SERMÓN 17

Traductor: Pío de Luis, OSA

Comentario del Sal 49,3 y 21.

1. 1. Acabamos de cantar: Dios vendrá manifiestamente, nuestro Dios, y no callará 1. La Escritura profetizó que Cristo Dios ha de venir para juzgar a los vivos y a los muertos. Cuando vino la primera vez para ser juzgado, se mantuvo oculto; cuando venga a juzgar, aparecerá manifiestamente 2. Cuán oculto se mantuvo, podéis comprenderlo de lo que dice el Apóstol: Pues si le hubieran conocido, jamás habrían crucificado al Señor de la gloria 3. Sometido a un interrogatorio, entonces calló, como lo indica también el evangelio 4, cumpliéndose en él la profecía del profeta Isaías que decía: Fue llevado a la inmolación como una oveja; y como un cordero que ante el esquilador no bala, así tampoco él abrió su boca 5. Vendrá manifiestamente y no callará 6. Se dijo: No callará, porque, cuando fue condenado, calló. Pues, por lo que se refiere a sus palabras necesarias para nosotros, ¿cuándo calló? No calló por los patriarcas, no calló mediante su boca de carne y, si calla ahora, es que no habla la Escritura. Sube el lector al ambón, y Cristo no calla. Habla el comentador de la Escritura y, si habla conforme a la verdad, es Cristo quien habla. Si callara Cristo, no estaría yo diciéndoos estas cosas. Tampoco calló por vuestra boca, ya que, cuando cantabais, él mismo hablaba. Él no calla; es preciso que escuchemos, pero con los oídos del corazón, ya que es fácil escuchar con los oídos del cuerpo. Debemos escucharle con los oídos que el Maestro buscaba cuando decía: El que tenga oídos para oír, que oiga 7. ¿Quién se encontraba ante él sin los oídos del cuerpo cuando decía estas cosas? Todos tenían oídos, y, sin embargo, pocos los tenían: no todos tenían oídos para oír, esto es, para obedecer.

2. 2. Creo que habéis aplicado el oído, que habéis escuchado con cuanta dureza ha hablado por boca del profeta Ezequiel cuando dijo: Te enviaré a la casa de Israel, no te enviaré a un pueblo de lengua que habla otra lengua; mas ese pueblo no quiere oírte a ti, porque no quiere oírme a mí 8. ¿Qué quiere decir, sino que Dios mismo hablaba mediante el profeta? Mas como las palabras mismas del profeta nos han hecho temblar sobre todo a nosotros, los ministros que ha puesto para que hablemos a su pueblo, en dichas palabras nos vemos reflejados nosotros. Pues, en lo que escuchamos al lector, se nos ha mostrado como un espejo en que mirarnos. Yo me he mirado, miraos también vosotros. Ved que yo hago lo que oí que decía el texto. Si no separas -dice- al justo; si no dices al pecador: «Morirás» y le indicas cómo apartarse de sus iniquidades, él ciertamente morirá en sus propios pecados, pero yo reclamaré de tu mano su sangre. Por el contrario, si se lo dices y él te desprecia y no te obedece, él morirá en sus crímenes, pero tú salvarás tu alma 9. Yo os lo digo, yo salvo mi alma. Si me callo, me encuentro más que en un gran peligro, en una irreparable perdición. Pero una vez que os lo he dicho y he cumplido con mi deber, considerad ya el peligro en que os halláis vosotros. Mas, ¿qué quiero, qué anhelo qué deseo, por qué hablo, por qué me siento aquí, por qué vivo? Lo único que me mueve es que vivamos juntos en Cristo. Esto es todo mi anhelo, mi honor, mi gloria, mi gozo, mi logro. Aunque no me escuchéis, si yo no callo, salvaré mi alma. Pero no quiero salvarme sin vosotros.

3. 3. Hermanos míos, no despreciéis aquellos pecados que quizá habéis convertido ya en costumbre. Pues todo pecado pierde importancia cuando se hace habitual y al hombre le parece como que no existe; al endurecerse, ha perdido la sensibilidad. Lo que está podrido del todo, ya ni duele, y lo que no duele, ya no hay que tenerlo por vivo, sino darlo por muerto. Escuchad lo que dice la Sagrada Escritura y ved en ella cómo tenéis que vivir. ¿Quién no desprecia el pecado de embriaguez? Tal pecado abunda entre nosotros y no se le da importancia: el corazón embriagado ha perdido la sensibilidad, no experimenta el dolor, porque tampoco experimenta la salud. Cuando se punza una parte del cuerpo y se siente dolor, o está sana o hay esperanza de curación; mas cuando se la toca, se la punza, se la pellizca, y no experimenta dolor, hay que darla por muerta y separarla del cuerpo. Pero a veces condescendemos y nos contentamos con hablar: somos perezosos para excomulgar, para expulsar de la Iglesia. A veces, en efecto, tememos que con el castigo empeore el que lo ha sufrido. Y, aunque los que son así, ya están muertos en el alma, como nuestro médico es todopoderoso, no hay que perder la esperanza respecto de ellos, sino que hay que suplicar con todas las fuerzas para que el Señor se digne abrir los oídos de su corazón que demuestran tener cerrados. Pero ¿acaso perdona, acaso callará aquel a quien debemos temer? Hermanos míos, lo habéis oído en el salmo mismo; al enumerar los pecados del pecador, dice: Hiciste estas cosas y callé 10. Contrario a estas son estas otras palabras: Vendrá y no callará 11. Cuando esté presente, no callará. Dejando de lado que está significado Cristo el Señor que calló en el juicio 12 para que se cumpliese también en él la profecía que poco antes he mencionado; dejando eso de lado, ahora calla en su propia persona Cristo, el Señor Dios. Pues «subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos». Mientras está allí y hasta que venga, calla. Escuchamos sus palabras en los libros sagrados, pero no de su propia boca. Habéis escuchado su voz en este lugar mediante las Sagradas Escrituras; la oís cuando las recordáis, y tal vez habláis entre vosotros de estas cosas.

4. 4. Amadísimos, quien desee que Dios le escuche, escuche él antes a Dios. ¿Acaso le escuchas cuando cometes un adulterio? ¿Acaso piensas que queda oculto, porque ningún hombre te ve? Dios te ve, pero calla. Cuando tratas de cometer un robo, observas a aquel a quien vas a robar, y, si no te ve, lo cometes; si no lo cometes por temor a ser visto, lo cometiste en tu corazón. Se te tiene ya por ladrón, sin haberte llevado nada. Pero también tú, si se te presenta la ocasión de llevar a efecto tu mala acción, robas y te alegras de que Dios calle. Escucha, pues, el salmo. Te ha amonestado a ti, seas quien seas, que quizá hoy estás aquí, pero de noche hiciste algo malo; a ti te ha amonestado, a ti te ha dicho: Hiciste estas cosas y callé. Sospechaste inicuamente que sería como tú 13. ¡Oh hombres! Los que no tenéis ni en la boca ni en el corazón las palabras que voy a decir, sois felices. Los hombres que hacen el mal o que se arrepienten de haber hecho el mal y que, por su arrepentimiento fuera de lugar, echan a perder lo alcanzado, ¿no dicen a diario y roen entre sí murmuraciones como estas: «Si, en verdad, desagradasen a Dios estas cosas, ¿permitiría que tuvieran lugar o que fuesen felices en la tierra los que las hacen? Vemos ladrones, vemos opresores de los débiles, vemos a personas que desalojan a sus vecinos, que invaden por la fuerza propiedades ajenas, que levantan calumnias y que, sin embargo, son felices, ricos y poderosos en esta tierra. Si de verdad Dios viera esto, si se preocupase de ello, ¿los perdonaría?» Y a esto añaden algo que es peor: «A Dios solamente le agradan los malos». Puede suceder también que alguien obre bien y que, tal vez, le sobrevenga alguna prueba; enseguida tienen a mano: «No procede obrar el bien; el que lo hace, ningún provecho saca de ello». ¿Te parece poco el que quieres hacer el mal, que hasta hablas mal de quienes hacen el bien? Hiciste estas cosas -dice- y callé. Sospechaste inicuamente que sería como tú 14. ¿Qué significa que sería como tú? Pensaste que me agrada el mal como te agrada a ti; eso sospechaste. Lo dijiste en tu corazón, pero yo lo oí, cuando lo dijiste allí. Y lo que es peor: no cesan de hablar así, sin temer que Dios los oiga.

5. 5. «Luego sospechaste inicuamente que sería como tú. Te argüiré. Te argüiré de la manera que menos piensas y cuando menos lo esperas. Callo mientras estás obrando el mal, pero no cuando juzgo. Te argüiré. ¿Y qué te haré cuando te arguya? Te pondré ante tu vista 15. Pues ahora, cuando obras el mal, piensas que eres bueno porque no quieres verte. Reprendes a otros, pero no te miras a ti mismo; acusas a otros, pero no piensas en ti; pones a otros ante tus ojos, pero a ti te pones a tu espalda. Cuando yo te arguyo, hago justamente lo contrario. Te aparto de tu espalda y te coloco ante tus propios ojos. Te verás y llorarás y entonces no habrá ya modo de que te corrijas. Desprecias el tiempo de la misericordia, pero vendrá el tiempo del juicio, puesto que tú mismo me cantaste en la iglesia: Te cantaré, Señor, la misericordia y el juicio 16. De nuestra propia boca sale y por doquier las Iglesias proclaman: Te cantaré, Señor, la misericordia y el juicio. Es tiempo de misericordia, para que nos corrijamos; aún no ha llegado el momento del juicio. Hay lugar, hay espacio; hemos pecado, corrijámonos. Aún no ha llegado a su término nuestra vida, aún quedan días, aún no hemos entregado el aliento; no perdamos la esperanza que es aún peor. En efecto, en atención a los pecados excusables de los hombres, tanto más frecuentes cuanto menores, estableció Dios en la Iglesia, durante este tiempo, una medicación diaria para otorgar la misericordia, de modo que podemos decir: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores 17, para que, lavada nuestra cara con estas palabras, nos acerquemos al altar, y lavada nuestra cara con estas palabras, participemos del cuerpo y de la sangre de Cristo.

6. 6. Pero aún hay algo más grave: los hombres desprecian de tal modo esa medicina, que no sólo no perdonan cuando se les ofende, sino que tampoco quieren pedir perdón cuando son ellos los que pecan. Penetró la tentación, se coló la cólera. La ira dominó cuanto pudo de modo que no sólo se alborotó el corazón, sino que la misma lengua vomitó ultrajes y acusaciones graves. ¿No ves hasta dónde te arrastró? ¿No ves a dónde te precipitó? Al menos, corrígete, di: «obré mal; he pecado». Pues no morirás si lo dices. No me creas a mí sino a Dios. ¿Qué soy yo? Soy un hombre, igual que vosotros, llevo la carne, soy un enfermo: creamos todos a Dios. Miraos a vosotros mismos. Cristo mismo, el Señor, dice: -miraos a vosotros mismos- si tu hermano peca, corrígele a solas. Si te escucha, has recuperado a tu hermano; si no te escucha, lleva contigo a otros dos o tres. En la boca de dos o tres testigos tendrá valor toda palabra. Si tampoco los escucha a ellos, adviértelo a la comunidad. Y si tampoco escucha a la comunidad, sea para ti como un pagano y un publicano 18. El pagano es un gentil, y gentil es aquel que no cree en Cristo. Si no escucha ni a la comunidad, dale por muerto. Pero he aquí que vive, que entra en la iglesia, que hace la señal de la cruz, que se arrodilla, que ora y que se acerca al altar. A pesar de todo, tenlo por pagano y publicano. No hagas caso de esos falsos signos que da: es un muerto en vida. ¿De qué vive? ¿Cómo vive? Si yo dijera a alguno delante de vosotros: «tú hiciste esto», me responderá en seguida: «¿Tenía alguna importancia? Debía haberme amonestado en privado, debía haberme dicho en privado que he obrado mal, podía haber reconocido mi pecado en secreto. ¿Por qué me arguyes en público?» Pero, si lo he hecho como tú indicas y no te has corregido, ¿qué tienes que oponer? ¿Qué puedes decir, si lo he hecho así, y tú sigues igual; si lo he hecho así y aún crees en tu interior que has obrado bien? ¿Acaso eres tú justo porque él calla? ¿Acaso no hiciste nada malo porque él no juzga de inmediato? ¿No temes: Te argüiré? ¿No temes: te pondré ante tu propia vista19. ¿Sigues sin tener miedo?

7. 7. «El juicio está lejano» -afirmas-. Ante todo, ¿quién te ha dicho que el día del juicio está lejano? ¿Acaso porque esté lejano el día del juicio está también lejano tu propio juicio? ¿Cómo sabes cuándo ha de llegar? ¿No se echaron muchos a dormir y se quedaron tiesos? ¿No llevamos en nuestra propia carne la misma muerte? ¿Por ventura no somos más frágiles que si fuéramos de vidrio? Pues el vidrio, aunque es frágil, dura mucho tiempo si se le trata con cuidado; de hecho encuentras copas de abuelos y bisabuelos en las cuales todavía beben los nietos y bisnietos. Tanta fragilidad cuidada ha llegado a ser añosa. Nosotros, por el contrario, somos hombres y caminamos con nuestra fragilidad entre tantas pequeñas muertes cotidianas. Y aunque no nos sobrevenga la muerte repentina, lo cierto es que no podemos vivir por largo tiempo. Toda la vida humana es breve; lo es desde la infancia hasta la decrépita ancianidad. Aunque Adán viviera todavía y debiera morir hoy, ¿de qué le hubiera servido vida tan larga? A todo esto se añade que el mismo día presente, que nos sirve de un modo casi natural, resulta incierto por una enfermedad no contraída. Mueren hombres cada día, y los vivos los llevan a enterrar, celebran sus funerales y se prometen a sí mismos una larga vida. Nadie dice: «Me corregiré, no sea que mañana esté yo como este a quien he llevado al cementerio». A vosotros os agradan las palabras, pero yo busco los hechos. No me entristezcáis con vuestras perversas costumbres, ya que mi deleite en la vida presente no es otro que vuestra vida santa.