SERMÓN 10

Traductor: Pío de Luis, OSA

El juicio de Salomón (1 R 3,16-27)

1. El libro de los Reyes elogia el admirable juicio de Salomón referente a dos mujeres que contendían por un hijo pequeño. Pues está escrito: Entonces llegaron dos mujeres meretrices al rey Salomón, y se presentaron ante él. Y dijo una de ellas: Escucha, señor, yo y esta mujer vivíamos en una casa y aconteció que tres días después de dar a luz yo, también ella dio a luz un hijo. Y estábamos juntas, y no había nadie fuera de nosotras en la casa. El hijo de esta mujer murió por la noche, después de que acostarse encima de él. Ella se levantó a media noche, tomó a mi hijo de mi costado y lo acostó en su regazo. Yo me levanté de mañana a dar de mamar a mi hijo, y estaba muerto; me fijé en él por la mañana y advertí que no era el hijo que yo había dado a luz. Dijo la otra mujer: no; al contrario, el que vive es mi hijo; el tuyo es el que murió. La primera dijo: no, tu hijo es el muerto, y el mío el que vive. Las dos hablaron en presencia del rey. El rey les dijo: una dice: Mi hijo es este que vive, y el suyo ha muerto; y la otra replica: no; mi hijo vive y el suyo ha muerto. Y dijo el rey: Traedme una espada, y le presentaron una espada. Dijo el rey: Partid en dos al niño vivo y dad una mitad a una y otra a la otra. La mujer de quien era el niño vivo habló al rey, porque sus entrañas se conmovieron por su hijo, y dijo: prestad atención, señor; dadle el niño a la otra y no lo matéis. Pero la otra dijo: Que no sea ni para mí ni para ti; que lo partan. Respondió el rey y dijo a la mujer que había dijo: Dádselo a ella, y no lo matéis: Esta es su madre 1. En este juicio resalta la admirable sabiduría del rey, concedida por un don divino 2. No fue decoroso ni oportuno pensar que la madre del niño fuese otra que la que lo concibió en cierto modo de nuevo, al ver que se lo habían quitado, y volvió a darlo a luz al defenderlo de la falsa madre, y lo parió de nuevo al no permitir que lo mataran. Sin embargo, los libros del Antiguo Testamento no sólo acostumbran a dar fe de un hecho real, sino que también apuntan misteriosamente a una realidad futura. Por ello hay que examinar este texto de la Escritura por si nos hace ver que estas dos mujeres significan y prefiguran algo para nosotros.

2. Y ciertamente, a una primera consideración, las dos mujeres se nos presentan como la Sinagoga y la Iglesia. Pues a la Sinagoga se la acusa de haber dado muerte, a su hijo Cristo, nacido judío según la carne 3, mientras ella dormía, es decir, mientras seguía la luz de la vida presente, sin entender la manifestación de la verdad en las palabras del Señor. Con razón está escrito: Levántate tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo 4. En el hecho de que viviesen las dos -y ellas solas- en una única casa no es absurdo ver significado que, fuera de la circuncisión y del prepucio 5, no se ha descubierto en este mundo ningún otro tipo de religión, de modo que bajo la figura de una de las mujeres has de advertir la única raza de los hombres circuncidados, que la identifica el culto y la ley del único Dios y bajo la figura de la otra mujer has de entender a toda la gentilidad incircuncisa, entregada al culto de los ídolos. Mas ambas fueron meretrices, pues dice el Apóstol que todos, judíos y griegos, estaban bajo el pecado 6. En efecto, toda alma que abandona verdad eterna y se deleita en inmundicias terrenas, fornica al alejarse del Señor. En cuanto a la Iglesia procedente de los gentiles dados a la fornicación es manifiesto que no mató a Cristo. Pero tenemos que averiguar cómo también ella es madre de Cristo. Pon atención al Evangelio y escucha al Señor que dice: Quien haga la voluntad de mi Padre, ése es mi madre, hermano y hermana 7. ¿Dónde durmió de manera que, aunque no ahogó al niño, se le pudo colocar el muerto y sustraerle el vivo? ¿Aparece aquí, tal vez, el rito, lleno de significado, de la circuncisión, muerto ya entre los judíos, porque pensaban de él de forma enteramente carnal? Así, pues, este rito simbólico de la circuncisión, que ya no estaba vivo entre los judíos que habían dado muerte a Cristo, vida de todos esos ritos simbólicos, pues en él se advierte como lleno de vida lo que los judíos celebraban de forma visible. Y así, ciertos judíos inducían a los gentiles que habían creído en Cristo a aceptar ese rito simbólico de la circuncisión, cual si fuese un cuerpo exánime, sosteniendo que no podían salvarse si no se circuncidaban, según está escrito en los Hechos de los Apóstoles 8. Impulsaban a que lo aceptasen quienes ignoraban la ley, algo similar a sustituir al muerto en las tinieblas de la noche. Sin embargo, tal inducción no pudo valerles mientras el sueño de la necedad dominó parcialmente a la Iglesia de los gentiles. Iglesia como dormida a la que el Apóstol parece despertar cuando grita: ¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os ha fascinado? 9. Y poco después: Tan insensatos sois -dice- que habiendo comenzado por el espíritu, ahora sois consumidos por la carne10. Como sí dijera: ¿Tan insensatos sois que, tras haber tenido antes la obra viva y espiritual y haberla perdido, recibís luego un muerto ajeno? En efecto. en otro lugar dice el Apóstol mismo: El espíritu es vida por la justicia 11. Y en otro: Saber según la carne es muerte 12. Con estas voces y otras semejantes se despierta aquella madre y amanece para ella cuando se le ilumina la oscuridad de la ley con la Palabra de Dios, esto es con Cristo, que surgía 13, es decir, que hablaba en Pablo. Él la iluminó al decir: Vosotros que queréis estar bajo la ley decidme: ¿no habéis oído la ley? Pues está escrito que Abrahán tuvo dos hijos: uno de la esclava y otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la naturaleza; el de la libre, en virtud de la promesa. Realidades escritas en alegoría, pues estas mujeres representan dos alianzas; la primera, la del monte Sinaí, que engendra para la esclavitud, que es Agar, pues el Sinaí está en Arabia, unida a esta, que ahora es Jerusalén, esclava ella lo mismo que sus hijos. Pero la Jerusalén de arriba es libre 14. No resulta extraño, pues, que por sus obras muertas, el muerto pertenezca a la Jerusalén de abajo, y que, por sus obras espirituales, el vivo pertenezca a la Jerusalén de arriba. Porque los lugares inferiores, a los que pertenecen los muertos, están abajo, mientras que los superiores, a los que pertenecen los vivos, están arriba. Merced a esa iluminación, como si hubiera amanecido, entiende la Iglesia la gracia espiritual, alejando de sí la obra carnal de la ley, como si fuera un muerto ajeno, y reclamando justamente para sí la fe viva 15, pues el justo vive de la fe 16, conseguida en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Por ello está segura de reconocer a su hijo de tres días 17 y no permite que se lo arrebaten.

3. Grite ahora aquella mujer que el Evangelio es suyo, como si se le debiera a ella y ella lo hubiera engendrado. Pues eso decían a los gentiles en la discusión los judíos que, pensando carnalmente, osaban proclamarse cristianos. Sostenían que el Evangelio había venido como paga a su justicia. Mas no era de ellos lo que no sabían entender espiritualmente. Al llamarse cristianos, gloriándose de un título ajeno, como aquella mujer se jactaba del hijo que no había engendrado, incluso osaban discutir. Ellos, que habían eliminado la comprensión espiritual de las obras de la ley, como quien separa el alma del cuerpo de su obra y que habían apagado el espíritu vivo de la profecía quedándose con las obras carnales sin vida, esto es, sin su comprensión espiritual, deseaban arrimárselo también a los gentiles y quitarles el nombre cristiano, como si fuera el hijo vivo. El Apóstol los refuta afirmando que la gracia cristiana les pertenece tanto menos cuanto más se la apropian como debida a ellos y gloriándose de que es suya por derecho de sus obras. Porque al que obra -dice- la paga no se imputa como gracia, sino como deuda. En cambio, el que no obra, pero cree en el que justifica al impío, la fe se le reputa como justicia 18. Y por ello, los excluye también del número de aquellos que, provenientes de los judíos, habían creído rectamente y mantenían viva la gracia espiritual. ¿Qué resto del pueblo judío afirma que se ha salvado, si una multitud ha ido a parar en la perdición? Así en este tiempo -dice- un resto se ha salvado por la elección de la gracia. Y si por la gracia, ya no es por las obras; de otro modo, la gracia no es gracia 19. Quedan excluidos de la gracia los que reclaman el premio del Evangelio como cosa propia, esto es, como debido y como pago a sus obras, como si la Sinagoga clamase: mío es el hijo 20. Pero mentía; pues también ella lo había recibido, pero acostándose sobre él, esto es, pensando orgullosamente, lo había matado. Mas ya estaba vigilante esa madre y comprendía: entendía que por la gracia de Dios y no por sus méritos, pues era una meretriz, se le había concedido el hijo, esto es, la obra de la fe evangélica, que deseaba alimentar en el seno del corazón. Y así, una buscaba la gloria de los hombres en un hijo ajeno; esta conservaba el afecto amoroso en el hijo propio.

4. Aquel juicio regio sobre la controversia surgida entre las dos mujeres no nos exhorta sino a combatir por la verdad, a alejar la hipocresía, cual falsa madre, del don espiritual de la Iglesia como de un hijo vivo ajeno, y a no tolerar que domine sobre la gracia concedida a otros ella que no pudo mantener la suya propia. Pero hagámoslo sin que la defensa y el combate se constituya en peligro de división. Pues la sentencia del juez que mandó partir al niño no es una rotura de la unidad, sino una prueba de la caridad. En efecto, el nombre de Salomón, según lo traducen los latinos, significa pacífico. El rey pacífico no desgarra los miembros que retienen el espíritu de vida por su unidad y concordia, pero con la amenaza descubre a la madre verdadera y con la sentencia aparta a la falsa. Por tanto, si se llega a una tentación así, para que no se divida la unidad de la gracia cristiana, se nos enseña a decir: «Dadle a ella el niño con tal que viva» 21. Porque la auténtica madre no busca el honor de la madre, sino la salvación del hijo. Dondequiera que él se encuentre, mejor le poseerá el amor sincero de la madre que la usurpación de la falsa madre.

5. Veo también que estas dos mujeres que habitaban una misma casa significan también dos tipos de hombres en la única Iglesia; uno, el de aquellos en quienes reina la auténtica caridad, otro, el de aquellos a quienes domina la simulación, de modo que veamos sin más a ambos tipos como dos mujeres, la dilección y la simulación. Pues la simulación imita falazmente a la dilección y por eso el Apóstol nos previene contra cuando dice: El amor sin simulación 22. Aunque habiten en la misma casa, mientras la red evangélica está tendida en el mar y contiene peces buenos y malos juntos hasta que se la arrastre hasta la orilla 23, cada una hace sus obras propias. Ambas fueron meretrices, pues todos se convierten de los deseos mundanos a la gracia de Dios y nadie puede gloriarse con verdad de precedentes méritos de justicia. El que la meretriz fornique es propio de ella, pero el que tenga un hijo se debe a Dios. Todos los hombres son formados por el único Dios creador 24. Y no hay que extrañarse porque aun en los pecados de los hombres, Dios obra el bien, pues nuestro Señor llevó a cabo la salvación del género humano sirviéndose incluso del crimen del traidor Judas. Pero hay una diferencia: cuando Dios realiza algún bien sirviéndose del pecado de cualquiera, la mayor parte de las veces lo rehusaría tal pecador. No sólo porque, al pecar, no lo hace con la intención con la que la providencia divina obra la justicia sirviéndose de su pecado -pues Judas no entregó a Jesús con la misma intención con que Cristo toleró ser entregado-, sino también porque, más que alegrarse, se duele cuando advierte que su pecado acaba en algo mejor que personalmente no quería. Es como si alguien, deseando propinar a su enemigo enfermo un veneno, yerra en el tipo de medicación y, al darle una cosa por otra, le ofrece una medicación saludable; sane el enfermo por un beneficio de Dios, que quiso convertir en salud la acción malvada de su enemigo; sin embargo, una vez que llega a conocimiento de esa persona malvada la salud del hombre efectuada por obra suya, se atormenta. Mas si la meretriz acepta de buen grado el hijo que ha concebido y no recurre a un abortivo para expulsarlo -movida por la liviandad y por el afán de una torpe ganancia- a fin de que la fecundidad no le impida la vida de pecado, a esa liviandad que se entregaba a muchos, convertida ahora al único don de Dios, ya no se la llamará liviandad, sino amor. Por tanto, se entiende correctamente que el hijo de la meretriz es la gracia de la pecadora; mas el hombre nuevo, proveniente de la antigua deshonestidad, nació por el perdón de sus pecados.

6. Así, pues, aunque el Señor escogió a todos sus discípulos de entre los pecadores, eligió a los que habían de perseverar en el amor antes que al hipócrita Judas. Es cierto que no se consignó en qué orden fue elegido, pero es sabido que antes de él fueron elegidos los buenos, y no en vano se le menciona el último 25. Y, después de la ascensión del Señor, a todos los que estaban reunidos en una casa se les infundió el Espíritu Santo, enviado de lo alto según la promesa del Señor 26. Los que fueron primicia de la Iglesia eran buenos y amaban sin fingimiento 27. Por tanto, fue más tarde cuando comenzó a operar en la Iglesia la simulación; en consecuencia, fue el amor lo que dio a luz primero. El fruto de la dilección es tres días mayor, de modo que ya puede reconocerse en la continencia, en la justicia y en la esperanza de las realidades futuras. Aunque también la simulación parió, es decir, aunque se alegró durante breve tiempo del perdón de sus pecados, como rendida por el sueño de las apetencias mundanas, cuando, derrocada de la esperanza de los premios celestes, cae con su corazón pesado en el reposo terreno, como si estuviera durmiendo, ahoga el perdón que había merecido con su fe. Tales personas prefieren gozar de la palabra justicia más que de la realidad; mintiendo tratan de apropiarse, con oscuras falacias, del bien obrar ajeno, como del hijo vivo, durante la noche. No sólo usurpan para sí las buenas obras de los otros, sino que les atribuyen sus acciones malvadas, como poniendo a su lado el hijo muerto.

7. Por otra parte, ¿hasta cuándo se le permitirá tanto a la simulación que, sin que nadie se lo prohíba, se gloríe falsamente de la palabra justicia? ¿Hasta cuando le será licito asignarse a sí misma, para jactarse falsamente del nombre de madre, la obra espiritual viva, no engendrada por ella, tras haber ahogado, bajo el peso de un cruelísimo sopor, la obra que antes había engendrado en sí, y, achacándoselos a ellos, ponga al lado de los buenos e inocentes sus malvadas acciones? ¿Cuándo, pues, reinará de ese modo la simulación, sino cuando abunde la iniquidad, esto es, cuando prevalezcan las tinieblas de los pecados en la noche oscura y se enfríe la caridad de muchos 28, es decir, cuando esté dormida la madre de la obra espiritual, cual hijo vivo? Con todo, dado que la caridad se enfriará, pasando a hervir con menor fuerza -pues no se dijo: «se extinguirá completamente de modo que deje de existir»-, esta madre durmió de modo que no mató a su hijo, pero dio lugar a los fraudes de la simulación. Pero, una vez que, ya despierta, ve que los mismos que caen en ese pecado le achacaban la falta de amor materno, en que no había caído, y advierte que la simulación osa gloriarse de la obra espiritual de la gracia que ella había custodiado, y que a ella se la considera la autora del acto malvado y a la simulación la madre de la obra buena, implora el auxilio del juez pacífico. En efecto, Salomón se traduce por pacífico. Vemos que él dicto dos sentencias: la primera, propia del que no sabe, y la segunda, propia del que juzga con manifiesto conocimiento de causa. La primera propone un combate referido al amor de madre; la segunda otorga el premio a la vencedora; en la primera se demuestra quién es la madre; en la segunda se expresa el gozo; en la primera arroja su semilla entre lágrimas; en la segunda lleva con gozo sus gavillas 29. Esto se refiere a los dos tiempos de la Iglesia que Cristo el Señor, juez pacífico, gobierna: el primero es el actual; el segundo, el futuro; en éste somos probados; en el otro, coronados.

8. Pero en la Iglesia de Cristo no hay mejor prueba de la caridad que desdeñar incluso el honor que parece darse entre los hombres para evitar que se partan en dos los miembros del niño y se desgarre la debilidad cristiana con la rotura de la unidad. Pues dice el Apóstol que se había comportado como una madre con sus hijos pequeños 30, en los que había realizado la buena obra del Evangelio; no él personalmente, sino la gracia de Dios con él 31. En efecto, aquella meretriz sólo podía atribuirse como propio el pecado, mientras que el don de fecundidad venía de Dios. La gracia del donante se ama más si lo debido era el suplicio. Y con razón dijo el Señor a propósito de la meretriz: A quien mucho se le perdona, mucho ama 32. Por eso dice el apóstol Pablo: Me hice pequeño en medio de vosotros, como nodriza que cría a sus hijos 33. Cuando se llega al peligro de partir al niño en dos 34, dado que la simulación reclama para sí un falso honor y está dispuesta a dividir la unidad, desprecie la madre su honor con tal de ver íntegro a su hijo y conservarlo vivo, no sea que, al reclamar con excesiva obstinación el honor debido a sus entrañas, dé lugar a que la simulación separe a los miembros débiles con la espada del cisma. Diga, pues, la madre caridad: «dadle a ella el niño» 35. Que Cristo sea anunciado, ya por oportunismo, ya sinceramente 36. En Moisés grita la caridad: Señor, o les perdonas, o me borras a mí del libro 37. En cambio, en los fariseos habla la simulación: Si le dejamos, vienen los romanos y nos quitan nuestra gente y tierra 38. La razón es que no querían poseer la justicia en verdad, sino sólo el nombre, y deseaban obtener, sirviéndose de un engaño, el honor debido a los justos. Sin embargo a la simulación que reinaba en ellos no se le permitió sentarse en la cátedra de Moisés 39 a fin de que el Señor pudiera decir: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen 40, para que, aun gozando de un falso honor, alimentasen a los pequeños y débiles con la verdad de las Escrituras. La simulación tiene su crimen; mediante él ahogó, con el peso de su sueño, al hombre nuevo que había recibido por gracia del donante; pero la leche de la fe 41 que tiene, no es suya propia. Porque la simulación, aun después de dar muerte el niño, que significa la vida que renace, asentada ya en sus malas costumbres, retiene en la memoria, como en sus pechos, las palabras de la fe y la enseñanza cristiana, que se trasmite a todos los que vienen a la Iglesia. Con esa leche podía también la falsa madre infundir al niño, al mamar, el jugo de la fe verdadera. Por eso la auténtica madre está tranquila cuando hasta los simuladores alimentan en la Iglesia a su hijo con la leche de la fe católica de las divinas Escrituras; cuando, excluida la división, quedando a salvo la unidad, por la sentencia última del juez, figura del juicio último de Cristo, la caridad probada que, por la salud del niño y la consolidación de la unidad, cedió el propio honor a la simulación. De este modo, manteniendo el amor y el conjunto de la gracia que aporta la vida, goza del premio sempiterno debido a la madre que ama a su hijo.