SERMÓN 22

Traductor: Pío de Luis, OSA

Comentario del Sal 67,3

1. Hemos oído y nos ha hecho temblar lo profetizado en las palabras del salmo. Dice así: Como se desvanece el humo, desvanézcanse ellos; como se derrite la cera en presencia del fuego, así perezcan los pecadores en la presencia de Dios 1. No dudo, amadísimos hermanos, que todos nuestros corazones se han sentido sacudidos y que ninguna conciencia ha permanecido sin experimentar temor bajo el peso de tales palabras. ¿Quién se gloriará de tener un corazón casto? ¿O quién se gloriará de estar limpio de pecado? 2 Por esto, cuando la Escritura dice: Como se derrite la cera en presencia del fuego, perezcan así los pecadores en la presencia de Dios 3, ¿quién no temblará, quién no se sobresaltará lleno de pavor? ¿Qué hacer entonces? ¿Qué esperanza nos queda, pues no en vano se cantan estas palabras? ¿O acaso, cuando el profeta dice tales cosas, expresa un deseo y no más bien predice lo que ha de venir? Las palabras ciertamente parecen expresar un deseo, pero se sobrentiende la presciencia de quien anuncia algo. Como en los Libros de los profetas ciertas cosas se narran como acaecidas en el pasado al ser predichas como futuras, del mismo modo, para decir algunas cosas, lo hacen como expresando un deseo. Quienes comprenden rectamente lo que oyen, reconocen que quien lo preanuncia lo está ya viendo como acaecido. Estos salmos fueron pronunciados y puestos por escrito mucho antes de la encarnación y nacimiento del Señor. No antes de Cristo Dios, sino antes de Cristo nacido de la Virgen María. En efecto, el patriarca Abrahán vivió mucho antes del rey David, en cuya época fueron cantados estos salmos. Dijo el Señor: Desde antes de Abrahán existo yo 4. Él es, en efecto, la Palabra de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas 5, pero él mismo también, inspirando a los profetas, predijo por su medio que había de venir en carne. Su pasión, por tanto, es consecuencia de su encarnación, pues no pudo padecer cuanto está escrito en los evangelios sino en la carne mortal y pasible que llevaba. Allí leemos también que los que le crucificaron, una vez clavado el Señor en la cruz, dividieron entre sí sus vestidos y, habiendo encontrado entre ellos una túnica tejida de una sola pieza, no quisieron romperla, sino que la sortearon para que la llevase íntegra la persona a quien le tocase 6. Mediante esa túnica se significaba el amor, que no puede dividirse. Estas cosas que, realizadas ya, se encuentran narradas en los evangelios, fueron escritas en el salmo como ya pretéritas y acaecidas muchos años antes, cuando se preanunciaban como futuras. Taladraron -dice- mis manos y mis pies, contaron todos mis huesos. Ellos me miraron y me contemplaron: Se dividieron mis vestidos y sobre mi vestido echaron suertes 7. Todo es narrado como pretérito, pero es predicción de futuro. Así, pues, como mediante palabras que indican el tiempo pasado se dan a entender hechos futuros, del mismo modo en la figura de quien desea ha de percibirse la mente de quien preanuncia. Lo mismo acontece a propósito de Judas el que entregó al Señor; el profeta predice lo que habría de suceder como deseándoselo 8. Igualmente con referencia a los judíos: Sea -dijo- su mesa para ellos lazo, caza y escándalo 9. Sin duda expone una predicción sobre ellos, al igual que el apóstol Pedro recuerda que se referían a Judas las cosas preanunciadas bajo la misma figura 10.

2. 2. No sin motivo se narran como ya acaecidas cosas que aún son futuras. Pues para Dios son tan ciertas, que ya se dan por hechas. El profeta parece decir, como deseándolo, lo que prevé que ciertamente ha de tener lugar, como para mostrar -así me parece a mí- que no nos debe disgustar la sentencia de Dios una vez conocida, sentencia que él ha hecho fija e inamovible. Por esto, cuando en los Hechos de los Apóstoles cierto profeta de nombre Agabo predijo que el apóstol Pablo había de padecer mucho en Jerusalén por mano de los judíos y que hasta iba a ser encarcelado, al oírlo los hermanos, querían hacerle cambiar de opinión y retenerle para que no se dirigiese allí 11; pero él dijo: ¿Qué hacéis turbando mi corazón? Dispuesto estoy no sólo a ser atado, sino también a morir por el nombre de nuestro Señor Jesucristo 12. Y cuando los hermanos vieron la inamovible decisión de aquel varón de soportarlo todo, dijeron: Hágase la voluntad del Señor 13. ¿Acaso, porque dijeran Hágase la voluntad de Dios, desearon que el Apóstol sufriese todas aquellas cosas? ¿No fue que, más bien, sometieron religiosamente su mente al plan sublime de Dios? De igual manera, cuando dice: Como se derrite la cera en presencia del fuego, perezcan así los pecadores en la presencia de Dios 14, el profeta está viendo que con toda certeza sobrevendrá esto a los pecadores, y le agrada lo que Dios ha establecido, para no desagradar él mismo a Dios.

3. 3. ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Cambiar de vida mientras todavía hay tiempo, corregir nuestras acciones, si las hay malas; así, cuanto sin duda alguna ha de sobrevenir a los pecadores, no nos halle a nosotros entre aquellos a los que ha de sobrevenir, no porque no existamos, sino porque no nos encuentre tales cuales son aquellos a quienes está predicho que ha de acontecer. Por este motivo, el juez amenaza con venir a fin de no encontrar a quién castigar cuando llegue. Para que nos corrijamos, los profetas anuncian lo anterior en voz alta. Si quisiera condenar, se mantendría en silencio. Nadie que piensa herir dice: «Pon atención». Hermanos, cuanto acabamos de escuchar a través de las Escrituras es la voz de Dios que dice: «Pon atención». Todo cuanto sufrimos, las tribulaciones de esta vida, son un azote de Dios que quiere corregir ahora para no tener que castigar al final. Lo que de oneroso padece cada uno en esta vida parece duro, es molesto, causa horror cuando se cuenta; pero en comparación con el fuego eterno, decir que es insignificante es poco, porque es nada. Así, pues, tanto cuando se nos castiga como cuando se castiga a otros, el Señor nos da un aviso. Hermanos, todos estos males que nos inflige el Señor, son avisos y estímulos para que nos corrijamos. Llegará el fuego eterno; refiriéndose a él, se dirá a quienes se hallen colocados a la izquierda: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles 15. Entonces se arrepentirán algunos, pues está escrito en cierto libro denominado la Sabiduría: Dirán entre sí, arrepentidos y gimiendo por la angustia de su espíritu 16: ¿De qué nos ha servido el orgullo, y qué provecho nos aportó el jactarnos de las riquezas? Todo aquello pasó como una sombra 17. Entonces habrá arrepentimiento, pero infructuoso; entonces habrá arrepentimiento, pero doloroso, no medicinal. El arrepentimiento es fructuoso ahora, cuando hay libertad para corregirse o no. Arrepiéntete ante la palabra de la Escritura, pues ante la voz del juez, cuando se haga presente, tu arrepentimiento será ya baldío. Entonces él dictará ya sentencia y no habrá motivo para recriminarle nada cuando vaya a dictarla, pues no estuvo callado con anterioridad. Si te la difirió fue sólo para que te corrigieras, pues permitió que se convirtiese el ladrón que pendía con él en la cruz. Cuando los discípulos dudaron de él, entonces creyó en Cristo el ladrón que colgaba de la cruz al lado del Señor 18. Despreciaron los judíos a quien resucitaba los muertos 19 y no menospreció el ladrón a quien pendía de la cruz a su lado. Por tanto, no hay motivo para decir al final al Señor: «No me permitiste vivir santamente», o «No me concediste una prórroga para corregirme», o «No me mostraste qué debía apetecer y qué evitar». 4. Ved que no está callado; ved que da una prórroga, ved que acaricia, exhorta, amenaza. Puso su palabra en un lugar excelso; por todo el mundo se lee en voz alta a todo el género humano. No existe ya quien pueda decir: «No lo supe, no oí nada». Se está cumpliendo lo dicho en el salmo: No hay quien se esconda de su calor 20. Por tanto, en la actualidad su calor está en su palabra. Apártate ahora de su calor y no te derretirás como cera ante el fuego 21.

4. En efecto, alguna vez ha de llegar, hermanos míos, lo que ahora es objeto de mofa por parte de los impíos, lo que ahora desprecian quienes se ríen de ello, lo que ahora consideran falso cuando se canta. Alguna vez ha de llegar. Perdamos la esperanza de que también esto ha de llegar alguna vez, si no llegaron tantas otras cosas que fueron predichas. Si, por el contrario, vemos ya ante la vista y hasta hiere los ojos de los ciegos cuanto fue anunciado de antemano acerca de la Iglesia futura, ¿por qué dudamos de que también eso ha de llegar? Cuando se anunciaba que la Iglesia de Cristo había de extenderse por todo el orbe de la tierra, pocos lo anunciaban y muchos se reían. Ahora ya se cumplió lo que con tanta anterioridad fue predicho: la iglesia se halla extendida por todo el orbe de la tierra. Hace miles de años se le prometió a Abrahán: En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos 22. Llegó Cristo, nacido del linaje de Abrahán, y todos los pueblos han sido ya bendecidos en Cristo. Fueron vaticinados los cismas y herejías futuras: los estamos viendo. Fueron predichas las persecuciones: las promovieron reyes adoradores de ídolos; al favorecer a los ídolos mismos en oposición al nombre de Cristo, la tierra se llenó de mártires. Se esparció la semilla de la sangre, surgió la cosecha de la Iglesia. No en vano oró la Iglesia por sus enemigos: creyeron hasta quienes la perseguían. Se profetizó también que hasta los ídolos habían de ser derribados mediante el nombre de Cristo, pues esto lo encontramos asimismo en las Escrituras 23. Hace no muchos años, los cristianos lo leían y no lo veían; lo esperaban para el futuro, y con esa esperanza partieron de este mundo. No lo presenciaron; no obstante, marcharon hacia el Señor con la certeza de que iban a suceder. Hoy día también eso se ve cumplido. Cuanto fue predicho acerca de la Iglesia, lo contemplamos realizado: ¿va a ser el día del juicio lo único que no llegue? ¿Sólo él, de todo lo profetizado, no va a llegar? ¿Hasta tal punto somos duros y de corazón de piedra 24, que leemos las Escrituras, que vemos que absolutamente todo cuanto fue escrito se cumplió a la letra, y perdemos la esperanza respecto a lo que aún queda? ¿Cuánto es lo que resta, comparado con las cosas que se nos han mostrado a la vista? Si Dios nos ha mostrado tantas cosas, ¿nos va a defraudar en lo que queda? 5. Llegará el juicio que ha de retribuir según los méritos, bienes a los buenos y males a los malos. Seamos buenos y esperemos tranquilos al juez.

5. Hermanos míos, prestad atención sobre todo a lo que voy a decir ahora. No quiero entrar a contar contigo lo pasado; cambia tu vida desde hoy; que el mañana te encuentre convertido en otro. En nuestro extravío, deseamos que Dios sea misericordioso dejando de ser justo. Otros, por el contrario, como muy confiados en su propia justicia, quieren que sea justo dejando de ser misericordioso. Dios se manifiesta de ambas maneras; destaca en ambas virtudes: ni su misericordia se opone a la justicia, ni su justicia suprime la misericordia. Es misericordioso y justo. ¿Cómo probamos que es misericordioso? Perdona ahora a los pecadores, concede el perdón a quienes se confiesan tales. ¿Cómo demostramos que es justo? Porque ha de llegar el día del juicio, que momentáneamente difiere 25, no suprime. Cuando llegue, ha de dar a cada uno según sus méritos. ¿O acaso queréis que dé a quienes se apartaron de él, lo que ha de dar a quienes volvieron a él? Hermanos, ¿os parece justo que Judas sea colocado en el mismo lugar que está Pedro? Allí se hallaría también él si se hubiese corregido; pero perdida la esperanza de alcanzar el perdón, prefirió atarse la soga al cuello antes que pedir clemencia al rey 26.

6. 6. Por lo tanto, hermanos -como había comenzado a decir-, no existe motivo para reprochar nada a Dios. Cuando venga a juzgar, nada habrá que podamos alegar contra él. Cada cual piense en sus pecados, y corríjalos ahora, mientras tiene tiempo. Haya un dolor fructuoso, para que el arrepentimiento no sea estéril. Dios dice algo como esto: «Ved que he apuntado cuál será la sentencia, pero aún no la he proclamado; la he predicho, no la he fijado». ¿Qué temes, porque dije: «Si cambias, cambia él»? Pues está escrito que Dios se arrepiente 27. ¿Por ventura se arrepiente del mismo modo que el hombre? En efecto, se dijo: Si os arrepentís de vuestros pecados, me arrepentiré también yo de todos los males que os iba a causar 28. ¿Acaso se arrepiente Dios, como si se hubiera equivocado? En Dios se llama arrepentimiento al cambio de sentencia. Esta sentencia no es inicua, sino justa. ¿Por qué justa? Cambió el reo, permutó el juez la sentencia. No te aterrorices. Cambió la sentencia, no la justicia. La justicia permanece íntegra, porque quien es justo debe perdonar a quien ha cambiado. Como no perdona al obstinado, así perdona a quien se ha convertido. El dador de la ley es el rey del perdón. Envió la ley; consigo trajo el perdón. La ley te había hecho reo 29; quien promulgó la ley te absolvió. Mejor, no te absolvió, pues absolver es declarar inocente. Más bien perdona los pecados al convertido. Pues cuantos se hallan envueltos en sus pecados son reos. Nadie pretenda ser absuelto: pidamos todos perdón. Pero el perdón se concede a quien ha cambiado: y estaremos seguros, aunque hayamos oído: Como se derrite la cera en presencia del fuego, perezcan así los pecadores en la presencia de Dios 30.

7. 7. Perezcan ahora, hermanos, los pecadores, y así no perecen los pecadores. Si comienzan a vivir rectamente, perecerán, es cierto, los pecadores, pero no perecerán los hombres. Hombre pecador: son dos nombres; hombre es un único nombre, y pecador es también un sólo único nombre. De estos dos nombres, sabemos que uno lo hizo Dios y el otro el hombre. Al hombre lo hizo Dios; pecador se hizo el hombre a sí mismo. ¿Por qué tiemblas cuando te dice Dios: Perezcan los pecadores en mi presencia 31? Esto es lo que te dice Dios: «Perezca en ti lo que hiciste tú y yo conservo lo que yo creé». Ahora arde el fuego al calor de la palabra, esto es, en el fervor del Espíritu Santo, como dijimos poco ha que está escrito en otro salmo: No hay quien se esconda de su calor 32. Que el Espíritu santo es calor, lo atestigua el Apóstol: Ardientes en el Espíritu 33. Por lo tanto, donde dice presencia de Dios, pon de momento Escritura de Dios. Derrítete ante ella; arrepiéntete al oír estas cosas de tus pecados. Si te arrepientes y te atormentas bajo el calor de la palabra; si hasta corren lágrimas, ¿no te encuentras semejante a la cera que se derrite, a la que en cierto modo le corren las lágrimas? Haz, pues, ahora lo que temes para el futuro y no tendrás de qué sentir temor después. Al menos, no te disipes como el humo 34.

8. 8. Esto y lo anteriormente dicho encuentras allí escrito, tal vez no sin motivo, puesto que existe diferencia entre los pecados. En un mismo versículo, el salmo puso una y otra cosa: Como se desvanece el humo, desvanézcanse ellos, y como se derrite la cera en presencia del fuego, así perezcan los pecadores ante la presencia de Dios 35. ¿Quiénes son los que se desvanecen como el humo? ¿Quiénes, sino los orgullosos, que no confiesan sus pecados, sino que los defienden? ¿Por qué se les ha comparado con el humo? Porque el humo se eleva y levanta en alto como hacia el cielo, pero cuanto más alto llega, tanto más fácilmente se desvanece y desaparece. Considerad de nuevo lo que dije: el humo cercano al fuego y a la tierra es más denso; todavía no se ha desvanecido, aún no se ha disipado en el viento. Cuanto más se haya elevado, tanto más ligero se hace, se desvanece y se esfuma. Porque el orgulloso se eleva contra Dios como el humo contra el cielo; no le queda sino perecer y fenecer al elevarse, como esparcido por los vientos de su vanidad, del mismo modo que se esfuma el humo elevado, extendiéndose con grandeza aparente, pero no sólida. Así es el humo. Ves un gran volumen: como que tienes algo que ver, pero no qué retener. Ante todo, hermanos, detestad ese castigo y no defendáis vuestros pecados. Y si todavía los cometéis, no los defendáis. Someteos a Dios y golpead vuestros pechos de manera que los pecados que permanecen no vuelvan a cometerse. Esforzaos en no cometerlos y, en la medida que os sea posible, no cometáis ninguno. Si esto no puede ser, al menos que permanezca aquella un piadoso reconocimiento de ellos. Pues tendrá lugar la mirada de su misericordia, de modo que, si intentas dar muerte a todos y se la das en la medida de la ayuda recibida, te perdone con facilidad todo en el camino hallado y en el esfuerzo asumido. Procura sólo progresar, nunca desfallecer. Si el último día no te encuentra vencedor, que te encuentre al menos luchando, nunca cautivo o condenado.

9. 9. Abundantísima es la misericordia de Dios y amplia la benevolencia de quien nos redimió con la sangre de su Hijo 36 cuando nada éramos a causa de nuestros pecados. Pues fue ya gran obra la realizada cuando creó al hombre a su imagen y semejanza 37. Mas, puesto que, al pecar, quisimos aniquilarnos y heredamos de nuestros padres la herencia de la mortalidad y nos convertimos en una masa de pecado, masa de ira, él tuvo a bien redimirnos por su misericordia a precio tan alto. Entregó por nosotros la sangre de su hijo único, quien nació, vivió y murió sin culpa alguna. Quien nos redimió a precio tan elevado, no quiere que perezcan aquellos a quienes compró. No los compró para que se perdiesen, sino para vivificarlos. Si nuestros pecados nos abruman, Dios no desprecia lo que pagó por nosotros, es decir, un precio muy alto. Con todo, no nos halaguemos mucho pensando en su misericordia si no nos hemos esforzado en la lucha contra nuestros pecados. Y si hubiéremos cometido algunos, sobre todo capitales, no nos hagamos la ilusión de que su misericordia ha de ser tal que se le asocie la iniquidad. Muchos nada hicieron por corregirse, sino que permanecieron en la obstinación y dureza de ánimo y hasta acusaron a Dios para defender sus pecados. ¿Acaso Dios los ha de colocar en el mismo lugar que a los santos apóstoles, profetas, patriarcas y fieles suyos, merecedores de poseerle a él, servidores suyos, que caminan en castidad, modestia y humildad, repartiendo limosnas y perdonando cuanto de los demás han sufrido? 38 Así es la vida de los justos, así la vida de los santos, que tienen a Dios por Padre y a la Iglesia por madre. A quienes no ofenden ni a tal Padre ni a tal Madre, sino que viven en el amor de uno y otro y se apresuran por llegar a la herencia eterna sin ofender a ninguno de los dos, a cada uno de ellos se les otorga la herencia.

10. 10. Puesto que fueron dos los padres que nos engendraron para la muerte, otros dos nos engendraron para la vida. Los padres que nos engendraron para la muerte fueron Adán y Eva; los que nos engendraron para la vida son Cristo y la Iglesia. Mi padre, el que me engendró para la muerte, fue para mí Adán, y mi madre fue para mí Eva. Hemos nacido según esta generación de la carne, ciertamente por un don de Dios -este don no es de nadie, sino de Dios- y, sin embargo, hermanos, ¿cómo hemos nacido? Ciertamente para morir. Los predecesores engendraron a sus sucesores. ¿Acaso engendraron hijos en cuya compañía vivan siempre aquí? No; en cuanto destinados a morir, engendraron a quienes habían de sucederles. En cambio, Dios Padre y la Iglesia Madre no engendran con esta finalidad: engendran para la vida eterna, porque también ellos son eternos. También tenemos la vida eterna como herencia prometida por Cristo. Él, en cuanto Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros 39, tras haberse nutrido, crecido, sufrido la pasión, tras haber muerto y resucitado recibió en herencia el reino de los cielos. En cuanto hombre, recibió la resurrección y la vida eterna. La recibió en el hombre mismo, no la recibió en la Palabra, porque permanece inmutable desde siempre y para siempre. Así, pues, dado que fue aquella carne la que resucitó y obtuvo la vida eterna, la que resucitó y, vivificada, ascendió al cielo, esto mismo se nos ha prometido a nosotros. Esperamos la misma herencia, la vida eterna. Todavía no la ha recibido todo el cuerpo, dado que, aunque la cabeza está en el cielo, los miembros aún se hallan en la tierra. No va a recibir la herencia sólo la cabeza y el cuerpo va a ser abandonado. Es el Cristo total quien recibirá la misma, el Cristo total en cuanto hombre, es decir, la cabeza y el cuerpo. Somos miembros de Cristo; esperemos, pues, la herencia. Cuando pasen todas estas cosas, recibiremos ese bien que no pasará y evitaremos el mal que tampoco pasará; uno y otro son eternos. Pues no prometió a los suyos algo eterno, pero amenazó a los impíos con algo temporal. De la misma manera que prometió a los santos la vida, la felicidad, el reino, una herencia eterna sin fin, así amenazó a los impíos con el fuego eterno 40. Si aún no amamos lo que prometió, al menos temamos aquello con que nos amenazó.