SERMÓN 78

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

La transfiguración1

1. Amadísimos, debemos examinar y exponer esa visión que el Señor mostró en la montaña. A ella se había referido al decir: En verdad os digo que algunos de los que están aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su reino2. La lectura proclamada sigue a esas palabras. Seis días después de haber dicho eso, tomó a tres discípulos, Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña3. Estos eran ciertamente los tres de quienes había dicho: Hay aquí algunos que no gustarán la muerte hasta que no vean al Hijo del hombre en su reino. No es una cuestión sencilla. En efecto, aquella montaña no era el reino aludido. ¿Qué es una montaña para quien posee el cielo? De ese cielo habla la Escritura, y en cierto modo lo vemos también con los ojos del corazón. Llama reino suyo a lo que en muchos pasajes denomina reino de los cielos. A su vez, el reino de los cielos es el reino de los santos. Los cielos, en efecto, proclaman la gloria de Dios4. De esos cielos se dijo a continuación en el salmo: No hay palabras ni discursos cuyas voces no se oigan. A toda la tierra alcanza su pregón y sus palabras hasta los confines de la tierra5. ¿De quiénes, sino de los cielos? Por tanto, de los apóstoles y de todos los fieles que anuncian la palabra de Dios. Los cielos reinarán con el que hizo los cielos. Ved qué se hizo para manifestar esto.

2. El Señor Jesús mismo resplandeció como el sol; sus vestidos se volvieron blancos como la nieve y hablaban con él Moisés y Elías6. Jesús mismo resplandeció como el sol para significar que él es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo7. Lo que es este sol para los ojos de la carne, eso es él para los del corazón; y lo que es este para la carne, lo es él para el corazón. A su vez, sus vestidos son su Iglesia. En efecto, los vestidos, si no los sostiene el que los viste, caen al suelo. Pablo fue algo así como la orla inferior de estos vestidos. El mismo dice: Pues yo soy el menor de los Apóstoles8, y en otro lugar: Yo soy el último de los Apóstoles9. Ahora bien, la orla es la franja estrecha en que acaba un vestido. Por eso, como la mujer que padecía flujo de sangre recibió la curación al tocar la orla del vestido del Señor10, así la Iglesia procedente de los gentiles obtuvo la salvación por la predicación de Pablo. Al que ha oído decir al profeta Isaías: Y aunque vuestros pecados sean como escarlata, los dejaré blancos como la nieve11, ¿cómo puede extrañar ver simbolizada a la Iglesia en los vestidos blancos? ¿Qué valor tienen Moisés y Elías, es decir, la Ley y los Profetas, si se deja de lado su conversar con el Señor? Si no fuera por el testimonio que dan a favor del Señor, ¿quién leería la Ley o los Profetas? Ved cuán concisamente afirma lo dicho el Apóstol: Por la ley, pues, se obtiene el conocimiento del pecado; pero ahora sin la ley se ha manifestado la justicia de Dios12: he aquí el sol. Atestiguada por la ley y los profetas13: he aquí su resplandor.

3. Ve esto Pedro y, juzgando, como hombre, con criterios humanos, dice: Señor, es bueno estarnos aquí14. Hastiado de la muchedumbre, había encontrado la soledad de la montaña. Allí tenía a Cristo, pan para el espíritu. ¿Para qué salir de allí hacia las fatigas y los dolores, si poseía amores santos cuyo objeto era Dios y, por tanto, buenas costumbres? Quería que le fuera bien; por eso añadió Si quieres, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías15. Nada respondió a esto el Señor, pero Pedro recibió una respuesta. Pues,mientras decía esto, vino una nube refulgente y los cubrió16. Él buscaba tres tiendas. La respuesta del cielo manifestó que para nosotros es una sola cosa lo que el criterio humano quería separar. Cristo es la Palabra de Dios: Palabra de Dios en la ley, Palabra de Dios en los profetas. ¿Por qué quieres separar, Pedro? Más te conviene unir. Buscas tres tiendas: advierte también que es una.

4. Así, pues, al cubrirlos a todos la nube y haciendo en cierto modo una sola tienda para ellos, sonó también desde la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado17. Allí estaba Moisés, allí Elías. No se dijo: «Estos son mis hijos amados». Una cosa es, en efecto, el Hijo único, y otra los adoptados. Se encarecía a aquel de quien se gloriaban la Ley y los Profetas. Este es -dice- mi hijo amado, en quien me he complacido; escuchadle18, puesto que es él a quien habéis escuchado en los Profetas y en la Ley. Y ¿dónde no le oísteis a él? Al oír esto, ellos cayeron a tierra19. Ya se nos manifiesta en la Iglesia el reino de Dios. Aquí está el Señor, aquí la Ley y los Profetas; el Señor, en cuanto Señor; la Ley, personificada en Moisés; la Profecía, personificada en Elías. Pero estos en condición de siervos, de ministros. Ellos, como vasos; él, como fuente. Moisés y los profetas hablaban y escribían, pero cuanto fluía de ellos, de él lo tomaban.

5. Pero el Señor extendió su mano y levantó a los caídos. A continuación no vieron a nadie más que a Jesús solo20. ¿Qué significa esto? Cuando se leía al Apóstol, escuchasteis que ahora vemos en un espejo, en enigma, pero entonces veremos cara a cara21. Cuando venga lo que ahora esperamos y creemos, cesarán hasta las lenguas22. Por tanto, el que ellos cayeran a tierra simbolizó nuestra muerte, puesto que se dijo a la carne: Eres tierra y a la tierra irás23. A su vez, el que el Señor los levantase simbolizó nuestra resurrección. Una vez que esta haya tenido lugar, ¿de qué te sirve la Ley? ¿De qué te sirve la Profecía? Por esto no aparecen ya ni Elías ni Moisés. Te queda el que en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios24. Te queda el que Dios es todo en todo25. Allí estará Moisés, pero no ya la Ley. Allí veremos también a Elías, pero ya no al profeta. Pues la Ley y los Profetas dieron testimonio de Cristo, esto es, que convenía que padeciese, resucitase al tercer día de entre los muertos y entrase en su gloria26. Tras la resurrección tendrá lugar lo que Dios prometió a los que lo aman: El que me ame será amado de mi Padre y yo también lo amaré. Y como si le preguntase: «Dado que le amas, ¿qué le vas a dar?». Y me manifestaré a él27. ¡Gran don, gran promesa! El premio que Dios te reserva no es algo suyo, sino él mismo. ¿Por qué no te basta, ¡oh avaro!, lo que Cristo promete? Te crees rico; pero, si no tienes a Dios, ¿qué tienes? Otro es pobre, pero, si tiene a Dios, ¿qué no tiene?

6. Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña: desciende, predica la palabra, insta a tiempo y a destiempo, arguye, exhorta, reprende con toda longanimidad y doctrina28. Fatígate, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por la blancura y la belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor. En efecto, cuando se leyó al Apóstol, le oímos decir en elogio de la caridad: No busca sus cosas29. No busca sus cosas, puesto que dona las que posee. Lo mismo dice en otro lugar, pero en términos más peligrosos, si no los entiendes bien. Pues, siempre con referencia a la caridad misma, el Apóstol, dando órdenes a los fieles, los miembros de Cristo, dice: Nadie busque lo suyo, sino lo del otro30. Efectivamente, nada más oír esto, el avaro, como buscando lo ajeno en actitud de negociante, maquina fraudes para así embaucar a quien sea y buscar, en vez de lo propio, lo ajeno. Eche el freno la avaricia y suéltelo la justicia; escuchemos y comprendamos. Se dijo a la caridad: Nadie busque lo propio, sino lo del otro. Pero si tú, avaro, te opones a este precepto y prefieres ampararte en él para desear lo ajeno, renuncia a lo tuyo. Mas como te conozco, quieres poseer lo tuyo y lo ajeno. Cometes fraudes para obtener lo ajeno; sufre un robo que te haga perder lo tuyo. No quieres buscar lo tuyo, sino que quitas lo ajeno. Si haces esto, no obras bien. Oye, ¡oh avaro!; escucha. En otro pasaje te expone el Apóstol con más claridad el texto: Nadie busque lo suyo, sino lo del otro. Dice de sí mismo: Pues no busco mi utilidad, sino la de muchos, para que se salven31. Pedro aún no entendía esto cuando deseaba vivir con Cristo en el monte. Esto, ¡oh Pedro!, te lo reservaba para después de su muerte. Lo que te dice ahora es: «Desciende a fatigarte en la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la tierra. Descendió la Vida para encontrar la muerte; bajó el Pan para sentir hambre; bajó el Camino para cansarse en el trayecto; descendió el Manantial para tener sed, y ¿rehúsas fatigarte tú? No busques tus cosas. Ten caridad, predica la verdad; entonces llegarás a la eternidad, donde encontrarás seguridad».