SERMÓN 26

Traductor: Pío de Luis, OSA

Paralelismo entre Sal 94,6 y Gál 3,21

1. 1. El salmo que hemos cantado al Señor, mediante el cual nos hemos dirigido mutuamente esta exhortación: adorémosle, postrémonos ante él y lloremos ante el Señor que nos hizo 1, nos invita a buscar con mayor diligencia qué significan las palabras: que nos hizo. A no ser que sea un ingrato, nadie duda que el hombre fue creado por Dios. Sabemos, en efecto, porque así lo hemos leído y creído, que Dios, entre las muchas cosas que creó, creó al hombre a su imagen 2. Esta es la primera creación del hombre; la primera criatura humana. No creo, sin embargo, que el Espíritu Santo quisiera recomendarnos esto como gran cosa en el presente salmo, puesto que dice: Lloremos ante el Señor que nos hizo 3, dado que dice en otro lugar: Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos 4. Esto -como dije- ningún cristiano lo pone en duda. Dios no sólo creó al primer hombre del cual nacieron los demás 5, sino que él mismo crea hoy también a cada uno de ellos; él, que dijo a cierto santo suyo: Antes de formarte en el seno de tu madre te conocí 6. La primera vez creó al hombre sin intervención del hombre, ahora crea al hombre a partir de otro hombre. Con todo, ya se trate del hombre creado sin otro hombre, ya del hombre creado a partir de otro hombre, él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos 7. Así, pues, teniendo presente este sentido de las palabras, obvio y fácil, pero verdadero, adorémosle, hermanos, postrémonos ante él y lloremos ante el Señor que nos hizo 8. Pues no nos hizo y luego nos abandonó. No se preocupó de hacernos y se despreocupa de conservarnos. Lloremos ante el Señor que nos hizo, puesto que no lloramos cuando nos hizo y, sin embargo, nos hizo. Quien nos hizo antes de que nadie se lo suplicase, ¿nos abandona cuando le rogamos? Como si el hombre dudase de si es escuchado cuando ora, la Escritura le amonestó diciendo: Lloremos ante el Señor que nos hizo. No hay duda de que escucha a los que hizo; en verdad, no puede no preocuparse de los que creó.

2. 2. Pero en una comprensión más profunda y, en cuanto juzgo, más útil, el Espíritu Santo vio que algunos hombres decían o habrían de decir que, en efecto, Dios les había hecho a ellos en cuanto hombres, pero que en cuanto justos se hacían a sí mismos. Previendo a los tales, les llamó la atención y les apartó de ese orgullo diciéndoles: Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos 9. ¿Por qué añadió: y no nosotros a nosotros mismos, cuando hubiese bastado decir: Él nos hizo? ¿Por qué, sino porque quiso llamar la atención sobre aquella hechura, respecto de la cual dicen los hombres: «Nosotros mismos nos hemos hecho a nosotros», es decir, «el ser justos lo hemos hecho nosotros con nuestra libre voluntad? Cuando Dios nos creó, recibimos de él el libre albedrío; por lo tanto, el ser justos lo conseguimos mediante el libre albedrío». ¿Por qué invocamos todavía a Dios para que nos haga justos, siendo así que tenemos en nuestro poder el hacernos justos a nosotros mismos? Escuchad, oíd: tanto a los justos como a los pecadores, Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos. El primer hombre fue creado en una naturaleza sin culpa y sin vicio; fue creado recto, no se hizo a sí mismo tal. Qué se hizo el hombre a sí mismo es conocido: cayendo de la mano del alfarero, se quebró 10. El mismo que le había hecho le gobernaba; quiso abandonar a su hacedor; Dios lo permitió, como diciendo: «Abandóneme a mí y encuéntrese a sí mismo, y experimente en medio de su miseria que nada puede sin mí 11».

3. 3. De este modo, por tanto, Dios quiso mostrar al hombre lo que vale el libre albedrío sin él. ¡Oh pernicioso libre albedrío sin Dios! He aquí por qué nos hemos convertido en unos desdichados: porque hemos experimentado lo que vale sin Dios. Habiéndolo experimentado a lo menos alguna vez, conozcámosle, y venid, adorémosle y postrémonos ante él. Venid, adorémosle, postrémonos ante él y lloremos ante el Señor que nos hizo 12, para que, perdidos nosotros por nuestra culpa, nos rehaga quien nos hizo. He aquí que el hombre fue hecho bueno, y el hombre mismo mediante el libre albedrío se hizo malo. ¿Cuándo un hombre malo que, por su libre albedrío, abandona a Dios va a hacer a un hombre bueno? Cuando era bueno no pudo conservarse bueno, y siendo malo, ¿va a hacerse bueno? ¡Cuando era bueno no se mantuvo en la bondad, y ahora que es malo dice «me hago bueno»! Tú que pereciste cuando eras bueno, ¿qué harás cuando eres malo, si no te rehace el que permanece siempre bueno?

4. El nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos 13. Pero nosotros somos su pueblo y las ovejas de sus pastos 14. He aquí que quien nos hizo hombres nos hizo su pueblo, pues no éramos ya su pueblo cuando fuimos creados hombres. Vedlo, hermanos míos, y, por las palabras mismas del salmo, considerad a qué se refería cuando dijo: Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos 15. Si dijo: Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos, su finalidad era que fuéramos su pueblo y ovejas de sus pastos 16. Él nos hizo. También nacen los paganos, y él hizo a todos los impíos, todos los adversarios de su Iglesia, para que nacieran. No fue otro Dios el que los creó. Quienes nacieron de padres paganos fueron hechos por él, por él fueron creados. Y, sin embargo, no son su pueblo ni ovejas de sus pastos. 4. No se considere gracia a la naturaleza. Pero si también se la considera gracia, sea porque también ella fue donada gratuitamente, pues el hombre que no existía no tuvo méritos anteriores para existir. Si lo mereció, existía ya; pero no existía aún. No existía, pues, quien tuviese méritos para ello, y, sin embargo, fue hecho y no fue creado como las bestias, o como un árbol o una piedra, sino que fue creado a imagen del Creador 17. ¿Quién concedió este beneficio? Dios que existía y existía desde la eternidad. ¿A quién se lo concedió? Al hombre que aún no existía. Lo concedió quien existía; lo recibió quien no existía. ¿Quién pudo hacer esto, sino aquel que llama a las cosas que no existen como a las que existen 18? Acerca de ello dice el Apóstol: El cual nos eligió antes de la creación del mundo 19. Nos eligió antes de la creación del mundo: hemos sido hechos en este mundo, pero ni el mundo existía, cuando fuimos elegidos. ¡Realidades inefables y admirables, hermanos míos! ¿Quién se bastaría para explicarlas? ¿Quién se bastaría a lo menos para pensar lo que trata de explicar? Son elegidos quienes no existen. Quien elige no se equivoca ni elige fantasmas. Elige, pues, y tiene elegidos: aquellos a los que, por ser elegidos, habrá de crear. Los tiene en sí mismo; no en su naturaleza, sino en su presciencia.

5. Por lo tanto, no os envanezcáis; somos hombres. Él nos hizo 20. Somos también fieles, si es que en verdad lo somos cuando discutimos estas cosas contra la gracia. Pero he aquí que somos fieles, incluso justos, porque el justo vive de la fe 21. Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos 22. Pregunto qué nos hizo. Me dirás: «hombres». No era de esto de lo que hablaba el salmo; eso lo sabemos, es conocido, es manifiesto. Tampoco necesitamos grandes conocimientos para saber que él nos hizo hombres. 5. Mira de lo que hablaba: Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos. ¿Qué nos hizo, sino lo que somos? Pero ¿qué somos? Pero nosotros ¿Qué? Su pueblo y ovejas de sus pastos 23. Él nos hizo su pueblo, él nos hizo ovejas de sus pastos. El que envió a la oveja inocente a ser degollada, de lobos hizo ovejas. Esta es la gracia. Excluida la gracia de la naturaleza, común a todos, por la que fuimos hechos hombres quienes ni existíamos ni lo merecimos porque no existíamos; excluida aquella gracia, mayor es esta gracia por la que fuimos hechos su pueblo y ovejas de sus pastos, por Jesucristo nuestro Señor 24.

6. Pero dirá alguien: «También fuimos creados hombres por medio de Jesucristo». Así es; también los paganos fueron hechos por Jesucristo. ¿Quién es Jesucristo, sino en el principio era la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios? Ella estaba en el principio junto a Dios. Por ella fueron hechas todas las cosas 25. A él, pues, deben también los paganos el haber sido hechos hombres, y tanto más deben ser castigados cuanto que abandonaron a aquel por quien fueron creados y adoraron las cosas que ellos mismos hicieron.

6. 7. Excluida, pues, la gracia en virtud de la cual fue creada la naturaleza humana -gracia común a cristianos y a paganos-, he aquí una gracia mayor: no el ser hechos hombres por la Palabra, sino el ser hechos fieles por la Palabra hecha carne. El único Dios y el único mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús 26, era la Palabra que existía desde el principio. Aún no era hombre Cristo Jesús, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios 27. El mundo mismo aún no existía cuando la Palabra era Dios. Todas las cosas fueron creadas por ella, y el mundo fue hecho por ella 28. Por tanto, cuando nos hizo hombres todavía no era hombre. El Apóstol recomienda especialmente esta gracia a los cristianos cuando dice: Único es Dios y único el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús 29. No dice simplemente: «Cristo Jesús» -para que no pensaras que lo dijo por su condición de Palabra-, sino que añadió: el hombre: El mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús. ¿Qué es un mediador? La persona mediante la cual nos uniremos, mediante el cual seremos reconciliados, puesto que, a causa de nuestros pecados, yacíamos separados, nos hallábamos en la muerte; habíamos perecido totalmente. Cristo no existía como hombre cuando fue creado el hombre. Se hizo él mismo hombre, para que no pereciese el hombre.

7. 8. Con frecuencia me veo obligado a tratar sobre este tema contra la nueva herejía que trata de imponerse; lo hago porque quiero que estéis firmes en el bien y libres de todo mal. Este era su discurso en sus comienzos: hablaban contra la gracia, atribuyendo mucho no a la libertad del hombre, sino a su debilidad y, en consecuencia, ensalzando al mísero hombre caído, para que no pueda levantarse, una vez que le tienden la mano desde lo alto. Cuestionando la gracia en favor del libre albedrío, ofendieron los oídos piadosos y católicos. Comenzaron a ser aborrecidos, comenzaron a ser evitados como perdición segura. Se comenzó a decir de ellos que cuestionaban la gracia. Y ellos, para quitarse de encima esta animosidad, inventaron este despropósito: «No cuestiono -dice- la gracia de Dios». ¿Cómo lo pruebas? «No cuestiono la gracia de Dios -decían- puesto que defiendo el libre albedrío». Ved qué agudeza, pero de vidrio. Da la impresión de que brilla por su vanidad, pero se hace añicos ante la verdad. Ved cuán agudamente, aunque sólo en apariencia, pensaron lo que quisieron decir: «Por el hecho mismo -decían- de que defiendo el libre albedrío; y lo que digo es que el libre albedrío me es suficiente para ser justo; no afirmo que lo sea sin la gracia de Dios». Los oídos de los piadosos se despiertan, y quien oye lo dicho comienza a felicitarse: «¡Gracias a Dios! Defiende el libre albedrío, pero sin rechazar la gracia. Existe el libre albedrío, pero nada puede sin la gracia de Dios. Si, pues, defienden el libre albedrío sin excluir la gracia, ¿qué dicen de mal?». Acláranos, ¡oh doctor!, de qué gracia hablas. -Cuando hablo -dice- del libre albedrío del hombre, fíjate en éste «del hombre». -¿Qué se sigue de aquí? -¿Quién creó al hombre? Dios. ¿Quién le dio el libre albedrío? Dios. Si, pues, Dios creó al hombre, y él dio al hombre el libre albedrío, todo lo que puede el hombre con su libre albedrío, ¿a quién se lo debe sino a la gracia de aquel que lo creó dotado del libre albedrío?». Esto es lo que ellos dicen con aparente agudeza.

8. 9. Ved, sin embargo, hermanos míos, que sólo mientan aquella gracia común por la que fue creado el hombre, por la que somos hombres. Ciertamente, somos hombres igual que los impíos, pero no somos cristianos junto con ellos. Queremos que proclamen la gracia por la que somos cristianos, ésta es la que queremos que conozcan, esa de la que dice el Apóstol: No anulo la gracia de Dios, pues si la justicia proviene de la ley, entonces Cristo murió en balde 30. Considerad de qué hablaba el Apóstol. De la ley dijo: Si la justicia proviene de la ley, entonces Cristo murió en balde. Puesto que la justicia no proviene de la ley, por esto murió Cristo; para que se justifiquen por la fe quienes no serán justificados por la ley. Si, pues -dijo-, se hubiese dado una ley que pudiese vivificar, la justicia procedería en absoluto de la ley -lo cual recordamos también ayer-; pero la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa -la promesa, no la predicción; quien lo prometió es quien lo lleva a efecto-, para que la promesa -dijo- se otorgase a los creyentes por la fe en Jesucristo 31. He aquí cómo éramos cuando nos encontró la gracia del Salvador; ni siquiera la ley nos pudo sanar. ¿Con qué finalidad se daba la ley si bastaba la naturaleza? Y, sin embargo, ni siquiera la ley pudo bastar; ¡tan enferma estaba la naturaleza misma! Se dio una ley, pero no una ley que pudiese vivificar. ¿Por qué se dio, pues? La ley -dijo el Apóstol- se promulgó a causa de la prevaricación 32. Se dio por causa de la prevaricación, para hacerte prevaricador. «¿Qué interés tenía en hacerme prevaricador?». Dios conocía tu orgullo; sabía que decías: «¡Oh, si hubiera quien me enseñara; oh, si hubiera quien me mostrara (lo que tengo que hacer)!». He aquí que la ley te dice: No tengas malos deseos 33. Conociste la ley que te ordenaba no tener malos deseos. Surgió la concupiscencia que desconocías. Existía ya dentro de ti, pero te era desconocida. Comenzaste a esforzarte en vencer lo que en ti se hallaba, y apareció lo que se ocultaba. ¡Orgulloso! La ley te hizo prevaricador. Reconoce la gracia y alábala.

9. 10. «Pero la ley -replicas- ¿quién la dio?». Existen hombres vanos y, lo que es peor, impíos que sostienen que la ley fue dada por otro y la gracia por nuestro Señor Jesucristo 34, como si la ley fuese tortuosa y la gracia recta. Quieren distinguir los dos Testamentos sosteniendo que el Antiguo Testamento fue obra de no sé qué príncipe de las tinieblas, y el Nuevo, obra del Dios Señor y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Escucha al apóstol Pablo mismo. Si el motivo por el que piensas que la ley fue dada por otro, no por Dios, es porque te ha hecho prevaricador, escucha al mismo Apóstol alabar la ley: Así, pues -dice- la ley es santa y el mandamiento santo; añade: y justo; añade más: y buena. ¿Acaso lo que es bueno -dice- se ha convertido en muerte para mí? En ningún modo; sino que el pecado, para que se manifestase el pecado 35. Existía el pecado, pero se mantenía oculto. ¿Cuándo se mantenía oculto el pecado? Cuando no te sentía como enemigo. Comenzaste a esforzarte y apareció quien te tenía dominado. Cuando le seguías, no sentías la cadena; buscaste donde refugiarte, y apareció la cadena; quisiste huir, y comenzaste a ser arrastrado. Puesto que comenzaste a ser arrastrado, venga en tu socorro quien no está atado. ¿Quién es el que no está atado, sino quien dijo: Si habéis hallado pecado en mí, decidlo 36? ¿Quién sino aquel que dijo: He aquí que viene el príncipe del mundo, y nada encontrará en mí37 No encontrará motivo para darme muerte, porque la muerte justa se debe a un pecado. ¿Por qué, pues, mueres? Para que sepan todos -dice- que cumplo la voluntad de mi Padre 38. Rompió la cadena aquel que no está atado; libra de los muertos el libre entre los muertos.

10. 11. Pero fue también él quien envió la ley. Por su siervo dio la ley, por sí mismo dio la gracia. Contempla a Eliseo en un grande y profundo misterio; mírale como profeta que profetiza no sólo con sus palabras, sino con sus obras 39. Había muerto el hijo de su patrona. ¿Qué significa el niño muerto sino a Adán? Se lo dijeron al santo profeta, quien proféticamente representaba la persona de nuestro Señor Jesucristo. Envió por su siervo su cayado, diciéndole: Vete; vete y colócalo sobre el niño muerto 40. Como siervo obediente, se puso en marcha. Bien sabía el profeta lo que había hecho. Puso el siervo el cayado sobre el muerto; pero éste no se levantó. Pues si se hubiese dado una ley que pudiese vivificar, la justicia procedería en absoluto de la ley 41. La ley, por tanto, no pudo dar la vida. Vino el grande al pequeño, el salvador a quien tenía que ser salvado, el vivo al muerto. Vino él mismo en persona. ¿Y qué hizo? Recogió sus miembros de persona adulta 42, como rebajándose a sí mismo, para ajustarse al tamaño del siervo 43. Así, pues, contrajo sus miembros de persona adulta; se hizo pequeño, acomodándose al pequeño, para hacer al cuerpo de nuestra humildad conforme al cuerpo de su gloria 44. Y así, en esta figura de Cristo, proféticamente expresada, resucitó el muerto 45, del mismo modo que es justificado el impío.

11. 12. Proclámese esta gracia. Esta es la gracia de los cristianos donada por el hombre mediador 46, por quien padeció y resucitó, que subió al cielo, llevó cautiva la cautividad y concedió dones a los hombres 47. Proclámese -digo- esta gracia; los ingratos no argumenten contra ella. Al muerto no le bastó el cayado del profeta; ¿sería suficiente la naturaleza misma muerta? Dado que se nos otorgó gratuitamente, reconozcamos que también es gracia aquella por la que fuimos creados, aunque en ningún lugar leamos que se la denomine así. Pero mostremos que es mayor esta por la que somos cristianos. Prestad atención. Antes de ser creados no merecíamos ningún bien, y por ello se puede hablar de la gracia por la que fuimos creados cuando nada bueno merecíamos. Si, pues, es grande la gracia cuando nada bueno merecíamos, ¿cuán grande será aquella otra, cuando merecíamos tanto mal? Quien aún no existía no merecía bien alguno; el pecador, en cambio, merecía incluso el mal. Aún no existía quien fue hecho; todavía no existía, pero tampoco había ofendido. Aún no existía, y fue creado; ofendió a Dios, y fue salvado. Quien todavía no existía no esperaba nada: fue hecho. Pero, una vez caído, esperaba la condenación, y fue liberado. Esta es la gracia que nos viene por nuestro Señor Jesucristo 48. Él nos hizo 49, e incluso antes de que absolutamente existiésemos, él nos hizo; y una vez hechos y caídos, él mismo nos hizo justos, no nosotros a nosotros mismos. 12. Sí, pues existe una criatura nueva en Cristo: la vieja ha caído y se ha creado la nueva 50.

13. Única era la masa de perdición proveniente de Adán, a la cual no se debía otra cosa sino el suplicio. De esa misma masa se hicieron algunos vasos para honor. Pues el alfarero tiene poder para hacer de la misma masa... ¿De qué masa? Ciertamente, ya había perecido; sin duda, a tal masa se le debía la justa condenación. Felicítate, porque te libraste. En efecto, te libraste de la muerte merecida y hallaste la vida inmerecida. El alfarero tiene poder para hacer de la misma masa un vaso para un uso noble y otro para un uso vil 51. Pero dices: «¿Por qué me hizo a mí para uso honorable y a otro para uso despreciable?». ¿Qué he de responder? Vas a escuchar a Agustín, tú que no has escuchado al Apóstol, que dice: ¡Oh hombre!, ¿quién eres tú para contestar a Dios52 Acaban de nacer dos pequeños. Si buscas lo merecido, la masa de perdición los posee a ambos. Mas ¿por qué a uno la madre le conduce a la gracia y al otro la madre lo ahoga mientras duerme? 53 ¿Me quieres decir qué méritos tuvo el que fue llevado a la gracia y cuáles fueron los de aquel a quien la madre ahogó mientras dormía? Ninguno de los dos mereció nada bueno. Pero el alfarero tiene poder para hacer de la misma masa un vaso para un uso noble y otro para un uso vil 54. ¿Quieres entrar en disputas conmigo? Más bien, maravíllate conmigo y exclama también conmigo: ¡Oh abismo de riquezas! 55 Estremezcámonos ambos; uno y otro gritemos: ¡Oh abismo de riquezas! Ambos vayamos de acuerdo en sentir el pavor para no perecer en el error. ¡Oh abismo de riquezas de la sabiduría y conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! 56 ¡Investiga lo inescrutable; haz lo imposible, corrompe lo incorruptible, ve lo invisible!

13. 14. Insondables son sus juicios -acabas de oír-; bástete: E inescrutables sus caminos. Pues ¿quién conoció la mente del Señor o quién fue su consejero? ¿Quién le dio a él primero y se le retribuirá? 57 ¿Quién dio primero, siendo así que todo lo recibió gratis? ¿Quién le dio a él primero y se le retribuirá? Si el Señor quisiera retribuir, no retribuiría sino la pena merecida. Nada le dieron para que se les retribuyese. Los salvarás a cambio de nada 58. ¿Quién le dio a él primero, como en virtud de sus propios méritos? ¿Quién le dio a él primero 59, quién se anticipó a la gracia que gratuitamente se concede? Si algún mérito antecedió a aquella gracia, ya no se concede gratuitamente, sino que se devuelve conforme a la deuda. Pero si no se concede gratuitamente, ¿por qué se la denomina gracia? ¿Quién le dio a él primero, y se le retribuirá? Pues de él, y por él y en él existen todas las cosas 60. ¿Qué cosas, sino todos los bienes que de él hemos recibido, y hemos recibido para ser buenos? Pues todo buen don y toda dádiva perfecta proviene de arriba y desciende del Padre de las luces, en quien no existe cambio. Pero tú te cambiaste en peor: Aquel en quien no existe cambio te socorrió en persona. Aquel en quien no existe ni sombra de variación 61, pues tú yaces en las tinieblas de tu noche. De él, por lo tanto, procede todo. Nadie le dio á él algo antes; por ello, nadie le exija algo como deuda. Por gracia habéis sido salvados mediante la fe, y eso no procede de vosotros, es un don de Dio62.

14. 15. «Pero me turba -dices- que uno perece, y otro es bautizado. Me turba, me inquieta, como hombre que soy». Si quieres escuchar la verdad, también a mí me inquieta, porque soy hombre también yo. Pero si tú y yo somos hombres, oigamos ambos a quien dice: ¡Oh hombre! Por lo tanto, si nuestra turbación proviene de que somos hombres, el Apóstol habla a la naturaleza humana misma, enferma y débil, diciendo: ¡Oh hombre!, ¿quién eres tú para contestar a Dios? Acaso dice la figura a quien la modeló, ¿por qué me hiciste así63 Si pudiese hablar la bestia y dijese a Dios: «¿Por qué a este le hiciste hombre y a mí bestia?», ¿no te enardecerías y le dirías: «¡Oh bestia!, ¿quién eres tú para contestar a Dios?». Tú eres hombre, pero en comparación con Dios, eres una bestia. ¡Ojalá seas su bestia y oveja de sus pastos! 64 Reconoce los beneficios del pastor y no seguirás a los lobos del error. Éramos lobos: También nosotros fuimos por naturaleza hijos de la ira como los demás 65, pero murió la Oveja y nos hizo a nosotros ovejas: He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado, no de este o aquel, sino del mundo 66. No nos atribuyamos arrogantemente nada a nosotros, hermanos míos, por el hecho de que somos algo; si es que por la fe en él somos algo, seamos lo que seamos, no nos lo atribuyamos a nosotros, no sea que perdamos hasta lo que hemos recibido. Pero en lo que hemos recibido, démosle gloria, tributémosle honor; haga llover él sobre sus semillas. ¿Qué tendría nuestra tierra si él no hubiese sembrado? Pero también da la lluvia; no abandona lo que sembró. El Señor dará la suavidad, y nuestra tierra dará su fruto 67. Vueltos al Señor, etc.