SERMÓN 60 (=Lambot 19)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

El desapego y el tesoro en el cielo1

1. Toda persona que se halla en alguna tribulación y sin salida en algo que le concierne personalmente busca a otra entendida que le aconseje para saber cómo actuar. Supongamos, pues, que el mundo entero es un solo hombre. Pretende sortear el mal, pero siente pereza para obrar el bien. Por ello, al acrecentarse sus tribulaciones y no ver salida a su problema, a la hora de pedir consejo, ¿qué persona puede encontrar más capacitada que Cristo? Encuentre a otra mejor y haga lo que quiera. Pero, si no tiene dónde encontrarla, venga a Cristo, consúltele dondequiera que le halle, siga su acertado consejo, guarde su justo mandato, evádase del gran mal. Mucho, en efecto, aborrecen y lamentan los hombres los males temporales de nuestros días. Oprimidos por ellos, murmuran sin cesar y, con sus murmuraciones, ofenden a quien los está corrigiendo, con la consecuencia de no hallar en él un salvador. Males presentes que sin duda han de pasar: o ellos pasan por nosotros o pasamos nosotros por ellos; o pasan mientras aún vivimos, o los dejamos cuando morimos. No existe tribulación grande si es de breve duración. Seas quien seas, tú que piensas en el día de mañana no harás que vuelva el día de ayer. Llegando el pasado mañana, también el mañana será ayer. Con todo, si los hombres se agitan en medio de tantos cuidados para eludir las tribulaciones temporales, pasajeras o, más bien, volanderas, ¿qué no han de discurrir para verse libres de las que permanecen y duran por siempre?

2. Penoso asunto es la vida de los mortales. ¿Qué otra cosa es aquí el nacer sino ingresar en una vida fatigosa? El llanto del recién nacido es testigo de una mayor penalidad en el futuro. A nadie se le dispensa de participar en este molesto banquete. Es preciso beber de la copa que nos brindó Adán. Fuimos hechos con las manos de la verdad, mas, a causa del pecado, hemos sido arrojados a días de vanidad2. Fuimos creados a imagen de Dios3, pero la dañamos con la trasgresión pecaminosa4. Por esto nos recuerda el salmo cómo fuimos hechos y adónde hemos venido a parar. Dice, en efecto: Aunque el hombre camine en la imagen5: he aquí lo que fue hecho. ¿Adónde vino a parar? Escucha lo que sigue: Con todo, se inquieta vanamente6. Camina en la imagen de la verdad y se conturba por consejo de la vanidad. Mira, además, su turbación; mírala y, como viéndote en un espejo, desagrádate a ti mismo. Aunque el hombre —dice— camine en la imagen y, en consecuencia, sea algo grande, con todo, se inquieta vanamente. Y como si preguntáramos, ¿cómo —te ruego—, cómo se inquieta vanamente? Acumula tesoros y no sabe para quién7. He aquí ese hombre: todo el género humano, como si se tratase de un único hombre que no halló salida en lo que le concernía, perdió la capacidad de decidir y se extravió del camino de la sana razón. Acumula tesoros y no sabe para quién. ¿Hay locura mayor? ¿Existe más grande desdicha? ¿Acumula tesoros para sí? Ciertamente no. ¿Por qué no para sí? Porque ha de morir, porque la vida del hombre es breve, porque el tesoro permanece, mientras pasa quien lo acumula. Por tanto, compadeciéndose del hombre que camina en la imagen, confiesa la verdad y sigue la vanidad, dice el Salmo: Se inquieta vanamente. Me causa pena: Acumula tesoros y no sabe para quién. ¿Para sí? No, pues muere el hombre y permanece el tesoro. ¿Para quién, entonces? ¿Has tomado ya una decisión? Compártela conmigo. ¿No tienes decisión que participarme? Entonces ni tú la tienes. Por tanto, si ninguno de los dos la tenemos, busquémosla ambos, recibámosla ambos.

3. Tratemos de ello. Te inquietas, atesoras, piensas, te afanas, sufres insomnio. Por el día te abruman las fatigas, por la noche te asaltan los temores. Para que tu cartera esté llena de monedas, tu alma enferma de preocupaciones. Lo estoy viendo; me produce dolor: te inquietas, y, como dice quien no puede equivocarse, te inquietas vanamente. En verdad, acumulas tesoros8. Pasando por alto los daños, los peligros tan grandes y cada una de las muertes que siguen a cada ganancia —no me refiero a la muerte de los cuerpos, sino a la que causan los malos pensamientos: para que llegue el oro, perece la fe; para vestirte por fuera, te desvistes por dentro—; dejando de lado esto, silenciando otras cosas, omitiendo lo adverso, pensando solo en lo próspero, para que te resulte bien cuanto haces, he aquí que acumulas tesoros; he aquí que de todas partes te fluyen ganancias y como de una fuente fluyen hacia ti las monedas. La penuria abrasa por doquier, de todas partes fluye la abundancia —¿no has escuchado: Si afluyen las riquezas, no apeguéis el corazón?9—; he aquí que adquieres riquezas; tu inquietud no es infructuosa, pero sí vana. —«¿Por qué —dices—, por qué es vana mi inquietud? Mira: lleno los sacos, las paredes de mi casa apenas pueden contener lo que adquiero; ¿cómo, entonces, mi inquietud es vana?». —«Porque acumulas tesoros y no sabes para quién10; o, si lo sabes, dímelo, te lo ruego. Te escucharé. ¿Para quién? Si no te inquietas vanamente, dime para quién acumulas tesoros». —«Para mí», dices. —«¿Te atreves a decirlo, tú que has de morir?». «Para mis hijos», dices. ¿Te atreves a decir esto de quienes han de morir? Magnífico amor paterno: un padre acumula tesoros para los hijos. Mejor diría gran vanidad: uno que ha de morir los acumula para quienes han de morir también. Si no los acumulas para ti porque, cuando mueras, dejas lo que has acopiado, idéntica es también la situación de tus hijos: te han de suceder, pero no han de permanecer. Omito decir para qué clase de hijos; cabe la posibilidad de que lo que atesoró la avaricia lo eche a perder el derroche. Otro pierde con su dispendio lo que tú acumulaste con fatiga. Pero prescindo de esto. Quizá tus hijos sean buenos, no derrochadores; conservarán lo que les dejaste, aumentarán lo que les reservaste y no echarán a perder lo que tú acumulaste. Pero tus hijos son igualmente vanos si hacen esto, si en ello te imitan a ti, su padre. A ellos les repito lo que te decía a ti; se lo repito al hijo para quien tú reservas tus riquezas; a él le digo: acumulas tesoros y no sabes para quién. Como no lo supiste tú, tampoco él lo sabe. Si en él pervivió tu vanidad, ¿no vino a menos en él la verdad?

4. Omito decir que tal vez, durante tu vida, atesoras para el ladrón. Llega una única noche y encuentra lo acumulado en tantos días y noches. Acumulas tesoros tal vez para un atracador, o quizá para un salteador. No quiero seguir hablando de esto para no traer a la memoria ni abrir de nuevo las heridas de sufrimientos pasados. ¡Cuántos bienes, acumulados por la necia vanidad, encontró preparados el enemigo cruel! No es que yo lo desee, pero todos deben temerlo. No lo quiera Dios. Bástennos sus propios azotes. Oremos todos; ¡que Dios lo aparte de nosotros! ¡Que nos libre de ello aquel a quien rogamos! Pero si nos pregunta para quiénes atesoramos, ¿qué vamos a responderle?

Tú, pues, ¡oh hombre!, quienquiera que seas; tú que acumulas tesoros vanamente, ¿qué respuesta me das a mí, que examino el asunto contigo y contigo busco la decisión a tomar en este problema común? Tú decías y respondías: «Atesoro para mi hijo, para mis hijos, para mis sucesores». Yo te he advertido sobre cuánto hay que temer en los mismos hijos. Pero suponte que ellos van a vivir distintamente a como piensa tu enemigo; suponte que van a vivir como desea su padre. Te he dicho, te he recordado cuán grande es el número de quienes fracasaron a este respecto; te horrorizaste, pero no te has corregido. ¿Qué otra cosa puedes responderme, a no ser «Quizá no»? También yo me he expresado de idéntica manera: «Quizá —repito— atesoras para un ladrón; quizá para un atracador; quizá para un salteador». No dije «ciertamente», sino «quizá». Te encuentras entre un «quizá sucederá» y un «quizá no sucederá»; es decir, no sabes lo que va a acaecer, te inquietas vanamente. Estás viendo qué cosa más cierta dijo la Verdad, cuán vanamente se inquieta la vanidad. Lo has oído; finalmente quizá te has dado cuenta de que cuando dices: «Quizá para mis hijos», no te atreves a afirmar: «Estoy seguro de que será para mis hijos». Ignoras, por tanto, para quién acumulas tesoros. Así, pues, según lo que veo y como antes decía, fracasaste en tu proyecto: no hallas qué responderme, ni yo tampoco qué contestarte.

5. Busquemos ambos, pidamos consejo los dos. Lo tenemos abundante. No el de un sabio, sino el de la Sabiduría misma. Escuchemos los dos a Cristo, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles; mas para los que fueron llamados de entre los judíos y los griegos, Poder y Sabiduría de Dios11. ¿Por qué dispones protección para tus riquezas? Escucha al Poder de Dios; nada hay más fuerte que él. ¿Por qué buscas argumentos a favor de tus riquezas? Escucha la Sabiduría de Dios; nada más sabia que ella. Tal vez te escandalices cuando te lo diga: serás un judío, pues Cristo es escándalo para los judíos. Tal vez te parecerá una necedad cuando te lo diga: serás un gentil, pues Cristo es necedad para los gentiles. Eres cristiano, has sido llamado; mas para los llamados, sean judíos o griegos, Cristo es el Poder y la Sabiduría de Dios. No te entristezcas cuando te lo diga; no te escandalices; no me insultes torciendo la boca como si ello fuese fruto de mi insensatez. Escuchemos. Lo que voy a decir, lo dijo Cristo. ¿Desprecias al pregonero? Teme al juez. ¿Qué es, pues, lo que voy a decir? El lector del evangelio casi me ha liberado hace poco de esa preocupación. No lo leo; solo traigo a la memoria lo leído. Buscabas consejo al fracasar en el asunto que te preocupa; mira lo que dice la fuente del recto consejo, la fuente en la que, tomes lo que tomes, no temes hallar veneno. No amaséis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín los consumen y donde los ladrones los desentierran y roban. Acumulaos un tesoro en el cielo, adonde no tiene acceso el ladrón, ni la polilla lo deteriora. Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón12. ¿Qué más esperas? La cosa está clara. El consejo está patente, pero también la codicia, aunque latente; mejor dicho, también ella misma —y esto es peor— está patente. Pues la rapiña no cesa de engordar, la avaricia no cesa de engañar, la malicia no cesa de jurar en falso. Todo esto, ¿para qué? Para acumular tesoros. Y para ponerlos ¿dónde? En la tierra. Con razón lo que viene de la tierra acaba en la tierra. Cuando pecó se le dijo al hombre, por quien —como dije— se nos propinó la copa de la fatiga: Tierra eres y a la tierra volverás13. Con razón queda tu tesoro en la tierra, pues en ella está tu corazón. ¿Dónde está, pues, el corazón que tenemos levantado hacia el Señor? Doleos los que lo habéis entendido; enmendaos si habéis sentido dolor. ¿Cuánto va a durar el alabar y no obrar? Es verdad; no hay mayor verdad. Cúmplase lo que es verdad. Alabamos al único Dios, pero no cambiamos de vida, de modo que también en esto nos inquietamos vanamente.

6. Por tanto, no amaséis vuestro tesoro en la tierra14, sea que hayáis experimentado cómo perece lo que se esconde en la tierra, sea que no lo hayáis experimentado, pero la experiencia ajena os infunda el temor de experimentarlo. A quien las palabras no corrigen, corríjanle los escarmientos. No se levanta uno, no se da un solo paso sin que digan todos a una voz: «¡Ay de nosotros; el mundo se viene abajo!». Si se viene abajo, ¿por qué no escapas de él? Si un arquitecto te dijera que tu casa va a derrumbarse, ¿no saldrías de ella antes de seguir perdiendo tiempo en rezongar? El creador del mundo te dice que el mundo se va a derruir. No es alguien al que tú puedas llevar la contraria. Escucha la voz de quien predice, escucha el consejo de quien advierte. Esta es la predicción: El cielo y la tierra pasarán15. Esta es la advertencia: No amaséis vuestro tesoro en la tierra16. Si, pues, dais fe al que predice, si no despreciáis al que advierte, cúmplase lo que él dice. En efecto, al daros tal consejo no quiso que perdierais lo que tenéis; al contrario, os exhortó a no perderlo. ¿Por qué no se le escucha cuando exhorta a que se traspase al cielo? No al cielo del que se ha dicho: El cielo y la tierra pasarán17. Si fuera así, ¿quién escucharía el consejo de quien invita a traspasar su tesoro de un lugar ruinoso a otro igualmente ruinoso? Hay cielos de cielos18, como hay santos de santos19 y siglos de siglos20. Acumulad vuestro tesoro en el cielo21. Los cielos proclaman la gloria de Dios22. Tal vez, cuando das a un justo, das a un cielo. Si, en cambio, das a un malvado —porque si tu enemigo tiene hambre, le das de comer23—, tampoco en este caso te apartas del camino: obedeces a quien hizo el cielo y la tierra. Por tanto, no seas perezoso en traspasar tu tesoro. ¿Tienes mucho acumulado? Mayor motivo para hacerlo. No quiero que pierda la piedad lo que acumuló la vanidad. Traspásalo. Tienes medios para que posean abundancia los pobres de Cristo. La calamidad que aflige el mundo ha convertido a muchos en mozos de cuerda a tu servicio. Yo lo he dicho y vosotros lo habéis oído; mejor, él lo dijo y juntos lo hemos oído. Concédanos la ayuda para realizarlo quien nos dio el consejo de que nos enmendásemos. Vueltos al Señor... Amén.