SERMÓN 29 A (=Denis 9)

Traductor: Pío de Luis, OSA

Comentario del Sal 117,1

1. Confesad al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia 1. Por mi palabra el Espíritu Santo os exhorta a lo mismo a lo que os ha exhortado por las palabras del salmo, a lo que respondíamos, con una sola voz y un solo corazón, Aleluya, que en latín significa: Alabad al Señor 2. He aquí a lo que os exhorta: Confesad al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia 3. Sea que, alabando, cantéis sus dones; sea que, llorando, os vaciéis de vuestros pecados, confesad al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Pues no sóloel traer a la mente nuestros pecados, sino también la alabanza a nuestro Señor, se llama confesión, puesto que, aun cuando sólo realicemos una de las dos cosas, no la hacemos sin la otra. De hecho, nos acusamos de nuestra maldad con la esperanza puesta en su misericordia, y alabamos su misericordia con la mente puesta en nuestra maldad. Confesemos, pues, al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. A algunos les parece que determinada criatura es mala porque ofende el sentido de los ignorantes, pero es falso. Pues Dios hizo todas las cosas sumamente buenas, porque él es bueno. A otros les parece que Dios es injusto porque a menudo sus fieles soportan en esta vida temporal desgracias duras y ásperas. Pero quienes ven esto así se equivocan, porque él castiga a todo hijo, no al que rechaza, sino al que recibe 4, porque es eterna su misericordia 5.

2. Confesemos, pues, al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia 6. Digamos al Señor nuestro Dios: tus obras son dignas de admiración: todo lo has hecho con sabiduría 7. Tus juicios son justos: según su maldad, instruiste al hombre 8. Antes de ser humillado, yo había pecado 9. Digamos todo esto en nuestra confesión, porque, si nos sobrevienen contrariedades para castigo de nuestra mortalidad, él siempre obra bien, porque es bueno 10. Y si nos enmienda con dolores y fatigas corporales, no se encolerizará para siempre, ni se indignará eternamente 11, porque su misericordia es eterna 12. ¿Qué hay tan bueno como nuestro Dios? Los hombres blasfeman, y no sólo no se humillan, sino que hasta se ufanan de sus crímenes; pero él hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos 13. ¿Hay alguien tan compasivo como nuestro Dios? Los hombres perseveran en sus lascivias e injusticias, y él no cesa de llamarlos a la conversión. ¿Hay algo tan bueno como nuestro Dios, de quien recibimos tantos consuelos hasta en la tribulación? ¿Quién es tan compasivo como nuestro Dios, pues, al convertirnos, cambiamos hasta la sentencia futura? Confesemos al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia 14. No es confesión la alabanza de cualquier cosa, sino la alabanza del Señor nuestro Dios. Pues, si se ha dicho con toda verdad: ¡Qué bueno es el Dios de Israel para los rectos de corazón!, 15, parece ciertamente que es malo para los de corazón torcido. ¿Qué hombre se vuelve recto sino el que estaba torcido, de modo que, como convicto, comience a alabar lo que antes reprendía y a admirarse de lo que antes despreciaba, confesando al Señor, porque, habiéndose enderezado, es bueno para él el que, cuando él estaba torcido, le parecía malo? Y como estaba torcido por su maldad, pero la gracia de Dios le ajustó a rectitud, le conviene confesar simultáneamente que su misericordia es eterna 16. Nosotros somos los malos; él, el bueno; nosotros somos buenos por él y malos por nuestra culpa. Él es bueno con nosotros cuando somos buenos, y bueno también cuando somos malos. Cuando nosotros nos ensañamos con nosotros mismos, él es misericordioso con nosotros. Nos llama, para que nos convirtamos; nos espera hasta que nos convirtamos; nos corona, si no nos apartamos.

3. Confesemos al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia 17. La confesión de los pecados siempre pareció algo temible a los hombres, pero ante un juez humano. Porque muchísimas veces, para arrancar una confesión verbal, se recurre a los látigos, a azotes con correas, a garfios de hierro y fuego. Y algunas veces sucumben antes los miembros ante los tormentos, dirigidos a romper la trabazón del cuerpo, que el ánimo ante los dolores, dirigidos a se divulgue lo que se desconoce del crimen. Urgen los verdugos y multiplican tormentos de toda clase, pero en vano se abren y desgarran las entrañas cuando la conciencia se cierra en su negativa. ¿Por qué, en medio de tan atroces tormentos, tiene miedo el hombre a confesar, sino porque a la confesión suele seguir el castigo? Se castiga a quien confiesa un delito ante un hombre; pero quien confiesa su pecado ante de Dios, queda libre. Y no es de maravillar. El hombre busca saber a través del hombre lo que el investigador ignora. Dios, en cambio, que nos insta a confesar, conoce lo que no queríamos confesar y no lo aprende de nuestra confesión. ¿Con cuánta mayor razón librará de la muerte eterna a los que le confiesan sus pecados, el que libraba de la muerte temporal a nuestras maldades que conocía incluso antes de que los confesáramos nosotros?

4. Tal vez digas: «¿Por qué Dios me pide que le confiese lo que él ya conoce? Pues, cuando el hombre pide eso a otro hombre, es porque lo ignora». ¿Por qué piensas que hace Dios esto, sino porque quiere que, reconociendo tú el pecado, lo castigues tú mismo y lo elimine él con su perdón? ¿Cómo quieres que él te perdone lo que tú no quieres reconocer? Escucha el salmo y, si estás despierto, reconoce en él tu voz: Reconocí -dice- mi pecado y no oculté mi injusticia. Dije: Declararé contra mí mi delito al Señor, y tú perdonaste la impiedad de mi corazón 18. Escucha en otro salmo: Porque yo reconozco mi iniquidad y mi delito está siempre ante de mí 19. Por lo tanto, no era un descarado cuando decía a Dios: Aparta tu rostro de mis pecados 20. Dios se digna apartar su vista del pecado del hombre cuando el hombre mismo se preocupa de volver su rostro al propio pecado, diciéndole a Dios al oído: Y mi pecado está siempre ante mí 21. Por lo mismo, se debe entender que Dios aparta su rostro no porque no conozca el pecado, sino porque lo perdona. Luego si tú, hombre, tienes miedo a confesar tu delito a un juez humano porque es malo o porque está forzado a cumplir la severidad de la ley, confiésalo seguro al Señor, porque es bueno y porque es eterna su misericordia 22.