SERMÓN 19

Traductor: Pío de Luis, OSA

Comentario de los Sal 50 y 72

1. Con nuestro canto hemos rogado al Señor que aparte su rostro de nuestros pecados y que borre todo el mal causado a los demás 1. Pero podéis advertir, hermanos, que en el mismo salmo hemos escuchado: Porque yo conozco mi iniquidad y mi pecado está siempre ante mí 2. En otro lugar, sin embargo, se dice: No apartes tu rostro de mí 3, al mismo al que poco antes dijimos: Aparta tu rostro de mis pecados 4. Así, pues, dado que hombre y pecador son una misma persona, dice el hombre: No apartes tu rostro de mí; dice el pecador: Aparta tu rostro de mis pecados. Lo que se dice es lo siguiente: no apartes tu rostro de aquel a quien creaste, y aparta tu rostro de aquello que yo hice. Que tu ojo -dice- distinga una y otra realidad para que no perezca la naturaleza a causa del vicio. Tú hiciste algo, y yo también hice algo. Lo que tú hiciste se llama naturaleza; lo que yo hice se llama vicio. Corríjase el vicio para conservar sana la naturaleza.

2. Reconozco -dice- mi delito 5. Si lo reconozco yo, perdónalo tú. Vivamos santamente y, aun viviendo santamente, no presumamos en absoluto de carecer de pecado. Que la alabanza de la vida sea tal que reclame el perdón. En cambio, los hombres sin esperanza, cuanto menos atentos están a reconocer sus pecados, tanto más curiosos son respecto de los ajenos. No buscan tanto qué pueden corregir sino de qué murmurar, y como no pueden excusarse a sí mismos, se muestran dispuestos a acusar a los demás. No fue ese el ejemplo de oración y de satisfacción a Dios que nos dejó el salmista, al decir: Porque yo reconozco mi delito, y mi pecado está siempre ante mí 6. El salmista no se ocupaba de los pecados ajenos; se convocaba a sí mismo ante sí; no se pasaba la mano, sino que penetraba en su interior y descendía hasta lo más profundo de sí. No tenía contemplaciones consigo y, por eso, no se mostraba desvergonzado al pedir que se le perdonase. El pecado, hermanos, no puede quedar impune; sería una injusticia. Sin duda alguna ha de ser castigado. Esto es lo que te dice tu Dios: «El pecado debe ser castigado o por ti o por mí». El pecado lo castiga o el hombre cuando se arrepiente, o Dios cuando lo juzga; o lo castigas tú sin ti o Dios contigo. Pues ¿qué es el arrepentimiento, sino la ira contra uno mismo? El que se arrepiente se aíra contra sí mismo. En efecto, salvo el caso de que sea ficticio, ¿de dónde proceden los golpes de pecho? ¿Por qué te hieres si no estás arrepentido? Así, pues, cuando golpeas tu pecho, te aíras con tu corazón para satisfacer a tu Señor. De ese modo puede entenderse también lo que está escrito: Airaos y no pequéis 7. Aírate por haber pecado y, dado que te castigas a ti mismo, no peques más. Despierta tu corazón con el arrepentimiento, y ello será un sacrificio a Dios 8.

3. ¿Quieres aplacar a Dios? Mira lo que haces contigo a fin de que Dios te agrade. Presta atención al mismo salmo, pues en él se lee: Porque si hubieses querido un sacrificio, sin duda te lo habría ofrecido; pero no te deleitarás en holocaustos 9. Entonces ¿renunciarás a todo sacrificio? ¿No has de ofrecer nada a Dios? ¿No has de aplacarle con alguna ofrenda? ¿Qué has dicho? Porque si hubieras querido un sacrificio, sin duda te lo habría ofrecido; pero no te deleitarás en holocaustos. Continúa leyendo, escucha y di: Sacrificio para Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia 10. Desechadas las cosas que antes le ofrecías, has encontrado qué ofrecerle. En la época de los patriarcas ofrecías víctimas animales, y las llamabas sacrificios. Porque si hubieras querido un sacrificio, sin duda te lo habría ofrecido 11. Luego no buscas aquellos sacrificios y, no obstante, buscas un sacrificio. Tu pueblo te dice: ¿qué he de ofrecerle yo, que ya no le ofrezco lo que antes le ofrecía? Pues se trata del mismo pueblo en que unos mueren y otros nacen. Han cambiado los ritos, pero no la fe. Han cambiado los ritos con los que se simbolizaba algo, pero no lo significado. El carnero, el cordero, el becerro, el macho cabrío: todo ello es Cristo. El carnero porque conduce al rebaño: fue encontrado entre las zarzas cuando el patriarca Abrahán recibió la orden de perdonar a su hijo, sin por ello abandonar el lugar antes de haber ofrecido el sacrificio 12. Tanto Isaac como el carnero son Cristo. Isaac llevaba la leña para sí 13: Cristo llevaba su propia cruz 14. El carnero fue sacrificado en lugar de Isaac, pero Cristo no fue sustituido por otro Cristo. Pero tanto en Isaac como en el carnero estaba simbolizado Cristo. El carnero estaba sujeto por sus cuernos en la zarza 15: pregunta a los judíos con qué coronaron al Señor 16. Cristo es también cordero: He aquí el cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo 17. El becerro es Cristo: contempla los cuernos de la cruz. Es macho cabrío, en virtud de su semejanza con la carne de pecado 18. Todas estas cosas estaban veladas hasta que amaneció el día y desaparecieron las sombras 19. Por tanto, también los patriarcas antiguos creyeron en el mismo Cristo el Señor: no sólo que es la Palabra, sino también que, en cuanto hombre, Cristo Jesús es el mediador entre Dios y los hombres 20, y nos transmitieron esa misma fe anunciándola y profetizándola. De ahí que diga el Apóstol: Teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: creí y por eso he hablado 21. Teniendo el mismo espíritu que tuvieron también los que escribieron: Creí, por eso he hablado. Teniendo, pues -dice-, el mismo espíritu de fe por el cual escribieron los antiguos: Creí, por eso he hablado, también nosotros hemos creído y por eso hablamos. Así, pues, cuando el santo David decía: Porque si hubieras querido un sacrificio, sin duda te lo hubiera ofrecido, pero no te deleitarás en holocaustos 22, se ofrecían a Dios sacrificios que ahora no se le ofrecen. De ahí que, cuando cantaba este salmo, estaba haciendo una profecía, desechaba las realidades entonces presentes y preanunciaba otras futuras. No te deleitarás -dice- en holocaustos. Entonces, cuando ya no te deleites en holocaustos, ¿quedarás sin un sacrificio? De ninguna manera. Sacrificio para Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecia23. Tienes ya qué ofrecer. No eches la vista a tu rebaño ni prepares navíos, ni te traslades hasta las provincias más lejanas para traer aromas. Busca en el interior de tu corazón lo que es agradable a Dios. Haya contrición en tu corazón. ¿Por qué temes que perezca un corazón contrito? Tienes en el salmo: ¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro 24. Para crear el corazón puro hay que destruir el corazón impuro.

4. Sintamos desagrado de nosotros mismos cuando pecamos, ya que a Dios le desagradan los pecados. Y ya que no podemos estar sin pecado 25, seamos semejantes a Dios al menos en el hecho de sentir desagrado por lo que le desagrada. Aunque de modo parcial, te adhieres a la voluntad de Dios porque te desagrada en ti lo que también detesta el que te creó. Dios es tu hacedor; pero mírate a ti mismo y destruye en ti lo que no salió de su taller. Pues -como está escrito- Dios creó al hombre recto 26. ¡Cuán bueno es el Dios de Israel para los rectos de corazón27 Por tanto, si eres recto de corazón, no te desagradará Dios, Dios será bueno para ti y alabarás a Dios. Absolutamente en todo; le alabarás cuando te da dones y cuando te corrige. Pues el que dijo: ¡Cuán bueno es el Dios de Israel para los rectos de corazón!, se había examinado a sí mismo, él que en algún momento no había sido recto de corazón y le desagradaba Dios. Mas luego recapacitó y vio que Dios no andaba equivocado, sino que era él quien no había sido recto, y, recordando los tiempos en que era malo y su corrección presente, dice: ¡Cuán bueno es el Dios de Israel! Mas ¿para quiénes? Para los rectos de corazón. Y de ti, ¿qué dices? Sin embargo, por poco tropezaron mis pies; por poco desfallecieron mis pasos 28, esto es, por poco no caí. ¿Y por qué? Ya que tuve envidia de los pecadores, al contemplar su paz 29. El no silenciar la causa por la que tropezaron sus pies y casi desfallecieron sus pasos fue una llamada a la precaución. Ignorando que eran signos de las realidades futuras, fiel al Antiguo Testamento, esperaba de Dios la felicidad en la vida presente y buscaba en esta tierra lo que Dios reservaba para los suyos en el cielo. Esperaba ser feliz en esta tierra, siendo así que la felicidad no se encuentra aquí. La felicidad es ciertamente una cosa buena y grandiosa, pero tiene su propio país. Del país de la felicidad vino Cristo, pero ni él mismo la encontró aquí. Se mofaron de él, le despreciaron, lo apresaron, lo flagelaron, lo maniataron, le golpearon con palos, le ofendieron escupiéndole, lo coronaron de espinas, lo colgaron de una cruz y, como colofón, el término del Señor es la muerte. Está escrito en el salmo -aquí aplaudieron los que lo reconocieron- y el término del Señor, la muerte 30. Así, pues, siervo, ¿por qué buscas la felicidad donde el término del Señor es la muerte? Por ello, aquel de quien había comenzado a hablar, al no buscar en el país adecuado la felicidad, por cuya consecución se mantenía adherido a Dios, le servía y, en cuanto podía, cumplía sus mandamientos, vio que esa gran cosa o eso que tenía por una gran cosa que pedía a Dios y por la que le servía, la tenían también los que no servían a Dios, sino que rendían culto a los demonios y blasfemaban contra el Dios verdadero. Lo vio y se sobresaltó como si hubiese perdido el fruto de su esfuerzo. Esto es lo que envidió en los pecadores al contemplar su paz 31. Además tienes escrito en el salmo: He ahí que hasta los pecadores obtuvieron abundantes riquezas en el mundo. ¿Por ventura purifiqué en vano mi corazón o lavé entre los inocentes mis manos y fui flagelado todo el día? 32 Yo adoro a Dios, ellos le blasfeman; para ellos es la felicidad; para mí, la calamidad. ¿Dónde está la equidad? De ahí que vacilaran mis pies, de ahí que por poco desfallecieran mis pasos 33; de ahí la muerte cercana. Ved, efectivamente, en qué peligro se puso, allí donde dice: Y me pregunté: ¿cómo sabe Dios esto? ¿Tiene el Altísimo conocimiento de ello? 34 Ved en qué peligro se puso al pedir a Dios la felicidad terrena como si fuera un gran premio. Aprended, por tanto, hermanos amadísimos, a despreciarla, si es que la poseéis, y a no decir en vuestros corazones: «A mí me va bien en esta vida porque adoro a Dios». Pues observarás que, si a ti te va bien de esa manera, de esa misma manera va bien incluso a los que no adoran a Dios, y se tambalearán tus pasos. O bien la posees tú que adoras a Dios y verás que tiene las mismas cosas el que no adora a Dios y, como consecuencia, pensarás que no te reporta fruto adorar a Dios, dado que tiene la felicidad también el que no lo adora; o bien no la posees y acusarás aún más a Dios porque la da a los que le blasfeman y la niega a los que lo adoran. Aprended, pues, a desdeñar las cosas terrenas, si queréis servir a Dios con un corazón fiel. ¿Posees esa felicidad? No pienses que por eso eres bueno; más bien, hazte bueno con ella. ¿No la tienes? No pienses que por eso eres malo, sino guárdate del mal en que no cae el bueno.

5. Recapacitando este hombre y reprendiéndose a sí mismo porque había comenzado a pensar mal de Dios, como pecador que anhela y contempla la paz de los pecadores, reprendiéndose, pues, a sí mismo, dice: ¿Qué hay para mí en el cielo y qué quise fuera de ti en la tierra35 Recapacitando ya, habiendo corregido ya su corazón, conoció lo que vale el servicio de Dios, al que había asignado anteriormente un mínimo valor, cuando, en lugar de él, buscaba la felicidad terrena. Conoció lo que se debe allí arriba a los servidores de Dios, allí donde se les manda tener el corazón 36, respondiendo que es allí donde lo tenemos. Y quiera el cielo que no mintamos, al menos en la hora misma, al menos en el momento mismo, al menos en el instante en que respondemos. Mirándose, pues, a sí mismo y corrigiendo su corazón, se reprocha haber buscado alguna vez la felicidad terrena en la tierra, como recompensa por el culto tributado a Dios. Pero reprendiéndose dijo: ¿Qué hay para mí en el cielo37 ¿Qué hay para mí allí? La vida eterna, la incorrupción, el reinar con Cristo 38, la compañía de los ángeles 39; allí careceré de toda molestia, de toda ignorancia, de todo peligro, de toda tentación; será una seguridad verdadera, cierta y permanente. He aquí lo que habrá para mí en el cielo. Y ¿qué quise fuera de ti en la tierra? ¿Qué quise? Riquezas pasajeras, caducas, que se esfuman 40. ¿Qué quise? Oro, tierra pálida; plata, tierra lívida; honor, humo temporal 41. He aquí lo que quise fuera de ti en la tierra. Pero como vi esto en los pecadores, tropezaron mis pies y por poco desfallecieron mis pasos 42. ¡Oh cuán bueno es para los rectos de corazón! 43 ¿Qué buscas, entonces, oh fiel profeta? ¿Oro, y plata, y riquezas terrenas? ¿Luego la fidelidad de la esposa fiel vale tanto como lo que tiene también la meretriz? ¿Vale tanto la fidelidad del esposo fiel, como lo tiene también el cómico, el auriga, el cazador de circo o el salteador? Ni pensarlo, hermanas míos; ni pensar que ese sea el valor de vuestra fe. Aparte Dios este pensamiento de vuestros corazones. ¿Queréis saber lo que vale? Cristo murió por ella. Luego, ¿por qué buscas una recompensa terrena, apegado al oro y a la plata? Ultrajas la fe por la que murió Cristo. ¿Pero qué es -dice-? ¿A cuánto asciende su valor? Pon los ojos en aquel que dice: ¿Qué hay para mí en el cielo? Pues no indicó que será eso. Dice así: ¿Qué quise recibir de ti en la tierra44 Al alabar aquello y despreciar esto, mencionó ambas cosas. ¿Qué es aquello? Lo que el ojo no ha visto 45; ¿qué es esto? Lo que no anhela el ojo creyente. ¿Qué es aquello? Lo que encontró el ulceroso Lázaro; ¿qué es esto? Lo que obtuvo el rico orgulloso 46. ¿Qué es aquello? Lo que no puede perecer; ¿qué es esto? Lo que no puede conservarse. ¿Qué es aquello? Lo que carece de toda fatiga; ¿Qué es esto? Lo que va acompañado siempre del temor. ¿Qué hay, pues, para mí en el cielo47 ¿Qué? El mismo que hizo el cielo. El precio de tu fe es tu mismo Dios: lo poseerás, pues él mismo se prepara para ser premio para los que lo adoran. Considerad, amadísimos, la creación entera: el cielo, la tierra, el mar; las cosas que hay en el cielo, las que están en la tierra y las que están en el mar. ¡Qué bellas, qué admirables, con qué dignidad y orden están dispuestas! ¿Os conmueven estas cosas? Sin duda alguna. ¿Por qué? Porque son hermosas. ¿Cuál es la hermosura del que las hizo? Me imagino que os asombraríais si vierais la hermosura de los ángeles. ¿Cuál será, entonces, la del Creador de los ángeles? Él es el premio a vuestra fe. Avaros, ¿qué es suficiente para vosotros si el mismo Dios no os basta?

6. Vivamos, por tanto, santamente y, para poderlo, invoquemos a aquel que nos lo mandó. No reclamemos al Señor una recompensa terrena por nuestra vida santa. Dirijamos nuestra atención a las cosas que se nos prometen. Pongamos nuestro corazón allí donde no puede corromperse con las preocupaciones mundanas 48. Estas cosas que entretienen a los hombres pasan, vuelan. La misma vida humana sobre la tierra es vapor 49. Además hay que añadir los peligros tan grandes y cotidianos provenientes de la misma fragilidad de la vida; se anuncian grandes terremotos en las regiones orientales (del Imperio); algunas grandes ciudades fueron destruidas en un instante. Aterrados los judíos, los paganos y los catecúmenos que había en Jerusalén, se bautizaron todos; se dice que se bautizaron tal vez unas siete mil personas. La señal de Cristo se hizo presente en los vestidos de los judíos bautizados. Todas estas cosas nos son anunciadas por el relato ininterrumpido de nuestros hermanos en la fe. También la ciudad de Sítife fue sacudida por un gran terremoto, de suerte que durante unos cinco días todos sus habitantes se quedaron en los campos y se cuenta que allí se bautizaron alrededor de dos mil personas. Por doquier infunde Dios temor, porque no quiere tener que condenar a nadie. Algo acontece en esta almazara. El mundo es una almazara; sentimos que se nos oprime. Sed aceite, no alpechín. Que cada cual se convierta a Dios y cambie de vida. El aceite sigue un recorrido oculto; fluye a su lugar recóndito. Alguno se burla de esto, se ríe, blasfema y pregona por las plazas: fluye el alpechín. Sin embargo, el Señor de la almazara no cesa de trabajar mediante sus operarios, mediante sus ángeles. Conoce su aceite, sabe lo que recibe, a qué presión tiene que exprimirlo. Pues el Señor conoce a los que son suyos. Sed aceite, huid del alpechín. Apártense de la iniquidad todos cuantos pronuncian el nombre del Señor 50. No concibáis odios, o exterminadlos enseguida 51. Aquellas calamidades no hay que temerlas. ¿Temes el terremoto? ¿Te aterra el estruendo del cielo? ¿Te dan miedo las guerras? Teme también la fiebre. Cuando se tiene miedo de esas grandes calamidades, contra lo esperado, no se presentan, pero una pequeña fiebre que llega de través se lleva a un hombre. Y si el juez encuentra en este hombre a uno de los que no conoce, a los cuales ha de decir: No os conozco, apartaos de mí 52, ¿qué sucederá después? ¿A dónde se va? ¿Por medio de quién se recurre a él? ¿Cómo se redime esa vida que debía repararse? ¿A quién se le permite regresar de nuevo a la vida y corregir lo malo que hizo? Todo ha terminado. Hoy habéis venido pocos, pero, si habéis escuchado bien, sois muchos. No os engañe el que engaña, porque no os engaña el que no engaña.