SERMÓN 63 A (=Mai 25)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

Curación de la mujer que padecía flujo de sangre1

1. ... la Iglesia de Dios, la Iglesia santa, cuya Cabeza es él. Ahora bien, si él es la Cabeza, nosotros somos el cuerpo; pero solo si somos tales que soportamos la opresión de la muchedumbre, sin causarla al Señor. Grande es la multitud que confluye a la Iglesia extendida por todos los países; creen todos los pueblos. Pero, entre ellos, una parte oprime, otra es oprimida; la parte que es oprimida, tolera; la que tolera, recibirá la recompensa logrando el fruto de la tolerancia, del que dice el Señor en el Evangelio: Produce fruto con la tolerancia2. Tal es la parte de los fieles santos, difundida por doquier, porque es trigo y convenía que el trigo fuera sembrado en todo el campo, es decir, en todo el mundo. En efecto, el Señor dijo que el campo era el mundo3. A su vez, afirma que todos los fieles que se acercan a Dios con el corazón, no con los labios, son trigo. En cambio, a los que se acercan, pero no con el corazón, los cuenta entre la paja y la cizaña. En todo campo y en toda era hay una cosa y otra: trigo y paja. El volumen de paja es mayor, y el de trigo menor, pero más sólido; menor, pero más pesado; menor, pero más valioso. Por el trigo se trabaja, por él se toman precauciones. A él se le prepara el granero, no el fuego. Que nadie, por tanto, se felicite sin más por el hecho de entrar al interior de estas paredes; considere su intención, interrogue su corazón; sea para sí mismo un juez severísimo a fin de experimentar al juez como padre lleno de misericordia; no se halague, no tenga consideración consigo mismo, siéntese en el tribunal de su mente, convierta los temores en verdugos de su conciencia, confiese ante Dios qué es: si se ve como trigo, sea oprimido, triturado, aguante, no le angustie el hallarse mezclado con la paja. La paja puede estar con él en la era, pero no se hallará en el granero.

2. Ahora bien, hermanos amadísimos, puesto que lo he dicho, formemos parte, en calidad de miembros, de aquella de quien tal mujer era figura. Pero Vuestra Caridad espera saber de quién lo era. Sostengo que esa mujer simbolizaba a la Iglesia que procede de los gentiles, pues el Señor iba a resucitar a la hija del jefe de la sinagoga. La hija del jefe de la sinagoga simboliza al pueblo judío. El Señor vino solo al pueblo judío, al decir él: No he sido enviado más que a las ovejas de la casa de Israel que han perecido4. Por así decir, él se encaminó hacia la hija del jefe de la sinagoga. Entonces aquella mujer, llegando como de improviso de no sé dónde, sin ser conocida porque tampoco ella conocía, tocó al Señor también con la fe diciéndose: Si toco la orla de su vestido, quedaré sana5. La tocó y fue sanada. Sufría una enfermedad detestable: el flujo de sangre. De hecho, todos aborrecen tanto oír hablar de esa enfermedad como padecerla. Aborrecen que fluya sangre de su cuerpo; no toleren, pues, que fluya de su corazón. Esa enfermedad hay que evitarla con más razón en el corazón. Ignoro de qué modo se alejó del alma que habita el cuerpo la enfermedad que padecía, una vez que esta pasó a su habitáculo. El amo —es decir, el alma— prefiere que se cure su flujo corporal —o sea, su cuerpo— a que se cure el morador de la casa —es decir, ella misma—. ¿Qué aprovecha una casa de mármol y artesonados en la que el padre de familia no está sano? ¿Qué he dicho? ¿Qué aprovecha un cuerpo sano e incólume en el que enferma el alma, que es quien habita el cuerpo? Así, pues, traspasado al alma, el flujo de sangre es el derroche. Como los avaros son semejantes a los hidrópicos —pues están ávidos de beber—, así los derrochadores son semejantes al flujo de sangre. En efecto, a los avaros les fatigan sus ansias; a los derrochadores, sus dispendios. Allí hay ansia, aquí flujo; pero ambas cosas matan. Resulta necesario disponer del médico que vino a sanar las enfermedades de las almas. Por esto mismo quiso sanar las enfermedades corporales: para manifestarse como salvador del alma, porque de ambas realidades es creador. En efecto, no cabe aceptar que sea creador del alma y no lo sea del cuerpo. Él quiso, por tanto, exhortar al alma a que sanase interiormente. Por este motivo curó el cuerpo: al actuar en él pensaba en el alma, a fin de que esta desease que se realizase en sí lo que veía que Jesús obraba fuera de ella. ¿Qué fue lo que obró Dios? Curó el flujo de sangre6, curó al leproso7, curó al paralítico8. Todas estas son enfermedades del alma. Curó al cojo y al ciego9, pues cojea todo el que no camina de forma recta por el camino de la vida, y es ciego quien no cree a Dios. También el derrochador padece flujo de sangre, y todo el que es inconstante y mendaz, manchas de lepra. Y es necesario que la sane por dentro quien le sanó por fuera precisamente para que desease sanar interiormente.

3. Esta mujer, pues, padecía flujo de sangre y es sanada de la dolencia física, porque se le iban todas sus fuerzas. Del mismo modo el alma, al ir tras los deseos carnales, hace dispendio de todas sus energías. Esta mujer consume en médicos todos sus haberes —así está escrito de ella10—. De igual manera, ¿cuánto no había gastado en médicos falsos: astrólogos, echadores de suertes, poseídos del espíritu maligno y adivinos de los templos la desdichada Iglesia de los gentiles, buscando la felicidad, buscando poseer algunas fuerzas o buscando la medicina? Todos, en efecto, prometen la salud, pero no pueden otorgarla, porque ni ellos tienen qué dar. Luego había gastado todos sus bienes y no se curaba. Dijo: «Tocaré su orla». La tocó y fue curada11. Investiguemos qué es la orla del vestido. Esté atenta Vuestra Caridad. Se entiende que el vestido del Señor son los Apóstoles que se adhieren a él. Averiguad qué Apóstol fue enviado a los gentiles. Hallaréis que el enviado fue el apóstol Pablo, pues la mayor parte de su actividad apostólica la desarrolló entre los gentiles. La orla del vestido del Señor es, pues, el apóstol Pablo, el enviado a los gentiles, porque él fue el último de los Apóstoles. ¿No es la orla la franja última y mínima de un vestido? Una y otra cosa dice de sí mismo el Apóstol: Mas yo soy el último de los Apóstoles12, y yo soy el menor de los Apóstoles13. Él es el último, él el menor. Tal es la orla del vestido. Y la Iglesia de los gentiles, al igual que la mujer que tocó la orla, padecía flujo de sangre. La tocó el Señor y quedó sana. Toquemos también nosotros, es decir, creamos, para poder ser sanados.

Fin del Sermón sobre la mujer que padecía flujo de sangre.