SERMÓN 59

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

La entrega del Padrenuestro1

1. Habéis recitado ya de memoria lo que tenéis que creer, habéis escuchado lo que habéis de pedir. Según las palabras del Apóstol: ¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?2, no podéis invocar a aquel en quien no hayáis creído antes. Por este motivo, habéis aprendido en primer lugar el Símbolo, en que se halla la regla de vuestra fe, breve y grande al mismo tiempo: breve por el número de palabras; grande por la importancia de sus artículos. La oración que hoy habéis recibido para aprenderla y darla de memoria dentro de ocho días, fue dictada, como habéis escuchado cuando se leyó el evangelio, por el Señor mismo a sus discípulos y a través de ellos ha llegado hasta nosotros, puesto que su voz se ha extendido por toda la tierra3.

2. Por tanto, no os adhiráis a las cosas de la tierra vosotros que habéis encontrado un Padre en el cielo, pues vais a decir: Padre nuestro que estás en los cielos4. Comenzáis a pertenecer a un gran linaje. Con relación a este Padre, son hermanos el rico y el pobre, el señor y el siervo, el emperador y el soldado. Todos los cristianos bautizados tienen sus propios padres en la tierra: unos nobles, otros plebeyos, pero todos invocan a un mismo Padre, el que está en los cielos. Si allí habita nuestro Padre, allí se nos prepara la herencia. Mas este padre es tal que poseeremos con él lo que nos dona. Nos da, en efecto, una herencia, pero no nos la deja al morir él —pues él no se va—, con la consecuencia de ser sus sucesores, sino que permanece para que lleguemos a él. Habiendo oído, pues, a quién dirigir nuestras peticiones, sepamos también qué hemos de pedir, no sea que ofendamos a tal Padre pidiéndole algo malo.

3. Así, pues, ¿qué nos indicó el Señor Jesús que pidamos al Padre que está en los cielos?5. Sea santificado tu nombre6. ¿Qué beneficio hay en pedir a Dios que sea santificado su nombre, dado que es imposible que su nombre no sea santo? El nombre de Dios es santo siempre; ¿por qué, entonces, pedimos que sea santificado, sino para ser santificados nosotros por medio de él? Pedimos que sea santificado en nosotros lo que es santo siempre. El nombre de Dios será santificado en vosotros cuando seáis bautizados. Y una vez que hayáis sido bautizados, ¿por qué vais a pedir eso, sino para que persevere en vosotros lo recibido?

4. Sigue otra petición: Venga tu reino7. El reino de Dios ha de venir independientemente de que lo pidamos nosotros o no. ¿Por qué, entonces, lo pedimos, sino para que venga también para nosotros el reino que ha de venir para todos los santos? ¿Para qué, sino para que Dios nos cuente también a nosotros en el número de sus santos para quienes ha de venir su reino?

5. En la tercera petición decimos: Hágase tu voluntad: como en el cielo, así también en la tierra8. ¿Qué quiere decir esto? Que como los ángeles te sirven en el cielo, también nosotros te sirvamos en la tierra. Sus santos ángeles, en efecto, le obedecen, no le ofenden; cumplen sus mandatos amándolo. Esto es lo que pedimos: que también nosotros cumplamos por amor el precepto de Dios.

Hay otra manera de entender las palabras: Hágase tu voluntad: como en el cielo, también en la tierra9. En nosotros el cielo es nuestra alma y la tierra nuestro cuerpo. ¿Qué significa, pues, Hágase tu voluntad: como en el cielo también en la tierra? Como nosotros hemos escuchado tus preceptos, así nuestra carne vaya de acuerdo con nosotros, no sea que, al estar en lucha la carne y el espíritu, disminuya nuestra capacidad de cumplir los mandamientos de Dios. Con todo, amadísimos, cuando la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu10, como si fuese la tierra contra el cielo, apetezca también el espíritu contra ella para que la tierra no derribe al cielo. Y, si no podemos eliminar este desacuerdo, rehusémosle el asentimiento.

Las palabras: Hágase tu voluntad: como en el cielo también en la tierra se entienden también de esta manera: El cielo son los fieles que revistieron la imagen del hombre celeste, es decir, de Cristo. A su vez, se llama tierra a los infieles, dado que llevan la imagen del hombre terrestre11. Por tanto, cuando decimos: Hágase tu voluntad: como en el cielo también en la tierra, esto es lo que decimos a nuestro Padre bueno: Como han creído en ti los fieles, crean también los infieles. Y así aprendemos a orar por nuestros enemigos.

6. Sigue la petición Danos hoy nuestro pan de cada día12. Sea que pidamos al Padre el sustento necesario, significando con el pan todo lo que necesitamos, sea que entendamos por pan de cada día el que vais a recibir del altar, es cosa buena pedirle que nos lo dé hoy, esto es, ahora. Efectivamente nos es necesario en el tiempo presente, en el que sentimos el hambre; por otra parte, ¿tendremos necesidad de pedir el pan, cuando estemos en la otra vida y desaparezca el hambre? Hacemos bien cuando pedimos que nos dé ese pan que, según he dicho, recibimos del altar. De hecho, ¿qué pedimos, sino no cometer mal alguno que nos pueda apartar de ese pan? Pan es también la palabra de Dios que cada día se os predica. No deja de ser pan para la inteligencia por el hecho de que no lo sea para el estómago. Una vez pasada esta vida, ni buscaremos el pan que solicita el hambre, ni tendremos que recibir tampoco el sacramento del altar, porque allí estaremos con Cristo, cuyo cuerpo recibimos; ni tendremos que hablar estas palabras que estoy diciéndoos, ni habrá que leer el libro cuando veamos a la Palabra de Dios misma por la que fueron hechas todas las cosas13 y de la que se alimentan los ángeles. Esta Palabra los ilumina y hace sabios, pues no buscan palabras de expresión tortuosa, sino que beben la única Palabra y, llenos de ella, rompen en alabanzas que no cesarán. Pues —dice el salmo— bienaventurados quienes habitan en tu casa; por los siglos de los siglos te alabarán14.

7. Por tanto, también en esta vida pedimos lo que sigue a continuación: Perdónanos nuestras deudas15. En el bautismo se nos perdonan absolutamente todas nuestras deudas, es decir, los pecados. Pero, como nadie puede vivir aquí sin pecado e incluso —si no se trata de un gran pecado que cause la separación de aquel pan— nadie puede encontrarse sin pecados en esta tierra y no podemos recibir más que un solo bautismo, una sola vez, recibimos en la oración la posibilidad de lavarnos a diario para que a diario se nos perdonen nuestros pecados, a condición de cumplir lo que sigue: Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores16. Por tanto, hermanos míos, os advierto: seréis hijos de Dios, no de un hombre cualquiera. ¿Acaso se digna vuestro comes hacer hijo suyo a cualquiera de vosotros? La gracia divina os ha hecho a todos hijos suyos. En consecuencia, dado que esta oración la recitaréis día a día incluso después de bautizados y sobre todo después de bautizados —de hecho no la rezaréis sino después de bautizados, pues la recitación que de ella haréis en público dentro de ocho días no tendrá carácter de oración, pues ¿cómo puede decir Padre nuestro17 quien aún no ha nacido?; en cambio, una vez bautizados, oraréis con ella—; por tanto, dado que esta oración la vais a recitar a diario, os exhorto a vosotros que sois hijos míos por la gracia de Dios y, bajo tal Padre, mis hermanos, os exhorto —repito— a que cuando alguien os ofenda y peque contra vosotros, si se os acerca, reconoce su pecado y os suplica perdón, le perdonéis al instante de corazón, no sea que cerréis el paso al perdón que os llega de Dios. Si vosotros no perdonáis, tampoco él os perdonará a vosotros. Dios os dice igualmente: «Está bien que me pidáis perdón a mí que no puedo pecar; y, aunque en mí no puede hallarse pecado alguno, os perdono, mientras vosotros no queréis perdonar. Ved que lo asumo; rehusad perdonar. Pero obrad de manera que no halle en vosotros nada que me obligue a pediros cuentas». Tú juzgas lícito vengarte de una persona que te ha ofendido. Pero ella te pide perdón. Fue tu enemigo, pero, al pedirte perdón, quiebra la enemistad. «Pero yo no quiero perdonarle —dices—; quiero vengarme». Estate atento no sea que seas objeto tú de una venganza igual. Tú, hombre con pecados, quieres vengar un pecado. Mira, no sea que se vengue de ti aquel en quien no puede hallarse pecado alguno. Por tanto, también esta petición la hacemos en esta vida porque los pecados pueden perdonarse aquí donde es posible cometerlos; en cambio en la otra vida no se perdonarán dado que ni siquiera existirán.

8. Por ello pedimos diciendo: No nos abandones a la tentación, mas líbranos del mal18. Es abandonado a la tentación quien consiente al tentador. Pues en esta vida es útil ser tentados, pero no conviene ser abandonados a la tentación. Por tanto, cuando te tienta alguien que quiere corromperte con dinero para que, habiéndolo recibido, cometas alguna mala acción, eres tentado y, a la vez, probado. Si no consientes, manifiestas ser íntegro. Yo te doy también un consejo: desprecia la avaricia; que no te corrompa el dinero; cierra la puerta a la tentación y echa el cerrojo, el amor de Dios. Pero ¿quién puede hacerlo sino quien recibe ayuda de aquel al que oramos? A los hombres se les tienta de diversas maneras: se les tienta con favores, se les tienta con amenazas, de modo que quien no consigue seducir a otro corrompiéndolo, lo seduce amenazándole. Pero el hombre anclado en Dios y a quien Dios escucha cuando le dice: No nos abandones a la tentación vence tanto los amores como los temores indebidos. Así, pues, también en esta vida nos es necesario pedir no ser abandonados a la tentación —puesto que aquí hay tentaciones— para ser librados del mal —dado que aquí existe el mal—.

Esa es la razón por la que, sumadas todas, las peticiones son siete: tres pertenecen a la vida eterna, cuatro a la vida presente. Sea santificado tu nombre19: siempre lo será. Venga tu reino20: este reino existirá siempre. Hágase tu voluntad como en el cielo, también en la tierra21: siempre se hará. Danos hoy nuestro pan de cada día22: no siempre se dará. Perdona nuestras deudas23: no siempre se dará. No nos abandones a la tentación, mas líbranos del mal24: no siempre se dará, pero donde existe la tentación y el mal, es necesario que hagamos esa petición. La oración os da fuerzas para que aprendáis no solo a pedir al Padre que está en el cielo25 lo que deseáis, sino también lo que debéis desear.