SERMÓN 62

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

La fe del centurión y la mujer que toca el vestido de Jesús1,
y el escándalo de los sacrificios ofrecidos a los ídolos2.

1. Al leerse el evangelio, hemos escuchado que se alababa nuestra fe acompañada de humildad. Cuando Jesús le prometió ir a su casa para curar a su siervo3, respondió el centurión: No soy digno de que entres bajo mi techo, mas di una sola palabra y quedará sano4. Declarándose indigno, se hizo digno de que Cristo entrase no dentro de las paredes de su casa, sino en su corazón. Pero no lo hubiese dicho con tanta fe y humildad si no llevase ya en el corazón al que temía que entrase en su casa. En efecto, no era grande la dicha si el Señor Jesús entraba dentro de su casa, pero no se hallaba en su corazón. De hecho, él, maestro de humildad con la palabra y con el ejemplo, también se sentó a la mesa en la casa de cierto orgulloso fariseo, de nombre Simón5. Pero, a pesar de estar recostado en su casa, no había en su corazón lugar en que el Hijo del hombre reclinara su cabeza6.

2. Por esto mismo, según se puede desprender de sus palabras, el Señor disuadió de ser su discípulo a cierto hombre orgulloso que de buen grado quería seguirle. Señor —dice— te seguiré adonde quiera que vayas7. Y el Señor, viendo lo invisible de su corazón, le dice: Las raposas tienen guaridas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza8. Esto es: hay en ti dobleces cual raposas; existe en ti la soberbia cual aves del cielo. Mas el Hijo del hombre, que es sencillo contra la doblez y humilde contra el orgullo, no tiene dónde reclinar su cabeza. Incluso el mismo reclinar la cabeza, en vez de elevarla, es magisterio de humildad. Disuade al que desea seguirle y convence al que lo rehusaba. Efectivamente, según el mismo pasaje, el Señor dice a otro: Sígueme. Y él: Te seguiré, Señor, pero permíteme ir antes a dar sepultura a mi padre9. Buscó ciertamente una excusa en el amor filial y, por ello, se hizo más digno de que tal excusa fuese rechazada y se mantuviese con mayor firmeza la llamada. Lo que quería hacer era un gesto de amor filial, pero el Maestro le enseñó lo que debía anteponer. Quería que fuera predicador de la palabra viva para hacer vivos a quienes habían de vivir. Para cumplir con aquel deber necesario quedaban otros. Deja —dice— que los muertos entierren a sus muertos10. Cuando los infieles dan sepultura a un cadáver, son muertos que sepultan a un muerto. El cuerpo de este perdió el alma; el alma de aquellos perdió a Dios. Como el alma es la vida del cuerpo, así Dios es la vida del alma. Como expira el cuerpo cuando espira al alma, así expira el alma cuando pierde a Dios. Si se pierde a Dios, muere el alma; si se espira al alma, muere el cuerpo. La muerte del cuerpo es de necesidad; la del alma depende de la voluntad.

3. Se hallaba el Señor recostado a la mesa en casa de un fariseo orgulloso11. Como acabo de decir, se hallaba en su casa, no en su corazón. En cambio, aunque no entró en casa del centurión, poseyó su corazón. Zaqueo, a su vez, recibió al Señor en su casa y en su alma12. Se alaba la fe del centurión, acompañada de humildad, pues dijo: No soy digno de que entres bajo mi techo13. Y el Señor: En verdad os digo que no he hallado fe tan grande en Israel14; en Israel según la carne, pues este era ya israelita en el espíritu15. El Señor había venido al Israel carnal, es decir, a los judíos, a buscar en primer lugar las ovejas allí perdidas16, o sea, el pueblo en el que y del que había tomado carne. No he hallado allí fe tan grande, dice el Señor. Podemos nosotros medir la fe de los hombres, pero en cuanto hombres; él que veía el interior, él a quien nadie engañaba dio testimonio sobre el corazón de aquel hombre al escuchar las palabras de humildad y pronunciar la sentencia sanadora.

2. Mas ¿cómo percibió el Señor esa fe tan grande? También yo —dice— que soy un hombre bajo autoridad, tengo soldados a mis órdenes y digo a este: «Ve», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi siervo: «Haz esto», y lo hace17. Soy autoridad para quienes están bajo mi mando y estoy bajo otra autoridad que está por encima de mí. «Si, pues, yo —dice— hombre bajo autoridad, tengo poder para mandar, ¿qué no podrás tú, a quien sirven todos los que tienen poder?». Era un gentil, pues era un centurión. El pueblo judío estaba ya bajo el poder militar del imperio romano. Allí servía él como soldado, en cuanto era posible a un centurión: sometido a una autoridad y teniendo él mismo autoridad; súbdito que obedece y súbdito que gobierna. El Señor, por el contrario, —esto es necesario que lo advierta perfectamente Vuestra Caridad—, aunque formaba parte del pueblo judío, anunciaba ya la futura Iglesia, presente en todo el orbe de la tierra, a la que había de enviar a sus apóstoles. Los gentiles no lo vieron y creyeron en él; los judíos lo vieron y le dieron muerte. Igual que el Señor no entró físicamente en casa del centurión y, no obstante, ausente en el cuerpo, pero presente por su majestad, sanó su fe y su casa, de idéntica manera el mismo Señor solo estuvo corporalmente en el pueblo judío; en los otros pueblos ni nació de una virgen, ni sufrió la pasión, ni caminó, ni soportó las debilidades humanas, ni hizo los prodigios propios de Dios. Ninguna de estas cosas realizó en los restantes pueblos, y, sin embargo, se cumplió lo que respecto a él se había dicho: Un pueblo al que no he conocido me ha servido. ¿Cómo, si faltó el conocimiento? Cuando oyó, me obedeció18. El pueblo judío lo conoció y lo crucificó; el orbe de la tierra oyó y creyó.

3. Esta como ausencia corporal y presencia de su poder en todos los pueblos, la significó también en la mujer que había tocado la orla de su vestido, cuando le preguntó: ¿Quién me ha tocado?19. Pregunta como ausente; como presente, sana. La muchedumbre te oprime —le dicen los discípulos— y tú preguntas: ¿Quién me ha tocado?20. Como si caminase en modo tal que no pudiese ser tocado físicamente por ninguno, dijo: ¿Quién me ha tocado? Y ellos: La muchedumbre te oprime. Es como si dijera el Señor: «Busco al que me toca, no al que me oprime». Así es en el tiempo presente su cuerpo, es decir, su Iglesia. La toca la fe de unos pocos y la oprime la turba de muchos. Como hijos suyos habéis oído ya que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y, si queréis, lo sois vosotros mismos. El Apóstol lo dice en muchos lugares: Por su cuerpo, que es la Iglesia21. Y también: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros22. Si, pues, somos su cuerpo, lo que entonces sufría su cuerpo por obra de la muchedumbre, esto mismo lo padece su Iglesia. La oprime la muchedumbre, pocos la tocan. La carne la oprime, la fe la toca. Levantad, pues, los ojos, os suplico, vosotros que tenéis con qué ver. Tenéis, en efecto, qué ver. Levantad los ojos de la fe, tocad el extremo de la orla del vestido; os bastará para la salvación.

6. Observad que lo que oísteis en el evangelio como futuro entonces, ahora es realidad presente. Por tanto —así el Señor— yo os digo: en cuanto extraños en la carne, pero de la familia23 en el corazón, a causa de la fe que se alaba en el centurión. Por esto —dice— muchos vendrán de oriente y de occidente. No todos, sino muchos; pero, eso sí, de oriente y de occidente. Mediante esas dos partes se designa el orbe entero. Muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. En cambio, los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores24. Los hijos del reino, es decir, los judíos. ¿Por qué hijos del reino? Porque recibieron la Ley, a ellos fueron enviados los profetas, en medio de ellos existió el templo y el sacerdocio, ellos celebraban las figuras de cuanto iba a acaecer25. Pero no reconocieron la presencia de las realidades que celebraron en figura. Por tanto, los hijos del reino irán —dice— a las tinieblas exteriores. Allí habrá llanto y rechinar de dientes26. Estamos viendo la reprobación de los judíos; estamos viendo cristianos llamados de oriente y de occidente a cierto banquete celeste, para que se sienten a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob, donde el pan será la justicia y la bebida la sabiduría.

4. Prestad atención, pues, hermanos. Esto sois, pertenecéis a este pueblo, predicho ya entonces y ahora visible en la realidad. Sin duda pertenecéis a los que han sido llamados de oriente y de occidente a sentarse a la mesa del reino de los cielos, no en el templo de los ídolos. Sed, pues, cuerpo de Cristo, no desazón para el cuerpo de Cristo. Tenéis la orla del vestido para tocarla y sanar la hemorragia de sangre, es decir, el flujo de los placeres carnales. Tenéis —repito— la orla del vestido que tocar. Considerad que los Apóstoles son el vestido que se adhiere a los costados de Cristo por el tejido de la unidad. Entre estos Apóstoles estaba como orla el menor y último, Pablo, según él mismo dice: Yo soy el mínimo de los Apóstoles27. La orla es la franja en que termina un vestido. La orla se mira con desprecio, pero el tocarla produce salvación. Hasta este momento sufrimos hambre, sed, estamos desnudos y somos azotados28. ¿Existe cosa inferior y más despreciable que esto? Tócala si padeces flujo de sangre; de aquel del que eres vestido saldrá una fuerza que te sanará. Se proponía al tacto una orla cuando ahora se leía este texto del Apóstol: Si alguno llega a ver a otro que tiene ciencia sentado a la mesa en un templo de ídolos, ¿no se sentirá su conciencia impulsada a comer carne sacrificada a los ídolos, puesto que es débil? ¿Y por tu ciencia, hermano, perecerá el débil por quien murió Cristo?29. ¿Cómo pensáis que se puede engañar con ídolos a hombres que piensan que los veneran los cristianos? «Dios —dicen— conoce mi corazón». Pero tu hermano no. Si estás débil, evita una enfermedad peor; si estás fuerte, cuida de la debilidad de tu hermano. Quienes ven eso se sienten impulsados a otras cosas, de forma que no solo desean comer allí, sino incluso sacrificar. Advierte que por tu ciencia perece el hermano débil30. Escucha, hermano; si despreciabas al débil, ¿desprecias también al hermano? Despierta. ¿Qué, si pecas contra el mismo Cristo? Pon atención a lo que bajo ninguna condición puedes despreciar. De esta forma —dice— pecando contra los hermanos y golpeando su débil conciencia, pecáis contra Cristo31. Vayan ahora quienes desprecian esto y recuéstense a la mesa en el templo de los ídolos; ¿no serán personas que oprimen en vez de tocar? Y, una vez que se hayan recostado a la mesa en un templo pagano, vengan y llenen la Iglesia. No recibirán la salvación en ella, pero sí la oprimirán.

5. «Pero —dirás— temo ofender a mi superior». Teme justamente eso: ofender a tu superior, y no ofendes a Dios. Tú que temes ofender a alguien superior a ti, mira no sea que haya alguien mayor todavía que ese a quien temes ofender. Es obvio; no has de ofender a tu superior. Es la norma que se te propone. ¿No es evidente que en ningún modo ha de ofenderse al que es mayor que los demás? Considera ahora quiénes son superiores a ti. El primer puesto lo ocupan tu padre y tu madre: si te educan rectamente, si te nutren de Cristo, les has de escuchar en todo y has de obedecer cada orden suya. Sírveles si no ordenan nada contra quien es superior a ellos. «¿Quién es —dices— superior a quien me ha engendrado?». Quien te ha creado. El hombre engendra, Dios crea. El hombre desconoce cómo engendra, desconoce lo que va a engendrar. Ciertamente es superior a tu padre, quien te vio para crearte antes de que existieras tú a quien creó. Sea incluso la patria superior a tus mismos padres, hasta el punto que no hay que escucharles cuando ordenan algo contra ella. Pero si la patria ordena algo contra Dios, no se la escuche. Si, pues, quieres ser curada, si tras padecer el flujo de sangre, tras padecer doce años en esa enfermedad, tras haber gastado todos tus bienes en médicos sin haber recuperado la salud, quieres ser sanada de una vez32, ¡oh mujer, a la que hablo en cuanto figura de la Iglesia!, una cosa te ordena tu padre y otra tu pueblo. Pero tu Señor te dice: Olvida a tu pueblo y a la casa de tu padre33. ¿A cambio de qué bien, de qué fruto, de qué recompensa? Porque el rey —dice— ha deseado tu hermosura34. Ha deseado lo que hizo, puesto que, para hacerte hermosa, te amó siendo fea. Por ti, aun infiel y fea, derramó su sangre; te restituyó fiel y hermosa, amando en ti lo que son dones suyos. Pues ¿qué aportaste a tu esposo? ¿Qué recibiste en dote de tu anterior padre y pueblo? ¿Acaso otra cosa distinta de las lujurias y los andrajos de los pecados? Tiró tus andrajos, rompió tu vestido de piel de cabra6; se compadeció de ti para embellecerte; te embelleció para amarte.

¿Qué más, hermanos? Como cristianos habéis oído que, pecando contra los hermanos y golpeando su débil conciencia, pecáis contra Cristo35. No despreciéis estas palabras si no queréis ser borrados del libro de la vida36. ¡Por cuánto tiempo tengo que esforzarme en indicaros clara y agradablemente lo que mi dolor me obliga a deciros sea como sea, sin permitirme callarlo! Quienes quieran despreciarlas, pecan contra Cristo. Vean lo que hacen. Queremos atraer a los paganos que quedan; vosotros sois piedras en el camino; los que quieren venir tropiezan en ellas, y se dan la vuelta diciendo en sus corazones: —«¿Por qué hemos de abandonar a los dioses que adoran con nosotros los mismos cristianos?». —«Lejos de mí —dice el otro— adorar a los dioses de los gentiles». Lo sé, lo comprendo, te creo. ¿Qué haces de la conciencia del débil a la que hieres? ¿Qué haces del precio, si desprecias lo comprado con él? Mira a qué precio se compró. Perecerá —dice— el débil por tu ciencia37, la que dices tener, gracias a la cual sabes que un ídolo no es nada, gracias a la cual piensas en Dios con tu mente y así te recuestas a la mesa en el templo pagano. Por esa tu ciencia perece el débil. Mas, para que no desprecies al débil, añadió: por quien murió Cristo38. Considera el precio pagado por el débil al que te propones despreciar y pon en un platillo de la balanza el mundo entero y en otro la muerte de Cristo. Y para que no pienses que pecas solo contra el débil, lo juzgues un pecado leve y lo consideres como sin importancia, añadió todavía: Pecáis contra Cristo. Pues hay hombres que suelen decir: «Peco contra un hombre: ¿peco acaso contra Dios?». Niega que Cristo es Dios. ¿Osas negar que Cristo es Dios? ¿O acaso aprendiste otra cosa mientras estabas recostado en el templo pagano? La enseñanza de Cristo no admite esta forma de pensar. Te pregunto dónde has aprendido que Cristo no es Dios. Eso suelen decirlo los paganos. ¿Ves lo que hacen las malas mesas? ¿Ves cómo las conversaciones malas corrompen las buenas costumbres?39. Allí no puedes hablar del Evangelio y escuchas a los que hablan de los ídolos. Pierdes allí el creer que Cristo es Dios, y lo que allí bebes, en la iglesia lo vomitas. Tal vez aquí osas hablar, tal vez perdido en la masa te atreves a murmurar: «¿No fue acaso Cristo un hombre? ¿No fue crucificado?». Eso has aprendido; has perdido la salud, no has tocado la orla. Toca la orla también en este asunto, recibe la salud. Tócala también respecto a la divinidad de Cristo, como te enseñamos a tocarla mediante las palabras: Si alguno ve a un hermano recostado a la mesa en un templo pagano40. Con referencia a los judíos, decía la misma orla: Suyos son los patriarcas y de ellos es Cristo según la carne, quien es Dios bendito sobre todas las cosas por los siglos41. Advierte contra qué Dios verdadero pecas cuando te sientas a la mesa de dioses falsos.

10. «No es —dice— un dios, puesto que es el genio de Cartago». Como si fuera Dios, en caso de tratarse de Marte o Mercurio. Pero considera no lo que es en sí, sino lo que ellos piensan que es. Pues también yo sé, como lo sabes tú, que es una piedra. Si el genio es un adorno, vivan rectamente los ciudadanos de Cartago y serán ellos el genio de Cartago. Si, por el contrario, el genio es un demonio, en el mismo lugar escuchaste también: Lo que inmolan los gentiles, a los demonios lo inmolan, no a Dios. No quiero que os hagáis socios de los demonios42. Sabemos que no es Dios. ¡Ojalá lo supieran ellos también así! Mas, en atención a que los débiles no lo saben, no se debe herir su conciencia. Es una exhortación del Apóstol. Que ellos lo tienen por algo divino y que consideran la estatua como divina, lo atestigua el altar. ¿Qué hace allí el ara si no es tenido por una divinidad? Que nadie me diga: «No es una divinidad; no es Dios». Ya lo dije: ¡Ojalá lo supieran ellos como lo sabemos todos nosotros! Pero cómo lo consideran, qué juzgan que es, qué hacen allí, lo atestigua el altar. Ese altar dejó convictas las mentes de todos los que lo adoran; ¡que no deje convictos a quienes se sientan a su mesa!

7. No opriman los cristianos a la Iglesia, si la oprimen los paganos. Se trata del Cuerpo de Cristo. ¿No era eso lo que decíamos, esto es, que el Cuerpo de Cristo era oprimido, pero no tocado? Toleraba a quienes le oprimían, buscaba quienes lo tocasen. ¡Ojalá, hermanos, opriman al Cuerpo de Cristo los paganos que acostumbran a hacerlo, mas no los cristianos! Hermanos, es deber mío decíroslo; a mí me corresponde hablaros a vosotros, cristianos. El mismo Apóstol dice: ¿Por qué voy yo a juzgar a los que están fuera?43. A ellos, como a hombres débiles, les hablamos de otra manera. Se les ha de mimar para que escuchen la verdad; en vosotros se ha de sajar la parte gangrenada. Si buscáis un medio con que vencer a los paganos, con que traerlos a la luz, con que llamarlos a la salvación, abandonad sus solemnidades, abandonad sus naderías. Y si no asienten a nuestra verdad, que se avergüencen de su escaso número.

12. Si tu superior es bueno, te nutre; si es malo, es para ti un tentador. Recibe con agrado su alimento; en la tentación, sé probado. Sé oro. Contempla este mundo como si fuera el crisol del orífice. En un espacio reducido hay tres cosas: el oro, la paja, el fuego. Si a las dos primeras se aplica el fuego, la paja se quema, el oro se acrisola. Un tal cedió a las amenazas y fue llevado al templo pagano. ¡Ay de mí! Lloro por la paja, estoy viendo las cenizas. Otro no cedió ni ante las amenazas ni ante los suplicios; fue llevado ante el juez, se mantuvo firme en su confesión, no accedió a ir al templo de los ídolos; ¿qué le hace la llama? ¿No acrisola al oro? Permaneced firmes en el Señor, hermanos; más poderoso es quien os llamó a vosotros. No temáis las amenazas de los malvados. Sufrid a los enemigos. Tenéis por quiénes orar. Que en ningún modo os aterroricen. Esta es la salud; bebed de ella en este banquete. Bebedla aquí para Señor. Sois plata, seréis oro. Esta comparación no es mía, sino de la Sagrada Escritura. Lo habéis leído, lo habéis escuchado: Los probó como oro en el crisol y los aceptó como víctima de holocausto44. He aquí lo que seréis en los tesoros de Dios. Sed ricos de Dios. No sois vosotros quienes le haréis a él rico, sino que vais a haceros ricos de él. Que os llene él; no admitáis ninguna otra cosa en vuestro corazón.

8. ¿Acaso os estoy encaramando en el orgullo u os digo que despreciéis a las autoridades constituidas? No es eso lo que digo. Quienes también sufrís esta enfermedad, tocad también en este asunto la orla del vestido. El mismo Apóstol dice: Toda alma esté sometida a las autoridades superiores, pues no hay autoridad que no provenga de Dios. Cuantas hay, por él han sido constituidas. Quien resiste a la autoridad, resiste a la ordenación divina45. Pero ¿cómo comportarse si ordena lo que no se debe hacer? En este caso, desprecia la autoridad, por temor a la autoridad. Considerad la jerarquía que existe en las cosas humanas. Si un edil ordena algo, ¿no ha de hacerse? Pero si manda algo contrario a la orden del procónsul, al no hacerlo, no desprecias la autoridad del primero, sino que optas por servir al de más rango. En tal caso, el de menor categoría no debe airarse si se ha preferido al de más rango. A su vez, si el cónsul mismo ordena una cosa y otra el emperador, ¿acaso se va a dudar de que hay que servir a este, posponiendo a aquel? Por tanto, si una cosa manda el emperador y otra Dios, ¿qué pensáis que debe hacerse? —«Paga los impuestos, obedéceme». —«Es justo, pero no en el templo de los ídolos. En el templo está prohibido». —«¿Quién lo prohíbe?». —«Una autoridad mayor. Perdona, tú me amenazas con la cárcel; él, con el fuego eterno». Por ello, tienes que asumir tu fe y hacer de ella un escudo en que puedas apagar todos los dardos encendidos del enemigo46.

9. Pero un poderoso te tiende asechanzas y trama algo contra ti; afila la navaja para rasurar tus cabellos, no para cortarte la cabeza. Lo que acabo de decir lo habéis oído en el salmo: Como navaja afilada llevaste a cabo el engaño47. ¿Por qué comparó con una navaja al engaño de un malvado poderoso? Porque no se hace uso de ella sino para lo que tenemos de superfluo. Como en nuestro cuerpo los cabellos parecen cosa superflua y se rasuran sin detrimento alguno para la carne, ten de igual modo por cosa superflua lo que pueda hacerte el poderoso airado. Te quita tu pobreza, ¿acaso te quita tus riquezas? Tu pobreza son las riquezas que están en tu corazón. Pudo quitarte lo que tenías de superfluo, pudo causarte daño; se le permitió incluso dañar tu cuerpo48. También esta vida, para los que piensan en la otra; también esta vida —repito— hay que considerarla entre las cosas superfluas. Pues también la despreciaron los mártires. No perdieron la vida; al contrario, la alcanzaron.

10. Estad seguros, hermanos, de que a los enemigos no se les permite actuar contra los fieles más allá de cuanto es útil para someterlos a la tentación y a la prueba. Estad seguros de ello, hermanos; nadie diga otra cosa. Descargad sobre el Señor todos vuestros cuidados49; arrojaos sin más vosotros mismos a sus brazos. No se retira para que caigáis. El que nos creó nos dio garantías incluso sobre nuestros propios cabellos. En verdad os digo —afirma él—: todos los cabellos de vuestra cabeza están contados50. Dios tiene contados nuestros cabellos; ¡cuánto más conocerá nuestras costumbres el que así conoce nuestros cabellos! Ved que Dios no desprecia ni siquiera nuestras cosas más insignificantes, pues, si las despreciara, no las crearía. De hecho, él creó también nuestros cabellos y los tiene contados. «Pero, aunque existen ahora —dices—, tal vez perecerán». Escucha también su palabra al respecto: En verdad os digo: ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá51. ¿Por qué temes a un hombre, tú, hombre, que te hallas en el regazo de Dios? Procura no caer de su regazo; cualquier cosa que sufras allí, te será de salvación, no de perdición. Soportaron los mártires el desgarro de sus miembros, y ¿temen los cristianos las dificultades de los tiempos cristianos?. Quien ahora te hace una ofensa, la hace con temor. No te dice a las claras: «Ven al templo de los ídolos». No te dice abiertamente: «Ven a mis altares, banquetea allí». Y si, tras habértelo dicho, no quieres ir, laméntelo, formule una acusación, presente una queja: «No quiso llegarse a mi altar, no quiso venir al templo que yo venero». Dígalo. No se atreve, pero trama alevosamente otras cosas. Tú prepara tus cabellos, porque él afila la navaja. Te va a quitar lo que tienes de superfluo, te va a rasurar todo lo que habrás de dejar. Si puede, que te quite lo que ha de permanecer. ¿Qué te llevó el poderoso que te dañó? ¿Qué te llevó que fuera de valor? Lo mismo que el ladronzuelo; lo mismo que el descerrajador; poniendo mucho, lo mismo que el salteador. Y aunque le fuera permitido dar muerte al mismo cuerpo, ¿qué te quita sino lo que el salteador? Al llamarle «salteador» le he honrado. En efecto, todo salteador es un hombre. Te quitó lo mismo que una fiebre, un escorpión, una seta venenosa. Todo el poder de quienes se ensañan contra ti consiste en eso: hacer lo que hace una seta. Come un hombre una seta venenosa y se muere. Mirad qué fragilidad la de la vida humana. Puesto que has de abandonarla alguna vez, no luches por ella con tanto empeño que seas abandonado tú.

11. Nuestra vida es Cristo. Centra en él tu atención. Vino a sufrir, pero también a ser glorificado; a ser despreciado, pero también a ser exaltado; a morir, pero también a resucitar. Te aterra la tarea, mira la recompensa. ¿Cómo quieres llegar con las manos finas allí adonde solo se llega tras mucha fatiga? Temes perder tu plata porque llegaste a ella tras mucho sudor. Si no conseguiste sin esfuerzo esa plata que alguna vez has de perder —al menos cuando mueras—, ¿quieres alcanzar la vida eterna sin fatiga alguna? Siente un mayor afecto por ella, ya que, una vez alcanzada después de muchos sudores, nunca la perderás. Si tienes afecto a lo que de tal manera adquiriste tras todo tipo de esfuerzo y que alguna vez has de perder, ¡cuánto más has de desear aquellas otras realidades de duración perpetua!

17. No deis fe a sus palabras ni les tengáis miedo. Nos llaman enemigos de sus ídolos. Que Dios nos lo conceda y los ponga todos en nuestro poder, como puso los ya hechos pedazos. Digo a Vuestra Caridad: «No hagáis eso cuando no es de incumbencia vuestra». Es propio de malvados, de furiosos circunceliones tanto el ensañarse sin motivo allí donde no tienen poder, como el apresurarse a buscar la muerte de propia iniciativa. Todos los que hace poco estuvisteis en Mapala oísteis lo que os leí. Cuando se os haya dado la tierra en vuestro poder —primero dice que se les ha de dar en vuestro poder, yde esta manera les indica lo que habían de hacer— destruiréis sus altares, talaréis sus bosques y quebraréis todas sus lápidas dedicatorias52. Cuando hayáis recibido el poder, haced eso. Donde no tenemos poder, no lo hacemos; donde se nos ha concedido, no dejamos de hacerlo. Son muchos los paganos que tienen esos ídolos abominables en sus posesiones; ¿acaso las invadimos y los hacemos pedazos? Lo primero que hacemos es quebrar los ídolos de su corazón. Una vez que se hayan hecho cristianos ellos también, o nos invitarán a participar en tan buena obra o se anticiparán a nosotros. Ahora es el momento de orar por ellos, no de airarse contra ellos. Si nos mueve un gran dolor, ese dolor tiene por objeto a los cristianos, a nuestros hermanos que quieren entrar a la Iglesia teniendo allí el cuerpo, pero en otro lado el corazón. Dentro de ella ha de estar el hombre entero. Si está dentro lo que ve el hombre, ¿por qué queda fuera lo que ve Dios?

12. Sabed, amadísimos, que a las murmuraciones de los paganos se suman las de los herejes y las de los judíos. Herejes, judíos y paganos se han unido contra la unidad. Como se ha dado que en algunos lugares los judíos han recibido castigos por sus acciones malvadas, nos calumnian y sospechan o simulan que siempre estamos buscando medidas de ese estilo contra ellos. Como se ha dado que en algunos lugares los herejes han sido castigados por la ley a causa de la maldad y el furor de sus violencias, ya están diciendo que por todos los medios buscamos causarles alguna incomodidad para lograr su exterminio. A su vez, como plugo emanar leyes contra los paganos o, mejor, a favor de los paganos, si entran en razón... —Pasa con ellos lo mismo que con niños irreflexivos que están jugando con el barro y manchándose las manos. Cuando llega el pedagogo con aire severo, les quita el barro y les pone en ellas el códice. Del mismo modo quiso Dios atemorizar, por medio de los príncipes sometidos a él, a los irreflexivos corazones infantiles, para que arrojen de sus manos el barro y hagan algo útil. ¿Qué significa hacer algo útil con las manos? Reparte tu pan con el hambriento e introduce en tu casa al necesitado carente de techo53. Con todo, los niños burlan la presencia del pedagogo, vuelven furtivamente al barro y, cuando son descubiertos, esconden sus manos para que él no las vea—. Así, pues, como Dios lo quiso, piensan que nosotros andamos por todas partes a la caza de ídolos y que, una vez hallados, los destrozamos sea donde sea. ¿Por qué dicen esto? ¿No existen lugares, visibles a nuestros ojos, en que hay ídolos? ¿Ignoramos, acaso, dónde se hallan? Pero no los destrozamos, porque Dios no los ha puesto en nuestro poder. ¿Cuándo los pondrá? Cuando sea cristiano el propietario del lugar. En nuestro caso concreto, así quiso que se hiciera su dueño. Si el no quiso entregar tal lugar a la Iglesia y se limitó a ordenar que en su posesión no hubiera ídolos, pienso que era deber de los cristianos ayudar con gran fervor a esa alma cristiana, que, hallándose ausente, quiere dar gracias a Dios en su tierra y desea que en ella no haya nada que ofenda a Dios. Pero en este caso hay algo más: él entregó a la Iglesia esos lugares. ¿Iba a haber ídolos en la misma posesión de la Iglesia? He aquí, hermanos, lo que desagrada a los paganos. Les parece poco que no quitemos los ídolos de sus villas, que no los destrozamos y hasta quieren que los conservemos en las nuestras. Predico contra los ídolos; los elimino de los corazones; los persigo, lo confieso. ¿Soy, acaso, yo quien los conserva? No lo hago donde no puedo; no lo hago donde se quejaría su propietario; donde, en cambio, quiere él que se haga y lo agradece, sería culpable si no lo hiciera.