SERMÓN 16 A (=DENIS 20)

Traductor: Pío de Luis, OSA

Comentario del Sal 38,13

1. Es propio de los cristianos progresar cada día más en el camino hacia Dios y gozar siempre de él o de sus dones. Pues el tiempo de nuestra condición de peregrinos es muy breve, pero nuestra patria carece de tiempo. Entre el tiempo y la eternidad existe una gran diferencia: aquí se busca la piedad, allí se descansa. Por tanto, como buenos negociantes 1, conozcamos cada día cuánto hemos progresado, pues no sólo debemos ser esmerados en el escuchar, sino también diligentes en el obrar. Esta escuela, en la que el único maestro es Dios, busca alumnos aplicados, que no hagan novillos, y celosos. El Apóstol dice: Celosos sin pereza, fervorosos de espíritu, gozosos en la esperanza 2.En esta escuela, hermanos, aprendemos día a día: una cosa mediante los preceptos, otra mediante los ejemplos, otra en hechos y dichos simbólicos. Eso es lo que cura nuestras heridas y estimula nuestro celo. Acabamos de responder: Escucha mi oración y mi súplica, Señor; escucha, -es decir, percibe en tus oídos- mis lágrimas 3. ¿Qué piensas que ha de pedir esta persona que, ante todo, anhela que Dios le sea propicio? 4. ¿Qué le ha de pedir con toda intensidad? Veamos, aprendamos. ¿Acaso riquezas? 5, ¿acaso algún tipo de felicidad en esta vida? Díganos, pues, qué va a pedir el que antes de hacer nada suplica a Dios. Advirtió que por sí mismo no podía tenerlo, pero podía obtenerlo de Dios, pues había oído: pedid y recibiréis 6. Sabía lo que iba a pedir el que antes de hacer nada suplicó al Señor. Por tanto: escucha, oh Dios, mi oración 7. Y como si se le preguntara: «¿Qué quieres, por qué llamas, por qué gritas, qué reclamas? Escucharé lo que quieres». -«¿Qué es lo que quiero? Que escuches mi voluntad y lleves a término tu obra. ¿Cuál es mi voluntad?: Dije: vigilaré mis caminos para no faltar con mi lengua 8». Arduo objetivo se propone, pero no vacila, ya que lo primero que hizo fue rogar al Señor, pues conocía la enseñanza de Pablo: No yo, sino la gracia de Dios conmigo 9.

2. Dije, pues: vigilaré mis caminos 10. ¿Qué caminos? ¿Acaso los de la tierra? ¿Acaso andamos en la tierra con la lengua? En la tierra caminamos con nuestros propios pies o con pies ajenos; o nos transportan animales o caminamos con nuestros pies. Entonces, ¿de qué se trata? ¿Qué camino busca ese para no faltar con su lengua? ¡Gran enseñanza! Mirad, hermanos, ¿acaso podemos en un mismo momento hablar y estar callados, al igual que podemos en una hora tomar el alimento y alejarnos satisfechos? Pues, como tenemos los ojos para ver, los oídos para oír y los demás sentidos para percibir sus propios objetos, así tenemos igualmente la lengua para hablar. Tenemos gran necesidad de la lengua: o para responder, si te han dicho algo, o para enseñar, si tienes que decir algo. ¿Acaso lo vas a decir con el ojo y no con la lengua? Si vas a oir con el oído, has de responder con la lengua. ¿Qué hacemos con ese miembro tan útil? Con la lengua rogamos a Dios, le satisfacemos, le alabamos 11, le cantamos a coro, o nos hacemos a diario misericordiosos, cuando hablamos a otros o damos consejos. ¿Qué hago yo ahora? Mi lengua está puesta a vuestro servicio. ¿Qué hacemos para no faltar con ella, sobre todo habiéndose dicho: La muerte y la vida están en poder de la lengua 12?Sin olvidar que se dijo también: Vi sucumbir a muchos por el golpe de la espada, pero no a tantos como sucumbieron por su lengua 13; e igualmente: Y la lengua, que se encuentra entre nuestros miembros y que contamina todo nuestro cuerpo 14; y por último, el Señor mismo: Enseñaron a su lengua a decir mentira 15. ¡Oh enseñaron! Decir mentiras constituye ya una costumbre; aunque no quieras, la misma lengua las dice. Si haces girar una vez a una rueda, ella, por su misma forma redonda y como si la impulsaras con la mano, se desliza con su movimiento inestable y casi natural; de igual manera, nuestra lengua no necesita que le enseñen a decir mentiras, pues, una vez suelta, de forma espontánea corre hacia lo que le resulta más fácil dirigirse. Tienes una cosa en el corazón; a veces ella se ocupa de otra en virtud de la costumbre. ¿Qué vas a hacer? Veis hermanos que hay que convertir el corazón en una balanza para que la lengua profiera algo. Pues tampoco ella se mueve espontáneamente; dentro está el que la mueve.

3. Hay, en efecto, cierta fuerza que se mueve a sí misma y mueve las tareas que tiene confiadas. Es necesario que sea bueno el que gobierna y, ayudado por la gracia, vence cualquier mala inclinación. Si es bueno su ejecutor, la tarea se lleva a cabo. El soldado tiene las armas, pero, si no las usa, quedan inactivas; así también la lengua es, entre nuestros miembros, un arma de nuestra alma. De ella se ha dicho: un mal inquieto 16. ¡Oh inquieto! ¿Quién hizo ese mal sino alguien inquieto él mismo? No estés inquieto tú y dejará de existir ese mal; no la agites tú y no habrá lengua que se agite. Pues tampoco es el alma, para que se mueva por sí misma; es un cuerpo, yace en el suelo; no te muevas tú y no se moverá ella. Más estate atento a cómo la mueves. La lengua es un miembro hecho para alabar a Dios 17 pero al que muchos, ansiosos de engañar y servidores de la avaricia, cuando pasan a sus negocios, dan rienda suelta, con ella blasfeman contra Dios, y dicen: « ¡Por Cristo! Compré a tanto y vendo a tanto». ¿Por qué? Te pregunté: «Júrame, ¿en cuánto lo vendes?» Yo te pregunté: «¿en cuánto lo vendes?» -«Lo vendo en diez foles, en veinte foles». Lo juras por Cristo. Jura más bien por tus ojos, jura por tus hijos, y en ese mismo momento se pone a temblar tu conciencia. ¡Oh lengua impía! Despreciaste al Creador, salvaguardaste la criatura. ¡Oh mal inquieto!,(lengua) llena de veneno mortífero! Con ella bendecimos a Dios y al Padre; pero al Dios y Padre,Dios por naturaleza, Padre por gracia. Y con ella maldecimos al hombre, que fue hecho a imagen de Dios 18. ¡Daos cuenta, hermanos, de lo que lleváis con vosotros! Ved que lo digo: lo que llevamos, pues también yo soy hombre con vosotros. Pero sigamos.

4. Señor, escucha mi oración 19. Entre esas personas hay que contar a los judíos; de ellos habla el evangelio, como acabamos de oir 20. Su lengua los condujo a la muerte. Lo hemos oído en el Evangelio. Los judíos -refiere- llevaron ante el Señor a cierta mujer, aunque era una meretriz, para ponerlo a prueba, y le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. En la ley de Moisés está escrito que hay que lapidar a cualquier mujer sorprendida en adulterio. Tú, ¿qué dices? 21 Esto lo decía la lengua, pero no reconocía a su creador. Aquellos judíos no querían orar y decir: libera mi alma de la lengua dolosa 22. En efecto, dolosamente se habían acercado a Jesús, pues querían ejecutar la lapidación, pues el Señor no había venido a derogar la ley, sino a darle cumplimiento 23 y a perdonar los pecados. Así, pues, los judíos dijeron entre sí: «Si defiende que hay que lapidarla le diremos: ¿Dónde queda eso de que perdonas los pecados? ¿No eres tú el que dices: Perdonados te son tus pecados? 24Y si dice que la dejemos en libertad, le replicaremos: ¿Dónde queda eso de que viniste a cumplir la ley y no a abrogarla? 25» Ved una lengua dolosa ante Dios. Jesús, que había venido a redimir, no a condenar -pues había venido a rescatar lo que había perecido 26-, se apartó de ellos como si no quisiera verlos. No carece de sentido este apartarse de ellos; en el hecho hay que entender significado algo. Como si dijera: «¿Sois vosotros, pecadores, los que me presentáis a la pecadora? Si pensáis que debo condenar los pecados, comienzo por vosotros mismos». Y él, que había venido a perdonar los pecados, dice: Quien de vosotros crea estar sin pecado, que lance la primera piedra contra ella 27. ¡Qué respuesta! ¡Qué iniciativa! Si hubiesen querido lanzar una piedra contra la pecadora, en ese mismo instante se les habría leído bien alto: Con el juicio con que juzguéis seréis juzgados 28. Condenasteis, luego seréis condenados. Los judíos, sin embargo, aunque no conocían al Creador, conocían su propia conciencia. Por eso, volviéndose la espalda mutuamente ya que, avergonzados, no querían ni verse a sí mismos, se fueron marchando todos, comenzando por los más ancianos -refiere el evangelista- hasta los más jóvenes 29. Pues había dicho el Espíritu Santo: Todos se descarriaron, todos dejaron de obrar; no hay quien haga el bien, ni siquiera uno 30.

5. Y se marcharon todos. Quedó él y ella solos; quedó el creador y la criatura; quedó la miseria y la misericordia; quedó la que reconocía su pecado y el que le perdonaba el pecado. Esto es lo que, inclinado, escribía en la tierra. Pues escribió en la tierra. Cuando el hombre pecó, se le dijo: Eres tierra 31. Por tanto, cuando Jesús concedía el perdón a la pecadora, al otorgárselo, escribía en la tierra. Le concedía el perdón; pero, al ofrecérselo, levantó hacia ella el rostro y le dijo: ¿Nadie te ha apedreado? 32.Y ella no dijo: «¿Por qué? ¿Qué he hecho, Señor? ¿Acaso soy culpable?» No se expresó en esos términos, sino que dijo: Nadie, Señor. Se acusó a sí misma. Los judíos no pudieron probar el delito, y se retiraron sin rechistar. Aquella mujer cuyo Señor no ignoraba su falta, sino que buscaba su fe y su confesión, la confesó. ¿Nadie te ha apedreado33Ella responde: Nadie, Señor 34. Dijo nadie por haber confesado sus pecados, y Señor por habérseles perdonado. Nadie, Señor. Conozco ambas cosas: sé quién eres tú y sé quién soy yo. Ante ti me confieso, ya que escuché: Confesad al Señor porque es bueno 35. Conozco mi culpa, conozco tu misericordia 36. Esto dijo: vigilaré mis caminos para no faltar con mi lengua 37. Los judíos faltaron al obrar con dolo; la pecadora se absolvió confesándose culpable. Nadie te ha condenado? 38 Y ella responde: Nadie, y calla. Jesús escribe de nuevo. Escribió dos veces; es lo que hemos oído, que escribió dos veces: Una, al otorgar el perdón; otra, al reafirmar los preceptos. Ambas cosas acontecen cuando recibimos el perdón. Ha puesto su firma el emperador: cuando se renueva esta formalidad, es como si se dieran de nuevo otros preceptos. Estos preceptos son aquellos con los que -según escuchamos antes al apóstol- se nos mandó la caridad. Pues la primera lectura que escuchamos fue esa. De ahí que el Señor mismo dijera: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas; y amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos preceptos se encierra toda la ley y los profetas 39.

6. Para que ninguno de nosotros se fatigara, se mencionaron dos objetos del amor: Dios y el prójimo, el que te hizo y aquel con quien te hizo. Nadie te ha dicho: «Ama el sol, ama la luna, ama la tierra y cualquier otra criatura». En todas estas cosas hay que alabar a Dios, hay que bendecir al creador. ¡Cuán grandiosas son tus obras! -decimos-; todas las cosas las hiciste con sabiduría 40. Son tuyas; tú las has creado a todas. ¡Gracias te sean dadas! Pero por encima de todas ellas nos has creado a nosotros: ¡Gracias! Pues somos tu imagen y tu semejanza 41: ¡Gracias! Nosotros pecamos, tú nos buscaste 42: ¡Gracias! Nosotros nos desentendimos de ti, tú no te desentendiste de nosotros: ¡Gracias! Habiéndote despreciado nosotros, tú no nos despreciaste. Para evitar que olvidándonos de tu divinidad, te perdiéramos, tú asumiste también nuestra humanidad: ¡Gracias! ¿Hay algo que no debamos agradecérselo? Por eso Dije: Vigilaré mis caminos para no faltar con mi lengua 43. Pues aquella mujer, presentada a Jesús en cuanto adúltera, recibió el perdón, fue absuelta 44. ¿Nos resulta oneroso a nosotros, contando con que todos reciben el perdón del conjunto de sus pecados merced al bautismo, a la confesión y a la gracia? Pero que nadie diga ahora: «Aquella mujer recibió el perdón; yo todavía soy catecúmeno; cometeré adulterios, ya que he de recibir el perdón. Imagínate que soy como aquella mujer. Reconoció su pecado y fue absuelta. Nuestro Dios es bueno. Si llego a pecar, le confieso mi pecado y me perdona». Te fijas en su bondad, pero considera su justicia; como su bondad le lleva al perdón, su justicia le lleva al castigo. Por eso Dije: Vigilaré mis caminos para no faltar con mi lengua. Me gustaría saber si en el tiempo que llevo sirviendo a vuestra caridad este sermón nadie ha faltado con su lengua. En el tiempo que llevamos aquí quizá ninguno de nosotros ha dicho nada malo, pero quizá alguno lo ha pensado. ¡Estad atentos! Vigilaré mis caminos para no faltar con mi lengua. Dide verdad: He puesto un freno a mi boca, mientras esté frente a mí el pecador 45.

7. ¡Prestad atención! He puesto un freno a mi boca, mientras esté frente a mí el pecador 46. Se pone frente a ti un malvado, te ultraja y te acusa de cosas que no has hecho. Tú pon un freno a tu boca. Dije: Vigilaré mis caminos para no faltar con mi lengua. Hable él lo que quiera: tú oye y calla. Caben dos posibilidades: que diga algo verdadero o que diga algo falso. Si dice algo verdadero, tú eres responsable de que lo diga y quizá hasta sea un acto de misericordia; pues si tú no quieres oír lo que hiciste, Dios, que tiene cuidado de ti, te lo dice sirviéndose de otro, para que, al menos avergonzado y pudoroso, recurras a la medicación. No devuelvas mal por mal 47, pues ignoras quién es el que te habla por él. Por tanto, si esa persona dice algo que efectivamente hiciste, reconoce haber conseguido misericordia, juzgando que o bien lo habías olvidado o que se te dijo para que te avergüences. Si no lo hiciste, tu conciencia está libre. ¿Qué buscas? ¿Por qué te enfadas por algo que no hiciste? ¿Qué sucede si te dice: «Ladrón, borracho»? Entra enseguida en lo recóndito de tu conciencia, contémplate en tu interior, sé tu propio juez, examínate a ti mismo. Pregúntate allí: «¿Dónde -piensas- he puesto los pecados que cometí?» O, si no existen, di: «No los he cometido». Si tuconciencia te dice que no los has cometido, entonces di: Nuestra gloria reside en el testimonio de nuestra conciencia 48. ¿Te dijo eso tu conciencia? Calla y compadécete del que te dirigió la palabra. Di también a Dios: «Padre, perdónale porque no sabe lo que dice» 49. Ruega a Dios por él. Dije: Vigilaré mis caminos para no faltar con mi lengua. He puesto un freno a mi boca mientras esté frente a mí el pecador 50. Si nadie te tienta, no pienses que te manifiestas como un santo; lo eres cuando no pierdes la calma ante una injuria, cuando te compadeces del que te ultraja, cuando no te preocupas de lo que padeces, sino que te apiadas de aquel que te hace padecerlo. Aquí reside la cima de la misericordia: en compadecerte de él porque también él es tu hermano, porque es miembro tuyo 51. Se ensaña contra ti, delira, es un enfermo. Apiádate de él, no te alegres; alégrate únicamente de la tranquilidad de tu conciencia; lamenta su enfermedad. Eres hombre; estate atento no sea que también a ti te sobrevenga la tentación 52. Pues está dicho: Llevad mutuamente vuestras cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo 53. Ahora, cuando él hable, túcalla; una vez que se haya calmado, dile: «¡Hermano!, por tu salvación, ¿por qué pregonaste lo que no hice? Pecaste contra mí, pero yo ruego a Dios por ti. Te concedo ciertamente el perdón y ruego por ti a mi Dios, a quien injuriaste al pecar contra mí. No lo vuelvas a hacer; no te enorgullezcas. No digo: ¡Oh Dios, dale lo que merece al que ha pregonado lo que no he hecho; no quiero decirlo. He puesto un freno a mi boca mientras está frente a mí el pecador» 54.

8. Me hice el sordo y me humillé -sigue el salmo- y callé las cosas buenas 55. Me hice el sordo, no oí al que despotricaba. ¡Cuánto ha progresado esta alma que, incluso gozándose interiormente en la tranquilidad de su conciencia, puesto que el hermano estaba equivocado se desentiende de lo que fuera se murmura contra ella! ¡Qué alma!, ¡qué segura!, ¡qué alegre! Esta es el alma que dice a Dios: Caminaba en la inocencia de mi corazón, en medio de tu casa 56. Los asaltantes aporreaban las puertas 57, pero la casa ofrecía seguridad. Me hice el sordo y me humillé, no le planté cara lleno de orgullo contra él. Y, humillado, callé las cosas buenas 58, ya que no era el momento adecuado para decir algo bueno. Ahora es tiempo de callar; cuando haya vuelto en sí, háblale; entonces te entenderá. Muchas veces hijos enfermos han pegado a sus padres; los padres, no obstante, pensando en la enfermedad de los hijos, recibían los golpes y lloraban. ¡Qué afecto manifiestan tener los hombres a sus hijos en la esperanza de que no mueran y se curen! «No es mi hijo» -dices-. Pero es obra de Dios, hijo de Dios 59. Si lo desprecias porque no es hijo tuyo, no le desprecies en cuanto es hijo de Dios, hermano tuyo. «Así, pues, Me hice el sordo y me humillé. No me mostré orgulloso, sino que callé las cosas buenas y mi dolor revivió 60, no por mí, sino por él, porque no había hecho lo que me achacó. Me dolió, pero el que él hablase de esa manera; me dolió, pues al preocuparme de mi hermano, revivió en mí el dolor». Este es el camino; esto hizo el Señor mismo, nuestro Padre, el cual se llamó también esposo. No ayunarán los hijos del esposo -dice- mientras el esposo está con ellos 61. Sus hijos, en su demencia, lo azotaron 62 y le dieron muerte 63: y rogó por ellos 64. Después volvieron en sí, le reconocieron y creyeron en él y, quienes se negaron a que los curara el médico, fueron curados por un discípulo suyo, pues los curó Pedro. En efecto, habiéndolos increpado Pedro, dijeron: ¿Qué tenemos que hacer? Entonces les dice Pedro: Arrepentíos y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre del Señor Jesucristo 65. Hace poco estaban fuera de control, ahora creían. Daos cuenta de lo que hace la enfermedad y de lo que hace la salud. Cuando estaban enfermos, se les toleró; una vez sanados, se les redimió. En consecuencia, hermanos, cuantas veces padezcamos tales cosas, callemos también nosotros. Retengamos aquellas dos cosas: o dice algo verdadero o dice algo falso. «Y si él no lo pregona, pero yo lo he hecho, ¿qué? Al callarlo él, habiéndolo hecho yo, es de desear que lo haga público, para que me avergüence yo, que lo he hecho: esto es misericordia de Dios. Si, por el contrario, pregona lo que no hice, me alegraré porque estoy tranquilo, pero me doleré de la enfermedad de mi hermano. Ardió mi corazón dentro de mí 66: hirvió mi corazón dentro de mí por el amor que tengo a mi hermano. Pero hay tiempo de hablar y tiempo de callar 67: ahora no he podido hablar. Por eso dice el mismo Pablo: No pude hablaros como a hombres espirituales, sino como a hombres carnales 68. Sin embargo, habló. ¿Cómo les habló? Así, pues, ardió mi corazón dentro de mí, y en mi reflexión prendió el fuego 69. El fuego de la caridad presente en mí. No tengo a quien hablar, porque está enfermo; por tanto, me humillaré. Quizá llegue el tiempo en que pueda decirle algo. No obstante, Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores 70. Le perdonaré que haya hacho público algo que yo no tengo sobre mi conciencia. No me basta con no tener nada sobre ella: rogaré por él en atención a mi conciencia».

9. Ya había dado estos pasos. Dije: Vigilaré mis caminos. Pondré un freno a mi boca. Me humillé y en reflexión prendió el fuego, y, de repente, saca aquí algo más grande -no sé qué-. Ved lo que dice después de tantos combates y grandes fatigas: He hablado con mi lengua 71. La lengua del alma es el movimiento de su misma voluntad; pues, como la lengua es un movimiento que está en el cuerpo, así la voluntad es un movimiento que reside en el alma. En la voluntad se halla la lengua primera; de ella procede, desde ella habla a Dios. Pues esta lengua ejerce su función con los hombres que están fuera; en cambio, aquella otra lengua, la que reside en el movimiento de la voluntad, ejerce su función con quien permanece dentro, en su templo. Ella es la verdadera lengua. Por eso dijo el Señor a los que le adoran, que deben hacerlo en espíritu y en verdad 72. Ella es la verdadera lengua. Dije con mi lengua: Hazme, Señor, conocer mi fin y cuál es el número de mis días, para saber lo que me falta 73. Preste atención vuestra santidad y, ante todo, entienda lo dicho; de este modo el Señor, por su misericordia ya habitual y por vuestras oraciones, me concederá poder exponerlo, dado que es difícil. Hablé con mi lengua: Hazme, Señor, conocer mi fin y cuál es el número de mis días, para saber lo que me resta 74. Daos cuenta de lo que pide: Hazme, Señor, conocer mi fin. Hermanos míos: el fin es aquello a lo que tendemos y en donde hemos de quedarnos. Cuando salimos de nuestra casa, nuestro fin fue llegar hasta la iglesia. Luego nuestro caminar ha terminado aquí. Y, a su vez, desde aquí cada uno de nosotros tiene como fin volver a casa; cuando haya llegado a ella, terminó su trayecto. Ahora bien, los que nos hallamos en esta peregrinación tenemos un fin al que nos dirigimos. ¿A dónde nos dirigimos, pues? A nuestra patria. ¿Cuál es nuestra patria? Jerusalén, la madre de los piadosos, la madre de los vivos 75. Nos dirigimos hacia allí; ése es nuestro fin. Y como ignorábamos el camino, un ciudadano mismo de esa ciudad se hizo camino 76. No sabíamos por dónde ir. Ignoro qué clase de breñas, llenas de zarzas y de peñascos, había en el trayecto. Descendió hasta aquí mismo el que allí detentaba el poder; descendió en busca de los ciudadanos de aquella ciudad. Pues nos habíamos extraviado, y siendo ciudadanos de Jerusalén 77 nos hicimos ciudadanos de Babilonia, nos hicimos hijos de la confusión -Babilonia significa confusión-. Descendio hasta aquí a buscar a sus conciudadanos y se hizo conciudadano nuestro. No conocíamos aquella ciudad, aquel país; y dado que no llegamos allá, descendió él a sus conciudadanos y se hizo él mismo conciudadano, no comulgando con el pecado del hombre, pero asumiendo al hombre 78. Bajó hasta aquí. ¿Cómo? En forma de siervo 79. Dios hombre deambuló entre nosotros, pues si únicamente hubiera sido hombre, no nos hubiera conducido hasta Dios; si solamente hubiera sido Dios, no se hubiera unido a los hombres. Tomó nuestra propia condición, manteniendo la divinidad con el Padre; tomó con nosotros la temporalidad, teniendo la eternidad con el Padre; aquí fue igual a nosotros, allí fue igual al Padre. Bajó aquí nuestro conciudadano y dijo: «¿Qué hacéis aquí, ciudadanos de Jerusalén? La imagen y la semejanza de Dios solamente se ha erigido en Jerusalén. Las estatuas de Dios no se colocan en esta vida. Esforcémonos, volvamos. ¿Por dónde volvemos? He aquí que yo mismo me tiendo debajo de vosotros, me hago camino para vosotros 80 y seré vuestro fin. Imitadme». Hazme, Señor, conocer mi fin 81. Creemos en aquel que es nuestro fin.

10. Ahora habla Dios Padre: «Yo te digo, ¡oh alma creada por mí!, ¡oh hombre creado por mí!, yo te digo: había llegado tu fin. ¿Qué fin había llegado? Te habías perdido. Te envié quien te buscara; te envié un compañero de camino; te envié quien te perdonara. Por eso anduvo con sus pies y perdonó con sus manos. De ahí que, vuelto a la vida, después de la resurrección mostró sus manos, su costado y sus pies 82: las manos con las que otorgó el perdón de los pecados; los pies con los que anunció la paz a los abandonados  83; el costado de donde manó el precio de los redimidos» 84. Luego: el fin de la ley es Cristo en orden a la justicia para todo creyente 85. Hazme, Señor, conocer mi fin 86. Ya se te ha dado a conocer tu fin. ¿Cómo se te ha dado a conocer? Tu fin fue pobre, tu fin fue humilde, tu fin fue abofeteado 87, tu fin fue escupido 88, contra tu fin se levantaron falsos testimonios 89. He puesto un freno a mi boca, mientras esté frente a mí el pecador 90. Élse hizo camino para ti. El que dice que permanece en Cristo debe caminar como él caminó 91. Él es el camino 92, caminemos ya, no temamos, no nos extraviemos. No caminemos fuera del camino, ya que se ha escrito: A la vera del camino me pusieron tropiezos, y a la vera del camino me pusieron una trampa 93. Y he aquí la misericordia: para que no caigas en la trampa tienes por camino la misericordia. Hazme, Señor, conocer mi fin 94. Aquí tienes el fin. Imitad a Cristo redentor: Sed mis imitadores como también yo lo soy de Cristo 95. ¿Cómo imitó Pablo a Cristo? Escucha lo que dijo: En hambre y en sed, en frío y en desnudez, etc. hasta: ¿Quién se escandalizará que yo no me abrase? 96 Me hice todo para todos para ganar a todos 97. He puesto un freno a mi boca mientras esté frente a mí el pecador 98. ¿Cuáles son, hermanos, las palabras de Pablo? ¿Quién me separará del amor de Cristo? Fíjate cómo acaba: ¿Quién me separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, la desnudez, el peligro? 99¡Oh varón apasionado, enfervorizado, varón que corre y que llega a la meta! ¡Cuánto padecía esta alma! ¡Cómo hervía! ¡Cómo enseñaba! ¿Quién me separará del amor Cristo? ¿La angustia?,etc. hasta ¿la espada? ¡Cuánto padeció este hombre! Y para que nadie pensase que se envanecía en ello, dice: Hermanos, no creo haberlo conseguido todavía 100.

11. ¿Para qué dice: Hazme, Señor, conocer mi fin y cuál es el número de mis días? -¿Cuánto me queda de vida aquí? -¿Por qué te interesa saber el día? -Para saber lo que me falta 101. Lo que me falta para la eternidad. -Presta atención ahora a Pablo. Después de mencionar tantas fatigas 102, dice: No creo haberlo conseguido todavía 103. Escúchale decir: lo que me falta. Por tanto, que nadie diga: «Ya he ayunado mucho, ya me he fatigado mucho, hice muchas donaciones; ya he cumplido todos los preceptos de Dios. Los cumplí ayer, los he cumplido hoy». Pero todavía habrá otro hoy, si has existido alguna vez. El ayer tiene siempre un hoy; y si llegas a mañana, habrá un hoy; y si llegas a diez años más, habrá también un hoy. En cada hoy di siempre: Lo que me falta 104. Pues siel apóstol Pablo, soldado del cielo ejercitado en tantos afanes; si él, no obstante estar tan ejercitado, haber tenido tan grandes revelaciones, transportado hasta el tercer cielo, oyó palabras inefables y, sin embargo, para que no se enorgulleciera por tales revelaciones, recibió el aguijón de la carne que le fuese motivo de humillación 105, ¿quién hay que se atreva a decir: «Basta»? Por eso mismo: Hazme, Señor, conocer mi fin 106. He aquí que tienes delante de ti a Cristo como fin. Ya no tienes necesidad de buscarlo. Una vez que has creído, ya lo has conocido. Pero no consiste sólo en creer, se necesitan la fe y las obras. Ambas cosas son necesarias, pues también los demonios creen -según oisteis al Apóstol-, y tiemblan 107, y,sin embargo, no les aprovecha el creer. Poca cosa es la fe sola si no va acompañada de obras: La fe -dice el Apóstol- que obra por el amor 108. Hazme, Señor, conocer mi fin y cuál es el número de mis días 109. Elnúmero de nuestros días no se indica, ya que, si cada uno de nosotros supiera cuándo ha de morir, quizá optaría, por ejemplo, por entregarse a la buena vida. De ahí que el Maestro mismo, queriendo que esrtuviésemos preocupados, una vez que le preguntaron sobre el día y la hora, respondió: Nadie sabe el día ni la hora: Noquería que ellos la conocieran. Por eso dijo: «Ni el Hijo 110; esto es, no os conviene saberlo, pues os haréis negligentes, despreocupados. Viviréis tanto mejor cuanto más preocupados estéis. No es que no sepa el día, ya que todas las cosas que tiene el Padre son mías 111. Hazme, Señor, conocer mi fin y cuál es el número de mis días 112. Dame a conocer esto para ser siempre diligente, ya que ignoro cuándo vendrá el ladrón 113, y para saber lo que me queda.

12. Seamos cautos, hermanos, en cuanto al conocer lo que nos queda. El cristiano que es tentado, es probado, ya que al tentado se le muestra lo que le falta. Dos son las posibilidades: o se le muestra lo que tiene o se le muestra lo que le falta. Abrahán fue tentado, y no ciertamente para mostrarle lo que le faltaba, sino para manifestarnos a nosotros lo que debemos imitar. Fue tentado en su propio hijo 114. ¿En qué consistió la tentación? Siendo de edad avanzada, deseó un hijo, sin esperanza ya de tenerlo. Sin embargo, cuando oyó la promesa de Dios, no vaciló lo más mínimo. Creyó, lo recibió; lo mereció, lo obtuvo. El niño nació, fue nutrido, sumaba días, fue amamantado, y a Abrahán se le dijo: En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos 115,. Abrahán conocía en qué descendencia serían bendecidos todos los pueblos, puesto que tenemos el testimonio del Evangelio: Abrahán -dice- deseó ver mi día; lo vio y se alegró 116. Lo conocía, pues. No obstante, después de todo aquello a lo que había dado fe, escuchó del Señor: Abrahán, ofréceme tu hijo en sacrificio 117. Fue tentado, ¿por qué? Dios conocía ya su fe, pero, pensando en nosotros, se dignó mostrarla. Pues a nosotros se nos dice: «Ofréceme el sacrificio de tu cartera», y dudamos. ¿De qué sacrificio se trata? Dad limosna, y todas las cosas serán puras para vosotros 118; y en otra ocasión: Prefiero la misericordia al sacrificio 119. A ti se te dice: «Da algo de tu cartera», y la cierras bien. ¿Qué harías en el caso en que se te pidiese el hijo? Si dudas tratándose de la cartera, ¿qué harías si se tratara de tu hijo? Para que sepa lo que me falta 120. Tengo que decirlo no sin dolor ni vergüenza. Existen muchas jóvenes que quizá quieren hacerse siervas de Dios y, si son valientes, dicen a sus padres: «Déjame, quiero ser virgen de Dios», o «quiero ser siervo de Dios», y escuchan como respuesta: «Aunque no os salvéis, no haréis lo que queréis. Haréis lo que yo quiero». ¿Qué sucedería si se te dijese: «dale muerte»? Pues bien, tú vives, se te promete la vida eterna, está delante de ti, ¿y te resistes, y dudas y te opones? Ciertamente, eres cristiano. «Por qué, Señor, por el hecho de ser cristiano no he de tener nietos?» ¿Debes tener nietos? ¿Sabes lo que te falta, precisamente a ti que ayunaste ayer? Canta lo que dijo el salmista: Hazme, Señor, conocer mi fin y cuál es el número de mis días, para que sepa lo que me falta 121. Haga Dios y su gran misericordia que todos los días seamos estimulados, o tentados o probados y que progresemos. La tribulación actúa la paciencia, la paciencia actúa la prueba, la prueba actúa la esperanza y la esperanza no defrauda 122.

13. Así, pues, hermanos míos, ansiemos conocer a diario quiénes somos, no sea que, mientras nos creemos seguros, llegue luego el día, y nos encontremos sin nada de lo que pensábamos tener y se nos diga: ¿Quién te confesará en el infierno? 123. Por tanto, hermanos, empeñémonos en progresar cada día en el camino hacia Dios, sin tener contemplaciones con las cosas caducas que hemos de abandonar en este mundo 124. Prestemos atención a la fe de Abrahán, ya que también él fue nuestro padre 125. Imitemos su devoción, imitemos su fe. Si la tentación nos llega a propósito de nuestros hijos, no temamos; si nos llega en relación a la cartera, no temblemos; si a eso se suma algún padecimiento en nuestro cuerpo, pongamos nuestra esperanza en Dios. Somos cristianos, somos peregrinos: que nadie se aterre, la patria no está aquí. Quien desea tener aquí su patria, pierde esta y no llega a aquella. Dirijámonos a la patria como buenos hijos, para que nuestro caminar sea aprobado y llevado a su meta. Vueltos al Señor...