SERMÓN 64A (=Mai 20)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

Comentario a Mt 10,16

1. La pasión cuyo recuerdo celebramos en la solemnidad de los mártires se nos propone a la imitación, amadísimos, para que, si tal vez nos sobreviene una prueba dura, perseveremos hasta el final. Así podemos ser salvados, según acabamos de oír juntos en lo que se leyó del evangelio: Quien persevere hasta el final se salvará1. El final de este mundo temporal quizá esté lejos o quizá esté cerca. El Señor quiso que permaneciese oculto cuándo iba a suceder, para que los hombres esperen siempre preparados lo que no saben cuándo va a llegar. Pero, esté cercano o esté lejano —como dije— el fin de este mundo sometido al tiempo, el fin de cada hombre en particular, por el que se ve obligado a pasar de esta vida a otra adecuada a sus méritos, no puede estar lejos, si se piensa en cuán breve es esta nuestra condición mortal. Obviamente, cada uno de nosotros debe prepararse para cuando llegue su fin. El último día, en efecto, no acarreará mal alguno a quien, pensando que cada día es el último para él, vive de modo que muere tranquilo; cuando la muerte es tal que no comporta una muerte para siempre. Pensando en estas cosas, ¡cómo oyeron los santos mártires la palabra del Señor que decía: ¡Ved que os envío como ovejas en medio de lobos!2. ¡Cuán firmemente habían sido robustecidos para que no sintiesen temor ante esto! De donde resulta cuán numerosos eran los lobos y cuán pocas las ovejas, pues no fueron enviados los lobos en medio de las ovejas, sino las ovejas en medio de los lobos. De hecho, el Señor no dice: «Mirad que os envío cómo leones en medio de animales de carga», sino que, al hablar de ovejas en medio de lobos, mostró suficientemente el pequeño número de ovejas y las manadas de lobos. Y aunque un solo lobo acostumbra a espantar a un rebaño por grande que sea, las ovejas enviadas se metían en medio de innumerables lobos, pero no temían porque quien las enviaba no las abandonaba. ¿Por qué iban a temer meterse en medio de lobos aquellos con quienes estaba el Cordero que venció al lobo?

2. En la misma lectura hemos escuchado: Cuando os entreguen, no penséis lo que vais a decir; pues no sois vosotros quienes habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros3. Por esto dice en otro lugar: Mirad que estoy con vosotros hasta la consumación del mundo4. ¿Acaso iban a permanecer aquí hasta la consumación del mundo quienes escuchaban entonces estas palabras del Señor? El Señor pensaba no solo en los que iban a abandonar este mundo, sino también en los demás que les iban a suceder, y en nosotros mismos, y en quienes se van a hallar en esta vida después de nosotros: a todos nos veía dentro de su único Cuerpo. Estas palabras: Yo estoy con vosotros hasta la consumación del mundo, no solo las oyeron ellos, las hemos oído también nosotros. Y si no las oíamos entonces formando parte de nuestro saber, las oíamos en su presciencia. Por tanto, para vivir seguros como ovejas en medio de lobos, guardemos los mandamientos de quien nos exhorta a ser sencillos como las palomas, astutos como las serpientes5. Sencillos como palomas: para no dañar a nadie; astutos como serpientes: para estar precavidos a fin de que nadie nos dañe. Pero no podrás estar precavido a fin de que nadie te dañe, a no ser que conozcas en qué se te puede dañar. Hay quienes oponen resistencia en su lucha por cosas temporales. Y si se les reprocha el oponer demasiada resistencia, siendo así que, como el Señor mismo ordenó, lo que deben hacer es, más bien, no ofrecer resistencia al que te hace mal6, responden que ellos cumplen lo dicho: Sed astutos como serpientes. Pongan, pues, atención a lo que hace la serpiente: cómo, en lugar de la cabeza, presenta su cuerpo enroscado a los golpes de quienes la hieren, para defender la parte del cuerpo en la que advierte que reside su vida; cómo menosprecia lo restante de su largo cuerpo para que el perseguidor no hiera su cabeza. Por tanto, si quieres imitar la astucia de la serpiente, protege tu cabeza. Ahora bien, está escrito: La cabeza del varón es Cristo7. Mira, pues, dónde tienes a Cristo, puesto que él habita en ti por la fe: Que Cristo —dice el Apóstol— habite por la fe en vuestros corazones8. En consecuencia, a fin de que tu fe permanezca íntegra, a quien te persigue opón todo lo demás para que se mantenga incólume la parte de la que recibes la vida. Pues quienes le persiguen ya no pueden herir personalmente a Cristo, nuestro Señor, el Salvador, la Cabeza de toda la Iglesia9, que está sentado a la derecha del Padre; no obstante, participando de nuestros padecimientos y demostrando que él está en nosotros, desde el cielo llamó a Saulo, luego convertido en el apóstol Pablo, con estas palabras: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?10. A él en persona nadie le tocaba, pero en cuanto cabeza clamó desde lo alto en favor de sus miembros pisoteados en la tierra. Si Cristo habita por la fe en el corazón cristiano, para que la fe quede a salvo, es decir, para que Cristo permanezca en el creyente, hay que despreciar cualquier cosa que el perseguidor pueda herir o quitar, de modo que ella perezca en favor de la fe y no la fe en beneficio de ella.

3. Imitando esta astucia de la serpiente, dado que Cristo es la cabeza del varón11, los mártires ofrecieron a los perseguidores cuanto de mortal poseían, en beneficio de Cristo, como en beneficio de su cabeza, para no encontrar la muerte allí de donde les venía la vida. Cumplieron el precepto del Señor que les exhortaba a ser astutos como serpientes, para que no creyesen, cuando se les condenaba a ser decapitados, que entonces perdían la cabeza; antes bien, cortada la cabeza física, mantuviesen íntegra la Cabeza, Cristo. Sea el que sea el ensañamiento con que el verdugo actúe sobre los miembros del cuerpo, sea la que sea la crueldad con que, una vez hechos jirones los costados y despedazadas las entrañas, llegue a todas las partes más internas del cuerpo, no puede llegar a nuestra Cabeza, que ni siquiera se le permite ver. Ciertamente, si quiere, llega a ella, pero no ensañándose contra nosotros, sino creyendo lo mismo que nosotros. ¿Cómo pudieron imitar las mujeres esta astucia de la serpiente, hasta merecer la corona del martirio? Cristo, en efecto, fue denominado cabeza del varón y el varón cabeza de la mujer12. Pues no sufrieron lo que sufrieron por sus maridos, ellas que, para padecerlo, hasta tuvieron que vencer los halagos de los mismos, que las disuadían. Lo sufrieron por Cristo porque también ellas son miembros de Cristo por la misma fe y, en consecuencia, Cristo, que es Cabeza de la Iglesia entera, es Cabeza de todos sus miembros. A la Iglesia en su totalidad se la denomina tanto mujer como varón, pues se la ha denominado también virgen única. El Apóstol dice: Os he preparado para un solo varón para presentaros a Cristo como virgen casta13. Entendemos que es también varón, puesto que dice el mismo Apóstol: Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe, al conocimiento del Hijo de Dios, al varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo14. Por tanto, si es mujer, Cristo es su esposo; si es varón, Cristo es su cabeza. Así, pues, dado que el varón es cabeza de la mujer y Cristo es el esposo de la Iglesia, puesto que también las mujeres sufrieron por Cristo, ellas lucharon por su Cabeza con la astucia de la serpiente. Protejamos, por tanto, nuestra cabeza contra los perseguidores, imitemos la astucia de la serpiente, y gimamos ante Dios también por nuestros mismos perseguidores, para ser inocuos como las palomas. Concluye el sermón sobre las palabras: Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos.