SERMÓN 65 A (=Etaix 1)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

El amor a los padres1

1. Al exhortarnos el Señor a amarlo, comenzó recordándonos a las personas a las que justamente amamos. Quien ame a su padre o a su madre —dice— más que a mí, no es digno de mí2. Luego, si no es digno de Cristo quien antepone su padre a Cristo, ¿cómo será digno de alguna huella de Cristo quien antepone el oro a Cristo? Hay en el mundo cosas que se aman indebidamente y, al ser indebidamente amadas en el mundo, hacen inmundo al que las ama. El amor ilícito es una gran inmundicia del alma, un peso que grava a quien desea volar.

Porque cuanto un amor justo y santo levanta el alma al cielo, tanto la abate hasta el fondo un amor injusto e inmundo. Hay un peso propio que lleva a cada ser a su lugar debido, y es su amor. No le lleva adonde no debe, sino adonde debe. Y así, quien bien ama es llevado a lo que ama, y ¿dónde se hallará sino allí donde se halla el bien que ama? ¿Qué premio nos promete, por tanto, Cristo el Señor cuando nos exhorta a que le amemos? El cumplimiento de lo que pide al Padre: Quiero que donde esté yo, estén también estos conmigo3. ¿Quieres estar donde está Cristo? Ama a Cristo y con ese peso te arrastrará al lugar donde se halla Cristo. Y esa realidad que tira o arrebata hacia arriba no te dejará caer al fondo. No busques otros mecanismos para subir: si amas, te esfuerzas; si amas, eres arrebatado, y si amas, llegas. En efecto, te esfuerzas cuando combates contra un amor inmundo, eres arrebatado cuando vences, llegas cuando eres coronado. ¿Quién me dará —dice cierto amante— alas como de paloma y volaré y descansaré?4. Aún buscaba alas, aún no las tenía y por eso gemía; aún no se regocijaba, aún peleaba, aún no era arrebatado.

2. Nos circunda, pues, el murmullo de inicuos amores. Por doquier solicitan y retienen al que quiere volar, por doquier las cosas visibles como que nos fuerzan a que las amemos. Evitemos, no obstante, que lo hagan; comprendamos qué son, para vencerlas. Hermoso es el mundo; nos acaricia con la variedad de su variopinta hermosura. No es posible contar cuántas cosas sugiere cada día el amor ilícito. Y ¡cuán simple es el amor con que se supera tanta variedad! Para superar los muchos amores, necesitamos uno solo: uno solo bueno contra todos los malos. Porque la unidad supera a la variedad, y la caridad a la apetencia indebida. El salmista decía ¿quién me dará alas?5, porque quería tener con qué volar al sosiego, dado que, al amar otra cosa, no encontraba reposo ni siquiera en lo que este mundo considera bienes. A un amante de la patria le sabe amargo un delicioso destierro entre tantas cosas que le incitan a que las ame. Gran sufrimiento es no poseer lo que amas. Pero no lo posees; tienes algo que puedes amar, pero aún no posees lo que ya has comenzado a amar. ¿Qué hay que pueda amarse si falta lo que se ama? Tormento del corazón es amar algo y no poseerlo. Por ejemplo, ama alguien la patria, pero tiene dinero. Deje de amar el dinero por amor a la patria. Si en el destierro ama el dinero para tener abundancia de él en su condición de desterrado, quizá el mismo dinero le retenga y le impida el regreso. Di lo que quieras, pero impide el regreso. Mas, si se consigue lo único que se ama, es suficiente; todo lo demás, si no ayuda a alcanzar lo que se ama, se considera superfluo. Es más, si le dijeran: «El dinero te sirve de ayuda para poder regresar a la patria», lo tomaría, lo tendría a su lado, lo apetecería; pero no por él. Si le dijeran: «Te sirve de ayuda una nave», la desearía, pero no por la nave misma. «Te ayudan los marineros, el timonel, quien aprovisiona la despensa»: todas estas cosas se aceptan, se apetecen, pero no por ellas mismas; una cosa sola se ama, lo demás se acepta para poder llegar a lo que se ama.

3. ¿Pensamos poder decir: Una sola cosa he pedido al Señor?6. Digámoslo ya, digámoslo si podemos, como podamos, cuanto podamos. Mirad cuán feliz es el corazón que recurre a esta frase en su interior, allí donde le oye solamente aquel a quien lo dice, pues muchos dicen fuera lo que no tienen dentro: ponen su gloria en lo que se ve, no en el corazón. Que cada cual vea, pues, lo feliz que es el corazón que dice en su interior, allí donde sabe lo que dice: Una sola cosa he pedido al Señor, esa buscaré7. ¿Cuál es? Habla de una sola cosa o de una única petición. ¿Cuál es? Habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida y contemplar el deleite que procura el Señor8. Esta es la única cosa, pero ¡qué buena! Compara sus quilates con los de otras muchas. Si ya estás saboreando algo, si ya buscas algo de ella, si conoces lo que es arder en santo deseo de ella, compara sus quilates con el de otras muchas, trae la balanza de la justicia, pon en un platillo el oro, la plata, las piedras preciosas, los cargos públicos, las dignidades, el poder, la nobleza, las alabanzas humanas —¿cuándo acabaré de mencionar todo?—, pon todo el mundo: mira si puedes colocar en los platillos de la balanza —aunque solo sea para valorarlas—, esas dos realidades: todo el mundo y el Creador del mundo; mira si cabe contemplarlos juntos.

4. ¿Qué me dice el oro? «Ámame». Pero ¿qué me dice Dios? «Me serviré de ti y me serviré de tal modo que no me retengas, y me separes de ti». Cualquier otra cosa que me diga «Ámame», es una criatura. Yo amo al Creador. Bueno es lo que hizo, pero ¡cuánto mejor es quien lo hizo! Aún no veo la hermosura del Creador, sino la ínfima hermosura de las criaturas. Creo lo que no veo, creyendo lo amo, y amándolo lo veo. Callen, pues, los atractivos de las cosas perecederas, calle la voz del oro y de la plata, calle el brillo de las joyas; calle, por fin, el encanto de esta luz; calle todo. Tengo una voz de mayor rango a la que seguir, que me mueve más, que me excita más, que me enciende en mayor ardor. No escucho el estrépito de las cosas terrenas. ¿Qué diré? Calle el oro, calle la plata, calle todo lo demás de este mundo.

5. Dígame mi padre: «Ámame». Dígame mi madre: «Ámame». A esas voces replicaré: «Callad». ¿Acaso no es justo lo que exigen? ¿No devuelvo lo que recibí? Mi padre me dice: «Yo te he engendrado». Mi madre: «Yo te he dado a luz». Mi padre me dice: «Yo te he educado». Mi madre: «Yo te he alimentado». Quizá son justas sus palabras cuando dicen: «Quieres que te lleve en sus alas, pero no vueles con deudas, devuelve lo que te dimos antes». Respondamos al padre y a la madre que dicen justamente: «Ámanos». Respondámosles: «Os amo en Cristo, no en lugar de Cristo. Estad conmigo en él, yo no estaré con vosotros sin él». Pero nos dicen: «No queremos a Cristo». —«Pero yo quiero más a Cristo que a vosotros. ¿Perderé a quien me creó por atender a quien me engendró?». Respondo, pues, a mi padre: «Llevado por el placer me engendraste, él nos creó a mí y a ti por pura bondad. ¿Despreciaremos, porque ya existimos, al que nos amó antes de que existiéramos?». Digamos también a la madre: «Pudiste concebirme, pero ¿acaso también formarme? Pudiste quedar en cinta con mi carne, pero ¿acaso también infundir el alma en ella? Cuando me llevabas en tu seno, ignorabas si iba a ser varón o mujer. ¿Acaso era Dios desconocedor de su obra, como lo eras tú de lo que llevabas dentro de ti? ¿Osas decir: "No vayamos a él", tú que no me escuchas cuando digo "vayamos juntos"? Yo lo escucho, lo temo y lo amo más que a ti. Y tú no me has dado más que él que me creó dentro de ti [...] sino porque fue creado por mí». En efecto, aquel por quien fueron creadas todas las cosas9, fue creado por nosotros entre ellas. ¿Por amor a mi madre despreciaré a Cristo, que, siendo Dios, quiso tener madre, pensando en mí? Quizá quiso tener madre precisamente para enseñarme en ella a desdeñar al padre y a la madre por el reino de los cielos10.

6. Hablando a los discípulos, dice: No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra; vuestro único Padre es Dios11. Por ello, al enseñarnos a orar nos enseñó que dijéramos: Padre nuestro que estás en los cielos12 Al padre que tuve en la tierra lo he depositado en el sepulcro, pero tengo siempre un Padre en el cielo. No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra —dice— pues vuestro único Padre es Dios. Parecería duro que impusiese el precepto y no diese él ejemplo. Mientras trataba algunos temas acerca del reino de los cielos con sus discípulos, su madre se hallaba fuera, y le comunicaron que estaba allí13. Le comunicaron —repito— que su madre se hallaba fuera con sus hermanos, esto es, con sus parientes. ¿Qué madre? Le comunicaron que se hallaba fuera la madre que lo había concebido por la fe; la madre que, permaneciendo virgen, le había dado a luz; la madre fiel y santa. Y así, si dejando de lado lo que estaba diciendo, se hubiese acercado a ella, habría hecho surgir en su corazón un afecto humano, no divino. Para que tú no escuches a tu madre cuando te aparta del reino de los cielos, él, por anunciar el reino de los cielos, desdeñó hasta a la buena María. Si santa María, queriendo ver a Cristo, es desdeñada, ¿a qué madre hay que escuchar, cuando impide ver a Cristo? Recordemos lo que respondió Jesucristo cuando le comunicaron que su madre y sus hermanos, esto es, los parientes de su familia, estaban fuera. ¿Qué respondió él? ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo la mano hacia sus discípulos, estos son —dice— mis hermanos. Todo el que hace la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, es para mí hermano, hermana y madre14. Rechazó la sinagoga de la que fue engendrado, y encontró a los que él engendró de nuevo. Y si los que hacen la voluntad del que le envió son su madre, hermano y hermana, entre ellos se encuentra su madre María.

7. Todo el que hace la voluntad del que me ha enviado es para mí hermano, hermana y madre15. Tienes cómo hacerte hermano de Cristo: ama con él la herencia paterna. Tienes cómo hacerte hermana de Cristo: ama con él la misma herencia. Tienes cómo hacerte madre de Cristo: si concibes en tu corazón lo que ella concibió en su seno. Respecto a estas relaciones de parentesco el afecto humano se ve acorralado. Desde el punto de vista de la propagación carnal nadie puede ser hermano y madre de un único hombre. ¿Quién ignora que eso no es posible? Pero la caridad no conoce angosturas. Sin duda, la Iglesia es cónyuge de Cristo, pero es también la esposa de Cristo. Sabemos con referencia a qué misterio se dijo en la primera profecía sobre el primer hombre: serán dos en una carne16. Sabemos cómo expone eso el Apóstol, al decir: pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia17. Por tanto, si la Iglesia es, sin duda, cónyuge de Cristo, puede, no obstante, ser madre de Cristo de otra manera, conforme a cierta comprensión sin duda sana. Pues si de cualquier persona puede decirse: Todo el que hace la voluntad del que me ha enviado es hermano, hermana y madre18, ¿cuánto más podrá decirse eso de la Iglesia entera, que en sus catecúmenos concibe cada día a los miembros de Cristo, y de esos infieles da a la luz miembros de Cristo? Porque vosotros —dice el Apóstol— sois cuerpo y miembros de Cristo19. A vosotros pregunto, miembros de Cristo: «¿Quién os ha dado a luz?». Respondéis: «La madre Iglesia». ¿Cómo no es madre la Iglesia de Cristo, que da a luz a los miembros de Cristo? Esta es la casa en que eligió habitar el que pidió una sola cosa20. ¿Cómo no desdeñará a su cónyuge quien desea habitar en la esposa de Cristo? ¿Cómo no desdeñará a su madre quien quiera habitar en la madre de Cristo? ¿Cómo no desdeñará a su padre quien quiere tener por padre al Padre de Cristo? No se irriten los padres. Mucho se concede a quienes solo se antepone Dios. O, si desean que ni siquiera se les anteponga Dios, ¿qué quieren?, ¿qué proponen? Escuchémosles. Pienso que no osarán decirnos: «¡Prefiérenos a Dios!». No lo dicen. Eso no lo dice nadie, ni un demente. No se lo dice a su hijo ni siquiera el que dice en su corazón: No hay Dios21. De ningún modo se atreverán el padre o la madre a decir que se les prefiera a Dios. No digo que se les anteponga, pero ni siquiera que se les compare. ¿Qué dicen entonces? —«Dios te ha dicho». —«¿Qué me ha dicho Dios?». —«Honra a tu padre y a tu madre»22. —«Lo reconozco, Dios me lo ha dicho. Tú no te irrites cuando solo pongo por encima de ti al que lo dijo. Yo amo, amo decididamente y te amo también a ti. Pero el que me enseñó a amarte a ti es mejor que tú. Basta que no me lleves contra él y que ames conmigo al que me enseñó a amarte a ti, pero no más que a él».

8. Quien ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí23. Pero ha añadido: Más que a mí. «Ama —dice— a los padres, pero no más que a mí». Su esposa te grita: Poned orden en la caridad en mí24. Ama según un orden para hallarte dentro del orden. Asigna a cada cosa su peso y su importancia. Ama al padre y a la madre, pero tienes algo que has de amar más que al padre y a la madre. Si los amas más, serás condenado y, si no los amas, serás condenado. Tributemos honor a los padres, pero prefiramos a nuestro Creador, al que amamos más, mediante el temor, el amor, la obediencia, el honor, la fe y el deseo. Quien ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí. Retírense, pues, un poco del medio los padres, no porque se les desprecie, sino porque se les honra conforme a un orden.

9. Alguien tiene esposa, tiene hijos. Ella y ellos le gritan: «¡Ámanos!». Respóndeles: «Os amo». Di a tu mujer: «Si no te amase, no me hubiese casado contigo». Di a los hijos: «Si no os amase, no os hubiera engendrado ni educado». Pero ¿qué es lo que queréis? ¿Queréis que dé marcha atrás un mártir que marcha hacia Cristo sin ánimo de abandonaros, y veis con malos ojos la corona de ese a quien amáis? Correspondedle. Él os ama, amadle también vosotros a él. ¿Por qué os ama él y vosotros le odiáis? Mira: niega a Cristo, es condenado. Ved lo que habéis hecho. ¿Queréis que un juez terreno condene a la persona a la que amáis? Si lo queréis, con toda certeza no la amáis. Pero como la amáis, no queréis que la condene un juez terreno. Ahora bien, si niega a Cristo, no le condenan en la tierra, pero le condena el que hizo el cielo y la tierra. ¿Por qué no teméis que ese a quien amáis sea condenado por un juez superior? El juez terreno se ensaña hasta la muerte. Él se ensaña hasta la muerte, luego el otro incluso más allá de la muerte. ¿Qué hacéis, pues? ¿Qué mal procuráis a ese a quien amáis? ¿De qué bien lo apartáis? Le procuráis la gehena, y le apartáis de poseer la corona. ¿Eso es amar? Los que no queréis que padezca estas cosas por Cristo no tenéis fe. Pues, si la tuvierais, no le apartaríais de la pasión, sino que querríais padecerla con él.

10. El caso de los hijos es fácil. Más apremia la esposa: «No me abandones —dice—. Te irás y quedaré viuda. Dios nos unió, no nos separe el hombre»25. Responde a esas palabras. Que ellas no te quiebren, que no te corrompan: son injustas, tienes que desecharlas. No porque te haya citado el texto del evangelio: Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre26 debes sentir temor hasta el punto de separarte de Dios por querer mantenerte unido a tu esposa. Si has de temer el separarte de tu esposa, ¿cuánto más has de temer separarte de tu Creador? Dios ha unido, el hombre no separe. Pero ni siquiera te separarás de la esposa, cuando, por el nombre de Cristo, la precedes en busca de la corona. La viuda que dejas te tiene como su abogado, puesto que ni has abandonado a la que por tal motivo has abandonado. Pero ¿se hablaría de separación si, por uno de esos accidentes humanos, hubieses muerto, prescindiendo ahora del padecer por Cristo? Muere primero el marido, y ¿no hay separación? Mujer malvada, eso no es mirar por ti, sino ver con malos ojos al marido. Pero ¿quedarás viuda? Más feliz serás si permaneces siéndolo. ¿O estás preocupada porque te pueda seducir un segundo matrimonio? Un segundo matrimonio es ciertamente lícito, pero quizá también a este respecto te sientas segura. Siendo esposa de un mártir, te avergonzarás de casarte.

11. Nadie, pues, ame al padre, a la madre, a los hijos, a la esposa, más que a Cristo. Nadie ame más que a Cristo, nadie ame como a Cristo a esas mismas personas a las que es justo amar, a las que la piedad exige que se las ame y a las que es pecado no amar. Si alguien las ama más o menos que a Cristo hay que decir que las ama conforme al modo recto de amar, aunque no conforme a la medida del amor. ¿Qué significa que las ama conforme al modo recto de amar, aunque no conforme a la medida del amor? Esto: que su amor no es carnal, sino espiritual. Pero tú no las ames así, esto es, con un mismo e igual amor. Porque es pecado no solo amar a alguien más que a Cristo, sino también no amar a Cristo más que a cualquier otra persona. «No los amo más» —dice uno—. No pecas, pero tengo que oír todavía otra cosa. ¿En qué medida los amas? Respondes: «Amo a Cristo tanto como a los padres, a la esposa, a los hijos». Todavía pecas. Como pecarías prefiriéndolos, pecas igualándolos en el amor. ¿Te parece correcto amar a Cristo tanto cuanto al padre, a la madre, a la esposa? ¿Es para ti correcto igualar a la criatura con el Creador? ¿Es correcto? ¿Dónde queda el grito: Poned orden en la caridad en mí?27. Ni tu padre, ni tu madre, ni tus hijos han muerto por ti. Si te sobreviene un peligro, quieren que vivas, pero prefieren sobrevivirte. Si por una circunstancia se dijese al padre: «Tienes que morir tú o tu hijo», ¿crees que se hallará alguno que diga: «Yo, antes que mi hijo?». ¿Creemos tal vez que se encuentre un padre tal, un anciano tal que no elija más bien una vida que acabará pronto, que el darla por el hijo? Le restan pocos días a un anciano, viejo decrépito, cansado, encorvado, y no es fácil que quiera dar esos pocos días por los muchos de su hijo. El peso de la senectud le acerca a la sepultura, y por el deseo de la luz prefiere verse sin el hijo antes que morir. ¿Y cuál será esa luz tras el funeral del hijo? ¡Cuán desagradable, cuán luctuosa, cuán amarga! Y, con todo, se prefiere la luz y se da sepultura al hijo.

12. Cristo te amó antes de que existieras, te creó; antes de crear el mundo te predestinó; después de haberte creado, te nutrió por medio de tu padre y de tu madre. En efecto, los padres que te dan el alimento no lo crearon ellos mismos. Cristo te amó, te creó, te nutrió, se entregó a sí mismo por ti, escuchó insultos por ti, aceptó heridas por ti, te redimió con su sangre. ¿No tiemblas, no dices: Qué devolveré al Señor por todo lo que me ha dado?28. ¿Y qué devolverás al Señor por todo lo que te ha dado? Escucha qué te dice: Quien ama a su padre o madre más que a mí, no es digno de mí29. Escúchale cuando te habla, témele cuando te atemoriza, ámale cuando te promete algo. ¿Qué has devuelto al Señor por todo lo que te ha dado? He aquí que ya le has devuelto algo. ¿Qué le has devuelto? ¿Le has dado la salud, como te la dio él a ti? ¿Le has abierto las puertas de la vida eterna, como él a ti? ¿Le has creado, como él a ti? ¿Le has hecho señor, como él te hizo hombre? ¿Qué le has devuelto, sino algo que revierta a ti? Si piensas verdad, no le has devuelto a él, sino que te has aprovisionado a ti mismo. Y ni siquiera eso lo has tenido de ti mismo. Pues ¿qué tienes que no lo hayas recibido?30. ¿Por qué no encuentras qué devolver al Señor? Devuélvele a ti mismo, devuélvele lo que hizo. Devuélvele a ti mismo, no tus cosas; su criatura, no tu maldad.

13. Así aleccionado, así instruido, así educado por la ley de Dios, pide una sola cosa al Señor, esa busca31. Nada te faltará32, no privará de bienes a los que caminan sin hacer daño a nadie33. Pero no es inocuo quien es para sí mismo nocivo. ¿Cómo esperas ser compasivo con otro, si quizá no has aprendido a serlo contigo mismo? Compadécete de tu alma, agradando a Dios34. Quieres que Dios te agrade a ti y no quieres agradar tú a Dios. Mas eres tal que Dios no puede agradarte. ¡Pues te agradará en el momento en que favorezca tus iniquidades! Pensaste —dice— una iniquidad: que soy semejante a ti35. Compadécete de tu alma, agradando a Dios. No es bueno que, estando torcido, te agrade Dios. Ajústate a rectitud; no quieras torcer a Dios. Agrada a Dios y Dios te agradará a ti. Sé recto tú, no sea que, además de estar torcido tú, busques que lo esté también Dios. Estás sentado sin hacer nada, y te imaginas un Dios según tus apetencias. «¡Si Dios —dice— hiciera esto! ¡Oh, si hiciera aquello otro!». Dios no hará eso, sino el bien. Pero a los malos desagrada Dios. ¡Cuán bueno es el Dios de Israel para los rectos de corazón!36. Por tanto, hermanos, pidamos a Dios esa única cosa. Cuando lo digo a vosotros, me incluyo a mí. Pidamos todos esa única cosa. Escuchémosla todos de boca de uno solo. Pidamos al Señor una única cosa, esa busquemos: habitar en la casa del Señor todos los días de nuestra vida37. Todos esos días son un único día eterno. Cuando oyes: todos los días de mi vida38, no temas que esos días se acaben. En verdad, esos días nunca terminan, ya que, una vez llegados, no deseamos ni siquiera el día humano. No hay un solo día que permanezca con nosotros un solo día; ni uno solo permanece con nosotros, todos huyen. Antes de llegar uno, se va el otro. Del día de hoy, ¡cuánto ha desaparecido ya desde que estoy hablando! No sujetamos ni la hora en que estamos. También ella huye; viene otra que tampoco se detendrá, sino que huirá igualmente. ¿Qué amas? Agarra lo que amas, sujeta lo que amas, posee lo que amas. Ni permanece ni deja permanecer. Toda carne es heno, y todo el esplendor del hombre es como flor del heno. Se marchitó el heno, cayó la flor39. Todas esas cosas huyen. ¿Quieres permanecer? Pero la palabra del Señor permanece para siempre40. Mantente, pues, en su Palabra que permanece para siempre y escúchala, y con ella permanecerás eternamente.