La réplica de Petiliano y la de Agustín
I. 1. Leí tu carta, Petiliano, cuando pude hacerlo; en ella dejaste ver claramente que no pudiste decir nada válido contra la Iglesia católica en favor de Donato y que, por otra parte, no podías callar. ¡Qué agobios has soportado, en qué tempestad se agitó tu corazón, cuando leíste la contestación, tan breve y clara como me fue posible, que di a tu carta, que había llegado entonces a mis manos! Tú viste la firmeza en que está apoyada y la claridad con que está aplicada la verdad que tenemos y defendemos, de suerte que no has podido encontrar algo que decir contra ella para refutarla. Has notado también cómo se tornó a ti la expectación de todos los que la habían leído, deseando saber qué dirías, qué harías, por dónde escaparías, adónde te abrirías paso para salir de las grandes dificultades en que te había bloqueado la palabra de Dios. Y entonces tú, que debías haber despreciado la opinión de los vanos y lanzarte a una doctrina verdadera y sana, no hiciste sino lo que anunció de los tales la Escritura: Prefieres el mal al bien, la mentira a la justicia 1.
Por tanto, si yo también quisiera devolverte a mi vez maldiciones por maldiciones, ¿qué seríamos sino dos maldicientes, que obligaríamos a quienes nos leyeran, unos con sana dignidad a rechazarnos como detestables y otros a regocijarse con maliciosa complacencia? Yo, cuando respondo a alguien de palabra o por escrito, aun provocado por injuriosas acusaciones, en cuanto me lo concede el Señor, procuro refrenar y dominar los aguijones de la vana indignación, y mirando por el oyente o el lector, no trato de quedar triunfante para insultar al hombre, sino de ser más útil para refutar el error.
2. Si tienen aún talento quienes consideran lo que has escrito, ¿qué benefició la causa que se ventila entre nosotros sobre la comunión católica o el partido de Donato: el haber dado de mano en cierto modo una cuestión pública y haber atacado con mordaces insultos en privada enemistad la vida de un solo hombre, como si ese hombre fuera la cuestión a resolver? ¿Tan mal has juzgado, no digo de los cristianos, sino del mismo género humano, que no creíste pudieran venir tus escritos a manos de algunos sabios que prescindieran de nuestras personas e investigasen más bien la cuestión que entre nosotros se debate, y no prestaran atención a quiénes o de qué calidad somos nosotros, sino a qué es lo que decimos en defensa de la verdad o contra el error? Debiste temer la opinión de éstos, debiste evitar su reprensión, no fueran a pensar que no encontrabas nada que decir si no te ponías delante alguien a quien lanzar tus acusaciones. Pero te dejaste llevar por la ligereza y vanidad de algunos, que escuchan de buen grado las discusiones de litigantes eruditos, de suerte que atienden a la elocuencia con que se difama más que a la veracidad con que se convence. Ello, pienso, lo has hecho a la vez para que, ocupado yo con mi defensa, abandonara la cuestión entre manos; y así, volviéndose los hombres, no a las palabras de los que discuten, sino de los que litigan, quedase oscurecida la verdad que teméis se esclarezca y sea conocida.
¿Qué puedo hacer yo contra semejante plan sino dar de mano a mi defensa y amarrarme a la cuestión de la cual no pueda ningún acusador apartar mi atención? Ensalzaré con el pregón de voz de un servidor la casa de mi Dios, cuyo decoro he amado, y, en cambio, me humillaré y abatiré a mí mismo, pues yo he elegido ser despreciado en la casa de mi Dios antes que habitar en las moradas de los herejes.
En consecuencia, Petiliano, voy a apartar de ti, por un poco de tiempo, mi disertación y la voy a dirigir a aquellos a quienes con tus acusaciones has intentado apartar de mí, como si yo planeara atraer los hombres hacia mí y no conmigo hacia Dios.
Comparación con San Pablo
II. 3. Escuchad, pues, cuantos habéis leído los insultos que con más cólera que reflexión ha vomitado contra mí Petiliano. Primero os dirigiré las palabras del Apóstol, que, sin duda, sea yo como sea, son verdaderas: Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se exige de los administradores es que sean fieles. Aunque a mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano 2. Lo que sigue no me atrevo a acomodármelo a mí hasta decir: Cierto que mi conciencia nada me reprocha; sin embargo, sí puedo afirmar confiadamente en la presencia de Dios: No me siento culpable de ninguna de las diatribas de que, después de ser bautizado en Cristo, me ha acusado Petiliano. Mas no por eso me quedo justificado. Mi juez es el Señor. Así que no juzguéis nada antes de tiempo hasta que venga el Señor. Él iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones. Entonces recibirá cada cual del Señor la alabanza que le corresponda. Esto, hermanos, lo he personificado en mí para que nadie, yendo más allá de lo que está escrito, se envalentone poniéndose de parte de uno contra otro 3.
Así, pues: No se gloríe nadie en el hombre, pues todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.
De nuevo digo: No se gloríe nadie en el hombre; lo repito una y otra vez: No se gloríe nadie en el hombre 4. Si observáis algo digno de alabanza en nosotros, referidlo a la gloria de aquel de quien se dijo: Toda dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni oscuridades pasajeras 5. ¿Qué tenemos que no hayamos recibido? Y si lo hemos recibido, no nos gloriemos como si no lo hubiéramos recibido. Y en todo lo bueno que descubrís en nosotros, sed nuestros imitadores, si nosotros lo somos de Cristo; y si sospecháis o creéis o veis algo malo en nosotros, tened presente el aviso del Señor, con el cual os mantendréis seguros y no abandonaréis a su Iglesia a causa de los pecados de los hombres: haced lo que os decimos, no hagáis en cambio lo defectuoso que juzgáis o sabéis que hacemos nosotros. No es tiempo de justificarme ante vosotros, ya que dejando a un lado mi causa, me he empeñado en recomendaros la tarea saludable de que no se gloríe nadie en el hombre 6; pues maldito es quien pone su confianza en él 7. Si se mantiene y conserva este precepto del Señor y del Apóstol, aunque quede yo debilitado y abatido en mi causa personal, como quiere que se piense el enemigo, será vencedora la causa a la que sirvo.
En efecto, si os mantenéis con toda tenacidad en lo que os exhorto y me afano por inculcaros, es decir, que es maldito quien pone su esperanza en el hombre, de suerte que nadie se gloríe en el hombre, en modo alguno dejaréis la era del Señor a causa de la paja, que, sacudida por el viento de la soberbia, vuela ya ahora o será separada en la bielda final, ni huiréis de la gran casa a causa de los vasos hechos para la afrenta, ni intentaréis salir a través de las roturas de las redes por causa de los peces malos que serán separados en la orilla, ni dejaréis los buenos pastos de la unidad a causa de los cabritos que serán colocados a la izquierda cuando el pastor haga la división, ni por la cizaña que se entremezcla os separaréis con nefasta escisión de la sociedad del trigo, cuya cabeza es aquel grano condenado a muerte y luego multiplicado, y que crece a la vez hasta la siega a través del mundo entero: porque el campo es el mundo, no África; la siega es al fin del mundo 8, no la época de Donato.
La mezcla de buenos y malos es temporal
III. 4. Conocéis bien a qué fin se enderezan estas parábolas evangélicas: a que nadie se gloríe en el hombre y a que nadie engreído frente a otro se separe de él diciendo: Yo soy de Pablo 9. Si Pablo ciertamente no ha sido crucificado por vosotros ni habéis sido bautizados en su nombre, cuánto menos en el de Ceciliano o cualquiera de los nuestros; el fin de estas parábolas no es otro sino que aprendáis, mientras la paja se trilla con el grano, mientras los peces malos nadan con los buenos dentro de las redes del Señor, aprendáis, repito, antes que llegue el tiempo de la bielda, a soportar por los buenos la mezcolanza de los malos antes que violar a causa de los malos la caridad para con los buenos. Esta mezcla en efecto no es eterna, sino temporal; no es espiritual, sino corporal; y en ella no se equivocarán los ángeles cuando separen a los malos de los justos y los arrojen al horno de fuego 10 ardiente; pues el Señor conoce a los que son suyos. Y si no puede apartarse a los inicuos por algún tiempo corporalmente, apártese de la iniquidad quien pronuncia el nombre del Señor 11.
Está permitido separarse y alejarse de los malos en este tiempo de espera por la vida, las costumbres, el corazón y la voluntad, separación que siempre conviene mantener. En cambio, la separación corporal habrá que esperarla al final del mundo con confianza, paciencia y fortaleza; de esta espera es de la que se dijo: Espera al Señor, ten valor y afírmese tu corazón; espera al Señor 12.
Ciertamente, el mayor galardón que puede lograr la paciencia es, por una parte, no perturbar con inquieta y temeraria disensión entre los falsos hermanos introducidos fraudulentamente, que buscan sus intereses y no los de Cristo, la caridad de los que no buscan lo suyo, sino lo de Cristo, y, por otra parte, no desgarrar con soberbia e impía emulación la unidad de la red del Señor que reúne toda clase de peces, mientras se llega a la orilla, esto es, al fin del mundo. Esto sucede cuando alguien juzga ser algo no siendo nada, y de esta suerte se engaña a sí mismo y pretende que para la separación de los pueblos cristianos es suficiente su juicio o el de los suyos, que dicen conocen clarísimamente a algunos malos indignos de la comunión de los sacramentos de la religión cristiana; pero lo que dicen que conocen de los tales no pueden persuadírselo a la Iglesia universal, que, como fue anunciado, se extiende por todos los pueblos.
Cuando rehuyen la comunión de aquellos a quienes creen conocer, abandonan su unidad, cuando más bien deberían, si tuvieran la caridad que lo soporta todo, tolerar en una sola nación lo que conocían, para no separarse de los buenos, a quienes no podían probar los males de otros en todos los pueblos.
De esta manera, aun sin haber discutido la causa, en que documentos tan importantes les demuestran que han calumniado a los inocentes, se cree con más probabilidad que han inventado falsas acusaciones de entrega, los que admitieron sin vacilación el crimen inmensamente más malvado de la división nefasta; puesto que, aunque fuera verdad lo que han dicho de la entrega, en modo alguno debieran abandonar, por algo que conocieron ellos y que ignoraron los demás, la comunión de los cristianos, recomendados hasta los confines de la tierra por la divina Escritura.
No arrancar el trigo con la cizaña
IV. 5. Ni se piense que yo digo esto con la intención de relajar la disciplina de la Iglesia, de modo que se le permita a cada uno hacer lo que le plazca, sin reprensión alguna, sin un castigo medicinal, sin suavidad que amedrenta ni severidad caritativa. ¿Dónde quedaría aquello del Apóstol: Corregid a los revoltosos, consolad a los pusilánimes, acoged a los débiles y sed pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal? 13 En las últimas palabras: Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal, dio claramente a entender que no es devolver mal por mal el corregir a los revoltosos, aunque por la culpa de la agitación se aplique el castigo de la corrección. Por consiguiente, no es un mal el castigo de la corrección, aunque sea un mal la culpa; no es el hierro del enemigo que hiere, sino el bisturí del médico que saja.
Esto tiene lugar en la Iglesia y arde aquel espíritu de benignidad interior en el celo de Dios, a fin de que la virgen casta desposada con solo Cristo no vaya a ser alejada de la castidad de Cristo en alguno de sus miembros, como fue seducida Eva por la astucia de la serpiente.
Sin embargo, lejos de los siervos del Padre de familia el olvidarse del precepto de su Señor y enardecerse contra la multitud de la cizaña en el ardor de santa indignación, de tal suerte que, al querer recoger aquélla antes de la sazón, arranquen a la vez el trigo. Serían considerados éstos reos de ese pecado, aunque demostrasen que vertían acusaciones verdaderas contra los traditores a quienes acusaban; con su impía presunción no sólo se han separado de los inicuos, cuya sociedad como que trataban de evitar, sino también de los fieles verdaderos que se encuentran en todos los pueblos, a quienes no podían probar la verdad de lo que decían saber. Arrastraron también a muchos, ante quienes gozaban de cierta autoridad y quienes no podían entender bien que la unidad de la Iglesia extendida por el orbe entero de ninguna manera había de ser abandonada por los pecados ajenos. Así, aunque supieran que reprochaban crímenes verdaderos a algunos, de ese modo vendría a perecer el poco versado en su ciencia y por el cual murió Cristo, ya que al tropezar en los males ajenos daba muerte en sí al bien de la paz que tenía con los hermanos buenos, los cuales, en parte, no habían oído cosas semejantes; en parte, habían temido obrar temerariamente al creer algo no examinado ni demostrado, y en parte, con su pacífica humildad, habían confiado, cualesquiera cuestiones se ventilaran, en la autoridad de los jueces eclesiásticos, a quienes se había remitido toda la causa allende los mares.
Dios se reserva el juzgar a cada uno
V. 6. Por consiguiente, vosotros, pimpollos santos de la única madre católica, sometidos al Señor, guardaos con la vigilancia que podáis de semejante ejemplo de crimen y error. Por grande que sea el esplendor de la doctrina y la fama con que brille quien pretenda arrastraros en pos de sí, y por mucha ostentación que haga de ser una piedra preciosa, tened presente que aquella mujer fuerte y única, amable para su único esposo, que describe la Escritura santa al fin de los Proverbios, es de más estimación que todas las piedras preciosas. Nadie diga: "Yo iré en pos de aquél, porque fue quien me hizo cristiano", o: "Iré en pos de aquél, porque él me bautizó". En efecto, ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios que hace crecer 14; Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él 15. A nadie, aunque predique en nombre de Cristo y posea y administre el sacramento de Cristo, hay que seguir contra la unidad de Cristo.
Examine cada cual su propia conducta, y entonces tendrá en sí solo, y no en otros, motivo para gloriarse, pues cada uno tiene que llevar su propia carga 16, es decir, la carga de dar cuenta, ya que cada uno de vosotros dará cuenta de sí. Dejemos, por tanto, de juzgarnos los unos a los otros 17. Por lo que se refiere a las cargas de la mutua caridad, ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo. Porque si alguno se imagina ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo 18. Soportémonos, pues, mutuamente en el amor, procurando conservar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz, fuera de la cual quien recoge no recoge con Cristo, y quien no recoge con Cristo desparrama.
La Iglesia anunciada en la Escritura, una Iglesia universal
VI. 7. Así, ya sea sobre Cristo, ya sobre su Iglesia, ya sobre cualquier otra cuestión referente a vuestra fe y vida, no diré yo que no debemos compararnos con el que dijo: Aun cuando nosotros mismos..., sino seguir lo que añadió a continuación: Si un ángel del cielo os anunciase un evangelio distinto del que habéis recibido 19 en las Escrituras referentes a la ley y en el Evangelio, sea anatema.
Estas cuestiones son las que tratamos de defender con vosotros y con todos los que queremos ganar para Cristo, y entre los demás temas predicamos la santa Iglesia que leemos ha sido prometida en la Escritura de Dios y vemos presente según la promesa en todos los pueblos; por lo cual nos hemos ganado, por parte de los que deseamos atraer al gremio pacífico, en lugar de gratitud, llamaradas de odio, como si nosotros los hubiéramos metido en un laberinto en que no encuentran qué decir, o como si nosotros hubiéramos ordenado tanto tiempo antes a los profetas y a los apóstoles que no consignasen en sus libros testimonio alguno que demuestre que la parte de Donato es la Iglesia de Cristo.
En cuanto a nosotros, queridos míos, cuando oímos las falsas acusaciones que nos lanzan aquellos a quienes lastimamos al predicar la palabra de la verdad y al refutar la palabrería del error, tenemos, como sabéis, una consolación desbordante. En efecto, si en las acusaciones que me dirige no se muestra contra mí el testimonio de mi conciencia en la presencia de Dios, donde el ojo de ningún mortal puede ver, no sólo no debo entristecerme, sino más bien alegrarme y saltar de gozo, ya que tan abundante es mi recompensa en los cielos. Ni debe considerarse la cantidad de amargura, sino de falsedad, presente en lo que oigo, y por contrapartida cuán verdadero es aquel por cuyo nombre escucho esto y al cual se dice: Tu nombre, un ungüento que se vierte 20. Y con razón se exhala en todos los pueblos, y su olor pretenden encerrarlo en una partícula del África quienes lanzan acusaciones contra nosotros . ¿Cómo, pues, hermanos, hemos de soportar con indignación la difamación de los que de tal modo calumnian la gloria de Cristo, a cuyo partido y pretensión se opone lo que tanto tiempo antes se anunció de la Ascensión de Cristo a los cielos y de la efusión de su nombre como perfume: ¡Álzate, oh Dios, sobre los cielos; sobre toda la tierra está tu gloria!? 21
Agustín, como Cristo, acusado falsamente
VII. 8. Tales son los testimonios divinos que citamos contra la humana charlatanería, y por ellos tenemos que soportar amargos insultos de los enemigos de la gloria de Cristo. Digan lo que se les antoje, mientras él siga exhortándonos con aquellas palabras: Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa 22. Dijo antes por causa de la justicia, y ahora dice por mí, porque se ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención, de suerte que, como está escrito, el que se gloría, que se gloríe en el Señor. Y al decir él: Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos 23, si mantengo con buena conciencia lo dicho antes por la justicia y por mí, cualquiera que atenta voluntariamente contra mi fama, acrecienta sin querer mi recompensa.
Efectivamente no me ha enseñado él solamente con su palabra, me ha afianzado también con su ejemplo. Sigue la autoridad de las santas Escrituras: encontrarás que Cristo ha resucitado de entre los muertos, que subió al cielo, que está sentado a la derecha del Padre. Recorre las acusaciones de los enemigos: a buen seguro pensarás que fue robado del sepulcro por sus discípulos. ¿Qué otra cosa, pues, debemos esperar nosotros, al defender su casa contra sus enemigos, en cuanto lo concede el mismo? Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebul, ¡cuánto más a sus domésticos! 24 Si sufrimos con él, también reinaremos con él 25. Pero si no sólo la cólera del acusador golpea los oídos, sino que también la verdad de la acusación hiere la conciencia, ¿qué puede aprovecharme todo el mundo con sus continuas alabanzas? Así, ni sana la mala conciencia el elogio del que habla, ni el insulto del que afrenta hiere la buena. Así como tampoco queda defraudada vuestra esperanza, que está puesta en el Señor, aunque en lo oculto fuéramos nosotros tales cuales desea el enemigo seamos juzgados; porque no habéis puesto esa esperanza en nosotros ni habéis oído esto nunca de nosotros. Por tanto, estáis bien seguros, seamos nosotros como seamos, vosotros que habéis aprendido a decir: Esperando en el Señor, no caeré 26, y: Esperaré en Dios, no temeré lo que pueda hacerme el hombre 27. Y también sabéis responder a los que pretenden embaucaros hacia las alturas terrenas de los hombres soberbios: Confío en el Señor, ¿cómo decís a mi alma: Huye a la montaña como el pájaro? 28
Los cristianos tienen su seguridad en Cristo, no en Agustín o Donato
VIII. 9. Y seamos lo que seamos nosotros, como vuestra esperanza está puesta en el que, por su misericordia para con vosotros, os predicamos, no estáis seguros sólo vosotros, a quienes place la misma verdad de Cristo en nosotros, en cuanto la predicamos, sea donde sea, porque la oís de buen grado como quiera que la prediquemos, y por eso tenéis sentimientos de bondad y benignidad respecto de nosotros. Igualmente, cuantos habéis recibido el sacramento del bautismo por nuestra dispensación, alegraos con la misma seguridad, ya que habéis sido bautizados no en nosotros, sino en Cristo.
No os habéis revestido de nosotros, sino de Cristo, ni os pregunté si os convertíais a mí, sino al Dios vivo, ni si creíais en mí, sino en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Si respondisteis con espíritu sincero, os salvó no la deposición de las manchas de la carne, sino el empeño de una buena conciencia; no el compañero de esclavitud, sino el Señor; no el heraldo, sino el juez.
No se tiene cuenta en verdad, como dijo inconsideradamente Petiliano, "la conciencia del que lo da", o como añadió: "la conciencia del que lo da santamente para limpiar la del que lo recibe". Cuando se da lo que es de Dios, da lo santo aun la conciencia no santa, que ciertamente no puede ver si es o no santa el que lo recibe; en cambio, sí puede conocer lo que se da, lo cual, bien conocido por el que siempre es santo, se recibe con toda seguridad, sea quien sea el ministro que lo da. Si no fueran santas las palabras que proceden de la cátedra de Moisés, no diría la verdad: Haced lo que os digan 29. Y si los que explicaban las palabras santas fueran santos, no diría: No imitéis su conducta, porque ellos dicen y no hacen 30. En efecto, no se recogen uvas de los espinos, porque jamás nacen de las raíces de los espinos; pero cuando el pámpano de la vid se entrelaza en los setos de los espinos, no se teme por el fruto que de ella está pendiente, sino que se procura evitar la espina y se coge la uva.
Seguridad de quienes tienen a Dios por Padre y a la Iglesia por Madre
IX. 10. Así, como hemos dicho muchas veces y recalco con vehemencia, cualesquiera que seamos nosotros, estáis seguros vosotros, los que tenéis a Dios por Padre y por Madre a la Iglesia. Aunque los cabritos pazcan juntos con las ovejas, no estarán a la derecha; aunque la paja sea trillada con el grano, no entrará en el granero; aunque los peces malos naden con los buenos en las redes del Señor, no serán echados en las cestas. No se gloríe nadie aun en el hombre bueno, nadie huya de los bienes de Dios aun en el hombre malo.
Inútil la apología ante los católicos
X. 11. Bástennos, cristianos católicos y hermanos carísimos, estas instrucciones sobre esta cuestión. Si las retenéis con caridad católica, como quiera que como un solo rebaño estáis seguros de vuestro único Pastor, no me preocupo demasiado de que cualquier enemigo diga contra mí que soy de vuestro rebaño o aun que soy vuestro perro, con tal que me fuerce a ladrar más por vuestra defensa que por la mía.
No obstante, si tuviera necesidad de esta mi defensa para la causa de que tratamos, me serviría de una brevísima y fácil en extremo: en efecto, en cuanto al tiempo de mi vida antes de recibir el bautismo de Cristo, por lo que se refiere a mis pasiones y errores, con todos yo los repruebo y los detesto, a fin de no parecer que en la defensa de este tiempo busco mi gloria, no la de quien mediante su gracia me liberó aun de mí mismo. De suerte que cuando oigo vituperar aquella mi vida, cualquiera sea la intención del que lo hace, no soy tan ingrato que me entristezca: cuanto más acusa él mis defectos, tanto más alabo yo a mi medico. ¿Por qué, pues, me voy a esforzar en la defensa de aquellos mis males pasados y extinguidos, sobre los cuales Petiliano ha dicho tantas cosas falsas, pero callándose muchas más que eran verdaderas?
En cambio, sobre el tiempo posterior a mi bautismo, superfluamente os diría a cuantos me conocéis lo que pueden conocer los hombres; los que no me conocen, no deben ser tan injustos para conmigo que den más crédito a Petiliano sobre mí que a vosotros. En efecto, si no hay obligación de creer al amigo que alaba, tampoco al enemigo que calumnia.
Queda lo que en el hombre es oculto, cuyo único testigo es la conciencia, la cual no puede testificar ante los hombres. En esta materia Petiliano afirma que soy maniqueo, hablando de una conciencia ajena; yo digo que no lo soy, hablando de mi conciencia: elegid a quién debéis dar fe.
Sin embargo, como no hay necesidad ni siquiera de esta breve y fácil defensa mía, pues no se trata precisamente del mérito de un hombre cualquiera, sino de la verdad de la sana iglesia, tengo que deciros muchas cosas a cuantos dentro del partido de Donato habéis leído las acusaciones que ha lanzado contra mí, que yo no habría oído si tuviera en poco vuestra perdición, si no tuviera entrañas de caridad cristiana.
Petiliano no se centra en el tema debatido
XI. 12. ¿Qué tiene, pues, de particular si, después de trillar el grano en la era del Señor, lo llevo adentro junto con tierra y paja, y tengo que soportar la molestia del polvo que salta, o si al buscar con solicitud las ovejas perdidas de mi Señor me desgarran las zarzas de las lenguas espinosas? Yo os suplico: dejad por un poco la parcialidad y juzgad con un tanto de equidad entre mí y Petiliano.
Yo deseo que conozcáis la causa de la Iglesia; él la mía. ¿Por qué, sino porque no se atreve a decir que no creáis a los testigos que aduzco constantemente en favor de la causa de la Iglesia, y son los profetas y los apóstoles y el mismo Señor de los profetas y de los apóstoles, Cristo; y, en cambio, cuanto se le antoja decir de mí, lo creéis con facilidad, como de un hombre contra otro hombre, del vuestro contra el extraño? Y si yo adujera algunos testigos de mi vida, ¿qué tiene de particular que diga que no hay que creerlos y que os convenza pronto de ello a vosotros, sobre todo porque cualquiera que diga una palabra en mi favor será considerado como enemigo de Donato y, por tanto, también vuestro? Y así triunfa Petiliano; cuando lanza cualquier insulto contra mí, lo aclamáis y aplaudís todos. Ha encontrado una causa fácil de ganar, claro, siendo vosotros los jueces; no busca testigo ni prueba, ya que para él su palabra es la única prueba, porque lanza toda suerte de acusaciones contra quien vosotros más odiáis. Efectivamente, al leerle testimonios tan abundantes y claros de la divina Escritura en favor de la Iglesia católica, lamentándolo vosotros se queda mudo, y elige una materia en que, incluso vencido, puede hablar con vuestra aprobación.
De todos modos, aunque él lance mil veces contra mí semejantes y aun más malvadas acusaciones, me basta con saber, para lo que ahora trato, que sea cual sea mi situación en ella, es invencible la Iglesia por la cual hablo.
Las calumnias no perjudican al grano del Señor
XII. 13. Y no soy sino un hombre de la era de Cristo, paja, si soy malo, grano si bueno. El bieldo de esta era no es la lengua de Petiliano, y por ello, cuanto maldiga contra la paja, aun siendo verdad, en modo alguno puede perjudicar al grano del Señor, y cuantas acusaciones y calumnias lance contra el mismo grano, es un ejercicio para la fe de éste en la tierra y aumenta su recompensa en el cielo. Para los santos siervos de Dios, que libran las batallas de Dios no contra Petiliano y contra la carne y sangre de esta ralea, sino contra los principados y potestades y rectores de semejantes tinieblas, cuales son todos los adversarios de la verdad, a los que ojalá podamos decir: En otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor 31; para los santos siervos de Dios, repito, enrolados en esta milicia, todas las afrentas difamadoras que lanzan los enemigos y que crean mala fama entre los malvados y crédulos temerarios se tornan en armas de la mano izquierda; incluso el diablo es derrotado con ellas.
Cuando nos prueba la buena fama, para ver si nos dejamos llevar por el orgullo, y cuando nos prueba la mala, para ver si amamos a los mismos enemigos que nos la inventan, vencemos al diablo, con la mano derecha y con la izquierda, mediante las armas de la justicia. Al recordar esto el Apóstol diciendo: Mediante las armas de la justicia: las de la derecha y las de la izquierda 32, añadió a continuación, como exponiendo lo que dijo: En gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama 33, etcétera; donde se cita la gloria y la buena fama entre las armas de la derecha, y la ignominia y la infamia entre las de la izquierda.
Agustín no odiará a Petiliano
XIII. 14. Por consiguiente, si yo soy un siervo de Dios y un soldado no reprobable, por muy elocuente que sea mi acusador Petiliano, ¿voy a llevar con mucha pena lo que me ha preparado un fabricante tan hábil en armas de la izquierda? Lo que tengo que hacer es luchar con la mayor habilidad con estas armas, con la ayuda de mi Señor, y herir con ellas a aquel contra quien lucho invisiblemente y que con su tan perversa y tan antigua astucia intenta conseguir mañosamente que por todas estas cosas llegue yo a odiar a Petiliano, y así no pueda cumplir el precepto de Cristo, que dice: Amad a vuestros enemigos 34. Aleje de mí esto la misericordia del que me amó y se entregó por mí, hasta llegar a decir colgado del madero: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen 35, y enséñeme a decir de Petiliano y semejantes enemigos míos: "Señor, perdónalos, porque no saben lo que dicen".
Petiliano injuria porque no tiene qué responder
XIV. 15. Por tanto, si yo logro de vosotros mi intento, es decir, que alejéis de vuestros ánimos toda parcialidad y seáis jueces justos entre mí y Petiliano, os demostraré que él no ha respondido a mis escritos; así comprenderéis que se ha visto forzado por falta de verdad a abandonar la causa y a lanzar cuantas acusaciones puede contra el hombre que la llevó con tal acierto que él no pudo responder. Aunque lo que voy a decir quedará tan esclarecido que, por más que la parcialidad y la enemistad para conmigo os puedan apartar de mí, bastará con que leáis lo que uno y otro hemos dicho para que os veáis sin duda forzados a confesar ante vosotros mismos, en vuestro interior, que yo he dicho la verdad.
16. En efecto, al responder yo a la primera parte de sus escritos, que entonces había llegado a mis manos, dejé de lado aquella palabrería injuriosa y sacrílega: "Nos achacan el calificativo de rebautizantes quienes bajo el nombre del bautismo han manchado sus almas con un bautismo culpable, aquellos a cuyas suciedades superan en limpieza todas las inmundicias, aquellos que por su perversa pureza quedaron manchados con su propia agua". Tomé como objeto de discusión y refutación lo que sigue: "Pues se ha de tener en cuenta la conciencia del que da el bautismo para que limpie la del que lo recibe". Aquí sí he preguntado cómo se va a purificar quien recibe el bautismo cuando está manchada la conciencia del que lo da e ignora esto el que lo va a recibir.
Petiliano no responde a la cuestión
XV. 17. Recoged ahora sus copiosísimas injurias, que con hinchazón y cólera lanzó contra mí, y considerad si responde a la pregunta que le hice: ¿cómo se va a purificar quien recibe el bautismo cuando está manchada la conciencia del que lo da e ignora esto el que lo va a recibir? Buscad con atención, os suplico; examinad todas sus páginas, contad todas las líneas, dad vueltas a todas las palabras, desentrañad todas las sílabas, y decidme, silo descubrís, dónde ha respondido a la pregunta: "Cuando está manchada la conciencia del que lo da, cómo se va a purificar la del que, ignorando el hecho, va a recibirlo".
18. ¿Qué importó a la cuestión el añadir una palabra que dice fue suprimida por mí, y que él sostiene escribió así: "Pues se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da santamente para que limpie la del que lo recibe"? En efecto, para que os deis cuenta de que no la suprimí, en nada estorba a mi pregunta lo añadido ni aminora la insuficiencia suya. Pregunto de nuevo, ateniéndome a las mismas palabras, y deseo saber si ha respondido: Si se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da santamente, para que limpie la del que lo recibe, ¿cómo se purifica la conciencia del que lo recibe cuando está manchada la del que lo da y lo ignora el que lo va a recibir?
Exigid que se responda a esto y no permitáis que un hombre, dejando a un lado la causa, se entregue a desvaríos injuriosos Si se tiene en cuenta la conciencia del que lo da santamente -fijaos que no he dicho: "La conciencia del que lo da", sino que añadí: "del que lo da santamente"- si se tiene en cuenta, digo, la conciencia del que lo da santamente, que es la que limpia la del que lo recibe, ¿cómo va a ser purificado el que recibe el bautismo cuando la conciencia del que lo da está manchada y lo ignora el que lo va a recibir?
Acusaciones de Petiliano a Agustín
XVI. 19. Salga ya a la palestra y con pulmones jadeantes e hinchadas fauces me acuse de sofista, digo, no a mí solo, sino que traiga al juicio del pueblo como culpable a la misma dialéctica, cual artífice de la mentira, y desate contra ella con el más estruendoso estrépito el lenguaje de abogado forense. Diga ante los ignorantes cuanto se le antoje, a fin de irritar a los sabios y burlarse de los mismos ignorantes. Por haber enseñado retórica puede denostarme con el nombre del orador Tértulo, que acusó a Pablo; en cambio, dése a sí mismo el nombre de Paracleto por su abogacía, en cuyos dominios se jacta de haber sobresalido en otros tiempos, y sueñe por ello, no ser al presente, sino el haber sido homónimo del Espíritu Santo.
Puede exagerar a su antojo las inmundicias de los maniqueos e intentar dirigirlas con su ladrido contra mí. Puede recitar las actas de condenados notorios, aunque desconocidos para mí, y convertir en calumnia de crimen prejuzgado, por no sé qué nuevo derecho suyo, el que en cierta ocasión un amigo mío me nombró en mi ausencia en aquellas actas para defenderse a sí mismo.
Puede leer los encabezamientos de mis cartas puestos por él o por los suyos como les ha parecido bien y regocijarse como si me hubiera sorprendido en ellos confesándome.
Puede desacreditar con el ridículo apelativo de venenosa ignominia y delirio las eulogias de pan dadas con sencillez y alegría, y puede tener tan bajo concepto de vuestro corazón que presuma admitir unos filtros amatorios dados a una mujer no sólo con el conocimiento, sino aun con la aprobación de su marido.
Puede muy bien Petiliano admitir contra mí lo que escribió sobre mí, siendo aún presbítero, en un arrebato de cólera, el que había de consagrar mi episcopado; y no quiere en cambio que ceda en mi pro el que este obispo pidió perdón al santo concilio por haber faltado así contra mí, y que obtuvo ese perdón; tan desconocedor u olvidadizo de la mansedumbre cristiana y del precepto evangélico, que llegue a acusar de lo que ya se le perdonó benignamente a un hermano al pedir humildemente el perdón.
Más acusaciones
XVII. 20. También puede pasar con su verborrea, aunque totalmente insustancial, aquello que ignora en absoluto, o en que más bien abusa de la ignorancia de muchísimos, y, por la confesión de cierta mujer, que se manifestó catecúmena de los maniqueos habiendo sido monja de la Católica, decir o escribir lo que le plazca sobre el bautismo de aquéllos, ignorando o fingiendo ignorar que no se denomina catecúmenos a los que se debe dar algún día el bautismo, sino que reciben este nombre los que se llaman también oyentes, porque no pueden observar los preceptos que se consideran más importantes o mejores, que observan aquellos que juzgan dignos de ser distinguidos y honrados con el nombre de elegidos.
Puede pretender igualmente, mintiendo o engañando con admirable temeridad, que yo fui presbítero de los maniqueos, para lo cual puede presentar y delatar, en el sentido que a él le parece, las palabras del cuarto libro de mis Confesiones, que tan claras están para el lector por sí mismas y por tantos textos que las preceden o siguen. Y que se regocije finalmente en son de triunfo considerándome como ladrón de dos de sus palabras que le habría sustraído y devuelto después.
Pero no responde a la cuestión
XVIII. 21. En todas estas cosas, ciertamente, como podéis conocer o reconocer por la lectura, dejó correr la lengua al antojo de su presunción; sin embargo, nunca ha dicho cómo se purifica la conciencia del que recibe el bautismo i éste desconoce estar manchada la del que lo da.
Pero yo, en medio o después del alboroto mayúsculo y, en su opinión, aterrorizador, yo tranquilamente, como se dice, y con buenos modos, vuelvo a lo mismo, pidiendo que responda a esta cuestión: "Si se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da santamente para que purifique la del que lo recibe, ¿cómo va a purificarse quien ignora que la conciencia del que lo da está manchada?" Pero a través de toda su carta no encuentro respuesta alguna a este respecto.
La cuestión presentada por Agustín
XIX. 22. Quizá me diga alguno de vosotros: "Todo esto que ha dicho contra ti quiso que sirviera para desacreditarte a ti y por medio de ti a aquellos con quienes estás en comunión, a fin de que en adelante no te den importancia alguna, ellos o los que intentas arrastrar a vuestra comunión. Por lo demás, es a partir del momento en que citó palabras de tu carta cuando hay que juzgar si no dio respuesta alguna a aquellas cuestiones".
Procedamos, pues, así: consideremos sus escritos ni más ni menos desde ese momento. Pasemos por alto el prólogo, en el cual intenta preparar el ánimo del lector y no prestar atención a sus primeras palabras, afrentosas más bien que relativas a la cuestión.
Habla Petiliano: "Dice: 'Se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da para que purifique la del que lo recibe'. ¿Qué sucederá si se ignora la conciencia del que lo da y quizá se encuentra manchada; cómo podrá limpiar la conciencia del que lo recibe si, según dice, se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da para que purifique la del que lo recibe? Pues si dijera que no pertenece al que lo recibe el mal que hubiere oculto en la conciencia del que lo da, quizá aquella ignorancia sirviera para que al ignorarlo no pudiera contaminarse por la conciencia de su bautizador. Baste el que la conciencia manchada del otro no manche al ser ignorada; pero ¿puede también limpiar? ¿Cómo, pues, ha de ser purificado quien recibe el bautismo cuando está manchada la conciencia del que lo da y lo ignora el que lo ha de recibir, sobre todo añadiendo estas palabras: 'Pues quien recibe la fe de un infiel no recibe la fe, sino la culpa'?"
La cuestión del bautismo
XX. 23. Todo este párrafo tomó Petiliano de mi carta para refutarlo. Veamos si lo refutó o si al menos respondió a él. Añado las palabras de que me acusa falsamente haber suprimido y las repito exactamente o con más brevedad, pues al añadir él estas dos palabras me ayudó muchísimo para abreviar la proposición: Si se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da santamente, para que purifique la del que lo recibe, y si quien conociendo la fe lo recibe de un infiel, no recibe la fe, sino la culpa, ¿cómo se purifica la conciencia del que lo recibe si ignora que está manchada la del que lo da y desconociendo la fe lo recibe del infiel? Pregunto cómo se purifica.
Que nos lo diga, no pase a otra cuestión, no tienda nieblas ante los ojos de los ignorantes; finalmente, al menos, dejando ya de interponer y recorrer tantos escabrosos rodeos, díganos de una vez cómo se purifica la conciencia del que lo recibe si está oculta la manchada del bautizante infiel, si se tiene en cuenta la conciencia del que lo da santamente para que purifique la del que lo recibe, y si, conociendo la fe, lo recibe de un infiel, no recibe la fe, sino la culpa.
Sin saberlo recibe el bautismo del infiel, que no tiene la conciencia del que lo da santamente, sino que la tiene ocultamente manchada. ¿Cómo, pues, se purifica, cómo recibe la fe? Porque si ni entonces es purificado ni recibe la fe cuando el que bautiza no tiene fe y está manchado ocultamente, ¿por qué, descubierto y condenado éste después, no es bautizado aquél de nuevo para que sea purificado y reciba la fe? Pero si permaneciendo oculto aquel infiel y manchado, es purificado éste y recibe la fe, ¿cómo es purificado, cómo la recibe, si no existe la conciencia del que lo da santamente que pueda purificar la del que lo recibe?
Díganos esto, que responda a esto Petiliano: ¿cómo se purifica, cómo la recibe, si se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da santamente para que purifique la del que lo recibe, y aquélla no existe, allí donde el que bautiza escondió su mancha y su infidelidad? Nada en absoluto se ha respondido a esto.
Escapatorias de Petiliano
XXI. 24. Pero he aquí que, acosado en esta cuestión, vuelve de nuevo contra mí con un ataque nebuloso y tempestuoso para oscurecer el cielo despejado de la verdad, y el extremo de la escasez le torna elocuente, no por las verdades que dice, sino por la vaciedad de las acusaciones que vomita. Fijaos bien, con toda atención y firmeza, en lo que debe responder, esto es, cómo se purifica la conciencia del que lo recibe si está ocultamente manchada la del que lo da, no sea que su soplo haga desaparecer esto de vuestras manos y os arrebate a vosotros la sombría tempestad de su turbio discurso, hasta el punto de que ignoréis en absoluto de dónde se ha partido y adónde hay que tornar; ved también que el hombre vaga por donde puede, al no poder mantenerse defendiendo la causa que emprendió. Ved cuánto habla sin tener nada que decir.
Dice que yo me deslizo inseguro, pero que me tiene cogido; que ni demuestro ni confirmo lo que reprocho, que invento cosas inciertas como ciertas, que no permito a los lectores creer la verdad, sino que trato de suscitar sospechas más profundas; dice que yo tengo el ingenio digno de condenación del académico Carnéades; también intenta penetrar en lo que piensan los Académicos sobre la falsedad o falacia del sentido humano. Afirma también, ignorando absolutamente lo que habla, que ellos dicen que la nieve es negra siendo blanca, y negra la plata; que una torre parece redonda o lisa siendo angulada; que un madero en el agua está roto estando entero. Y todo esto simplemente porque al decir él "la conciencia del que lo da" o "la conciencia del que lo da santamente se ha de tener en cuenta para que limpie la del que lo recibe", he replicado yo: "¿Qué pasa si está oculta la conciencia del que lo da y quizá está manchada?" ¿Es ésa la explicación de la nieve negra y de la plata negra y de la torre redonda en vez de angulada y del madero quebrado en el agua en vez de intacto?
En efecto, yo hablaba de una cosa que podía pensarse y podía no existir, es decir, de que estaba oculta la conciencia del que lo daba y quizá estaba manchada.
25. Todavía continúa y grita: "¿Qué es aquello de 'qué sucederá si', qué es 'quizá' sino una cierta e inconstante perplejidad de quien duda, de la cual ya dijo tu favorito: 'Qué si me vuelvo ahora a los que dicen: Qué sucederá si ahora el cielo se desploma'?"
Esto es lo que dije: "¿Qué sucederá si se desconoce la conciencia del que lo da y quizá está manchada?" ¿Es lo mismo que decir: "Qué sucederá si ahora el cielo se desploma"? Dije ciertamente: "Qué sucederá si?" Porque puede suceder que esté oculta, puede suceder que no esté oculta. Pues cuando se ignora qué piensa o qué ha hecho, se ignora la conciencia del que lo da, pero cuando se manifiesta su pecado, no se oculta. Dije: "Y quizá está manchada", porque puede suceder que se desconozca y esté manchada. Por eso dije: "qué sucederá si"; por eso dije "quizá". ¿Es acaso semejante a esto aquello de "qué sucederá si ahora se desploma el cielo"?
Oh, cuántas veces quedaron convictos y confesaron los hombres haber tenido conciencias manchadas y adulterinas, cuando bautizaban a quienes lo ignoraban, después que, descubierto el crimen, fueron degradados, y, sin embargo, no se desplomó el cielo! ¿Qué hacen aquí Pilo y Furio, que defendieron la injusticia contra la justicia? ¿Qué hace aquí el ateo Protágoras, que negó la existencia de Dios, de suerte que parece fue de él de quien dijo el profeta: Dice en su corazón el insensato: ¡No hay Dios!? 36 ¿Qué hacen éstos aquí, para qué han sido citados, sino para intervenir en favor del hombre que no tiene qué decir, a fin de que, mientras se dice al menos algo sin motivo sobre estas cosas, parezca que se trata la causa, y se crea que se ha respondido a lo que no se ha respondido?
Nada cambian las adiciones reclamadas por Petiliano
XXII. 26. Finalmente, si estas dos o tres expresiones "qué sucederá si" y "quizá" resultan tan intolerables que a causa de ellas se hace despertar de su ya tan antiguo sueño a los Académicos, a Carnéades, a Pilo y a Furio, a Protágoras, a la nieve negra y al desplome del cielo, y otras locuras y dislates semejantes, si aquello es así, suprímanse tales palabras. En realidad, sin ellas no es imposible decir lo que queremos. Basta aquello que poco después puso él mismo tomado de mi escrito: "¿Cómo, pues, ha de ser purificado quien recibe el bautismo, cuando está manchada la conciencia del que lo da y lo ignora el que lo va a recibir?" Aquí ya no están las expresiones "qué sucederá si" y "quizá".
Por tanto, que se responda. Prestad atención, no sea que vaya a responder a esto con lo que sigue: "Pero yo, dice, te fuerzo a entrar en la regla de la fe sin que vengas con subterfugios, a fin de que no divagues más. ¿Por qué con argumentos necios encarrilas la vida del error? ¿Por qué perturbas la noción de la fe con conceptos irracionales? Con este escueto razonamiento te domino y te refuto". Esto lo ha dicho Petiliano, no yo. Estas son palabras de la carta de Petiliano, a la cual añadí yo aquellas dos que me acusa de haber quitado, y, sin embargo, he demostrado que permanecía firme mucho más breve y claramente el sentido de mi pregunta, a la cual él no responde.
Estas son las dos palabras de que se trata, "santamente" y "sabiéndolo", y así no era "la conciencia del que da", sino la "conciencia del que da santamente", y en lugar de "quien recibe la fe de un infiel", "quien sabiéndolo recibe la fe de un infiel".
Ciertamente yo no las había suprimido; no las había encontrado en el códice que llegó a mis manos. Bien puede ser que éste fuera defectuoso, cosa no increíble, de modo que por ello se excite contra mí la odiosidad académica y mi afirmación de que puede estar equivocado el códice se considere como si hablara de nieve negra. ¿Por qué no le voy a devolver la misma temeraria sospecha afirmando que él añadió posteriormente lo que inventó que yo había suprimido, ya que el códice, que no se va a enfurecer, puede aguantar esta censura de incorrección sin temeridad malévola por mi parte?
Las adiciones hacen más clara la pregunta
XXIII. 27. En verdad, aquella primera expresión, esto es, "del que lo da santamente", no entorpece en absoluto la pregunta con que le apremio, ya diga así: "si se ha de atender a la conciencia del que da", o de esta otra manera: "si se ha de atender a la conciencia del que da santamente para que purifique la del que lo recibe, ¿cómo ha de purificarse quien recibe el bautismo si la conciencia del que lo da está manchada y el que lo va a recibir lo ignora?"
En cuanto a la otra expresión que se añade: "sabiéndolo", donde no hay que decir: "pues quien recibe la fe de un infiel", sino: "quien recibe la fe de un infiel, sabiéndolo, no recibe la fe, sino la culpa", confieso que, como si faltara esa palabra, dije algunas cosas, por las cuales fácilmente tengo que soportar alguna contrariedad, puesto que oponían más bien un obstáculo a mi expresión que una ayuda a mi capacidad.
Es mucho más fácil, cabal y breve formular la pregunta en estos términos: Si se ha de tener en cuenta la conciencia del que da santamente para que purifique la del que recibe, y si quien recibe la fe de un infiel, sabiéndolo, no recibe la fe sino la culpa, ¿cómo se purifica aquel que desconoce la conciencia manchada del que no lo da santamente, y cómo recibe la fe verdadera el que, ignorándolo, es bautizado por un infiel?
Dígasenos cómo tiene lugar esto, y quedará en claro toda la cuestión del bautismo, resultará sin neblinas la cuestión que se ventila; pero, claro, si se dice, no si se consume el tiempo maldiciendo.
A falta de argumentos, ataques personales
XXIV. 28. Por consiguiente, cuanto puede calumniar sobre la supresión de estas dos expresiones o vanagloriarse de haberlas añadido él, veis claramente que en nada impide mi pregunta; y como no encuentra qué responder, para no mantenerse en silencio, se lanza de nuevo contra mí, apartándose, diría yo, de la cuestión, si es que alguna vez se hubiese acercado a ella.
Sin duda, como si se tratara de mi persona y no de la verdad de la Iglesia y del bautismo, dice que yo he argumentado con la supresión de sus palabras, para que no perjudique a mi conciencia el haber ignorado, como él dice, la conciencia sacrílega de quien me contaminó. Si esto fuera así, me hubiera sido más ventajoso el añadir aquella palabra que se puso, "sabiéndolo", y desventajoso el haberla suprimido. En efecto, si hubiera querido defenderme de suerte que se pensara que yo había desconocido la conciencia de mi bautizador, hubiera tomado en mi favor las palabras de Petiliano, cuando no dice en general: "quien recibe la fe de un infiel", sino: "quien, sabiéndolo, recibe la fe de un infiel, no recibe la fe, sino la culpa". De esta manera yo presumiría de haber recibido no la culpa sino la fe, pues podría decir: "Yo no lo recibí a sabiendas de un infiel, sino que desconocí la conciencia del hombre que me lo daba".
Ved, pues, y contad, si podéis, cuántas palabras superfluas dice a propósito de sólo la palabra "ignoré", que él propone como mía, cuando en absoluto no lo he dicho yo, porque ni se trataba de mí, para que yo lo dijera, ni apareció acusación alguna contra el que me bautizó, para verme forzado a decir en mi defensa que me era desconocida la conciencia de aquél.
Datos históricos
XXV. 29. Sin embargo, él, para no responder a lo que dije, se pone delante lo que no he dicho, y así aparta a los hombres de la atención a lo que debe decir, no sea que se le vaya a exigir lo que debe responder. Intercala con frecuencia: "lo ignoré, dices", y responde: "Pero si lo ignoraras", y da la impresión de que convence para que yo no pueda decir: "lo ignoré". Cita a Mensurio, Ceciliano, Macario, Taurino, Romano y afirma que éstos hicieron contra la Iglesia de Dios, lo que no podría yo ignorar, puesto que soy africano y de edad ya avanzada. Sin embargo, según yo tengo oído, Mensurio murió en la unidad de la comunión antes de separarse el partido de Donato, y en cambio sobre la causa de Ceciliano he leído que ellos la presentaron ante Constantino y que fue absuelto una y otra vez por los obispos que él había nombrado como jueces, y aun por tercera vez por el mismo soberano al apelar ellos a él. Por lo que se refiere a Macario, Taurino y Romano, consta que obraron de acuerdo con las leyes en cuanto, mediante el poder judicial o ejecutivo, hicieron por la unidad contra el furor obstinado de aquéllos (donatistas), leyes que ellos mismos, al llevar la causa de Ceciliano ante el tribunal del emperador, obligaron a que fueran dadas y aplicadas contra sí mismos.
Entre tantas otras menudencias, no relacionadas en absoluto con la cuestión, dice que yo fui castigado por una sentencia del procónsul Mesiano a huir de África; y con motivo de esa falsedad, que si no inventó él mismo, al menos aceptó malévolamente de los malévolos que la inventaron, cuántas otras muchas falsedades no tuvo reparo consecuentemente no sólo en decir de cualquier modo, sino aun de escribir con pasmosa temeridad; para entonces yo había ido a Milán ante el cónsul Bauton, y en mi calidad de retórico había cantado en las calendas de enero el panegírico en honor de este cónsul en una gran reunión y ante las miradas de tantos, y había vuelto a África tras aquel viaje después de la muerte del tirano Máximo; y el procónsul Mesiano había interrogado ya a los maniqueos después del consulado de Bauton, como lo muestra la fecha de las actas puesta por el mismo Petiliano. Si fuera necesario demostrar estas cosas a los que dudan o a los que creen lo contrario, podría ofrecer muchos personajes ilustres y de categoría como testigos de todo aquel tiempo de mi vida.
Petiliano evita responder a la cuestión planteada
XXVI. 31. Mas ¿para qué andar con estas pesquisas, para qué soportar y colaborar en estos superfluos retrasos? ¿Acaso vamos a encontrar por ahí cómo puede ser purificada la conciencia del que ignora estar manchada la del que lo da y cómo recibe la fe el que sin saberlo es bautizado por un infiel? Esto es a lo que Petiliano se propuso responder de mi carta, y dijo lo que le plugo y bien diferente de lo que exigía la cuestión. ¡Cuántas veces dijo: "si lo ignorabas", como si yo hubiera dicho lo que nunca dije, que yo había ignorado la conciencia del que me bautizó, y con su boca perversa no pareció haber hecho otra cosa sino parecer convencerme de que yo no había ignorado las malas acciones de aquellos entre quienes fui bautizado y a cuya comunión me asocié, comprendiendo bien, por otra parte, que mi ignorancia no me hacía culpable!
Así, pues, si yo lo ignoraba, como no se cansó de repetir, sin duda estaría libre de todos estos males. ¿Cómo, pues, me purificaría, yo que, desconociendo la conciencia del que lo da indignamente, no podía en modo alguno ser perjudicado por sus pecados, y cómo recibiría la fe si era bautizado sin saberlo por un infiel? No repitió en vano tantas veces: "Si lo ignorabas"; pretendía que no me juzgara a mí mismo inocente, manifestando sin duda alguna que no se viola la conciencia de nadie que, sin saberlo, recibe la fe de un infiel y desconoce la conciencia manchada del que lo da indignamente.
Díganos, pues, cómo se purifican los tales, cómo reciben la fe, no la culpa. Pero que no nos engañe: dígalo, no diga muchas palabras sin decir nada o, más bien, sin decir nada nos atosigue con palabras.
Además, como viene a la mente y no se debe pasar por alto, si yo soy culpable porque no lo ignoré, para usar de su manera de hablar, y no lo ignoré porque soy africano y ya casi viejo por la edad, no sean culpables al menos los niños de las otras tierras en todo el orbe, que no pudieron por su pueblo o por su edad conocer estas vuestras objeciones verdaderas o falsas, y que, sin embargo, si caen en vuestras manos, serán rebautizados sin miramiento alguno.
La respuesta de Petiliano
XXVII. 32. Pero no es esto de lo que se trata ahora. Responda más bien a aquello de lo que con tales digresiones se aleja para no responder: cómo se purifica la conciencia del que lo recibe si ignora que, está manchada la del que lo da, si se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da dignamente para que se purifique la del que lo recibe; y cómo recibe la fe el que sin saberlo es bautizado por un infiel, si quien, sabiéndolo, recibe la fe de un infiel, no recibe la fe sino la culpa.
Pasando, pues, por alto las acusaciones que sin consideración alguna lanzó sobre mí vamos a esperar por si responde a esas preguntas en lo que explique después. Aunque bien se echa de ver la garrulería con que las ha propuesto, como si las fuera a erradicar y destruir. Dice: "Pero tornemos al argumento de tu fantasía, en el que te parece describes con tus palabras toda suerte de bautizantes. Es natural que, como no ves la verdad, te imagines cualquier cosa semejante a ella". Este es el prólogo que puso Petiliano al citar mis palabras; y luego añade: "Aquí tenemos, dice, al infiel que ha de bautizar, y el que va a ser bautizado ignora su infidelidad".
No cita mi proposición y pregunta completas, y acto seguido comienza él a interrogarme: "¿Quién es este que propones o de dónde salió? ¿Por qué te parece que ves al que sueñas para no ver al que debes ver, examinar y juzgar con toda diligencia? Pero como comprendo que ignoras el orden de celebración del sacramento, te advierto brevemente: debiste examinar al bautizante y ser examinado por él".
¿Qué es lo que esperábamos? Naturalmente, que nos dijera cómo se purifica la conciencia del que lo recibe y desconoce estar manchada la del que lo da indignamente, y cómo recibe la fe y no la culpa el que sin saberlo recibe el bautismo de un infiel. Y hemos oído, en cambio, que el bautizante debe ser examinado con toda diligencia por el que quiere recibir la fe, no la culpa, para descubrir la conciencia del que lo da santamente, la cual purifique la del que lo recibe. Así, quien no ha hecho aquel diligente examen y, sin saberlo, lo recibe de un infiel, por el mismo hecho de no haber hecho el examen y desconocer la conciencia manchada del que lo da, no hubo modo de que recibiera la fe y no la culpa.
¿De qué le sirvió entonces añadir con tal encarecimiento la palabra "sabiéndolo", que me acusó falsamente de haber suprimido yo? Al no querer decir: "Quien recibe la fe de un infiel, no recibe la fe, sino la culpa", parece había dejado alguna esperanza al que no lo sabía. En cambio, ahora, al ser preguntado cómo recibe la fe quien sin saberlo es bautizado por un infiel, contesta que debió haber examinado al bautizante; sin duda no permite al miserable ni siquiera la ignorancia, y no ve para él otro recurso para recibir la fe sino poner su esperanza en el hombre que le bautiza.
Interpretación personal
XXVIII. 33. Esto es lo que rechazamos horrorizados en vosotros; esto es lo que condena la palabra divina clamando con toda verdad y claridad: Maldito todo aquel que pone su esperanza en un hombre 37. Esto es también lo que claramente prohíbe la santa humildad y la caridad apostólica al clamar Pablo: No se gloríe nadie en el hombre 38. Esto es lo que multiplica contra nosotros los ataques de hueras calumnias y durísimas acusaciones, de suerte que, como si el hombre estuviera destruido, no nos queda esperanza alguna a quienes administramos, según la dispensación que se nos ha concedido, la palabra de Dios y su sacramento.
Nosotros les respondemos: ¿Hasta cuándo os apoyaréis sobre un hombre? 39 Y la venerable sociedad católica les responde: ¿No se someterá mi alma al Señor? De él me viene la salud, él, en efecto, es mi Dios; no me alejaré 40.
En efecto, ¿qué otro motivo tuvieron éstos para alejarse de la casa de Dios, sino que simularon no poder soportar los vasos hechos para la afrenta, de los cuales no se verá privada aquélla hasta el día del juicio? Sin embargo, aparece que ellos mismos fueron esos vasos y se lo cargaron calumniosamente a los otros según las actas y los escritos de entonces.
Sobre esos vasos hechos para afrenta precisamente, para no verse forzados a salir de la gran casa, la única que existe para el gran Padre de familia; sobre esos vasos dice el siervo de Dios y el buen fiel, o el que va a recibir la fe en el bautismo, lo que recordé poco ha: ¿No se someterá mi alma a Dios? 41 A Dios sólo, no al hombre: De él me viene la salud 42, no del hombre.
Petiliano, en cambio, para no dejar a Dios, al menos entonces, que purifique y limpie al hombre, cuando está oculta la conciencia indigna del que lo da, y alguien recibe la fe de un infiel sin saberlo, dice: "Te digo esto brevemente: Tú debiste examinar al que te bautiza y ser examinado por él".
El ejemplo de Juan Bautista
XXIX. 34. Os suplico, atended a esto: Yo pregunto cómo se purifica la conciencia del que lo recibe, cuando desconoce que está manchada la del que lo da, si se ha de atender a la conciencia del que lo da dignamente para que purifique a la del que lo recibe; y cómo recibe la fe el que, sin saberlo, es bautizado por un infiel, si quien, sabiéndolo, recibe la fe del infiel no recibe la fe, sino la culpa.
Él me contesta que es preciso examinar al que bautiza y al que va a ser bautizado. Y para demostrar esto, sobre lo cual no hay pregunta alguna, aduce el testimonio de Juan, a quien examinaron los que le preguntaban quién decía que era él, y a su vez les examinó él y así les dijo: Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? ¿A qué viene esto aquí, qué tiene que ver esto con la cuestión? Dios había dado a Juan un testimonio de su extraordinaria santidad con la precedente clarísima profecía, tanto en su concepción como en su nacimiento. Aquéllos, teniéndole ya por santo, le preguntaban qué santo decía que era él o si era el Santo de los Santos, el cual no era otro que Cristo. Era tal la aceptación de que gozaba, que sería creído en lo que dijera de sí.
Ahora bien, si con este ejemplo se pretende afirmar que debe ser examinado todo el que bautiza, cualquiera deberá ser creído diga lo que diga acerca de sí. Y ¿quién es el hipócrita, a quien rechaza, como está escrito, el Espíritu Santo, que no quiera se tenga de sí una perfecta opinión y no procure ésta con las elocuentes palabras que pueda? Por consiguiente, cuando se le pregunte quién es y responda que él es el fiel administrador y que tiene limpia su conciencia de toda mancha, ¿quedará concluido todo el examen o habrá que investigar con más diligencia sus costumbres y su vida? Sin duda alguna; aunque no se lee que hicieran esto los que preguntaron a Juan en el desierto del Jordán quién era.
Petiliano esquiva la verdadera cuestión
XXX. 35. Por todo ello se ve que este ejemplo no pertenece en absoluto a la cuestión que se ventila. La palabra divina nos inculca bien esta preocupación cuando dice: Sean probados primero, y luego ejerzan su ministerio si fueran irreprensibles 43. Si esto se ha llevado a cabo con diligencia y según costumbre en una y otra parte, ¿por qué salieron tantos responsables desde que se practica esta dispensación, sino porque la diligencia humana falla tantas veces y porque algunos buenos en un principio se truecan en perversos?
Esto sucede tan frecuentemente que no da lugar a disimulo u olvido; ¿por qué entonces nos enseña en tono insultante que el bautizante debe ser examinado por el bautizando, cuando preguntamos cómo se ha de purificar la conciencia, cuando está oculta la conciencia manchada del que no lo da santamente, si se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da santamente para que limpie la del que lo recibe? "Como sé que tú desconoces el orden de administración del sacramento, te digo brevemente: tú debiste examinar al que te bautiza y ser examinado tú por él".
¡Vaya una respuesta! Se ve rodeado en tantos lugares por una multitud de hombres, bautizados por ellos, quienes parecían antes justos y castos y al presente han quedado convictos de faltas manifiestas y reprobados; y piensa él que puede escapar al acoso de la pregunta sobre cómo se purifica la conciencia del que lo recibe, cuando desconoce que está manchada la del que la da indignamente, si se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da dignamente para que se purifique la del que lo recibe, y piensa escapar diciendo brevemente que se examine al que bautiza.
No hay cosa más lamentable que no asentir a la verdad, que os asedia tan estrechamente que no podéis encontrar salida. Preguntamos de quién recibe la fe el que, sin saberlo, es bautizado por un infiel. Y se nos responde: "Debió examinar a su bautizante". Luego como no lo examinó y recibió la fe de un infiel, ¿no recibió la fe, sino la culpa? ¿Por qué, pues, no son bautizados de nuevo aquellos de quienes consta que fueron bautizados por los denunciados y convictos, cuando aún estaban ocultos?
Apelo a los lectores
XXXI. 36. Dice: "Y ¿dónde se encuentra la palabra que añadí: 'sabiéndolo', de suerte que no dijera: 'El que recibe la fe de un infiel', sino: 'El que recibe la fe, sabiéndolo, de un infiel, no recibe la fe, sino la culpa'?"
Luego recibió la fe, no la culpa, quien, no sabiéndolo, la recibió de un infiel, y por eso precisamente pregunté yo cómo la recibió.
Estrechado así, responde: "Debió examinar". Está bien, debió; pero no lo hizo o no pudo hacerlo; ¿qué pensáis de él? ¿Fue purificado o no? Si fue purificado, pregunto cómo; pues no pudo limpiarle la conciencia manchada del que lo da indignamente. Y si no fue purificado, mandad que lo sea. No lo mandáis; luego fue purificado. Decid cómo.
Decid al menos vosotros lo que no dijo él. Os propongo las mismas palabras a las que él no pudo responder: "He aquí que un infiel va a bautizar, y el que va a ser bautizado ignora su infidelidad. ¿Qué pensáis recibirá éste: la fe o la culpa?" Baste con esto. Responded o buscad lo que él ha respondido: descubriréis demostradas sus invectivas.
Me reprocha, como burlándose de mí, que le proponga cosas semejantes a la verdad, yo que no la veo. Repite también mis palabras, y dejando la mitad de la frase, dice: "Tú dices: He aquí que un infiel va a bautizar, y el que va a ser bautizado no conoce su infidelidad". Luego añade: "¿Quién es éste o de dónde salió?" Como si se tratara de uno solo o de dos, y no estuviera de una y otra parte lleno el mundo de estas personas. ¿Por qué me pregunta a mí quién es éste o de dónde salió, y no echa más bien una mirada en torno y observa que serán raras las iglesias, en las ciudades o en los campos, que no tengan personas descubiertas en sus faltas y expulsadas del estado clerical? En efecto, estando ocultos y queriendo parecer buenos siendo malos, y castos siendo adúlteros, eran unos hipócritas, y el Espíritu Santo, como está escrito, huía de ellos. De esa turba de ocultos salió aquel infiel que presenté. ¿Por qué me pregunta de dónde salió, cerrando los ojos frente a una multitud tan grande, cuyo clamor, aunque sólo se tuvieran en cuenta los que han podido quedar convictos y rechazados, es suficiente para informar a los ciegos?
Agustín reformula la cuestión
XXXII. 37. Pues qué, ¿no adujo él mismo en su carta que Quodvultdeo, convicto y rechazado por sus adulterios entre vosotros, fue recibido por los nuestros? ¿Qué decir, pues? Trataré de hablar sin perjuicio de quien demostró o convenció de la justicia de su causa. Cuando bautizan los que entre vosotros no han sido descubiertos como adúlteros, ¿qué es lo que dan: la fe o la culpa? No ciertamente la fe, puesto que no tienen la conciencia del que lo da dignamente, de suerte que purifiquen la del que lo recibe; pero tampoco la culpa a tenor de la palabra añadida: "Pues quien recibe la fe de un infiel, 'sabiéndolo', no recibe la fe, sino la culpa".
Cuando los neófitos eran bautizados por los tales, no sabían aquéllos qué calidad de personas los bautizaban. Por tanto, se quedaron sin fe y sin culpa, ya que no recibieron la fe al recibir el bautismo porque no tenían conocimiento del que lo daba dignamente, y no recibieron el reato porque fueron bautizados no conociendo, sino desconociendo las culpas de aquéllos. Por consiguiente, ni son del número de gente tan torpe, ni tampoco pueden contarse en el número de los fieles, porque como no pudieron contraer la culpa, tampoco pudieron recibir de aquéllos la fe. No obstante, vemos que los contáis en el número de los fieles y que nadie de los vuestros piensa deben ser bautizados, sino que se tiene por válido su bautismo. Así, pues, recibieron la fe, pero no la recibieron de aquellos que no tenían conciencia de que bautizaran dignamente, de suerte que purificase la conciencia del que lo recibía. ¿Cómo, pues, la recibieron? Esto es lo que me preocupa, esto es lo que pregunto con insistencia, esto es lo que ruego con toda vehemencia.
Las citas bíblicas usadas por Petiliano
XXXIII. 38. Mirad ahora a Petiliano: para no contestar a esto o para que no parezca que ha sido sorprendido sin poder contestar, divaga vanamente a través de las afrentas de que me cubre acusando y sin poder probar nada; y cuando intenta poner alguna resistencia por la causa con cierta tenacidad, siempre se ve superado con toda facilidad, y no responde en absoluto a esta única cuestión que buscamos: Si se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da dignamente para que purifique la del que lo recibe, ¿cómo puede ser purificado quien recibe el bautismo cuando está manchada la conciencia del que lo da e ignora esto el que va a recibirlo?
Citadas estas palabras de mi carta, me presenta a mí como hombre que pregunta y se muestra él como hombre sin respuesta. Él dice lo que ya he citado, y ya he mostrado que no ha contestado a mis preguntas; luego, estrechado con grandes dificultades, se vio forzado a decir que el bautizado debía examinar al bautizante y el bautizante al bautizado, e intentó confirmar esto con el ejemplo de Juan, por si se topaba con oyentes o muy descuidados o muy ignorantes; así adujo otros testimonios de la Escritura que no vienen a cuento: como lo que le dijo el eunuco a Felipe: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? 44 Porque sabía, dice, que los descarriados están impedidos; y también el que Felipe no prohibió que fuera bautizado, porque había probado por la lectura que creía en Cristo, como si lo hubiera prohibido a Simón Mago; y lo mismo el que los profetas temieron ser engañados por un falso bautismo, y por eso dijo Isaías: Agua falaz en la que no se puede confiar 45, dando a entender que entre los infieles el agua es mendaz; en realidad no fue Isaías, sino Jeremías, quien dijo esto de los hombres mentirosos, llamando figuradamente agua al pueblo, lo cual se ve clarísimamente en el Apocalipsis. Así como también adujo lo que dijo David: El óleo del impío jamás ungirá mi cabeza 46, palabras dichas de la adulación del lisonjeador que con alabanza engañosa pretende engañar al lisonjeado para que se engría en su orgullo. Este es el sentido que nos descubren las palabras que preceden en el mismo salmo: Me corregirá el justo en su misericordia y me reprenderá; mas el óleo del impío jamás ungirá mi cabeza 47. ¿Hay algo más claro y evidente que esta frase? El profeta prefiere ser argüido misericordiosamente por la áspera reprensión del justo para sanar a ser ungido con las suaves caricias del adulador para hincharse de orgullo.
También 1Jn 4, 1
XXXIV. 39. Recuerda Petiliano que también el apóstol Pablo amonestó que no se crea a todo espíritu, sino que se examine si los espíritus son de Dios, como si se usara esta diligencia para separar ahora, antes de tiempo, el grano de la paja, y no más bien para que no sea engañado el grano por la paja; o como si cuando un espíritu mendaz dice algo verdadero, hubiera que negarlo porque lo dijo un espíritu reprochable. El pensar esto sería tan demencial como pretender que Pedro no debió decir: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo 48, porque los demonios habían dicho algo semejante.
Por consiguiente, administrado por un inicuo o por un justo, no es otra cosa que el bautismo de Cristo. El hombre prudente y verdadero fiel debe evitar la iniquidad del hombre, no condenar el sacramento de Dios.
40. En todas estas disquisiciones nada ciertamente contesta Petiliano a la cuestión: Si se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da dignamente para que purifique la del que lo recibe, ¿cómo va a purificarse quien recibe el bautismo cuando está manchada la conciencia del que lo da e ignora esto el que va a recibirlo?
Un colega suyo de Thubursicu Bure, cierto Cipriano, fue sorprendido en un lupanar con una mujer licenciosa, llevado a Primiano de Cartago y condenado. Cuando bautizaba éste antes de ser descubierto y expulsado no tenía ciertamente la conciencia del que administra dignamente, de suerte que purificara la del que lo recibía. ¿Cómo fueron purificados quienes después de su condenación no son bautizados de nuevo? No era necesario haber nombrado al culpable si no fuera para que no viniera luego Petiliano diciéndonos: "¿Quién es éste y de dónde salió?"
¿Por qué los vuestros no examinaron a este bautizante como Petiliano examinó a Juan con esa intención? ¿O acaso lo examinaron y tardaron tanto en descubrirlo, ocultándose con redomada simulación?
La traición de Judas y la universalidad de la Iglesia, profetizadas
XXXV. ¿No era acaso mentirosa su agua o no es el óleo del fornicario el óleo del pecador? O ¿acaso, como dice la Católica y es verdad, aquella agua y aquel óleo no eran de quien administraba, sino de aquel cuyo nombre se invocaba allí? ¿Por qué los que eran bautizados por este simulador y pecador oculto no examinaban su espíritu, pues no era de Dios? El Espíritu Santo que nos educa huye de la doblez. ¿O acaso huía de aquél y no abandonaba sus sacramentos aunque administrados por él?
En resumen, como no podéis negar que han sido purificados aquellos que no os preocupáis de purificar después de ser condenado aquél, ved si Petiliano, ofuscado con tales nebulosidades, responde en algún lugar cómo fueron purificados éstos, si se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da para que purifique la del que lo recibe, conciencia que no pudo tener el que internamente era un inmundo.
41. Nada, pues, responde a lo que se le solicita con insistencia; en cambio, luego, dando rienda suelta a su prolija elocuencia, dice: "Si los profetas y el Apóstol han temido cautelosamente esto, ¿con qué cara dices tú que el bautismo de un pecador es santo para los que tienen una fe recta?" Como si yo o cualquier cristiano dijera que el bautismo que se da o se recibe por ministerio del pecador es del pecador y no de aquel en cuyo nombre el bautizado es creyente.
Entonces él, saliéndose de la cuestión, acude al traidor Judas y descarga cuanto puede contra él, aplicando los testimonios proféticos anunciados sobre él tanto tiempo antes, como si con la impiedad de Judas cubriera a la Iglesia de Cristo extendida por todo el orbe, y cuya causa se debate en esta cuestión; no considera en ello lo que debió él advertir: que no se debe dudar que es ella la Iglesia de Cristo que se difunde entre tantos pueblos, puesto que está profetizado con toda claridad tanto tiempo antes, como no se puede dudar que era preciso que Cristo fuera entregado por uno de sus discípulos, puesto que eso estaba igualmente profetizado.
El caso de los maximianistas
XXXVI. 42. Después de todo esto retorna Petiliano a la dificultad que le habíamos propuesto sobre cómo habían aceptado el bautismo de los maximianistas, a quienes habían condenado, aunque en la presentación de esta cuestión ha preferido servirse de sus propias palabras mejor que de las mías. En realidad no decimos nosotros que debe sernos provechoso el bautismo de los pecadores, ya que no sólo decimos no es de los pecadores ni en absoluto de ningún hombre, puesto que lo reconocemos como de Cristo.
Petiliano lo presenta así: "Afirmas tercamente, dice, que debe seros útil el bautismo de los pecadores, porque también nosotros, como dijiste, conservamos el bautismo de aquellos que justamente hemos condenado". Al llegar a esta cuestión, como dije, se le oscureció hasta la simulación de lucha. No encontró adónde ir, por dónde salir, por qué lugar, hallado o creado, escapar en silencio o irrumpir por la fuerza. "Aunque demostraré, dice, en un segundo libro qué diferencia hay entre nosotros y los nuestros por una parte y los vuestros que llamáis inocentes por otra, mientras tanto procurad libraros vosotros de las culpas que conocéis de vuestros colegas, y así podéis exigir razón de los que nosotros rechazamos".
¡Vaya una respuesta! ¿Quién puede responder así sino quien se opone a la verdad, contra la cual no encuentra qué responder? Podríamos también nosotros decir: "Mientras tanto procurad libraros de las faltas, que conocéis, de vuestros colegas y así echadnos en cara algunas de las acusaciones de aquellos que tenéis por malos entre nosotros". ¿Seríamos unos y otros vencedores o unos y otros vencidos? En todo caso, el vencedor en bien de su Iglesia y en su Iglesia es el que nos enseñó en su Escritura que nadie se gloríe en el hombre, y que quien se gloría, se gloríe en el Señor.
Por nuestra parte éste es nuestro pensamiento: Según el oráculo de la verdad, decimos que no justifica al creyente el hombre que lo bautiza, sino aquel de quien está escrito: Al que cree en aquel que justifica al impío, su fe se le reputa como justicia 49, porque nosotros no nos gloriamos en el hombre, y nos esforzamos con su ayuda, cuando nos gloriamos, por gloriamos en el Señor; y ¡qué tranquilos estamos, aunque pudiera demostrar cualquier error o falta de algunos miembros de nuestra comunión! En efecto, entre nosotros se tolera a los malos, ocultos totalmente o conocidos sólo por algunos, por causa de los buenos, a los que son desconocidos; ante los cuales no pueden quedar convictos, y se los tolera por el vínculo de la unidad y la paz, a fin de no arrancar el trigo con la cizaña; de tal suerte que llevan la carga de su malicia, de modo que nadie participa de ella con ellos, sino aquellos que se complacen en su iniquidad. No tememos que puedan justificarse los que ellos bautizan, ya que ellos creen en el que justifica a los impíos, de suerte que su fe se les cuenta como justicia.
Los pecados de los fieles no manchan la santidad de la Iglesia
XXXVII. 43. Por consiguiente, entre nosotros no perjudica en nada a la Iglesia de Dios que se extiende y crece en el mundo hasta la recolección, ni aquel que, sin saber lo que dice, dice que fue depuesto por nosotros bajo la acusación de sodomía, poniendo a otro en su lugar, y restituido de nuevo a nuestro colegio, ni tampoco aquel que recuerda era penitente entre vosotros, pudieran o no pudieran en modo alguno ser defendidas las causas de entrambos. En ésta, si existen realmente esos malos que acusáis, no están propiamente en ella, sino en la paja; y si son buenos, cuando los abrumáis con vuestras injustas acusaciones, son probados como el oro, mientras vosotros ardéis como la paja. Pero los pecados ajenos no contaminan a la Iglesia, que, extendida por todo el orbe según las profecías dignas del mayor crédito, espera el fin de los tiempos como una orilla, llevada a la cual se vea liberada de los malos peces, con los cuales puede soportar sin pecado la incomodidad de su naturaleza dentro de las mismas redes del Señor, mientras no debió separarse de ellos con la impaciencia.
Sin embargo, no hay motivo alguno para que los dispensadores de Cristo, diligentes y prudentes, descuiden la disciplina de la Iglesia, donde las faltas se ponen de manifiesto, de suerte que pueden defenderse con algún argumento aceptable. Existen innumerables testimonios en aquellos que fueron obispos o clérigos de una graduación semejante y degradados ahora o se largaron por vergüenza a otras tierras o se pasaron a vosotros o a otras herejías o son conocidos en sus regiones. De ellos hay tal multitud diseminada por todas partes, que si Petiliano refrenara un poco su temeridad de maldecir y lo pensara un poco, no caería en opinión tan abiertamente falsa y vana como la que le ha llevado a decirnos: "Nadie es inocente entre vosotros, donde nadie es condenado como reo".
La Iglesia católica puede condenar a sus ministros indignos
XXXVIII. 44. Paso por alto a otros habitantes de diversas tierras, pues apenas se echa de menos en parte alguna esta clase de hombres, a fin de que quede claro que también en la Iglesia católica se suele condenar a los prepósitos y ministros inicuos; bien pudo él ver de cerca a Honorio de Milevi. Sobre Esplendonio, a quien siendo diácono se le condenó en la Católica y después de rebautizado lo hizo él presbítero, cuya condenación en la Galia, enviada a nosotros por los hermanos, la presentó allí mismo nuestro Fortunato para que fuera leída públicamente en Constantina, y a quien después el mismo Petiliano, descubriendo sus espantables asechanzas, arrojó; a propósito de este Esplendonio, ¿cómo no se sintió afectado ante el hecho de que también son degradados los malos en la Iglesia católica? Me sorprende en qué precipicio de temeridad se hallaba su corazón al dictar dislates de esta categoría: "Nadie es inocente entre vosotros donde nadie es condenado como reo".
Por lo cual, mezclados corporalmente, separados espiritualmente los malos en la Iglesia católica, tanto cuando son desconocidos por la condición humana como cuando son condenados en relación con la disciplina, llevan sus cargas propias; y así, los que son bautizados por ellos con el bautismo de Cristo, se encuentran seguros si, con su imitación y conocimiento, no toman parte en sus pecados, ya que, aunque fueran bautizados por los mejores, no serían justificados sino por el que justifica al impío. Porque a los que creen en el que justifica al impío, se les computa la fe para justicia.
Petiliano se condena o se contradice
XXXIX. 45. Vosotros, en cambio, cuando se os echa en cara los maximianistas condenados por la sentencia de un Concilio de trescientos diez, atacados en el mismo Concilio citado en tantas actas proconsulares y municipales; expulsados, por orden de los jueces y cooperación de las ciudades, de las basílicas que tenían; recibidos luego y honrados por vosotros, sin suscitar cuestión alguna sobre el bautismo, con aquellos que habían bautizado fuera de vuestra comunión, ante esto no encontráis qué responder.
Ciertamente os veis vencidos por la opinión no verdadera, sino vuestra, por la cual os esforzáis en demostrar que en la misma comunión de sacramentos perecen unos por las faltas de otros y que cada uno es tal cual el hombre por el que es bautizado, culpable si es culpable, inocente si es inocente.
Si esto es verdad, omitiendo a otros innumerables, os han condenado a vosotros, con sus crímenes, los maximianistas, cuyo delito exageraron los vuestros en un concilio tan numeroso comparándolo con el de aquellos que devoró vivos la tierra. Y si no os echaron a perder los crímenes de los maximianistas, es falso lo que pensáis y mucho menos puedo comprender qué delitos, no probados, de los africanos han podido perder al orbe entero.
Por esto, como escribe el Apóstol: Cada uno tiene que llevar su propia carga 50, y de nadie es el bautismo de Cristo sino de Cristo, y en vano promete Petiliano que va a hablar en el segundo libro sobre esto que de los maximianistas nos hemos propuesto, como si no entendiera que él no tiene nada que decir.
Sólo en la unidad es útil el bautismo
XL. 46. En efecto, si el bautismo que administraron Pretextato y Feliciano en la comunión de Maximiano fue propio de ellos, ¿por qué lo aceptasteis vosotros como si fuera de Cristo en aquellos que bautizaron? Pero si es de Cristo, como lo es, y no pudiera ser provechoso a los que lo han tenido con el borrón del cisma, ¿qué podéis decir vosotros que habéis otorgado a los que recibisteis con el mismo bautismo, sino que, borrando el crimen de la perversa división mediante el vínculo de la paz, no fueran forzados a recibir el sacramento del lavatorio sagrado, como si no lo tuvieran, sino que, como antes les era pernicioso, comenzase ya a serles útil lo que tenían?
Claro que si no fue otorgado esto en vuestra comunión, porque no podría conceder algo semejante a cismáticos entre cismáticos, se os otorga a vosotros en la comunión católica para que recibáis el bautismo como si no lo tuvierais, sino para que os sea útil en el que tenéis.
Todos los sacramentos de Cristo, sin el amor de la unidad de Cristo, no se poseen para la salud, sino para la condenación; pero como según vuestra doctrina, no verdadera, por el bautismo de no sé qué traditores desapareció del orbe el bautismo de Cristo, con razón no encontráis qué responder sobre la aceptación del bautismo de los maximianistas.
47. Ved ya y recordad con todo cuidado cómo Petiliano no ha respondido ni siquiera a las cuestiones que él mismo se propuso, por donde pueda aparecer que dice algo. Ya hace tiempo que lo dejó en absoluto y no quiso decíroslo, porque ciertamente no pudo; y ni aun al final de su libro dirá alguna vez lo que recordó iba a refutar de las primeras páginas de mi carta. En verdad, añadidas las dos palabras de que se jactó yo le había sustraído, como si fueran su defensa más firme, se ha quedado desguarnecido, sin encontrar qué responder cuando se le pregunta: Si se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da dignamente para que purifique la del que lo recibe, ¿cómo se purificará la conciencia de quien ignora que está manchada la conciencia del que lo da indignamente; y si quien sabiéndolo recibe la fe de un infiel, no recibe la fe, sino la culpa, cómo recibirá la fe, no la culpa, el que sin saberlo es bautizado por un infiel? A esto no ha dado respuesta alguna, como es bien claro, después de tanto tiempo hablando.
48. Luego se lanzó a vituperar con su lengua maldiciente a los monasterios y a los monjes, acusándome también a mí de haber establecido este género de vida, género de vida que él desconoce totalmente, o mejor, simula ignorar que es conocidísimo en el mundo entero.
Después, asegurando que yo dije que Cristo era el que bautizaba, llegó a añadir algunas palabras tomadas de mi carta, como si dijera esto cual opinión mía, cuando en realidad lo dije según la vuestra y la de él; y así se lanzó con exuberante crueldad contra mí por decir esto, aunque en verdad la opinión que reprende no es mía, sino suya y vuestra, lo que demostraré poco después con toda la claridad que pueda.
Más adelante trata de enseñarnos con muchas y superfluas palabras que no es Cristo el que bautiza, sino que se bautiza en su nombre y a la vez en el del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y de la misma Trinidad dijo lo que quiso o lo que pudo, que Cristo es el medio de la Trinidad.
Partiendo luego del nombre de los magos Simón y Bar Jesús, acumuló sobre nosotros las afrentas que le plugo.
A continuación interrumpe cautelosamente la causa de Optato de Tamugadi, para no caer en la trampa que encerraba, por no haber podido él ni los suyos juzgar su caso y acusándonos precisamente por haberle acosado con mis sugerencias.
Petiliano no responde a la cuestión
XLI. 49. Finalmente termina su carta exhortando y amonestando a los suyos a que no se dejen engañar por nosotros, y se lamenta de que hayamos hecho a los nuestros peores de lo que habían sido. Por tanto, tras diligente consideración y examen, lo que aparece bien claro por esa carta que escribió es que Petiliano no responde en absoluto a lo que puse primeramente en mi carta. Si, como dice, se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da, o mejor, para añadir lo que tiene como firme defensa, la del que lo da santamente, para que purifique la del que lo recibe, ¿cómo se purificará quien recibe el bautismo si la conciencia del que lo da está manchada e ignora esto el que lo va a recibir?
Por eso no hay que maravillarse de que un hombre mantenedor de la falsedad, acosado por las dificultades de la virtud que le sale al encuentro, haya preferido lanzar insensatos insultos a querer caminar con aquella que no puede ser vencida.
50. Ahora ya, os suplico, prestad atención a unas pocas palabras: quiero demostrar hasta la saciedad qué es lo que él teme para no contestar a esto y tratar de sacar a la luz lo que ha intentado oscurecer.
Ciertamente, al preguntarle nosotros cómo se va a purificar el que recibe el bautismo cuando está manchada la conciencia del que lo da e ignora esto el que va a recibirlo; al preguntarle esto, podría responder con toda facilidad: "Por el Señor Dios", y decir con absoluta confianza: "Dios es el que directamente purifica la conciencia del que lo recibe, cuando ignora que está manchada la del que lo da indignamente".
Pero este hombre se había visto obligado por la doctrina de vuestra secta a colocar la purificación del que lo recibe en la conciencia del que lo da, puesto que había dicho: "Pues se ha de tener en cuenta la del que lo da" o "la del que la da santamente para que purifique la del que lo recibe"; y así temió no fuera a parecer que un hombre quedaba mejor bautizado por un hombre malo oculto que por uno manifiestamente bueno, porque entonces sería purificado, no por la conciencia del hombre que lo da santamente, sino por la misma excelentísima santidad de Dios.
Temiendo una consecuencia tan absurda, o más bien, demencial, no sabiendo por dónde escapar, no quiso decir cómo se ha de purificar la conciencia del que lo recibe, cuando ignora estar manchada la del que lo da indignamente, y trastornándolo todo con estrépito de litigantes , prefirió ocultar lo que se le preguntaba a responder al que le preguntaba, por lo que sería inmediatamente apabullado; no pensó nunca, sin embargo, que personas de mente sana podían leer mis cartas o que podían leer las suyas quienes habían leído las mías, a las que simulaba responder.
La respuesta católica
XLII. 51. En efecto, lo que acabo de decir está expuesto con toda claridad en aquella carta mía, a la que criticó sin decir nada; atended un poco, os ruego, a lo que dijo allí, y aunque le miréis a él con buenos ojos y a mí con ojos aviesos, aguantad, si podéis, con buena voluntad.
En su primera carta, a cuya parte inicial, la única que llegó entonces a mis manos, había respondido yo, de tal modo había colocado la esperanza del que iba a ser bautizado en el hombre bautizante, que decía: "Pues todo ser tiene su fundamento en el origen y en la raíz, y si algo no tiene cabeza, no es nada". Petiliano había dicho esto no queriendo entender por origen, raíz y cabeza del hombre que había de ser bautizado, sino el hombre por quien era bautizado; a lo cual apostillé yo: "Esta es nuestra cuestión: Cuando aquel bautizante oculta su infidelidad, si entonces el bautizado recibe la fe, no la culpa; si entonces el bautizante no es para él origen, raíz y cabeza, ¿quién es aquel de quien recibe la fe, dónde está el origen del que nace, dónde la raíz de que germina, dónde la cabeza donde empieza?, ¿acaso cuando el bautizado ignora que el bautizante es un infiel, es Cristo entonces quien da la fe, es Cristo el origen, la raíz y la cabeza?"
Esto es, pues, lo que ahora digo, y exclamo como exclamé también entonces: "Oh temeridad y soberbia humanas! ¿Por qué no dejas que sea siempre Cristo el que da la fe, para hacer con ese don al cristiano? ¿Por qué no dejas que sea Cristo siempre el origen del cristiano, que el cristiano afinque su raíz en Cristo, y Cristo sea la cabeza del cristiano?" Ni siquiera cuando se dispensa la gracia espiritual a los creyentes mediante un dispensador justo y fiel es el mismo dispensador el que justifica y no aquel único del cual se dijo que justifica al impío; de lo contrario, el apóstol Pablo es la cabeza y origen de lo que había plantado o es Apolo raíz de los que había regado, y no aquel que les había dado el crecimiento, diciendo, en cambio, el mismo Pablo: Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento. Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que hace crecer 51. Tampoco era él la raíz, sino más bien el que dijo: Yo soy la vid; vosotros los sarmientos 52. Y ¿cómo podía ser cabeza de ellos, si dice que nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo y proclama abiertamente en muchos lugares que el mismo Cristo es la cabeza de todo el cuerpo? Por consiguiente, cualquiera que recibe el sacramento del bautismo de un dispensador fiel o infiel, ponga toda su esperanza en Cristo, para no ser aquel maldito que pone su esperanza en el hombre 53.
Evitar un absurdo
XLIII. 52. Al responder yo estas cosas a Petiliano en mi primera carta, pienso que lo hice con toda claridad y veracidad. Esto recordé también ahora, insinuando y recomendando que no pongamos en modo alguno nuestra esperanza en el hombre y creamos que Cristo Dios es el que vivifica y justifica a los hombres que creen en el que justifica al impío, para que su fe sea contada como justicia, sea un santo el que administra el bautismo, sea un inicuo o fingido de quien huye el Espíritu Santo.
A continuación añadí qué absurdo se seguiría si fuera de otra manera, y dije lo que ahora repito: "Por lo demás, si cada uno que renace en la gracia espiritual debe ser tal cual es el que le bautiza, y cuando el que bautiza es manifiestamente un hombre bueno, es él el que da la fe, es el origen, la raíz y la cabeza del que nace, y en cambio, cuando el bautizante oculta su infidelidad, cada uno recibe de Cristo la fe, toma el origen de Cristo, está radicado en Cristo, se gloría de Cristo como cabeza; según esto, deben desear todos los que se bautizan tener bautizadores infieles a los que desconozcan. Realmente, por buenos que fueran los que tienen, incomparablemente mejor es Cristo, que será la cabeza del bautizado si es un infiel el que bautiza. Sería totalmente demencial asentir a esto. Siempre es Cristo el que justifica al impío haciendo del impío un cristiano, siempre se recibe la fe de Cristo, siempre es Cristo el origen de los regenerados y la cabeza de la Iglesia. ¿Qué importancia tienen aquellas palabras de las cuales los lectores superficiales no atienden al contenido sino sólo al sonido?" Esto es lo que dije entonces, esto es lo que está escrito en aquella carta mía.
El árbol bueno y el árbol malo
XLIV. 53. Luego, un poco después, había dicho Petiliano: "Siendo esto así, hermanos, ¿no es gran necedad que quien es reo de sus faltas pretenda hacer inocente a otro, cuando dice el Señor Jesucristo: Todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos? ¿Acaso se recogen uvas de los espinos? 54 Y también: Todo hombre bueno saca el bien del buen tesoro de su corazón; el hombre malo saca el mal del tesoro de su corazón" 55. Con estas palabras demuestra con toda claridad Petiliano que el hombre que bautiza es como el árbol, y el que es bautizado, como el fruto.
A esto había replicado yo: "Si el árbol bueno es el hombre que bautiza, y su buen fruto es aquel a quien ha bautizado, quien haya sido bautizado por un hombre malo, aunque no manifiesto, no puede ser bueno, ya que ha nacido de un árbol malo. Porque una cosa es el árbol bueno y otra el árbol oculto, pero malo".
¿Qué pretendí que se entendiera con estas palabras sino lo que había puesto poco antes, es decir, que por el árbol y su fruto no debía entenderse al que bautiza y al que es bautizado, sino que el hombre es el árbol y el fruto sus obras y su vida, buena siempre en el bueno y mala en el malo? Así no se seguirá el absurdo que sea malo el hombre bautizado por un hombre malo, aunque oculto, como fruto de un árbol oculto, pero malo. Contra esto nada ha respondido él.
Petiliano obra de mala fe
XLV. 54. Para que ni él ni ninguno de los vuestros pueda decir que cuando bautiza algún malo oculto es fruto suyo aquel a quien bautiza, sino de Cristo, añadí a continuación qué error tan colosal sería la consecuencia de esta opinión, y repetí, aunque con otras palabras, lo que había dicho poco antes: "Si cuando el árbol es malo, aunque ocultamente, el que sea bautizado por él renace, no de él precisamente, sino de Cristo, síguese que reciben más santamente el bautismo los que son bautizados por los malos ocultos que los que lo son por los buenos manifiestos".
Petiliano, bloqueado por tan fuertes dificultades, omitió las disquisiciones anteriores de que dependían estos extremos, y citó en su respuesta estos absurdos, que se siguen de su error, como si fueran opinión mía, cuando yo lo había dicho para que atendiera al mal que se seguía de su teoría y se viera obligado a cambiarla.
Engañando así a sus oyentes o lectores, y no esperando que pudiese leer lo que escribimos, comenzó a atacarme grave y descaradamente, como si yo hubiera opinado que cuantos se iban a bautizar deberían tener unos bautizadores infieles, a los que no conocieran, ya que, por buenos que los tuvieran, Cristo es incomparablemente mejor, y será entonces cabeza del bautizado si está oculta la infidelidad del bautizante.
También me ataca como si yo hubiera pensado que se justifican con más santidad quienes son bautizados por los malos ocultos que los que lo son por los buenos manifiestos; cuando en realidad yo recordé esta extraña necedad, precisamente porque es una consecuencia de los que piensan con Petiliano que la relación del bautizado con el bautizante es la del fruto con el árbol del que nace, bueno el del buen árbol y malo el del malo.
Les he dicho que respondan de quién piensan que es fruto el hombre bautizado cuando es bautizado por un malo oculto, ya que no se atreven a rebautizarlo; se ven forzados a responder que entonces ése no es fruto de aquel malo oculto, sino que es fruto de Cristo; por lo cual les alcanza la consecuencia que no aceptan y que es de un demente asentir a ella: si el hombre es fruto del que le bautiza cuando es bautizado por un hombre manifiestamente bueno, pero cuando es bautizado por un hombre malo oculto no es fruto de éste sino de Cristo, síguese que reciben más santamente el bautismo los que son bautizados por los malos ocultos que los que lo son por los buenos manifiestos.
Pablo y la resurrección de Cristo
XLVI. 55. Cuando Petiliano me atribuye esto, como si tal fuera mi opinión, lanza contra mí un serio y duro ataque, muestra con esa su gravísima invectiva qué impío es pensar así. En consecuencia, cuanto quiso que apareciera que había dicho contra mí por esta opinión, resulta que lo ha dicho contra sí mismo, que queda convicto de haber dicho eso. Demostró bien en ello con qué vigor le ha vencido la verdad, pues no encontró otra salida sino simular que yo tenía su misma opinión. Ni más ni menos como si aquellos a quienes reprocha el Apóstol, porque decían que no existía la resurrección de los muertos, quisieran acusar al mismo Apóstol porque dijo: Tampoco Cristo resucitó 56, y que era vana la predicación de los apóstoles, vana la fe de los creyentes y que se les descubría como falsos testigos contra Dios por haber dicho que había resucitado Cristo.
Esto mismo quiso hacer conmigo Petiliano, no esperando que se pudiese leer lo que yo escribí y a lo que él no pudo responder, aunque deseó vivamente que pensaran que había respondido.
Pero como si alguien hubiera atribuido aquello al Apóstol, toda aquella calumniosa acusación hubiera recaído sobre la cabeza de los reprensores al leer todo aquel pasaje tomado de su carta y cotejar las palabras anteriores, de las cuales cualquiera que sepa leer sabe que dependen éstas; de la misma manera al cotejar las palabras anteriores tomadas de mi carta, la acusación de Petiliano hace que aquellas invectivas se vuelvan con mayor violencia contra su persona, de donde trató de alejarlas.
56. En realidad, el Apóstol, al refutar a los que negaban la resurrección de los muertos, los corrige por el absurdo que se les sigue contra su voluntad a los que niegan esto, para que, al horrorizarse de lo que es impío pronunciar, enmienden lo que osaron creer. Por eso dice así: Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también nuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios, porque hemos atestiguado contra Dios, que resucitó a Cristo, a quien no resucitó 57. Así, mientras temen decir que Cristo no resucitó y el resto de impiedades que siguen, se ven obligados a corregir lo que afirmaron tan necia e impíamente, a saber: que no existe la resurrección de los muertos.
Si se suprime lo que se puso al principio de este razonamiento: Si no hay resurrección de muertos, todos los restantes extremos son viciosos y deben atribuirse al Apóstol; pero si se coloca aquello de que depende todo y se pone uno en el comienzo, si no hay resurrección de muertos, se sigue lógicamente: Tampoco Cristo resucitó, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe, y el resto que con ellas se encadena, y todo ello lo dijo el Apóstol recta y prudentemente, puesto que todo el mal que contienen debe imputarse a los que negaban la resurrección de los muertos.
De la misma manera, suprímase en mi carta la frase: "Si uno renace en la gracia espiritual tal cual es el que le bautiza, y cuando el que bautiza es un hombre manifiestamente bueno, da él mismo la fe, él mismo es el origen, la raíz y la cabeza del que nace; pero cuando el bautizador es ocultamente infiel, entonces cada uno recibe la fe de Cristo, entonces trae su origen de Cristo, entonces afinca su raíz en Cristo, entonces se gloría en Cristo como cabeza". Si se suprime esto, de lo cual depende lo que sigue, se habrá hablado sin exactitud y se me ha de atribuir a mí aquello de: "Todos los que son bautizados deben desear tener bautizadores infieles ignorándolo ellos. En efecto, por buenos que sean los que tienen, incomparablemente mejor es Cristo, que será cabeza del bautizado si el bautizante oculta su infidelidad". Añádase a esto lo que decís vosotros, y entonces la consecuencia de ello y lo que sigue ligado con ello ya parece como no pensado por mí, y todo el mal que contiene se torna contra vuestra opinión.
Suprime también lo escrito: "Si el buen bautizador es el árbol bueno, de suerte que su buen fruto sea aquel a quien bautiza, y si cuando está oculto el árbol malo, cualquiera que sea bautizado por él no nace de él, sino de Cristo"; suprime estas palabras, que os veis forzados a confesar como vuestras según vuestra secta y la carta de Petiliano, y quedará como mío y deberá imputárseme aquella necedad que sigue: "Reciben más santamente el bautismo los que son bautizados por los malos ocultos que los que lo son por buenos manifiestos". Añade, en cambio, aquel pasaje del que depende éste: verás inmediatamente que lo he puesto justamente para corregiros a vosotros, y que todo lo que os desagrada con razón en este razonamiento recae contra vuestro rostro.
La doctrina donatista lleva a un absurdo
XLVII. 57. Por consiguiente, los que negaban la resurrección de los muertos, en modo alguno podrían defenderse de tan duras consecuencias que, para refutarlos, ensartó el Apóstol al decir: Tampoco Cristo resucitó 58, y las demás impiedades de esta categoría, si no cambiaban de parecer y confesaban la resurrección de los muertos; así también vosotros, si no queréis que os imputen lo que decimos para convenceros y corregiros, es decir, que "reciben más santamente el bautismo los que son bautizados por los malos ocultos que los que lo son por los buenos manifiestos", si no queréis eso, repito, cambiad de parecer y no pretendáis poner en el hombre la esperanza de los que se bautizan.
Si la ponéis, ved lo que tengo que decir a fin de que nadie vuelva a suprimir esas palabras y decir que yo pienso lo que recuerdo precisamente para refutaros y corregiros. Ved lo que digo, de lo que depende lo que voy a decir: Si vosotros ponéis en el hombre la esperanza de los que han de ser bautizados; si constituís, como escribió Petiliano, al hombre bautizador como origen, raíz y cabeza del que es bautizado; si tomáis al hombre bueno que bautiza como árbol bueno y como buen fruto suyo al que ha sido bautizado por él, nos sugerís que os preguntemos de qué origen procede, de qué raíz germina, a qué cabeza se enlaza, de qué árbol nace el que es bautizado por un malo oculto.
Ni más ni menos con esta inquisición se relaciona lo que he recordado tantas veces que Petiliano no ha podido responder: cómo se purifica quien recibe el bautismo ignorando que está manchada la conciencia del que lo da indignamente. Porque quiere precisamente que esta conciencia del que lo da o del que lo da santamente sea el origen, la raíz, la cabeza, la semilla, el árbol del que recibe el ser, del que se propaga, de donde comienza, de donde germina, de donde nace la santificación del bautizado.
Si os desagrada la conclusión, corregid las premisas
XLVIII. 58. Por tanto, cuando preguntamos cómo ha sido purificado aquel a quien no rebautizáis en vuestra comunión, aunque conste que ha sido bautizado por quien, debido a su maldad interna, no tenía ya conciencia de dar santamente el bautismo, ¿qué vas a responder sino que ha sido Cristo o Dios quien lo ha hecho, aunque Cristo sea Dios, bendito sobre todas las cosas por siempre, o que ha sido el Espíritu Santo, aunque también él sea Dios, ya que esta Trinidad es un solo Dios? Por eso Pedro, habiendo dicho a un hombre: Has osado mentir al Espíritu Santo, añadió a continuación qué es el Espíritu Santo y dijo: No has mentido a los hombres, sino a Dios 59.
Finalmente, aunque digáis que ha sido lavado y purificado por un ángel, suponiendo que desconoce la conciencia manchada del que lo da indignamente, mirad que los santos, cuando resucitan para la vida eterna, serán, como se ha dicho de ellos, semejantes a los ángeles de Dios. Y por ello, todo el que es purificado por un ángel, quedará mejor purificado que si lo es por un hombre, cualquiera que sea su conciencia. En ese caso, ¿por qué os parece mal que se os diga: "Si es el hombre quien purifica cuando es manifiestamente bueno, y si es malo ocultamente, como no tiene la conciencia del que bautiza dignamente, no es él sino Dios o el ángel quien purifica, reciben más santamente el bautismo los que son bautizados por los malos ocultos que los que lo son por los buenos manifiestos?" Si esta conclusión os desagrada, porque en realidad debe desagradar a todos, suprimid el principio de donde nace, corregid aquello a que está vinculada; que no precedan aquellas premisas y no se seguirá esta conclusión.
La doctrina católica: los sacramentos, actos de Cristo
XLIX. 59. No digáis pues: "Se ha de tener en cuenta la conciencia del que bautiza santamente para que purifique la del que lo recibe"; de esa manera no se os dirá: "Cuando se desconoce la conciencia manchada del que lo da, ¿quién puede purificar la del que lo recibe?" Y cuando respondieseis: "O Dios o un ángel", ya que no podéis responder otra cosa, sálgaos al paso el motivo de vuestra confusión: "Reciben más santamente el bautismo los que son bautizados por malos ocultos, sea Dios sea un ángel quien purifica, que los que son bautizados por los buenos manifiestos, que no se pueden comparar con Dios o con los ángeles".
Decid, pues, lo que dice la verdad y la Iglesia católica: No sólo cuando el ministro del bautismo es malo, sino también cuando es santo y bueno: nunca hay que poner la esperanza en el hombre, sino en aquel que purifica al impío, en quien a los creyentes para los que creen en la fe se cuenta como justicia.
En verdad, cuando nosotros decimos: "Es Cristo el que bautiza", no lo afirmamos del ministerio visible, como piensa o quiere Petiliano que se piense que decimos nosotros, sino de la gracia oculta, de la potencia oculta en el Espíritu Santo, como dijo de él Juan Bautista: Ese es el que bautiza en el Espíritu Santo 60. Y no ha cesado ya de bautizar, como afirma Petiliano, sino que continúa realizándolo, no por ministerio corporal, sino mediante su majestad invisible.
Al decir nosotros: "Él es el que bautiza", no queremos decir: "Él es el que sujeta e introduce en el agua el cuerpo de los creyentes", sino: "Él purifica invisiblemente", y esto atañe a toda la Iglesia. Ni se puede dejar de creer al apóstol Pablo, que dijo de él: Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra 61. He aquí cómo es Cristo el que santifica; he aquí cómo es el mismo Cristo el que lava, el que purifica con el mismo lavado del agua en la palabra, donde parece que obran corporalmente los ministros.
Por consiguiente, que nadie se arrogue lo que es de Dios. Así es bien segura la esperanza de los hombres, cuando se apoya en el que no puede engañar, porque maldito quien pone su esperanza en el hombre 62, y dichoso el hombre aquel que pone su esperanza en el Señor Dios 63. Porque el dispensador fiel recibirá como recompensa la vida eterna, en cambio el dispensador infiel, cuando distribuye a sus consiervos los alimentos de su señor, en modo alguno puede trastocar en inútiles esos alimentos por su infidelidad, razón por la que se dijo: Observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta 64. Esto es precisamente lo mandado contra los malos administradores: recibid de sus manos los dones de Dios, evitad su mala conducta no asemejándoos a ellos.
Petiliano ni tocó las otras objeciones de Agustín
L. 60. Si es claro que Petiliano no ha respondido a estas primeras palabras de mi carta, y cuando intentó responder demostró más bien que no pudo responder, ¿qué diré de aquellas partes de mis escritos a que ni siquiera intentó responder, las cuales en absoluto llegó a tocar?
De la importancia de las mismas, si hay alguno que tenga a mano mis escritos y los suyos y quisiera examinarlos, pienso puede comprender la solidez en que se apoyan. Para demostrárselo brevemente, recorred los testimonios aducidos sobre las santas Escrituras, o leed y examinad los que adujo contra mí y los que en mi respuesta aduje yo contra vosotros, y ved cómo he demostrado que los mismos que él adujo no son contrarios a nosotros, sino más bien a vosotros. Y él, en cambio, no ha rozado en absoluto los textos tan concluyentes que yo presenté, y en aquel único del Apóstol que intentó estudiar como tan favorable para él llegaréis a ver cómo no halló salida.
61. Primeramente llegó a mis manos la parte de la carta que escribió a los suyos, desde el principio hasta el pasaje que dice: "Esto nos manda el Señor: Cuando os persigan los hombres en una ciudad, huid a otra, y si también en ésta os persiguen, marchaos a otra 65". Ya hemos respondido a ella. Y cuando llegó a sus manos esta respuesta nuestra, escribió ésta que estamos refutando, y demostramos que él no respondió a la nuestra.
En aquella primera parte de su escrito, a que primero contestamos, éstos son los testimonios de las Escrituras que pensó nos eran adversos: Todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos? 66 Todo hombre bueno saca el bien del tesoro de su corazón, y el hombre malo saca el mal del tesoro de su corazón 67; y también: A quien es bautizado por un muerto, no le aprovecha su lavado 68. Con estos testimonios quiere demostrar que el bautizado llega a ser igual al que le bautiza. Yo, en cambio, demostré cómo hay que tomar estos textos, y que ellos no favorecían en nada su pretensión. Demostraré suficientemente que el resto de los textos que citó contra los hombres malos y perversos nada tienen que ver con el grano del Señor, difundido, como había sido anunciado y prometido, por todo el orbe, y que más bien podemos nosotros usarlos contra vosotros. Examinad lo dicho y lo hallaréis.
62. Por lo que se refiere a las alegaciones en favor de lo que afirma la Iglesia católica, se condensan en esto: en lo que toca al bautismo, no se atribuye al hombre que lo da la gracia de Dios que nos genera, limpia y justifica: Mejor es esperar en el Señor que esperar en el hombre 69; Maldito quien pone su esperanza en el hombre 70; Del Señor es la salud 71; Vana es la salud del hombre 72; Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento 73, y Al que cree en aquel que justifica al impío, su fe se le reputa como justicia 74.
A su vez, en favor de la unidad de la misma Iglesia, que se extiende en todos los pueblos y con la cual no estáis en comunión, defendí que de Cristo se habían anunciado estos testimonios: Dominará de mar a mar, desde el río hasta los confines de la tierra 75, y Te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra 76. También debe interpretarse en favor de nuestra comunión, esto es, en favor de la Católica, el testamento de Dios hecho por Abrahán, donde se dice: En tu descendencia se bendecirán todas las naciones 77; esta posteridad la interpreta el Apóstol diciendo: A tu descendencia, es decir, a Cristo 78. De ahí se sigue que en Cristo han de tener la bendición tanto tiempo antes prometida, no sólo los africanos o África, sino todos los pueblos a través de los cuales se extiende la Iglesia católica.
La paja permanece con el grano hasta la bielda final, para que nadie se excuse del sacrilegio de su separación alegando como motivo las faltas ajenas, para dejar y abandonar la comunión de todos los pueblos y para que por causa de los malos dispensadores, esto es, de los pastores, no se divida la sociedad cristiana; para demostrar esto aduje también aquel testimonio: Haced y observad todo lo que os digan, pero no imitéis su conducta, porque ellos dicen y no hacen 79.
Ni ha demostrado cómo deben entenderse de otra manera estos pasajes de las santas Escrituras, propuestos por mí, para demostrar que no están por nosotros ni contra vosotros; ni siquiera llegó a rozarlos; aún más, con el griterío de sus afrentas trató de que, si era posible, no llegaran estos mis testimonios a conocimiento de nadie que, después de leer mi carta, hubiera querido leer la de él.
Las facciones en Corinto
LI. 63. En cuanto al pasaje del Apóstol citado por mí, que él ha intentado aplicarlo en su favor, atended un poco su tenor: "Tú afirmaste, dice él: El apóstol Pablo recrimina a los que decían que eran del apóstol Pablo, y dice: '¿Fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en su nombre?' 80 Por tanto, si erraban, yendo a la perdición, si no se corregían, los que querían ser de Pablo, ¿cuál es la esperanza de los que quisieron ser de Donato? Pues éstos intentan poner el origen, la raíz y la cabeza del bautizado ni más ni menos que en el que lo bautiza".
Recordó este pasaje tomado de mi carta y este testimonio del Apóstol y se propuso refutarlo. Ved si responde a esa intención. Dice: "Lo dicho carece de contenido, es algo hinchado, pueril y necio, totalmente alejado del concepto de nuestra fe. Hablarías con toda justicia si nosotros dijéramos: 'Hemos sido bautizados en nombre de Donato' o 'Donato fue crucificado por nosotros' o 'hemos sido bautizados en nuestro nombre'. Pero como nada de esto hemos dicho ni decimos, ya que seguimos la fórmula de la divina Trinidad, está bien claro que al objetar estas cosas has perdido el juicio. Y si piensas que hemos sido bautizados en el nombre de Donato o en el nuestro, te engañas neciamente y a la vez confiesas sacrílegamente contra vosotros, que, desgraciados, os habéis manchado en el nombre de Ceciliano".
Esto es lo que ha contestado Petiliano a mis palabras, no advirtiendo, o más bien alborotando para que nadie advierta que no había respondido absolutamente nada que se relacionara con la cuestión de que se trata. ¿Quién no ve, en efecto, que tenemos nosotros más derecho a utilizar el testimonio del Apóstol, ya que vosotros no decís que habéis sido bautizados en el nombre de Donato ni que Donato fue crucificado por vosotros, y, sin embargo, os separáis de la comunión de la Iglesia católica por causa del partido de Donato? Ni más ni menos que aquellos a quienes acusaba Pablo no decían que habían sido bautizados en nombre de Pablo o que Pablo había sido crucificado por ellos, y, sin embargo, causaban un cisma en nombre de Pablo. De suerte que a aquellos por quienes fue crucificado Cristo, no Pablo, que fueron bautizados en nombre de Cristo, no en el de Pablo, y sin embargo decían: Yo soy de Pablo; a aquéllos, repito, se les dice con toda razón: ¿Acaso fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? 81 Y se les dice esto para que se adhieran al que fue crucificado por ellos, y en cuyo nombre fueron bautizados, y no se dividan con el nombre de Pablo. Lo mismo y con más razón se os dice adecuadamente a vosotros, puesto que no decís: "Hemos sido bautizados en el nombre de Donato", y sin embargo, queréis ser del partido de Donato: ¿Ha sido acaso Donato crucificado por vosotros o habéis sido bautizados en el nombre de Donato? Sabéis que Cristo ha sido crucificado por vosotros y que habéis sido bautizados en el nombre de Cristo, y, sin embargo, a causa del nombre y del partido de Donato os oponéis con tal pertinacia a la unidad de Cristo, que fue crucificado por vosotros y en cuyo nombre habéis sido bautizados.
Respuesta de Petiliano
LII. 64. Pero como Petiliano, con sus escritos, ha intentado conseguir que el origen, la raíz y la cabeza del bautizado no sea sino el que le bautiza, y esto no ha sido dicho por mí ni vana ni pueril ni neciamente, repasad el comienzo de su carta, a la que yo respondí, y lo veréis. Aún más, con esta mi exhortación observad con diligencia: "Se ha de tener en cuenta, dice, la conciencia del que lo da santamente para que purifique la del que lo recibe. Pues quien sabiéndolo recibe la fe de un infiel, no recibe la fe, sino la culpa". Y como si se le preguntara: "¿Cómo pruebas esto?", dice: "Todo ser tiene su fundamento en su origen y en su raíz, y si algo no tiene cabeza, es nada, y no regenera bien si no es regenerado por buena semilla". Y por si hubiere una mente tan roma que aún no comprendiese que eso lo afirma de la persona que bautiza, lo explica a continuación con estas palabras: "Si esto es así, hermanos, ¿no será un extravío mental pretender que quien es reo de sus pecados haga inocente a otro cuando dice Jesucristo el Señor: Todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos? 82, y también: El hombre bueno saca cosas buenas del tesoro de su corazón, y el hombre malo las saca malas 83; y también: A quien se bautiza por un muerto, ¿de qué le sirve su lavado? 84
Veis adónde se dirige todo esto: a pretender que la conciencia del que lo da santamente -para que nadie al recibirlo de un infiel reciba la fe, sino la culpa-, sea ella el origen, la raíz, la cabeza y el germen del bautizado. Quiere, en efecto, demostrar que se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da santamente para que purifique la del que lo recibe, y que no recibe la fe, sino la culpa, el que a sabiendas lo recibe de un infiel. Por eso añade a continuación: Todo ser tiene su fundamento en el origen y la raíz, y si algo no tiene cabeza, es nada, ni regenera bien algo si no es regenerado por buena semilla".
Y para que no haya nadie tan torpe que aún no se dé cuenta de que se refiere a aquel por quien cada uno es bautizado, lo explica a continuación diciendo: "Si esto es así, hermanos, ¿no será una necedad pretender que quien es reo de sus pecados haga inocente a otro cuando dice el Señor: Todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos?" 85
Y por si acaso, para que no haya algún oyente o lector obcecado, con increíble embotamiento de corazón, que no vea que se habla del hombre que bautiza, añade esto otro, donde cita al hombre que bautiza, diciendo: "Y también: Todo hombre bueno saca el bien del tesoro de su corazón; y el hombre malo saca el mal del tesoro de su corazón 86. A quien es lavado por un muerto, no le aprovecha su lavado" 87.
Ciertamente, la cuestión está ya bien clara; ciertamente no hay necesidad de interpretar ni discutir ni demostrar que lo que pretenden éstos es que el origen, la raíz y la cabeza del bautizado no es sino el que le bautiza; y, sin embargo, abrumado por la fuerza de la verdad, y como olvidado de lo que había dicho, me concede después Petiliano que el origen, la raíz de los regenerados y la cabeza de la Iglesia es Cristo, no hombre alguno dispensador y ministro del bautismo; y para demostrar esto, como si nosotros lo negáramos, con los testimonios y ejemplos de las santas Escrituras, dice: "¿Dónde está ahora aquella voz con la cual hacías resonar frecuente y minuciosamente cuestiones sin importancia y llegaste a decir malévola y soberbiamente muchos embrollados discursos sobre Cristo, por Cristo y en Cristo contra la temeridad y soberbia humanas? He aquí que Cristo es el origen del cristiano, Cristo su raíz, Cristo su cabeza".
Al oír estas palabras, ¿qué haré yo sino dar gracias a Cristo, que ha forzado a Petiliano a confesar? Falsas son, pues, las cosas que dijo en el principio de su carta, cuando intentaba persuadir que se había de tener en cuenta la conciencia del que lo daba santamente para que purificara la del que lo recibía, y que cuando alguien recibía a sabiendas la fe de manos de un infiel, no percibía la fe, sino la culpa. Queriendo demostrar qué poder hay en el hombre que bautiza, había añadido como documento importante: "Todo ser tiene su fundamento en su origen y su raíz, y si algo no tiene cabeza, es nada". Pero luego, al decir lo que decimos también nosotros: "He aquí que Cristo es el origen, la raíz y la cabeza del cristiano", anula lo que antes había dicho, ya que la conciencia del que lo da santamente es el origen, la raíz y la cabeza del que lo recibe. Triunfó, pues, la verdad: el hombre que desea el bautismo de Cristo no debe poner la esperanza en el ministro humano, sino que debe acercarse seguro al mismo Cristo como al origen que no cambia, a la raíz que no se arranca, a la cabeza que no se abate.
El papel del ministro en los sacramentos, según Petiliano
LIII. 65. ¿Quién no advierte ya de qué hinchazón procede lo que afirma tratando de exponer el pensamiento del Apóstol: "Quien dice: Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento 88, ¿qué otra cosa quiso decir sino: 'Yo hice al hombre catecúmeno de Cristo, Apolo lo bautizó, Dios confirmó lo que hicimos'?"
¿Por qué, pues, no añadió Petiliano lo que añadió el Apóstol y yo le recomendé con ahínco explicara también: Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento? 89
Si quiere explicar esto según lo que escribió antes, sin duda se concluye que ni el que hace a uno catecúmeno ni el que bautiza es algo, sino Dios, que da el crecimiento. ¿Qué importa ahora a la cuestión el sentido de las palabras: Yo planté, Apolo regó, si hay que interpretarlo como si hubiera dicho: "Yo hice un catecúmeno, Apolo lo bautizó", o si tiene otro sentido más verdadero y apropiado? Claro está, según su explicación, que ni el que hace a uno catecúmeno ni el que lo bautiza es algo, sino Dios, que da el crecimiento. Existe gran diferencia entre confirmar lo que otro hace y el hacerlo. Pues el que da el crecimiento no confirma el árbol o la vid, sino que los crea. Aquel crecimiento hace que el vástago plantado eche también raíz y la clave en la tierra; aquel crecimiento hace que la semilla arrojada emita un germen. Mas ¿para qué disertar sobre esto más tiempo? Es ya suficiente que, según él, ni el que hace a uno catecúmeno ni el que bautiza es algo, sino Dios, que da el crecimiento.
¿Cuándo podría decir Petiliano esto de modo que entendamos que dice: "Ni Donato de Cartago es algo ni Januariano ni Petiliano?" ¿Cuándo podrá aquella hinchazón soportar esto que le hace pensar al hombre que es algo, no siendo nada, y se engaña a sí Mismo?
...y según Agustín
LIV. 66. Finalmente, un poco después, como si determinara e intentara reconsiderar las palabras del Apóstol que le habíamos objetado, no quiso poner las que yo había dicho, sino otras en las que pudiera desahogarse en cierto modo la hinchazón humana. Dice: "¡Ea!, vamos a examinar de nuevo las palabras de este Apóstol que nos habías objetado; dijo: ¿Qué es Apolo? ¿Qué es Pablo? Ministros de aquel en quien habéis creído 90. ¿Qué nos dice a todos nosotros, por ejemplo, sino: 'Qué es Donato de Cartago, qué es Januariano, qué es Petiliano, sino ministros de aquel en quien habéis creído'?".
Yo no aduje este testimonio del Apóstol, sino aquel que no quiso citar: Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento 91. Él, en cambio, tuvo a bien introducir aquellas palabras del Apóstol en que pregunta qué es Pablo, y responde: Ministros de aquel en quien habéis creído. Esto, en cierto modo, pudo soportarlo la hinchazón de la cerviz herética; en cambio no pudo soportar aquello en que no preguntó ni respondió qué era, sino que dijo no era nada.
Pero quiero ya averiguar si el ministro de Cristo no es nada. ¿Quién podría decir esto? ¿Cómo es, pues, verdadero: Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento, sino porque para una cosa es algo y no lo es para otra? Es algo para administrar y dispensar la palabra y el sacramento, y no lo es para purificar y justificar, ya que esto no lo realiza en el interior del hombre, sino el que ha creado al hombre entero y quien, permaneciendo Dios, se hizo hombre, es decir, aquel de quien se dijo: Purificó sus corazones con la fe 92, y cree en el que justifica al impío 93. Testimonio este que a Petiliano le pareció bien poner en mis palabras, pero que ni trató ni citó en las suyas.
El caso de Judas
LV. 67. Por consiguiente, el ministro, esto es, el dispensador de la palabra y del sacramento evangélico, si es bueno, es aliado del Evangelio, pero si es malo, no deja por eso de ser dispensador del mismo. Si es bueno, lo hace de buena gana; pero si es malo, esto es, buscando sus intereses, no los de Cristo, lo hace a la fuerza con vista a los intereses que busca.
Atended, sin embargo, a lo que dijo el mismo Apóstol: Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado 94. Como si dijera: "Si anuncio el bien siendo bueno, también yo lo alcanzo; pero si lo hago siendo malo, anuncio el bien". ¿Dijo acaso: "Si lo hago de mala gana, no seré dispensador?" Lo anunció Pedro y los otros buenos; Judas lo anunció contra su voluntad; con todo, con ellos lo anunció. Aquéllos tienen su recompensa, a éste se le confió la dispensación.
Quienes al anuncio de todos ellos recibieron el Evangelio, pudieron ser limpios y purificados, no por el que plantaba o regaba, sino por el que da el crecimiento. No vamos a decir que Judas no bautizó, ya que estaba aún entre los discípulos cuando tenía lugar lo que está escrito: No era él quien bautizaba, sino sus discípulos 95. Así es que, como aún no había entregado a Cristo, Judas, que tenía la bolsa y se apropiaba de lo que en ella se echaba, y no pudo ser inocente guardián del dinero, fue, sin embargo, dispensador de la gracia sin perjuicio de los que la recibían; o si no bautizaba, habéis de confesar que ciertamente evangelizó. Y si tomáis esto como cosa sin importancia, pensad qué opináis del mismo apóstol Pablo, que dice: No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio 96.
Además, da la impresión de que comienza a ser más importante Apolo, que regó con el bautismo, que Pablo, que plantó evangelizando, y, sin embargo, reivindica por esto para sí el oficio de padre respecto a los corintios y no les otorga ese nombre a los que llegaron a ellos después de él. Dice en efecto: Aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os he engendrado en Cristo Jesús 97. Les dice: He sido yo quien os he engendrado; y en otro lugar les dice: Doy gracias a Dios por no haber bautizado a ninguno de vosotros fuera de Crispo y Gayo y la familia de Estéfana 98. De suerte que los había engendrado no por sí, sino por el Evangelio. Aunque él buscara sus intereses y no los de Cristo e hiciera esto de mala gana sin recompensa personal, dispensaría, sin embargo, la hacienda del Señor, que aunque él fuese malo, no se les tornaría mala a los que la recibieran bien.
Un ministro malo, dispensador de un bautismo santo
LVI. 68. Si esto se dice rectamente del Evangelio, ¡con cuánto mayor motivo se ha de decir del bautismo, que tan íntimamente va unido al Evangelio, que sin él nadie llega en verdad al reino de los cielos; siempre, claro, que el sacramento vaya acompañado por la justicia! El que dijo: El que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios 99, dijo también: Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos 100.
La forma del sacramento se da por el bautismo, la de la justicia por el Evangelio: el uno sin el otro no lleva al reino de los cielos. Sin embargo, aun los menos doctos pueden bautizar perfectamente, pero evangelizar cabalmente es obra mucho más difícil y rara. Por ello el Doctor de las Gentes, muchísimo más excelente que todos, fue enviado a evangelizar, no a bautizar, ya que esto pueden realizarlo muchos, y aquello pocos, entre los cuales sobresalía él.
Y, sin embargo, leemos que él en algunos pasajes habló de mi Evangelio 101, pero jamás de "mi bautismo" ni tampoco del que cualquiera que lo administró. Sólo el bautismo que dio Juan se llamó bautismo de Juan; este varón recibió como privilegio principal de su dispensación que el sacramento precursor del lavado recibiera el nombre de quien lo dispensaba; en cambio, el bautismo que administraron los discípulos de Cristo no recibió el nombre de ninguno de ellos, a fin de que se entendiera ser de aquel de quien se dijo: Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra 102.
Por consiguiente, si el Evangelio, que de tal modo es de Cristo que puede llamarlo suyo el ministro por el privilegio de la dispensación, si ese Evangelio puede recibirlo el hombre sin peligro aun por un mal dispensador haciendo lo que dice, pero no haciendo lo que él hace, ¡con cuánta mayor razón puede, cualquiera que se acerca a Cristo con buena fe, recibir sin contagio del mal ministro el bautismo de Cristo, que ningún apóstol administró atreviéndose a llamarlo suyo!
Los auténticos traditores
LVII. 69. Por tanto, si Petiliano, como no dejé de demostrar que no iban contra nosotros los testimonios que citó de las Escrituras, en parte no rozó en absoluto los que yo puse, y en parte, en los que quiso comentar, no hizo otra cosa que demostrar que no encontraba salida, no es menester exhortaros o amonestaros a vosotros para que veáis lo que debéis mantener, lo que tenéis que rechazar.
Pero quizá en los testimonios de las santas Escrituras apareció él tan flojo y, en cambio, logró algo con los documentos que generaron los hombres sobre el mismo cisma. En verdad, aun con éstos, aunque sea superflua la búsqueda después de los testimonios divinos, ¿qué recordó o qué probó? Él, habiendo lanzado tan duras invectivas contra los traditores y proclamado también contra ellos testimonios de los santos Libros, nada, sin embargo, dijo que nos delatara como traditores.
Yo, en cambio, recordé que Silvano de Cirta, a quien después de algunos otros sucedió él, cuando aún era subdiácono, fue citado como traditor en las actas municipales. Contra esto no osó él musitar una palabra. Veis ciertamente qué relación íntima le obligaba a responder, para demostrar que su predecesor, y no sólo colega, sino aun, diría yo, compañero de cátedra, era inocente de la acusación de traditor, ya que sobre todo vosotros hacéis consistir toda vuestra causa en llamar traditores a los que simuláis o pensáis que por el camino de la comunión han seguido a los traditores.
Petiliano, pues, por el imperativo de vuestra causa, si yo dijera que había sido señalado como traditor en las actas municipales algún miembro de vuestro partido de Rusica o de Calama, o de cualquier otra ciudad, se vería obligado a defenderlo a toda costa, y, sin embargo, enmudeció sobre su predecesor. ¿Por qué, sino porque no encontró aquí niebla alguna que esparcir para así engañar al menos a los hombres de mente más torpe y perezosa? ¿Qué diría, sino que eran falsas las acusaciones sobre Silvano? Pero leemos las actas y decimos cuándo sucedió y cuándo le fue comunicado al consular Zenófilo. ¿Cómo resistiría él a estas actas, cercado por la causa tan noble de la Católica, siendo tan mala la vuestra? Por esto recuerdo estas palabras tomadas de aquella carta mía, a la cual parece quiso responder mediante ésta que ahora refuto, precisamente para que veáis con qué invencible vigor ha sido expuesta la causa contra la que él no pudo encontrar salida más segura que el silencio.
Otro silencio de Petiliano
LVIII. 70. Recordó como si fuera contra nosotros el texto del Señor, tomado del Evangelio, que dice: Vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis 103. Yo le respondí: "Consideremos, pues, los frutos". Y a continuación añadí: "Reprocháis la entrega; esta misma os reprochamos nosotros a vosotros con mucha mayor probabilidad". Y para no divagar mucho, en la misma ciudad de Constantina vuestros antepasados ordenaron como obispo a Silvano en el mismo comienzo de su cisma. Siendo éste aún subdiácono, fue señalado abiertamente como traditor según las actas municipales. Si vosotros presentáis algunos documentos contra nuestros antepasados, la equidad exige tenerlos a unos y otros por verdaderos o por falsos.
Si son verdaderos unos y otros, sois vosotros sin género de duda reos de cisma, vosotros que simulasteis evitar en la comunión del orbe entero las iniquidades que teníais en la parcela de vuestra división.
Si unos y otros son falsos, sois también vosotros reos del cisma al mancharos con el enorme crimen de la separación por causa de unos falsos delitos de los traditores. Y si presentamos nosotros algunos datos verdaderos y vosotros ninguno, o presentamos datos verdaderos y vosotros falsos, no hay más que discutir sobre el candado que debéis poner a vuestra boca.
¿Qué sucedería si la santa y verdadera Iglesia de Cristo os dejara convictos y derrotados, aunque nosotros no tuviéramos ningún documento relativo a la entrega de los libros sagrados o los tuviéramos falsos y vosotros tuvierais algunos y verdaderos? ¿Qué os quedaría ya sino amar la paz, si lo tenéis a bien, y si no al menos imponeros silencio? En efecto, manifestarais lo que manifestarais ahora, os daría una respuesta bien sencilla y verdadera: vosotros debisteis demostrar eso entonces a la unidad de la Iglesia entera y católica esparcida y confirmada ya a través de tantos pueblos, de suerte que vosotros quedarais dentro y fueran arrojados aquellos a quienes dejarais convictos.
Si habéis intentado hacer esto, sin duda no pudisteis demostrarlo, y vosotros, vencidos o airados, con sacrilegio detestable os separasteis de inocentes que no podían condenar hechos inciertos. Y si no intentasteis hacer esto, molestos por un poco de cizaña en África, os separasteis, con ceguera tan execrable e impía, del trigo de Cristo que crece por todo el campo, esto es, por todo el mundo hasta el fin.
Nada en absoluto responde Petiliano a este pasaje que he recordado, tomado de mi carta. Y veis por cierto que estas pocas palabras encierran toda la cuestión debatida entre nosotros. Claro, ¿qué va a intentar decir, si quedaría vencido en cualquier cosa que eligiera?
71. Cuando presentamos documentos sobre los traditores, nosotros contra los vuestros, vosotros contra los nuestros -suponiendo que vosotros presentéis algunos, cosa que hasta el presente ignoramos en absoluto, pues no pasaría sin insertarlos en su carta el mismo Petiliano, que con tanta diligencia procuró citar y consignar contra mí las partes de las actas que se refieren al asunto-, si, como decía, nosotros y vosotros presentamos tales documentos, con toda certeza o unos y otros son verdaderos, o unos y otros son falsos, o los nuestros verdaderos y los vuestros falsos, o falsos los nuestros y los vuestros verdaderos. No existen más alternativas.
Lo absurdo del cisma
LIX. 72. De todos modos, en cada una de las cuatro hipótesis la verdad está en favor de la comunión católica. En efecto, si unos y otros documentos son verdaderos, no debíais en modo alguno haber abandonado la comunión del mundo entero por personas iguales a las que también vosotros teníais.
Si unos y otros son falsos, no teniendo valor esas acusaciones, había que evitar a toda costa el pecado de la división.
Si los nuestros son verdaderos y falsos los vuestros, tiempo ha que no tenéis nada que hacer.
Si son verdaderos los vuestros y los nuestros falsos, pudimos aquí equivocarnos con todo el orbe sobre la iniquidad de los hombres, no sobre la verdad de la fe. En efecto, la descendencia de Abrahán, extendida por todo el orbe, no debió prestar atención a lo que vosotros decíais que conocíais, sino a lo que probaseis ante los jueces. ¿Cómo sabemos qué hicieron los que fueron acusados por vuestros antepasados, aunque se les achacaran cosas verdaderas, para que los jueces o ciertamente la Iglesia, extendida por todas partes, que no debía prestar atención sino a las sentencias de esos jueces, no juzgaran las acusaciones como verdaderas, sino como falsas?
Dios no absuelve todos los crímenes de los hombres que, como hombres, no pueden conocer esos jueces; sin embargo, pienso que no se puede tener justamente como culpable a nadie que haya tenido por inocente a un hombre cuya culpabilidad no ha sido demostrada. ¿Cómo es, pues, culpable el orbe de la tierra si no pudo conocer el crimen, quizá verdadero incluso, de los africanos, y no pudo conocerlo o porque nadie lo delató ante él, o porque en la denuncia se dio más crédito a los jueces que llevaban la cuestión que a los vencidos murmuradores?
Se debe, pues, alabar a Petiliano por haber pasado en silencio este argumento al verlo totalmente insuperable; pero no se le puede alabar por haber intentado cubrir con nubes de palabras las cuestiones igualmente insuperables que pensó podían oscurecerse, y por haberme encausado a mí, cuando él había perdido su causa, sin decir tampoco nada de mí que no fuera totalmente falso, o en nada reprochable, o no relacionado conmigo.
Entre tanto, vosotros, a quienes invoqué como jueces entre él y yo, ¿sabéis distinguir entre lo verdadero y lo falso, entre lo hinchado y lo sólido, entre lo turbulento y lo sereno, entre las predicciones divinas y los juicios de los hombres, entre probar y acusar, entre los documentos y los inventos, entre la prosecución de una causa y la huida de la misma?
Si lo sabéis, muy bien; pero si no lo sabéis, no nos arrepentiremos de habernos preocupado de vosotros, ya que aunque vuestro corazón no se vuelve a la paz, nuestra paz sí se vuelve hacia vosotros.