LA PIEDAD CON LOS DIFUNTOS,AL OBISPO PAULINO

Traducción: Teodoro C. Madrid, OAR

Testimonio del mismo Agustín en el libro de las «Retractaciones» ii, 64 (91)

Escribí un libro, Piedad can los difuntos, cuando fui consultado por carta si es útil a alguno después de su muerte el que su cuerpo esté enterrado junto a la memoria de un santo.

Este libro comienza así: «Hace algún tiempo que a tu santidad, venerando coepíscopo Paulino...» Diu Sanctitati tuae, coepiscope venerande Pauline.

PREÁMBULO

Respuesta de San Agustín a la consulta de San Paulino de Nola sobre la utilidad real de los enterramientos junto a los mártires y confesores

1 1. Hace algún tiempo que estoy debiendo carta a vuestra santidad, venerable Paulino, hermano en el episcopado, desde que me escribiste por medio de los emisarios de nuestra religiosísima hija Flora, preguntándome si es provechoso a un difunto sepultar su cuerpo junto a la memoria de algún santo. Esta misma cuestión te la había propuesto la recordada viuda a propósito de su hijo, que había fallecido en ese lugar; y tú le habías respondido para consolarla lo que cualquier madre habría deseado con afecto maternal y piadoso, esto es: conseguir que el cuerpo de su hijo, el joven cristiano Cinegio, fuera sepultado en la basílica del bienaventurado confesor de la fe, Félix.

Con esta ocasión, y aprovechando los mismos portadores de tu respuesta, me escribes también a mí, consultándome, para que te dé mi parecer sin ocultar tú mismo el tuyo. Porque opinas que no es inútil el cuidado de las almas piadosas y cristianas que se preocupan de todo esto en favor de sus difuntos. Además añades que no se puede olvidar que la Iglesia universal ha tenido la santa costumbre de pedir por los difuntos. De donde se puede concluir que es provechoso al hombre, después de su muerte, proveer por amor a los suyos de un lugar de sepultura donde se vea de este modo la protección deseada de los santos.

PRIMERA PARTE

Utilidad de la sepultura

Sección primera

Motivos sobrenaturales

Primera cuestión: Los sufragios son provechosos a los que han vivido bien

2. Si eso es así, advierte que no ves con claridad cómo puede conciliarse tal opinión con aquello que dice el Apóstol: que todos compareceremos ante el tribunal de Cristo para que cada uno reciba el premio o el castigo según lo que haya hecho por medio del cuerpo1. Porque esta sentencia del Apóstol advierte que hay que hacer antes de la muerte aquello que pueda ser provechoso después. Sin embargo, la cuestión se resuelve así: que hay que ejercitarse, mientras se vive en este mundo, con tal género de vida que permita adquirir méritos que capaciten luego a los difuntos; y por ese medio, según los sufragios que han procurado a través del cuerpo, sean socorridos después religiosamente en proporción a lo que hicieron por los demás. Pero hay difuntos a quienes no les sirve de nada todo esto, sea porque se aplican por aquellos cuyos méritos son tan malos que no son dignos de ser ayudados, o sea también porque se aplican por quienes tienen unos méritos tan buenos que ya no necesitan de tales sufragios. Así pues, según la forma de vida que cada uno ha llevado por medio del cuerpo, sucede que, cuando muere el cuerpo, le aprovechan o no los sufragios que se ofrecen piadosamente por él. Porque, si no se ha adquirido mérito alguno en esta vida por el que aprovechan los sufragios, es inútil que se busquen después. De este modo, ni la Iglesia ni la piedad de los fieles derrochan en vano por los difuntos cuanto les puede inspirar el celo de la religión. Y, no obstante, cada uno recibe según lo que obró por medio de su cuerpo, lo bueno o lo malo porque el Señor da a cada uno según sus obras2. Para que pueda serle provechoso después de su muerte lo que se le aplica, es necesario que haya adquirido el mérito durante la vida que llevó en su cuerpo.

La oración de la Iglesia

3. Podría ser suficiente para tu pregunta esta breve respuesta mía. Pero, porque se sugieren otras cuestiones, a las que creo debo responder, atiende un momento. Leemos en los libros de los Macabeos que fue ofrecido un sacrificio por los difuntos3. Y, a pesar de que en ningún otro sitio del Antiguo Testamento se lee esto, no es poca la autoridad de la Iglesia universal que se refleja en esta costumbre, cuando, en las oraciones que el sacerdote ofrece al Señor, nuestro Dios, sobre el altar, tiene su momento especial la conmemoración de los difuntos

Exposición: Los funerales no suponen nada para los difuntos; y lo mismo si se les deja insepultos

2 Se puede investigar con interés si aprovecha algo al alma del difunto el lugar de la sepultura de su cuerpo. En primer lugar, si eso influye algo para causar o aumentar la pena a las almas de los hombres, después de esta vida, no según la opinión popular, sino más bien a la luz de las Escrituras de nuestra religión, cuando sus cuerpos han quedado insepultos. En efecto, no hay por qué creer, como se lee en Virgilio, que los hombres privados de sepultura no pueden navegar ni atravesar el río del infierno, a saber: «No pueden alcanzar las orillas del horror ni vadear los cavernosos caudales antes de que sus huesos encuentren el lugar de su reposo». ¿Quién va a orientar su corazón cristiano con tales ficciones poéticas y fabulosas, cuando el Señor Jesús, para que los cristianos, que han caído en manos de los enemigos y tienen sus cuerpos en su poder, mueran seguros, afirma que ni un solo cabello de su cabeza perecerá, animando a no temer a aquellos que, después de matar el cuerpo, no pueden hacer nada más? De todo esto he hablado ya bastante, según creo, en el libro primero de La Ciudad de Dios4 para tapar la boca a los paganos, que al inculpar a los tiempos cristianos la devastación de los bárbaros, que ha padecido recientemente sobre todo Roma, objetan también que el mismo Cristo no ha socorrido a los suyos en tales circunstancias.

Y como les respondí que El había recogido las almas de los fieles según los méritos de su fe, entonces insultan a propósito de los cadáveres sin sepultura. Todo esto acerca de la sepultura lo he explicado con las siguientes palabras:

4. Tal era el montón de cadáveres -objetan-, que ni sepultarlos pudieron. Pues bien, tampoco a esto le tiene demasiado miedo una fe auténtica. Los servidores de Cristo recuerdan lo que fue anunciado, que ni siquiera las bestias devoradoras serán obstáculo a la resurrección de los cuerpos: no se perderá un cabello de su cabeza. De ningún modo hubiera dicho la Verdad: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y no pueden matar el alma5, si fuera obstáculo para la vida futura lo que se les antojase hacer con sus cuerpos a los enemigos de los caídos. No se empeñará ningún insensato en sostener: «Antes de morir no debemos tener miedo a quienes matan el cuerpo, pero sí el que impiden la sepultura del cadáver». En ese caso sería falso lo que dice Cristo: Los que matan el cuerpo, y luego ya no tienen más que hacer6, si pudieran hacer algo tan importante con el cadáver. ¡Lejos de nosotros dudar de lo afirmado por la Verdad! Dijo, en efecto, que algún daño sí causaban al matar, dado que el cuerpo tiene sensaciones en ese instante. Después ya no tienen nada que hacer: el cadáver está totalmente insensible.

A muchos cuerpos de cristianos no se les dio tierra, es verdad. Pero a nadie han logrado expulsar de los espacios del cielo y de la tierra, llenos como están de la presencia de Aquel que conoce de dónde hará surgir, por la resurrección, lo que El mismo creó. Cierto que se dice en el salmo: Echaron los cadáveres de tus siervos en pasto a las aves del cielo, y la carne de tus fieles a las fieras de la tierra. Derramaron su sangre como agua en torno a Jerusalén, y nadie la enterraba7. Pero estos términos son más para resaltar la crueldad de los autores que el infortunio de las víctimas. Porque, aunque estos horrores parezcan duros y crueles a los ojos humanos, sin embargo, preciosa es a los ojos de Dios la muerte de sus fieles8.

Por consiguiente, todo lo tocante a las honras fúnebres, a la calidad de la sepultura o a la solemnidad del entierro, constituye más un consuelo de los vivos que un alivio de los difuntos. Si al hombre sin religión le sirve de provecho una costosa sepultura, al piadoso le sería una desventaja la ordinaria, o el no tener ninguna. Brillantes funerales a los ojos humanos le brindó la muchedumbre de sus servidores al famoso rico purpurado. Pero mucho más deslumbrantes ante el Señor le ofreció al pobrecillo ulceroso el ejército de los ángeles, quienes no lo colocaron en un alto y marmóreo túmulo, sino que lo depositaron en el regazo de Abrahán9.

De todo esto se burlan aquellos contra quienes he emprendido la apología de la ciudad de Dios. Sin embargo, también sus filósofos han mostrado desprecio por el cuidado de su sepultura. Y hasta ejércitos enteros, al entregar su vida por la patria terrena, no se preocupaban del lugar de su reposo, ni por qué fieras habían de ser devorados. Bien han podido decir algunos poetas con aplausos de sus lectores: «A quien le falta urna, el cielo le sirva de cobertura». ¡Tanto menos deben zaherir a los cristianos por los cadáveres insepultos cuanto que la restauración de su carne y de todos sus miembros está prometida no solamente a partir de la tierra, sino desde el seno más secreto de los demás elementos en que se hayan podido convertir los cadáveres al disiparse! En un instante volverán a su integridad10.

Segunda cuestión: Por qué es laudable la obra de misericordia: enterrar a los muertos

3 5. De lo dicho no se deduce que hayamos de menospreciar y abandonar los cuerpos de los difuntos, sobre todo los de los santos y los creyentes, de quienes se sirvió el Espíritu Santo como de instrumentos y receptáculos de toda clase de buenas obras. Si las vestiduras del padre y de la madre, o su anillo y recuerdos personales, son tanto más queridos para los descendientes cuanto mayor fue el cariño hacia ellos, en absoluto se debe menospreciar el cuerpo con el cual hemos tenido mucha más familiaridad e intimidad que con cualquier vestido. Es el cuerpo algo más que un simple adorno o un instrumento: forma parte de la misma naturaleza del hombre. De aquí que los entierros de los antiguos justos se cuidaran como un deber de piedad; se les celebraban funerales y se les proporcionaba sepultura. Ellos mismos en vida dieron disposiciones a sus hijos acerca del sepelio o el traslado de sus cuerpos11. Se prodigan elogios a Tobías, que por enterrar a los muertos, según el testimonio de un ángel, alcanzó merecimientos ante Dios12. Y el Señor en persona, que había de resucitar al tercer día, elogia como buena la acción de aquella piadosa mujer, y quiere que sea divulgada como tal: el haber derramado el exquisito perfume sobre sus miembros con vistas a la sepultura13. Con elogio se cita en el Evangelio a quienes pusieron delicadeza en bajarlo de la cruz, lo envolvieron respetuosamente y lo colocaron en el sepulcro14.

Todos estos textos, sin embargo, tan autorizados, no nos quieren insinuar que exista sensación alguna en los cadáveres. Más bien nos indican que la divina Providencia se interesa también por los cuerpos de los difuntos y que se complace en todos estos deberes de piedad para con ellos, porque van reafirmando nuestra fe en la resurrección. Aquí se nos da también otra saludable lección sobre la gran recompensa que nos aguarda por las limosnas ofrecidas a quienes tienen vida y sensibilidad, puesto que ante Dios no caerán en el vacío las delicadezas derrochadas en nuestras obligaciones con los miembros ya sin vida de los humanos.

Otras disposiciones hay también de los santos patriarcas, conscientemente pronunciadas como portadoras de un contenido profético, acerca de la sepultura o traslado de sus cuerpos15, pero no es este el lugar adecuado para tratarlo. Es suficiente con lo expuesto.

En lo referente a los bienes indispensables de los vivos, como puede ser el alimento y el vestido, si bien es cierto que su falta les causa una grave molestia, así y todo no les hace a los buenos rendirse en su fortaleza ante el sufrimiento, ni les arranca de raíz su religiosidad, sino que la vuelve más fecunda por más experimentada. ¡Cuánto menos han de sentirse desgraciados estos justos si les llegan a faltar los cuidados que se suelen emplear en los funerales y en el entierro de los cuerpos difuntos, estando ya ellos en la paz de las escondidas moradas de los santos! Por eso, cuando en el saqueo de Roma, o de cualquier otra ciudad, les han faltado a los cadáveres de los cristianos estas atenciones, ni fue culpa de los vivos, que no podían hacerlo, ni constituyó una desgracia para los difuntos, que no podían sentirlo.

Tercera cuestión: Qué provecho puede traer la sepultura en lugar sagrado junto a un mártir

4 6. Siendo esto una gran verdad, el elegir junto a las Memorias de los santos un lugar destinado a sepultar los cuerpos es también propio del buen sentimiento humano respecto a los funerales de los suyos. Porque si cualquier religión está presente cuando son sepultados, no puede no estar presente cuando se trata del lugar de la sepultura. Sin embargo, aun cuando los vivos encuentran tales consuelos al manifestar su piedad para con los suyos, no veo dónde estén los sufragios de los difuntos; a no ser que, al recordar dónde han sepultado los cuerpos de sus seres queridos, los encomienden con oraciones a los mismos santos, para que los ayuden como intercesores ante el Señor. Lo cual pueden hacer ciertamente aunque no puedan sepultarlos en lugares santos. Y se llaman Memorias o Monumentos aquellos sepulcros que han llegado a ser insignes, no por otra causa sino porque traen a la memoria a aquellos que ya no sirven, para que el olvido tampoco los aparte de los corazones; y, al advertirlo, hacen que sean recordados. La palabra «Memorias» lo expresa también clarísimamente; y se llama «Monumento» porque amonesta a la mente, esto es, advierte. Los griegos llaman mnemeion a lo que nosotros latinos llamamos Memoria o Monumento, porque en su idioma se dice mnéme a la misma memoria por la que nosotros recordamos. Por tanto, cuando el alma recuerda el lugar donde ha sido sepultado el cuerpo de un ser muy querido, y este lugar coincide con el nombre de un mártir venerable, el afecto del que recuerda y reza encomienda al mismo mártir el ser querido. No hay duda de que el afecto que los fieles manifiestan para con sus difuntos más queridos aprovecha a aquellos que, viviendo aún, han merecido que todo les beneficie después de esta vida. Y cuando por alguna necesidad no sea posible sepultar los cuerpos, o sepultarlos en lugares santos, nunca hay que omitir los sufragios por sus almas. La Iglesia lo hace por todos los difuntos en la asamblea cristiana y católica, aun callando sus nombres, con una conmemoración general, de tal modo que, cuando los padres, los hijos, los parientes o amigos descuidan este deber, la única piadosa madre común los tiene presentes supliendo a todos. Pero, si faltan estos sufragios, que se hacen con fe recta y verdadera piedad por los difuntos, creo que no sería de ningún provecho para sus almas que los cuerpos sin vida estén enterrados en los lugares santos.

Cuarta cuestión: Qué añade un lugar santo a la sepultura

5 7. Por tanto, cuando la madre cristiana, de la que me has hablado, ha deseado que el cuerpo de su hijo cristiano difunto sea sepultado en la basílica de un mártir, si ella ha creído que su alma es ayudada por los méritos del mártir, esta fe ya es una súplica, y le ha sido útil si algo le ha aprovechado. Y cuando con el pensamiento acude al sepulcro, y pide por su hijo insistentemente, lo que ayuda al alma del difunto no es el lugar del cuerpo muerto, sino el afecto materno revivido por el recuerdo del lugar. Porque tanto el encomendado como aquel a quien se encomienda no están a la vez infructuosamente en la memoria del que reza. Efectivamente, los que rezan hacen con su cuerpo lo que conviene a la oración: se arrodillan, extienden las manos o se postran en el suelo; y si hacen algún otro gesto visiblemente, aunque Dios conoce su voluntad invisible y la intención de su corazón, y no tiene necesidad alguna de estos indicios externos para que esté presente ante El la conciencia humana, sin embargo, el hombre se estimula de este modo a orar y a gemir con más humildad y fervor. Y no sé cómo, cuando esos gestos del cuerpo no pueden hacerse sino con un movimiento interior del alma, el movimiento interior invisible que los ha hecho se aumenta con los mismos gestos exteriorizados de nuevo visiblemente; y, por lo mismo, el afecto del corazón, que ha precedido para que se hagan, crece, porque han sido hechos. No obstante, cuando alguno está impedido, o no puede hacer esto con sus miembros, no por eso deja de orar el hombre interior, y se postra ante los ojos de Dios en la intimidad más secreta, donde se arrepiente. Igualmente, cuando alguno se interesa con tesón dónde va a ser enterrado el cuerpo de su difunto, ese reza también por su alma, porque el afecto primero elige el lugar santo, tanto cuanto ese lugar santo, al recordarlo, una vez sepultado el cuerpo allí, renueva y aumenta más aquel afecto. Y aun cuando no pueda inhumar al ser querido donde el alma religiosa prefería, no debe por eso omitir los sufragios necesarios en la oración por los difuntos. Porque, dondequiera que esté o no esté enterrado el cuerpo de un difunto, ha de procurarse para el alma el eterno descanso. Ya que, cuando sale del cuerpo, se lleva consigo la conciencia de lo que puede importarle a cada uno, según haya sido en lo bueno y en lo malo. Ni ha de esperar en la vida futura ser ayudado por aquel cuerpo al que ella misma daba la vida que le quitó al salir de él, y que le va a restituir al volver, porque no es la carne la que adquiere para el espíritu, sino que es el espíritu el que adquiere para la carne hasta el mérito de la misma resurrección, cuando la haga revivir para la pena o para la gloria.

Conclusión: Importa poco el lugar o sepultura para la vida eterna

6 8. Leemos en la Historia Eclesiástica que Eusebio escribió en griego, y Rufino tradujo al latín, que en las Galias los cuerpos de los mártires eran arrojados a los perros, y que las sobras de los perros y los huesos de los difuntos eran quemados hasta su total consunción, y las mismas cenizas eran arrojadas después al río Ródano, para que no quedara nada de su recuerdo. Hay que creer que esto lo permitió Dios para que los cristianos, cuando desprecian esta vida por confesar a Cristo, aprendiesen a despreciar mucho más su sepultura. Porque lo que se hizo con refinada crueldad en los cuerpos de los mártires, ciertamente que Dios no lo hubiese permitido si perjudicara en algo que sus almas victoriosísimas descansasen menos felizmente. En realidad, está claro que no por otra cosa dijo el Señor: No temáis a los que matan el cuerpo, y después no pueden hacer más16, porque no iba a permitirles hacer algo sobre los cuerpos de sus difuntos, sino porque cuanto les permitiese hacer no podía disminuir en nada la felicidad cristiana de los difuntos, ni llegar a atentar en nada la conciencia de los que viven después de la muerte, ni perjudicar en nada a los mismos cuerpos para que no resuciten totalmente íntegros.

Sección segunda

Motivos naturales: la piedad con los difuntos se apoya en el amor natural a nuestra propia carne

Cuestión fundamental: La naturaleza misma pide respeto y piedad para con los difuntos

7 9. Por aquel afecto humano por el que nadie odia jamás su propia carne17, cuando los hombres llegan a saber que, después de su muerte, va a faltar a sus cuerpos algo de lo que entre su gente y patria reclama la solemnidad de cualquier sepultura, se entristecen como hombres, y temen, antes de morir, para sus cuerpos una suerte que no les conviene después de muertos. Así se lee en el libro de los Reyes que Dios amenaza por medio de un profeta a otro profeta, que había desobedecido su palabra con que su cadáver no sería colocado en el sepulcro de sus padres. Así lo dice la Escritura: Esto dice el Señor, porque has despreciado la palabra del Señor, y no has guardado el precepto que te mandé de no comer pan ni beber agua, tu cadáver no será enterrado en el sepulcro de tus padres18. En cuánto hemos de estimar este castigo, pensemos que, según el Evangelio, no se ha de llamar castigo, cuando sabemos que después de muerto el cuerpo no hay que temer que los miembros sufran nada sin el alma. Sin embargo, considerando el afecto humano hacia la propia carne, pudo el profeta atemorizarse y contristarse, estando vivo, por lo que no había de sentir, cuando estuviese muerto. Y éste era el castigo que le dolía en el alma por lo que habría de pasarle a su cuerpo, aunque no le doliera ya cuando se cumpliese. Hasta este punto quiso el Señor castigar a su siervo, que había despreciado cumplir su precepto, no por contumacia propia, sino porque, engañándole la falacia ajena, se creyó que obedecía, cuando no obedeció. Ni hay que pensar que fue muerto por la fiera para arrebatar su alma al suplicio del infierno, puesto que el mismo león, que lo había matado, veló su cuerpo, dejando ileso también al jumento que lo llevaba, y que asistía junto a aquella fiera salvaje con intrépida presencia al funeral de su amo.

En este signo prodigioso está claro que el hombre de Dios fue corregido temporalmente hasta con la muerte, más bien que castigado después de la muerte. A este propósito, el Apóstol, cuando ha recordado las enfermedades y las muertes de muchos por las ofensas de algunos, dice: Porque si nosotros mismos nos juzgásemos, no seríamos juzgados por el Señor. Pero cuando somos juzgados por el Señor, somos corregidos por El para no ser condenados con el mundo19. Pues el mismo que lo había engañado le dio sepultura con todos los honores en su propio sepulcro, y a su vez él procuró ser sepultado junto a sus huesos, esperando que, a su tiempo, pudiera perdonársele también a él en sus huesos, cuando, según la profecía de aquel hombre de Dios, Josías, rey de Judá, desenterró en aquella tierra los huesos de muchos muertos, y profanó con los mismos huesos los altares sacrílegos que habían sido levantados a los ídolos. Pero es cierto que perdonó a aquel sepulcro donde descansaba el profeta que había predicho eso hacía más de trescientos años, y por su causa tampoco fue violada la sepultura de aquel que lo había seducido20. En realidad, con aquel afecto con que nadie odia su propia carne, había provisto para su cadáver el que con la mentira había matado su propia alma. Así pues, por lo mismo que cualquiera ama naturalmente su propia carne, le sirvió de castigo a aquel profeta el saber que no descansaría en el sepulcro de sus padres, y al engañador de poner cuidado en salvar su huesos, si descansaba junto a aquel cuyo sepulcro nadie profanaría.

Exposición: Los mártires de Cristo vencieron también el afecto natural del cuidado de la sepultura

8 10. Los mártires de Cristo, luchando por la verdad, vencieron también este afecto natural. Y no tiene nada de extraño que ellos hayan despreciado lo que después de muertos no habían de sentir, cuando no pudieron ser vencidos por aquellos tormentos que sentían, estando vivos y sensibles. Claro que Dios, que no permitió al león tocar más el cuerpo del profeta que había matado y lo convirtió de victimador en guardián, claro que podía, repito, alejar de los cuerpos muertos de los suyos a los perros a quienes los arrojaban. Podía igualmente atemorizar de mil maneras la crueldad de los mismos hombres para que no tuviesen la osadía de quemar los cadáveres y esparcir sus cenizas. Pero es que no debió faltar tampoco esta prueba en la múltiple variedad de tribulaciones, para que la fortaleza de su confesión, que no cedía ante la ferocidad de la persecución por la vida del cuerpo, no se acobardase ante la privación de las honras públicas. Y, finalmente, era necesario que la fe en la resurrección no temiese la destrucción de sus cuerpos. En efecto, todo esto debió ser permitido para que los mártires, encendidos en la confesión de Cristo, después de esos ejemplos de tan grande horror, se hiciesen testigos también de la verdad, de la que habían aprendido que aquellos que mataban sus cuerpos no tenían ya nada más que hacer. Porque todo cuanto hiciesen a sus cuerpos muertos en nada les afectaba. Puesto que, en una carne que carece de toda vida, el que ha emigrado de allí ni podía sentir cosa alguna, ni perder nada de allí el que la ha creado. Pero, al hacer tales ultrajes con los cuerpos de los inmolados, cuando ya los mártires los habían soportado sin temor con gran fortaleza, había sin embargo un gran dolor entre los hermanos porque no tenían libertad alguna para cumplir en justicia con los funerales de los santos, ni las vigilias severas de los crueles guardianes permitían recoger ocultamente cosa alguna, como lo atestigua la misma historia. De este modo, cuando no podían hacer daño alguno a aquellos que habían sido muertos, ni el descuartizamiento de los miembros ni la calcinación de los huesos ni la dispersión de su cenizas, sin embargo, sí afligía una gran compasión a esos que no podían dar sepultura a ninguna de sus reliquias, porque de alguna manera sufrían ellos mismos por los que ya no sufrían en modo alguno; y donde ya no era posible sufrimiento alguno de aquéllos, estaba la compasión dolorosa de éstos.

Conclusión: La Escritura alaba la piedad para con los difuntos

9 11. Por esa compasión dolorosa, de que he hablado, son alabados y también bendecidos por el rey David aquellos que dieron sepultura a los huesos áridos de Saúl y de Jonatán21. ¿Y qué misericordia se da a los que nada sienten? ¿O, acaso, hay que volver a aquella opinión según la cual los insepultos no van a poder atravesar el río infernal? ¡Que eso esté lejos de la fe cristiana! De lo contrario, se ha obrado pésimamente con la ingente muchedumbre de mártires cuyos cuerpos no han podido ser sepultados, y la Verdad les ha dicho con engaño: No temáis a los que matan el cuerpo, y después no tienen más qué hacer22, si es que los perseguidores pudieron hacerles tan grandes males que les impidiesen llegar a los lugares deseados. Pero, porque esto es sin ninguna duda una falsedad evidente, ni perjudica en nada a los fieles la sepultura negada a sus cuerpos, ni aprovecha algo a los infieles cuando la sepultura es ostentosa. ¿Por qué, entonces, se dice de aquellos que sepultaron a Saúl y a su hijo, que hicieron misericordia, y son bendecidos por el rey piadoso? Porque impresionan bien a los corazones compasivos, cuando les duele en los cuerpos ajenos de los muertos todo aquello que, por el afecto con el que nadie odia jamás su propia carne, no quieren que suceda después de su muerte a sus propios cuerpos. Y eso que quieren que se les dé a ellos cuando ya no sean capaces de sentir, eso mismo procuran dárselo a los que ya son insensibles, cuando ellos mismos aún sienten.

SEGUNDA PARTE

Las apariciones de los difuntos

Sección primera

Los difuntos, cómo se aparecen a los vivos

Primera cuestión: ¿Qué hay que pensar de las apariciones durante el sueño?

10 12. Se habla de apariciones, que me parece que tienen gran interés en esta cuestión. En efecto, se dice que algunos difuntos se han aparecido a los vivos en sueños o de otro modo, y que han advertido dónde yacían sus cuerpos sin enterrar, mostrándoles además los lugares, que se desconocían, para que se les diese la sepultura que les faltaba. Responder que esas visiones son falsas parece ir descaradamente en contra de testimonios escritos de algunos fieles, y en contra del sentir de cuantos confirman que esas apariciones les han ocurrido a ellos. La verdadera respuesta es que no por eso se ha de pensar que los muertos sienten realmente todo eso, porque parece que lo dicen, indican o piden en sueños. En realidad, también los vivos se aparecen muchas veces a otros vivos mientras duermen, sin que sepan ellos mismos que se aparecen, y oyen lo que han soñado de aquellos que dicen que los han visto en sueños actuando o hablando de algo. Es decir, que si alguien me puede ver en sueños, indicándole algo que ha sucedido o también anunciándole algo que va a suceder, como eso yo lo ignoro en absoluto, y no sólo no me preocupa qué es lo que ha soñado él, sino si él está en vela cuando yo duermo, o si él duerme cuando yo estoy en vela, o si estamos despiertos o dormimos los dos a un mismo tiempo, cuando él ve el sueño en el que me ve a mí, ¿por qué extrañarse si los muertos, sin saber ni sentir nada, pueden sin embargo ser vistos en sueños por los vivos, y que les dicen algo que al despertar reconocen que es verdadero? Yo me inclino a creer que eso sucede por intervención de los ángeles, que con permisión u orden de Dios se aparecen en sueños para advertir algo sobre la sepultura de sus cuerpos, sin saber completamente de quiénes son esos cuerpos.

A veces son útiles tales apariciones, ya para consuelo de los vivos a quienes son queridos esos muertos cuyas imágenes ven en sueños, ya para recomendar a los hombres la humanidad de la sepultura, la cual, aunque no ayude a los difuntos, sin embargo, si se descuida, puede ser culpable de irreligiosidad.

A veces también incurren los hombres, debido a las falsas visiones, en errores graves que es justo que los padezcan. Por ejemplo, cuando alguno ve en sueños lo que se cuenta como una ficción poética que vio Eneas en los infiernos, y se le aparece la imagen de alguno insepulto, y le dice esas cosas como se dice que le habló Palinuro, y luego, cuando despierta, encuentra su cuerpo allí donde oyó, estando durmiendo, que yacía sin sepultar, para que, advertido y rogado, sepultase el cuerpo encontrado. Y, porque comprueba que eso es verdad, cree que hay que sepultar a los muertos para que sus almas pasen a los lugares de donde soñó que la ley infernal se lo prohibía a las almas de los insepultos. El que cree cosas como ésas, ¿no se aleja excesivamente del camino de la verdad?

Exposición: Ejemplos de visiones en sueños tanto de muertos como de vivos

11 13. Es tal la flaqueza humana que cuando alguno llega a ver a un muerto en sueños, ya cree que está viendo su misma alma; en cambio, cuando ve en sueños del mismo modo a un vivo, se cree sin dudar que no se le ha aparecido ni su alma ni su cuerpo, sino una imagen de ese hombre; ¡cómo, si no, pudiesen también aparecerse en sueños no las almas de los difuntos del mismo modo ignorantes, sino sus imágenes!

Por cierto, estando yo en Milán, oí que como un hombre exigiese el pago de una deuda, presentando el recibo del padre difunto, que ya había pagado sin saberlo el hijo, comenzó este hombre a contristarse muy seriamente, y a admirarse de cómo su padre, cuando hizo testamento al morir, no le hubiese dicho qué es lo que debía. Estando entonces muy angustiado por eso, su mismo padre se le apareció en sueños, y le indicó dónde estaba el resguardo del recibo por el que aquella deuda había sido liquidada. El joven lo encontró, y presentándolo, no solamente rechazó la calumnia de la falsa deuda, sino que también consiguió el recibo que el padre no había recibido cuando saldó la cuenta. Según esto, se cree que el alma del padre se preocupó por el hijo, y se llegó a él cuando dormía, enseñándole aquello que ignoraba para librarlo de una grave molestia.

Casi por el mismo tiempo oí lo siguiente, estando todavía en Milán: Eulogio, retórico de Cartago y discípulo mío en esa disciplina, él mismo me lo contó después que volví al África, cuando explicaba a sus discípulos los libros de Retórica de Cicerón, preparando la lección que iba a dar al día siguiente, se encontró con un pasaje oscuro. Como no alcanzaba a descifrarlo, todo preocupado, apenas pudo dormir, y aquella misma noche, cuando él estaba soñando, yo le expliqué aquello que él no entendía; pero por cierto que no fui yo, sino una imagen mía sin saberlo yo, que me ocupaba entonces en otra cosa y bien lejos, al otro lado del mar, o que estaba durmiendo y no tenía ni la más mínima preocupación de sus trabajos literarios.

Entonces, ¿cómo se producen semejantes revelaciones? Yo no lo sé. Pero, de cualquier modo que sucedan, ¿por qué no creemos que sucede del mismo modo cuando alguien ve en sueños a un muerto, igual que cuando ve en sueños a un vivo? Y, por cierto, quién, dónde y cuándo está viendo en sueños sus imágenes, ninguno de los dos lo sabe ni les preocupa.

Segunda cuestión: ¿Tienen la misma explicación las visiones de los que deliran?

12 14. Hay también visiones de los despiertos, que tienen los sentidos averiados, muy parecidas a los sueños, como es el caso de los frenéticos o el de los que están fuera de sí. Puesto que esos tales hablan consigo mismos como si hablasen con interlocutores realmente presentes, y, tanto si están como si no están, ven sus imágenes ya de vivos, ya de muertos. Pero, así como aquellos que viven no saben que son vistos por ellos y que hablan con ellos, porque ni están presentes ni participan en la conversación, sino que aquellos hombres sufren semejantes visiones imaginarias a causa de sus sentidos perturbados, del mismo modo aquellos que han salido ya de esta vida tampoco se les aparecen a esos hombres así predispuestos, como si estuviesen presentes, cuando están ausentes y del todo ignorantes de si alguien los ve imaginativamente.

Tercera cuestión: Las visiones en los letargos

15. Fenómenos semejantes suceden también cuando los hombres caen en un profundo letargo del cuerpo más completamente que si estuviesen dormidos, y están absortos con tales visiones, porque ven aparecer imágenes de vivos y de muertos con tal fuerza que, cuando vuelven en sus sentidos, dicen que han visto a algunos muertos, y creen que de verdad estuvieron con ellos. Sin caer en la cuenta los que lo oyen de que ellos han visto también de un modo parecido imágenes de personas vivas que estaban ausentes, y que no sabían nada.

Por ejemplo, un hombre llamado Curma, pobre curial del municipio de Tulio, próximo a Hipona, que era magistrado de aquel lugar y sencillo labrador, cayó enfermo, y, privado de los sentidos, estuvo acostado como muerto durante algunos días. Un levísimo soplo de nariz, que apenas se sentía al acercar la mano, era el pequeño indicio de que tenía vida, para no permitir que fuera enterrado exánime. No movía miembro alguno, ni tomaba alimento. Los ojos y los demás sentidos parecían insensibles, a pesar de cualquier clase de estímulo. Y, sin embargo, él veía como entre sueños muchas cosas que, por fin, después de muchos días, como despertando, contó lo que había visto. En primer lugar, apenas abrió los ojos, dijo: Que vaya alguno a la casa de Curma, el herrero, y que vea lo que allí sucede. Luego que se fue allí se encontró que había muerto en aquel mismo momento en que él había recuperado los sentidos y había vuelto casi de la muerte a la vida. Entonces manifestó a los atónitos asistentes que aquél había recibido orden de presentarse ante Dios a la hora en que él había sido vuelto a la vida. Y que él había oído en el lugar de donde él volvía que no era Curma el curial, sino Curma el herrero, el enviado al lugar de los muertos. Además, que en aquellas visiones, como sueños suyos, entre los difuntos que había visto que eran considerados según la diversidad de sus méritos, reconoció también a algunos que había conocido en vida. Y en verdad que yo apenas le hubiese dado crédito si él no hubiese visto entre aquéllos, como ensueños suyos, también a algunos que viven todavía, por ejemplo, algunos clérigos de su región, entre los cuales oyó allí a un sacerdote que sería bautizado por mí en Hipona, lo cual decía que también sucedió. El, pues, había visto a un presbítero, a clérigos y a mí mismo, ciertamente vivos aún, en aquella visión en la cual vio después también a los muertos.

¿Por qué no se va a creer que él ha visto a los muertos como nos ha visto a nosotros vivos, esto es, a unos y a otros ausentes, y sin saberlo? Es más, ¿que mediante esa visión él ha visto no a las mismas personas, sino a sus imágenes, lo mismo que las imágenes de los lugares? De hecho, él vio la propiedad donde ese presbítero vivía con sus clérigos, también vio Hipona, donde, por así decirlo, fue bautizado por mí. Pero de cierto que él no estaba presente en esos lugares, cuando él tenía la ilusión de que estaba allí. En efecto, él ignoraba lo que se estaba haciendo allí en aquel momento, lo cual lo habría sabido, sin duda, si hubiese estado allí realmente. Por tanto, esas visiones que se ven en tal estado no presentan la realidad de las cosas como son en sí, sino que se esbozan como una sombra y representación imaginaria de las cosas.

Finalmente, después de las muchas visiones que él vio, contó que fue introducido también en el Paraíso, y que le dijeron cuándo le volvían a enviar de allí a los suyos: Vete y bautízate, si quieres vivir un día en este lugar de los bienaventurados. Después, como advertido de que fuese bautizado por mí, respondió que ya lo había hecho. Pero aquel que le hablaba le replica: Vete y bautízate realmente, porque tú te has visto bautizado en la visión. Después que se curó, vino a Hipona. Estaba cerca la Pascua, se inscribió entre los demás competentes, desconocido de mí como de los demás, pues él no se preocupó de contar aquella visión ni a mí ni a ninguno de mis presbíteros. Fue bautizado y, terminados los días santos, se volvió a su casa. Pasados dos años o quizá más, yo tuve conocimiento de todo esto. El primero que me habló de estas cosas fue un amigo mío y a la vez suyo que, sentado a mi mesa, llevó la conversación sobre esas materias. Después, yo insistí y logré que él mismo estando presente me lo contase delante de hombres honrados, conciudadanos suyos que lo atestiguaban todo: su curiosa enfermedad, su estado de muerte durante muchos días, la muerte del otro Curma, el herrero, que he recordado más arriba, y de todos esos detalles que, al írmelos diciendo a mí, ellos iban recordando por habérselos oído contar a él mismo entonces.

Así concluyo que, como él vio su bautismo y me vio a mí mismo y a Hipona, la basílica, el baptisterio, no en su misma realidad, sino en algunas semejanzas de las cosas, él ha visto también del mismo modo a los demás, algunos vivos, sin que los mismos vivos lo supieran. ¿Por qué, pues, no habría visto también de la misma manera a aquellos muertos sin que los mismos muertos lo supiesen?

Sección segunda

Cuestión general: Relaciones de los muertos con los vivos

Primera pregunta: Cómo intervienen las almas de los muertos en los asuntos de los vivos

13 16. ¿Por qué no creo que esas visiones sean operaciones angélicas por una disposición de la providencia de Dios, que se sirve sabiamente tanto de los buenos como de los malos, según la profundidad insondable de sus juicios23, para que con ellas las mentes de los mortales sean o instruidas, o engañadas, o consoladas, o atemorizadas, según que a cada uno le sea otorgada la misericordia, o bien aplicado el castigo por Aquel a quien la Iglesia no canta en vano la misericordia y el juicio?24

Que cada uno tome como quiera lo que voy a decir. Si las almas de los difuntos se interesasen por los asuntos de los vivos, y ellas nos hablasen en sueños, cuando las vemos, mi piadosa madre, por no hablar de los demás, no me abandonaría ni una sola noche, ella que me siguió por tierra y por mar para vivir conmigo. ¡Lejos de mí pensar, en efecto, que la vida más dichosa la haya vuelto cruel hasta tal punto que, cuando algo angustia mi corazón, no quiera consolar al hijo triste, a quien ella amó únicamente, y a quien jamás quiso ver afligido! Indudablemente que es verdadero lo que canta el salmo sagrado: Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá25. Si, pues, nuestros padres nos han abandonado, ¿cómo se van a interesar por nuestros cuidados y asuntos? Y si nuestros padres no se interesan, ¿quiénes son esos muertos que llegan a conocer lo que nosotros hacemos o lo que nosotros sufrimos? El profeta Isaías dice: Que tú eres nuestro padre porque Abrahán no sabe de nosotros, e Israel no nos reconoce26. Si tan grandes patriarcas ignoraron la suerte de ese pueblo salido de ellos, a quienes por creer en Dios les fue prometido ese mismo pueblo de su estirpe, ¿cómo los muertos se van a interesar en conocer y ayudar asuntos y actividades de los vivos? Y, entonces, ¿cómo decimos que Dios se ha cuidado de aquellos que han muerto antes de que llegasen los males que han venido a su muerte, si ellos sienten también después de la muerte cuanto sucede en las calamidades de la vida humana? ¿O es que digo esto engañándome, y debo más bien creer que están tranquilos aquellos a quienes preocupa la vida agitada de los vivos?

¿Qué significa, pues, lo que Dios prometió como un gran beneficio al piadosísimo rey Josías, que moriría antes de ver los males que amenazaba iban a venir sobre aquel país y pueblo? Estas son las palabras de Dios: Así dice el Señor Dios de Israel: Puesto que al oír la lectura lo has sentido de corazón, y te has humillado ante el Señor, al oír mi amenaza contra este lugar y sus habitantes, que serán objeto de espanto y de maldición; puesto que te has rasgado las vestiduras y llorado en mi presencia, también yo te escucho, oráculo del Señor. Por eso, cuando yo te reúna con tus padres, te enterrarán en paz, sin que llegues a ver con tus ojos la desgracia que voy a traer a este lugar y a los que moran en él27.

Aterrado por las amenazas de Dios, Josías había llorado y había rasgado sus vestiduras, y está seguro de que la muerte le va a venir antes de que lleguen todos aquellos males, porque va a descansar tan tranquilo en paz que él no va a ver tamaños males. Luego los espíritus de los difuntos están allí donde no ven lo que se trajina y sucede a los hombres en la vida presente. Entonces, ¿cómo ven sus propios sepulcros o sus cuerpos para saber si yacen desatendidos o sepultados? ¿Cómo están presentes en ellos las miserias de los vivos, cuando ellos o sufren sus propios males, si tales son sus méritos, o descansan en paz, como le fue prometido a Josías, en un lugar donde no tienen mal alguno ni sufriendo ni compadeciendo, liberados ya de todos los males que soportaban, cuando vivían aquí, padeciendo y compadeciendo?

Una objeción: La propuesta del rico y la respuesta de Abrahán

14 17. Quizás me diga alguno: Si los muertos no se preocupan de los vivos, ¿cómo el rico aquel, que era atormentado en los infiernos, rogaba al padre Abrahán que enviase a Lázaro a sus cinco hermanos aún vivos, y tratase con ellos para que no viniesen también ellos a ese lugar de tormento? Respondo. Pero ¿es que, porque aquel rico dijese eso, por eso sabía él qué hacían o qué padecían sus hermanos en aquel tiempo? El se interesó por los vivos, aunque ignorase por completo qué hacían, del mismo modo que nosotros nos interesamos por los muertos, aunque no sepamos ciertamente qué es lo que ellos hacen. En efecto, si no nos importaran nada los muertos, de seguro que no pediríamos a Dios por ellos. En fin, que Abrahán no envió a Lázaro, y le respondió que ellos tienen aquí a Moisés y a los profetas, a quienes deberán escuchar para que no vengan a esos suplicios.

De nuevo puede replicar: ¿Cómo el mismo padre Abrahán ignoraba lo que pasaba aquí, cuando él sabía que existían Moisés y los Profetas, es decir, sus libros, obedeciendo a los cuales los hombres evitarían los tormentos del infierno? ¿Cuándo, en fin, sabía él que aquel rico vivió en delicias, y en cambio el pobre Lázaro en trabajos y dolores28, puesto que le dice también esto: Recuerda, hijo, que en vida te tocó a ti lo bueno, y a Lázaro lo malo?29 Es decir, que él sabía todo esto que había sucedido ciertamente entre los vivos y no entre los muertos. Con todo, él pudo conocerlo, no cuando eso sucedía entre los vivos, sino porque se lo indicó Lázaro después de muertos, para que no resulte falso lo que dice el profeta: Abrahán no sabe de nosotros.

Conclusión: Cómo los muertos pueden saber lo que sucede aquí

15 18. Así pues, hay que convenir que en realidad los muertos no saben lo que aquí sucede, en cuanto que está sucediendo aquí. Pero ellos sí pueden saberlo después, por aquellos que al morir van llegando de aquí hasta ellos; y no todas las cosas, sino aquellas que les son permitidas revelar a los que también se les permite recordarlas, y lo que conviene que sepan aquellos a quienes se las revelan. Los muertos también pueden saber por medio de los ángeles, prontos a ayudar en los asuntos que se desarrollan aquí, todo lo que Aquel a quien le están sometidas todas las cosas juzga que debe saber cada uno de ellos. En efecto, pues si no hubiese ángeles que pudiesen estar presentes en los lugares, tanto de los vivos como de los muertos, no hubiese dicho el Señor Jesús: Se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán30. Luego pudieron estar tanto aquí como allí, porque llevaron desde aquí hasta allí al que Dios quiso.

Los espíritus de los muertos pueden conocer también algunas cosas que suceden aquí, que es necesario que los difuntos las conozcan, y también a los que necesitan conocerlas, y no solamente cosas pasadas o presentes, sino también cosas futuras, revelándolo el Espíritu de Dios. Lo mismo que, mientras vivían aquí, no todos los hombres, sino los Profetas, conocían no todas las cosas, sino aquellas que la providencia de Dios juzgaba que debían revelar. La Escritura divina atestigua que algunos de los muertos son enviados a los vivos, como, al contrario, Pablo, de los vivos, fue arrebatado al Paraíso31. Ciertamente que el profeta Samuel, ya difunto, predijo a Saúl, vivo y todavía rey, las cosas futuras, aunque algunos creen que no fue él quien hubiera podido ser el evocado con las artes mágicas, sino que algún espíritu cómplice en obras tan malas simuló su imagen32, como el libro Eclesiástico, que se dice que escribió Jesús, hijo de Sirac, y por alguna semejanza de estilo se dice que es de Salomón, contiene en alabanza de los padres, que Samuel ya muerto profetizó33. Pero si se contradice a este libro por el canon de los Hebreos (porque no está en el de ellos), ¿qué tendríamos que decir de Moisés, el cual ciertamente está ya muerto en el Deuteronomio, y en el Evangelio, con Elías, que aún no ha muerto, se apareció a los vivos?34

Segunda pregunta: Los mártires, cómo vienen en ayuda nuestra

16 19. El ejemplo anterior nos sirve para resolver la cuestión. Si los muertos no saben lo que hacen los vivos, ¿cómo es que los mártires responden a los que les piden que se interesen por las cosas humanas con los mismos beneficios que conceden? Efectivamente, nosotros mismos hemos oído, y no por vagos rumores, sino por testigos veraces, que el confesor Félix, cuya tumba veneras piadosamente, se apareció no sólo con los efectos de los beneficios, sino también a la vista de los mismos fieles, cuando Nola era asediada por los bárbaros. En verdad que estos milagros se producen divinamente, bien lejos de lo que el orden habitual tiene asignado a cada especie de criaturas. Por ejemplo, porque el agua se convirtió de repente en vino cuando quiso el Señor35, no por eso debemos deducir de esa obra divina excepcional, o más bien única, qué es lo que puede el agua por la propiedad de sus elementos. Ni, porque Lázaro resucitó36, deducir por eso que todo muerto resucita cuando quiere, o que cualquier vivo puede despertar a un muerto lo mismo que el que está despierto despierta al que está dormido. Unos son los límites de las cosas humanas, y otros muy distintos los signos de los poderes divinos; una cosa es lo que se hace naturalmente, y otra lo que se hace milagrosamente, aunque Dios esté presente tanto en la naturaleza para que subsista como para que la naturaleza no falle en los milagros. No hay que creer por eso que algunos difuntos puedan intervenir en las cosas de los vivos porque los mártires han curado y ayudado a algunas personas, sino más bien hay que entender que los mártires intervienen en las cosas de los vivos por el poder divino, porque los difuntos por su propia naturaleza no pueden intervenir en las cosas de los vivos.

Una cuestión sobre los mártires: Vienen ellos en persona a ayudar a los vivos, o socorren desde el cielo

20. Aunque esta cuestión exceda la capacidad de mi inteligencia, ¿cómo los mártires ayudan a aquellos a los que, sin duda alguna, son socorridos por medio de ellos, cuando ellos mismos están presentes por sí al mismo tiempo en tan diversos lugares y tan distantes entre sí, bien donde están sus «Memorias», bien, además de sus «Memorias», dondequiera que se hace sentir su presencia? O si, separados de toda convivencia con los mortales en el lugar conveniente a sus merecimientos, pero intercediendo en general por las necesidades de los que les suplican (así como nosotros oramos por los muertos sin estar nosotros presentes a ellos y sin saber nosotros ni dónde están ni qué hacen), Dios omnipotente, que está presente en todas partes, ni encerrado en nosotros ni alejado de nosotros, al escuchar las súplicas por los mártires, distribuye, por medio de los ministerios angélicos extendidos por todas partes, esos favores a los hombres que juzga que debe dárselos en medio de la miseria de esta vida, y donde quiere, cuando quiere, como quiere, y sobre todo por medio de sus «Memorias» está recomendando sus méritos con un poder admirable y una inefable bondad, porque sabe que esto nos conviene para edificar la fe de Cristo, por cuya fe ellos han sufrido.

Esta es una cuestión mucho más profunda para que pueda ser solucionada por mí, y mucho más compleja para que yo pueda profundizarla. Por esa razón, ¿cuál de las dos maneras es la verdadera?, o ¿más bien lo son las dos?: el que unas veces sucedan esas cosas por la misma presencia personal de los mártires, y el que otras veces sucedan por medio de los ángeles que toman la figura de los mártires, no me atrevo a definirlo. Preferiría informarme bien de las personas que lo sepan. Porque tiene que haber alguien que lo sepa ciertamente, no quien le parezca saberlo y no lo sabe. De hecho hay dones de Dios que El da a unos, y otros que El da a otros, según el Apóstol, que dice que a cada uno se le da la manifestación particular del Espíritu para utilidad común: A uno, por ejemplo, mediante el Espíritu se le dan palabras acertadas; a otro, palabras sabias, conforme al mismo Espíritu; a un tercero, fe, por obra del mismo Espíritu; a otro, por obra del único Espíritu, dones para curar; a otro, realizar milagros; a otro, el don de profecía; a otro, discernir espíritus; a aquél, hablar diversas lenguas; a otro, interpretarlas. Yero todo esto lo activa el mismo y único Espíritu, que lo reparte todo, dando a cada uno en particular lo que a El le parece37. De entre todos estos dones espirituales, que el Apóstol ha recordado, el que haya recibido el discernimiento de espíritus, ése es el que sabe estas cosas, de que hablamos, como es necesario saberlas.

Apariciones diversas: Del monje Juan, de los mártires

17 21. Debemos creer que tal fue aquel famoso monje Juan, a quien el emperador Teodosio el Grande consultó sobre el éxito de la guerra civil, porque tenía realmente el don de profecía. Ni puedo poner en duda de que a cada uno pueda distribuirse la totalidad de los dones, como tampoco que uno solo pueda tener muchos. Pues este monje Juan, cuando una mujer religiosísima deseaba impacientemente verlo, y se lo pedía con la mayor insistencia por medio de su marido, como él no quería, porque nunca lo había permitido a las mujeres, le contesta: Vete y di a tu mujer que me verá la noche próxima, pero en sueños. Y así sucedió, y la amonestó cuanto convenía amonestar a una esposa fiel. Cuando ella despertó, indicó a su marido que ella había visto a aquel hombre de Dios, como él lo había conocido, y lo que había oído de él. Esto me lo refirió un varón grave y noble que lo recogió de ellos mismos, y es dignísimo de ser creído. Pero si yo mismo hubiese visto a aquel santo monje, que, como se dice, se dejaba interrogar pacientísimamente, y respondía con la mayor sabiduría, yo le habría preguntado algo que se refiere a esta cuestión que nos ocupa: si él mismo vino en sueños a aquella mujer, esto es, si fue su espíritu en la figura de su cuerpo, como nosotros soñamos en la figura de nuestro cuerpo, o si la visión ocurrió mientras él estaba haciendo otra cosa, o cuando dormía, soñando algo distinto, sea por medio del ángel, sea de cualquier otro modo, y predijo que iba a suceder aquello, como él lo prometía, revelándoselo el Espíritu. Porque, si él mismo intervino en lo que soñaba, eso lo pudo hacer por una gracia extraordinaria, no por la naturaleza, y por un don de Dios, no por su propio poder. En cambio, si, cuando él estaba haciendo otra cosa, o durmiendo y ocupado en otras visiones, la mujer lo vio en sueños, entonces sucedió tal cual es aquello que leemos en los Hechos de los Apóstoles, cuando el Señor Jesús habla a Ananías de Saulo, y le indica que Saulo ha visto a Ananías, que venía a él, cuando esto el mismo Ananías no lo sabía38.

El caso de los mártires

A cualquier cosa de estas que aquel hombre de Dios me respondiese, yo me apresuraría también a preguntarle sobre los mártires. Si ellos están presentes en sueños, o de qué otra manera, a los que los ven en la figura en que ellos quieren. Y, sobre todo, cuando los demonios confiesan en los hombres posesos que son atormentados por ellos, y les piden que los perdonen. Si todo esto sucede por voluntad de Dios mediante las potestades angélicas para honrar y recomendar a los santos en utilidad de los hombres, mientras ellos están en completo reposo y lejos de nosotros, dedicándose a otras visiones mucho mejores y orando por nosotros. Por ejemplo, en Milán, sobre la tumba de los santos mártires Protasio y Gervasio, cuando se pronunciaba su nombre así como el de los difuntos que conmemoraban del mismo modo, los demonios gritaban al obispo Ambrosio, todavía vivo, y le suplicaban también que los perdonase, estando él ocupado en otra cosa, y sin saber en absoluto lo que pasaba. Finalmente, yo le pediría al mismo Juan si las apariciones se hacen a veces por medio de la presencia personal de los mártires, y otras veces por medio del ministerio de los ángeles, y, si pueden, y con qué signos pueden ser distinguidas estas dos cosas por nosotros, o bien si no es capaz de percibirlas y reconocerlas sino quien tiene aquel don por el Espíritu de Dios, que reparte a cada uno los favores particulares como El quiere. Yo creo que el mismo Juan me explicaría todas estas cosas como yo quisiera, para que, o, enseñándomelo él, yo aprendiese y conociese aquellas cosas que fuera oyendo que son verdaderas y ciertas, o para que yo creyese lo que no supiese, al decírmelo él, que lo sabía. Y, si tal vez me respondiese y dijese con la santa Escritura: No investigues las cosas más altas que tú, y no llegues a escudriñar las cosas más ocultas, sino piensa siempre lo que te ha mandado el Señor39, yo lo recibiría también con gratitud. Porque no es pequeño el fruto, cuando vemos con certeza y claridad que no debemos escudriñar los puntos oscuros e inciertos que no podemos comprender, y como cada uno quiere aprender pensando en ser útil, si lo sabe, aprenda a no hacer daño, si lo ignora.

Conclusión general: Sufragios por los difuntos, el sacrificio del altar, las oraciones, las limosnas, la sepultura

18 22. Resueltas las cuestiones principales, estemos bien convencidos de que llegan a los difuntos por quienes ejercitamos la piedad las súplicas solemnes hechas por ellos en los sacrificios ofrecidos en el altar, las oraciones y las limosnas, aunque no aprovechen a todos por quienes se hacen, sino tan sólo a los que en vida hicieron méritos para aprovecharlos. Pero, porque nosotros no podemos discernir quiénes son, es conveniente hacerlos por todos los bautizados para que no sea olvidado ninguno de aquellos a los que puedan y deban llegar esos beneficios. En efecto, es mejor que sobren tales bienes a quienes ni pueden perjudicar ni aprovechar, antes que falten a quienes pueden necesitarlos. No obstante, cada cual pone tanto más celo en hacer todo eso por los suyos cuanto mayor es su esperanza de que los suyos hagan otro tanto por él. Los cuidados empleados en el sepelio del cuerpo no son un salvoconducto de salvación, sino un deber de humanidad según el sentimiento natural por el que nadie odia su propia carne40. Por tanto es conveniente rendir todo el cuidado y piedad que se pueda en favor del cuerpo de nuestro prójimo, cuando haya salido de esta vida aquel que así lo hacía.

Y si hacen todo esto hasta los que no creen en la resurrección de la carne, ¿cuánto más deben hacerlo los que creen que ese servicio aplicado a un cuerpo sin vida, pero que ha de resucitar y vivir eternamente, es en cierto modo un testimonio de la misma fe? En cuanto a la sepultura junto a las «Memorias» de los mártires, me parece que solamente le aprovecha al difunto para que, al encomendarlo a la protección de los mártires, se aumente también el fervor de la oración en favor suyo.

Despedida y saludo fraterno a San Paulino

23. Ahí tienes mi respuesta a las cuestiones que tú has tenido a bien proponerme, tan precisa como he podido. Si es más larga de lo que conviene, discúlpame, porque lo ha hecho el deseo de estar hablando más tiempo contigo. Yo te pido que me hagas conocer con tu respuesta cómo ha recibido tu venerable caridad este libro, que sin duda alguna te lo hará más grato aún su portador, esto es, el hermano y copresbítero nuestro Candidiano, a quien he recibido de todo corazón, bien conocido por sus letras, y al que he dejado partir con pena. Realmente nos ha consolado mucho en la caridad de Cristo con su presencia, y te debo confesar que a instancia suya te he estado obedeciendo a ti. Porque son tantas las cosas que me absorben, que, a no ser porque su continua advertencia me impedía olvidarme, tal vez tu pregunta hubiera quedado sin mi respuesta.