir este sermón tomando pie de lo que tanto nos afecta y nos angustia, ved que hay una muchedumbre que reprende a los ciegos que gritan. Que a ninguno de los que, entre esa masa de gente, queréis sanar, os disuadan, dado que hay muchos cristianos de nombre e impíos por sus obras; que no os aparten del buen obrar. Gritad en medio de la muchedumbre que os reprime, os aparta de él, os insulta y vive mal. Los malos cristianos oprimen a los buenos no solo con las palabras, sino también con las malas obras. Un buen cristiano no quiere asistir a los espectáculos. Por el mismo hecho de poner freno a su malsano deseo para no ir al teatro, grita en pos de Cristo, grita para que le sane60. «Otros asisten a ellos, pero quizá son paganos, quizá judíos». Al contrario, si los cristianos no frecuentaran los teatros, habría tan poca gente que los demás se retirarían llenos de vergüenza. Así, pues, también los cristianos corren a los teatros, llevando el santo nombre para propio castigo. Grita, pues, negándote a ir, reprimiendo en tu corazón ese malsano deseo temporal, y mantente en ese grito fuerte y perseverante ante los oídos del Salvador para que se manifieste estable y te cure. Grita aun en medio de la muchedumbre misma, no pierdas la confianza en los oídos del Señor. En efecto, los ciegos no gritaron desde la parte opuesta a aquella en que estaba la muchedumbre, como si el Señor hubiese oído que gritaban desde un lugar en que nadie les estorbaba ni se lo impedía. Gritaron en medio de la muchedumbre y, no obstante, el Señor los oyó. Hacedlo así también vosotros, en medio de los pecadores y los derrochadores, en medio de los amantes de los placeres mundanos; gritad ahí para que os sane el Señor. No gritéis al Señor desde la otra parte, no vayáis a los herejes1para gritar desde allí. Considerad, hermanos, que los que gritaban fueron curados precisamente en medio de la muchedumbre que les prohibía gritar.

18. Ponga atención vuestra santidad también a lo que significa perseverar gritando. Diré lo que muchos han experimentado ya conmigo en el nombre del Señor, pues la Iglesia no cesa de engendrar a tales personas. Cuando un cristiano, sea el que sea, comienza a vivir rectamente, a entusiasmarse con las buenas obras y a despreciar el mundo, en el inicio mismo de sus buenas obras sufrirá la crítica y la oposición de los cristianos tibios. Si, en cambio, persevera y con su resistencia los vence sin desfallecer en su obrar bien, los mismos que antes se lo prohibían, comienzan a respetarle. Sus censuras, molestias y vetos solo duran mientras juzgan, prematuramente, que cederán a sus presiones. Pero si son vencidos a fin de que perseveren los que progresan en el bien obrar, se convierten y comienzan a decir: «Gran hombre, santo varón; feliz el hombre a quien Dios se lo concedió». Lo honran, lo felicitan, lo bendicen y alaban. Se comportan como la muchedumbre que acompañaba al Señor: prohibía a los ciegos que gritaran; pero después que estos gritaron de modo que merecieron ser oídos y conseguir la misericordia del Señor, la muchedumbre misma les dice: Os llama Jesús61. Ya hasta pasan a exhortarles los que antes les censuraban para que callasen. El único al que no llama el Señor es al que no se fatiga en este mundo. Pero ¿quién es el que en esta vida no se fatiga en medio de sus pecados y maldades? Si, pues, todos se fatigan, a todos ha dicho: Venid a mí todos los que estáis fatigados62. Pero, si lo dijo a todos, ¿por qué atribuyes lo que es culpa tuya a quien te ha invitado? Ven. Su casa no te resulta estrecha; el reino de Dios lo poseen integro a la vez todos y cada uno: tampoco disminuye al aumentar el número de los posesores, puesto que no se divide. Cada cual posee íntegramente lo que muchos poseen en concordia.

19. No obstante, hermanos, dentro del misterio que encierra esta lectura hemos advertido también algo que aparece con toda claridad en otros pasajes de los libros sagrados, a saber, que dentro de la Iglesia hay buenos y malos, lo que a menudo llamamos el trigo y la paja63. Que nadie abandone la era antes de tiempo; mientras dura la trilla tolere la paja, tolérela en la era, pues lo que tolera en ella, no lo tendrá en el granero. Llegará el aventador que separará los malos de los buenos. Habrá también una separación física, a la que precede ahora la espiritual. Separaos siempre de los malos con el corazón; ocasionalmente, no sin cautela, manteneos unidos a ellos físicamente. No obstante, tampoco seáis negligentes en corregir a los vuestros, es decir, a los que por cualquier título os compete cuidar. Amonestadles, enseñadles, exhortadles, infundidles temor. Obrad de todos los modos que os sea posible, no sea que os hagáis perezosos para corregir a los malos por el hecho de hallar en las Escrituras y en los ejemplos de los santos, tanto en los que vivieron antes como en los que vivieron después de la venida del Señor, que, dentro de la unidad de la Iglesia, los malos no contaminan a los buenos. Hay dos formas de que no te contamine el malo: si no le das tu consentimiento y si le repruebas, es decir, no participando, no asintiendo. Se participa, sin duda, cuando a un hecho suyo se añade el compartir voluntad y aprobación. Exhortándonos a ello dice el Apóstol: No participéis en las obras infructuosas de las tinieblas. Pero, como era poco el no consentir si iba acompañado de la negligencia en la disciplina, dijo: Antes bien, reprobadlo también64. Ved cómo está incluido lo uno y lo otro: No participéis; más aún, reprobadlo también. ¿Qué significa no participéis? No consintáis, no le alabéis, no le deis aprobación. ¿Qué significa más aún, reprobadlo también? Reprendedlo, recriminadlo, presionadlo.

20. Además, a la hora de corregir o reprimir los pecados ajenos, el que corrige a otro ha de precaverse del orgullo. Hay que pensar también en la sentencia del Apóstol: Por lo tanto, quien piense que está en pie, procure no caer65. Suene aterradora la reprensión fuera; dentro manténgase la suavidad del amor. Si una persona —como dice el mismo Apóstol— fuese sorprendida en algún delito, vosotros, los espirituales, corregidlo con espíritu de mansedumbre, vigilándote a ti mismo, no sea que también tú seas tentado. Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo66. Y en otro lugar: A un siervo del Señor —dice— no le conviene ser pendenciero, sino manso con todos, dócil, paciente, y que corrija con modestia a los que piensan diversamente, por si el Señor les da el arrepentimiento para conocer la verdad, y vuelven al buen sentido, librándose de los lazos del diablo, que los tiene cautivos, sujetos a su voluntad67. Por tanto, ni deis vuestro asentimiento a los malos, de modo que los aprobéis, si seáis tan negligentes que no los censuréis, ni tan orgullosos que recurráis al insulto para censurarlos.

21. Mas quien abandona la unidad, viola la caridad, y quien viola la caridad, por grande que sea lo que tiene, personalmente no es nada. Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, aunque conozca todos los misterios, aunque tenga la plenitud de la fe hasta trasladar montes, aunque distribuya todos sus bienes a los pobres, aunque entregue su cuerpo a las llamas, nada es y de nada le sirve68. Inútilmente posee cuanto posee quien carece de la única cosa que hace útil todo lo demás. Abracemos, pues, la caridad, esforzándonos por guardar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz69.

No nos seduzcan quienes, desde una inteligencia carnal y estableciendo una separación física, se alejan del trigo de la Iglesia extendido por todo el orbe, culpables de un sacrilegio contra el Espíritu. Pues todo el mundo ha recibido la buena semilla. El buen sembrador, el Hijo del hombre, esparció la buena semilla no solo en África, sino por doquier. El enemigo, a su vez, sembró encima la cizaña. Pero ¿qué dice el padre de familia? Dejad que ambos crezcan hasta la siega70. Crecer, ¿dónde? Ciertamente en el campo. ¿Cuál es el campo? ¿Acaso África solo? No. ¿Cuál es, entonces? No sea yo quien lo indique; dígalo el Señor; no permitamos que nadie haga cábalas por cuenta propia. Efectivamente, dijeron los discípulos al Maestro: Explícanos la parábola de la cizaña. Y el Señor la explicó: La semilla buena —dice— son los hijos del reino; la cizaña, los hijos del mal. ¿Quién la sembró? El enemigo que la sembró es el diablo. ¿Cuál es el campo? El campo es —dice— este mundo. ¿Cuál es la siega? La siega es —señala— el fin del mundo. ¿Quiénes los segadores? Los segadores son los ángeles71. ¿Acaso el mundo es África? ¿Acaso la siega es el tiempo presente? ¿Es acaso Donato el segador? Contemplad la mies en todo el orbe de la tierra; creced por todo el orbe de la tierra convirtiéndoos en mies; soportad la cizaña en todo el orbe de la tierra hasta la siega. No os seduzcan los descarriados, paja demasiado ligera; el viento la saca de la era antes de que llegue el aventador; no os seduzcan. Amarradlos con solo esta parábola de la cizaña y no los dejéis hablar más. «Él entregó los códices». «No él, sino el otro». Fuera quien fuera el que los entregó, ¿acaso la infidelidad de los traidores anuló la fidelidad de Dios? ¿Cuál es la fidelidad de Dios? La que prometió a Abrahán al decirle: En tu linaje serán bendecidos todos los pueblos72. ¿Cuál es la fidelidad de Dios? Dejad que ambos crezcan hasta la siega. Crecer, ¿dónde? En el campo. ¿Qué significa «en el campo»? En el mundo.

22. Llegados aquí, dicen ellos: «Una y otra semilla había aumentado efectivamente en el mundo, pero el trigo ha disminuido ya y se ha concentrado en nuestra región y en nuestro reducido número». No te permite el Señor hacer las interpretaciones que te vengan en gana. Al exponer esta parábola, él mismo te tapa la boca, boca sacrílega, impía, profana, contraria a ti mismo que llevas la contraria al testador que hasta a ti te llama a la herencia. ¿Cómo te tapa la boca? Al decir: Dejad que ambos crezcan hasta la siega73. Creamos que ha disminuido el trigo si ha tenido lugar ya la siega. Aunque ni siquiera entonces disminuirá sino que se guardará en el granero. Pues dice así: Recoged primero la cizaña y atadla en haces para enviarla al fuego; el trigo, en cambio, guardadlo en mi granero74. Si, pues, el trigo sigue creciendo hasta la siega y después de ella se guarda, di tú, malvado, impío, ¿cuándo disminuye? Te concedo que, en comparación de la cizaña y de la paja juntas, haya menos cantidad de trigo; pero, con todo, juntos crecen hasta la siega. De hecho, cuando abunda la iniquidad y se entibia la caridad de muchos75, crece la cizaña, crece la paja. Mas, puesto que en el campo entero no puede faltar el trigo que, por la perseverancia hasta el final, se salvará76, trigo y cizaña crecen juntos hasta la siega. Es cierto que, pensando en la abundancia de los malos, se dijo: ¿Crees que cuando venga el Hijo del hombre encontrará fe en la tierra?77, haciendo referencia a todo el que, en cuanto trasgresor de la ley, imita al que oyó: Tierra eres y a la tierra volverás78; sin embargo, pensando también en la abundancia de los buenos y en el que escuchó: Tu linaje será como las estrellas del cielo y como la arena del mar79, tampoco se omitió esto otro: Muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán e Isaac en el reino de Dios80. Trigo y cizaña, pues, siguen creciendo hasta la siega. Tanto la cizaña y la paja por un lado, como el trigo por otro cuentan con frases a su favor en la Escritura. Quienes no las entienden, confunden y son confundidos y, de esta manera, llevados por una ciega pasión, causan tanto alboroto que no quieren callar ni aun descubierta la verdad.

23. «Ved —dicen— que afirma el profeta: Apartaos, salid de allí y no toquéis lo inmundo81; ¿cómo, pues, hemos de tolerar en bien de la paz a los malos de quienes se nos manda salir y alejarnos para no entrar en contacto con lo inmundo?». Nosotros entendemos esta separación como separación espiritual, ellos como separación física. Efectivamente, también yo grito lo mismo que el profeta y, en cuanto vaso, sea como sea, Dios se sirve de mí para vuestro servicio; también yo grito y os digo: Apartaos, salid de allí y no toquéis lo inmundo, pero con contacto del corazón, no físico. Pues ¿qué es tocar lo inmundo sino consentir al pecado? A su vez, ¿qué es salir de allí sino hacer lo concerniente a la corrección de los malos, en la medida en que cada uno, según su categoría y su función, puede hacerlo, salvando siempre la paz? Has sentido desagrado ante el pecado de otra persona: no has tocado lo inmundo. La recriminaste, la corregiste, la aconsejaste, le aplicaste incluso, si el asunto lo exigía, un castigo adecuado, sin violar la unidad: saliste de allí. Prestad atención a los hechos de los santos no sea que os parezca que se trata de una interpretación personal mía. Estas palabras hemos de entenderlas como las entendieron los santos. Salid de allí —dice el profeta—. Primero presento la afirmación conforme al uso habitual del término, y luego demuestro que no es mía. A menudo se acusa a las personas y, al verse acusadas, se defienden. Mas, cuando la persona acusada se ha defendido de forma racional y correcta, los que la escuchan, dicen: «Salió de allí». Salió de allí, sin moverse de lugar. ¿Cómo salió de allí? Dando razones y con una muy justa defensa. Esto es lo que hacían los santos cuando sacudían el polvo de sus pies contra quienes no acogían la paz que les anunciaban82. De allí salió el centinela al que se le dijo: Te he puesto como centinela en la casa de Israel83. Pues a él se le dice: Si avisas al malvado y no abandona su maldad y su mal camino, él morirá en su maldad y tú salvarás tu alma84. Si hace esto, sale de allí, no porque se separe físicamente, sino porque defiende su obrar. Efectivamente, el centinela hizo lo que había que hacer, aunque el malvado no obedeciera a quien debía obedecer. Eso significa salid de allí.

24. Lo mismo gritó Moisés, Isaías, Jeremías y Ezequiel. Veamos si ellos hicieron esto, si abandonaron el pueblo de Dios y se marcharon a otros pueblos. ¡Cuántas cosas y cuán vehementemente reprochó Jeremías a los pecadores y malvados de su pueblo! Sin embargo, vivía en medio de ellos, con ellos entraba al único templo, celebraba los mismos ritos cultuales. Vivía en la asamblea de hombres malvados, mas, por el hecho de gritar contra ellos, salía de allí. Esto significa salir de allí, esto significa no tocar lo inmundo: no consentir con la voluntad y no perdonar con la boca. ¿Qué decir de Jeremías, de Isaías, de Daniel, de Ezequiel y de los restantes profetas, que no se apartaron de un pueblo malvado para no abandonar a los buenos mezclados en el pueblo, en el que también ellos pudieron ser así? Hermanos, en cuanto a Moisés mismo, mientras él recibía en el monte la ley, el pueblo fabricó allí abajo un ídolo. El pueblo de Dios, el pueblo conducido tras haberse retirado las olas del mar Rojo, olas que cubrieron a los enemigos que los perseguían, después de haber visto tantos hechos cargados de significado y tantos milagros —con el objetivo de dar muerte, mediante las plagas, a los egipcios y de proporcionarle a él la salvación, protegiéndole— pidió, no obstante, un ídolo, lo obtuvo por la fuerza, lo fabricó, lo adoró y le ofreció sacrificios85. Indica Dios a su siervo lo hecho por el pueblo y promete hacerlo desaparecer de delante de sus ojos. Intercede Moisés cuando iba a volver al pueblo mismo. Tuvo incluso ocasión de alejarse y de salir de en medio de ellos —en el sentido que ellos le dan— para no tocar lo inmundo, para no vivir en compañía de gente como aquella; sin embargo, no lo hizo. Y para que no pareciese que lo hizo llevado tal vez de la necesidad más que de la caridad, le ofreció Dios otro pueblo: Haré de ti —dice— un gran pueblo86, para destruirlos a ellos. Pero él no lo aceptó: se une a los pecadores, suplica por ellos. ¿Y cómo suplica? ¡Gran prueba de amor, hermanos! ¿Cómo suplica? Ved esa especie de amor materno de la que he hablado con frecuencia. Cuando Dios amenazaba al pueblo sacrílego, se estremecieron las piadosas entrañas de Moisés y se puso como escudo en defensa de ellos ante la ira de Dios. Señor —dice— si le perdonas el pecado, perdónaselo; de lo contrario, bórrame de tu libro87. ¡Con qué entrañas a la vez paternales y maternales; con cuánta seguridad dijo esto con la mirada puesta en la justicia y misericordia de Dios!: para que, al ser justo, no hiciera perecer al justo y, al ser misericordioso, perdonara a los pecadores.

25. Con toda certeza queda ya claro a Vuestra Prudencia cómo hay que entender los mencionados testimonios de las Escrituras. Cuando la Escritura proclama que debemos separarnos de los malos, no se nos pide que entendamos otra cosa, sino que nos apartemos con el corazón; no sea que, más que rehuir el asociarnos a los malos, cometamos el mal mayor de separarnos de los buenos, como hicieron los donatistas. Si estos, siendo ellos buenos, reprendiesen en verdad a los malos en vez de, siendo malos, difamar a los buenos, tolerarían por el bien de la paz a cualesquiera, ellos que recibieron como inmaculados a los maximianistas, que antes condenaron como sujetos ya perdidos. Es cierto que el profeta dijo claramente: Apartaos y salid de allí y no toquéis lo inmundo88. Yo, para comprender lo que dijo, pongo atención a lo que hizo. Con su proceder me expone sus palabras. Dijo: Apartaos. ¿A quiénes lo dijo? Ciertamente a los justos. ¿De quiénes les dijo que se separasen? Sin duda de los pecadores y malvados. Pregunto ahora si él mismo se apartó de ellos. Descubro que no. Luego él entendió otra cosa, pues ciertamente él sería el primero en hacer lo que ordenó. Pero hizo también lo que ordenó: se apartó con el corazón, los reprendió y los recriminó. Evitando consentir, no tocó lo inmundo; por haberlos reprendido, salió absuelto de la presencia de Dios, quien ni le imputa pecados personales porque no los cometió, ni pecados ajenos porque no los aprobó; ni le acusa de negligencia puesto que no se calló, ni de orgullo puesto que permaneció en la unidad. Así, pues, hermanos míos, a cuantos hay entre vosotros que todavía llevan el peso del amor mundano —los avaros, los perjuros, los adúlteros, los que asisten a espectáculos frívolos—; a los que consultan a los astrólogos, a los adivinos, a los augures y a los auspicios; a los borrachos, a los derrochadores y a cuantos malvados sabéis que existen entre vosotros, desaprobadlos en la medida de vuestra posibilidad, para apartaros de ellos con el corazón; recriminadlos, para salir de allí, y no consintáis, para no tocar lo inmundo. Concluye el sermón sobre los dos ciegos.