SERMÓN 77 A (=Guelf. 33)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

La fe de la cananea1

1. Habéis oído cómo esta mujer que gritaba tras el Señor buscó, pidió, llamó a la puerta, y se le abrió. Por tanto, nos enseña a buscar para encontrar; a pedir para recibir; a llamar a la puerta para que se nos abra2. ¿Qué significa, entonces, el que el Señor se negase a darle lo que le pedía? ¿Acaso carecía de misericordia? La realidad es que quien difería el concedérselo, sabía cuándo dárselo; no le negaba su favor, sino que ejercitaba el deseo de ella. Gritemos, pues, a Él con las palabras que acabamos de cantar: Ten piedad de mí, ¡oh Dios!, ten piedad de mí, pues en ti ha confiado mi alma3. Ten piedad de mí, ¡oh Dios! —dice—. ¿Por qué? Porque en ti ha confiado mi alma. Este es —confiesa— el sacrificio que te ofrezco para que me escuches: que en ti ha confiado mi alma. ¿Quién ha esperado en el Señor y fue desatendido?4. Pues la prueba sobreviene también a los grandes, y sea el que sea nuestro progreso en Dios, vivimos de su perdón. ¿Acaso el Señor Jesús enseñaba a orar a los corderos pequeños y no a los carneros mismos? Al indicarles que dijeran: Perdónanos nuestras deudas5, era a los carneros mismos, esto es, a sus discípulos, a nuestros apóstoles, a los pastores mismos del rebaño, a aquellos de los que somos hijos, y de los que se dijo: Traed al Señor los hijos de los carneros6 a los que enseñaba a orar. Si esta oración la hemos de decir a diario, es que vivimos de su perdón. Tan verdad es que en el bautismo se nos perdonaron todos los pecados, como que vivimos de su perdón. Progresamos, si nuestra esperanza se nutre en Dios y se fortifica con su ayuda para frenar todo apetito ilícito. Luchemos: conoce nuestro combate quien sabe ser espectador y, a la vez, prestar auxilio.

2. Cuando se leyó al Apóstol, oísteis: Sabemos —dice— que la ley es espiritual; pero yo soy carnal7. Ved quién lo dice y qué dice: La ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido al pecado, pues ignoro lo que hago8. ¿Qué quiere decir ignoro? No lo acepto, no lo apruebo. Pues no hago lo que quiero, sino que lo que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, voy de acuerdo con la ley, que es buena9. ¿Qué significa voy de acuerdo con la ley? Que lo que yo no quiero tampoco lo quiere la ley. Por consiguiente, cuando hago lo que no quiero, y no quiero lo que tampoco quiere la ley, voy de acuerdo con la ley, que es buena. Pero ella es espiritual y yo carnal. ¿Qué sucederá, entonces? Hacemos lo que no queremos; y si realizamos todo tipo de malas acciones, ¿quedaremos impunes? De ningún modo; no te lo prometas, ¡oh hombre!; presta atención a lo que sigue: Mas, si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que habita en mí10. ¿A qué llama aquí pecado sino a la concupiscencia de la carne? Y para que no digas que eso no va contigo, dijo: El pecado que habita en mí. ¿Y qué significa no lo hago yo? Lo deseo con la carne, no lo consiento en mi espíritu. Desea la carne, el espíritu no consiente: advierte el combate. Resiste, espíritu, en tu combate y pide ayuda al Señor tu Dios. Resiste, espíritu, en tu combate y grita lo mismo que aquella mujer: ¡Señor, ayúdame!11. Mantente, espíritu, en tu combate y grita lo que has cantado: ¡Ten piedad de mí, oh Dios; ten piedad de mí!12. Advierte el sacrificio: En ti ha confiado mi alma13. En el bautismo se borra la maldad, pero queda la debilidad; en cambio, en la resurrección ya no habrá maldad y se eliminará la debilidad. Cuando esto mortal se revista de inmortalidad y esto corruptible se revista de incorrupción, entonces se cumplirá lo que está escrito: la muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu desafío?14. Si el desafío de la muerte es nuestro combate, ya no soy yo quien hace (el mal), sino el pecado que habita en mí15. Llamó pecado a la concupiscencia de la carne. Lo deseo, y no consiento en mi espíritu, pero la concupiscencia no cesa de incitarme al mal. Este es el desafío de la muerte. El diablo, enemigo exterior, será pisoteado cuando la concupiscencia, enemigo interior, quede curada y vivamos en paz. ¿Qué clase de paz? La que ni el ojo vio, ni el oído oyó16. ¿Qué clase de paz? Aquella en que ningún corazón piensa, aquella a la que no sigue discordia alguna. ¿Qué clase de paz? Aquella de la que dijo el Apóstol: Y la paz de Dios, que supera todo entendimiento, guarde vuestros corazones17. De esa paz dice el profeta Isaías: Señor Dios nuestro, danos la paz, pues has cumplido todo lo que nos has prometido18. Prometiste a Cristo: cumpliste la promesa. Prometiste su cruz y su sangre que había de derramar para el perdón de los pecados: cumpliste la promesa. Prometiste su ascensión y el Espíritu Santo que iba a ser enviado desde el cielo: cumpliste la promesa. Prometiste la Iglesia que se iba a difundir por toda la redondez de la tierra: cumpliste la promesa. Prometiste que iba a haber herejes para ejercitarnos y probarnos, y la victoria de la Iglesia sobre los errores de ellos: cumpliste la promesa. Prometiste la desaparición de los ídolos de los gentiles: cumpliste la promesa. Señor Dios nuestro, danos la paz, pues has cumplido todo lo que nos has prometido19.

3. Entre tanto, mientras llegamos a la paz en que no tendremos enemigo alguno, luchemos paciente, fiel y valerosamente, para merecer ser coronados por el Señor Dios. El apóstol Santiago dice: Nadie, cuando sea tentado, diga: «es Dios quien me tienta»20. Llama aquí tentación a la que implica arrastrar al mal. Dios —dice— no tienta para llevar al mal, y él no tienta a nadie; cada uno es tentado por su concupiscencia, que le arrastra y le atrapa. Luego la concupiscencia, cuando concibe, da a luz al pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte21. Luego a cada uno le tienta su concupiscencia. Luche, pues; resista, no consienta, no se deje llevar, no le permita concebir lo que tenga que dar a luz. Advierte que la concupiscencia halaga, estimula, insiste, exige, a fin de que hagas algo malo; no consientas y ella no concibe. Si piensas en ello con agrado, concibe; luego dará a luz para que tú mueras. Mira lo que dice el apóstol: El pecado, una vez consumado, engendra la muerte. El pecado es dulce, pero la muerte amarga. Guárdate de la dulzura del pecado para no experimentar la amargura de la muerte22; guárdate de la concupiscencia que, aunque no recurra a los hechos, sí ciertamente a las palabras. Oyes con gusto algo que no debes oír, dices lo que no debes decir, piensas lo que no debes pensar. Nada hay más veloz que el pensamiento; tiene alas increíbles; se sacude del corazón y pasa a la lengua; el mal se piensa antes que se dice. No te quedes en él. Se te ha colado un pensamiento: escapa de él, marcha a otro lugar, no te detengas en él. Si has dispuesto no obrar el mal, ¿por qué piensas con agrado en lo que no quieres ejecutar? Hermanos míos, el que considera pequeños estos pecados duda si permanecer entre aquellos a los que se refiere el Señor con estas palabras: Decid, perdónanos nuestras deudas23. Por mucho que progreséis, tenéis en vosotros la concupiscencia. Por consiguiente, antes de que la muerte sea devorada en la victoria24, decid: Perdónanos nuestras deudas. No irgáis la cabeza con orgullo, temed a Dios: vivimos de su perdón. Decid de todo corazón: Perdónanos nuestras deudas. Esto en referencia al pasado: a las obras, a las palabras, a los pensamientos. Con referencia al futuro, ¿qué? Escuchar y repetid lo que sigue: No nos abandones a la tentación25. Vigilad y orad, para no entrar en la tentación26. ¿Qué significa entrar en la tentación? Consentir al mal deseo. ¿Has consentido? Ya has entrado. Al menos, sal pronto. Antes de llegar al pecado, da muerte a tu consentimiento. Alégrate de no haberlo cometido, arrepiéntete de haber pensado en él.

4. Hermanos, tengamos un corazón sabio; temamos a Dios que promete grandes cosas y conmina con terribles amenazas. Esta vida ha de acabar un día. Veis que cada día salen de aquí hombres; la muerte puede diferirse, pero no eliminarse. Lo queramos o no, esta vida ha de acabar. Deseemos la que no tiene fin. A esa vida no puedes pasar si no es por la muerte. No temamos, pues, lo que tiene que ocurrir un día; temamos lo que, si viene y nos encuentra en pecado, nos arrastrará, no a la muerte temporal, sino a la eterna; que Dios la aparte de todos: de mí y de vosotros. ¡Oh hombre!, tú, cuyo modo de comportarte te conduce al castigo y muerte eterna, ¿no temes la muerte eterna? El temor a esta muerte física debe enseñarte cuánto ha de temerse la muerte futura. Temes a la muerte, pero ¿puedes evitarla? Lo quieras o no, llegará necesariamente. Si temes la muerte, más debes temer el pecado: por el pecado muere el alma; el pecado es el enemigo de tu alma. Llegará un día en que te desvincules del pecado, pero mira, no sea que, liberado ya de los grillos corruptibles de la carne, te veas atado con los de la gehena. Una vez desatado el pecado, debes ser libre, no esclavo. Guardaos de todo fraude estimulado por el deseo que se llama avaricia. Guardaos del torpe lucro, estimulado por ese deseo que se llama avaricia; porque —como dice la Escritura— la avaricia misma es la raíz de todos los males27. Guardaos de la embriaguez; guardaos del adulterio, del robo, de la mentira, del falso testimonio. Guardaos de las blasfemias, de los amuletos, de los encantamientos, y las diversas supersticiones. Guardaos de la usura y de dar dinero a interés: no tengáis tratos con los usureros, alejadlos de vosotros. Llegará día en que se les diga vuestro dinero perezca con vosotros28. Llegará el día del juicio, cuando a causa del dinero y con el dinero mismo, los usureros arderán en el fuego sempiterno, donde habrá llanto y rechinar de dientes29. Ese dinero será un testimonio contra ellos. No deis ni recibáis dinero de ese modo, no sea que el día del juicio comencéis a dar a Dios mala cuenta de vosotros. ¿Cuál es el provecho que sacan a no ser el de perder, sin posibilidad de rescate, su alma, a causa del dinero que o han de perder en vida, o han de dejar con la muerte? Como dice el santo Evangelio: ¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si sufre detrimento en su alma? ¿O qué dará el hombre a cambio de su alma?30. Guardaos, pues, hermanos míos, de la usura y del prestar a interés y no digáis: «¿Y de qué viviremos?». Eso no es buscar la vida, sino la muerte. No digáis: «¿De qué viviremos?». Hay otras ocupaciones de las que pueden vivir los hombres. No hagáis lo que Dios prohíbe, no viváis de ello. ¡Oh mísero, miserable e infeliz! Adviertes que ello te permite vivir, pero no adviertes que te lleva a la muerte. ¿Pero de qué —insistes— voy a vivir? Eso me lo puede decir el proxeneta, me lo puede decir también el bandido: ¿acaso hay que cometer latrocinios, o ejercer el proxenetismo por la sencilla razón de que uno y otro viven de ello? ¡Ay de los miserables que de ello viven, porque de ello mueren! Mejor es mendigar que vivir de una actividad ilícita. Finalmente, es preferible que un hombre muera a que, viviendo de una actividad ilícita, haga algo que le atormente con la muerte eterna. La muerte temporal pone término al dolor; la eterna perdura en medio de dolores eternos. Creed, entended, temed, absteneos de toda acción mala; aplicaos a la palabra de Dios, amad escuchar lo que quiere Dios y lo que promete a los que cumplen su voluntad. Y para que se realice lo que Él manda, rogad a Dios, y Dios ayuda. Termina el tratado sobre la mujer cananea, según Mateo.