SERMÓN 23 A (= Mai 16)

Traductor: Pío de Luis, OSA

Comentario del Sal 74,2

1. Seremos felices si también ponemos en práctica lo que escuchamos y cantamos. El escuchar es nuestra siembra; el ponerlo en práctica es el fruto de la semilla. El campo en que se siembra trigo y produce espinas 1 no debe esperar el granero, sino el fuego. Del mismo modo, quienes oyen las cosas buenas y las realizan malas, no esperen para sí el granero del reino de los cielos 2, sino el fuego del que se dice: Id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles 3. Tras estas palabras iniciales, quiero exhortar a vuestra caridad, a que no entréis en la iglesia sin sacar fruto alguno al escuchar tantas cosas buenas y luego no obrar santamente; y a que, conforme a la bondad del sembrador y de la semilla que es la palabra de Dios, de vuestras costumbres y de vuestra vida, como de tierra buena surja el fruto abundante de las buenas costumbres, y así esperéis al agricultor que ha de venir y que está preparando el granero en que vais a ser introducidos. Acabamos de cantar: Te confesaremos, oh Dios, te confesaremos e invocaremos tu nombre 4. Confesar a Dios, ¿qué es, sino humillarse ante él, no atribuirse a sí mismo mérito alguno? Porque por su gracia hemos sido salvados; como dice el Apóstol: no por nuestras obras, para que nadie se enorgullezca, pues por su gracia hemos sido salvados 5. No precedió vida justa alguna por la que él desde arriba sintiese cariño y amor, hasta el punto de decir: «Vengamos en su ayuda, socorramos a estos hombres que viven santamente». Le desagradó nuestra vida; en nuestra vida le desagradó todo lo que hacíamos, pero no lo que él mismo hizo en nosotros. En consecuencia, condenará lo que hicimos nosotros y salvará lo que hizo él mismo; condenará las malas acciones de los hombres y salvará a los hombres mismos, pues los hombres no se hicieron a sí mismos, pero realizaron acciones malas. Lo que Dios hizo en ellos es cosa buena, porque él hizo al hombre a su imagen y semejanza 6. Lo que Dios condena, con el fin de liberar al hombre, es lo que este ha obrado mal, apartándose por su libre albedrío del hacedor y creador, y volviéndose a la maldad. Es decir, Dios condena lo que hizo el hombre y libera lo que hizo él mismo.

2. Así, pues, no éramos buenos; tuvo piedad de nosotros 7 y envió a su único Hijo a morir, no por los buenos, sino por los malos 8; no por los justos, sino por los impíos. He aquí que Cristo murió por los impíos 9. ¿Cómo sigue? Apenas hay quien muera por un justo: pero, efectivamente, quizá alguien se atreva a morir por una persona de bien 10. Tal vez se encuentre alguien que esté dispuesto a morir por una persona buena. Mas por una persona injusta, impía, inicua, ¿quién iba a querer morir, sino solamente Cristo, justo hasta el punto de santificar a los injustos? Por lo tanto, hermanos, no poseíamos ninguna obra buena; todas eran malas. Pero aun siendo tales las obras de los hombres, su misericordia no los abandonó y, siendo merecedores de castigo, él, en lugar del castigo debido, les otorgó la gracia que no merecían. Y envió a su Hijo para rescatarnos, no con oro, ni con plata, sino con el valor de su sangre derramada 11, como cordero inmaculado conducido al sacrificio 12 en favor de las ovejas manchadas, si es que sólo manchadas y no totalmente infectas. Hemos recibido esta gracia. Vivamos, pues, de manera digna de la misma, para no hacer injuria a gracia tan sublime. Un médico extraordinario vino a nosotros y perdonó todos nuestros pecados. Si queremos enfermar de nuevo, seremos, además de perniciosos para nosotros mismos, ingratos para con el médico.

3. Sigamos, pues, los caminos que él nos mostró, sobre todo el de la humildad, en que él se convirtió para nosotros 13. En efecto, él nos mostró el camino de la humildad 14 con sus preceptos y lo recorrió personalmente padeciendo por nosotros, pues no hubiera sufrido si no se hubiera humillado 15. ¿Quién sería capaz de dar muerte a Dios si él no se hubiese rebajado? Cristo es, en efecto, Hijo de Dios, y el Hijo de Dios es ciertamente Dios. Él mismo es el Hijo de Dios, la Palabra de Dios, de la que dice San Juan: En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba al principio junto a Dios. Por ella fueron hechas todas las cosas y sin ella no se hizo nada 16. ¿Quién daría muerte a aquel por quien todo fue hecho y sin el cual nada se hizo? ¿Quién sería capaz de entregarle a la muerte si él mismo no se hubiese humillado? Pero ¿cómo fue esa humillación? Lo dice el mismo Juan: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros 17. La Palabra de Dios no podría ser entregada a la muerte. Para que pudiera morir por nosotros lo que no podía morir, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. El inmortal asumió la mortalidad para morir por nosotros, para con su muerte dar muerte a la nuestra. Esto hizo Dios; esto nos concedió. El grande se humilló; después de humillado se le dio muerte; muerto, resucitó y fue exaltado 18, para no abandonarnos muertos en el infierno, sino para exaltar en sí en la resurrección final a quienes exaltó ahora mediante la fe y la confesión de los justos.

4. Así, pues, nos dejó el camino de la humildad 19. Si lo seguimos, confesaremos al Señor y cantaremos con motivo: Te confesaremos, ¡oh Dios!, te confesaremos e invocaremos tu nombre 20. Dado que eres un descarado al invocar el nombre de aquel a quien no confiesas, confiesa ante todo tus pecados para preparar la morada a quien invocas. Tu corazón está rebosante de maldad; la confesión deshace la impureza que arrastras en tu interior y limpia la casa adonde ha de venir aquel a quien invocas. Pues quien le invoca antes de confesar sus pecados pretende injuriar a aquel a quien invoca. Si no te atreves a invitar a tu casa a algún santo sin antes haberla limpiado para que sus ojos no se ofendan, ¿osas invocar el nombre de Dios para que venga a tu corazón, lleno como está de maldad, sin antes haber expulsado toda iniquidad interior mediante la confesión de tus pecados? La confesión, hermanos míos, nos humilla; una vez humillados, nos justifica; justificados, nos exalta. Pues si somos soberbios, Dios nos opone resistencia; si somos humildes, Dios nos exalta, porque resiste a los soberbios y, en cambio, da su gracia a los humildes 21, y quien se exalta será humillado; quien, por el contrario, se humilla, será exaltado 22. Vueltos a Dios...