SERMÓN 83

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

El perdón de las ofensas1

1. El santo evangelio nos exhortó ayer a no desentendernos de los pecados de nuestros hermanos: Si tu hermano peca contra ti, corrígele a solas. Si te escucha, has recuperado a tu hermano; si, en cambio, te desprecia, toma contigo a dos o tres, para que, por el testimonio de dos o tres testigos, adquiera validez toda palabra. Pero si también los desprecia a ellos, comunícalo a la Iglesia2. Y si desprecia a la Iglesia, sea para ti como un pagano y publicano. La continuación del pasaje que acabamos de escuchar cuando hoy se leyó versa sobre lo mismo. En efecto, tras haber dicho esto el Señor Jesús a Pedro, este respondió preguntando al Maestro cuántas veces debía perdonar al hermano que hubiera pecado contra él; y quiso saber si bastaba con siete veces. El Señor le respondió: No solo siete, sino hasta setenta y siete3. Acto seguido refirió una parábola terrible en extremo: El reino de los cielos es semejante a un padre de familia que se puso a pedir cuentas a sus siervos, entre los cuales halló uno que le debía diez mil talentos. Y habiendo ordenado que se vendieran todos sus bienes e incluso él, su familia y servidumbre, y pagase así la deuda, cayendo de rodillas ante su amo, le pedía un plazo de tiempo, y obtuvo la remisión de su deuda. Como hemos escuchado, se compadeció de él su amo y le perdonó la deuda en su totalidad. Él, libre de la deuda, pero siervo de la maldad, después de salir de la presencia de su amo, encontró a su vez a un deudor suyo que le debía, no diez mil talentos —esta era su propia deuda—, sino cien denarios; agarrándolo por el cuello, comenzó a arrastrarlo y a decirle: Restituye lo que me debes. Aquel rogaba a su consiervo, del mismo modo que este había rogado a su amo, pero no halló a su consiervo como este había hallado a su amo. No solo no quiso perdonarle la deuda; ni siquiera le concedió el plazo de tiempo. Libre ya de la deuda a su amo, echándole las manos al cuello lo llevaba a rastras para que le pagase. Esto desagradó a los consiervos, quienes comunicaron a su amo lo sucedido. El amo mandó presentarse al siervo y le dijo: Siervo malvado, aunque me debías tan gran suma, me apiadé de ti y te lo perdoné todo; ¿no convenía, por tanto, que también tú te apiadases de tu consiervo como lo hice yo contigo? Y ordenó que se le exigiese todo lo que le había perdonado4.

2. Esta parábola la propuso para instruirnos a nosotros y con esa amonestación pretendía evitar que pereciésemos. Así —dice— hará también con vosotros vuestro Padre celestial si cada uno de vosotros no perdona de corazón a su hermano5. Ved, hermanos, que la cosa está clara; la amonestación es útil, y se le debe la obediencia realmente salutífera que acabe en el cumplimiento de lo mandado. De hecho, todo hombre, a la vez que es deudor ante Dios, tiene a su hermano por deudor. Pues ¿quién hay que no sea deudor ante Dios, a no ser aquel en quien no puede hallarse pecado alguno?6. Por otra parte, ¿quién no tiene por deudor a su hermano, a no ser aquel contra quien nadie ha pecado? ¿Piensas que puede encontrarse en el género humano alguien que no esté endeudado con su hermano por algún pecado cometido contra él? Luego todo hombre es deudor, teniendo también algún deudor. Por esto, el Dios justo te fijó la norma de cómo actuar con tu deudor: lo que haga él mismo con el suyo. Dos son las obras de misericordia que nos liberan. El Señor las expuso brevemente en el Evangelio: Perdonad y se os perdonará; dad y se os dará7. El perdonad y se os perdonará inculca el perdón; el dad y se os dará inculca el otorgar un favor. Respecto a lo que dice del perdón, tú no solo quieres que se te perdone tu pecado, sino que, además, tienes alguien a quien puedes perdonar. A su vez, por lo que se refiere al otorgar un favor, a ti te pide un mendigo, y tú eres mendigo de Dios. Pues, cuando oramos, somos todos mendigos de Dios; estamos a la puerta del padre de familia; más aún, nos postramos y gemimos suplicantes, queriendo recibir algo, y este algo es Dios mismo. ¿Qué te pide el mendigo? Pan. ¿Y qué pides tú a Dios sino a Cristo que dice: Yo soy el pan vivo que he bajado del cielo?8. ¿Queréis que se os perdone? Perdonad: Perdonad y se os perdonará. ¿Queréis recibir? Dad y se os dará.

3. Pero escuchad algo que en este precepto tan claro puede suscitar dudas. A propósito de la concesión del perdón, sea el que uno pide, sea el que ha de otorgar al que se lo pide, pueden quedarnos dudas, igual que le quedaron a Pedro. ¿Cuántas veces —dice— debo perdonar? ¿Basta con siete? No basta, respondió el Señor: No te digo: Siete, sino: Setenta y siete9. Comienza ya a contar cuántas veces ha pecado contra ti tu hermano. Si pudieras llegar hasta setenta y ocho, es decir, pasar de las setenta y siete, entonces maquina ya tu venganza. ¿Es tan cierto eso que dice? ¿Están las cosas así, de forma que, si peca setenta y siete veces, has de perdonarle; pero, si peca setenta y ocho, ya te es lícito no perdonarle? Me atrevo, sí,me atrevo a indicarte que, aunque peque setenta y ocho veces, le perdones. Aunque peque setenta y ocho veces —acabo de decir—, perdónale. Y si peca cien veces, perdónale. ¿Para qué estar dando cifras? Sin excepción, perdónale tantas veces cuantas peque. Entonces, ¿me he atrevido a sobrepasar la medida del Señor? Él puso el límite para el perdón en el número setenta y siete; ¿presumiré yo de sobrepasar este límite? No es verdad; no he osado añadir nada. He escuchado a mi Señor mismo que habla por el Apóstol, en un pasaje en que no está prefijado ni la medida ni el número. Dice: Perdonándoos unos a otros, si alguno tiene una queja contra otro, como Dios os perdonó en Cristo10. Habéis escuchado el modelo. Si Cristo te ha perdonado tus pecados setenta y siete veces, si solo te los perdonó hasta esa cantidad y te negó el perdón una vez sobrepasada, fija también tú un límite, superado el cual, deja de perdonar. Si, por el contrario, Cristo encontró en los pecadores miles de pecados y los perdonó todos, no rebajes la misericordia; pide, más bien, que se te aclare el enigma de ese número. No en vano habló el Señor de setenta y siete, puesto que no existe culpa alguna a la que debas negar el perdón. Fíjate en que el mismo siervo que, siendo deudor él, tenía a su vez un deudor, debía diez mil talentos. Pienso que los diez mil talentos equivalen, como mínimo, a diez mil pecados, pues no quiero decir que un único talento encierre todos los pecados. ¿Cuánto le debía su consiervo? Cien denarios. ¿No es esto ya más de setenta y siete? Y, sin embargo, el amo se encolerizó porque no se los perdonó. No es solo el número cien el que es superior a setenta y siete, sino que cien denarios equivalen tal vez a mil ases. Pero ¿qué es eso en comparación de los diez mil talentos?

4. Por tanto, si deseamos que se nos perdonen nuestras culpas, hemos de estar dispuestos a perdonar todas las que se cometan contra nosotros. Pues si pensamos en nuestros pecados y contamos los cometidos mediante una acción, mediante el ojo, el oído, el pensamiento y otros innumerables movimientos, ignoro si dormiríamos sin tener un talento encima. Por esto, en la oración cada día pedimos y llamamos a los oídos divinos, cada día nos postramos ante él y le decimos: Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores11. ¿Qué deudas? ¿Todas, o solo una parte? Responderás que todas. Así has de hacer también tú con tu deudor. Esta es la norma que tú mismo fijas; esta la condición que tú mismo promulgas. Cuando oras, al decir: Perdónanos como también nosotros perdonamos a nuestros deudores, haces referencia a ese pacto y acuerdo.

¿Qué significa, entonces, setenta y siete veces? Escuchad, hermanos, un gran misterio, un símbolo maravilloso. Con ocasión del relato del bautismo del Señor, el santo evangelista Lucas mencionó su genealogía, indicando el orden, la serie y el linaje por el que se llegó a la generación de la que nació Cristo12. Mateo comenzó por Abrahán y, en orden descendente, llegó hasta José13; Lucas, en cambio, comenzó a contar en orden ascendente. ¿Por qué el primero narró la genealogía en línea descendente y el segundo en línea ascendente? Mateo, en el contexto del nacimiento de Cristo, siguió en su cómputo la línea descendente porque nos encarecía la generación por la que Cristo descendió hasta nosotros; Lucas, a su vez, comenzó el suyo a partir del bautismo de Cristo, iniciando con él su cuenta ascendente. Comenzó a contar en orden ascendente hasta completar setenta y siete generaciones. ¿A partir de quién empezó a contar? Prestad atención a esto. Comenzó a contar a partir de Cristo para llegar hasta Adán mismo, el primero que pecó y nos engendró a nosotros encadenados al pecado. Llegó hasta Adán contando setenta y siete generaciones. Este número de generaciones es el que hay, tanto desde Cristo hasta Adán, como desde Adán hasta Cristo. Si, pues, no se pasó por alto ninguna generación, no se pasa por alto tampoco ninguna culpa a la que no se deba el perdón. En efecto, si Lucas contó setenta y siete generaciones, cifra que el Señor señaló al hablar del perdón de los pecados, es porque comenzó su cómputo a partir del bautismo en el que se perdonan todos.

5. Y en relación a esto, acoged, hermanos, un misterio mayor todavía. En el número setenta y siete está encerrado el misterio del perdón de los pecados. Es el número de generaciones existentes desde Cristo hasta Adán. Con un poco más de esmero averigua también el secreto que encierra ese número; investiga sus oscuridades; llama con más insistencia para que se te abra. La justicia radica en la ley de Dios; es verdad, pues la ley está contenida en los diez mandamientos. Esta es la razón por la que aquel debía diez mil talentos. Se trata del memorable decálogo, escrito con el dedo de Dios14 y entregado al pueblo a través de su siervo Moisés15. Aquel debía diez mil talentos; en ellos están significados todos los pecados por su relación con el número de la ley. El otro debía cien denarios, cifra no menor, pues cien por cien hacen diez mil, y diez por diez, cien. El primero debía diez mil talentos; el segundo, cien denarios. Estamos dentro del número indicador de la Ley, y en uno y otro hallarás los pecados de uno y otro. Ambos eran deudores y ambos suplicaban perdón y lo obtenían; pero aquel siervo malo, ingrato, malvado, no quiso pagar con la misma moneda, no quiso otorgar lo que a él, sin merecerlo, le fue otorgado.

6. Ved, pues, hermanos; quien comienza recibiendo el bautismo, sale de él libre de pecados, se le han perdonado los diez mil talentos; y al salir ha de encontrarse con un consiervo, su deudor. Centre su atención en el pecado en sí, pues el número undécimo significa la transgresión de la ley; si la ley es el número diez, el pecado es el once. La ley pasa por el diez, el pecado por el once. ¿Por qué el pecado por el once? Porque para llegar al número once has de rebasar el diez. En la ley está fijada la medida; rebasar la misma es el pecado. En el mismo momento en que traspases el número diez vienes a dar en el once. Por tanto, grande es el misterio simbolizado cuando se ordenó fabricar la tienda de la alianza. Muchas son las cosas dichas allí que ocultan un misterio. Entre otras, se mandó que se hicieran once, no diez, cortinas de pelo de cabra16, puesto que en el pelo de cabra se simboliza la confesión de los pecados. ¿Qué más buscas? ¿Quieres saber que en esta cifra de setenta y siete están contenidos todos los pecados? El número siete suele expresar la totalidad, pues el tiempo se desarrolla en el ciclo de siete días y, acabados esos siete días, se vuelve de nuevo al comienzo, en un procedimiento circular continuo. Lo mismo sucede con las edades: pasan por ciclos similares, pero del número siete no se sale nunca. Cuando dijo setenta y siete indicó todos los pecados, porque once por siete resultan setenta y siete. Quiso, pues, que se perdonasen todos los pecados quien los significó en el número setenta y siete. Que ninguno, rehusando el perdón, los retenga en daño propio, para no tener en contra al Señor, cuando ore. En efecto, dice Dios: «Perdona y se te perdonará. Yo he sido el primero en perdonar; perdona tú, aunque sea después. Pues si no perdonas, te volveré a citar y te exigiré de nuevo todo lo que te había perdonado». La Verdad no miente; ni engaña ni es engañado Cristo, quien añadió estas palabras: Así hará también con vosotros vuestro Padre celestial. Te encuentras con el Padre, imítale; pues, si rehúsas imitarle, decretas quedarte sin herencia: Así hará con vosotros vuestro Padre celestial, si cada uno no perdonáis de corazón a vuestros hermanos17. Pero no digas solo de boca: «Le perdono», difiriendo perdonarlo en tu corazón, pues Dios te mostró el castigo, al amenazarte con la venganza. Dios sabe dónde lo dices. El hombre oye tu voz; Dios mira tu conciencia. Si dices: «Perdono», perdona. Es preferible que grites pero perdonando de corazón, a ser blando de palabra y cruel en el corazón.

7. Como consecuencia de lo dicho, los niños indisciplinados se ponen a suplicar; no quieren que se les azote y, cuando queremos darles algún correctivo, se anticipan a decir: «He pecado, perdóname». Le perdono y vuelve a pecar. «Perdóname». Le perdono. Peca por tercera vez. «Perdóname». Por tercera vez le perdono. A la cuarta ya lo azoto y él replica: «¿Acaso te he molestado ya setenta y siete veces?». Si, como consecuencia de esta estratagema suya, se atenúa el rigor de la disciplina, suprimida esta, se ensaña la maldad impune. ¿Qué ha de hacerse, pues? Corrijamos de palabra y, si fuera necesario, con azotes, pero perdonemos el delito, arrojemos del corazón la culpa. Por eso añadió el Señor de corazón, para que, si por caridad se actúa con severidad, no se aleje del corazón la benignidad. ¿Hay algo más pletórico de humanidad que un médico con el bisturí? Aquel al que va a sajar llora, pero le saja; llora aquel al que le va a cauterizar una herida, pero se la cauteriza. No hay en ello crueldad alguna. ¡Lejos de nosotros hablar de crueldad en el médico! Es cruel con la herida para que el hombre sane, porque, si anda con miramientos con la herida, perece el hombre. Por tanto, hermanos míos, mi exhortación es que amemos de todos modos a nuestros hermanos que hayan pecado; que no alejemos de nuestro corazón el amor hacia ellos y que, cuando sea necesario, apliquemos un correctivo, no sea que, dejándolo de lado, crezca la maldad y comencemos a ser acusados ante Dios, puesto que se nos ha leído: Corrige a los pecadores en presencia de todos, para que los demás sientan temor18. Con toda seguridad, si uno distingue los momentos —único principio válido— y resuelve la cuestión, está en la verdad. Si el pecado es secreto, corrígele en privado; si el pecado es público y manifiesto, corrígele públicamente para que él se enmiende y los demás sientan temor.