SERMÓN 61

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

La oración de petición1

1. En el pasaje leído del santo Evangelio, el Señor nos ha exhortado a orar. Pedid —dice— y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Pues todo el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama se le abrirá2. O ¿quién de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra?3. ¿O, si le pide un pez, le dará una culebra?4. ¿O cuando le pide un huevo le da un escorpión?5. Si, pues, vosotros —dice—, siendo malos, sabéis dar buenos dones a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos los dará a quienes se lo piden!6. Siendo malos —dice— sabéis dar buenos dones a vuestros hijos. Cosa admirable, hermanos: siendo nosotros malos, tenemos un Padre bueno. ¿Hay cosa más clara? Hemos oído cómo nos designa: Siendo malos —dice—, sabéis dar buenos dones a vuestros hijos. Y a los que llamó malos, ved qué Padre les mostró que tenían: ¡Cuánto más vuestro Padre! ¿De quiénes es padre? Ciertamente de los malos. ¿Cómo es el padre? Nadie es bueno sino solo Dios7.

2. Por tanto, hermanos, si siendo malos tenemos un Padre bueno, es para que no permanezcamos siempre en la maldad. Nadie que sea malo hace a uno bueno. Si nadie que sea malo hace a uno bueno, ¿cómo se hace bueno un hombre malo? De un hombre malo hace uno bueno quien es siempre bueno. Sáname, Señor —dice— y quedaré sano; sáname tú, y seré sanado8. ¿Por qué hombres llenos de vanidad me dicen vanidades, a saber: «Si quieres, tú te sanas a ti mismo»? Sáname tú, Señor, y seré sanado. Nosotros hemos sido creados buenos por quien es bueno. Dios, en efecto, hizo al hombre recto9; malos nos hicimos nosotros por nuestra propia voluntad. De buenos pudimos hacernos malos y de malos podremos hacernos buenos. Pero hacer de un hombre malo uno bueno es obra del que siempre es bueno, pues el hombre solo por su propia voluntad no pudo sanarse. No buscas al médico para herirte; pero, una vez que te has herido, buscas quien te sane. Así, pues, aun siendo malos, sabemos dar cosas buenas a nuestros hijos, cosas buenas para un cierto tiempo, bienes temporales, corpóreos, carnales. También esos son bienes, ¿quién lo duda? Son bienes el pez, el huevo, el pan, la manzana, el trigo, esta luz, este aire que respiramos. Son bienes incluso las mismas riquezas a causa de las cuales los hombres se enorgullecen y no reconocen a los otros hombres como sus iguales; a causa de las cuales —repito— los hombres se ensoberbecen, amando más el vestido deslumbrante que pensando en la piel común. También, pues, son bienes las mismas riquezas. Pero todos estos bienes que he mencionado pueden poseerlos tanto los buenos como los malos, y, aun siendo bienes, no pueden, sin embargo, hacer buenos a los hombres.

3. Hay, pues, un bien que hace bueno y hay un bien con el que haces el bien. El bien que hace bueno es Dios, pues nadie hace bueno al hombre sino el que es siempre bueno. Por tanto, para ser bueno, invoca a Dios. Existe otro bien con el que puedes hacer el bien, es decir, cualquier cosa que poseas. El oro, la plata, son bienes que no te hacen bueno, pero con los que haces el bien. Tienes oro, tienes plata y ambicionas oro y plata. Lo tienes y lo ambicionas. Estás lleno y tienes sed. Se trata de una enfermedad, no de abundancia. Hay hombres enfermos, llenos de líquido y siempre sedientos. Están repletos de líquido y sienten sed de líquido. ¿Cómo, pues, te deleitas en la opulencia, tú que tienes una ambición semejante a la hidropesía? Tienes oro, cosa buena es; pero no es algo que te haga bueno, sino algo con que hacer el bien. ¿Qué bien —dices— he de hacer con el oro? ¿No lo has escuchado en el salmo?: Repartió —dice—, dio a los pobres; su justicia permanece por los siglos de los siglos10. Este es el bien; este es el bien por el que eres bueno: la justicia. Si posees el bien que te hace bueno, haz el bien con el bien que no te hace bueno. Tienes dinero, da de él. Dando dinero, aumentas tu justicia. Pues, repartió, distribuyó, dio a los pobres; su justicia permanece por los siglos de los siglos. Considera qué disminuye y qué aumenta. Disminuye el dinero, aumenta la justicia. Disminuye lo que ibas a abandonar; mengua lo que ibas a dejar; aumenta, en cambio, lo que vas a poseer por la eternidad.

4. Te doy un consejo sobre cómo obtener ganancias. Aprende a mercadear. ¿Aplaudes al comerciante que vende plomo y adquiere oro y no alabas al que da dinero y adquiere justicia? «Pero yo —dices— no doy dinero porque no tengo justicia. Dé dinero quien la posea; a mí que no poseo la justicia, déjame tener al menos dinero». Entonces, ¿no quieres dar dinero porque no posees la justicia? Más bien, dalo para adquirirla. ¿De quién la vas a obtener sino de Dios, fuente de la justicia? Por tanto, si quieres poseer la justicia, sé mendigo de Dios, quien poco ha, mediante las palabras del Evangelio, te exhortaba a pedir, buscar, llamar. Él conocía a su mendigo, y he aquí que, como padre de familia e inmensamente rico en riquezas espirituales y eternas, te exhorta y te dice: «Pide, busca, llama». Quien pide recibe, el que busca encuentra, a quien llama se le abrirá11. Te exhorta a que pidas; ¿va a negarte lo que le pides?

5. Pon ahora atención a una semejanza o comparación que, por contraste, nos exhorta a la oración. Se trata del rico malvado del que habla el Señor cuando dice: Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Una viuda le interpelaba día a día y le decía: «Hazme justicia». Por algún tiempo él no quiso12. Ella no cesaba de interpelarlo, y él hizo por aburrimiento lo que no quería hacer como favor13. De esta forma, y por contraste, nos exhortó a pedir.

5. Un hombre a cuya casa había llegado un huésped, fue —dice— a la de un amigo, y comenzó a llamar y a decir: «Me ha llegado un huésped, préstame tres panes». Él le respondió: «Estoy ya descansando y mis siervos conmigo»14. El hombre no cesa, sigue allí en pie, insiste, llama; como amigo mendiga de un amigo. ¿Y qué dice Jesús? En verdad os digo que se levanta y le da cuantos panes quiera, pero no por la amistad, sino por su importunidad15. No por la amistad, aunque sea su amigo, sino por su importunidad. ¿Qué significa por su importunidad? Porque no dejó de llamar; porque, aun habiéndoselo negado, no se aleja. Quien no quería dar los panes, hizo lo que se le pedía porque el otro no se cansó de pedir. ¿Con cuánta mayor razón nos dará el que, siendo bueno, nos exhorta a pedir y a quien desagrada que no le pidamos? Si a veces tarda en dar, encarece sus dones, no los niega. La consecución de algo largamente esperado es más dulce; lo que se nos da de inmediato pierde valor. Pide, busca, insiste. Pidiendo y buscando obtienes el crecimiento necesario para recibir el don. Dios te reserva lo que no te quiere dar de inmediato para que también tú aprendas a desear vivamente las cosas grandes. Por tanto, conviene orar siempre y no desfallecer16.

6. Si, pues, hermanos míos, Dios nos hizo mendigos suyos al aconsejarnos, exhortarnos y ordenarnos que pidamos, busquemos y llamemos, consideremos también quiénes nos piden a nosotros. Nosotros pedimos. ¿A quién pedimos? ¿Quiénes pedimos? ¿Qué pedimos? ¿A quién, quiénes o qué pedimos? Pedimos al Dios bueno; pedimos nosotros, hombres malos; pedimos la justicia que nos hace buenos. Pedimos, pues, algo que poseer eternamente, algo de que no volveremos a sentir necesidad, una vez que hayamos sido saciados. Mas, para llegar a esta saciedad, sintamos hambre y sed; sintiendo hambre y sed, pidamos, busquemos, llamemos. Pues dichosos quienes tienen hambre y sed de justicia17. ¿Por qué dichosos? Tienen hambre y sed, y ¿son dichosos? ¿Es alguna vez la penuria fuente de dicha? No son dichosos porque sienten hambre y sed, sino porque serán saciados18. Entonces la dicha se hallará en la saciedad, no en el hambre. Mas preceda el hambre a la saciedad, no sea que el hastío impida llegar a los panes.

7. He indicado a quién hemos de pedir, quiénes hemos de pedir y qué hemos de pedir. Pero también a nosotros nos piden. Somos, en efecto, mendigos de Dios; para que él nos reconozca como mendigos suyos, reconozcamos nosotros también a los nuestros. También entonces, cuando nos piden a nosotros, consideremos quiénes piden, a quiénes piden, qué piden. ¿Quiénes piden? Hombres. ¿A quiénes piden? A hombres.¿Quiénes piden? Hombres mortales. ¿A quiénes piden? A hombres mortales. ¿Quiénes piden? Hombres frágiles. ¿A quiénes piden? A hombres frágiles. ¿Quiénes piden? Hombres miserables. ¿A quiénes piden? A hombres miserables. Dejando de lado sus riquezas, quienes piden son tales cuales aquellos a quienes piden. ¿Qué cara tienes para pedir a tu Señor, tú que no reconoces a quien es igual que tú? «No soy —dices— como él. Lejos de mí el ser así». Esto dice del andrajoso el inflado y enteramente vestido de seda. Pero mi pregunta se dirige a los hombres desnudos. No pregunto cómo sois cuando estáis vestidos, sino cómo erais cuando nacisteis. Ambos desnudos, ambos débiles, ambos iniciando una vida mísera y, por ello, ambos llorando.

8. Ahora bien, ¡oh rico!, recuerda el comienzo de tus días. Mira si trajiste algo a este mundo. Pero ya has venido, y has encontrado tantas cosas. Dime —te ruego—, ¿qué trajiste tú? Di qué trajiste. O, si te avergüenzas de decirlo, escucha al Apóstol: Nada trajimos a este mundo. Nada —dice— trajimos a este mundo. ¿Acaso porque aquí has encontrado abundancia de cosas, aunque tú nada trajiste, vas a llevar contigo algo de este mundo? Quizá también tiembles al confesar esto, llevado por el amor a las riquezas. Escucha también esto. Dígalo igualmente el Apóstol, quien no te adula: Nada trajimos a este mundo, obviamente cuando nacimos, pero tampoco podemos sacar nada19, obviamente cuando salgamos de él. Nada trajiste, nada te llevarás de él. ¿Por qué te inflas frente al pobre? Retírense los padres, los esclavos, los protegidos al momento de nacer un niño; quítense de en medio las muchedumbres complacientes y reconózcanse a los niños ricos llorando. Den a luz al mismo tiempo una rica y una pobre, den a luz contemporáneamente una mujer rica y otra pobre. No miren a la criatura que han dado a luz, retírense un momento, den la vuelta y reconozcan la suya. He aquí, rico, que nada trajiste a este mundo, pero tampoco puedes llevarte nada de él. Lo que he dicho de los que nacen, esto mismo digo de los que mueren. Cuando por alguna circunstancia se abren sepulcros antiguos, inténtese reconocer los huesos del rico. Por tanto, tú, rico, escucha al Apóstol: Nada trajimos a este mundo. Reconócelo, es verdad. Pero tampoco podemos llevarnos nada de él. Reconócelo, también esto es verdad.

9. ¿Cómo continúa? Poseyendo alimento y con qué vestirnos, estemos contentos. Pues quienes quieren hacerse ricos caen en la tentación y en muchos deseos dañinos, que sumergen a los hombres en la muerte y en la perdición. La avaricia es la raíz de todos los males. Muchos, por ir tras ella, se extraviaron de la fe20. Mira lo que abandonaron. Si te duele el que lo abandonaron, mira dónde fueron a dar. Escucha: Se extraviaron de la fe y fueron a dar en muchos dolores21. Pero ¿quiénes? Los que quieren hacerse ricos. Una cosa es ser rico y otra querer hacerse rico. Rico es quien ha nacido de padres ricos; no es rico porque él lo quiso así, sino porque muchos le dejaron su herencia. Veo las riquezas, no pregunto por los placeres. En este caso, se acusa la codicia; no el oro, no la plata, no las riquezas, sino la codicia. Pues los que no quieren hacerse ricos, o no se preocupan de ello o no arden en deseos de poseer, ni se encienden con las teas de la avaricia, sino que son ya ricos, escuchen al Apóstol. Hoy se ha leído: Manda a los ricos de este mundo22. Manda. ¿Qué? Mándales, ante todo, que no sean orgullosos. Nada existe que con tanta facilidad engendren las riquezas como el orgullo. Cualquier clase de manzana, de grano, de trigo, cualquier clase de madera, tiene su gusano. Y uno es el del manzano, otro el del peral, otro el del haba, otro el del trigo. El gusano de las riquezas es el orgullo.

10. Manda, pues, a los ricos de este mundo que no sean orgullosos23. Excluyó el vicio en las riquezas, enséñenos cómo utilizarlas. No ser orgullosos ¿de qué? De lo que sigue: Ni pongan su esperanza en riquezas inseguras24. Quienes no ponen su esperanza en riquezas inseguras no son orgullosos. Si no tienen pensamientos altivos, teman. Si temen, no tienen pensamientos altivos. ¡Cuántos eran ricos ayer y hoy son pobres! ¡Cuántos se van a dormir siendo ricos y, habiendo llegado los cacos que les arrebataron todo, se despiertan siendo pobres! Por tanto, no pongan su esperanza en las riquezas inseguras, sino en el Dios vivo que nos otorga todas las cosas con abundancia para que disfrutemos25: las temporales y las eternas. Para disfrutar, las eternas sobre todo; para usar de ellas, las temporales6. Las temporales, como para viandantes; las eternas, como para moradores definitivos. Las temporales con las que hacer el bien; las eternas con las que hacernos buenos. Hagan, pues, esto los ricos: no sean orgullosos ni pongan su esperanza en las riquezas inseguras, sino en el Dios vivo, que nos otorga todas las cosas con abundancia para que disfrutemos; hagan esto. ¿Qué han de hacer con lo que poseen? Escucha: Sean ricos en buenas obras, den con facilidad. Tienen qué dar. ¿Por qué no lo hacen? La pobreza lo pone difícil. Den con facilidad; tienen qué. Repartan, es decir, reconozcan que los demás mortales son iguales a ellos. Repartan con los demás, atesoren para sí una buena base para el futuro. Pues, al decir —así el Apóstol— den con facilidad, repartan, en ningún modo quiero que se despojen de todo, ni quiero que queden desnudos, como no quiero que queden con las manos vacías. Cuando les digo: Atesoren para sí, les enseño cómo conseguir ganancias. No quiero que se conviertan en pobres. Atesoren para sí. No digo que pierdan sus bienes; al contrario, les muestro adónde han de traspasarlos. Atesoren para sí una buena base para el futuro, a fin de conseguir la verdadera vida26. Esta vida, por tanto, es falsa; a fin de conseguir la verdadera vida. Vanidad de vanidades, pues, y todo vanidad. ¿Cuánta es la abundancia que obtiene el hombre de todos los trabajos que realiza bajo el sol?27. Hay que conseguir, pues, la vida verdadera; nuestras riquezas hemos de traspasarlas al lugar de la vida verdadera, para encontrar allí lo que aquí damos. Quien nos cambia a nosotros, las cambia a ellas también.

11. Dad, pues, a los pobres, hermanos míos. Poseyendo alimento y con qué vestirnos, estemos contentos28. Ninguna otra cosa obtiene el rico de sus riquezas sino lo que le pide el pobre: alimento y abrigo. Además de esto, de todo lo que tienes, ¿qué otra cosa tienes? Recibiste el alimento, recibiste el abrigo necesario. Estoy hablando de lo necesario, no de lo vano ni de lo superfluo. ¿Qué otra cosa obtienes de tus riquezas? Dímelo. Serán todas cosas superfluas para ti. Pero lo superfluo para ti es necesario para los pobres. —«Pero yo —dices—, banqueteo opíparamente, me alimento de manjares costosos». —«¿De cuáles se alimenta el pobre?». —«De los ordinarios». Los alimentos del pobre son los ordinarios, mientras que yo —dices— me alimento de manjares costosos». Yo os pregunto una vez saciados los dos. Entra en tu interior el manjar costoso, ¿en qué se convierte una vez dentro? Si los intestinos fuesen transparentes como cristales, ¿no te avergonzarías de todos los manjares costosos de que te has saciado? Tiene hambre el rico y tiene hambre el pobre; uno y otro buscan saciarse. El pobre se sacia con alimentos ordinarios, el rico con manjares costosos. La saciedad es igual. La posesión a que ambos quieren llegar es única, pero el primero quiere hacerlo directamente, el segundo mediante un rodeo. «Pero —dices— me saben mejor los alimentos bien preparados y costosos». Hastiado, apenas te sacias. Desconoces el sabor de lo que condimenta el hambre. Con lo dicho no trato de obligar a los ricos a que se alimenten de los manjares y alimentos de los pobres. Sigan los ricos la costumbre que ha adquirido su debilidad, pero duélanse de no poder seguir otra diferente. Mejor les sería poder seguir otra. Si, pues, el pobre no se enorgullece de su condición de mendigo, ¿por qué te enorgulleces tú de tu debilidad? Sírvete alimentos escogidos, costosos, porque tal es tu costumbre, porque no te es posible de otra manera, puesto que, si cambias la costumbre, enfermas. Se te concede. Sírvete de cosas superfluas, pero da a los pobres lo que les es necesario. Sírvete manjares costosos, pero da a los pobres los ordinarios. Él espera de ti, tú esperas de Dios. Él tiene puesta su esperanza en la mano que fue hecha juntamente con él; tú la tienes puesta en la mano que te hizo. Pero no solo te hizo a ti, sino también al pobre contigo. Os dio a los dos como único camino esta vida; en ella os habéis encontrado como compañeros de viaje, camináis por el mismo camino. Él no lleva nada, tú vas demasiado cargado. Él no lleva nada consigo; tú llevas contigo más de lo que necesitas. Vas cargado; dale a él de eso que tienes. De esta forma, además de alimentarlo a él, aligeras tu propia carga.

12. Dad, pues, a los pobres. Os ruego, os lo aconsejo, os lo prescribo, os lo mando. Dad a los pobres lo que queráis. No ocultaré a Vuestra Caridad por qué me fue necesario predicaros este sermón. Desde el mismo momento de salir de casa para venir a la iglesia y al regresar, los pobres me salen al paso y me dicen que os hable, con la esperanza de recibir algo de vosotros. Ellos me impulsaron a que os hablara. Y cuando ven que nada reciben, piensan que es inútil mi trabajo con vosotros. También de mí esperan algo. Les doy cuanto tengo; les doy en la medida de mis posibilidades. ¿Acaso soy yo capaz de satisfacer todas sus necesidades? Así, pues, dado que no lo soy, al menos me convierto en portavoz suyo ante vosotros. Me habéis oído, me habéis alabado. ¡Gracias a Dios! Habéis recibido la semilla y habéis devuelto palabras. Estas alabanzas vuestras son para mí más un peso que otra cosa y me ponen en peligro. Las tolero a la vez que tiemblo ante ellas. Con todo, hermanos míos, estas vuestras alabanzas son fronda de árbol: reclamo el fruto29.