SERMÓN 69

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

La revelación hecha a los pequeños y el yugo de Cristo1

1. Hemos oído en el evangelio que el Señor, lleno de re­gocijo en su espíritu2, dijo a Dios Padre: Te «confie­so», Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños. Así, Padre, pues así te ha agradado a ti. Todas las cosas me las ha en­tregado mi Padre. Y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y a quien el Hijo se lo quiera revelar3. A mí me fatiga el forzar la voz para hablar, a voso­tros el escuchar. Oigamos, pues, a él, que continúa diciendo: Venid a mí todos los que estáis fatigados4. ¿Por qué, pues, nos fatigamos todos sino porque somos hombres mortales, frágiles, débiles, portadores de recipientes de ba­rro5, que re­cíprocamente se limitan el espacio? Pero si se limitan los espacios de los vasos de carne, dilátense los espacios del amor. ¿Para qué, entonces, dice: Venid a mí todos los que estáis fatigados, sino para que no os fatiguéis? En fin, su promesa está ahí: ya que ha llamado a los fatigados, preguntarán quizá con vistas a qué recompensa se les llamó: Y yo —dice— os aliviaré6.

2. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí7, no a fabricar el mundo, no a crear todo lo visible e invisible, no a hacer milagros en el mismo mundo ni a resucitar a los muer­tos; aprende más bien: que soy manso y humilde de corazón8. ¿Quieres ser grande? Comienza por lo ínfimo. ¿Pretendes cons­truir un edificio grande y elevado? Piensa primero en el cimiento de la humil­dad. Y cuanta mayor mole quiere y determina alguien imponer al edifi­cio, cuanto más elevado sea este, tanto más pro­fundos cava los cimientos. Cuando el edificio se construye, este se eleva cada vez más; pero quien cava los cimientos ahonda más y más. Luego también el edificio se humilla antes de elevarse y después de la humilla­ción se remonta hasta el remate.

2. ¿Cuál es el remate del edificio que intentamos cons­truir? ¿Adónde ha de llegar su crestería? Pronto lo digo: hasta la presencia de Dios. Ya veis cuán excelso es, cuán gran­diosa realidad es: ver a Dios. Quien lo desea, entiende lo que yo digo y lo que él oye. Se nos promete la visión de Dios, del Dios verdadero, del Dios sumo. Este es, en efecto, un bien: ver a quien ve9. Pues los que dan culto a falsos dioses, fácilmente los ven; pero ven a los que tienen ojos y no ven10. En cambio, a nosotros se nos pro­mete la visión de un Dios que vive y ve, para que codiciemos ver al Dios del que dice la Escritura: ¿El que plantó el oído, no va a oír? ¿El que formó el ojo, no ve?11. Entonces ¿no oye el que te hizo el órgano con que oír? ¿Y no ve quien creó el órgano con que ver? Bien dice previamente en el mismo salmo: Comprended, necios del pueblo; y vosotros, insensatos, tened cordura alguna vez12. Hay muchos que obran mal, porque piensan que no los ve Dios. Y en verdad es difícil que crean que él no los puede ver; pero juzgan que no quiere verlos. Se hallan pocas personas de impiedad tan grande, que se cumpla en ellos lo que está escrito: Dijo el necio en su cora­zón: Dios no existe13. Pocas tienen tamaña locura. Así como es de pocos tener una gran piedad, así también es de pocos tener esa gran impiedad. Mas lo que estoy diciendo yo, lo dice la turba: «Mira, ¿acaso ahora está pensando Dios en averiguar qué hago en mi casa, o se interesa, acaso, por lo que quiero hacer en mi cama?». ¿Quién lo dice? Comprended, necios del pueblo; y vosotros, insensatos, tened cordura alguna vez. Porque a ti, como hombre, te produce fatiga el saber todo lo que ocurre en tu casa y te atañen todas las palabras y todas las acciones de tus esclavos, ¿piensas que de esa manera se fatiga también Dios al mirarte, él que no se fatigó al crearte? ¿No dirige hacia ti su ojo quien hizo el tuyo? No existías, y te creó para que existieras; ¿no se preocupará de ti, una vez que ya existes, él que llama a las cosas que no existen como si existieran?14. Por tanto, no te hagas ilusiones al respecto. Quieras o no, te ve; y no tienes don­de esconderte de sus ojos. Porque si subes al cielo, allí está, y si desciendes al infierno, allí se encuentra15. Te fatigas rehusando dejar tus malas obras y preten­diendo que no te vea Dios. ¡Fatiga enorme! A diario quieres realizar obras malas y ¿sospechas que no te ve? Escucha a la Escritura que dice: El que plantó el oído ¿no va a oír? El que formó el ojo ¿no ve?16. ¿Dónde escon­des tus malas acciones de los ojos de Dios? No querer re­nunciar a ellas gran fatiga te cuesta.

3. Escucha al que dice: Venid a mí todos los que estáis fatigados17. Huyendo de él no pones fin a tu fatiga. ¿Eliges huir de él y no a él? Encuentra adónde, y huye. Por tanto, si no puedes huir de él, por­que está doquier presente, huye de inmediato a Dios, que está presente donde tú estás. Huye. He aquí que en tu fuga traspasaste los cielos; allí está; descendiste a los infiernos, allí está. En cuales­quiera soledades que elijas en la tierra, está el que dijo Yo lleno el cielo y la tierra18. Entonces, si él llena el cielo y la tierra y no hay lugar al que puedas huir de él, no te fatigues; huye hacia el que está presente, para no sentirle venir. Da por hecho que, viviendo santamente, has de ver a quien te ve incluso cuando vives mal­vadamente. Pues, si vives como un malvado, él puede verte a ti, pero no tú a él; en cambio, si vives santamente, él te ve a ti y túa él. ¡Con cuánta mayor ternura te verá quien te corona, siendo tú digno, si, lleno de misericordia, te vio para llamarte cuan­do eras indigno! Natanael dijo al Señor, a quien aún no cono­cía: ¿De qué me conoces? Y el Señor le dijo: Cuando estabas bajo la higuera, te vi19. Cristo te ve en tu sombra; ¿no te verá en su luz? ¿Qué significa entonces: Cuando estabas bajo la higuera te vi? ¿Qué quiere decir eso? ¿Qué significa? Re­cuerda el pecado original de Adán, en quien todos morimos20. Nada más pecar, se hizo un taparrabos de ho­jas de higuera21, significando en tales hojas la picazón de la concupiscencia, producida por su pecado. De él nacemos, así nacemos, nacemos en carne de pecado, que solo encuentra cura en la semejanza de la carne de pecado. Por eso envió Dios a su Hijo en carne semejante a la de pecado22. En esta carne vino, pero no vino como nosotros. En efecto, la Virgen no lo concibió arrastrada por la pasión carnal, sino en virtud de la fe. Vino a una Virgen quien existía antes que la Virgen. Eligió a la que había creado, creó a la que había de elegir. Aportó a la Virgen la fecundidad, no la privó de la integridad. Así, pues, quien vino a ti sin la ­picazón que producen las hojas de higuera, te vio cuando estabas bajo la higuera. Prepárate para ver en su sublimidad a quien te vio con misericordia. Mas como se trata de una cúspide muy alta, piensa en el cimiento. Y dirás: ¿En qué cimiento? Aprende de él que es manso y humilde de corazón23. Cava en ti ese cimiento de humildad y llegarás a la cúspide de la caridad. Vueltos hacia el Señor...