SERMÓN 12

Traductor: Pío de Luis, OSA

Paralelismo entre Job 1,6-7 y Mt 5,8, contra los maniqueos

1. 1. Confío haber demostrado ya suficientemente a vuestra Prudencia cómo los maniqueos, con total falacia y engaño, tienden emboscadas a propósito del Antiguo Testamento, divino y santo. Con todo, os presento todavía sus engaños a fin de que los advirtáis con la mirada de vuestro corazón, para que no sólo los evitéis, en cuanto personalmente os concierne, sino también para que, en cuanto cada uno pueda, enseñéis a otros, débiles e ignorantes de la Escritura divina, a evitarlos y despreciarlos. En el libro de Job -dice- está escrito: He aquí que llegaron los ángeles a la presencia de Dios, y el diablo en medio de ellos. Y Dios dijo al diablo: ¿De dónde vienes? El cual respondió diciendo: llegué aquí, después de haber recorrido el orbe entero 1. Este texto -dicen- demuestra que el diablo no solamente vio a Dios, sino que hasta habló con él. En cambio, en el Evangelio se lee: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios 2. Y en otro lugar: Yo soy la puerta 3; nadie puede venir al Padre sino por mí 4. Luego añaden un raciocinio y dicen: «Entonces, si sólo ven a Dios los que tienen un corazón puro, ¿cómo pudo ver a Dios el diablo con su corazón sumamente sórdido e inmundo? O ¿en qué condiciones morales se entra por la puerta, esto es, por Cristo? Y añaden además que el mismo Apóstol atestigua y confirma que ni los principados, ni las potestades, ni las virtudes conocieron a Dios» 5.

2. 2. Su falsa imputación queda, en verdad, manifiesta precisamente en esas palabras y el cristiano sabio ha de someter a examen la cuestión. La intención de los que hacen tal imputación es la de apartar de la autoridad salubérrima de las Escrituras a quienes son tan ignorantes como ellos para que les den fe a ellos. Pero, en primer lugar, yo quisiera que me dijeran en qué texto del Apóstol leyó Adimanto lo que le atribuye, pues él es el autor de tales falsas imputaciones. Quisiera, pues, que dijese donde leyó que el Apóstol atestigua y confirma -según dice- que ni los principados, ni las potestades, ni las virtudes conocieron a Dios 6, dado que el Señor mismo dice que incluso los ángeles de los hombres que creen en él ven continuamente el rostro del Padre 7. A no ser que alegue lo que dice el Apóstol: Hablamos sabiduría entre los perfectos; mas no la sabiduría de este mundo ni la de los príncipes de este mundo que se desvanecen, sino que hablamos en misterio la sabiduría de Dios que está escondida, sabiduría que Dios estableció antes de los siglos para gloria nuestra, y a la cual ningún príncipe de este mundo conoció. Pues si la hubieran conocido, jamás hubieran crucificado al Señor de la gloria 8. Si pensaba aducir este pasaje, ¿por qué añadió «potestades y virtudes», de las que no se habla en el texto y suprimió «de este mundo», de que se habla? ¡Pluguiera a Dios lo hubiera hecho por error y no por malicia! Con todo, aunque el Apóstol hubiera hablado de esa manera, ¿acaso no pudo oír el diablo la voz de Dios? Pues está escrito que se presentó delante de Dios 9, no que él haya contemplado a Dios. Bajo «príncipes de este mundo» se entienden o bien los hombres soberbios, o bien los hinchados de la vana pompa de la jactancia, o bien el mismo diablo y sus ángeles. El Señor le llama claramente príncipe o dominador de este mundo 10, porque bajo la designación «este mundo» se entiende a los pecadores, que no tienen más esperanza que la puesta en este mundo. Igual que se habla de una «mala casa» significando a sus moradores, así llamamos malo a este mundo, significando a los que lo habitan, es decir, a aquellos cuya morada no está en el cielo. Pues dice el Apóstol: Nuestra morada está en los cielos 11. Todos los pecados sirven al diablo, que, de propia voluntad, quiso ser príncipe del pecado; por eso se le llama príncipe de este mundo 12. Os exhorto a que grabéis en vuestros corazones esa norma de inteligencia. Mediante ella, el Señor os ayudará a examinar y resolver muchos pasajes de las Escrituras, con los que los maniqueos trenzan los lazos de su error.

3. 3. Dado que no está escrito que el diablo viera a Dios, sino solamente que llegó con los ángeles a la presencia del Señor y que oyó su voz 13, ¿por qué se afanan esos miserables en acusar falsamente a las Escrituras y en extraviar a los que carecen de formación? Este su planteamiento queda debelado con una brevísima respuesta. Por grande que sea su locuacidad al inquirir cómo el diablo vio a Dios, respondemos: El diablo no vio a Dios. - Entonces ¿cómo habló con él? Llegados aquí, no les dejaré convictos de la ceguera de su corazón yo, sino las personas ciegas. Pues estas, que están ciegas por lo que a los ojos de la carne se refiere, a diario pueden hablar con otras personas a las que no pueden ver. - Entonces -replican- ¿cómo se presentó ante él? De la misma manera que el ciego se presenta ante el que ve, al que él no ve. Amadísimos hermanos, si he puesto estas semejanzas ha sido también para refutar la perversidad de los hombres carnales, a fin de que, si es posible, repelidos de esta manera, vuelvan sus impíos corazones a un manso aprender. Pues, ¿acaso Dios, al cual tiene presente toda conciencia de los ángeles o de los hombres, tanto de los buenos como de los malos, está contenido en un lugar? De interés, sin embargo, es esto: en las buenas conciencias está presente como Padre, y en las malas como Juez, conforme a la Escritura: El Señor interroga al justo y al impío 14. También está escrito: La interrogación al impío versará sobre sus pensamientos 15. Y no es más intensa la interrogación de Dios a los sentidos del cuerpo que la que hace en el secreto del pensamiento, donde sólo él oye y sólo él es oído. ¿Acaso los hombres malvados, si alguna vez dicen verdad y no se les cree, no juran también ellos y dicen: «Dios es testigo», y lo dicen con toda verdad? ¿Dónde -pregunto- es testigo? ¿En la lengua o en el corazón? ¿En el sonido de la voz o en el silencio de la conciencia? ¿A qué se debe que la mayor parte de las veces se incomoden de que no se les crea cuando saben que dicen la verdad, sino porque no pueden abrirnos su corazón donde el testigo es Dios?

4. 4. Mas son muchas las maneras como Dios habla con nosotros. Alguna vez nos habla sirviéndose de un instrumento, por ejemplo, el códice de las divinas Escrituras; habla mediante algún elemento del mundo, como habló mediante la estrella de los magos 16. ¿En qué consiste el hablar, sino en manifestar la voluntad? Habla mediante la suerte, como cuando ordenó sustituir a Judas con Matías 17; habla mediante un alma humana, como por el profeta; habla mediante un ángel, como aceptamos que habló a algunos patriarcas 18, profetas 19 y apóstoles 20; habla mediante alguna criatura hablante y sonante, como leemos y retenemos que se produjeron voces en el cielo, aunque no se veía a nadie con los ojos 21. Por último, al hombre Dios no le habla de una sola manera; no me refiero al habla exterior, haciéndose percibir por los oídos y por los ojos, sino a la interior, en el corazón: le habla o en sueños, como se mostró a Labán el sirio, para que no hiciera mal alguno a su siervo Jacob 22, y al faraón a propósito de los siete años de opulencia y otros tantos de carestía 23; o posesionándose del espíritu de un hombre, a lo que los griegos llaman «éxtasis», como cuando Pedro en oración vio un recipiente bajado del cielo, lleno de semejanzas de los gentiles que habían de creer 24; o en la mente cuando, sea quien sea, descubre su majestad y su voluntad, como en el caso de Pedro mismo, que, en aquella visión conoció, pensando en su interior, qué quería el Señor que hiciese 25. Pues esto nadie puede conocerlo, a no ser que sea capaz de reconocer un cierto clamor silencioso de la verdad que resuena en su interior. Dios habla también a la conciencia de los buenos y de los malos; ya que nadie puede, rectamente, aprobar la obra buena y desaprobar el pecado, sino en presencia de la voz de la verdad que alaba o acusa en el silencio del corazón. Mas la verdad es Dios 26. Dado que ella habla de tantas maneras a los hombres, a los buenos como a los malos -aunque no todos a los que habla de tantas maneras puedan ver también su sustancia y naturaleza- ¿qué hombre puede, conjeturando o pensando, abarcar de cuántas y de qué maneras habla la misma verdad a los ángeles, sea a los buenos que gozan de su inefable fulgor y hermosura, contemplándola por medio de su admirable caridad 27, sea a los malos, que, depravados en su soberbia y ubicados por la verdad misma en los lugares inferiores 28, pueden oír su voz de ciertas maneras ocultas, aunque no son dignos de ver su rostro?

5. 5. Por lo tanto, amadísimos hermanos, fieles de Dios e hijos verdaderos de nuestra madre la Iglesia católica, que nadie os engañe con alimentos envenenados, aun en el caso de que todavía os alimentéis con leche 29. Caminad con perseverancia en la fe de la verdad 30 para que podáis llegar en el tiempo oportuno a la visión clara de la misma verdad 31. Pues, según dice el Apóstol, Aún aquí en el cuerpo, somos peregrinos lejos del Señor; caminamos en la fe, no en la visión 32. La fe cristiana nos conduce a la realidad, esto es, a la visión del Padre. Por eso dice el Señor: Nadie viene al Padre si no es por mí 33. Así, pues, sin motivo preguntan esos cómo el diablo pudo llegar a Dios por medio de Cristo. Pues el diablo no puede llegar a aquella dichosa contemplación a la que conduce la fe cristiana a los de corazón limpio 34. Y por tanto, tampoco fue imposible al diablo escuchar la voz de Dios que hablaba, igual que también muchos hombres que no creyeron en Cristo pudieron oír la voz del cielo que decía: Le glorifiqué y le glorificaré, tras haber dicho el Señor: Padre, glorifica a tu hijo 35.

6. 6. Está escrito que el diablo llegó a la presencia del Señor 36. No se escribió esto como si alguien pudiera alguna vez huir de la presencia de Dios 37, bajo cuyos ojos están todas las cosas 38 y a quien está patente el abismo de cualquier corazón 39. Pero como las cosas que la Escritura narró se llevaron a cabo en el secreto de la criatura, por eso se escribió: Y he aquí que llegaron los ángeles a la presencia de Dios 40, aunque jamás se aparten de la vista de Dios. A dondequiera que son enviados, allí está también la presencia de Dios. Pero propiamente se habla de presencia de Dios con referencia al lugar a donde no puede penetrar la mirada humana, como son los secretos de la conciencia. Por eso, cuando argüimos a un mentiroso, le decimos que no ha hablado en la presencia de Dios, ya que no ha dicho lo que Dios ve en su interior, adonde el hombre no puede dirigir su mirada. Así, pues, dado que estas cosas tuvieron lugar de manera tan secreta que, sin la revelación del Espíritu santo 41, no podrían ser indicadas a los hombres por las Sagradas Escrituras, se dice que se llegó a la presencia de Dios y que allí tuvieron lugar 42.

7. 7. El que estuviera el diablo en medio de los ángeles, si entiendes que se trata de los ángeles buenos, entiende que el diablo estuvo en medio de ellos como un reo asiste a la audiencia del juez en medio de policías. La Escritura no especifica a qué categoría pertenecían aquellos ángeles. Si, en cambio, estuvo en medio de los ángeles malos, ¿qué tiene de extraño que su príncipe y jefe estuviera rodeado de la multitud de sus ministros? Si entiendes la expresión en la presencia de Dios en el sentido de que llegan a la presencia de Dios los que no sólo son vistos por él, sino que también lo ven, el que en medio de ellos estuviese el diablo hay que entenderlo de modo que él no vio a Dios a quien ellos veían y de manera que también Dios le habló por medio de alguno de los ángeles santos. Con todo, lo que está escrito en el libro es Dijo Dios 43. Es lo que sucede también en los asuntos públicos; aunque la mayor parte de las cosas las diga el juez por boca del alguacil, la redacción de las actas, no incluye también el nombre de este. Mas igual que cualquier hombre indigno de una visión profética puede hallarse en medio de profetas, sólo para oír lo que por medio de ellos dice Dios, sin ver lo que ellos ven, así también pudo el diablo estar en medio de los santos ángeles, que ven a Dios, oyendo a través de ellos la voz de Dios, al que él no podía ver.

8. 8. Advertís también que los artilugios de los maniqueos, en lo que toca a este problema, han hallado réplica de múltiples maneras. No penséis ya, pues, amadísimos hermanos, que el diablo habló en verdad con Dios, como si también hubiera podido llegar a ver el rostro de la verdad que solamente ven los limpios 44; o que llegó a la contemplación dichosa a la que no se permite llegar a nadie, a no ser mediante nuestro Señor Jesucristo 45. Sin embargo, mucho me admira la desfachatez de esos sujetos que quieren acusarnos falsamente a propósito de la visión de la sustancia divina y mienten afirmando algo que no está escrito en nuestras Escrituras: que el diablo vio a Dios. A este respecto intentan suscitar gran animosidad con la finalidad de que todo el que se horrorice y juzgue indecoroso pensar que el diablo viera a Dios se aparte completamente de la autoridad de Escrituras divinas, al no entender, por sospechosa ignorancia, lo que está escrito. Aunque no niegan que nuestro Señor Jesucristo es Dios, ellos mismos inventan la ficción de que se apareció a los hombres sin haber asumido cuerpo humano.

9. 9. Así, pues, cuando el diablo tuvo la osadía de tentar al Señor 46, al verle, ¿qué veía? Si veía su cuerpo, entonces el Señor tenía cuerpo, lo cual no quieren confesar estos calaveras. Si, por el contrario, no tenía cuerpo, lo que estaba ante los ojos del diablo era la sustancia divina misma, que no ven más que los que tienen el corazón limpio 47. ¡Oh extemporánea ceguera de los herejes! ¿Por qué acusas falsamente a nuestras Escrituras de afirmar que el diablo vio a Dios, a la vez que se te demuestra que tú, al negar que Cristo tuviera cuerpo, pretendes que su divina sustancia se manifestó a los ojos del diablo? ¿O acaso - como suelen decir- no tenía cuerpo humano pero se manifestaba como si lo tuviera? ¡Insensatos! ¿Quién piensa con mayor verdad y rectitud: el que cree que Dios habló con el diablo o el que cree que Dios no solamente habló con el diablo, sino que incluso le mintió? La Escritura constata que algunos ángeles se manifestaron a los ojos de los hombres; pero ciertamente, el Señor sometió a la potestad de ellos una criatura corpórea, de modo que la adaptaba a ellos según quería. De ahí que también ellos, aunque no nacieron de mujer, tuvieron, sin embargo, un cuerpo real, que, en razón de su ministerio y de su oficio, cambiaban de una forma a otra -de una verdadera a otra verdadera-. En efecto, no podemos decir que, cuando el Señor mismo convirtió el agua en vino 48, se tratara de un agua falsa o de un vino falso.

10. 10. Por tanto, todo cuerpo, que por naturaleza y condición es mutable, sea la que sea la forma que reciba por voluntad del Creador omnipotente, no se aleja de la verdad de su condición, ya que, cualquiera que sea la nueva forma que reciba, no deja de ser cuerpo y cuerpo verdadero. Pero como estos hombres se inventan que la naturaleza corpórea en su totalidad no procede del Dios omnipotente, sino de no sé qué raza de tinieblas les preguntarnos de dónde tomó el cuerpo nuestro Señor Jesucristo. Si nos responden que no tomó cuerpo alguno, ¿qué era lo que aparecía a los ojos humanos y corpóreos? Pues, o era una engañosa creación de la imaginación, creer lo cual es execrable, o, si se empeñan en que, sin haber asumido cuerpo humano alguno, manifestó a los ojos humanos su misma sustancia divina, y el diablo la vio, ¿dónde queda lo que a este respecto pregonan con voz acusadora: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios 49? Porque si dicen, tal vez, que la sustancia divina y propia del Señor no existía junto al Padre como quiso manifestarse en la tierra, sin asumir cuerpo alguno, ¿qué creen estos miserables sino que la sustancia divina es mutable y sometida a tiempos y lugares? Pues no quieren leer o no pueden fácilmente entender lo que se dice en el profeta: Cambiarás las cosas y serán cambiadas; pero tú eres siempre el mismo, y tus años no tendrán fin 50. Y también lo que se escribió en el libro de la divina Sabiduría acerca de la Sabiduría misma: Permaneciendo en sí misma, renueva todas las cosas 51.

11. 11. Ignoro qué han de responder si, en conformidad con su modo de pensar, alguien le dijera: «¿Por qué os extrañáis de que también Dios haya cambiado el aspecto de su divinidad para que lo pudiese ver el diablo con su corazón totalmente inmundo, conforme os parece que aconteció con Cristo Dios?» Porque nunca se han atrevido a afirmar que el Padre y el Hijo no son de la misma sustancia; y si afirmasen que el Hijo es de sustancia distinta se les podría replicar: ¿Cómo sabéis, entonces, si, según el Antiguo Testamento, el diablo habló con el Padre o con el Hijo? Luego les preguntamos: ¿Ve el diablo a este sol o no lo ve? Sí lo ve, ¿cómo entonces es Dios el sol, a quien el diablo ve? Si no lo ve, lo ven los hombres malos; y entonces, ¿cómo es Dios lo que ven los que no tienen el corazón limpio? O si para poder ser visto, también él cambió y no es lo que se ve, ¿qué sucede, entonces, si también vosotros os manifestáis de una manera y sois de otra, para poder así imitar también al sol y no solamente adorarle? Y, con todo, si les preguntas si la sustancia divina es mutable o inmutable, no pueden decir sino que es inmutable, no llevados por la razón, sino confundidos por la vergüenza. Así, pues, no queda sino obligarles a confesar que nuestro Señor Jesucristo tomó de otra parte un cuerpo para presentarse a los ojos de los hombres. Si confiesan esto, les pregunto ¿de dónde lo tomó? Si responden que de este mundo, sigo inquiriendo: ¿de dónde procede el cuerpo de este mundo? En seguida me responden: «de la raza de las tinieblas». ¡Oh extraña demencia! ¿Por qué, miserables, tenéis miedo al seno de la Virgen, de donde tomó cuerpo el Salvador, y no teméis a la raza de los demonios?

12. 12. Nosotros confesamos en verdad que toda naturaleza corporal fue creada por el Dios omnipotente. De ahí que, de donde quiera que nuestro Señor tomase el cuerpo, lo tomaría sin duda de una criatura suya. Pero él, humilde, que había venido a liberar a la criatura humana, que había caído por obra de una mujer 52, prefirió tomarlo de una mujer. Por lo cual, queriendo llevar a la renovación y reparación de ambos sexos, eligió el sexo masculino, naciendo en él, y el femenino, naciendo por medio de él. Vosotros que os horrorizáis de las entrañas castas de la Virgen, elegid -os ruego- de dónde tomó su cuerpo el Señor. Sostenéis todo cuerpo es sustancia que procede de la raza de las tinieblas. Elegid, por tanto, -como os dije- de dónde debería tomar cuerpo el Hijo de Dios. ¿O habéis perdido, por ventura, la luz para responder, ya que a cualquier parte que volváis los ojos os salen al paso las tinieblas? «Pero la carne mortal -dicen- aparece más impura». Leedles bien alto, hermanos, al Apóstol: Todas las cosas son puras para los puros, y leedles contra ellos al Apóstol: Mas para los inmundos y los infieles no es puro, sino que están manchadas tanto su mente como su conciencia 53. Si no dijesen «más impura», sino «más débil», estaríamos de acuerdo. Y, precisamente porque nuestra debilidad no le cambió 54, Cristo es nuestra fortaleza. Aquí reconozco aquellas palabras del profeta: Cambiarás todas las cosas y se cambiarán; pero tú permaneces siempre el mismo y tus años no tendrán fin 55. La debilidad de la carne no sólo no le cambió a peor, sino que él cambió a mejor la debilidad misma. Este sol corpóreo, que juzgan que no es un cuerpo -hasta tal punto no entienden lo que es un cuerpo, que se jactan falsamente de tratar de realidades espirituales-; así, pues, este sol corpóreo en cuanto cuerpo celeste ilumina la tierra sin que ella lo oscurezca; seca el agua sin humedecerse él; disuelve el hielo sin enfriarse él; endurece el limo sin ablandarse él. Nuestro Señor Jesucristo es la Palabra del Padre por la que fueron hechas todas las cosas 56, poder y sabiduría de Dios 57, doquier presente, doquier oculta, doquier entera, en ningún lugar encerrada, abarcándolo todo con fortaleza del uno al otro confín y ordenándolo todo con suavidad 58: y ¿temen estos infelices que no pudiera tomar un hombre vivificando así los seres mortales 59, sin recibir la muerte de ellos; santificar la carne 60, sin que ella la manchara; disolver la carne, sin verse atada por ella, transformar en sí al hombre 61 sin transformarse en hombre?. Nos hemos visto obligados a mantener esta discusión, pasando de una cosa a otra, a causa del titubeo y de la peligrosa debilidad de la fe de algunos. Por lo que se refiere a la cuestión planteada, aunque aquel texto de la Escritura -que prefieren censurar en vez de dejarse iluminar por él- no prueba que el diablo viese a Dios, vean ellos cómo la raza de las tinieblas pudo ver la sustancia divina, cuando antes del combate, del que -dicen- resultó la mezcla del bien y del mal, aún no había tomado ningún cuerpo, para que la pudiera ver su enemigo. A partir de ahí, adviertan que en vano intentan destruir los fundamentos de la fe católica, si son incapaces de apuntalar sus ruinosas ficciones con el apoyo de sus respuestas, sean las que sean.