SERMÓN 20 A (= Lambot 24)

Traductor: Pío de Luis, OSA

Comentario del Sal 56.2.

1. La tentación se da tanto en los bienes como en los males de este mundo; en los unos y en los otros. Pues los bienes de este mundo halagan para engañar; los males amenazan para abatir. Así, pues, dado que la tentación se da en unos y en otros, esto es, tanto en los bienes como en los males del mundo presente, el cristiano carece de seguridad. Diga con todo su corazón y haga lo que acabamos de cantar a Dios: Ten misericordia de mí, Señor; ten misericordia, porque en ti ha confiado mi alma 1. Esta súplica ni abate al pobre ni engríe al rico; al caído le proporcionan esperanza y al que está en pie no le permite engreírse. El alma de quien sea, si confía en Dios, no se enaltece en los bienes ni se abate en los males. Sabe que las cosas de este mundo pasan como una sombra 2, pero que, en cambio, no pasa aquel a quien dijo: En ti ha confiado mi alma 3.

2. En ti, dice el siervo al Señor, la criatura al Creador, la hechura al Hacedor, el cautivo al Redentor, el vencido al Libertador y, por decirlo en una palabra, el hombre a Dios. Dos cosas se proponen aquí al hombre: que conozca a Dios y que se conozca a sí mismo; a Dios en quien confiar y a sí para no confiar en sí. Pues los hombres que se tienen en mucho y desprecian a los demás, en vano dicen: «Yo no confío en el hombre; lejos de mí presumir de él». Tales expresiones nacen a veces de la humildad, a veces de la soberbia. Es bueno no confiar en el hombre 4 con tal de que no confíes en ti mismo, pues el que confía en sí mismo, o confía en un hombre o él no es un hombre. Sólo queda, por tanto, una palabra franca: Ten misericordia de mí 5. ¿Qué méritos personales puedo mencionar para que tengas misericordia de mí? Ni mis justicias, ni mis riquezas, ni mi fortaleza. Luego no pido esto por mis méritos, sino porque en ti confía mi alma 6. Logró el premio porque ofreció el sacrificio. ¿Y qué ofreció? No ofreció ni un toro, ni un macho cabrío, ni un carnero, ni incienso de Arabia, ni adornos de oro, ni nada sumamente precioso comprado a alto precio, sino lo que vale más que todo: se ofreció a sí mismo. Nada hay de más valor para Dios que la imagen de Dios 7.

3. Dios hace todas las cosas subordinándolas al hombre, y subordinando al hombre a sí. Si quieres que las cosas hechas por Dios te estén sometidas, estate tú sometido a Dios. Pues es una gran desvergüenza exigir que la criatura inferior te esté subordinada cuando tú no reconoces como superior al que te creó. Por tanto, Dios ordenó de tal modo las cosas creadas que sometió a sí a su imagen 8, y las demás cosas a ella. Acepta a Dios y tendrás a tus pies al hombre. No desprecies a Dios y que te desprecie a ti quien quiera. ¿Qué mal te causa el que te desprecia a ti a quien Dios no desprecia? Se burlará de tu despreciador, ya que te corona. - «Me desprecia»; - Cristo fue despreciado. Aquel a quien dijo: En ti ha confiado mi alma 9, vino a ser despreciado por ti, y en esa condición de despreciable te redimió. Tú no hubieras sido redimido si él no hubiera sido despreciado. Pero ¿de dónde le vino el ser despreciado? De que asumió el vestido servil, tu propia forma 10. Una cosa quedaba oculta, otra manifiesta; estaba oculto como Dios, manifiesto como hombre. Fue despreciado en cuanto hombre, pero fue glorificado por Dios.

4. Así, pues, el que se hizo para nosotros camino 11 no quiso tener todas aquellas cosas que los hombres apetecían aquí como algo grande. No las quiso tener, aún teniendo todo, aquel de quien era el cielo y la tierra, aquel por quien fue hecho el cielo y la tierra 12, a quien servían los ángeles en los cielos y por encima de los cielos, el que expulsaba los demonios 13, ahuyentaba las fiebres 14, abría los oídos de los sordos 15 y los ojos de los ciegos 16, calmaba el viento y las tempestades en el mar 17, el que resucitaba a los muertos 18. El que tuvo tanto poder, lo tenía sobre aquel a quien él hizo. El Creador del hombre estuvo sometido al hombre, porque apareció como hombre, siendo liberador del hombre. Estuvo sometido al hombre, pero en forma de hombre; ocultando la divinidad y manifestando la humanidad, despreciado como hombre y descubierto como Dios. Y no lo hubieran descubierto como Dios, si no le hubieran despreciado antes. No quiso manifestarte el título de gloria sin enseñarte antes la humildad.

5. Todo hombre anhela las alturas. ¿Qué alturas hay en la tierra? Si deseas alturas, desea el cielo, desea las cosas celestiales, desea las realidades supracelestes. Anhela ser conciudadano de los ángeles 19, ambiciona, suspira por aquella ciudad en la que no perderás al amigo, no sufrirás al enemigo, donde no encontrarás a nadie rescatado entonces, ya que de allí nadie puede llevarse cautivo a nadie. Pues es eterna esa ciudad en la que nadie nace ni muere, en la que existe una salud verdadera y continua, porque la salud misma se llama inmortalidad. Si anhelas estar allí, en verdad buscas alturas. Sabes a dónde tienes que ir; pero mira por dónde. Pues todo hombre anhela la compañía de los ángeles, gozar de Dios, en Dios y bajo Dios, anhela permanecer por siempre, que no le cambie ningún mal, no lo consuma la vejez, no lo debilite el cansancio, ni ponga término a su vida la enfermedad o la muerte. ¡Grande, alto y deseable anhelo! Apeteces el lugar a dónde llegar, mira por dónde llegar.

6. Dos discípulos de nuestro Señor, los santos e ilustres hermanos Juan y Santiago, conforme leemos en el Evangelio, desearon obtener del Señor nuestro Dios el sentarse en su reino uno a la derecha y otro a la izquierda 20. No anhelaron ser reyes de la tierra, no desearon recibir de nuestro Señor honores perecederos, ni ser adornados con riquezas, ni poder alardear de muchos esclavos, ni recibir el honor de parte de sus protegidos, ni ser embaucados por aduladores, sino que buscaron algo grande y estable: ocupar unos tronos que nadie más que ellos ocuparán. ¡Gran cosa desearon! No fueron reprendidos en su deseo, pero fueron encaminados hacia un orden. El Señor vio en ellos un deseo de grandeza y se dignó enseñarles el camino de la humildad, como diciéndoles: «Veis a lo que aspiráis, veis quien soy yo para vosotros; y, con todo, yo, que os creé, descendí hasta vosotros, yo me humillé por vosotros 21». Las palabras que os estoy diciendo no se leen en el Evangelio, pero con ellas expreso el sentido de lo que se lee en él. Os invito ahora a considerar las palabras del Evangelio para que veáis que lo que os he dicho tiene allí su origen, como si aquellas palabras fueran la raíz y las mías, las ramas. Así, pues, una vez que el Señor escuchó su petición, les dijo: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber22.Vosotros deseáis sentaros a mi lado; contestadme antes a lo que os pregunto: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? A vosotros, que buscáis los puestos de grandeza ¿no os resulta amargo el cáliz de la humildad?

7. Con todo, donde se impone un precepto duro, aparece un gran consuelo. Pues los hombres rehúsan el cáliz de la pasión, el cáliz de la humillación; rehúsan beberlo. Si buscan las alturas, amen la hondura, pues desde lo bajo se llega a lo alto. Nadie construye un edificio elevado si no ha puesto cimientos profundos. Hermanos míos, considerad todas estas cosas; que ellas os sirvan de instrucción y edifiquen vuestra fe, para que veáis el camino por el que habéis de llegar a lo que deseáis. Lo conozco y lo sé: no hay ninguno de vosotros que no desee la inmortalidad, la eterna sublimidad y el estar en compañía de Dios. Todos lo deseamos. Veamos, pues, por dónde hemos de caminar, ya que amamos el punto de llegada. Esto es, pues, lo que dije: si alguien va a edificar una casa de heno, temporal, ni siquiera excava para poner los cimientos. Si, por el contrario, piensa en un edificio de estructura elevada, de gran volumen y peso, y pensada para larga duración, lo primero que contempla no es hasta dónde ha de llegar su altura; antes decide cuánto ha de cavar en profundidad. Y cuanto más elevada sea la cúspide del edificio, tanto más honda ha de ser la zanja para los cimientos. ¿Quién no quiere ver sus mieses altas? Pero previo a esas altas mieses, aún futuras, es remover con el arado la tierra para echar la simiente. El que ara abre la profundad de la tierra; el que ara hace hondo el surco para que se eleve la mies. Cuanto más altos son los árboles, tanto más profundas echan las raíces, porque toda altura asciende desde la hondura.

8. Tú, ¡oh hombre!, temías tener que soportar las afrentas de la humillación. Pero te es de provecho beber el cáliz sumamente amargo de la pasión. Tus vísceras están hinchadas, tienes inflamadas las entrañas. Bebe la amargura para conseguir la salud. La bebió el médico sano, ¿y no la quiere beber el enfermo debilitado? Esto es lo que dijo el Señor a los hijos del Zebedeo: ¿Podéis beber el cáliz? 23 No les dijo: «¿Podéis beber el cáliz de las afrentas, el cáliz de la hiel, el cáliz del vinagre, el cáliz amarguísimo, el cáliz repleto de ponzoña, el cáliz de toda clase de dolores?» De haberles dicho esto, les hubiera atemorizado en vez de animarles. Donde hay participación, hay también consuelo. ¿Por qué desdeñas este cáliz tú, siervo? Ese cáliz lo bebió el Señor. ¿Por qué lo desdeñas tú, enfermo? Lo bebió el médico. ¿Por qué lo desdeñas tú, hombre débil? Lo bebió el sano. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Entonces ellos, ávidos de alturas, ignorando sus fuerzas y prometiendo lo que todavía no tenían, dijeron: Podemos. Pero él les replicó: Beberéis ciertamente mi cáliz, ya que os lo doy a beber yo que, de débiles, os haré fuertes, yo que os concedo la gracia de soportarlo para que bebáis el cáliz de la humildad; pero no está en mi mano el sentaros a mi derecha o a mi izquierda, sino que mi Padre lo tiene preparado para otros 24. Si no se les concede a ellos, ¿a quiénes otros se les concede? Si los apóstoles no lo merecen, ¿quién lo merece? ¿Quiénes son esos otros? Uno de los dos era el célebre Juan. ¿Qué Juan? Aquel, hermanos, a quien el Señor amaba por encima de los demás, aquel que se recostaba sobre el pecho del Señor, aquel que bebió en su pecho lo que exhaló en el evangelio 25. Es el mismo Juan quien dijo: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios: La Palabra estaba en el principio con Dios. Todo fue hecho por ella y sin ella no se ha hecho nada 26. ¡Sublime eructo, pero le había precedido una sublime bebida! ¿Deleita lo que eructa? Mira dónde bebió. Estaba recostado sobre el pecho del Señor; en aquel banquete había bebido todo lo que, para gran felicidad nuestra, eructaba en el evangelio. ¡Tan grande era, pues, aquel que estaba recostado sobre el pecho del Señor, al que se dijo también lo que vuestra caridad ha oído: No está en mi mano el concedéroslo: mi Padre lo tiene preparado para otros 27! ¿Para quiénes otros, Señor? Si no lo recibió Juan, que estaba recostado sobre el pecho del Señor; si no lo recibió el que trascendió el mar, el aire, el cielo y llegó hasta la Palabra 28; si el que trascendió tantas cosas y llegó hasta ti tal como eres, igual al Padre, no recibió lo que pidió, ¿quién lo recibirá? El Señor sabe lo que dijo: está preparado para otros. ¿Qué significa para otros? Para los humildes, no para los soberbios; luego también para vosotros si sois esos otros, si deponéis la soberbia y os vestís de humildad.

9. Por tanto, hermanos míos, lo hemos aprendido, lo aprendemos, lo cantamos, hagámoslo: Ten misericordia de mí, Señor; ten misericordia de mí, porque mi alma ha confiado en ti 29. ¡Oh alma dichosa! Si eres pobre, confía en la Palabra, porque no tienes a nadie más grande en quien confiar; si eres rico, confía en ella, porque toda carne es heno y su esplendor es como flor de heno. Se secó el heno, cayó la flor, pero la Palabra del Señor permanece por siempre 30. Si eres pobre, confía en ella como el ulceroso Lázaro 31. Lázaro fue pobre, Abrahán fue rico 32. Cuando oímos en el Evangelio que murió el pobre ulceroso y fue transportado por los ángeles al seno de Abrahán 33, ¿qué comentan los mendigos ulcerosos, debilitados y marginados? «Hablaba de nosotros». Ese hombre tal vez pobre, necesitado, que apenas tiene lo suficiente para sí o que, tal vez, mendiga, advierte que en la casa de Dios reside algún rico con vestidos adecuados a su condición social. Cuando el pobre escucha esta lectura dice: «Habló de mí. Cuando muera seré llevado por los ángeles al seno de Abrahán». Además, el pobre escucha que el evangelio habla también del rico: Y cuando murió, comenzó a ser atormentado en los infiernos 34. Cuando el pobre oye esto, se dice para sus adentros: «Lo primero lo dijo de mí; lo segundo, de ese rico». ¡No te engañes, hombre pobre! ¡No tengas miedo, hombre rico! No habla aquí de ti, pobre, si eres un borracho, ni de ti rico, si eres piadoso. Dios corona la piedad, no la indigencia. Pues en su juicio Dios no ha de decir: «Acérquese a mí el senador, aléjese el plebeyo»; pero tampoco ha de decir esto: «Acérquese a mí el plebeyo, aléjese el senador». No ha de decir: «Acérquese a mí el emperador, aléjese el soldado»; pero tampoco dirá: «Acérquese a mí el soldado, aléjese el emperador». Por el contrario, dirá: «Acérquese a mí el justo, aléjese el injusto». Por lo tanto tú, pobre, conserva la piedad si quieres llegar hasta el Señor. En efecto, ¿quieres saber que lo que hizo Dios fue elegir la piedad, no condenar las riquezas? Fue elevado el pobre. ¿Pero adónde? Al seno de Abrahán 35. Lee quién fue Abrahán y te darás cuenta de que fue un hombre rico 36. Marchó con anterioridad el rico, con el fin de preparar hospedaje y casa para el pobre. Ved cómo tenéis esto mismo en el salmo: Juntos en un mismo lugar, el rico y el pobre 37.

10. Demos gloria a Dios y a nuestro Señor Jesucristo con nuestras buenas obras y digámosle de corazón: Ten misericordia de mí, Señor; ten misericordia de mí. Mi alma no ha confiado ni en el oro, ni en la plata, ni en el honor, ni en las riquezas, ni en el amigo poderoso, ni en la turba de los protegidos, ni en la muchedumbre de los criados, sino en ti 38.