SERMÓN 13

Traductor: Pío de Luis, OSA

Comentario del Sal 2,10

1. 1. Instruíos todos los que juzgáis la tierra 1. Juzgar la tierra es domar el cuerpo. Escuchemos al Apóstol juzgando la tierra: No lucho -dijo- como quien azota al aire, sino que castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que predicando a otros yo mismo me haga réprobo 2. Escucha, pues, ¡oh tierra! al que juzga la tierra, y juzga la tierra para no ser tierra. Pues, si juzgas la tierra, serás cielo y proclamarás la gloria del Señor hecha presente en ti. Los cielos proclaman la gloria de Dios 3. Pero, si no juzgas la tierra, serás tierra. Y si eres tierra, pertenecerás a aquel a quien se dijo: Comerás tierra 4. Escuchen, pues, los jueces de la tierra 5: castiguen su cuerpo 6, refrenen sus pasiones 7, amen la sabiduría 8, venzan sus torcidas apetencias 9. Mas, para llevar todo esto a cabo, instrúyanse.

2. 2. El culmen de la erudición consiste en esto: Servid al Señor con temor y exultad en su honor con temblor 10. Exulta en su honor, no en el tuyo; en honor de aquel por el cual eres lo que eres, incluso el ser hombre y ser justo, si es que eres justo. Pero si juzgas que debes a él el ser hombre y a ti el ser justo, no sirves al Señor con temor ni exultas en su honor con temblor, sino presuntuosamente en el tuyo. ¿Y qué te acontecerá, sino lo que sigue?: No sea que alguna vez se enoje el Señor y os apartéis -dice- del camino recto 11. Pues no dice: «No sea que alguna vez se aíre el Señor y no entréis en el camino recto», sino: os apartéis del camino recto. Ya te juzgas justo porque no robas lo ajeno, no adulteras, no matas, no levantas falso testimonio contra tu prójimo, porque honras a tu padre y a tu madre, adoras a un único Dios, no sirves a ídolos y dioses falsos 12: te apartarás de este camino si te atribuyes todo eso a ti, si juzgas que todo eso proviene de ti mismo. Los infieles no entran en el camino recto 13, los soberbios se apartan de él. ¿Qué dijo, pues? Instruíos los que juzgáis la tierra 14. Y para que nos os atribuyáis a vosotros mismos las fuerzas y el poder de juzgar la tierra, creyendo que proviene de vosotros, no actuéis así. Servid al Señor con temor y exultad, no presuntuosamente en honor vuestro, sino en su honor con temblor, no sea que alguna vez se enoje el Señor y os apartéis del camino recto cuando se encienda su ira. ¿Entonces qué hemos de hacer para no apartarnos del camino recto? Dichosos todos los que confían en él 15. Si son dichosos los que confían en él, son miserables los que confían en sí mismos. Maldito todo hombre que pone su esperanza en el hombre 16; luego ni en ti mismo, ya que también tú eres hombre. Pues, si pones tu esperanza en otro hombre, serás inadecuadamente humilde; si la pones en ti, serás peligrosamente orgulloso. Pero ¿qué importa? Ambas cosas son perniciosas; no tienes que elegir ninguna. El inadecuadamente humilde no se eleva; el peligrosamente soberbio cae en el precipicio.

3. 3. Finalmente, para que vuestra santidad conozca que las palabras Servid al Señor con temor y exultad en su honor con temblor se dijeron para recriminar y eliminar el que cada uno confíe en sí mismo, escuchad al Apóstol, que se sirve de esas mismas palabras y que explica por qué se dijeron. Así se expresa: Obrad vuestra salvación con temor y con temblor 17. «¿Por qué obrar con temor y temblor mi salvación, si está en mi mano conseguirla?». ¿Quieres oír por qué con cuanto temor y temblor? Pues es Dios el que obra en vosotros 18. Con temor y temblor, porque lo que consigue el humilde, lo pierde el orgulloso. Entonces, si es Dios el que obra en nosotros, ¿por qué se dijo: Obrad vuestra salvación? Porque él obra en nosotros, para que también nosotros obremos: Sé mi ayuda 19. Quien suplica ayuda, reconoce que también él actúa. -«Pero la buena voluntad es mía» -dice-. - Lo confieso, es tuya. Pero ¿esa buena voluntad quién la dio, quién la suscitó? No me escuches a mí, pregunta al Apóstol: Pues es Dios -dice- el que, en virtud de su buena voluntad, obra en vosotros el querer y el obrar 20. ¿Por qué, entonces, te lo atribuías a ti mismo? ¿Por qué te encaminabas, orgulloso, a tu perdición? Vuelve a tu corazón y descubre que eres malo; mas, para ser bueno, pídelo al Bueno 21. Nada hay en ti que agrade a Dios, sino aquello que tienes de él; lo que tienes de ti, le desagrada a él. Si piensas en tus bienes, ¿qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? 22. Él es el único que sólo sabe dar. No tiene quién le dé quien no tiene a nadie mejor que él. Por lo tanto, en cuanto eres inferior, más aún, porque eres inferior, alégrate de haber sido hecho a su imagen 23, para hallarte en él tú que en ti pereciste 24. Pues en ti no pudiste sino perderte, y no sabes encontrarte, a no ser que te busque el que te hizo 25.

4. 4. Mas dirijamos la palabra también a aquellos que juzgan la tierra según el obvio y común entender. Juzgan la tierra los reyes, los caudillos, los príncipes, los jueces. Cada uno de ellos juzga la tierra conforme al oficio que recibió en la tierra. ¿Y qué significan las palabras «juzga a la tierra», sino: juzga a los hombres que viven en la tierra? Pues si entiendes que sólo es tierra en sentido propio la que pisas, es a los agricultores a quienes se dijo: Vosotros, los que juzgáis la tierra 26. Por el contrario, si los que juzgan la tierra son los reyes y los que, sometidos a ellos, reciben de ellos la potestad, reciban instrucción también estos; en ellos la tierra juzga a la tierra y la tierra que juzga a la tierra debe temer al que está en el cielo. Pues cada uno juzga a su semejante: un hombre a otro hombre, un mortal a otro mortal, un pecador a otro pecador. Pero si se pone en medio la sentencia del Señor: El que esté sin pecado, sea el primero en arrojar una piedra sobre ella 27, ¿no sufre un terremoto todo el que juzga la tierra? Recordemos el pasaje del Evangelio 28. Para tentar al Señor, los fariseos le presentaron a una mujer sorprendida en adulterio, pecado para el que había establecido una pena la ley, esto es, la ley dada por Moisés, siervo de Dios 29. Los fariseos, pues, se acercaron al Señor con este dilema doloso y capcioso: si mandaba apedrear a aquella mujer difamada, perdería su mansedumbre 30; si, por el contrario, prohibía lo establecido por la ley, se consideraría que había quebrantado la ley misma. A los que le preguntaron sobre la paga de tributos al César, los cogió en sus propias palabras, preguntándoles a su vez de quién era la moneda que le mostraban y qué imagen e inscripción llevaba 31; al responder los mismos que le habían preguntado que en la moneda se hallaba la imagen del César, les respondió conforme a sus propias palabras: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios 32, para advertirles que había que dar a Dios la imagen de Dios en el hombre 33, igual que se da al César la imagen grabada en la moneda. De manera semejante, también en el caso de esta mujer adúltera interrogó aquí a los interrogadores mismos, juzgando así a los jueces mismos. «No prohíbo -dice- apedrear a la que la ley manda apedrear, pero pregunto por quiénes debe ser apedreada. No me opongo a la ley, pero busco quién debe ejecutarla». Escuchad finalmente: «¿Queréis apedrearla conforme a la ley?». El que esté sin pecado que sea el primero en arrojar una piedra sobre ella 34.

5. Mientras escuchaba sus palabras, Jesús escribía en la tierra con el dedo para instruir a la tierra; mas, mientras decía esto a los fariseos, levantó los ojos, miró a la tierra y la hizo temblar. Después de haberlo dicho, comenzó a escribir de nuevo en la tierra. Ellos, compungidos y aterrados, comenzaron a desfilar uno tras otro 35. ¡Oh terremoto, en el que la tierra se movió tanto que hasta cambió de lugar! 5. Así, pues, habiéndose alejado los fariseos, quedaron la pecadora y el Salvador; quedaron la enferma y el médico; quedaron la mísera y la misericordia. Y mirando a la mujer, le dijo: ¿Nadie te ha condenado? Nadie, Señor 36-respondió ella-. Con todo, seguía preocupada. Los pecadores no se atrevieron a condenarla; no se atrevieron a lapidar a la pecadora los que, al mirarse a sí mismos, se encontraron semejantes a ella. Pero la mujer seguía estando en serio peligro, porque le había quedado como juez el que carecía de pecado 37. ¿Nadie -le dijo- te ha condenado? Y ella respondió: Nadie, Señor, y si tampoco tú, estoy segura. Ante esta preocupación, le respondió el Señor en tono de dar ánimo: Tampoco yo te condenaré 38. Tampoco yo, aunque carezco de pecado, te condenaré  39. A ellos les impidió su propia conciencia el condenarte; a mí me arrastra al perdón la misericordia 40.

6. Estad atentos a estas palabras e instruíos todos los que juzgáis la tierra 41. Todos en absoluto, porque hay que entenderlo como referido a los mismos de quienes dice el Apóstol: Toda alma esté sometida a potestades superiores, pues no existe potestad alguna si no procede de Dios. Mas las que proceden de Dios están bien ordenadas. El que resiste a la potestad, resiste al ordenamiento de Dios. Los magistrados no son de temer cuando se obra el bien, sino cuando se obra el mal. ¿Quieres no temer a la autoridad? Haz el bien y ella te alabará 42. Si ella no te alaba, otros te alabarán por ella. Pues, si obras bien, la autoridad, si es justa, te alabará; o si obras bien, aunque una autoridad injusta te condene, te coronará Dios justo. Por lo tanto, compórtate con justicia, obra el bien; y ya te condene, ya te alabe la autoridad humana, te llegará alabanza de ella. Bienaventurado aquel cuya sangre fue derramada aquí: ¿no recibió alabanza de la autoridad misma antes incluso de que pareciese que lo juzgaba? Confesó su fe, permaneció en ella, no temió la muerte, derramó su sangre y venció al diablo.

6. 7. Para que no seáis hombres de potestad inicua los que queréis tener bajo vuestra potestad a otros hombres, instruíos a fin de no errar en el juicio y perder vuestra propia alma 43, antes de hacer que perezca el cuerpo de algún hombre. Ansías ser juez, aunque sea gracias al dinero, ya que no puedes serlo por tus méritos. Todavía no te lo reprocho. Tal vez deseas ser útil a los asuntos humanos y compras el oficio con esa finalidad. Para ponerte al servicio de la justicia, no tienes consideración con el dinero. Sé primero juez en ti mismo pensando en ti mismo; primero júzgate a ti mismo desde lo profundo de la conciencia para proceder seguro a juzgar al otro. Vuelve a ti mismo, mírate, examínate, escúchate. Deseo que te pruebes como juez íntegro ahí donde no tienes testigo. Quieres proceder con potestad para que otro te diga lo que ignoras acerca de un tercero. Primero, juzga tu interior. ¿No te dijo nada tu conciencia acerca de ti? Si no lo niegas, sin duda dijo algo. Yo no quiero saber lo que te dijo, juzga tú que la oíste. Tu propia conciencia te dijo qué hiciste, qué aceptaste, en qué pecaste. Quisiera saber que sentencia proferiste. Si procediste bien en la audiencia, si procediste correctamente, si en esa audiencia fuiste justo contigo mismo, si subiste al tribunal de tu mente, si te suspendiste a ti ante ti mismo en el potro del corazón, si aplicaste las severas torturas del temor, en ese caso tu audiencia se desarrolló debidamente y, sin duda alguna, castigaste el pecado con el arrepentimiento. He aquí que te examinaste, te oíste en juicio y te condenaste. Y, sin embargo, te perdonaste. Oye también a tu prójimo de esa manera en el juicio, si estás instruido según la exhortación del salmo: Instruíos todos los que juzgáis la tierra 44.

7. 8. Si juzgas a tu prójimo como te juzgas a ti mismo, perseguirás los pecados, no al pecador. Y si tal vez alguno, insensible al temor de Dios, se resiste a corregir sus pecados, será esto mismo lo que persigas en él, lo que intentes corregir, lo que te esforzarás en destruir y eliminar, para que se salve al hombre, condenado al pecado. Dos son los términos: hombre y pecador. Dios hizo al hombre, y el mismo hombre se hizo a sí mismo pecador; perezca lo que hizo el hombre, sea liberado lo que hizo Dios. Por tanto, no lo persigas hasta la muerte, no sea que, persiguiendo el pecado, pierdas al hombre. No lo persigas hasta la muerte, para que haya quien pueda arrepentirse; no des muerte al hombre, para que haya quien pueda enmendarse. Manteniendo en cuanto hombre este amor a los hombres en tu corazón 45, sé juez de la tierra; complácete incluso en atemorizar, pero ama. Si te muestras orgulloso, que sea contra los pecados, no contra el hombre. Sé cruel con lo que te desagrada incluso cuando está en ti, pero no con quien fue hecho como tú. Habéis salido de una misma fábrica, tenéis un mismo artífice, un mismo barro es vuestra materia prima 46. ¿Qué pierdes al no amar al que juzgas? Dado que pierdes la justicia, algo pierdes cuando no amas al que juzgas. Aplíquense los castigos; no lo rechazo, no lo prohíbo, pero con espíritu de amor, de caridad y de corrección.

8. 9. Pues tú no dejas que tu hijo carezca de instrucción. Y lo primero que haces, si te es posible, es que sea instruido en el respeto y en la generosidad, que se avergüence de ofender al padre 47 y no le tema como a un juez severo. Te alegras con semejante hijo, pero si, tal vez, desprecia estas virtudes, recurres incluso a los azotes; le impones castigos, le causas dolor, pero buscas su salvación. Muchos se corrigieron por el amor; otros muchos, por el temor, pero por el pavor del temor llegaron al amor. Instruíos los que juzgáis la tierra 48. Amad y juzgad. No se busca una inocencia que lleve consigo la desaparición de la disciplina. Está escrito: El que rehúsa la disciplina es un desgraciado 49. Bien se puede añadir a esta afirmación: como es desgraciado el que rehúsa la disciplina, es cruel el que no hace uso de ella. Me he atrevido, hermanos míos, a deciros algo que, por la dificultad de la materia, me siento impulsado a exponéroslo con algo más de claridad. Repito lo dicho: el que rehúsa la disciplina es un desgraciado: esto es evidente; el que no recurre a ella es cruel. Lo mantengo absolutamente; mantengo y manifiesto que es compasivo quien castiga y cruel quien perdona. Os presento un ejemplo. ¿Dónde encuentro a un hombre que se manifiesta amoroso cuando castiga? No salgo de casa; voy al padre y al hijo. El padre ama aun cuando castiga; el niño no quiere que le pegue, pero el padre desprecia su voluntad, mirando por lo que le es útil. ¿Por qué? Porque es padre, porque le prepara la herencia, porque alimenta al sucesor. En este caso, el padre, al castigarlo, se muestra amoroso y misericordioso. Preséntame un hombre que, al perdonar, se muestre cruel. No me aparto de las mismas personas, las pongo ante los ojos. Supongamos que el niño vive en la impunidad e indisciplinado y que el padre hace la vista gorda; que el padre le perdona, que el padre teme molestar con la aspereza de la disciplina al hijo libertino; en este caso, ¿no es cruel al ahorrarle el castigo? Por tanto, Instruíos todos los que juzgáis la tierra 50; y juzgando rectamente no esperéis la recompensa de la tierra, sino de aquel que hizo el cielo y la tierra 51.