SERMÓN 30

Traductor: Pío de Luis, OSA

Paralelismo entre Sal 118,133 y Rom 7,14

1. 1. Sin duda, hermanos, aquel que decía a Dios: Dirige mis pasos conforme a tu palabra y no me domine ninguna maldad 1 deseaba apartar un gran peso y una gravosa e inicua esclavitud. Veamos, pues, cuándo la maldad domina a un hombre para entender qué hemos oído de boca de ese orante y el contenido de la oración con que respondimos. Según creo, todos hemos respondido al salmo santo con corazón devoto y sincero, orando y diciendo al Señor nuestro Dios: Dirige mis pasos conforme a tu palabra y no me domine ninguna maldad 2. De la esclavitud bajo esta pésima tirana hemos sido redimidos con una sangre de alto valor. ¿Y qué le aprovechaba haber recibido una ley que manda y conmina, pero que no ayuda, tal como, bajo su dominio, estábamos antes de que llegase la gracia de Dios? En vano amenaza la ley cuando es la maldad la que domina. La ley no es corporal, no es carnal; como Dios, dador de la ley, es espíritu 3, también la ley es, sin duda alguna, espiritual. ¿Qué dice el Apóstol? Sabemos, pues, que la ley es espiritual, mas yo soy carnal, vendido al pecado 4. No te extrañes, ¡oh vendido al pecado!, si domina sobre ti aquel a quien estás vendido. Escucha al apóstol Juan: El pecado es maldad 5. Contra esta tirana invocamos al Señor cuando decimos: Dirige mis pasos conforme a tu palabra, y no me domine ninguna maldad 6.

2. 2. El vendido grita; escúchele el redentor. El hombre se entregó por su libre albedrío al dominio de la maldad y recibió del árbol como precio el pequeño placer prohibido 7. Por eso grita: Dirige mis caminos, losque yo con mi libre arbitrio torcí; dirígelos conforme a tu palabra 8. ¿Quéquiere decir: dirígelos conforme a tu palabra? Que mis pasos sean rectos, porque recta es también tu palabra 9. «Yo -dice- estoy encorvado bajo el peso de la maldad; pero tu palabra es regla de verdad. Corrígeme a mí, torcido respecto de lo que soy; corrígeme conforme a tu regla, esto es, conforme a tu palabra. Dirige, pues, mis pasos conforme a tu palabra, y no me domine ninguna maldad 10. Me vendí, rescátame; me vendí por mi libre albedrío; rescátame con tu sangre». Que la soberbia se avergüence en el vendedor y la gracia se gloríe en el redentor. Pues Dios resiste a los soberbios y a los humildes les da la gracia 11.

3. La ley, en efecto, es espiritual, pero yo soy carnal, vendido al pecado. Ignoro lo que hago, pues no hago lo que quiero 12. No hago lo que quiero, dice el carnal; no acusa a la ley, sino a sí mismo. Porque la ley, que es espiritual, no tiene culpa; es el hombre carnal, vendido, el que incurre en culpa. No hace lo que quiere; cuando quiere no puede, porque cuando podía no quiso. Por querer el mal, perdió el poder el bien. Ya en cautividad, habla y dice: No hago lo que quiero. Pues no hago el bien que quiero, sino el mal que aborrezco, eso hago 13. No hago lo que quiero. Y, llevándote la contraria, un hombre te dice: -Ciertamente lo quieres. -No hago lo que quiero. -Haces ciertamente lo que quieres. -No hago lo que quiero. Créeme, hermano, no hago lo que quiero. - ¡Oh, si tú lo quisieras, ya creo que lo harías; pero no realizas el bien porque no quieres! -No hago lo que quiero. Créeme, hermano mío, sé lo que pasa en mi interior. No hago lo que quiero. Te opones a la gracia, no eres juez de la conciencia. Yo sé que no hago lo que quiero, y ¿dices tú: «haces lo que quieres»? Nadie conoce lo que pasa en el interior del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él 14.

3. 4. También tú eres hombre. Si no me quieres creer, fíjate en ti mismo. ¿Acaso vives en este cuerpo corruptible que agobia al alma 15, de tal manera que tu carne no tiene deseos contrarios a los de tu espíritu ni el espíritu contrarios a los de tu carne 16? ¿No se da esta contienda dentro de ti? ¿No hay dentro de ti un apetito carnal que opone resistencia a la ley de la mente 17? Si nada en ti resiste a la otra parte, piensa dónde está la una y la otra. Si tu espíritu no disiente de tu carne que apetece lo contrario, ten cuidado, no sea que tu mente vaya de acuerdo con tu carne; ten cuidado, no sea que no hay guerra porque hay una falsa paz. Quizá estás de acuerdo en todo con la carne y por eso no hay contienda. ¿Qué esperanza tienes de vencer alguna vez si aún no has empezado a luchar? Si, por el contrario, te complaces en la ley de Dios según el hombre interior, ves otra ley en tus miembros que opone resistencia a la ley de tu mente 18; si te deleitas en esta última, si te sientes atado por ella, eres libre en la mente y siervo en la carne; si esta es ya tu situación, compadécete más bien del hombre que dice: No hago lo que quiero 19. Pues ¿quieres que resida en absoluto en ti ese deseo que opone resistencia a tu mente? Si no quieres carecer de tal enemigo, eres hombre de mal deseo. Yo -te confieso- quiero que desaparezca absolutamente todo lo que en mí se revela contra mi mente y pelea con delectación contraria. Y, si tal vez con la ayuda del Señor no le doy mi asentimiento, no quiero tener con quién pelear. Para mí es mucho más deseable no tener enemigo que vencerlo. ¿Acaso el que la carne tenga deseos contrarios a los del espíritu no es cosa mía? ¿O es que en realidad en mi constitución entra otra naturaleza distinta? El tener esos deseos es mío, y el no darles consentimiento también es mío. Tengo una parte en cierta medida libre que resiste al resto sometido a esclavitud. Quiero estar sano todo entero, pues yo soy la totalidad. No quiero que mi carne sea separada de mí eternamente, como una extraña, sino que sea sanada toda conmigo. Si tú no quieres esto, no sé qué piensas de la carne. Piensas -así creo- que ignoro de dónde procede, como si viniera de una raza adversaria. Esto es falso, es herético, es blasfemo, porque uno solo es el autor de la mente y del cuerpo. Cuando él creó al hombre 20, hizo una y otra cosa, y a ambas juntó en unidad: sometió la carne al alma y el alma a él. Si esta se hubiese mantenido siempre sometida a su Señor, también aquella habría obedecido siempre a su señora. No te maravilles si la que abandonó a su superior padece castigo de parte de la que le es inferior. Pues la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu y el espíritu contrarios a los de la carne. Pues se hacen la guerra mutuamente de forma que no hacéis lo que queréis 21. Por lo cual dice Pablo: No hago lo que quiero, porque la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu y no quiero que los tenga. Considero algo grande no consentir; sin embargo, deseo carecer del deseo mismo. Luego no hago lo que quiero 22. Quiero que la carne no tenga deseos contrarios a los del espíritu, y no puedo. Es lo que yo he dicho: No hago lo que quiero.

4. 5. ¿Por qué me desmientes al respecto? Yo digo: No hago lo que quiero 23, y tú dices: «Haces lo que quieres». ¿Por qué me desmientes? Ingrato para con el médico, ¿por qué desmientes al enfermo? Déjame rogar al médico: Rescátame de las calumnias de los hombres y guardaré tu ley 24. Laguardaré gracias a que me has redimido, no por mi poder. Por lo tanto, no me atribuyo a mí mismo la salud, que aún no poseo, porque se la pido al médico. Tú, por el contrario, defensor de la naturaleza, ¡ojalá lo fueras!; no presentarías una falsa defensa de la sana, sino que rogarías al médico por la que aún no lo está; mas ahora tú, defensor de la naturaleza, mejor, enemigo de la misma, mientras parece que alabas al creador por la naturaleza sana, excluyes al salvador de la enferma. El que la creó, la sana; cayó ella por sí misma, la levanta él por sí mismo. Esta es la fe, ésta es la verdad y éste es el cimiento de la fe cristiana. Uno y uno: un solo hombre por el que vino el derrumbamiento y otro por el que nos llegó la reconstrucción. Por aquel, el derrumbe; por este segundo, la reedificación. Cayó el que no se mantuvo en pie; le levanta el que nunca cayó; cayó el que abandonó al que se mantiene firme; y quien se mantiene firme descendió hasta el que yacía en el suelo.

6. Si, pues, la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, para que en esto mismo no hagas lo que quieres 25, puesto que deseas que ella tenga tales deseos y no lo consigues, mantén por lo menos la voluntad asida a la gracia de Dios y persevera firme con su ayuda. Dile a Dios lo que has cantado: Dirige mis pasos conforme a tu palabra y no me domine ninguna maldad 26. ¿Qué significa: no me domine ninguna maldad? 5. Escucha al Apóstol: No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal 27. ¿Qué significa: no reine? Para obedecer a sus apetencias. No dijo: «No tengas malos deseos». ¿Cómo puedo no tener malo deseos en esta carne mortal, en donde la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu y el espíritu contrarios a los de la carne? 28 Haz, por tanto, esto: No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para obedecer a sus apetencias 29. Aunque existen esas apetencias, no las obedezcas para que no domine la maldad. No hagáis de vuestros cuerpos armas de injusticia al servicio del pecado 30. Que no se conviertan tus miembros en armas de maldad y no te dominará ninguna maldad 31. ¿Pero aun eso, el que tus miembros no se conviertan en armas de iniquidad, acaso te lo otorgas con tus fuerzas? Esto mismo -repito-, esto mismo, a saber, que tus miembros no se conviertan en armas de maldad, ¿te lo otorgas con tus fuerzas? Pues, aun cuando tus miembros no se conviertan en armas de iniquidad, existe ciertamente la maldad en tus miembros, en tus deseos ilícitos, aunque no reina. ¿Cómo va a reinar si no tiene armas? Una parte tuya, tu carne, el deseo de tu carne, se rebela contra ti debido a tu enfermedad. Esa languidez es un tirano. Si quieres salir vencedor frente a tu tirano, invoca a Cristo emperador.

7. Sé lo que me ibas a decir o lo que estás diciendo en tu interior. Quien quiera que seas el que estás aquí y me escuchas, sé lo que te dice interiormente la maldad. Pues si no reconoces el rescate del redentor, aún estás bajo el yugo de la maldad. Sé lo que te estás diciendo: «Mira, mi carne tiene deseos contrarios a los del espíritu; desea cometer un adulterio, pero no consiento en él, no lo apruebo ni decido cometerlo. No sólo no lo cometo, sino que tampoco consiento en cometerlo; no sólo no lo cometo externamente en la carne, pero ni siquiera sigo con el pensamiento al rebelde. ¿Doy asentimiento a la carne que se opone, cedo ante la carne que me combate? No hago nada de eso. He aquí que no me domina ninguna maldad 32». Así es, es verdad. 6. Si es así, dale las gracias a quien te concedió el que así sea. No te lo arrogues a ti mismo, no sea que pierdas lo recibido y comiences a rogar en vano. ¿No tienes miedo a esto: Dios resiste a los soberbios, y a los humildes da su gracia 33?

8. Entonces, ¿te otorgas a ti mismo el que no te domine ninguna maldad? Si fuera cierta esta tu presunción, de nada sirve nuestra oración cuando decimos a Dios: No me domine ninguna maldad. ¿Has cantado hoy estas palabras o no? Estabas aquí cuando todos decíamos: Dirige mis pasos conforme a tu ley y no me domine ninguna maldad 34. Estabas aquí; has cantado estas palabras; pienso que no lo vas a negar. Luego has cantado con el pueblo de Dios y a Dios has rogado diciendo: Dirige mis caminos conforme a tu palabra y no me domine ninguna maldad. Site lo otorgabas a ti mismo, ¿por qué lo pedías conmigo? Te sorprendo orando, te sorprendo invocando a Dios: es la prueba de que sufres fatiga. Oigamos, pues, juntos al que dice: Venid a mí todos los que estáis fatigados 35. Escuchemos y vengamos. ¿Qué significa: vengamos? Avancemos con la fe, acerquémonos con acción de gracias, lleguemos con la perseverancia. Vayamos a aquel que dice: Venid a mí todos los que estáis fatigados. También tú sientes la fatiga, e igualmente yo. Oigámosle y vayamos a él. Escuchémosle ambos, puesto que ambos sentimos la fatiga. ¿Por qué litigamos entre nosotros? ¿Acaso para no oír al médico que nos llama? ¡Oh desdichada enfermedad! El médico le llama hacia sí y el enfermo se entretiene en litigar. Piensa bien lo que nos dice cuando llama: Venid a mí todos los que estáis fatigados. ¿Qué os fatiga, sino el fardo de los pecados, el yugo de una malvada tirana, la maldad? Venid a mí, pues, todos los que estáis fatigados y estáis sobrecargados, y yo os restableceré 36. Yoque os hice -dice- os restableceré. Yo -dice- os restableceré, porque sin mí nada podéis hacer 37.

9. ¿Cómo os restableceré? Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí 38. ¿Qué aprendemos de ti? Te conocemos, Señor, como Palabra que existe desde el principio, Palabra Dios, Palabra junto a Dios; sabemos que por ti han sido hechas todas las cosas 39, las que vemos y las que no vemos. ¿Qué aprendemos de ti? En cuanto discípulos tuyos, discípulos del artesano y hacedor, no vamos a fabricar otro mundo. Tú creaste el único mundo, hiciste el cielo y la tierra 40, y a ambos los embelleciste con sus criaturas y ornatos. ¿Qué vamos a aprender de ti? Aprended de mí 41-dice-. Siendo desde el principio Dios junto a Dios 42, os creé. No quiero que aprendáis esto. Pero me hice yo mismo aquello que hice para que no pereciera aquel a quien hice. ¿Cómo me hice lo que hice? Se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo; hecho semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre, se humilló a sí mismo 43. Aprended esto de mí: pues se humilló a sí mismo -dice-. Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón 44. Yno os enseño esto -dice- como si vosotros alguna vez hubierais existido en la condición divina, sin juzgar una rapiña ser iguales a Dios 45. Esto era propio sólo de Cristo; el ser igual a Dios no era una rapiña para él que lo tenía por naturaleza. Nació del Padre en igualdad con él. ¿Qué es lo que ha hecho por ti? Se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo; hecho semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre 46. Mira, por ti se hizo hombre sin pecado -¿y no quieres reconocer que tienes pecado?- para que te acerques a quien dijo: Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os restableceré 47.

8. 10. Cargad con mi yugo sobre vosotros 48. ¿Has cargado con este yugo? ¿Has cargado con él? ¿Sientes que llevas quien te guíe? ¿Has cargado con este yugo? «Ya he cargado» -dices-. ¿Sientes que llevas quien te guíe? ¿Sientes que llevas quien te gobierna? «Lo siento» -respondes-. Dile, pues, a él: Dirige mis pasos conforme a tu palabra 49. Él te gobierna a ti, que estás bajo su yugo y bajo su carga. Y para que la carga te resulte ligera y el yugo suave 50, él te ha inspirado el amor. Para el que ama es cosa suave; para el que no ama es cosa dura. Para el amante es cosa suave, porque Dios regaló la suavidad 51. ¿O es que quizá, porque efectivamente viniste al oír: venid a mí, pretendes arrogarte el haber venido? Tú dices: «Mira, yo vine hacia él espontáneamente y de libre voluntad; y porque he venido me restablece; porque he venido, me pone un yugo suave; él que otorga el amor, me impone una carga ligera 52 porque le amo y le quiero: todo esto lo ha hecho él en mí, pero porque yo me allegué a él». Entonces ¿piensas que te concediste a ti mismo el venir? ¿Qué tienes que no hayas recibido? 53¿Y cómo has venido? Has venido por la fe, pero no has llegado al término. Todavía estamos en camino; venimos, pero aún no hemos llegado. Servid al Señor con temor, y exultad ante él con temblor, no sea que alguna vez se aíre el Señor, y os salgáis del camino justo 54. Teme, no sea que, al arrogarte el haber encontrado el camino de la justicia, esa misma arrogancia te saque de él. «Yo -dice- soy el que he venido, y lo he hecho por decisión propia y por mi voluntad». ¿Por qué te hinchas y pavoneas? ¿Quieres saber que también eso se te ha regalado? Escucha, pues, a quien te llama: Nadie viene a mí si no lo atrae el Padre que me envió 55. Vueltos al Señor...