SERMÓN 86

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

El joven rico1

1. Con el texto leído, el evangelio me ha exhortado a hablar a Vuestra Caridad sobre el tesoro del cielo. Pues, contra lo que piensan los incrédulos avaros, nuestro Dios no quiso que perdiéramos nuestros bienes. Si se entiende bien, si se cree con piedad y se acepta con veneración lo que se nos ha mandado, más que ordenarnos que los perdamos, nos indicó el lugar donde colocarlos. En verdad, nadie puede evitar pensar en su tesoro y seguir a sus riquezas por cierto camino del corazón. Por tanto, si se entierran, el corazón se dirige hacia abajo; si, por el contrario, se guardan en el cielo, el corazón estará arriba. Entonces, si los cristianos quieren hacer lo que saben que también ellos proclaman... —y no todos los que lo oyen lo conocen, y ¡ojalá no lo conozcan en vano los que lo conocen!—. En consecuencia, quien quiera tener el corazón arriba, ponga allí, allí, lo que ama; y aunque corporalmente esté en la tierra, habite con Cristo en su corazón; y como a la Iglesia le precedió su cabeza, así al cristiano le preceda su corazón. Como los miembros han de ir al lugar donde les precedió la cabeza, Cristo, del mismo modo, el cristiano, una vez resucitado, ha de volver al lugar adonde ahora le ha precedido el corazón del hombre. Salgamos, pues, de aquí con la parte en que nos es posible; todo nuestro ser seguirá adonde haya ido alguna de sus partes. La casa terrena está en ruinas; la casa celeste es eterna. Anticipemos el emigrar al lugar adonde nos hemos propuesto llegar.

2. Hemos escuchado que cierto rico pidió consejo al maestro bueno sobre cómo conseguir la vida eterna. Gran cosa era la que amaba y cosa sin valor la que no quería despreciar. De esta forma, escuchando con un corazón desnortado a aquel al que ya había llamado maestro bueno, por un amor mayor a algo sin valor, perdió la posesión de lo que tiene valor. Si no hubiera querido alcanzar la vida eterna no hubiese pedido consejo sobre cómo lograrla. Por tanto, ¿qué significa, hermanos, que rechazase las palabras de aquel al que él mismo había llamado maestro bueno, palabras extraídas para sí de su auténtica enseñanza? ¿Es maestro bueno antes de enseñar y malo después de haberlo hecho? Se le llamó bueno antes de enseñar. No escuchó lo que deseaba, sino lo que debía escuchar; venía lleno de deseos, pero se retiró triste. ¿Cuál hubiera sido su reacción si se le hubiera dicho: «Pierde lo que tienes», si se marchó triste porque le dijo: «Guarda bien lo que posees»? Vete —le dice— vende lo que tienes y dalo a los pobres. ¿Temes, acaso, perderlo? Escucha lo que sigue: Y tendrás un tesoro en el cielo2. Quizá hubieras puesto un siervo para que custodiase tus tesoros: custodio de tu oro será tu Dios. Quien te lo dio en la tierra, él mismo te lo guarda en el cielo. Quizá no hubiese dudado en confiar a Cristo lo que tenía y se entristeció porque se le dijo: Dalo a los pobres, como pensando en su corazón: «Si me hubieras dicho: Dámelo y yo te lo guardaré en el cielo, no hubiese dudado en confiarlo a mi señor, el maestro bueno; pero ahora me has dicho: Dalo a los pobres».

3. Nadie tema darlo a los pobres; nadie piense que recibe aquel cuya mano ve. Quien recibe es el que te mandó dar. Y esto no es fruto de una corazonada mía o de simple conjetura humana; escúchale a él que, a la vez, te aconseja y te da seguridad en la Escritura: Tuve hambre —dice—, y me disteis de comer3. Y cuando, después de enumerados los servicios, le habían respondido: ¿Cuándo te vimos hambriento?, replicó: Cuando lo hicisteis a uno de los míos más pequeños, a mí me lo hicisteis4. Mendiga el pobre, pero recibe el Rico; das a quien lo ha de consumir y recibe quien lo ha de devolver. Y no ha de devolver solo lo que recibió; quiso tomar prestado a interés, prometió devolver más de lo que le das. Activa tu avaricia, considérate un usurero. Si lo fueses en verdad, te lo reprocharía la Iglesia, te condenaría la palabra de Dios, te execrarían todos tus hermanos en cuanto cruel usurero que desea sacar beneficio de las lágrimas ajenas. Sé usurero, nadie te lo prohíbe. Quieres dar a un pobre que llorará a la hora de devolver; da a la persona idónea, es decir, aquella que hasta te exhorta a que recibas lo que promete.

4. Da a Dios y cítale a juicio. Más aún, da a Dios y serás citado para recibir. Sin duda buscabas en la tierra a tu deudor; también él buscaba, pero el lugar donde esconderse de tu presencia. Te habías presentado ante el juez para decirle: «Manda que sea citado a juicio este deudor mío». Tras escuchar estas palabras, el deudor se marcha y ni siquiera piensa saludarte, a pesar de que, tal vez, cuando estaba necesitado, le salvaste con tu préstamo. Tienes, pues, a quien dar. Da a Cristo; de propia iniciativa, él mismo te cita a juicio para que recibas; te cita a ti que te extrañas de que él haya recibido algo de tus manos. En efecto, a los que se hallen a su derecha les dirá de buen grado: Venid, benditos de mi padre. ¿Adónde? Venid, recibid el reino que está preparado para vosotros desde el comienzo del mundo. ¿Por qué esto? Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estuve desnudo, y me vestisteis; fui forastero, y me acogisteis; enfermo y en la cárcel, y me visitasteis. Y ellos: Señor, ¿cuándo te vimos? ¿Qué significa esto? Cita a juicio el deudor y se excusan los acreedores. El deudor fiel no quiere estafarlos. ¿Dudáis de que vais a recibir? Fui yo el que recibí y ¿lo ignoráis vosotros? Y explica cómo recibió: «Cuando lo hicisteis a uno de los míos más pequeños, a mí me lo hicisteis5. No recibí directamente, sino a través de los míos. Lo dado a ellos, llegó hasta mí; estad seguros, no lo habéis perdido. En la tierra mirabais quiénes eran los menos capaces de devolver; en el cielo tenéis al capacitado para hacerlo. Yo —dice— he recibido; yo devolveré».

Pero ¿qué recibí? ¿Qué devuelvo? Tuve hambre —dice—, y me disteis de comer, y todo lo demás6. Recibí tierra, daré cielo; recibí bienes temporales, restituiré bienes eternos; recibí pan, daré vida. Más aún, puedo decir: recibí pan y daré pan; recibí bebida y daré bebida; recibí hospitalidad y daré casa; estando enfermo, fui visitado y daré salud; me visteis en la cárcel, y devolveré libertad. El pan que diste a mis pobres se consumió; el pan que yo daré otorga fuerzas y no se agota. Denos, pues, pan, el pan que bajó del cielo7. Al dar el pan, se dará a sí mismo.

5. ¿Qué deseabas cuando prestabas a interés? Dar monedas y recibir también monedas; pero dar pocas y recibir más de las dadas. «Yo —dice Dios— transformaré en algo mejor todo lo que me has dado». ¿Cuál no sería tu alegría si, dando una libra de plata, recibieras una de oro? Examínate e interroga a la avaricia: «Entregué una libra de plata y recibo una de oro». ¿En qué se parecen la plata y el oro? Más aún, ¿en qué se parecen la tierra y el cielo? Tanto el oro como la plata tendrías que dejarlo aquí; tú, en cambio, no vas a permanecer aquí por siempre. No solo te daré otra cosa; te la daré en mayor cantidad, te la daré de mejor calidad y te la daré para siempre. Por tanto, hermanos, que nuestra avaricia se apague de tal modo que encienda en llamas la otra avaricia, la santa. La que os prohíbe de todo punto que hagáis el bien, os orienta mal cuando os habla; queréis servir a un ama mala y no reconocer al Amo bueno. Y a veces son dos las amas que se adueñan del corazón y con sus deseos opuestos desgarran al mal siervo, que bien merece tenerlas por amas.

6. A veces se apoderan de un hombre das amas opuestas entre sí, la avaricia y la prodigalidad. La avaricia dice: «Guarda»; la prodigalidad: «Gasta». Sometido a das amas que mandan y exigen cosas contrarias, ¿qué vas a hacer? Una y otra tienen su retórica propia. Y cuando empiezas a no querer obedecerlas y a recobrar tu libertad, dado que no pueden mandar, halagan. Y más hay que precaverse de sus halagos que de sus mandatos. ¿Qué dice la avaricia? «Guarda para ti, guarda para tus hijos. Si llegas a sentirte en necesidad, nadie te dará. No vivas al día; mira por tu futuro». La prodigalidad, por el contrario, dice: «Vive mientras estás en vida; trata bien a tu alma8. Has de morir y no sabes cuándo. No sabes a quién lo has de dejar o si lo ha de poseer. Tú te privas y se lo quitas a tu gula; cuando hayas muerto, quizá él no te ponga un cáliz sobre tu tumba6, o si te lo pone, se emborrachará él y a ti no te llegará ni una gota. Trata, por tanto, bien a tu alma cuando y mientras puedes». Una cosa mandaba la avaricia: «Guarda para ti; mira por tu futuro». Otra distinta la prodigalidad: «Gasta; trata bien a tu alma».

7. Siente hastío, ¡oh hombre libre, llamado a la libertad!; sometido a tales amas, siente hastío de tu esclavitud. Reconoce a tu redentor, a tu manumisor. Sírvele a él; te manda cosas más fáciles, nunca opuestas entre sí. Me atrevo a decir más. La avaricia y la prodigalidad te ordenaban cosas contrarias de forma que no podías obedecer a ambas. Te decía una: «Guarda para ti y mira por tu futuro», y la otra: «Gasta, trata bien a tu alma». Suba al estrado tu Amo, que ha de decir las mismas cosas, y tu Redentor, que no dirá cosas contrarias. Si no quieres, su casa no tiene necesidad de quien sirve de mala gana. Pon atención a tu Redentor, pon atención a tu precio. Vino para redimirte; derramó la sangre. Te estimó en mucho quien te había comprado a tan alto precio. Reconoces quién te ha comprado; considera con qué te rescata. Paso por alto los restantes vicios que en tu orgullo te dominaban; en efecto, eras siervo de innumerables y malvadas amas. Me refiero ahora a esas dos que mandaban cosas contrarias, que te arrastraban a acciones distintas, la avaricia y la prodigalidad. Libérate de ellas, ven a tu Dios. Si eras siervo de la iniquidad, sé siervo de la justicia9. Las mismas palabras que ellas te dirigían y con las que te ordenaban cosas opuestas, las escuchas de boca de tu Señor, sin que te mande nada contradictorio. No elimina su retórica, pero la priva de su poder. ¿Qué te decía laavaricia? «Guarda para ti; mira por tu futuro». No cambia la palabra, cambia la persona. Si te place, compara ya a dos consejeras. Una es la avaricia; otra, la justicia.

Examina esas órdenes opuestas. «Guarda para ti», dice la avaricia. Suponte que quieres obedecerla; pregúntale dónde has de guardarlo. Ella te mostrará un lugar protegido, un recinto amurallado, un arca de acero. Protege todos esos lugares; quizá un ladrón de casa penetra incluso hasta el interior y, a la vez que estás preocupado por tu dinero, temerás por tu vida. Puesto que guardas mucho, quizá quien piensa robártelo planea también darte muerte. Por último, aunque protejas contra los ladrones tu tesoro y tus vestidos con toda clase de medios, ¡protégelos contra la herrumbre y la polilla!10. ¿Qué has de hacer? El enemigo no está fuera para quitártelo, sino dentro para corroerlo.

8. La avaricia, pues, no te ha dado un buen consejo. Advierte que te mandó guardar tus bienes, pero no halló lugar donde indicarte que los guardes. Añada la segunda parte de su consejo: «Mira por tu futuro». Un futuro ¿de qué duración? De unos pocos días e inciertos. A un hombre que no ha de vivir quizá ni el día de mañana, le dice: «Mira por tu futuro». Pero suponte que viva, no cuanto la avaricia demuestra, enseña, garantiza que ha de vivir, sino cuanto ella tiene en mente; suponte que viva, que envejezca y que muera conforme a los planes de la avaricia. Anciano encorvado, apoyado en el bastón, busca todavía ganancias y escucha a la avaricia, que le dice: «Mira por tu futuro». ¿Por qué futuro? Estás ya expirando y te habla para decirte: «Por tus hijos». ¡Ojalá no fuesen avaros al menos los ancianos que no tienen hijos! Ni siquiera a ellos, ni siquiera a los que ningún amor paterno les permite excusar su iniquidad, cesa de decirles: «Mira por tu futuro». Pero quizá estos se ruboricen de repente; fijémonos en quienes tienen hijos y veamos si tienen certeza de que ellos han de poseer lo que les dejen. Mientras se hallan en vida, presten atención a los hijos de los otros, de los cuales unos perdieron por maldad ajena lo que habían poseído y otros consumieron por su propia maldad lo que habían tenido: aunque hijos de ricos, siguen siendo pobres. Evitad nacer siervos de la avaricia. «Pero —dicen— esto lo poseerán mis hijos». No está seguro. No digo: «Es falso»; pero hagas lo que hagas, no está asegurado. Por último, supón que está asegurado: ¿qué les quieres dejar? Lo que has adquirido para ti. Ciertamente lo que has adquirido no te lo habían dejado y, no obstante, lo posees. Si tú pudiste tener algo que no heredaste, también ellos podrán poseer lo que tú no les hayas dejado.

9. Quedan refutados los consejos de la avaricia. Pero diga el Señor eso mismo, hable ya la justicia. Las palabras serán las mismas, pero no dirán lo mismo. Te dice tu Señor: «Guarda para ti, mira por tu futuro». Pregúntale también a él; «¿Dónde he de guardar mis bienes?». Tendrás un tesoro en el cielo11, donde el ladrón no entrará ni la polilla lo corroerá12. Para tu futuro ¿de qué duración? Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que está preparado para vosotros desde el comienzo del mundo13. La duración de este reino la manifiesta el fin de la frase. Después de haber dicho con referencia a los de la izquierda, así ellos irán al fuego eterno, añadió refiriéndose a los de la derecha: Los justos, en cambio, a la vida eterna14. Esto es mirar por el futuro. Un futuro después del cual no hay nada. Con referencia a él se habló de días y de un único día. En efecto, hablando de esos días, dice cierta persona: Para habitar en la casa del Señor a lo largo de los días15. También se habló de un día: Hoy te he engendrado16. Incluso aquellos días son un único día, puesto que ya no existe ni tiempo; a aquel día ni le precede el ayer ni le borra el mañana. Miremos, pues, por este futuro. Son las mismas palabras que te dirigía la avaricia, pero la avaricia ha sido derrocada.

Solo te queda decir: «¿Y qué hago con mis hijos?». Escucha el consejo de tu Señor, tomado también de allí. Si te dijera tu Señor: «Mejores planes hago yo que los he creado que tú que los has engendrado», quizá no hallarías nada que responder. Pero has de poner los ojos en el rico que se alejó triste y fue reprendido en el evangelio17; quizá te dices: «El rico hizo mal en no vender todos sus bienes y dárselos a los pobres, puesto que no tenía hijos; yo, en cambio, los tengo; tengo para quienes guardarlos». También en esta desgracia te asiste tu Señor.

10. Por su misericordia, me atreveré a hablar; me atreveré a decir algo, no fruto de mi presunción, sino de su misericordia. «Guarda también para tus hijos», pero escúchame. Si, como acontece en la realidad humana, alguien pierde alguno de sus hijos... —advertid, hermanos, advertid que la avaricia no tiene excusas ni aquí ni en el mundo futuro. Ved que son desgracias humanas; en efecto, no las deseo a nadie, sino que las pongo como ejemplo—. Falleció un cristiano: perdiste un hijo cristiano; por tanto, no lo perdiste, sino que lo enviaste delante. En realidad lo suyo no fue un deceso, sino un ir delante de ti. Pregunta a tu fe; con toda certeza también tú has de ir adonde él te precedió. En pocas palabras voy a decir algo y no creo que nadie me replique: «¿Vive tu hijo?». Pregunta a tu fe. Entonces, si vive, ¿por qué sus hermanos usurpan la parte de él? Pero dirás: «¿Acaso ha de volver a tomar posesión de ella?». Entonces envíesele allí adonde nos precedió; si él no puede venir adonde están sus bienes, pueden ir sus bienes adonde está él. Advierte en compañía de quién está. Si tu hijo sirviera en el palacio imperial, se hiciera amigo del emperador y te dijera: «Vende la parte que tengo ahí y envíamela», ¿encontrarías, acaso, qué responderle? Ahora tu hijo está con el Emperador de todos los emperadores y con el Rey de todos los reyes y con el Señor de todos los señores; envíasela. No te digo: «Él tiene lo necesario». El Señor en cuya compañía está tu hijo sufre necesidad en la tierra. Quiere recibir aquí lo que da en el cielo. Haz un contrato de traslado, como suelen algunos avaros: da a los forasteros lo que recibirás en tu patria.

11. Por último, ya no digo nada de ti, hablo de tu hijo. Dudas de si dar lo tuyo, dudas también de si devolver lo ajeno: quedas ciertamente convicto de que no lo guardabas para tus hijos. Advierte que no se lo das a tus hijos, pues se lo quitas a ellos mismos. A aquel, ciertamente, se lo quitas. ¿Por qué es indigno de recibir por el hecho de que viva con una persona de mayor categoría? Tendrías razón si aquel con quien vive no quisiera recibir, siento tú rico con vistas a tu casa, pero a la divina. Lejos de mí el decirte: «Da lo que tienes»; lo que te digo es: «Devuelve lo que debes». «Pero lo tendrán —dices— sus hermanos». ¡Enseñanza malvada, enseñar a tus hijos a desear la muerte de sus hermanos! Si con los bienes de su hermano muerto se hacen más ricos, advierte cómo se controlan unos a otros en tu casa. ¿Qué harás entonces? ¿Divides el patrimonio y enseñas el parricidio?

Pero no quiero hablar de la pérdida de un hijo, para no dar la impresión de que amenazo con desgracias humanas. Hablemos de algo en cierto modo mejor y más feliz. No digo ahora que tienes un hijo menos; piensa que tienes uno más. Reserva un puesto para Cristo al lado de tus hijos; entre el Señor a formar parte de tu familia; inclúyase tu Creador en el número de tus hijos, cuéntese entre tus hijos tu hermano. No obstante ser él tan diferente, se dignó ser también hermano. Y siendo hijo único del Padre, quiso tener coherederos. ¡Ved con qué generosidad ha actuado él! ¿Por qué tu actuar es tan estéril? Tienes dos hijos; cuenta a Cristo como el tercero; tienes tres, cuéntale como el cuarto; si tienes cinco, que él sea el sexto; si tienes diez, sea él el undécimo. No quiero seguir; reserva para tu Señor el lugar de un hijo tuyo. Lo que des a tu Señor te será de provecho a ti y a tus hijos; en cambio, lo que de mala manera guardas para tus hijos, te dañará tanto a ti como a ellos. Le darás una porción, la que juzgaste que correspondería a un hijo. Piensa que has engendrado uno más.

12. ¿Qué tiene esto de extraordinario, hermanos míos? Doy un consejo: ¿acaso echo un lazo a la garganta? Como dice el Apóstol: Esto lo digo para vuestra utilidad, no para tenderos un lazo18. Considero, hermanos, que es idea sencilla y fácil que tú, padre de otros hijos, pienses que tienes un hijo más y compres posesiones tales que poseas eternamente tanto tú mismo como tus hijos. La avaricia no tiene qué responder. Habéis aclamado ante estas palabras. Levantad la voz contra ella; que no os venza; que no tenga ella en vuestros corazones más poder que vuestro Redentor. No tenga en vuestro corazón más fuerza que el que nos invita a tener en alto los corazones. Por tanto, deshagámonos ya de ella.

¿Qué dice la prodigalidad? ¿Qué? «Trata bien a tu alma». Advierte que también el Señor dice: «Trata bien a tu alma». Lo que te decía la prodigalidad, eso mismo te dice la justicia. Pero pon atención también en este caso a cómo lo dice. Sí quieres tratar bien a tu alma, pon la mirada en el rico que, aconsejado por la prodigalidad y la avaricia, quería tratar bien a su alma. Sus campos le dieron buena cosecha y no tenía donde recoger sus frutos; y se dijo: ¿Qué haré? No tengo donde recogerlos. He descubierto qué hacer: destruiré los almacenes antiguos y construiré otros nuevos, los llenaré y diré a mi alma: «Tienes muchos bienes, disfruta de ellos»19. Escucha un consejo contra la prodigalidad: Necio, tu alma se te quitará esta noche; lo que preparaste ¿para quién será?20. ¿Y adonde irá esa alma que se le quitará? Esta noche se le quitará y desconoce adónde irá.

13. Pon tu mirada en otro rico pródigo, orgulloso. Banqueteaba a diario espléndidamente y se vestía de púrpura y lino fino, mientras que a su puerta yacía un pobre lleno de úlceras, que en vano deseaba las migajas que caían de la mesa del rico. Él alimentaba a los perros con sus úlceras, pero el rico no le alimentaba a él. Murieron uno y otro. Uno de ellos fue sepultado21; ¿qué se dice del otro? Fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán22. Ve el rico al pobre, mejor el ya pobre al ya rico; desea para su lengua una gota de agua del dedo del que había deseado una migaja de su mesa23. Sin duda se tornaron las suertes. En vano expresa su deseo el rico muerto; no lo oigamos en vano los que vivimos. Pues él quiso también ser llamado de nuevo al mundo superior, y no se le permitió; quiso que se enviase a alguno de los muertos a casa de sus hermanos, y tampoco se le concedió24. Pero ¿qué se le dijo? Allí tienen a Moisés y a los profetas25. Pero él replicó: No los escucharán a no ser que vaya alguno de los muertos. Y Abrahán le respondió: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, ni siquiera creerán aunque vaya uno de los muertos26.

14. Así, pues, lo que, de forma aberrante, dijo la prodigalidad acerca de hacer limosnas y comprar para el futuro un descanso para el alma, como forma de tratar bien al alma, eso mismo lo dijeron tanto Moisés como los profetas. Escuchémosles mientras vivimos, pues en vano deseará escucharlas allí quien despreció estas cosas cuando las oyó. ¿O estamos esperando que resucite alguien de entre los muertos y nos diga que tratemos bien a nuestra alma? También esto se ha realizado ya; no ha resucitado tu padre, pero resucitó tu Señor. Escúchale, acepta su buen consejo. No seas indulgente con tus tesoros, da en la medida en que puedas. Era la voz de la prodigalidad: se ha hecho voz del Señor. Da cuanto puedas, trata bien a tu alma, no sea que te la quiten esta noche. En el nombre de Cristo, [aquí] tenéis —según pienso— un sermón sobre las limosnas que hay que hacer. Estos vuestros gritos laudatorios los aceptará el Señor si ve también las manos de los que la practican.