SERMÓN 8 (= Frangipane 1)

Traductor: Pío de Luis, OSA

Lasdiez plagas de Egipto (Ex 7,8-11,10)
y los diez mandamientos de Dios (Ex 20,2-17)

1. En loa del Señor nuestro Dios, al que rendimos culto, se dijo en cierto lugar de la Escritura: todo lo dispusiste con medida, número y peso 1. Además, la doctrina apostólica nos enseña a entender y contemplar lo invisible de Dios mediante las cosas que hizo 2, y a investigar lo oculto sirviéndonos de lo manifiesto. Por eso, la creación, interrogada en cierto modo por doquier, por medio de su hermosura a modo de voz responde que tiene por artífice al Señor Dios. Por último, el Apóstol recuerda que todo lo escrito en los libros denominados Antiguo Testamento aconteció en figura: fue escrito como amonestación para nosotros, para los que ha llegado el fin de los siglos 3. Por tanto, amadísimos, si lo que parece acontecer de manera fortuita en el orden natural, si se indaga y se examina con esmero y se investiga y se descubre sabiamente, recomienda la alabanza al creador y a la divina providencia que se difunde por doquier y -según está dicho- dispone suavemente todas las cosas, alcanzando con fuerza de un extremo a otro 4, ¡cuánto más lo que no sólo fue hecho, sino que hasta se lee como recomendado por las Escrituras divinas! A ese respecto los hermanos me han propuesto una cuestión o, mejor, algo que inquirir e investigar, esto es, qué significado tiene el que a los egipcios se les castigue con diez plagas y al pueblo de Dios se le instruya con diez mandamientos. En el nombre del Señor nuestro Dios, con su ayuda y con su don, colaborando conmigo la piadosa intención de vuestro corazón, he asumido dar una explicación. Los que me propusieron la cuestión saben lo que me propusieron, es decir, saben habérmela propuesto y no recuerdan que yo os la haya resuelto últimamente. Los que no la planteasteis, escuchad también lo que pueda decir, para que la propuesta de unos hermanos sea preocupación de todos y la exposición de mi ministerio sirva de alimento común. Pienso, pues, que Dios me ha de ayudar, si no por mí, sin duda por vosotros, para que diga lo que conviene que diga y sea útil escucharlo, de modo que, caminando juntos por el camino de la verdad, apresurándonos conjuntamente en la ruta hacia la patria y reconociendo la voluntad de la ley de Dios, merezcamos evitar en nuestro peregrinar a los enemigos y a cuantos ponen asechanzas.

2. Diez son las plagas con que Dios golpeó al pueblo del faraón, y diez los mandamientos con que instruyó al pueblo de Dios. Veamos, por tanto, hermanos, cómo hechos materiales hay que entenderlos en sentido espiritual. Pues no negamos su existencia real, como si sólo los juzgásemos dichos y escritos, pero no realizados; al contrario, creemos que tuvieron lugar tal como los leemos y, no obstante, sabemos por la enseñanza del Apóstol que fueron sombra de realidades futuras 5. Pensamos, pues, que hay que investigar su sentido espiritual, pero no podemos negar que tuvieran lugar. Que nadie diga: «ciertamente está escrito que el agua se convirtió en sangre en la plaga contra los egipcios 6; es una realidad que no pudo tener lugar, pero el relato tiene un significado». Quien así se expresa, busca la voluntad de Dios ultrajando su poder. ¿Qué decir, entonces? Si pudo significar algo con palabras, ¿no pudo significarlo también con hechos? ¿O acaso no nacieron Isaac e Ismael? Habían nacido, eran hombres, venían de Abrahán, uno de la esclava, el otro de la libre 7. Aunque eran hombres, aunque habían nacido, figuraban, no obstante, dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo 8. Por tanto, debemos investigar el significado de los hechos una vez puesto el sólido fundamento de su realidad histórica no sea que, eliminado ese fundamento, parezca que queremos edificar sobre el vacío. Pienso que todos los que desdeñan los diez mandamientos de la ley y no los observan, padecen en su espíritu lo que los egipcios padecieron en su cuerpo. Mientras, con la ayuda del Señor, os explico lo que os acabo de proponer, quiero que estéis atentos y que oréis por mí, para que os diga algo que os sea de provecho. En cuanto a mi me atañe, quizá lo pienso; pero en cuanto hablo, a vosotros sirvo.

3. Para no engañaros en el número, aceptad primero esto: no se incluye dentro de estas diez plagas lo primero que se hizo con valor de signo, esto es, que la vara se convirtiese en serpiente. Pues Moisés se había presentado ante el faraón, con lo que daba a entender que sacaría de Egipto al pueblo de Dios. Todavía no les hería como a contumaces, pero ya les infundía pánico con una señal divina. Ahora ni es necesario, ni está dentro de lo proyectado decir algo sobre la vara convertida en serpiente 9. No obstante, ya que la he mencionado por la necesidad para evitar que alguien se equivoque en el número y, puesto que no debe quedar en el ánimo de ningún oyente la inquietud por no haber entendido algo, diré brevemente que la vara significa el reino de Dios, y que ese reino es, sin duda, el pueblo de Dios; que la serpiente significa este tiempo de mortalidad, pues la muerte fue propinada por la serpiente 10. Por tanto, como cayendo a tierra de la mano del Señor, se hicieron mortales; por eso, la vara arrojada de la mano de Moisés se convirtió en serpiente 11. También los magos del faraón actuaron de modo semejante: las varas que arrojaron se convirtieron en serpientes. Pero en un primer momento la serpiente de Moisés, es decir, su vara, devoró todas las serpientes de los magos. Entonces precisamente, agarrada su cola, se convirtió de nuevo en vara, y el reino retornó a la mano. Pues las varas de los magos son los pueblos impíos. Cuando esos pueblos, vencidos por el nombre de Cristo, son transferidos a su Cuerpo, sucede como si fuesen devorados por la serpiente de Moisés, hasta que vuelva el reino de Dios a la mano de Dios, pero al fin de este mundo mortal, simbolizado en la cola de la serpiente. Gran señal: hágase, hágase 12. Habéis oído lo que debéis desear; oíd ya lo que debéis evitar.

4. El primer mandamiento de la ley trata de la adoración de un único Dios: No tendrás -dice- otros dioses fuera de mí 13. La primera plaga sufrida por los egipcios es el agua convertida en sangre. Compara el primer mandamiento con la primera plaga 14. Al único Dios, de quien todo procede 15, entiéndele bajo la semejanza del agua, que da origen a todo. En cambio, ¿a qué remite la sangre, sino a la carne mortal? ¿Qué significa, por tanto, la conversión del agua en sangre, sino que se oscureció su necio corazón? Diciendo que eran sabios, se volvieron necios; y convirtieron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de la imagen de un hombre corruptible 16. La gloria del Dios incorruptible se equipara al agua; la semejanza de la imagen de un hombre corruptible, a la sangre. Y eso tiene lugar en el corazón de los impíos, puesto que Dios permanece inmutable. Y no porque el Apóstol haya dicho convirtieron, ha cambiado Dios.

5. El segundo mandamiento es: No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios; pues quien toma el nombre del Señor su Dios en vano, no estará limpio de pecado 17. Verdad es elnombre del Señor Dios nuestro, Jesucristo, pues él mismo dijo: Yo soy la verdad 18. La verdad por tanto limpia, la vanidad mancilla. Y como quien habla verdad, habla de lo de Dios -pues quien habla mentira, habla de lo suyo habla 19- hablar verdad es hablar racionalmente; en cambio, hablar vanidad es producir estruendo más que hablar. Con razón, ya que el segundo mandamiento reclama el amor de la verdad, al que se opone el amor de la vanidad. La verdad habla, la vanidad produce estruendo. Ved ahora cómo la segunda plaga se opone a este segundo mandamiento. ¿Cuál es esa segunda plaga? La invasión de ranas 20. Si reparas en la locuacidad de las ranas, en ella tienes significada la vanidad. Mira a los amadores de la verdad que, al no tomar en vano el nombre del Señor su Dios, hablan sabiduría entre los perfectos 21 y aun entre los imperfectos; ciertamente no hablan de lo que no puedan entender, pero no se apartan de la verdad ni se entregan a la vanidad. Pues, aunque los imperfectos no entiendan en el caso de que se exponga a un nivel un poco más elevado algo referente a la Palabra de Dios, Dios junto a Dios, por la que fueron hechas todas las cosas 22, y aunque puedan entender lo que Pablo habla ante ellos como ante párvulos en Cristo Jesús, esto es, a Cristo Jesús, y éste crucificado 23, no hay que pensar que aquello es verdad y esto otro vanidad. Sería vanidad si dijéramos que Cristo no sufrió, sino que fingió la muerte; que sus llagas eran imaginarias, que de sus heridas no brotó sangre verdadera, sino aparente 24; que había mostrado unas falsas cicatrices como consecuencia de falsas heridas 25. Mas cuando decimos que todas estas cosas fueron verdad, hablamos de hechos, los creemos y predicamos como hechos ciertos, manifiestos, que tuvieron lugar; aunque no hablemos de la verdad sublime e inmutable de Dios, tampoco caemos en la vanidad. Los que afirman que todas esas cosas fueron en Cristo falsas y simuladas, son ranas que croan en un charco cenagoso. Pueden producir estruendo con la voz, pero no dar a conocer la doctrina de sabiduría. Además los que en la Iglesia están adheridos a la verdad, hablan de la Verdad por la que fueron hechas todas las cosas 26: la Verdad, la Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros 27; la Verdad, Cristo nacido de Dios, el Único nacido del Único, unigénito y coeterno; la Verdad que, tomando la forma de siervo, nació de la virgen María. Padeció, fue crucificado, resucitó, ascendió; hablan siempre de la Verdad, tanto la que puede captar como la que no puede captar el párvulo; de la Verdad en su condición de pan y en su condición de leche, de pan para los grandes y de leche para los párvulos 28. En efecto, ese mismo pan, para convertirse en leche, pasa por el cuerpo. En cambio, quienes se oponen a la Verdad y, engañados en su vanidad, engañan a su vez, son ranas que proporcionan hastío al oído, no alimento al espíritu. Oye, en fin, a aquellos que hablan conforme a razón: no hay mensajes ni palabras cuyas voces no se oigan, sino voces con significado, pues a toda la tierra llegó su sonido, y hasta el fin del orbe de la tierra sus palabras 29. Y si, por el contrario, quieres pensar en las ranas, recuerda aquel versillo del salmo: todos hablan vaciedades a su prójimo 30.

6. El tercer mandamiento es: Acuérdate de santificar el día del sábado 31. En este tercer mandamiento se insinúa una cierta promulgación de un descanso, reposo del corazón, tranquilidad del espíritu, obra de la recta conciencia. En él está la santificación, pues en él está el Espíritu de Dios. Ved efectivamente ese descanso, esto es, esa quietud: ¿Sobre quién -dice- descansa mi espíritu? Sobre el humilde, el manso y el que teme mis palabras 32. Pues los que carecen de mansedumbre se alejan del Espíritu Santo, aman las peleas, siembran calumnias, les apetece más la pendencia que la verdad, y por su desasosiego no dan cabida en sí mismos al descanso del sábado espiritual. Contra el desasosiego de estos tales, como para que posean en su corazón el sábado, la santificación del espíritu de Dios, se dice: sé manso para escuchar la palabra, a fin de que entiendas 33. ¿Y qué he de entender? A Dios, que te dice: «abandona tu desasosiego; desaparezca de tu corazón cierto tumulto, fruto del revolotear en tu corazón, por obra de la corrupción, y del punzarte tus imaginaciones; haz que desaparezca. Pues así entenderás a Dios que te dice: Descansad y ved que yo soy el Señor 34. A causa de tu desasosiego, no quieres descansar y, obcecado por la corrupción de tu afán pendenciero, exiges ver lo que no puedes. Presta, pues, atención a esta tercera plaga, contraria al tercer mandamiento: los mosquitos surgieron del cieno en la tierra de Egipto 35. Se trata de ciertas moscas pequeñísimas, siempre en movimiento y en vuelo desordenado, que se meten por los ojos y no permiten al hombre descansar; ahuyentadas, atacan; desechadas vuelven de nuevo, exactamente igual que las vanas imaginaciones del corazón de los pendencieros. Retened el mandamiento, evitad la plaga.

7. El cuarto mandamiento es: Honra a tu padre y a tu madre 36. A este mandamiento se opone la cuarta plaga de los egipcios: la de los tábanos 37. ¿Qué es un tábano? Es la mosca de los perros; el término es griego. Propio de los perros es no reconocer a los padres; nada hay tan canino como no reconocer a los progenitores. Con razón también los cachorros de perro nacen ciegos.

8. El quinto mandamiento es: No cometerás adulterio 38; la quinta plaga es la muerte en los rebaños egipcios 39. Establezcamos la comparación. Piensa en un hombre fornicario, no satisfecho con su matrimonio. No quiere domar en sí cierto apetito de la carne, que tenemos en común con los animales. En efecto, también es propio de las bestias aparearse y engendrar; lo propio del hombre es razonar y entender. Así, la razón, que preside en el espíritu, debe frenar con su gobierno y dominio los movimientos de la carne que le es inferior, no soltar las riendas inmoderada e ilícitamente, sin considerar el cuándo y el dónde. Por eso la naturaleza, por institución del Creador, ha otorgado a las bestias no acceder a las hembras y al apareamiento más que en tiempos determinados. En los demás tiempos, el animal no se refrena por la razón, sino que se enerva al enfriarse totalmente su instinto. El hombre, en cambio, puede sentir siempre el impulso sexual, porque también lo puede frenar. El Creador te dio la razón para que lo domines; te concedió los mandamientos sobre la continencia, como riendas para dominar las bestias inferiores. Y porque tienes lo que el animal no puede, esperas lo que el animal no puede. La continencia te cuesta un poco de fatiga, al animal ninguna, pero tú gozarás por siempre en la eternidad, a la cual no accede el animal. Si el esfuerzo te fatiga, que te consuele la recompensa. Pues también es paciencia frenar el movimiento interior y no dar curso libre, como si fueras una bestia, a todo lo que tienes en común con ella. Porque si te desprecias a ti en ti mismo y desdeñas la imagen de Dios, en la que te creó 40, vencido por el apetito de las bestias, serás bestia, como si hubieses perdido al hombre. No se trata de que adquieras la naturaleza de la bestia, sino de que, adquieras aún en tu forma humana la semejanza de una bestia, tú que no escuchas a quien te dice: no seáis como el caballo y el mulo, que no tienen entendimiento 41. Pero,¿eliges quizá ser bestia y dar rienda suelta a la libido, sin que ninguna ley refrene el apetito de tu carne con vistas a la continencia? Presta atención a la plaga: si no temes ser una bestia, por lo menos teme morir como una bestia.

9. El sexto mandamiento es: No matarás 42; la sexta plaga consistió en pústulas en el cuerpo, y en erupciones que escocían y supuraban, y en llagas que abrasaban, causadas por el hollín del horno 43. Así son las almas homicidas. Arden de ira, pues por la ira homicida perece la fraternidad. A los hombres los hace arder tanto la cólera, como la gracia, pero uno es el ardor producido por la salud y otro el producido por la úlcera. Las postillas urentes en todo el cuerpo hacen aflorar los homicidios de intención; no está sano. Hierve, mas ese hervor no proviene del Espíritu de Dios. Pues hierven tanto el que quiere socorrer como el que quiere matar; a uno le hace hervir el mandamiento, a otro la enfermedad; a uno las buenas obras, a otro las úlceras pútridas. Si pudiéramos ver el alma de los homicidas, la lloraríamos más que los cuerpos putrefactos de los ulcerosos.

10. Sigue el séptimo mandamiento: No robarás 44,y la plaga séptima: granizo en las cosechas 45. Lo que sustraes contraviniendo el mandamiento, lo pierdes en lo que recibes del cielo, pues nadie logra un lucro injusto sin un justo daño. Por ejemplo, el que hurta adquiere un vestido, pero, por juicio celeste, pierde la fe. Donde hay lucro hay daño; un lucro visible y un daño invisible; lucro producido por su ceguera, daño producido por la nube del Señor. Pues nada acontece sin la providencia, amadísimos. ¿O de veras pensáis que lo que los hombres padecen lo padecen porque Dios duerme? Parece que sucede por casualidad que se junten las nubes, que caiga la lluvia, que granice, que el trueno haga temblar la tierra y que asusten los relámpagos. Se piensa que acontece todo por casualidad, como si nada tuviese que ver con la divina providencia. Contra tales pensamientos vigila el salmo que dice: Alabad al Señor, desde la tierra -no obstante que se habla de alabanzas provenientes del cielo-, dragones y todos los abismos, fuego, granizo, nieve, hielo, tempestad de viento, que ejecutan su palabra 46. Luego quien por su mal deseo hurta externamente, por justo juicio de Dios recibe interiormente una granizada. ¡Oh, si pudieran ver el campo de su corazón! Sin duda llorarían, al no encontrar en él nada que meter en la boca de su espíritu, aunque en su hurto hallaran qué sepultar ávidamente en su garganta. Mayor es el hambre del hombre interior, mayor es el hambre, más peligrosa la plaga y más grave la muerte. Hay muchos muertos que caminan y muchos famélicos que exultan de gozo por sus vanas riquezas. En fin, la Escritura llama interiormente rico al siervo de Dios, al afirmar: el hombre escondido -dice- de vuestro corazón, que es rico ante Dios 47. No es rico ante los hombres, sino ante Dios; es rico allí donde Dios ve. ¿Qué te aprovecha, entonces, hurtar donde el hombre no ve, si sufres una granizada allí donde Dios ve?

11. El octavo mandamiento es: No dirás falso testimonio 48; la octava plaga: la langosta, animal dañino por su diente 49. ¿Qué pretende el falso testigo sino dañar mordiendo y devorar mintiendo? Efectivamente, cuando el Apóstol amonesta a los hombres de Dios a que no se persigan con falsas acusaciones, dice: si os mordéis y devoráis unos a otros, mirad no os destruyáis mutuamente 50.

12. El noveno mandamiento es: No desearás la mujer de tu prójimo 51; la novena plaga, densas tinieblas 52. Existe, en efecto, cierto adulterio -contra el cual se dio con anterioridad un mandamiento- incluso sin atentar, ni con el deseo, contra la castidad de la mujer ajena, pues también es adúltero quien, aunque no acceda a la mujer de otro, no está contento con la suya. No sólo el ser infiel a la propia mujer, sino también el tentar a la ajena son densas tinieblas. Nada duele tanto en el corazón de quien lo padece, y quien se lo hace a otro, no quisiera sufrir algo parecido. Cualquier hombre está más preparado para padecer otros males, pero no sé si se hallará uno que soporte este con paciencia. ¡Cuán densas son las tinieblas de los que tales cosas hacen, de los que tales cosas apetecen! En verdad, los ciega un furor horrible, porque furor indómito es mancillar la esposa de otro hombre 53.

13. El décimo mandamiento es: No desearás nada que sea propiedad de tu prójimo: ni el animal, ni su finca, ni su yunta; no desearás absolutamente nada de tu prójimo 54. A este mandamiento se contrapone la décima plaga: la muerte de los primogénitos 55. Cuando busco alguna comparación para esta plaga, de momento no se me ocurre otra cosa -quizá se les ocurra algo mejor a los que ponen más empeño en la búsqueda- que el hecho de que los hombres guardan todo lo que tienen para sus herederos, y entre éstos ninguno es más querido que los primogénitos. Aquí se condena el codiciar la propiedad del prójimo. La codicia también quien arrebata recurriendo al hurto. En efecto, ¿quién hurta la posesión del prójimo que no la apetezca? Pero sobre el hurto ya se dio anteriormente otro mandamiento, en el que has de incluir también la rapiña. Pues la Escritura daría un mandamiento sobre el hurto, callando sobre la rapiña, sino hubiera querido darte a entender que, si merece castigo robar a escondidas, mayor lo merece arrebatar algo por la violencia. Por tanto, sustraer algo a quien no consiente, ya sea a ocultas, ya sea a las claras, tiene su propio mandamiento. En cambio, desear cualquier propiedad del prójimo -algo que Dios advierte en el corazón- no es lícito, incluso si buscas en ello una legítima sucesión. Además, los que quieren poseer bienes ajenos con apariencias justas, tratan de que los moribundos los hagan herederos. Pues ¿qué cosa parece más justa que poseer algo dejado en herencia a uno, o poseerlo por derecho común? «¿Qué tienes tú que ver, hombre? Me lo dejaron, conseguí la herencia, te leeré el testamento». Nada parece más justo al avaro que estas palabras. Tú alabas al que parece poseer justamente, Dios condena al que codicia injustamente. Mira cómo eres tú, que quieres que otro te haga su heredero. Ciertamente no quieres que tenga otros herederos, entre los cuales nadie es más querido que el primogénito. Por ello eres recibes el castigo en tus primogénitos, tú que, al codiciar bienes ajenos, buscas con una apariencia de derecho lo que en buen derecho no se te debía. Y es fácil, hermanos, perder físicamente a los primogénitos, pues los hombres son mortales y, ya sea antes o después de sus padres, los que han de morir, mueren. Lo perjudicial consiste en que el oculto e injusto deseo te lleve a perder a los primogénitos de tu corazón. Pues, entre nosotros, el primogénito tiene la imagen de la gracia de Dios; nuevo nacido es el primer nacido. Y entre todos los nacidos -digámoslo así- de nuestro corazón la primogénita es la fe, pues nadie obra bien si a la obra no precede la fe 56. Todas tus obras buenas son tus hijos espirituales, pero entre ellos el primero en nacerte fue la fe. Seas quien seas tú que codicias en lo oculto algo ajeno, pierdes en tu interior la fe. Pues, en primer lugar, serás sin duda un hipócrita, mostrándote complaciente no por amor sino para engañar, como si amaras a la persona que quieres que te constituya su heredero y, amándola, buscas que se muera y, para verte en posesión de su herencia, rechazas que tenga sucesor.

14. Ea, hermanos, recorridos los diez mandamientos y las diez plagas, que la comparación de los que desprecian los mandamientos con la detestable contumacia de los egipcios os haga cautos a la hora de poseer con seguridad vuestros bienes en los mandamientos de Dios; vuestros bienes -repito- los bienes de vuestra arca interior, de vuestro tesoro interior; vuestros bienes, los que ni el ladrón, ni el salteador, ni el vecino poderoso os pueden quitar; bienes en los que no hay que temer la polilla o la herrumbre 57, con los cuales aun el náufrago sale del mar rico. Pues así seréis pueblo de Dios entre los inicuos egipcios: mientras ellos padecen todo eso en su corazón, vosotros quedáis incólumes en ese vuestro hombre interior, hasta que el pueblo sea sacado de Egipto en una especie de éxodo particular. Éxodo éste que efectivamente tiene lugar, pues aquel tuvo lugar una sola vez, pero este se repite sin cesar. En efecto, si os fijáis también nosotros despojamos a los egipcios. De hecho, tampoco aquel primer despojo se realizó sin que encerrase un misterio, mientras que personas poco inteligentes osan acusar a Dios por ello, esto es, porque mandó a los israelitas que pidiesen a los egipcios oro, plata y vestidos 58. Estos se lo dieron y les fue sustraído. Aquellos habrían sido unos ladrones si lo hubiesen hecho sin una orden de Dios. Preste atención vuestra caridad: los israelitas -repito- habrían sido unos ladrones si no lo hubiesen hecho por orden de Dios. Mas como lo hicieron por orden divina, no fueron ladrones. Ya no los acusas a ellos, pero estás dispuesto a acusar a Dios. A ellos les correspondió obedecer; la voluntad de mandar le tocó a Dios que sabe lo que cada cual debe padecer y lo que cada cual padece con justicia. Abrahán habría cometido un parricidio a todas luces ominoso, si hubiese herido a su hijo por propia decisión; en cambio, la acción era laudable porque era en obediencia a la orden de Dios 59. Y lo que, hecho por propia voluntad, hubiera sido crueldad, bajo el mandato de Dios se tornó en acto de piedad.

15. Quiero deciros algo referido en los Hechos de los Apóstoles que concierne a dos apóstoles, Pedro y Pablo, excelsos carneros del rebaño, cuyo aniversario de la muerte celebramos en una misma fecha. Estando Pedro encerrado en la prisión, vino a él un ángel que, habiéndole soltado las cadenas de sus manos, le mandó salir. En su salida siguió al ángel. Se vio libre de la cárcel por orden del Señor, por la autoridad de Dios. Al día siguiente, el juez mandó prenderlo para interrogarlo. Supo que se había fugado y mandó que le presentasen a los que lo custodiaban. Después de interrogar a los soldados -dice (el libro) -, ordenó ajusticiarlos; pronunció contra ellos la sentencia que le parecía que con justicia debía de haber pronunciado contra Pedro 60. ¿Qué decimos? ¿Fue Pedro responsable de la muerte de ellos? ¿No hubiese mostrado una piedad errática si hubiese llevado la contraria a la voluntad de Dios y hubiese respondido al ángel que le mandaba salir: «No saldré si por causa mía van a morir estos hombres desgraciados, los guardianes de la cárcel?». Se le hubiese replicado: «Deja estos asuntos en manos del creador; dado que no eres artífice del nacimiento de un hombre, tampoco puedes ser juez de cómo ha de morir». En cuanto a Pablo, cuando encerrado y encadenado cantaba a Dios, tembló la tierra y se soltaron las esposas, pero no huyó, para que el guardián de la cárcel no padeciese daño alguno 61. Se dejaba que actuase la justicia humana, a fin de que no se castigase a uno por otro, cuando Dios nada mandaba en contra. Nadie muere sino aquel que quiere Dios. Dictar sentencia se deja a Dios, pero se castiga el deseo homicida. Pues tampoco aquí hay que mirar lo que Dios sentenció sino el mal que la voluntad deseó. Gracias al traidor Judas hemos sido liberados 62; pero esto fue de provecho para nosotros, no para él: el quiso dar muerte a Jesús, no liberarnos a nosotros. A Dios hay que alabarlo, a Judas hay que condenarlo. Y, sin embargo, Judas no lo hubiera hecho si no lo hubiera permitido Dios, que no perdonó a su propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros 63.

16. Por tanto, hermanos, nadie discuta nada a Dios: eso es orgullo, impiedad y necedad. Frena tus malos deseos; nada hagas con mala conciencia; vive dispuesto a obedecer, no a dañar. Así, pues, actuaron (los israelitas), actuó Dios. Si ellos hubiesen cometido un hurto, aún en este caso Dios -al permitir que lo cometieran sus autores- habría querido que lo padeciesen los que lo padecieron; con todo, habría asignado un castigo a los ladrones a la vez que dejaba claro que los que sufrieron el hurto pagaban en ese momento por alguna culpa. Pero en la circunstancia, ellos no obraron por propia iniciativa; fue Dios con su justo juicio quien quiso que se hiciera. Aunque, si valoras la causa, tal vez no se llevaron el oro ajeno, sino que exigieron la debida retribución. Injustamente oprimidos estuvieron fabricando ladrillos por largo tiempo en Egipto 64: no salieron de allí sin una recompensa por los duros trabajos realizados durante su esclavitud. Y, con todo, Dios lo hizo por alguna causa justa. Si en este mundo somos como el pueblo de Israel en Egipto, me atrevo a deciros -pues creo que os hablo movido por el Espíritu de Dios-: tomad el oro, la plata y los vestidos a los egipcios. Su oro son sus sabios; su plata son sus oradores; sus vestidos son sus variados idiomas. ¿Acaso no vemos todo esto en la Iglesia? ¿No hace eso a diario la Iglesia? ¡Cuántos sabios del mundo creen en Cristo! Se sustrajo el oro a los egipcios. San Cipriano, en cuyo honor está erigido este altar, fue en algún tiempo oro o plata de los egipcios. Y los vestidos, con que en cierto modo se revisten los sentidos, son las variadas lenguas. Y estáis viendo cómo emigraron de los egipcios al pueblo de Dios, pues no hay mensajes ni palabras cuyas voces no se oigan 65, Aquí están el oro, la plata y los vestidos de los egipcios; y salimos ricos y nos llevamos nuestra paga. Pues no sin causa hemos trabajado en el barro de Egipto.

17. Así, pues, hermanos, creed realmente que todo les acontecía entonces en figura y que fue escrito como amonestación para nosotros, para los que ha llegado el fin de los siglos 66; todo, tanto lo que yo puedo exponeros como lo que aún no puedo, tanto lo que vosotros podéis entender como lo que todavía no podéis, tanto lo que yo os he dicho de esta manera como lo que podría decir de modo mejor. Siendo ello así, ¿no iba a prestarle yo atención? Y tú, cristiano espiritual, quienquiera que seas, ¿no hemos de prestar atención, o diremos que aconteció sin un motivo el que en la tercera plaga los magos del faraón fracasaran 67? ¿Tendría que renunciar yo a toda investigación? ¿Tendría que pensar que aconteció o fue escrito en vano? Los magos del faraón, opuestos a Moisés, convierten sus varas en serpientes, el agua en sangre, producen ranas, hacen todo eso 68. Llegan a la tercera plaga, esto es, a aquellos mosquitos llamados cínifes, y ahí fracasan los que produjeron serpientes; los que produjeron ranas fracasan ante las moscas. En absoluto se trata de algo que carezca de un motivo; llamad conmigo 69. ¿A qué se opone la tercera plaga? Al tercer mandamiento de Dios, en que se prescribe al pueblo la observancia del sábado, en el que se anuncia el descanso, en el que se recomienda la santificación. Pues en él se dice: Recuerda el día del sábado para santificarlo 70. Efectivamente, entre las primeras obras del mundo hizo Dios el día, hizo el cielo y la tierra, el mar, los luminares, las estrellas, los animales sacados de las aguas, y al hombre sacado de la tierra a su imagen 71. Hizo todo eso, pero en ningún caso se oye que fuera santificado algo. Ejecutó esas obras en seis días, pero es santificado el día séptimo en que Dios descansó. No santifica las obras y santifica el descanso 72. ¿Qué diremos entonces? A nosotros, cuando estamos fatigados, nos resulta más agradable el ocio que el trabajo; ¿pensamos que acontece lo mismo a Dios? No debemos de pensar eso, ni debemos pensar que lo hizo con fatiga o que no lo creó sólo con su mandato. Dijo Dios: hágase y se hizo 73. Obrando así, tampoco el hombre se fatigaría. Pero en aquel día se nos recomendó un cierto descanso de todas nuestras obras, para que entendiéramos que, tras nuestras buenas obras, hemos de descansar sin fin. En efecto, allí todos los días tienen tarde, menos el séptimo 74. Nuestro trabajo, pues, tiene un término, nuestro descanso no. Allí la santificación, vinculada al Espíritu santo, alude a un gran misterio. Os ruego, hermanos, que me recibáis con benevolencia, diga lo que diga, mirando más a lo que intento explicar que a lo que de hecho explico. Sé lo que hablo y quién soy yo que hablo: yo, un hombre, hablo cosas divinas a hombres. ¡Ea!, esforzaos conmigo, fatigaos conmigo, para descansar conmigo. Cuanto el Señor da, cuanto abre, cuanto significa, cuanto indica la sabiduría misma que se revela a sus amadores alegremente en los caminos, y les sale al encuentro con todo esmero 75: es santificado el día de sábado, el descanso de Dios 76; con referencia a él aparece por primera vez la santificación. En cuanto a mí me parece, en cuanto vosotros conocéis, en cuanto creemos, no hay ninguna santificación divina y auténtica si no proviene del Espíritu Santo. No en vano se le llamó con propiedad Espíritu Santo. Aunque el Padre es santo y el Hijo es santo, el Espíritu recibe ese nombre como propio, de modo que la tercera persona de la Trinidad se llama Espíritu Santo. Él descansa en el hombre humilde y sosegado 77 como en su sábado. Por eso también se reserva al Espíritu Santo el número siete, como lo indican con suficiencia nuestras Escrituras. Vean otros mejores que yo cosas mejores, y otros mayores que yo, cosas mayores; digan y expliquen algo más sutil y divino acerca de ese número siete. Yo, por mi parte -lo que basta de momento- esto es lo que veo, esto os recuerdo que veáis: que este número siete se ha asignado con propiedad al Espíritu santo, porque en el séptimo día se menciona la santificación. ¿Y cómo probamos que al Espíritu Santo se asigna el número siete? Dice Isaías que sobre el fiel, sobre el cristiano, sobre el miembro de Cristo desciende el Espíritu de Dios, el Espíritu de sabiduría e inteligencia, de consejo y fortaleza, de ciencia y de piedad y el de temor de Dios 78. Si me habéis seguido, he recorrido siete realidades, como si el Espíritu de Dios descendiese hasta nosotros desde la sabiduría hasta el temor de Dios, para que nosotros ascendamos desde el temor hasta la sabiduría, pues el principio de la sabiduría es el temor de Dios 79. Así, pues, el Espíritu es septenario y es único, único con función septenario. ¿O queréis algo más evidente? La sagrada Escritura recuerda que la fiesta de Pentecostés duraba semanas. Lo tienes en el libro de Tobías, donde a las claras se dice que esta fiesta duraba semanas 80. En efecto, siete por siete nos dan cuarenta y nueve. Pero, como para retornar al principio -pues el Espíritu Santo nos recoge en unidad, no nos aparta de ella-, a los cuarenta y nueve días se añade uno más, como tributo a la unidad, y así tenemos cincuenta. Así, pues, no vino sin motivo el Espíritu Santo en el día quincuagésimo después de la ascensión del Señor 81. Resucitó el Señor, ascendió a los infiernos, pero aún no subió al cielo. A partir de esa resurrección, a partir de esa asunción a los infiernos, se cuentan cincuenta días y llega el Espíritu Santo con el número quincuagésimo, como instituyendo un natalicio suyo entre nosotros. Pues, el Señor convivió aquí con sus discípulos durante cuarenta días 82; el día cuadragésimo subió al cielo, y pasados allí diez días, como indicación de los diez mandamientos, vino el Espíritu Santo 83, ya que nadie cumple la ley sino por la gracia del Espíritu Santo. Por tanto, hermanos, está claro que este número siete pertenece al Espíritu Santo. Y quien no se integra en la unidad de Cristo y vocifera contra la unidad de Cristo, hemos de entender que no tiene el Espíritu Santo 84. Pues las contiendas, disensiones y divisiones sólo producen animales, de los que dice el Apóstol: El hombre animal no percibe lo que atañe al Espíritu de Dios 85. Además en la carta del apóstol Judas se halla escrito: Estos son los que se separan a sí mismos -palabras en tono de reproche-; Estos son los que se separan a sí mismos, hombres animales, que no poseen el Espíritu 86. ¿Hay algo más manifiesto o evidente? Con razón vienen, y si creen lo mismo que nosotros, recibirán el Espíritu santo, que no pueden poseer mientras sean enemigos de la unidad. El Apóstol los compara a los magos del faraón, al decir: Tienen la apariencia de piedad pero niegan su efecto 87. Teniendo la apariencia de piedad, hicieron cosas semejantes, pero, negando su poder, fracasaron en la tercera señal.

18. Preguntaos todavía conmigo por qué fracasaron los magos en la tercera plaga. Podían haber fracasado en la segunda, en la primera, en la cuarta. Si tenían que fracasar, ¿qué importaba en cuál fuera? ¿Por qué, entonces, en la tercera? Pero ved primero -algo que os había prometido- si el apóstol Pablo compara a los herejes con aquellos magos. Tienen -dice- la apariencia de piedad, pero niegan su efecto. Evita también a estos. De ellos son los que penetran en las casas y se llevan cautivas a mujercillas cargadas de pecados, movidas por varios deseos, que siempre están aprendiendo pero nunca llegan a la ciencia de la verdad 88.En efecto, oyen siempre el testimonio acerca de la Iglesia católica y no quieren venir a ella. Están siempre aprendiendo 89, pues siempre están oyendo: en tu descendencia serán benditas todas las gentes 90; siempre están oyendo: Pídeme y te daré los pueblos como herencia tuya y los términos de la tierra como tu posesión 91; siempre están oyendo: Harán memoria y se volverán al Señor todos los confines de la tierra. Y lo adorarán en su presencia todas las familias de los pueblos 92; siempre están oyendo: Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los términos del orbe de la tierra 93. Están oyendo todo esto sin cesar, pero están siempre aprendiendo, aunque sin llegar nunca al conocimiento de la verdad 94. Ved ya lo que prometí, lo que el Apóstol añade a continuación: Como Jamnés y Mambrés se enfrentaron a Moisés, así se enfrentan a la verdad estos, hombres corrompidos de mente y réprobos respecto de la fe 95. ¿Y qué viene después? Pero no progresarán más. Con razón fracasan en la tercera señal; pero ya no progresan más. ¿Por qué no progresan? Pues la demencia de éstos quedará patente a todos, como quedó la de aquellos 96.Ved ya por qué fracasaron en la tercera señal. Recordad que los que se oponen a la unidad no tienen el Espíritu Santo. Se acepta que los tres primeros mandamientos del decálogo se refieren al amor de Dios, entendiendo que los otros siete se refieren al amor del prójimo, de modo que en las dos tablas de la ley y en los diez mandamientos se sustancian los dos mandamientos que resumen los demás: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza; y amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden la ley y los profetas 97. Refiramos entonces los tres primeros mandamientos al amor de Dios: ¿Cuáles son? El primero: No tendrás otros dioses fuera de mí 98, al que se opone la plaga del agua convertida en sangre 99; por lo cual el sumo Principio, el Creador, fue llevado a tomar la semejanza de la carne. El segundo mandamiento: No tomes el nombre del Señor tu Dios en vano 100 se refiere -a mi parecer-a la Palabra de Dios, que es el Hijo de Dios: Pues hay un solo Dios y un único Señor nuestro, Jesucristo, por quien son todas las cosas 101. En oposición a la Palabra aparecen las ranas 102. Advierte cómo las ranas se oponen a la Palabra, el estrépito a la razón, la vaciedad a la verdad. El tercer mandamiento, referido al sábado 103, pertenece al Espíritu Santo por razón de la santificación, que apareció por primera vez en el sábado, algo que os recomendé con cuanto entusiasmo pude. A ese mandamiento se opone la inquietud que se advierte en los mosquitos que nacen de la corrupción y se meten por los ojos 104, razón por la cual se dice que aquellos son hombres de espíritu corrompido. Por eso fracasaron en esta tercera señal quienes, por ser enemigos de la unidad, no poseen el Espíritu Santo. Esto lo realiza el Espíritu Santo como castigo, pues hace unas cosas como gracia y otras como castigo; unas cosas las hace llenando y otras abandonando. Finalmente para que, por la misma confesión de los magos del faraón, podamos reconocer con toda claridad, cómo fue llamado en el Evangelio el Espíritu de Dios, consideremos el nombre que recibió. Cuando los judíos injuriaron al Señor al decir: Este no arroja los demonios, sino en Belcebú, príncipe de los demonios 105, él les replicó: Si yo arrojo los demonios con el Espíritu de Dios, sin duda ha llegado a vosotros el reino de Dios 106. Otro evangelista narra eso mismo de esta manera: Si yo arrojo los demonios en el dedo de Dios 107. A lo que uno llama Espíritu de Dios, lo llama el otro dedo de Dios. Luego el Espíritu de Dios es el dedo de Dios. Por eso se dio la ley escrita por el dedo de Dios, ley dada en el monte Sinaí cincuenta días después de sacrificar el cordero 108. Celebrada la Pascua por el pueblo de los judíos, se cumplen cincuenta días después de la inmolación de la oveja y se otorga la ley, escrita por el dedo de Dios: se cumplen cincuenta días después de la muerte de Cristo y viene el Espíritu Santo 109, esto es, el dedo de Dios 110. Demos gracias a Dios, que oculta las cosas con providencia y las descubre con suavidad. Mirad cómo hasta los magos del faraón lo confiesan con toda evidencia. Al fracasar en la tercera señal dijeron: El dedo de Dios está aquí 111. Alabemos al Señor, dador del entendimiento, dador de la palabra. Si todo esto no estuviese envuelto en el misterio, nunca lo investigaríamos con esmero; y si no lo investigáramos con esmero, no lo encontraríamos con tanta satisfacción.