SERMÓN 63B (=Morin 7)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

Curación de la hija de Jairo y de la hemorroisa1

1. La narración de los hechos pasados iluminan la mente e inyectan esperanza en las realidades futuras. Jesús se encaminaba a resucitar a la hija del jefe de la sinagoga, cuya muerte le habían anunciado. Y, hallándose de camino, como de improviso se cruza una mujer aquejada de una enfermedad, mujer llena de fe, con flujos de sangre, que había de ser redimida de ese mal. Y dijo en su corazón: Si toco aunque solo sea la orla de su vestido, quedaré sana2. Decirlo fue tocarlo. A Cristo se le toca con la fe. Se acercó y lo tocó: se realizó lo que creyó. El Señor, sin embargo, preguntó: ¿Quién me ha tocado?3. Desea saber aquel a quien nada se le oculta; pregunta de quién fue la acción, cosa que conoció ya antes de la acción misma. Existe, pues, un misterio: veámoslo y, en la medida del don de Dios, comprendámoslo.

2. La hija del jefe de la sinagoga simboliza al pueblo judío; esta mujer, la Iglesia de los gentiles. Cristo, el Señor, nacido de los judíos según la carne, se presentó a ellos en la carne; a los gentiles envió a otros, no fue personalmente. Su existencia corporal y visible se desarrolló en Judea. Por esto dice el Apóstol: Digo que Cristo fue ministro de la circuncisión al servicio de la veracidad de Dios para confirmar las promesas hechas a los padres —en efecto, a Abrahán se le dijo: En tu linaje serán benditos todos los pueblos4—; los gentiles, en cambio, glorifican a Dios por su misericordia5. Luego Cristo fue enviado a los judíos. Se encaminaba a resucitar a la hija del jefe de la sinagoga. Se cruza la mujer, y queda curada. Primeramente es curada mediante la fe, y da la impresión de que la desconoce el que la ha salvado. ¿Por qué, si no, dijo: Quién me ha tocado?6. La ignorancia de Dios nos afianza en la existencia de un misterio. Algo quiere indicarnos, cuando ignora algo quien no puede ignorarlo. ¿Qué significa, entonces? Significa la curación de la Iglesia de los gentiles que Cristo no vio con su presencia corporal. Suya es esta frase del salmo: Un pueblo, al que no he conocido, me ha servido. Cuando oyó, me obedeció7. Le oyó el orbe de la tierra y creyó; le vio el pueblo judío y primeramente le crucificó, pero después también llegó a él. Creerán también los judíos, pero al final de los tiempos8.

3. Mientras esto llega, quede sanada esta mujer, toque la orla del vestido. En el vestido entended al coro de los Apóstoles. De él formaba parte uno, el último y el menor, a modo de orla, el apóstol Pablo. Él fue enviado a los gentiles, él que dice: Pues yo soy el menor de los Apóstoles, yo que no soy digno de ser llamado Apóstol9. Dice también: Yo soy el último de los Apóstoles10. Esta orla, la franja estrecha en que acaba un vestido, es necesaria a la mujer no sana, pero que ha de ser sanada. Lo que hemos oído se ha realizado ya; lo que hemos oído se está realizando ahora. Todos los días toca esta mujer la orla, todos los días es curada. El flujo de sangre no es otra cosa que el flujo carnal. Cuando se oye al Apóstol, cuando se escucha la orla —la franja estrecha en que acaba un vestido— que dice: Mortificad vuestros miembros terrenos11, se reprime el flujo de sangre, se reprimen la fornicación, la embriaguez, los placeres de este mundo, se reprimen todas las obras de la carne. No te cause maravilla: se ha tocado la orla. Cuando el Señor dijo: ¿Quién me ha tocado?12, conociéndola, no la conoció: simbolizaba y designaba a la Iglesia que él no vio con el cuerpo pero redimió con su sangre.