SERMÓN 2

Traductor: Pío de Luis, OSA

La prueba a que fue sometido Abrahán (Gn 22,1-19)

1. 1. La reciente lectura trae a nuestra memoria la celebérrima piedad de nuestro padre Abrahán 1. Es ciertamente tan extraordinaria que no cabe pensar que haya corazón tan desmemoriado en el que pueda borrarse alguna vez. Con todo, no sé cómo, siempre que se lee, toca el corazón de los oyentes como si estuviera aconteciendo en ese mismo momento. Grande fue su fe, grande su piedad, no sólo hacia Dios sino también hacia su hijo único, al que el padre no creyó que le produciría mal alguno cuanto acerca de él había ordenado quien lo creó. Porque Abrahán podía ser padre de su hijo, como obra de la carne, pero no su creador y hacedor, como expresión de poder. Y ciertamente, como dice el Apóstol, Isaac no le nació a Abrahán según lo habitual en la carne, sino de una promesa 2. No se niega que lo haya engendrado físicamente; se afirma que lo recibió cuando había perdido toda esperanza, y, de no haberse hecho presente Dios con su promesa, al ser él tan anciano, no hubiese osado esperar posteridad alguna de las entrañas de su anciana esposa. Pero creyó que le iba a nacer y no lo llora cuando va a morir. En el momento del sacrificio, Dios eligió su mano derecha para hacerlo morir; en el momento de la fe, eligió su corazón para que hacerlo nacer. Abrahán ni temió creer cuando recibía la promesa de un hijo, ni temió ofrecerlo cuando se le reclamaba; y, cuando creía, su piedad no se oponía a su sumisión cuando obedecía. Lo que digo es esto: «Abrahán no se dijo: Dios me ha hablado. Cuando me prometió un hijo creí que me iba a dar posteridad. ¿Y qué posteridad? Aquella de la que me dijo: En Isaac recibirá nombre tu descendencia 3. Y para que tal vez mi descendencia no recibiera nombre en Isaac, muriendo mi hijo antes que yo, dijo: en tu descendencia serán benditos todos los pueblos 4. En resumidas cuentas, quien, al hablarme, me prometió un hijo ¿es quién me exige que le dé muerte?». Él no se hizo problema alguno como si fuesen contrarias y opuestas entre sí las palabras de Dios que primero le prometía que le iba a nacer un hijo y que luego le ordenaba que se lo sacrificase; al contrario, mantuvo siempre una fe inconcusa en su corazón, sin desfallecimiento alguno. Pues Abrahán pensó que Dios que le otorgó que naciese de ellos, ancianos, el que no existía, podía también devolvérselo arrancándolo de la muerte. Dios había hecho ya algo mayor: después de haber perdido toda esperanza, había visto como le dio un hijo que no existía, algo imposible, si se contemplan los límites humanos. Así, pues, a la fe adjuntó su espíritu: creyó que nada es imposible para el Creador. Él que, conforme había creído, recibió al hijo, creyó después a Dios cuando le ordenaba (sacrificarlo). Ya había experimentado quién era Dios al recibir de él el hijo. Creyó cuando iba a recibir el hijo, creyó cuando iba a darle muerte. En ambas situaciones se mostró hombre de fe, en ninguna cruel. Efectivamente puso al hijo en el lugar destinado al sacrificio; proveyó de cuchillo la propia mano derecha. En vez de fijarte en quien hiere y en el herido, fíjate en quien lo ordena. Abrahán, pues, manifiesta piedad al obedecer; ¿qué manifiesta Dios al mandar? No sea que, tal vez, a los espíritus débiles, por no decir sacrílegos, les desagrade el que lo mandaba. Pero si agrada la obediencia, ¿cómo puede desagradar el mandato? Si Abrahán obró bien al obedecer, mucho mejor, mejor con diferencia, incomparablemente mejor obró Dios al mandar.

2. 2. Quizá haya que buscar una realidad oculta, pues Dios no lo mandaría en vano. ¿O hay que aceptar en su sentido puramente literal algo que, al leerlo, quizá convulsionó los corazones de algunos menos capaces de entenderlo? Dice: Dios puso a prueba a Abrahán 5. Entonces, ¿es Dios tan ignorante de la realidad o tan desconocedor del corazón humano que encuentra al hombre si lo somete a la prueba? En absoluto; (lo hace) para que el hombre se encuentre a sí mismo. Así, pues, hermanos, hay que resolver brevemente este problema con la mente puesta, en primer lugar, en aquellos que se oponen a la Ley antigua, a la Sagrada Escritura. Efectivamente, hay algunos que, cuando no entienden, prefieren enredar a investigar para entender y, en vez de hacerse humildes investigadores, se vuelven orgullosos y acusadores falaces. Hay que resolverlo, pues, con la mente puesta en los que quieren aceptar el evangelio y rechazar la Ley antigua; en los que piensan que pueden estar en la vía de Dios y caminar adecuadamente con un pie solo, puesto que no son letrados instruidos en el reino de Dios que extraen de su tesoro lo nuevo y lo viejo 6. Pensando en tales personas, hay que resolver, pues, el problema indicado, pues cabe que se hallen aquí presentes o, si no lo están, para que los demás tengan qué responderles. Les decimos: «Aceptáis el evangelio, no aceptáis la ley. Pero nosotros sostenemos que el dador misericordiosísimo del Evangelio y el legislador terrible son la misma persona que con la ley infundió temor y con el evangelio sanó a los convertidos a los que había atemorizado con la ley para que se convirtieran. El soberano promulgó la ley y fue repetidamente quebrantada. La ley que promulgó el soberano sólo sabía castigar los pecados; no quedaba, pues, sino que, para borrar los delitos, viniese con el perdón el mismo que había enviado delante la ley». Pero ¿qué dice el corazón extraviado, al afirmar que acepta el evangelio y que rechaza la ley? ¿Por qué la rechaza? Porque -dice- está escrito: Dios puso a prueba a Abrahán 7. ¿Y voy yo a adorar a un Dios que pone a prueba? -Adora al Cristo tienes en el evangelio. Él te lleva a entender la ley. Mas, como no pasaron a Cristo, permanecieron en el que ellos se imaginaron. Pues no adoran a Cristo tal como lo anuncia el evangelio, sino como ellos se lo imaginaron. En consecuencia, al velo de su natural estulticia, añaden otro: el de su descaminado parecer. Y con ese doble velo ¿cuándo podrá ver lo que resplandece en el evangelio? 3. Si te desagrada Dios porque pone a prueba, ha de desagradarte también Cristo que hace eso mismo. Pero, si te agrada Cristo que pone a prueba, ha de agradarte Dios que hace eso mismo. Pues Cristo es también hijo de Dios, Dios él mismo, y con el Padre un único Dios. ¿Dónde, pues, leemos que Cristo pusiese a alguien a prueba? Es el evangelio el que habla. Dice a Felipe: ¿Dónde vamos a comprar panes para que coman estos8. Y continúa el evangelista: Esto lo decía para ponerlo a prueba, pues él sabía lo que iba a hacer 9. Dirige ahora tu mente a Dios que pone a prueba a Abrahán. Esto mismo decía también Dios cuando ponía a prueba a Abrahán, pues él sabía lo que iba a hacer. Se reconoce a Cristo poniendo a prueba, se reconoce a Dios poniendo a prueba: corríjase el hereje que pone a prueba. Pues el hereje no pone a prueba del mismo modo que Dios: Dios pone a prueba para abrirse al hombre; el hereje pone a prueba para cerrarse a Dios.

3. Sepa, por tanto, vuestra caridad, que Dios no pone a prueba para saber algo que antes desconociera, sino para que, poniendo él mismo a prueba, es decir, interrogando, se manifieste lo que hay oculto en el hombre. Pues el hombre no se conoce a sí mismo como le conoce el creador, ni el conocimiento que el enfermo tiene de sí es superior al que de él que tiene el médico. Enferma una persona; es ella la que sufre, no el médico, pero la que padece desea escuchar al que no padece. Por eso en el salmo grita un hombre: Límpiame, Señor, de lo que se me oculta 10. En efecto, hay en el hombre realidades ocultas a aquel en quien están, y no aparecen, ni se descubren ni se da con ellas si no es en las pruebas. Si Dios deja de poner a prueba, cesa de enseñar como maestro. Dios pone a prueba para enseñar, el diablo para engañar. Pero si el tentado no le da lugar, la prueba es rechazada en cuanto vana e irrisoria. Por eso dice el Apóstol: No deis ocasión al diablo 11. Los hombres dan ocasión al diablo a través de sus apetencias. Porque los hombres no ven al diablo con el que luchan, pero tienen un remedio fácil: vencerse dentro a sí mismos, y de esa manera triunfan fuera sobre el diablo. ¿Por qué decimos eso? Porque el hombre ignora lo que es, a no ser que la prueba le lleve a conocerse. Y cuando se haya conocido, no sea negligente. Y si lo era cuando no se conocía, no lo sea cuando ya se conoce.

4. ¿Qué decimos, entonces, hermanos? Si Abrahán se conocía, nosotros no le conocíamos. Tenía que revelarse, o para sí o, en todo caso, para nosotros; para sí, con el fin de saber por qué motivo había de dar gracias; para nosotros, con el fin de saber qué tenemos que pedir a Dios o qué tenemos que imitar en el hombre. 4. ¿Qué nos enseña Abrahán? Para decirlo en pocas palabras: que no antepongamos lo que nos da Dios a Dios mismo. De momento, (atengámonos) al sentido literal, antes de considerar la realidad encubierta, esto es, lo que se oculta en el hecho misterioso de que a Abrahán se le ordenase dar muerte a su hijo único. Por tanto, no antepongas a Dios que te lo otorgó ni aún aquello que te otorga como algo extraordinario; y si él te lo quisiera quitar, no lo desestimes, porque a Dios hay que amarlo gratuitamente. ¿Qué premio recibirás de Dios más dulce que Dios mismo?

5. Así, pues, una vez que Abrahán cumplió con la obediencia religiosa, escuchó de Dios: Ahora sé que temes a Dios 12. Palabras que hay que entender en el sentido de que Dios hizo que Abrahán se conociera. Como cuando habla el profeta -estoy hablando a cristianos, o a alumnos que progresan en la escuela de Dios; no es ninguna extravagante novedad lo que digo, sino algo muy frecuente y conocido por vuestra santidad y por mí-; cuando habla el profeta, ¿qué decimos? «Dijo Dios», decimos abiertamente. Decimos también: «Dijo el profeta». Y en ambos casos hablamos correctamente y ambas fórmulas están autorizadas. También los apóstoles entendieron de ese modo a los profetas , al escribir Dijo Dios 13 en un lugar, y en otro: Dijo Isaías 14. Ambas fórmulas son verdaderas, pues las hallamos en las Escrituras. Resuélvame el cristiano el problema que le he propuesto y se habrá resuelto para sí el que antes le planteé. ¿Cómo? Porque lo que dice el hombre por un don de Dios, lo dice Dios, según el texto: no sois vosotros los que habláis 15, etc. Y en otro lugar: yo Pablo soy quien os habla 16; y asimismo: Cristo que habla en mí 17. 5. Aplicad, pues, hermanos, esta regla a lo que antes os parecía tortuoso y será recto.

6. Mirémosle, pues, todos a él para que apaciente nuestras almas hambrientas él que, por causa nuestra, sintió hambre; él que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza 18. Muy oportunamente le hemos cantado hace poco: Todas las cosas esperan de ti que les des la comida en el momento adecuado 19. Si todas las cosas, todos; si todos, también nosotros. En efecto, si en este sermón os he de dar algo bueno no seré yo quien os lo dé, sino aquel de quien recibimos todos, porque todos tenemos nuestra esperanza en él. Es el momento adecuado; dé; pero hagamos lo que mandó, para que nos dé; es decir, esperémoslo de él, contemplémosle con el corazón. Como ponéis los ojos y los oídos del cuerpo en mí, poned los ojos y oídos del corazón en él. Y abriendo el oído del corazón, oíd una gran acción cargada de misterio. Ciertamente todas las acciones cargadas de significado contenidas en las divinas Escrituras son grandes y divinas; pero son las más notables y las más importantes los que reclaman mayormente nuestra atención y los que, por encima de cualesquiera otras, levantan a los caídos, sacian a los hambrientos; hambrientos que no se sacian para sentir hastío, sino para que tenga lugar la saciedad sin hartazgo, que elimina la necesidad sin provocar repulsa. ¿A quién no impresionará que mande inmolar al hijo único el que lo prometió? Y es sobre todo la realidad histórica, tal como la hemos escuchado, la que despierta la atención de la mente para reclamar que se exponga su significado.

6. 7. Pero, ante todo, hermanos, en cuanto puedo, os amonesto en nombre del Señor y os mando esto: cuando oís la exposición del significado oculto de una acción de la Escritura que narra una realidad histórica, antes que nada creed que tuvo lugar conforme a lo leído, no sea que, eliminada la base histórica, queráis edificar como en el aire. Abrahán, nuestro padre 20, era un hombre fiel de aquellos tiempos, creyente en Dios, justificado por la fe, como lo afirma la Escritura, la antigua y la nueva 21. Recibió un hijo de su esposa Sara cuando ambos eran ya ancianos, dejando atrás toda su desesperanza, pero en el plano humano. ¿Hay algo que no quepa esperar de Dios, para quien nada es difícil; Dios que hace lo grande igual que lo pequeño, que resucita a los muertos como crea a los vivos? Si un artista pinta un ratón con el mismo arte con que pinta un elefante -las obras son diferentes, pero el arte es uno solo-, ¡cuánto más Dios que dijo y se hizo, lo mandó y fue creado22. ¿Qué es difícil de hacer para quien lo hace con la palabra? Con la facilidad con que creó a los ángeles más allá de los cielos, con esa misma facilidad creo los astros luminosos en los cielos, los peces en el mar, los árboles v animales en la tierra, las cosas grandes y las cosas pequeñas. Y si fue facilísimo para él hacer de la nada todas las cosas, ¿nos causará asombro que diera un hijo a unos ancianos? Así, pues, con tales varones o personas contaba Dios y en aquel tiempo los había hecho pregoneros de su hijo que iba a venir con el fin de que no sólo en lo que decían sino también en lo que hacían o incluso en lo que les acontecía se busque a Cristo y a Cristo se encuentre. Todo lo que la Escritura dice acerca de Abrahán aconteció efectivamente y fue profecía, como dice el Apóstol en cierto lugar: Está escrito que Abrahán tuvo dos hijos; uno de la esclava y otro de la libre, en lo que hay una alegoría 23. Estas mujeres son, pues, dos testamentos 24.

8. Por tanto, no pecamos de imprudentes al decir que Isaac le nació a Abrahán y que significó algo. Lo mismo vale para estos otros hechos: habiéndosele mandado inmolar al hijo, Abrahán obedece a Dios, lleva al hijo al lugar, llega en tres días, despide a sus dos siervos con la montura, se encamina personalmente a donde Dios le había mandado, dispone la leña encima del altar y sube al hijo encima de la leña. Antes de llegar al lugar del sacrificio, el hijo lleva el madero en que va a ser elevado. Luego, ya a punto de ser sacrificado, suena una voz, (ordenando) que se le exima de la muerte y, sin que falte ni el sacrificio ni la efusión de sangre, se da marcha atrás. Aparece un carnero enredado por los cuernos en una zarza, se le inmola y tiene lugar el sacrificio 25. Cumplido éste, se dice a Abrahán: Hago tu descendencia como las estrellas del cielo y la arena del mar. Y tu descendencia poseerá las ciudades enemigas. Y serán benditos en tu linaje todos los pueblos de la tierra, porque escuchaste mi voz 26. Considera, pues, cuándo aconteció y cuándo se conmemora ese hecho. Cuando aquel Carnero dice: traspasaron mis manos y mis pies, etc. 27. Cuando se llevó a cabo el sacrificio mencionado en el salmo, entonces se dijo en el mismo salmo: Harán memoria y se volverán al Señor todos los confines de la tierra. Y lo adorarán en su presencia todas las familias de los pueblos, porque suyo es el reino y él dominará a los pueblos 28. Al decir harán memoria, se anunció de antemano en algún momento lo que ya advertimos que está sucediendo.

9. Veamos, pues, cómo se cumplió, y en quiénes se cumplió, y con qué previo sacrificio se cumplió la promesa hecha a Abrahán: En tu descendencia serán benditos todos los pueblos 29. Dichosos los pueblos que no oyeron estas palabras pero, al leerlas ahora, creyeron lo que creyó el que las oyó. Pues creyó Abrahán a Dios y se le reputó como justicia, y fue llamado amigo de Dios 30. El que creyera a Dios quedó en su corazón, en la sola fe. En cambio, el que llevara a su hijo para inmolarlo, el que sin temor armara el propio brazo, el que lo hubiese herido si no le hubiera detenido la voz, indica una gran fe, pero es también una gran obra. Y esa misma obra alabó Dios al decir: Porque escuchaste mi voz 31. ¿Por qué, entonces, dice entonces el Apóstol: Pensamos que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley 32, y en otro lugar: y la fe que obra por la caridad 33? ¿Cómo se combina que la fe obra por la caridad y que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley? ¿Cómo? Prestad atención, hermanos. Cierta persona cree, recibe los sacramentos de la fe en el lecho y muere; le ha faltado tiempo para obrar. ¿Qué diremos? ¿Que no quedó justificado? Abiertamente afirmamos que fue justificado, al creer en aquel que justifica al impío 34. Así, pues, esa persona fue justificada sin haber realizado obras, y se cumple la sentencia del Apóstol que dice: Creemos que el hombre se justifica por la fe sin las obras de la ley 35. El bandido que fue crucificado con el Señor 36 creyó en el corazón para la justicia, con la boca confesó para la salvación 37. Porque la fe que obra por la caridad, aunque no tenga en qué ejercitarse externamente, se mantiene ferviente en el corazón. Pues se hallaban en la ley algunos que se gloriaban de las obras de la ley, que quizá realizaban no por amor sino por temor, y querían ser considerados como justos y ser preferidos a los gentiles, que no habían realizado las obras de la ley. Mas el Apóstol, al anunciar la fe a los gentiles, veía que los que tenían acceso al Señor recibían la justificación por la fe, de modo que los que ya habían creído obraban correctamente, sin que hubiesen merecido creer por haber obrado bien. Por eso, lleno de seguridad exclamó y dijo: Pues el hombre puede ser justificado por la fe sin las obras 38. De este modo no eran más justos aquellos que hacían lo que hacían por temor, puesto que la fe obra por la caridad en el corazón, aunque no se manifieste al exterior con las obras.