SERMÓN 74

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

El escriba que hace fructificar su tesoro1

1. La lectura evangélica me exhorta a investigar y a explicar a Vuestra Caridad, en cuanto me lo conceda el Señor, quién es el escriba erudito en el reino de Dios, semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y añejas2. De hecho, la lectura misma terminó con la mención de las cosas nuevas y añejas del escriba erudito. Es sabido a quiénes llamaban escribas los antiguos, conforme al uso de nuestras Escrituras: a los que profesaban la ciencia de la Ley. A esos se llamaba escribas en aquel pueblo, distintos de los que reciben ese nombre en los juzgados o en la administración de las ciudades. En efecto, no debemos asistir infructuosamente a la escuela, sino que debemos conocer qué significado damos a las palabras de la Escritura, no sea que, al escuchar algo de ella que en el uso secular suele entenderse de manera distinta, yerre quien lo oye y, pensando con sus criterios habituales, no entienda lo escuchado. Escribas eran, pues, los que profesaban la ciencia de la Ley; a ellos tocaba guardar, explicar, transcribir o descifrar los libros de la Ley.

2. A esos escribas nuestro Señor Jesucristo les reprocha que, poseyendo las llaves del reino de los cielos, ni entran ellos ni permiten entrar a los demás3. En ellos reprendía obviamente a los fariseos y a los escribas, los doctores de la ley judía. Refiriéndose a ellos, dice en otro lugar: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen, pues dicen y no hacen4. ¿Por qué se os ha dicho: Dicen y no hacen, sino porque hay algunos en los que se manifiesta verdadero lo que dice el Apóstol: Tú, que predicas que no hay que robar, robas; tú, que dices que no hay que cometer adulterio, lo cometes; tú, que aborreces los ídolos, cometes sacrilegio; tú, que te glorías en la Ley, deshonras a Dios transgrediéndola. Pues, por culpa vuestra, es blasfemado el nombre de Dios entre los gentiles?5. Es ciertamente claro que el Señor se refiere a estos cuando afirma: Dicen y no hacen. Por tanto, son escribas, pero no eruditos en el reino de Dios.

3. Quizá diga alguno de vosotros: ¿Cómo puede un hombre malo decir cosas buenas, pues, según está escrito, dice el Señor mismo: El hombre bueno del tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el malo cosas malas?6. Hipócritas, ¿cómo podéis hablar cosas buenas, siendo malos?7. En un pasaje dice: ¿Cómo podéis hablar cosas buenas, siendo malos? En otro dice: Haced lo que dicen, no hagáis lo que hacen, pues dicen y no hacen8. Si dicen y no hacen, son malos. Y si son malos, no pueden hablar cosas buenas; ¿cómo vamos a hacer lo que les oímos decir, si de ellos no podemos oír cosas buenas? Advierta Vuestra Santidad cómo se resuelve este problema. Lo que el hombre malo saca de sí mismo, es malo; lo que el hombre malo saca de su corazón, es malo, pues en él hay un tesoro malo. Lo que el hombre bueno saca de su corazón es bueno, pues en él hay un tesoro bueno. Entonces, ¿de dónde sacaban aquellos malos las cosas buenas? De sentarse en la cátedra de Moisés. De no haber dicho antes: Se sientan en la cátedra de Moisés9, el Señor nunca hubiese ordenado escuchar a los malos. Pues una cosa es la que sacaban del tesoro malo de su corazón, y otra la que proclamaban desde la cátedra de Moisés, a semejanza de los portavoces de un juez. Lo que dice el alguacil no se atribuye al alguacil mismo, si lo dice ante el juez. Una cosa es la que el alguacil dice en su casa y otra la que dice tras escuchar al juez. En efecto, le agrade o no, el alguacil proclama la pena incluso para su amigo; le agrade o no, proclama incluso la absolución para su enemigo. Deja que hable su corazón: absuelve al amigo y penaliza al enemigo. Deja que hable la sede del juzgado: condena al amigo y absuelve al enemigo. Deja que los escribas hablen lo que les dicte su corazón; oirás: Comamos y bebamos, que mañana moriremos10. Deja que hable la cátedra de Moisés; oirás: No matarás, no adulterarás, no robarás. no levantarás falso testimonio; honra al padre y a la madre11, amarás a tu prójimo como a ti mismo12. Tú haz lo que proclama la cátedra por boca de los escribas, y no lo que te llega de su corazón. Así, compaginando ambas sentencias del Señor, no serás obediente respecto de una y reo respecto de otra; al contrario, comprendes que una y otra van de acuerdo, y ves que es verdad tanto que el hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el malo saca de su mal tesoro malas cosas, como que los escribas no dicen cosas buenas sacadas del mal tesoro de su corazón, pero pueden decirlas sacándolas del tesoro de la cátedra de Moisés.

4. Tampoco te turbarán, pues, las palabras del Señor: Cada árbol se conoce por su fruto. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de la zarza?13. Los escribas y fariseos eran, por tanto, los espinos y las zarzas entre los judíos, y, sin embargo, Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen14. La conclusión es que de los espinos se recogen uvas y de las zarzas, higos, como te lo hizo entender conforme a la exposición que acabo de hacer. En efecto, a veces se enredan en un seto espinoso los sarmientos de una parra y de una zarza penden racimos. Al oír hablar de espinos, cabe que desprecies la uva. Busca la raíz de los espinos y advierte dónde la encuentras. Sigue la raíz del racimo que cuelga y advierte dónde la hallas. De igual manera, comprende que una cosa corresponde al corazón del fariseo y otra a la cátedra de Moisés.

5. Mas ¿por qué son ellos así? Porque un velo está puesto —dice— sobre sus corazones15, y no ven que lo antiguo ha pasado y todo ha sido hecho nuevo16. Por eso eran ellos así y lo son ahora cuantos son como ellos. ¿Por qué se habla de lo antiguo? Porque está anunciado desde hace ya mucho tiempo. ¿Y por qué de lo nuevo? Porque pertenece al reino de Dios. El Apóstol mismo indica cómo se levanta el velo: Cuando te conviertas al Señor, se levantará el velo17. Por tanto, el judío que no pasa al Señor no alarga la mirada de la mente hasta el fin. Así en aquel tiempo, bajo esta figura, los hijos de Israel no tendían la mirada de sus ojos al fin, esto es, al rostro de Moisés. Efectivamente, el rostro resplandeciente de Moisés era figura de la Verdad, pero se puso en medio un velo porque los hijos de Israel no podían todavía fijar la propia mirada en el rostro resplandeciente de él18. Esa figura es pasajera. Así lo dice el Apóstol: Que son pasajeras19. ¿Por qué son pasajeras? Porque al llegar el emperador, se retiran las imágenes. Su imagen se expone a la vista de todos solo allí donde él no está presente. Pero cuando hace acto de presencia la persona a la que representa la imagen, la imagen se retira. Se mandaron, pues, las imágenes por delante, antes de que llegara el emperador, nuestro Señor Jesucristo. Retiradas ellas, resplandece el emperador presente. Por tanto, cuando alguien se convierte al Señor, se le retira el velo20. La voz de Moisés se hacía oír a través del velo, pero su rostro no se manifestaba. De manera similar, la voz de Cristo llega ahora a los judíos mediante la voz de las Escrituras antiguas: ellos oyen su voz, pero no ven el rostro del que les habla. ¿Quieren, pues, que se les retire el velo? Conviértanse al Señor. Entonces las cosas antiguas no serán eliminadas, sino almacenadas en el tesoro, para que exista ya el escriba instruido en el reino de los cielos que, de su tesoro, no saca solo cosas nuevas, ni solo cosas antiguas21. En efecto, si saca solo cosas nuevas o solo cosas antiguas, no es el escriba instruido en el reino de Dios que saca de su tesoro cosas nuevas y antiguas. Si dice cosas, pero no la cumple, las saca de la cátedra, no del tesoro de su corazón. Y digo la verdad a vuestra santidad: lo que se saca del Antiguo Testamento, lo ilumina el Nuevo. Y para eso pasa uno al Señor, para que se le retire el velo.