SERMÓN 55

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

Comentario a Mt 5,22

1. El capítulo del santo evangelio que acabamos de escuchar al leerse tiene que habernos infundido un gran pánico, si es que tenemos fe; no así a los que carecen de ella. Y como no se lo infunde, erróneamente pretenden estar seguros, al no saber distinguir el tiempo del temor y el de la seguridad. Tema, pues, quien ahora se halla en esta vida que tiene fin, para poder tener en la otra una seguridad sin fin. Hemos sentido temor, pues. ¿Quién no se pone a temblar en presencia de la Verdad que habla y dice: El que diga a su hermano: «Necio», será reo del fuego del infierno?1. No obstante, ningún hombre consigue domar su lengua2. Ni el hombre que doma a una fiera domina su lengua; doma a un león, y no refrena el hablar3; es domador, pero no de sí mismo. Doma a lo que temía, mas no teme lo que debería temer para dominarse a sí mismo. Pero ¿qué sucede? Es una afirmación verdadera; también ella procedió de un oráculo de la Verdad: No obstante, ningún hombre consigue domar su lengua.

2. ¿Qué haremos, entonces, hermanos míos? Advierto que estoy hablando a una multitud. Mas, dado que todos somos una sola cosa en Cristo, deliberemos como a puertas cerradas. Ningún extraño nos escucha; somos unidad, porque tendemos hacia la unidad. ¿Qué haremos? El que diga a su hermano: «Necio», será reo del fuego del infierno. No obstante, ningún hombre puede domar su lengua4. ¿Irán, entonces, todos al fuego del infierno? En ningún modo. Señor, te has convertido en nuestro refugio de generación en generación5. Tu ira es justa; a nadie envías injustamente al infierno. ¿Adónde iré que me aleje de tu Espíritu? ¿Adónde huiré que me aleje de ti?6. ¿Adónde, sino a ti? Entendamos, pues, hermanos, que, si ningún hombre consigue domar su lengua, hemos de acudir juntos a Dios para que nos la dome. Si quieres domarla tú, no puedes, puesto que eres hombre. Ningún hombre puede domar su lengua.Poned atención a una semejanza tomada de lasmismas fieras que domamos. No se doma a sí mismo ni el caballo, ni el camello, ni el elefante, ni el áspid, ni elleón. De igual manera, tampoco el hombre se doma a sí mismo. Mas para domar el caballo, el buey, el camello, el elefante, el león, el áspid, se busca un hombre. Busquemos, por tanto, aDios para que dome al hombre.

3. Así, pues, Tú, Señor, te has convertido en nuestro refugio7. Recurrimos a ti, y de ti nos vendrá nuestro bien, pues de nosotros nos vendrá el mal. Como te abandonamos a ti, nos dejaste en poder de nosotros mismos. Encontrémonos, entonces, en ti, puesto que habíamos perecido en nosotros. Tú, Señor, te has convertido en nuestro refugio. ¿Por qué, hermanos, vamos a dudar de que el Señor nos amansará si nos entregamos a él para que nos dome? Has domado tú un león, que no es obra de tus manos, ¿y no va a domarte a ti quien te hizo? ¿Cómo pudiste domar bestias tan feroces? ¿Puedes, acaso, compararte a ellas en fuerza física? ¿Con qué poder has conseguido domar tan enormes bestias? También los llamados animales de carga son bestias, pues, cuando están sin domar, no se hace vida de ellos. ¿Piensas que ellos pudieron nacer ya mansos, porque estamos acostumbrados a verlos siempre sometidos al hombre, bajo sus riendas y su poder? Fíjate, al menos, en las fieras feroces. Ruge un león, ¿quién no se estremece? ¿Por qué, con todo, te consideras más fuerte? No por la fuerza física, sino por la razón interior de tu mente. Eres más fuerte que el león gracias a aquello en que fuiste hecho a imagen de Dios8. La imagen de Dios doma a la fiera, y ¿no va a domar Dios a su imagen?

4. En él está nuestra esperanza; sometámonos a él e imploremos su misericordia. Pongamos en él nuestra esperanza y, dado que, a menudo nuestro domador saca también el látigo, soportémosle como domador hasta que acabe la tarea, es decir, hasta que nos haga perfectos. Efectivamente, si tú, para domar tus monturas, sacas la fusta y el látigo, ¿no los va a sacar Dios para domar las suyas propias, que somos nosotros, él que de ellas hará hijos suyos? Domas a tu caballo; ¿qué le vas a dar cuando, ya amansado, comience a llevarte sobre sí, a sufrir tus latigazos, a obedecer tus órdenes, a ser montura, es decir, ayudapara tu debilidad?¿Qué recompensa das a la que, una vez muerta, ni siquiera la entierras, sino que la dejas en presa a las aves? Lo contrario de Dios que, una vez que te haya domado, te deja una heredad que es él mismo y, tras una muerte temporal, te resucita. Te devolverá tu carne con cada uno de sus cabellos y te colocará en compañía de los ángeles para siempre, donde no necesites ya ser domado, sino solo ser poseído por el amantísimo amo. Efectivamente, entonces Dios será todo en todos9 y no habrá adversidad alguna que nos pruebe, sino únicamente la felicidad que nos alimente. Nuestro Dios será nuestro pastor; nuestro Dios, nuestra bebida y nuestras riquezas. Sea lo que sea lo que busques aquí, lo tendrás todo en él solo.

5. Se doma el hombre con esta esperanza ¿y se considera intolerable al domador? Se doma al hombre con la mente puesta en que se haga realidad esta esperanza ¿y se murmura contra el domador, si alguna vez llega a servirse del látigo? Escuchasteis la exhortación del Apóstol: Si se os excluye del castigo, sois bastardos, no hijos10. Los bastardos son espurios. ¿Qué hijo hay a quien su padre no castigue? Teníamos —dijo— padres carnales que nos castigaban, y los reverenciábamos. ¿No hemos de someternos mucho más al Padre de los espíritus para vivir?11. ¿Qué ha podido darte tu padre, hasta llegar a corregirte, a azotarte, a utilizar el látigo y a pegarte? ¿Acaso pudo otorgarte una vida sin fin? Lo que no pudo otorgarse a sí mismo, ¿cómo iba a dártelo a ti? Pensando en una módica cantidad de dinero, acumulada a base de usura y trabajo, te instruía valiéndose de golpes para que, al dejártela, no malgastaras viviendo mal el fruto de su trabajo. Y zurró al hijo por temor a que se perdiese el fruto de sus fatigas; por haberle dejado lo que ni podía retener aquí ni llevar consigo. Nada te dejó aquí que pudiera seguir perteneciéndole. Desapareció él, para que así le sucedieras tú. Tu Dios, tu redentor, tu domador, castigador y padre te castiga. ¿Con qué finalidad? Para que recibas una herencia, para lo cual no es preciso en este caso sepultar a tu padre. Para que tengas como herencia al Padre mismo. Te corrige con esta esperanza ¿y murmuras? Y, si te acaeciere algo desagradable, ¿blasfemarías tal vez? ¿Adónde irías que te alejases de su Espíritu?12. Mírate deja tranquilo y no te azota. Aunque te deje cuando blasfemas, ¿no le oirás cuando te juzgue? ¿No es preferible que te azote y te reciba a que, perdonándote, te abandone?13.

6. Digamos, pues, al Señor Dios nuestro: Tú, Señor, te has convertido en nuestro refugio de generación en generación14. Te has hecho nuestro refugio en el primer y segundo nacimiento. Tú fuiste refugio para que naciéramos, puesto que no existíamos; refugio también para que renaciéramos, puesto que éramos malos; refugio para alimentar a quienes desertaban de ti; refugio para levantar y guiar a tus hijos; tú te has convertido en nuestro refugio. No nos separaremos de ti, una vez que nos hayas librado de todos nuestros males y llenado de tus bienes. Nos regalas bienes, nos acaricias para que no nos fatiguemos en nuestro caminar; nos corriges, nos pegas, nos golpeas, nos guías para que no nos salgamos del camino. Por tanto, ya sea cuando nos acaricias para que no sintamos la fatiga, ya cuando nos castigas para que no nos salgamos del camino, tú, Señor, te has convertido en nuestro refugio.