El método
I. 1. He respondido ya bastante a la primera parte de la carta de Petiliano, que es lo único que pudimos tener a mano; bien lo recuerdan los que han podido leer u oír lo que hemos dicho. Pero más tarde los hermanos han logrado hacerse con ella entera, la han copiado y me la han enviado para que dé cabal respuesta a toda ella. No cabía rehuir este deber de mi pluma, no precisamente porque él diga algo nuevo, a lo que no se haya respondido ya muchas veces y de muchas maneras; pero como hay hermanos menos cultos, que no pueden aplicar exactamente a cada punto lo que han leído en otra parte, procuraré acomodarme a los que me fuerzan a responder a todas y a cada una de las cuestiones, alternando los discursos como si dialogáramos cara a cara.
Pondré bajo su nombre las palabras tomadas de su carta, y daré la respuesta bajo mi nombre, como si al actuar fueran tomadas por estenógrafos. De esta suerte nadie podrá quejarse de que yo he pasado algo por alto o de que él no ha podido entender por no distinguir las personas; a la vez, también los mismos donatistas, que no quieren discutir delante de nosotros, no podrán eludir, mediante las cartas dirigidas a los suyos, la verdad que responde a cada una de sus afirmaciones; ni más ni menos como si hablaran cara a cara con nosotros.
2. Al principio mismo de su carta dice Petiliano: "Petiliano, obispo, a los amadísimos hermanos copresbíteros y diáconos, constituidos en la diócesis como ministros del santo Evangelio junto con nosotros: la gracia y la paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo".
3. Agustín responde: Reconozco el saludo apostólico. Tú verás lo que quieres decir; eso sí, debes tener en cuenta dónde has aprendido lo que dices. Esa es la manera de saludar Pablo a los romanos, a los corintios, a los gálatas, a los efesios, colosenses, filipenses, tesalonicenses. ¿Qué clase de locura es no querer intercambiar el saludo de la paz con estas iglesias, en cuyas epístolas aprendiste el saludo pacifico?
El bautismo es de Cristo
II. 4. Dice Petiliano: "Nos reprochan la rebautización quienes bajo el nombre del bautismo han manchado sus almas con un bautismo culpable: todas las inmundicias son ciertamente más limpias que sus suciedades, y debido a su malicia perversa, lograron mancillarse con su propia agua".
5. Contesta Agustín: Ni estamos manchados con nuestra propia agua ni somos purificados con la vuestra; el agua del bautismo, cuando se da a alguien en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo no es ni nuestra ni vuestra, sino de aquel de quien dijo San Juan: Sobre quien veas que baja el Espíritu como una paloma y que queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo 1.
Nos da garantías la conciencia de Cristo
III. 6. Petiliano: "La conciencia del que lo da es la que se ha de tener en cuenta para que purifique a la del que lo recibe".
7. Agustín: Sobre la conciencia de Cristo estamos bien seguros. En cambio, si se trata de cualquier hombre, será incierta la purificación del que recibe, ya que es incierta la conciencia del que bautiza.
Cristo no es infiel
IV. 8. Petiliano: "Pues quien recibe la fe de quien no la tiene, no recibe la fe, sino la culpa".
9. Agustín: No es infiel Cristo, de quien el hombre fiel recibe la fe, no la culpa. El fiel cree en efecto en el que justifica al impío, a fin de que su fe le sea contada como justicia.
Regenera Cristo, no el hombre
V. 10. Petiliano: "Todo ser tiene su fundamento en su origen y en su raíz, y si algo no tiene cabeza es nada, y nada puede regenerar bien, si no está regenerado por buena semilla".
11. Agustín: ¿Por qué quieres ponerte tú en lugar de Cristo, si no quieres someterte a él? Él es el origen, la raíz y la cabeza del que nace, respecto al cual no tememos, como de cualquier hombre, que sea fingido y detestable; que crezcamos de detestable raíz; que nos modelemos conforme a una cabeza detestable. ¿Qué hombre, en efecto, puede estar seguro del hombre si está escrito: Maldito quien pone su esperanza en el hombre? 2
En cambio, la semilla que nos regenera es la palabra de Dios, esto es, el Evangelio, y por eso dice el Apóstol: He sido yo quien, por el Evangelio, os he engendrado en Cristo Jesús 3. Sin embargo, aun a los que no lo anuncian castamente les permite él anunciarlo, y se alegra en ello, porque, aunque no lo anunciaban castamente al buscar sus intereses, no los de Jesucristo, era sin embargo casto lo que anunciaban. Ya el Señor había dicho de algunos de éstos: Haced, pues, y observad lo que os digan, pero no imitéis su conducta, porque ellos dicen y no hacen 4.
Por consiguiente, si se anuncia castamente lo que es casto, aun el mismo anunciador, al asociarse a la palabra, coopera a la regeneración del creyente; mas si él no es regenerado, pero es casto lo que anuncia, nace el creyente no de la esterilidad del ministro, sino de la fecundidad de la verdad.
El ministro no transmite ni su pecado ni su santidad
VI. 12. Petiliano: "Siendo esto así, hermanos, ¿cuál no será la salida de tono del que pretenda hacer inocente a otro si él está cargado de culpas, cuando dice el Señor: Todo árbol bueno da buenos frutos, y todo árbol malo da frutos malos? ¿Acaso se recogen uvas de los espinos? 5 Y también: Todo hombre bueno saca el bien del tesoro de su corazón, y el hombre malo saca el mal del tesoro de su corazón" 6.
13. Agustín: El hombre, aunque no sea reo de falta alguna, no puede hacer inocente a otro, ya que no es Dios. De lo contrario, si la inocencia del bautizado dependiera de la inocencia del que bautiza, resultaría que uno sería tanto más inocente cuanto más inocente fuera el bautizante, y tanto sería menor su inocencia cuanto menor fuera la del que le bautiza. Y si se diera el caso de que quien bautiza tiene odio a alguien, se le imputaría ese odio al bautizado. Y, entonces, ¿para qué acude el desgraciado al bautismo: para que se perdonen sus pecados o para que se le atribuyan los ajenos? O ¿para que -como la nave del mercader- descargue unos y cargue otros?
Por el árbol bueno y su fruto bueno, así como por el árbol malo y su mal fruto, sabemos entender los hombres la obras de cada uno, como se demuestra en las palabras citadas también por ti en seguida: Todo hombre bueno saca el bien del buen tesoro de su corazón, y el hombre malo saca el mal del mal tesoro de su corazón 7. Pero cuando uno predica la palabra de Dios o administra el sacramento de Dios, no predica o administra de lo suyo, si es malo, sino que será adscrito a aquellos de quienes se dijo: Haced y observad lo que os digan, pero no imitéis su conducta 8. Dicen realmente lo que es de Dios, pero hacen lo que es propio suyo. Y si es como tú dices, o sea, que los bautizados se consideran como fruto de los que los bautizan, anunciáis tremenda catástrofe a África, si han surgido tantos Optatos cuantos Optato bautizo.
Interpretación de Si 34, 25
VII. 14. Petiliano: "También se dice: A quien es bautizado por un muerto, no le aprovecha su lavado 9. No entiende aquí por bautizante a un cuerpo muerto, sin vida, ni el cadáver de un hombre groseramente presentado, sino al que no tiene el Espíritu de Dios, que por eso se compara con el muerto, como lo manifiesta en otro lugar a un discípulo. Testifica el Evangelio que dijo un discípulo suyo: Señor, déjame ir a enterrar a mi padre. Dícele Jesús: Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos 10.
El padre del discípulo no estaba bautizado, adjudicó el pagano a los paganos. Si no hubiera dicho esto referido a los infieles, un muerto no puede sepultar a otro muerto. No se trata, pues, de un muerto de cierta muerte, sino de uno herido en su vida. El que vive de tal suerte que se computa entre los reos está atormentado por una vida muerta. De consiguiente, ser bautizado por un muerto es recibir la muerte, no la vida.
Hemos de tratar y decir hasta qué punto el traditor es considerado como privado de la vida. Está muerto quien no mereció nacer con el bautismo verdadero, y de manera semejante está muerto el que, engendrado por un bautismo legítimo, se mezcló luego con el traditor. Ninguno de los dos tiene la vida del bautismo, ni el que jamás la tuvo, ni el que la tuvo y la perdió. Así dice el Señor Jesucristo: Vendrán sobre él siete espíritus peores, y aquel hombre estará peor que antes 11.
15. Agustín: Investiga con mayor diligencia qué es lo que se ha dicho y cómo se ha de entender el testimonio que has aducido de la Escritura. Es manifiesto que místicamente suele llamarse muertos a todos los inicuos; pero Cristo, cuyo bautismo, que por los vicios de los hombres llamáis falso, es verdadero, está sentado vivo a la diestra del Padre y no morirá ya por la debilidad de la carne y la muerte no tendrá ya señorío sobre él 12. El bautizado con su bautismo no es bautizado por un muerto; y si sus ministros, como operarios falsos, buscan sus intereses y no los de Jesucristo, y no anuncian castamente su Evangelio, y predican a Cristo por emulación y envidia, han de ser tenidos por muertos merced a su iniquidad; pero el sacramento del Dios vivo no desaparece ni aun en un muerto. En efecto, muerto estaba aquel Simón bautizado por Felipe en Samaría, el cual quería comprar por dinero el don de Dios, y sin embargo vivía para castigo suyo el bautismo que tenía.
16. Extremadamente falso es lo que dices: "Ninguno de los dos tiene la vida del bautismo, ni el que jamás la tuvo, ni el que la tuvo y la perdió". Puedes percibir esto en que los que apostatan después del bautismo y vuelven por la penitencia, no reciben de nuevo el bautismo, que recibirían silo perdieran.
¿Cómo es que bautizan vuestros muertos según ese modo de entender vuestro? ¿Acaso no están muertos los ebrios, para no hablar de otras cosas y decir lo que es conocido de todos y sucede todos los días? Ya lo dice de la viuda el Apóstol: La que está entregada a los placeres, aunque viva, está muerta 13. Tampoco te habrás olvidado de lo que tan elocuentemente dijisteis en vuestro famoso concilio: "A semejanza de los egipcios llenas están las riberas de los cadáveres de muertos, que reciben mayor castigo en la misma muerte, ya que tras ser arrancada el alma por las aguas vengadoras, no encuentran ni siquiera sepultura".
Sin embargo, ahí tenéis el caso de uno de ellos, Feliciano, que vosotros sabréis si ha revivido; cierto que con vosotros tiene dentro a los que, estando él muerto fuera, había bautizado. Por consiguiente, como es bautizado por un vivo el que es bañado por el bautismo de Cristo vivo, de la misma manera es bautizado por un muerto quien es bañado por el bautismo del muerto Saturno o de cualquier otro.
Así, entre tanto podemos decir rápidamente cómo pueden entenderse sin perjuicio de ninguno de los nuestros las palabras que habéis expresado. Tomadas según lo pensáis vosotros, no tratáis tanto de libraros vosotros como de implicarnos a nosotros.
El ejemplo de Judas
VIII. 17. Petiliano: "Hemos de tratar, repito, y decir hasta qué punto el traditor carente de fe es considerado como privado de vida. Judas fue apóstol cuando entregaba a Cristo, y perdido el honor del apostolado, murió espiritualmente, para morir luego ahorcándose, como está escrito: Me arrepiento, dijo; he entregado la sangre del Justo, y fue y se ahorcó 14.
El traidor pereció con la soga; dejó la soga a los que son como aquél, refiriéndose al cual clamó el Señor Jesús al Padre: Padre, he guardado a todos los que me diste, y ninguno de ellos se perdió sino el hijo de la perdición, para que se cumpliese la Escritura 15.
Tiempo ha ya David había dictado esta sentencia contra el que había de entregar a Cristo a los infieles: Que otro ocupe su cargo; queden sus hijos huérfanos y viuda su mujer 16. He aquí la grandeza del espíritu de los profetas: vio todas las cosas futuras como presentes, y así condenaba al traidor muchísimos siglos antes de nacer. Finalmente, para que se cumpliese dicha sentencia, recibió el santo Matías el puesto de este apóstol perdido. Por ello, que ningún necio, que ningún infiel entre en discusiones. Matías no causó injusticia alguna, sino que obtuvo un triunfo al lograr por la victoria de Cristo el Señor los despojos del traidor.
Tras este hecho, ¿cómo puedes reivindicar el episcopado, heredero de un traidor todavía más malvado? Judas entregó a Cristo en su cuerpo; tú con un furor espiritual has entregado el Evangelio santo a las llamas sacrílegas. Judas entregó el legislador a los infieles; tú has entregado a los hombres para que destruyesen la ley de Dios, que era como sus restos. Si amaras la ley, como los jóvenes Macabeos, te dejarías matar por las leyes de Dios, si es que se puede llamar muerte de los hombres a la que los hizo inmortales al morir por el Señor. Efectivamente, uno de aquellos hermanos increpó al tirano sacrílego con este grito de fe: Tú, criminal e impío, nos privas de la vida presente, pero el Rey del mundo, que reina para siempre y cuyo reino no tendrá fin, a nosotros que morimos por sus leyes nos resucitará a una vida eterna 17.
Si entregaras a las llamas el testamento de un difunto, ¿no serías castigado como un falsario? ¿Qué será, pues, de ti, al haber quemado la ley santísima de Dios, tu Juez? Judas, al menos en la muerte, se arrepintió de su obra; tú no sólo no te arrepientes, sino que como el traditor más perverso has sido perseguidor y verdugo para nosotros, que observamos la Ley".
18. Agustín: Mira la diferencia que hay entre vuestras voces maldicientes y nuestras verídicas afirmaciones. Atiende un poco. Has exagerado el crimen de la entrega, y con palabras rebosantes de animosidad, cual improvisador elocuente, nos has comparado con Judas el hijo de la perdición.
Yo te respondo a eso con poquísimas palabras: "Yo no he hecho lo que dices; yo no he entregado los libros; acusas falsamente, jamás podrás demostrar eso". ¿No se disipará acaso de pronto toda esa humareda de desmedidas palabras? ¿O intentarás acaso demostrarlo? Deberías hacer esto primero; luego podrías lanzar el cúmulo de invectivas que te pluguiera contra nosotros como convictos. Claro, esto es una ilusión; vamos a ver otra.
19. Tú mismo, al hablar de la anunciada condenación de Judas, dijiste: "He aquí la grandeza del espíritu de los profetas, que vio las cosas futuras como presentes, y por eso condenaba al traidor muchísimo antes de nacer". Y no viste que la misma profecía, con una verdad firme, cierta e inconcusa, que anunció que un discípulo había de entregar a Cristo, predijo también que el mundo entero había de creer en Cristo. ¿Por qué paraste la atención en la profecía del hombre que entregó a Cristo, y no la paraste sobre el orbe por el cual se entregó Cristo? ¿Quién entregó a Cristo? Judas. ¿A quién lo entregó? A los judíos. ¿Qué es lo que le hicieron los judíos? Dice: Han taladrado mis manos y mis pies, y han contado todos mis huesos. Ellos me miran y contemplan. Se han repartido mis vestidos, y han echado suertes sobre mi túnica 18. Lee un poco después en el mismo salmo qué valor tiene lo que se compró a tal precio: Se acordarán y se convertirán al Señor todos los confines de la tierra, y se postrarán delante de él todas las familias de las gentes, porque del Señor es el reino y él dominará a las gentes 19.
¿Quién será capaz de mencionar el resto de innumerables documentos proféticos acerca del orbe que había de llegar a la fe? Tú ensalzas la profecía porque miras en ella al hombre que entregó a Cristo, pero no ves en ella la posesión que adquirió Cristo cuando fue vendido. Aquí tienes otra ilusión; escucha la tercera.
20. Entre la multitud de tus invectivas dijiste: "Si entregaras a las llamas el testamento de un difunto, ‚no serías castigado como un falsario? ¿Qué será, pues, de ti, que quemaste la ley santísima del juez divino?" Al decir esto no tuviste en cuenta una observación interesante que debería conmoverte: ¿Cómo pudo ser que nosotros, quemando el Testamento, permaneciésemos en la misma heredad que se describe en ese Testamento, y en cambio vosotros habéis ofrecido el contraste de conservar el Testamento y perder la heredad? ¿No está escrito, en efecto, en ese Testamento: Pídeme, y te daré las gentes en heredad y en propiedad los confines de la tierra? 20 Entra en comunión con esta heredad y repróchame lo que te parezca sobre el Testamento. ¿Qué clase de demencia es que no quieras entregar el Testamento a las llamas a fin de pelear contra las palabras del testador?
Nosotros, en cambio, tenemos las actas eclesiásticas y municipales, en que leemos que los traditores de los divinos códices fueron más bien los que ordenaron otro obispo contra Ceciliano; y, sin embargo, no os propinamos insultos e invectivas, ni lloramos las cenizas de las sagradas páginas en vuestras manos, ni enfrentamos los ardientes tormentos de los Macabeos a la hinchazón de vuestro sacrificio cuando decís: "Debierais entregar al fuego más bien vuestros miembros que las palabras de Dios". Pues no queremos ser tan necios que por faltas ajenas que ignoráis o reprobáis suscitemos contra vosotros un fútil estrépito.
A vosotros, en cambio, os vemos separados de la comunión del orbe entero; el crimen es en extremo alarmante, manifiesto, y de todos vosotros: si intentara magnificarlo, me faltaría antes tiempo que palabras. Y si tú quieres defender esto, ¿osarás lanzar contra el orbe entero los reproches que de merecer ser lanzados suscitarían mayores acusaciones contra ti, y de no merecerlo, te quedarías tú sin defensa? ¿Por qué, pues, te enardeces contra mí sobre una entrega que no es mía ni tuya, si permanece el pacto de no reprocharnos los hechos ajenos, y que si no permanece, es más bien tuya que mía? Bien que, permaneciendo aquel pacto, pienso que puedo decir con toda justicia que debe ser tenido como cómplice del que entregó a Cristo quien no se entregó a Cristo con todo el orbe. Dice el Apóstol: Sois descendencia de Abrahán, herederos según la Promesa 21. Y dice también: Herederos de Dios y coherederos de Cristo 22. Y demuestra él mismo que la descendencia de Abrahán se extiende a todas las naciones según lo que se dijo a Abrahán: En tu descendencia serán benditas todas las naciones de la tierra 23.
Por esto pienso que es justo lo que pido, esto es, que consideremos un poco el Testamento de Dios, que está abierto ya tiempo ha, y tengamos por heredero del que entregó los libros sagrados a quien no encontremos como coheredero del Cristo entregado; que pertenezca al vendedor de Cristo quien niega a Cristo como redentor del orbe. Es claro: cuando después de su resurrección se apareció a sus discípulos, y al dudar ellos les presentó los miembros para que los tocaran, les dijo: Está escrito que convenía que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y que se predicase en su nombre la penitencia y remisión de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén 24.
¡He aquí la heredad de que os habéis privado, he aquí el heredero al que ofrecéis resistencia! ¿Es que podría perdonar a Cristo cuando caminaba en la tierra quien le contradice ya sentado en el cielo? ¿No entendéis aún que cuanto nos reprocháis a nosotros lo reprocháis a su palabra? Se promete un mundo cristiano y se le da crédito; se cumple la promesa y se le contradice. Pensad, por favor, qué es lo que debíais haber soportado por impiedad tan enorme; y sin embargo, no sé si habéis soportado algo; no lo he visto, y por mi parte no lo he hecho. Tú al menos, que hoy no sufres la violencia de mi persecución, ríndeme cuentas de tu separación. Pero tú seguirás diciendo una y otra vez, y muchas veces, cosas que, si no las demuestras, a nadie incumben, y si las demuestras, no me incumben personalmente.
Los pecados personales no afectan a la descendencia de Abrahán
IX. 21. Petiliano: "Rodeado como tú estás de semejantes culpas, no puedes ser verdadero obispo".
22. Agustín: ¿De qué culpas? ¿Cuáles has enseñado, cuáles has demostrado? Aunque hubieras demostrado las de no sé quiénes, ¿qué tiene que ver esto con la descendencia de Abrahán, en el que son bendecidas todas las naciones?
No toda persecución es condenable
X. 23. Petiliano: "¿Han perseguido los apóstoles a alguien, o ha entregado Cristo a alguien?"
24. Agustín: Podría contestar que el mismo Satanás es peor que todos los hombres malos, y, sin embargo, le entrega a él el Apóstol a un hombre para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el día del Señor 25, y también a otros, de quienes dice: A quienes entregué a Satanás, para que aprendiesen a no blasfemar 26. También el Señor Jesús expulsó del templo a golpe de látigo a los malvados mercaderes, y está relacionado este hecho con el testimonio de la Escritura que dice: El celo por tu casa me consume 27.
Aquí tenemos al apóstol que entrega, a Cristo que persigue. Podría decirte a ti estas cosas y ponerte en grandes dificultades, hasta que te vieras obligado a buscar, no las quejas de los que sufren, sino el espíritu de los causantes de esos sufrimientos. Pero no te preocupes por esto; no quiero decir eso, digo que nada tiene que ver la descendencia de Abrahán, que está en todas las naciones, con lo que pudiera haberos molestado a vosotros la paja de la mies del Señor, mies que se encuentra en todas las naciones.
Vosotros, por consiguiente, explicad vuestra separación, pero prestad primero atención a qué clase de individuos tenéis y que no queréis os lo echen en cara, y ved la iniquidad con que obráis al reprocharnos a nosotros los hechos ajenos, aunque demostréis vuestras afirmaciones. Según esto, no habrá motivo alguno para vuestra separación.
Filiación espiritual
XI. 25. Petiliano: "Pero dirán algunos: 'No somos hijos del traidor'. Sin embargo, cada uno es hijo de aquel cuya conducta sigue. En efecto, son hijos bien seguros y semejantes a sus padres los engendrados semejantes a ellos, no por esta carne mortal y esta sangre, sino por las costumbres y las obras".
26. Agustín: Hasta el presente nada decías contra nosotros; ahora ya comienzas a decir algo a favor nuestro. Tu afirmación te obliga a reconocer esto: si no demuestras que nosotros, con quienes hoy tratas, somos traditores y homicidas o cosa semejante de que nos acuses, no podrá perjudicarnos en absoluto cualquier inculpación que demuestres han tenido los que nos han precedido en el tiempo; pues no podemos ser hijos de quienes tanto diferimos en los hechos.
Mira hasta qué punto te has aventurado. En efecto, si llegas a convencer de alguna culpa semejante a algún contemporáneo nuestro y que vive con nosotros, en modo alguno puede perjudicar a todas las naciones que son bendecidas en la descendencia de Abrahán, y, en cambio, al separarte de ellas, te encuentras en la categoría de sacrílego.
Por eso -cosa que no puede suceder- no te es licito reprochar al mundo entero de los santos no sé qué clase de antepasados -a los cuales ves como semejantes-; no puedes reprocharle eso, digo, si no conoces a todos los que existen en el mundo entero, y no sólo has aprendido sus costumbres y sus hechos, sino que has demostrado ser tan malos esos hechos como dices.
Ni te servirá para nada, aunque pudieras demostrar que los que no son tales toman parte en los mismos sacramentos comunes con los que lo son: en primer lugar, porque debéis mirar bien vosotros con quiénes los celebráis, a quiénes se los dais, de quiénes los recibís, y no queréis que se os echen en cara ésos. En segundo lugar, si cuantos imitan sus hechos han de ser considerados como hijos de Judas, que fue un diablo entre los apóstoles, ¿por qué no hemos de llamar hijos de los apóstoles a los que participan no en las obras de esos pecadores, sino en los sacramentos del Señor, lo mismo que los apóstoles tomaron parte en la cena del Señor con aquel traidor? Por ello son tan diferentes de vosotros, porque conservando estos hombres la unidad, vosotros les reprocháis lo que hacéis vosotros habiendo roto esa misma unidad.
Otro argumento donatista en favor de los católicos
XII. 27. Petiliano: "De sí mismo les dijo el Señor Cristo a los judíos: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis" 28.
28. Agustín: Ya respondí antes: esto es verdadero y además en favor nuestro y en contra de vosotros.
Los hijos del diablo
XIII. 29. Petiliano: "Con frecuencia reprocha a los falsarios y mentirosos con estas palabras: Vosotros sois hijos del diablo. Este fue acusador desde el principio, y no se mantuvo en la verdad" 29.
30. Agustín: Nosotros no solemos leer: Este fue acusador, sino: Este fue homicida. Indagamos cómo fue homicida el diablo desde el principio, y encontramos que dio muerte al primer hombre no sacando la espada o aplicando alguna fuerza física, sino convenciéndole que pecase y haciéndole salir de la felicidad del paraíso. Lo que era entonces el paraíso lo es ahora la Iglesia. Son, pues, hijos del diablo los que matan a los hombres llevándolos fuera de la Iglesia. Y como por las palabras de Dios sabemos dónde estuvo situado el paraíso, así conocemos por las palabras de Cristo dónde está la Iglesia. Dice: En todas las naciones, comenzando por Jerusalén 30. Quien separa de esta totalidad a un hombre hacia cualquier parte, queda convicto como hijo del diablo y homicida.
Mira ahora a quiénes se aplica la frase que pusiste al decir del diablo: Él fue acusador y no se mantuvo en la verdad. Acusáis al orbe entero de los crímenes de algunos, a quienes lograsteis más bien acusar que dejar convictos, y no permanecisteis en la verdad de Cristo. En efecto, él habla de la Iglesia extendida por todas las naciones comenzando por Jerusalén, y vosotros la situáis en el partido de Donato.
Quiénes son los perseguidores
XIV. 31. Petiliano: "Por vez tercera señala con las siguientes palabras la demencia de los perseguidores: ¡Raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de la gehenna? Por eso, mirad: os voy a enviar a vosotros profetas, sabios y escribas: a unos los mataréis y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad, para que recaiga sobre vosotros toda la sangre de los justos derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el santuario y el altar 31. ¿Acaso son realmente hijos de víboras según la carne y no más bien serpientes por la mente, flageladores con su malicia trilingüe, con su contacto mortífero y su soplo venenoso? Auténticas serpientes han llegado a ser quienes con sus mordiscos han vomitado la muerte sobre los pueblos inocentes".
32. Agustín: Si yo dijera que esas cosas se han referido a personas como vosotros, me responderíais: "Demuéstralo". Pues qué, ¿tú lo has demostrado? Claro que si piensas que la demostración consiste en decirlo, no es necesario repetir las mismas cosas. Léelas en tu favor y nosotros las leeremos contra vosotros: ahí tienes mi prueba también, si probar consiste en eso.
Pero aprende en qué consiste una prueba. No solicito yo documentos de fuera para demostrar que sois víboras. Realmente bien viperino es no tener en la boca la solidez de la verdad, sino el veneno de la maledicencia, según está escrito: El veneno de las víboras se esconde en sus labios. Pero como esto puede aplicarlo cualquiera contra cualquiera, como si le preguntaran a quiénes se refería, añadió a continuación: A aquellos cuya boca está llena de maldición y amargura 32.
Por tanto, cuando largáis semejantes inculpaciones sobre los hombres dispersos por el mundo entero, totalmente desconocidos de vosotros, y muchos de los cuales no han oído los nombres de Ceciliano ni de Donato, y ni siquiera los escucháis al responderos en silencio: "No se refiere a nosotros nada de lo que decís, no lo hemos visto, no lo hemos oído, ignoramos completamente de qué habláis", vosotros, que no tratáis de decir sino lo que no podéis demostrar, ¿no debéis aplicaros aquello de que vuestra boca está llena de maldición y amargura? Considera ya si podéis demostrar que no sois vosotros las víboras si no demostráis que todos los cristianos de todas las naciones son traditores y homicidas y no cristianos.
Aún más, aunque pudierais conocer y poner de manifiesto las vidas y hechos de cada uno de los hombres esparcidos por todo el mundo, sin embargo, al lanzar temerariamente estas inculpaciones antes de comprobarlas es viperina vuestra lengua, vuestra boca está llena de maldición y amargura. Mostrad ya, si podéis, a qué profeta, a qué sabio, a qué escriba hemos dado muerte y crucificado y flagelado en nuestras reuniones. Fijaos en el trabajo inmenso que habéis empleado sin poder probar en modo alguno que Donato y Márculo fueron profetas o sabios o escribas, ya que no lo fueron. Aunque pudierais probarlo, ¿qué haríais para probar que nosotros hemos dado muerte a los que no hemos conocido, y cuánto menos el orbe entero al que maldecís con vuestra boca venenosa? O también, ¿cómo podéis demostrar que nosotros tenemos un ánimo semejante al de los asesinos de aquellos que ni siquiera podéis demostrar que hallaron la muerte a manos de alguien? Prestad atención a todo esto, ved si podéis demostrar algo de esto acerca del orbe de la tierra o a ese mismo orbe, y como no dejáis de maldecirle, demostráis ser verdadero en vosotros lo que falsamente lanzáis contra ellos.
33. Por otra parte, si quisiéramos demostrar que vosotros sois los asesinos de los profetas, no necesitamos divagar mucho para recoger en cada lugar los estragos que los frenéticos jefes de vuestros circunceliones y las mismas catervas de los vinolentos y furiosos han producido desde el principio de vuestro cisma y no cesan de producir.
Voy a tratar de cuestiones a la mano. Preséntense los divinos oráculos que nosotros y vosotros manejamos: consideremos como asesinos de los profetas a quienes encontremos que se oponen a los oráculos de los profetas. ¿Qué se puede decir con mayor brevedad y demostrar con mayor rapidez? Obraríais con mayor suavidad traspasando con las espadas las entrañas de los profetas que intentando aniquilar con la lengua las palabras de los mismos. Dice el profeta: Se acordarán y se convertirán al Señor todos los confines de la tierra 33. Se está haciendo realidad, se está cumpliendo. Pero vosotros no sólo cerráis vuestros oídos incrédulos a lo que se dice, sino que llegáis a sacar vuestras lenguas contra todo lo que se va haciendo realidad. Escuchó Abrahán la promesa: Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra; y creyó y le fue contado como justicia 34.
Vosotros veis el hecho y protestáis, y no queréis que os sea contado como injusticia lo que se contaría justamente, aunque os negarais a creer no ya el hecho, sino hasta que se ha dicho. Más aún, no sólo no queréis que os sea contado como injusticia, sino que hasta queréis que se os cuente como justicia lo que soportáis por esta impiedad.
Pero si no son persecuciones de los profetas las que se llevan a cabo, no con la espada, sino con la palabra, ¿por qué se dijo por boca de Dios: Hijos de los hombres: sus dientes son lanzas y saetas; su lengua, una espada afilada? 35
Y ¿cuándo lograré reunir los testimonios de todos los profetas acerca de la Iglesia extendida por todo el mundo, que vosotros intentáis aniquilar y extinguir con vuestra contradicción? Pero estáis bien atrapados. Oíd: Su pregón sale por toda la tierra y sus palabras hasta los confines del orbe 36. Y, sin embargo, voy a recoger uno solo de boca del Señor, que es testigo de los testigos: Era necesario que se cumpliera todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los profetas y en los salmos acerca de mí 37. Él mismo indica de qué se trata: Y entonces abrió sus inteligencias para que comprendiesen las Escrituras, y les dijo: Así está escrito y así convenía que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos y que se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén 38.
Esto es lo que está escrito del Señor en la Ley, en los profetas y en los salmos; esto es lo que manifestó el mismo Señor sobre sí y sobre su Iglesia, mostrándose a sí mismo y anunciándola a ella. Qué haríais vosotros que resistís a testimonios tan claros y, como no podéis destruirlos, intentáis desfigurarlos? ¿Qué haríais vosotros si encontrarais los miembros de los profetas, vosotros que de tal suerte os enfurecéis contra sus palabras, que no escucháis al Señor, cumplidor, manifestador, expositor de los profetas? Efectivamente, en cuanto está a vuestro alcance, le golpeáis a él mismo cuando no cedéis ante él.
Salmo 13, 3-4: a quién se aplica
XV. 34. Petiliano: "También de vosotros habla David cuando dice, refiriéndose a los perseguidores: Su garganta es un sepulcro abierto; obraban dolosamente con sus lenguas; el veneno de áspides en los labios de aquellos cuya boca está llena de maldición y amargura; sus pies son rápidos para derramar sangre; la aflicción y la desgracia está en sus caminos, y no conocieron el camino de la paz; no existe el temor de Dios ante sus ojos. ¿No se darán cuenta todos los que obran la iniquidad, los que devoran a mi pueblo como si fuese pan?" 39
35. Agustín: Sepulcro abierto es la garganta de los donatistas, de la cual exhalan la mortalidad de sus mentiras; porque la boca mentirosa da muerte al alma 40. Si no hay nada más verdadero que lo que dijo Cristo, que su Iglesia se extiende a todas las gentes comenzando por Jerusalén, no hay nada más mentiroso que vuestra forma de hablar: "en el partido de Donato". Son lenguas engañosas las de quienes conociendo sus propias obras, no sólo se tienen por hombres justos, sino hasta por justificadores de los hombres, puesto que de uno solo se ha dicho: Aquel que justifica al impío, y que es justo y justificador 41.
Ya hemos dicho bastante sobre el veneno del áspid y de la boca llena de maldición y amargura. También dijisteis que los maximianistas tienen los pies veloces para derramar sangre. Testimonio de ello es la sentencia de vuestro concilio plenario tantas veces citada por las actas proconsulares y municipales. Y, sin embargo, ellos, por lo que hemos oído, no causaron la muerte corporal a nadie. Os habéis dado cuenta, pues, de que también procurando una muerte espiritual derrama la sangre de las almas la espada del cisma, cosa que habéis condenado en Maximiano. Ved si no son veloces vuestros pies para derramar sangre, cuando separáis a los hombres de la unidad de todo el mundo, si habéis dicho esto justamente contra los maximianistas, porque separaron a algunos del partido de Donato.
¿No conocemos acaso el camino de la paz nosotros que procuramos conservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz 42, y la conocéis en cambio vosotros que habéis resistido a las palabras de Cristo a sus discípulos después de la resurrección? Palabras tan pacíficas que comenzaban con la paz sea con vosotros 43. Y habéis resistido a tales palabras con tal petulancia, que se os demuestra no haber dicho sino: "Lo que tú has dicho de la unidad de todas las naciones es falso, y es verdadero lo que nosotros afirmamos del crimen de todas las naciones". ¿Cómo podrían decir esto si existiera el temor de Dios ante sus ojos? Ved, por consiguiente, si diciendo esto todos los días no intentáis asesinar a dentelladas como si fuera pan al pueblo de Dios extendido por el orbe de la tierra.
Quiénes son los lobos vestidos con piel de oveja
XVI. 36. Petiliano: "Nos amonesta también Cristo el Señor: Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis" 44.
37. Agustín: Si te pregunto cuáles son los frutos por los que conoces que somos lobos rapaces, contestarás que son las faltas ajenas, que no han sido demostradas nunca ni aun en aquellos en que dices se encuentran. Pero si me preguntas tú por qué frutos más bien conocemos que sois vosotros los lobos rapaces, yo pongo ante tus ojos el crimen del cisma, que tú negarás, pero que yo demostraré al momento: pues no estás en comunión con todas las naciones ni con las iglesias fundadas con el trabajo apostólico.
A esto puedes replicar: "No estoy en comunión con los traditores y los homicidas". A lo cual te responde la descendencia de Abrahán: "Esas culpas o no son verdaderas o no son mías". Mas dejo de momento esta cuestión; muéstrame tú la Iglesia.
Ciertamente comenzará a sonar aquella voz que ya el Señor nos advirtió debíamos evitar en los seudoprofetas que hacen ostentación de su partido y se empeñan en apartarse de todos los demás: Mirad, Cristo está aquí o allí. Piensas que las ovejas de Cristo, a quienes se dijo: No lo creáis, han perdido el sentido hasta escuchar al lobo, que dice: Aquí está Cristo 45, y no al pastor, que dama: En todas las naciones, comenzando por Jerusalén 46.
Las acusaciones gratuitas vuelven contra su autor
XVII. 38. Petiliano: "Ni más ni menos, insolente perseguidor, a pesar del velo de bondad con que te cubres, a pesar del nombre de paz con que haces la guerra con tus besos, a pesar de la palabra de unidad con que tratas de seducir al género humano, hasta el presente engañas y defraudas, siendo verdaderamente hijo del diablo, delatando en tus costumbres a tu padre".
39. Agustín: Piensa que todo esto lo hemos dicho contra ti nosotros, y para que te des cuenta a quién se aplica con más propiedad, recuerda lo dicho antes.
Quiénes son falsos apóstoles
XVIII. 40. Petiliano: "No sorprende que te apropies ilícitamente el nombre de obispo. Tal es la costumbre del diablo: engañar precisamente así, atribuyéndose el calificativo de santidad según lo proclama el Apóstol: Nada tiene de extraño que el mismo Satanás se disfrace de ángel de luz y sus ministros de servidores de justicia 47. Nada de sorprendente, pues, que te apropies falsamente el nombre de obispo. Así también aquellos ángeles perdidos, amantes de las doncellas del mundo, que al corromper la carne se corrompieron a sí mismos; aunque, despojados de sus virtudes divinas, habían dejado de ser ángeles, retienen, sin embargo, el nombre de ángeles y se tienen siempre por ángeles; aunque privados de la milicia divina pasaron a formar parte en el ejército del diablo hechos semejantes a él, proclamándolo así el gran Dios: No permanecerá nunca mi espíritu en estos hombres, porque son carne 48.
A estos culpables, lo mismo que a vosotros, dice el Señor: Id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles 49. Si no hubiera ángeles malos, el diablo no tendría ángeles, a quienes el santo apóstol dice han de condenar los hombres santos en aquel juicio de la resurrección: ¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? 50 Si fuesen ángeles verdaderos, no tendrían los hombres facultad para juzgar a los ángeles.
Así, también los sesenta apóstoles que, dejando a los doce con Cristo el Señor, se apartaron como apostatas de la fe, todavía son tenidos como apóstoles ante ciertos hombres desgraciados, hasta tal punto que Manes y otros han enredado por su medio en variadas sectas diabólicas a muchas almas que no habían logrado atraer. Ciertamente, el desgraciado Manes, si fue apóstol en realidad, ha de ser contado entre aquellos sesenta, si su nombre de apóstol se encuentra entre los doce. En efecto, tras la elección de Matías para sustituir al traidor Judas, fue ordenado por elección de Cristo como decimotercero Pablo, que se cita a sí mismo como el último de los apóstoles, a fin de que nadie se considere apóstol después de él. Dice, en efecto: Yo soy el último de los apóstoles; indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios 51.
Y no os sintáis halagados vosotros con esta excusa: Hizo esto cuando era judío, aunque vosotros nos causáis esta persecución como si fuerais paganos. Ciertamente, vosotros nos hacéis la guerra injustamente a nosotros, que no podemos ofrecer resistencia. Pues vosotros queréis vivir dándonos muerte a nosotros, y en cambio nosotros tenemos por victoria el huir o ser matados".
41. Agustín: Tú verás cómo citas los testimonios de la Escritura y cómo los entiendes; son ajenos a la cuestión debatida. Con ellos sólo tratas de demostrar que hay obispos falsos, lo mismo que ángeles falsos y falsos apóstoles.
También nosotros sabemos que hay ángeles falsos, falsos apóstoles y obispos falsos, y, como dice el verdadero apóstol, falsos hermanos 52; pero como todo esto puede ser reprochado mutuamente por unos y otros, se hace preciso demostrar algo, no hablar sin decir nada. Para ver a quién le cuadra la inculpación de engaño, debes recordar lo que he dicho antes y lo descubrirás, y de esa manera no apareceremos enojosos a los lectores repitiendo tantas veces las mismas cosas.
Por otra parte, ¿qué le afecta a la Iglesia difundida por todo el orbe cuanto has podido decir de su paja, que está con ella por todo el mundo, o lo que has dicho sobre Manes o restantes sectas diabólicas? Si no le afecta al trigo lo que se puede decir de la paja que aún está con él, ¿cuánto menos les afectarán a los miembros de Cristo esparcidos por todo el orbe los monstruos tan antigua y abiertamente de ellos desgajados?
Persecución y persecución
XIX. 42. Petiliano: "Cristo el Señor nos ordena: Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; y si también en ésta os persiguen, marchaos a otra. Yo os aseguro: no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre 53. Si nos previene frente a los judíos y paganos, no debes imitar tú, blasonando de cristiano, las crueldades de los gentiles. ¿O acaso servís a Dios con la intención de que sucumbamos a vuestras manos? Erráis, erráis, miserables, si pensáis esto; no tiene el Señor a los verdugos como sacerdotes".
43 Agustín: Este huir de una ciudad a otra ante la persecución no se ha ordenado o permitido a los herejes o cismáticos, que sois vosotros, sino a los predicadores del Evangelio, al cual vosotros resistís. Esto podemos probarlo fácilmente al encontraros en vuestras ciudades sin que nadie os persiga. Es preciso, pues, que os manifestéis, y deis cuenta de vuestra separación. En cierto modo se disculpa la debilidad de la carne cuando cede a la violencia de la persecución, pero no debe ceder de esa manera la verdad ante la falsedad.
Por consiguiente, si sufrís persecución, ¿por qué no dejáis las ciudades en que estáis a fin de cumplir lo que recordáis tomado del Evangelio? Y si no sufrís persecución, ¿por qué no queréis respondernos a nosotros? Si acaso teméis que vais a sufrir persecución por vuestra respuesta, ¿cómo imitáis a los predicadores a quienes se dijo: Os envío como ovejas en medio de lobos 54, y aún: No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden dar muerte al alma? 55 Y aún más, ¿no vais contra el precepto del apóstol Pedro, que dice: Siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra fe y esperanza? 56
Finalmente, ¿por qué os mostráis espontáneamente malvados con vuestras bandas violentísimas contra las iglesias católicas donde podéis, como se demuestra con innumerables ejemplos con la misma realidad? Decís que defendéis vuestros locales y os enfrentáis con garrotes y asesinatos a cuantos podéis. ¿Por qué no escucháis en esos momentos la voz del Señor, que dice: Pero yo os digo: No hagáis frente al malvado? 57
Cierto, puede suceder que alguna vez se resista con la fuerza corporal a los violentos sin quebrantar con ello el precepto del Señor que hemos oído: Pero yo os digo: no hagáis frente al malvado; y ¿por qué no ha de poder, sirviéndose de la fuerza ordenada y legítima, expulsar el piadoso al impío y el justo al injusto de las sedes que usurpan ilícitamente o retienen con ofensa de Dios? Tampoco sufrieron persecución los seudoprofetas de parte de Elías como la sufrió el mismo Elías de parte de rey tan injusto; ni porque el Señor fue flagelado por sus perseguidores se pueden igualar en cuanto a sus sufrimientos los que él mismo arrojó del templo a latigazos.
Por consiguiente, sólo os queda confesar que lo único que debéis indagar es si os habéis separado justa o impíamente de la comunión del orbe de la tierra. Pues si se descubre que habéis obrado impíamente, no debéis admiraros si no le faltan a Dios ministros para castigaros, ya que la persecución que soportáis no procede de nosotros, sino, como está escrito, de vuestros mismos hechos 58.
El simple sufrir persecución no es criterio válido
XX. 44. Petiliano: "De nuevo grita desde el cielo Cristo el Señor a Pablo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Es duro para ti dar coces contra el aguijón 59. Se le llamó entonces Saulo, nombre que cambiaría más tarde el bautismo. Vosotros, en cambio, no veis que sea cruel perseguir a Cristo en sus sacerdotes, cuando el mismo Señor está clamando: Guardaos de tocar a mis ungidos 60. Calculad los cadáveres de los santos; otras tantas veces habéis matado al Cristo vivo. Finalmente, si no eres sacrílego, no puedes ser a la vez santo y homicida".
45. Agustín: Justificaos a vosotros mismos de la persecución que sufrieron de vuestra parte los que se separaron de vosotros con Maximiano, y en eso encontraréis nuestra defensa. Si decís que no fuisteis vosotros los que hicisteis esto, acudimos a las actas proconsulares y municipales. Si decís que obrasteis rectamente con ellos, ¿por qué os negáis a sufrir lo mismo vosotros?
Si decís: "Pero nosotros no causamos ningún cisma", investíguese esta cuestión, y hasta que no conste si es así, que nadie formule la acusación de perseguidores.
Si decís que ni siquiera los cismáticos deberían sufrir persecución, pregunto si no deben ser expulsados, por los poderes establecidos, de las basílicas, en las cuales tienden sus emboscadas para seducir a los débiles.
Si decís que no debe hacerse esto, devolved primero las basílicas a los maximianistas, y así podréis tratar con nosotros. Si decís que debe hacerse, examinad ya qué es lo que deben soportar de los poderes establecidos quienes al resistirles resisten a lo establecido por Dios. Por eso dice claramente el Apóstol: No en vano lleva la espada; es vengador para castigo del que obra mal 61.
Y si averiguada con toda diligencia la verdad se descubriera que ni de parte de los tribunales públicos deben sufrir algo los cismáticos ni ser expulsados de los lugares de sus asechanzas y engaños, y dijereis que os desagrada que los maximianistas hayan sufrido esa persecución de algunos de los vuestros, ¿por qué no han de exclamar con mayor libertad los granos del Señor desde el campo del mismo Señor, esto es, desde todo el mundo: "Tampoco nos afecta a nosotros lo que hace nuestra paja, ya que nos desagrada?"
Si confesáis que os basta para vuestra justificación la displicencia que os causa el mal que hacen los vuestros, ¿por qué os habéis separado? Este es el origen de que os acuse vuestra misma defensa. En efecto, si no os separáis de los inicuos del partido de Donato porque cada uno lleva su carga, ¿por qué os habéis separado de los inicuos del mundo entero, a los que juzgáis así o fingís que lo son? ¿Acaso para llevar todos de modo semejante la carga del cisma?
46. A pesar de todo, os preguntamos: ¿Quiénes de los vuestros demostráis haber sido matados por nosotros? No recuerdo haya dado el emperador ley alguna ordenando vuestra muerte. Por lo que respecta a Márculo y Donato, sobre los cuales soléis fomentar vuestro mayor enojo, no se sabe -para hablar con cautela- si se precipitaron ellos mismos, como no cesáis de enseñar en cotidianos ejemplos, o si fueron precipitados por orden de alguna autoridad. Si es increíble que los jefes de los circunceliones se hayan dado a si mismos unas muertes que les son tan habituales, ¡cuánto más increíble es que las autoridades romanas hayan ordenado unos suplicios tan ajenos a sus costumbres!
Si es verdad lo que decís sobre este asunto, que juzgáis tan odioso, ¿qué tiene que ver con el trigo del Señor? Que acuse la paja que voló fuera a la paja que quedó dentro; sólo en la última limpia podrá ser separada toda. Pero si es falso, ¿qué tiene de sorprendente que la paja llevada por un ligero viento de disensión persiga al trigo del Señor con falsas inculpaciones?
Por todo ello, sobre esas odiosas inculpaciones os responde con voz libre y segura el grano de Cristo que ha recibido la orden de crecer junto con la cizaña por todo el campo, por el mundo entero: "Si no probáis lo que decís, a nadie le afecta esto; pero si lo probáis, personalmente no me afecta". De donde se sigue que cuantos se han separado de esta unidad del grano por las culpas de la cizaña o de la paja, no pueden defenderse, por la misma falta de la disensión y el cisma, del crimen de homicidio, ya que dice la Escritura: Quien aborrece a su hermano es homicida 62.
El ejemplo de Pablo
XXI. 47. Petiliano: "Como hemos dicho, pues, el Señor Cristo gritó a Pablo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Es duro para ti dar coces contra el aguijón. Le dijo Pablo: ¿Quién eres, Señor? Y se le respondió: Soy Cristo de Nazareth, a quien tú persigues. Él entonces, temblando y estupefacto, dijo: Señor, ¿qué quieres que haga? Y el Señor a él: Levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer. Y un poco después: Saulo se levantó del suelo, y aun con los ojos abiertos, no veía nada. ¡Oh ceguera de los ojos, vengadora del furor, tú oscureces la luz del perseguidor, y sólo el bautismo te hará huir!
Veamos ya lo que hizo en la ciudad: Fue Ananías, entró en la casa en que estaba Saulo, le impuso las manos y le dijo: Saulo, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo. Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado 63. Por consiguiente, si Pablo, liberado por el bautismo del crimen de persecución, recobró la vista inocente, ¿por qué rehúsas tú, perseguidor y traditor obcecado por un falso bautismo, ser bautizado por aquellos que tú persigues?"
48. Agustín: No demuestras que es perseguidor o traditor aquel a quien quieres bautizar de nuevo. Y aunque lo demostraras de alguno, no debe ser bautizado de nuevo el tal perseguidor y traditor, si ya ha sido bautizado con el bautismo de Cristo. Cierto que Pablo tuvo que ser bautizado, pero porque no había sido bañado nunca en tal bautismo.
Por consiguiente, no se asemeja en nada a lo que tratáis con nosotros lo que te ha parecido bien traer a colación sobre Pablo. Pero si no hubieras aducido este pasaje, no habrías encontrado oportunidad para esa pueril declamación: "¡Oh ceguera de los ojos, vengadora del furor, a la que sólo el bautismo hará huir!" ¡Con cuánta mayor fuerza hay que exclamar contra vosotros: "¡Oh ceguera, vengadora del furor, que, no comparada con Pablo, sino con Simón, no se aparta de vosotros ni aun recibido el bautismo!" Pues si los perseguidores deben ser bautizados por los perseguidos, Primiano ha de ser bautizado por los maximianistas, a los que tan duramente persiguió.
El ejemplo de Judas
XXII. 49. Petiliano: "Vosotros aducís constantemente aquel pasaje: Dijo Cristo a los apóstoles: El que se ha bañado una vez no necesita lavarse sino los pies; está del todo limpio. Si analizas cabalmente estas palabras, quedas preso de las que siguen, ya que el Señor habló así: El que se ha bañado una vez no necesita lavarse sino los pies; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos 64. Dijo esto aludiendo a Judas, que le había de entregar. Por consiguiente, seas como seas, si te has hecho traditor, perdiste el bautismo.
En fin, después de la condenación del apóstol que entregó a Cristo, confirmó a los once con mayor plenitud: Vosotros estáis ya limpios gracias a la palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, y yo en vosotros 65. Y de nuevo dijo a estos once: Os doy mi paz, os dejo mi paz 66.
Estas palabras fueron dichas, según indicamos, a los once apóstoles después de la condenación del traidor; así vosotros, traidores como él, no tenéis la paz y el bautismo".
50. Agustín: Si el traditor ha perdido el bautismo, cualquiera de los bautizados por vosotros que se haya hecho después traditor debe ser bautizado de nuevo si quiere volver a vosotros. Si no hacéis esto, bien claramente indicáis ser falso el principio que ponéis: "Por consiguiente, seas como seas, si te has hecho traditor, perdiste el bautismo". Si, en efecto, lo perdió, debe recibirlo a su vuelta; pero si vuelve y no lo recibe, señal es que no lo había perdido.
Además, si se dijo a los apóstoles: Vosotros ya estáis limpios 67 y mi paz os dejo 68, porque había salido ya de allí el traidor, no era tan pura y pacífica aquella cena de sacramento tan grande, la cena que les dio a todos antes de salir aquél. Si os atrevéis a afirmar esto cerrando los ojos, ¿qué haremos sino exclamar más bien nosotros: "Oh ceguera vengadora del pudor, propia de quienes pretenden ser maestros de la Ley, como dice el Apóstol, sin entender lo que dicen ni sobre quiénes lo afirman!" 69
Si la ceguera de la pertinacia no se lo impidiera, no sería tan difícil comprender que no dijo el Señor estando presente Judas: "No estáis limpios aún", sino: Vosotros ya estáis limpios. Y añadió: No todos, porque se hallaba allí uno que no estaba limpio. Si éste mancillara a los demás con su presencia, no se les diría: Vosotros ya estáis limpios, sino, como dije, "aún no estáis limpios". Pero cuando hubo salido aquél, les dijo: Vosotros ya estáis limpios, sin añadir "pero no todos", porque había salido ya aquel con cuya presencia, como se les dijo, estaban limpios, aunque no todos, porque estaba allí aquel inmundo.
Con estas palabras, por consiguiente, más bien declaró el Señor que en una determinada reunión de hombres que participan en los mismos sacramentos no puede la inmundicia de algunos perjudicar a los limpios. En verdad, si pensáis que existen entre nosotros algunos semejantes a Judas, apostrofadnos con aquellas palabras: "Estáis limpios, pero no todos". Pero no decís esto, sino que a causa de algunos inmundos decís: "Sois todos inmundos". No fue esto lo que dijo el Señor a los discípulos estando presente Judas, y, por consiguiente, quien dice esto no aprendió del buen Maestro lo que dice.
El bautismo de sangre
XXIII. 51. Petiliano: "Si nos achacáis a nosotros el administrar dos veces el bautismo, más bien sois vosotros los que lo hacéis al matar a los bautizados. Y no precisamente porque bauticéis, sino porque cuando matáis a uno, lo hacéis bautizarse en su propia sangre. En efecto, el bautismo del agua o del espíritu arrancado por la sangre del mártir viene a ser como otro bautismo.
De este modo, el Salvador, bautizado primeramente por Juan, declaró que tenía que ser bautizado de nuevo, no ya por el agua o el espíritu, sino por el bautismo de su sangre en la cruz de la pasión, como está escrito: Se acercaron a él dos discípulos, los hijos de Zebedeo, y le dijeron: Señor, cuando vengas a tu reino, haz que nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Jesús les respondió: Cosa difícil pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber y ser bautizados con el bautismo con que yo he de ser bautizado? Le contestaron: Sí que podemos. Les dice Jesús: El cáliz que yo he de beber, lo beberéis, y con el bautismo con que yo he de ser bautizado seréis bautizados vosotros 70, y lo demás.
Si existen estos dos bautismos, nos alabáis con vuestra animosidad; lo confesamos. Pues cuando matáis nuestros cuerpos, no repetimos el bautismo, sino que somos bautizados como Cristo en nuestro bautismo y nuestra sangre. Avergonzaos, avergonzaos, perseguidores: hacéis semejantes a Cristo a los mártires, a quienes después del agua del verdadero bautismo los bañó su sangre como otro bautista".
52. Agustín: Ante todo respondemos rápidamente: No somos nosotros los que os matamos, sois vosotros los que os dais una verdadera muerte cuando os cortáis de la viva raíz de la unidad. Además, si todos los que mueren son bautizados con su sangre, serán tenidos como mártires los salteadores, inicuos, impíos, depravados que mueren condenados, ya que mueren bautizados en su sangre. Y si no son bautizados en su sangre sino los que mueren por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos 71, considera que primero hay que investigar por qué motivo sufrís, y luego qué es lo que sufrís. ¿Por qué se os llena la boca antes de encontrar defensa para los hechos? ¿Por qué vuestra lengua se alborota antes de dar pruebas con una vida santa? Si has originado un cisma, eres un impío; si eres un impío, mueres como un sacrílego, ya que eres castigado por tu impiedad. Si mueres como un sacrílego, ¿cómo puedes ser bautizado con tu sangre? Acaso digas: "No he hecho un cisma". Indaguemos, pues, esto: ¿por qué gritas antes de probar?
53. ¿Dices acaso: "aunque sea un sacrílego, no eres tú quién para matarme?" Una cosa es la atrocidad de mi acción, que jamás pruebas con veracidad, y otra la del bautismo de tu sangre, de que tan falazmente blasonas.
En realidad, ni yo te doy muerte ni demuestras que alguien te mata, ni, aunque lo demostraras, tengo yo nada que ver con quien te dé muerte, ya haya obrado justamente a tenor de legítima potestad que le haya dado el Señor, ya, como la paja de la mies del Señor, haya realizado el crimen llevado de un mal deseo.
De la misma manera no tienes tú que ver con los que en tiempos recientes, con intolerable prepotencia y refuerzo de soldados, no porque temiesen a alguien, sino para ser temidos por todos, han oprimido a las viudas, han arruinado a los huérfanos, han dispuesto de patrimonios ajenos, han roto matrimonios, han administrado los bienes de los inocentes, se han repartido con los dueños, presos del dolor, el precio de sus bienes vendidos. Podría parecerte que es invención mía si no se conociera, sin mencionarlo, el nombre de aquel a que me refiero.
Si esto es verdad, como no os afectan a vosotros estas cosas, de la misma manera, aunque dijeras verdad, no nos afecta a nosotros lo que dices. Pero si el falso rumor ha mentido sobre aquel colega vuestro justo e inocente, en modo alguno se debe dar crédito al rumor que se ha esparcido referente a hombres inocentes como si se tratara de traditores de códices o de asesinos.
Se añade a esto que cito un hombre que vivió con vosotros, cuyo natalicio celebrabais con tanta concurrencia, a quien dabais el ósculo de la paz en la celebración de los sacramentos, en cuyas manos depositabais la Eucaristía, a quien mutuamente tendíais vuestras manos, cuyos oídos sordos entre tales gemidos del África temíais ofender con la libertad de vuestra expresión; a éste, no sé quién de los vuestros se dirigió indirectamente con toda cortesía diciéndole que tenía al conde por un Dios y era celebrado por ello con gran alabanza.
Tú, en cambio, nos reprochas a nosotros los hechos de aquellos con quienes no hemos vivido, cuyo rostro no hemos visto, en cuya época o éramos unos niños o quizá no habíamos nacido. ¿Qué clase de iniquidad o perversidad es querer imponernos a nosotros las cargas de los desconocidos, siendo así que vosotros no queréis llevar las de los amigos? Clama la divina Escritura: Veías a un ladrón, y corrías con él 72. Si no te ha contaminado a ti aquel a quien has visto, ¿por qué me echas en cara los hechos de aquel que ni siquiera pude ver?
¿Dirás acaso: "No corrí con él, porque sus acciones me desagradaban?" Sin embargo, te acercabas con él al altar. ¡Ea!, para defenderte procura distinguir estas cosas y decir que una cosa es concurrir al pecado, como concurrieron los dos ancianos tendiendo asechanzas a la castidad de Susana, y otra muy distinta recibir el sacramento del Señor con el ladrón, como participaron los apóstoles con Judas en aquella primera cena.
Ves cómo te defiendo; pero ¿por qué no te fijas cuánto más fácilmente se absuelve con esta defensa tuya a las naciones y confines de la tierra por donde se extiende la herencia de Cristo? Si pudisteis ver a un ladrón y acercarte al sacramento junto con el ladrón que viste, y, sin embargo, no participar en su pecado, ¿no pudieron las naciones remotísimas quedar totalmente ajenas a las malas acciones de los africanos traditores y perseguidores, aun suponiendo que dijerais y evidenciarais cosas verdaderas, aunque tuvieran con ellos en común la celebración de los sacramentos?
A lo mejor replicas: "Yo vi en aquél al obispo, pero no al ladrón". Tú verás. Acepto incluso esta defensa, y en ella queda absuelto también de vuestras inculpaciones el orbe de la tierra. Si, en efecto, os fue lícito a vosotros desconocer la vida de un hombre conocido, ¿por qué no se permite al mundo entero ignorar a los desconocidos? Claro, a lo mejor les está permitido a los donatistas ignorar lo que no quieren saber, y a las naciones no se les permite ignorar lo que no pueden saber.
54. ¿Dices acaso: "Una cosa es un robo y otra la entrega y la persecución?" Efectivamente es cosa diferente, aunque no nos vamos a esforzar en demostrar en qué difieren. Presta atención, que abreviaré. Si aquel ladrón no te hizo ladrón porque te desagrada el robo, ¿quién pudo convertir en traditores u homicidas a aquellos que no aceptan la entrega o el homicidio?
Por tanto, confiesa primero que tú participas en la misma maldad de Optato, a quien conocías, y al menos entonces podrás reprocharme la maldad de los que yo no conocía. Y no me digas: "Pero aquéllas eran faltas graves, y éstas son insignificantes". Primero has de confesar de ti esas pequeñeces, no precisamente para que yo las confiese también, sino para permitirte decir no sé qué enormidades de mí.
El tal Optato que tú conocías, ¿te hizo ladrón, puesto que fue tu colega, o no te hizo? Contesta uno de los dos extremos. Si dices: "No me hizo", pregunto por qué no te hizo. ¿Porque no lo fue él, o porque no lo conociste como tal, o porque te desagradó? Si dices que no lo fue él, con mayor razón no debemos admitir que fueron tales cuales los referís aquellos que nos echáis en cara. En efecto, si sobre Optato no se debe admitir lo que dicen los cristianos, paganos y judíos, y finalmente lo que dicen los nuestros y aun los vuestros, ¡cuánto menos digno de crédito es lo que vosotros decís de alguno!
Si respondes que lo ignoras, te responderán todas las naciones: "Mucho más ignoramos nosotros lo que nos echas en cara sobre ellos".
Si dices que te desagradó, te responderán con el mismo tono de voz: "Aunque tú no hayas demostrado nunca esos hechos, a nosotros nos desagradan".
Pero si dices: "Me hizo ladrón el Optato que conocía, porque fue mi colega y solía acercarme al altar con él cuando cometía esas maldades, pero no me importa, porque se trata de una falta ligera; en cambio, a ti te hicieron aquéllos traditor y homicida", a esto respondo que no admito haber sido hecho traditor u homicida por los pecados ajenos, porque tú hayas confesado que el pecado ajeno te hizo ladrón; no es, en efecto, nuestro juicio, sino tu boca la que te ha hecho ladrón. Nosotros decimos que cada uno lleva su propia carga según el testimonio del Apóstol; y tú sometiste voluntariamente tus hombros a la carga de Optato no por haber cometido el hurto o haber consentido en él, sino porque pensaste que te afectaba a ti lo que otro había hecho.
Dice el Apóstol al tratar de los alimentos: Bien sé, y estoy persuadido de ello en el Señor Jesús, que nada hay de suyo impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro; para ése sí lo hay 73. Por la misma regla se puede afirmar que los pecados ajenos no afectan a aquellos a quienes desagradan, pero si alguno piensa que le afectan a él, le afectan. De esta forma tú no puedes tenernos por traditores u homicidas, aunque llegues a demostrar esos extremos de los que comulgan con nosotros en los sacramentos; en cambio, a ti, aunque te desagrade lo que ha hecho Optato, te consideramos justamente ladrón, y no por calumnia nuestra, sino según tu opinión.
Y no debes pensar que esto es leve. Escucha al Apóstol: Ni los ladrones heredarán el reino de Dios 74. Y los que no poseerán el reino de Dios, no estarán ciertamente a la derecha entre aquellos a quienes se dirá: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo 75. Y si no estarán allí, ¿dónde estarán sino a la izquierda? Por tanto, entre aquellos a quienes se dirá: Id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles 76.
Así que en vano te tranquilizas juzgando leve un pecado que separa del reino de Dios y envía al fuego eterno. Cuánto mejor sería que acudieras a una humilde confesión y dijeras: "Cada uno de nosotros llevará su propia carga y el bieldo postrero separará la paja del trigo!"
55. Naturalmente estás temiendo se te lance esta recomendación: "¿Por qué, mientras tratáis de imponer cargas ajenas a los otros, habéis osado vosotros separaros, antes de la postrera bielda, de la mies del Señor extendida en todo el mundo?" Así, pues, vosotros, a quienes desagradan los hechos de los vuestros, mientras procuráis que no se os reproche el cisma que habéis cometido todos, os implicáis en los pecados que no habéis hecho vosotros; y mientras el elocuente varan Petiliano teme se pueda decir que no soy tal cual juzga él que fue Ceciliano, se ve forzado a decir que él es tal cual conoce que fue Optato.
¿O no eres tú acaso tal cual proclama el África entera que fue aquél? Nosotros, pues, no somos lo que aquellos que nos echáis en cara, o lo que sospecha vuestro error, o calumnia el furor, o demuestra la verdad; y mucho menos son tales, a través de todas las naciones, los granos del Señor que no han oído ni el nombre de ésos.
Así, no hay motivo alguno para que perezcáis con semejante crimen de separación y sacrilegio de cisma. Y, no obstante, si soportáis algo según el juicio divino por tan grande impiedad, llegáis a afirmar que sois bautizados en vuestra propia sangre, como si fuera poco no llorar la separación si no os gloriáis también del castigo.
El ministro del bautismo
XXIV. 56. Petiliano: "Pero vosotros insistís en lo de siempre: El que se ha bañado una vez, no necesita lavarse sino los pies 77. Una vez significa lo que tiene un autor; una vez significa lo que establece la verdad".
57. Agustín: El bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo tiene como autor a Cristo, no a un hombre cualquiera, y así la verdad es Cristo, y no cualquier hombre.
El ministro pecador
XXV. 58. Petiliano: "Puesto que tú, siendo reo, realizas acciones falsas, no puedo yo repetir el bautismo que tú no has dado ni una vez".
59. Agustín: Tú no demuestras nuestra culpabilidad, y, si es falso el bautismo dado por un culpable, no tienen el verdadero bautismo cuantos son bautizados por quienes entre vosotros son culpables, no sólo manifiestos, sino también ocultos. Pues si da algo divino el que da el bautismo, siendo ya culpable ante Dios, ¿cómo da algo de Dios si el culpable no da el bautismo verdadero? De esta forma esperáis que sea culpable para vosotros como si lo que va a dar fuera vuestro.
El bautismo verdadero
XXVI. 60. Petiliano: "Si mezclas cosas verdaderas y falsas, con frecuencia la verdad imita con ciertos rasgos lo falso. Así, ni más ni menos, la pintura imita al hombre como es, y mediante los colores, una falsa apariencia de verdad imita lo verdadero; así la tersura del espejo recoge el rostro y lo presenta a los ojos del que mira; así presenta al que se acerca sus propios rasgos, de suerte que la imagen del que viene sale a su encuentro, y tal poder tiene la limpia ilusión, que los mismos ojos que se miran se conocen a sí mismos como si estuvieran en otro. Lo mismo la imagen de la sombra, cuando se detiene, duplica las cosas en gran parte separando, gracias a su engaño, la unidad. ¿Acaso es verdadero porque engaña la imagen?
Pero una cosa es pintar a un hombre y otra engendrarlo. En efecto, ¿quién pinta niños falsos al padre que desea hijos, o quién puede esperar verdaderos herederos con la falacia de la pintura? Ciertamente es propio de espíritu demente abandonar lo que es verdadero y amar la pintura".
61. Agustín: Pero ¿no te avergüenzas de tratar como falso el bautismo de Cristo aunque se encuentre en el hombre más falaz? Lejos de mí el pensar que gracias a vuestros dicterios ha perecido el trigo del Señor, que recibió la orden de crecer entre la cizaña por todo el campo, es decir, este mundo, hasta la cosecha, que es el fin del mundo. Es más, ¿hay quien ose llamar falso el bautismo que se da y se recibe en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, incluso en la misma cizaña que se mandó no recoger, sino tolerar hasta el fin, y lo mismo en la paja, que sólo será totalmente separada en la última limpia?
Habéis depuesto de su cargo a algunos de vuestros colegas o presbíteros convictos por el testimonio de mujeres embarazadas: realmente en todas partes existen ejemplos de esto. Yo pregunto: ¿eran falsos o veraces antes ya de quedar convictos? Responderás seguramente: "Falsos". ¿Cómo entonces tenían y daban el verdadero bautismo? ¿Cómo en ellos la falacia humana no corrompía la verdad divina? ¿No está escrito con toda verdad: El Espíritu Santo, que educa, huye del que finge 78. Si el Espíritu Santo huía de estos fingidos, ¿cómo permanecía en ellos la verdad del bautismo sino porque el Espíritu Santo huía de la falacia de los hombres, no de la verdad del sacramento?
Por otra parte, si hasta los mentirosos tienen el bautismo verdadero, el que lo tiene, aunque sea recibido del bautizador más taimado, tiene el mismo bautismo que tienen los verdaderos. De donde es preciso adviertas que tu lenguaje está más bien salpicado de coloridos pueriles y por eso, dejando a un lado la palabra viva, se deleita en semejantes afeites y queda convicto de amar la pintura en vez de la verdad.
El ùnico bautismo
XXVII. 62. Petiliano: "Pero dice el apóstol Pablo: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo 79. Nosotros confesamos uno solo; es cierto que están fuera de su juicio los que reconocen dos".
63. Agustín: Contra vosotros va esto que decís, aunque en vuestro desvarío lo ignoráis. Quienes afirman que hay dos bautismos son aquellos que piensan que los justos tienen uno y otro los malvados, cuando el bautismo no es de los unos ni de los otros, sino de Cristo, uno mismo en unos y otros, aunque ellos no formen unidad; claro que, siendo uno, éstos lo tienen para su salud, aquéllos para su perdición.
La realidad y la apariencia
XXVIII. 64. Petiliano: "Voy a usar una comparación: Los insensatos pueden ver un sol doble cuando se forma una nube oscura y su aspecto empañado, herido por el brillo al reflejo de los rayos del sol, parece emitir sus rayos propios; así, ni más ni menos, en la fe del bautismo una cosa es buscar imágenes y otra el conocer la verdad".
65. Agustín: Me pregunto: ¿Qué es lo que dices? Cuando una nube oscura refleja herida los rayos del sol, ¿sólo a los insensatos aparecen dos soles y no a todos los que miran? Claro que cuando a los insensatos les parece así, sólo a ellos les parece. Pero si no llevas a mal mi advertencia, mira más bien no sea precisamente signo de demencia decir y hablar tales cosas. Esto es, tú quisiste decir que los justos tienen la verdad del bautismo, y los pecadores la apariencia.
Si es así, me atrevo a afirmar que la imagen se encontraba en aquel famoso personaje vuestro que no tenía por dios a Dios sino a un conde, y en cambio la verdad se hallaba en ti o en aquel que tan elegantemente se expresó sobre él al decir: tiene al conde por dios. Distinguid a los que bautizó cada uno; reconoced en unos el bautismo verdadero, y excluid de los otros la imagen e introducid la verdad.
Falsarios
XXIX. 66. Petiliano: "Vamos a examinar pequeños detalles: ¿Puede hacer justicia el que no es magistrado de la curia, o es conforme a derecho lo que diga una persona privada cuando subvierte los derechos públicos? ¿O no sucede más bien que el culpable no sólo no aprovecha nada, sino que con lo que hace es considerado como un falsario?"
67. Agustín: Pues qué, si este privado y falsario transmite a alguien alguna orden del emperador, ¿acaso el destinatario, al compararla con los que la tienen y descubrir que es auténtica, parará su atención en quién se la entrega y no en lo que recibe? Cuando el falsario da algo procedente de su falsedad, es falso lo que da; en cambio, cuando se da algo ajeno que es verdadero, aunque se dé por medio de un falsario, puede éste no ser veraz, pero es verdadero lo que da.
La verdad no deja de serlo porque la proclame un pecador
XXX. 68. Petiliano: "Otro caso: Si alguien retiene en la memoria las fórmulas religiosas del sacerdote, ¿es acaso sacerdote porque recita con boca sacrílega la fórmula religiosa del sacerdote?"
69. Agustín: Hablas ahora como si buscáramos quién es verdadero sacerdote y no cuál es el verdadero bautismo. Pues para ser uno verdadero sacerdote es preciso que se revista no sólo del sacramento, sino también de la justicia, como está escrito: Tus sacerdotes se vistan de justicia 80. En cambio, el que es sacerdote con el solo rito sacramental, como lo fue el pontífice Caifás, perseguidor del único y verdadero Sacerdote, puede muy bien no ser veraz; en cambio, es verdadero lo que da, si no da de lo suyo, sino de lo de Dios, como se dijo del mismo Caifás: Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote, profetizó 81.
No obstante, para servirme de la comparación que tú mismo has aducido, si oyes aun de un profano una oración sacerdotal acomodada a las palabras y enseñanzas evangélicas, ¿puedes acaso decirle: "No es verdadera", aunque él no sea ni verdadero ni real sacerdote, cuando el apóstol Pablo dijo que era verdadero cierto testimonio de no sé qué profeta cretense que no se contaba entre los profetas de Dios? Dice así: Uno de ellos, profeta suyo, dijo: Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezosos. Este testimonio es verdadero 82. Por consiguiente, si el Apóstol confirmó el testimonio de no sé qué profeta extranjero porque lo encontró verdadero, ¿por qué nosotros, cuando encontramos en alguien lo que es de Cristo y es verdadero, aunque aquel en quien se encuentra sea perverso y falaz, no separamos el vicio propio del hombre y la verdad que no tiene de sí, sino de Dios, y decimos: "Este sacramento es verdadero", lo mismo que dice Pablo: Este testimonio es verdadero?
¿Acaso al decir "este sacramento es verdadero", afirmamos por ello "también este hombre es veraz?" Lo mismo que el Apóstol, ¿acaso contó entre los profetas de Dios a aquel profeta al afirmar que era verdad lo que descubrió en él?
Igualmente el mismo Apóstol, hallándose en Atenas, entre los altares de los demonios encontró un altar en el que estaba escrito: Al dios desconocido; tomó este testimonio para instruirlos en Cristo, citándolo en un discurso y añadiendo: al que adoráis sin conocer, ése os vengo yo a anunciar 83. ¿Acaso por haber encontrado entre los altares de los ídolos un altar levantado por los mismos sacrílegos condenó o rechazó por eso lo que allí había de verdadero, o, al revés, por lo verdadero que en altar había leído recomendó el seguimiento de los sacrificios de los paganos?
Y luego, cuando trata de darles a conocer, según le parecía oportuno, al mismo Dios desconocido para ellos y conocido por él, les dice entre otras cosas: No se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de los vuestros 84. ¿Acaso él, al encontrar testimonios de la verdad entre los impíos, aprobó a estos en atención a aquellos testimonios o condenó estos testimonios por causa de aquellos hombres?
En cambio, vosotros erráis necesariamente siempre, ya en cuanto profanáis los sacramentos de Dios a causa de los pecados de los hombres, ya cuando pensáis que nosotros, en atención a los sacramentos de Dios, que no queremos profanar en vosotros, aceptamos también el sacrilegio de vuestro cisma.
El poder de bautizar
XXXI. 70. Petiliano: "Todo poder viene de Dios, no está en los hombres, como respondió a Pilato el Señor Jesucristo: No tendrías sobre mí ningún poder si no se te hubiera dado de arriba 85; y también, según Juan: Nadie puede arrogarse nada si no se le ha dado del cielo 86. Aprende, pues, traditor, cuándo has recibido el poder de simular los ritos sacramentales".
71. Agustín: Tú más bien debes enseñarnos cuándo ha perdido el poder de bautizar el orbe por dondequiera está difundida la heredad de Cristo, y aquella multitud de tantas naciones donde los apóstoles fundaron las iglesias. Nunca lo enseñarás, no sólo porque lanzas calumnias, sin indicar quiénes son los traditores, sino porque, aunque lo hubieras mostrado, no puede el crimen de algunos desconocidos o de engañosos o de gente que hay que tolerar, como la cizaña o la paja, no puede destruir las promesas de Dios, de suerte que no sean bendecidas todas las naciones en la descendencia de Abrahán; de esas promesas os alejáis vosotros al no querer la comunión de la unidad con todas las naciones.
Elementos del verdadero bautismo
XXXII. 72. Petiliano: "Aunque el bautismo sea uno, ha sido santificado en tres etapas. Juan lo dio con agua sin nombrar a la Trinidad, como manifestó él mismo: Yo os bautizo con agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no merezco llevarle las sandalias. Él os bautiza en el Espíritu Santo y en el fuego 87.
El Espíritu Santo lo dio Cristo, como está escrito: Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo 88.
Y el fuego, el Paráclito, ardiendo con crepitantes llamas, vino sobre los apóstoles. ¡Oh divinidad verdadera, que apareció encendida sin arder! Así está escrito: De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban los apóstoles. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que, dividiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse 89.
Por consiguiente, tú, perseguidor, no tienes ni el bautismo de penitencia, tú que no retienes el poder de Juan el asesinado, sino el de Herodes el asesino. Por tanto, tú, traditor, no tienes el Espíritu Santo de Cristo, ya que Cristo fue entregado a la muerte, no el que entregó a la muerte. Para ti lo que hay es un fuego espiritual ardiente en los infiernos, el cual fuego ardiendo en sus secas lenguas pueda lamer tus miembros sin llegar a consumirlos, como está escrito del suplicio infernal de los culpables: Su fuego no se apagará" 90.
73. Agustín: Tú eres un maldiciente injuriador, no un argumentador auténtico. ¿Dejarás alguna vez de decir tales extremos, que si no los demuestras no afectan a nadie, y si llegas a demostrarlos no afectan en absoluto a la unidad del orbe de la tierra, que se encuentra en los santos como en los granos?
Si nos pluguiera responder a insultos con insultos, también podríamos nosotros quizá infamar con elegancia; podríamos decir: "Con llamas crepitantes"; pero en modo alguno me suena a mí a elegancia lo que se expresa con necedad; podríamos también nosotros decir: "Ardiendo en sus secas lenguas", pero no queremos que las lenguas de nuestros escritores, cuando son leídas por una mente sana, sean juzgadas privadas del jugo de la gravedad, y que esa mente sana, al no ser alimentada con doctrina útil, se vea agobiada vanamente por la fatiga.
¡Ea!, bien puedo decir que vuestros circunceliones se abrasan en llamas de furor, no digo ya rechinantes, sino despeñadas. Puedes responder: "¿Qué tiene que ver eso con nosotros?" Entonces, ¿cómo cuando nos reprochas a los que se te antoja, no vas a oír a tu vez: "Tampoco nosotros sabemos"? Si respondes: "No puedes demostrarlo", ¿cómo no te responderá a su vez el orbe de la tierra: "Tampoco vosotros podéis demostrarlo?"
Vengamos, pues, si te parece, a un acuerdo: vamos a no reprocharnos ni tú a los que tienes por malos de entre los nuestros, ni yo a los vuestros. Con un pacto tan justo convenido y confirmado verás que no tienes nada que reprochar a la descendencia de Abrahán en todas las naciones. En cambio sí encuentro algo muy notable que reprocharte: ¿Por qué os separasteis impíamente de la descendencia de Abrahán, que se extiende por todas las naciones? Esto sí que en modo alguno puedes defenderlo. Unos y otros nos sacudimos las faltas ajenas; pero vuestro rechazo a estar en comunión con todas las naciones que son bendecidas en la descendencia de Abrahán es una culpa, no de alguno de vosotros, sino de todos.
74. Bien sabes por otra parte, y tú mismo lo recuerdas, que la venida del Espíritu Santo tuvo tal eficacia que hizo hablar en todas las lenguas a cuantos entonces llenó. ¿Qué significaba aquel milagro prodigioso? ¿Por qué al presente se da el Espíritu Santo de tal suerte que nadie que lo recibe puede hablar en todas las lenguas, sino porque un milagro tan grande anunciaba que todas las naciones habían de creer y así el Evangelio había de hacerse presente en todas las lenguas?
Ya en el salmo había sido anunciado antes: No hay discursos ni palabras cuya voz deje de oírse 91. Lo cual se dijo por aquellos que, recibido el Espíritu Santo, habían de hablar en todas las lenguas. Pero como significaba que el Evangelio había de estar en todas las naciones y que el cuerpo de Cristo había de resonar en todas las lenguas por todo el orbe de la tierra, sigue a continuación: Su pregón sale por toda la tierra, y sus palabras hasta los confines del orbe 92.
Por eso es a todos manifiesta la Iglesia verdadera. Y de ahí lo que dice él mismo en el Evangelio: No puede estar oculta una ciudad situada en la cima de un monte 93. Y se enlaza así con el mismo salmo: Colocó su tienda en el sol 94, esto es, a plena luz, como se lee en los Libros de los Reyes: Lo que tú has hecho ocultamente, lo soportarás a la luz del sol, y también: Él es semejante al esposo que sale de su tálamo, se lanza alegre, como valiente, a recorrer su camino. Él sale de la cima del cielo 95 -aquí tenemos la venida del Señor en la carne-,y su curso llega hasta sus confines -he aquí la Resurrección y la Ascensión-,y nada se oculta a su calor: he aquí la venida del Espíritu Santo, que envió en forma de lenguas de fuego, para mostrar el ardor de la caridad, que no puede ciertamente tener quien no conserva la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz en unión con la Iglesia que está en todas las lenguas.
75. Presta siquiera unos momentos atención a la magnitud del error en que has caído al afirmar que había ciertamente un solo bautismo, pero consagrado en tres etapas, distribuyendo cada una de ellas a tres personas, de suerte que atribuyes el agua a Juan, el Espíritu Santo al Señor Jesucristo, y como tercero, el fuego al Paráclito, enviado desde el cielo.
Has sido llevado a esta conclusión por las palabras de Juan: Yo os bautizo con agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo. Él os bautiza en el Espíritu Santo y en el fuego 96.
No has querido advertir que no se atribuían aquellos tres elementos uno por uno a tres personas, es decir, el agua a Juan, el Espíritu a Cristo y el fuego al Paráclito, sino que esos tres elementos pertenecen más bien a dos: uno a Juan, y los otros dos al Señor. No se dijo en efecto: "Yo ciertamente bautizo en agua, pero el que viene detrás de mí es mayor que yo y no soy digno de llevar sus sandalias: él os bautiza en el Espíritu Santo, y el Paráclito que vendrá después de él os bautiza en fuego"; lo que dice es: Yo os bautizo con agua; aquel que viene detrás de mí, en el Espíritu Santo y en el fuego. Se atribuye a sí una cosa y a aquél dos. Ves cómo te ha engañado el número.
Otra advertencia: Has dicho que el bautismo estaba consagrado en tres etapas: el agua, el Espíritu Santo y el fuego, y señalaste una persona para cada cosa: a Juan para el agua, a Cristo para el Espíritu, al Paráclito para el fuego. Ahora bien, si el agua de Juan pertenece al bautismo, cuya unidad se encarece, no debieron ser bautizados al mandarlo el apóstol Pablo los que encontró que habían sido bautizados por Juan. En efecto, ya tenían el agua, que pertenecía, como dices, al mismo bautismo. Sólo les faltaba recibir el Espíritu y el fuego, que habían faltado a Juan, para completar el bautismo consagrado, como dices, en tres etapas. Ahora bien, al ordenar la autoridad del Apóstol que fueran bautizados, queda bien manifiesto que aquella agua de Juan no pertenece al bautismo de Cristo, sino que fue propia de otra economía en atención a la necesidad de los tiempos.
76. En fin, ¿qué es lo que te movió cuando quisiste demostrar que el Espíritu Santo había sido dado por Cristo y tomaste del Evangelio el testimonio de que resucitando de entre los muertos exhaló su aliento sobre el rostro de los discípulos diciendo: Recibid el Espíritu Santo? 97 ¿Qué es lo que te movió a querer poner como último elemento el fuego, que se citó con el bautismo, en las lenguas de fuego que aparecieron con la venida del Paráclito? Dijiste en efecto: "Y el mismo fuego, el Paráclito, ardiendo con crepitantes llamas, vino sobre los apóstoles", como si fuera uno el Espíritu Santo que dio exhalando su aliento sobre el rostro de los apóstoles, y otro distinto el que vino sobre los apóstoles después de su Ascensión. ¿O hay acaso dos Espíritus Santos? ¿Quién será tan demente que llegue a afirmar esto? En consecuencia, el mismo Cristo es quien dio el mismo Espíritu, ya con su exhalación sobre el rostro de los apóstoles, ya enviándolo desde el cielo el día de Pentecostés con encarecimiento misterioso.
Por tanto, no envió Cristo al Espíritu Santo y el fuego el Paráclito para que se cumpliesen las palabras: En el Espíritu Santo y el fuego 98, sino que el mismo Cristo envió al Espíritu Santo: Cristo, que estando en la tierra señaló con su aliento, y en el cielo, con las lenguas de fuego. Has de reconocer que las palabras: Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego 99, no se cumplieron cuando exhaló su aliento sobre el rostro, a fin de que no pareciera que habían de ser bautizados cuando viniera el Paráclito en el Espíritu, sino en el fuego. Para ello recuerda la Escritura bien clara, y observa qué es lo que les dijo el Señor cuando subió al cielo: Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo, que recibiréis dentro de pocos días, en Pentecostés 100.
¿Hay un testimonio más claro que éste? Es verdad que según tu opinión debió decir: "Juan, ciertamente, bautizó en el agua; en cambio, vosotros habéis sido bautizados en el Espíritu Santo, cuando exhaló su aliento sobre vosotros, y luego seréis bautizados en el fuego, que recibiréis dentro de pocos días"; y así se cumplirían aquellas tres etapas en que decís se ha realizado el único bautismo. De modo que no sabes aún lo que significan las palabras: Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego 101, e intentas enseñar temerariamente lo que ignoras.
A la presunta comunión católica con los traditores se
opone la real de los donatistas con Optato
XXXIII. 77. Petiliano : "¡Ea!, desearía discutir cabalmente el bautismo en nombre de la Trinidad; Cristo el Señor dijo a sus apóstoles: Id, bautizad a las gentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os mando 102. ¿A quién enseñas tú, traditor? ¿A quién condenas? ¿A quién enseñas, traditor? ¿A quién das muerte? Finalmente, ¿a quién enseñas? ¿Acaso a quien has convertido en homicida? ¿Cómo, pues, bautizas en el nombre de la Trinidad?
No puedes llamar Padre a Dios. Si Cristo el Señor dijo: Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios 103, tú, que no tienes la paz del alma, no tienes a Dios, no lo tienes como Padre.
Y ¿cómo bautizas en el nombre del Hijo, si entregas al Hijo de Dios y no le imitas en ningún sufrimiento ni en la cruz?
¿Cómo bautizas en el nombre del Espíritu Santo, si el Espíritu Santo descendió sobre aquellos apóstoles que no fueron traidores?
Por consiguiente, si no es Dios vuestro Padre y no nacéis vosotros del agua verdadera del bautismo, ninguno de vosotros en absoluto ha nacido y como impíos no tenéis ni padre ni madre. Por consiguiente, ¿no debo bautizar a personas como vosotros, aunque vosotros os lavéis mil veces igual que lavan los judíos la carne como si bautizaran?"
78. Agustín: Ciertamente habías propuesto discutir cabalmente el bautismo en nombre de la Trinidad y habías despertado en nosotros una gran expectación; pero vaya, como os es fácil a vosotros, has tornado a los consabidos insultos. Esto lo haces en verdad con elocuencia. Te pones delante a los que quieres para lanzar contra ellos las invectivas que te plazca; y en esa elocuencia de tu discurso, con que se te objete con la sola palabra: "demuéstralo", te ves estrechamente aprisionado. Esto es lo que te dice la descendencia de Abrahán, en la cual son bendecidas todas las naciones, y así no se preocupan de tus maldiciones.
Sin embargo, tú tratas del bautismo, que piensas es verdadero cuando está en un hombre justo y falso cuando está en un hombre inicuo; por ello yo, al discutir según tu regla sobre el bautismo en nombre de la Trinidad , puedo proclamar, creo, con más elocuencia que no tiene a Dios por Padre aquel que tiene al conde como dios, ni tiene por Cristo suyo sino a aquel por quien ha sufrido, ni tiene al Espíritu Santo quien de modo tan variado devastó el África desgraciada con sus lenguas de fuego. ¿Cómo tiene el bautismo o puede darlo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo?
Adviertes ya con toda seguridad que puede existir el bautismo en un hombre injusto, y que un hombre injusto puede dar el bautismo, no inicuo, sino verdadero, no porque sea propio suyo, sino porque es de Dios.
Por mi parte no te calumnio en absoluto al respecto, lo que tú no cesas de hacer al mundo entero a causa de no sé quiénes, y, lo que es más intolerable, ni de esos mismos pruebas algo. Lo que no veo es cómo puede tolerarse que no sólo acusáis a hombres justos apoyándoos en hombres inicuos, sino que llegáis hasta asociar el mal del contagio de los hombres pecadores al mismo santo bautismo, que siempre es santo en cualquier inicuo, y así afirmáis que el bautismo es, ni más ni menos, como es el que lo tiene, lo da o lo recibe.
Por otra parte, si el hombre se hace tal como lo es aquel con quien se acerca a los sacramentos, y los mismos sacramentos convierten en lo que son a las personas en que se encuentran, les basta a los santos para consolarse escuchar de vuestros labios que se sienten unidos al santo bautismo en ser objeto de vuestras calumnias. Por vuestra parte, ved solamente cómo os condena vuestra misma boca, si las personas sobrias de entre vosotros se convierten en ebrios por el contagio de vuestros ebrios, y los compasivos se hacen saqueadores por el contagio de los saqueadores, y cuanta malicia hay entre los vuestros se comunica a los que no la tienen, y el mismo bautismo es inmundo en todos vuestros inmundos y diverso según la diversidad de la misma inmundicia, si debe ser de la misma calidad que es aquel que lo tiene y que lo da.
Todos estos supuestos son falsos, y, por tanto, nada nos perjudican a nosotros; en cambio, os perjudican a vosotros, ya que no nos afectan a nosotros esas falsedades, pero al tomarlas vosotros por verdaderas, recaen sobre vosotros.
Contradicción de Petiliano
XXXIV. 79. Petiliano: "Si les fue lícito a los apóstoles bautizar a los que ya Juan había purificado con el bautismo de penitencia, ¿no me será lícito a mí bautizaros a vosotros, sacrílegos?"
80. Agustín: ¿Dónde queda lo que dijiste anteriormente, a saber: que no era uno el bautismo de Juan y otro el de Cristo, sino un único bautismo constituido en tres etapas: el agua dada por Juan, el Espíritu dado por Cristo y el fuego dado por el Paráclito? ¿Por qué repitieron el agua los apóstoles en aquellos a los que ya Juan había dado el agua correspondiente al único bautismo constituido en tres etapas? Ya ves cuán necesario es que cada cual sepa lo que habla.
Desacuerdo entre teoría y práctica
XXXV. 81. Petiliano: "Ni el Espíritu Santo podrá penetrar en cualquiera por la imposición de la mano del pontífice si no hubiera precedido el agua regeneradora de la conciencia pura".
82. Agustín: Dos errores hay en estas pocas palabras tuyas. Cierto que uno no interesa mucho a la cuestión sobre que discutimos, aunque sí te acusa de ignorancia. En efecto, el Espíritu Santo descendió sin imposición de las manos sobre ciento veinte hombres y sobre el centurión Cornelio y los que estaban con él, aun antes de ser bautizados.
El otro error en esas palabras tuyas echa por tierra enteramente toda vuestra causa. Dices que, para conseguir el Espíritu Santo, es preciso preceda el agua regeneradora de la buena conciencia. Por consiguiente, una de dos: o toda agua consagrada en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo limpia la conciencia, no precisamente debido a los que la administran o a los que la reciben, sino debido al que libre de mancha instituyó este bautismo; o si la pura conciencia del hombre que lo da o lo recibe es la única que hace que el agua purifique la conciencia, ¿qué hacéis con los que encontráis que han sido bautizados por los que, aun no declarados, tenían una conciencia manchada, sobre todo si existe entre los mismos bautizados alguno que confiese haber tenido mala conciencia al ser bautizado, porque quizá aprovechando esa ocasión había pretendido cometer alguna acción vergonzosa? Cuando haya llegado a vuestro conocimiento que no tuvo conciencia limpia ni el que administró el bautismo ni el que lo recibió, ¿pensáis que debe ser bautizado de nuevo? En modo alguno lo dirás; en modo alguno harás eso.
La pureza del bautismo es totalmente independiente de la pureza de la conciencia del que lo da o del que lo recibe. ¡Ea!, pues, atrévete ya a afirmar que tenía limpia la conciencia el defraudador, el salteador, el opresor de los huérfanos y las viudas, el destructor de matrimonios, el almonedero, vendedor, distribuidor de los bienes patrimoniales ajenos. Atrévete también a afirmar que tuvieron pura conciencia quienes difícilmente faltarían en aquellos tiempos, los que quizá anhelaron ser bautizados por sus manos, y no precisamente buscando a Cristo y la vida eterna, sino tratando de adquirir amistades terrenas y satisfacer terrenos antojos. Además, si no osas decir que fueron de pura conciencia los que de entre ellos hayas descubierto bautizados, dales a éstos el agua de la conciencia pura que no recibieron; si no haces esto, cesa ya de vomitar contra nosotros lo que no conoces, a fin de no forzarnos a responder contra vosotros lo que conocéis.
¿Son traditores los católicos?
XXXVI. 83. Petiliano: "En verdad el Espíritu Santo no pudo descender sobre vosotros, a quienes no lavó ni el bautismo de penitencia, sino que, como es verdad, mancilló el agua, de la que hay que arrepentirse, del traditor".
84. Agustín: Sobre la entrega, ni vosotros podéis probar que la hayamos llevado a cabo nosotros ni vuestros antepasados pudieron probarlo acerca de los nuestros. Y aunque éstos hubieran quedado convictos de ello, no serian padres nuestros según tu afirmación, ya que de sus afirmaciones no nos habíamos hecho partícipes, ni tampoco nos apartaríamos por causa de ellos de la comunidad de la unidad y de la descendencia de Abrahán, en la que son bendecidas todas las naciones.
Sin embargo, si una es el agua de Cristo y otra el agua del traditor, porque Cristo no fue traditor, ¿por qué no ha de ser una el agua de Cristo y otra la del salteador, ya que tampoco fue salteador Cristo? Bautiza, pues, tú después de tu salteador y yo bautizaré después del traditor, que no es mío ni tuyo, o mejor, que es mío y tuyo, si se ha de dar crédito a los documentos presentados, y todavía mejor, que es tuyo y no mío, si hemos de creer a la comunión del orbe más que al partido de Donato.
Y ésta es una doctrina de mejor calidad y más sana, ya que, según la palabra del Apóstol, cada uno de nosotros tiene que llevar su propia carga 104, y no es aquel salteador vuestro si vosotros no sois salteadores, y no hay traditor alguno ni nuestro ni vuestro si nosotros no somos traditores. Por ello somos católicos nosotros, que según esta doctrina no abandonamos la unidad, y sois herejes vosotros, que por las faltas, sean verdaderas o falsas, de algunos hombres, no queréis mantener la caridad con la descendencia de Abrahán.
Hch 19, 1-7
XXXVII. 85. Petiliano: "Para poner de relieve la práctica de los apóstoles nos sirven las palabras de los Hechos: Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó las regiones altas y llegó a Éfeso, donde encontró algunos discípulos; les preguntó: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe? Ellos contestaron: Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo. El replicó: Pues ¿qué bautismo habéis recibido? El bautismo de Juan, respondieron. Pablo añadió: Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que había de venir después de él, o sea, en Jesucristo nuestro Señor. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en diversas lenguas y profetizaban. Eran en total unos doce hombres 105.
Ahora bien, si aquellos fueron bautizados para recibir el Espíritu Santo, ¿por qué vosotros, si queréis recibir el Espíritu Santo, no aceptáis, después de vuestras mentiras, la verdadera renovación? Si nosotros obramos mal en esto, ¿por qué nos buscáis? Y si hay en ello una culpa, condenad primero a Pablo; éste, ciertamente, lavó lo que ya había sido purificado; nosotros, en cambio, bautizamos en vosotros lo que aún no está. Pues vosotros, como ya lo hemos dicho muchas veces, no bañáis en el verdadero bautismo, sino que os desacreditáis con el vocablo vacío de un falso bautismo".
86. Agustín: No acusamos a Pablo por dar a los hombres el bautismo de Cristo, porque no tenían, según su respuesta, el bautismo de Cristo, sino el de Juan. Preguntados en qué bautismo habían sido bautizados, respondieron: "Con el bautismo de Juan", que no pertenece al bautismo de Cristo ni es parte alguna ni etapa alguna del mismo. De otra suerte, o entonces se reiteraba el agua del bautismo de Cristo, o, si el bautismo de Cristo se realizaba por una doble ablución, es menos perfecto que al presente, ya que no se da aquella ablución que se daba por medio de Juan. Y es impío pensar cualesquiera de estos dos extremos. Dio, pues, Pablo el bautismo de Cristo a aquellos que no tenían el bautismo de Cristo, sino el de Juan.
87. ¿Por qué fue necesario en aquellos tiempos el bautismo de Juan, que ahora ya no lo es, lo hemos dicho en otra parte, y no interesa a la cuestión que entre nosotros al presente se ventila, sino solamente para que se vea que uno fue el bautismo de Juan y otro el de Cristo; como fue también otro bautismo aquel en que dice el Apóstol fueron bautizados nuestros padres en la nube y el mar, cuando Moisés los llevó a través del Mar Rojo. La Ley y los profetas hasta Juan el Bautista tenían sacramentos que anunciaban realidades futuras; en cambio, los sacramentos de nuestro tiempo atestiguan que ha llegado ya lo que anunciaban aquellos que había de venir.
Por consiguiente, Juan fue de todos los precedentes el anunciador inmediato de Cristo. Y todos los justos de los tiempos pasados deseaban ver realizado lo que por revelación del Espíritu veían como futuro, y por ello dice el mismo Señor: Muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron 106. Por eso se dijo que Juan es más que cualquier profeta y que nadie le aventajó entre los nacidos de mujer, ya que a los justos anteriores se les concedió sólo predecir a Cristo; en cambio, a éste se le otorgó predecir al ausente y verlo presente, de suerte que se descubre que a éste se le manifestó lo que los otros desearon ver.
Así, el misterio de su bautismo pertenece aún a la predicción de Cristo, aunque ya la última; hasta él sólo hubo predicciones de la primera venida del Señor, de cuya venida ahora sólo hay anuncios, no predicciones. Pero el Señor, enseñándonos el camino de la humildad, se dignó aceptar los signos de su anuncio que encontró aquí a mano, y no precisamente como recurso para su justificación, sino como ejemplo de nuestra piedad, es decir, para manifestarnos con qué devoción debemos aceptar los signos que dan fe de que él ya ha venido, puesto que no se desdeñó de aceptar los que eran figura de su venida.
Y así Juan, aunque cercano a él y llevándole menos de un año en edad, al bautizar antecedía a Cristo que venía. Por eso se dijo de él: He aquí quejo envío mi ángel delante de ti, él preparará tu camino 107, y él mismo lo proclamaba diciendo: Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo 108.
De esta manera la circuncisión del octavo día que se dio a nuestros padres anunciaba nuestra justificación en el despojo de las concupiscencias carnales mediante la Resurrección del Señor, la cual tuvo lugar después del séptimo día, el sábado, esto es, en el día octavo, o sea, el domingo, día que coincide con el tercero de su sepultura. Sin embargo, el mismo Cristo, de niño, recibió la misma figurativa circuncisión de la carne.
Y así como la Pascua que celebraban los judíos anunciaba en la inmolación del cordero la Pasión del Señor y su tránsito de este mundo al Padre, y, sin embargo, el mismo Señor con sus discípulos celebró esa misma fiesta, que se hallaba en idéntico sentido prefigurativo, cuando aquéllos le preguntaron: ¿Dónde quieres que te preparemos la Pascua? 109, de la misma manera recibió él el bautismo de Juan, que anunciaba de inmediato su venida.
Pero una cosa es la circuncisión de la carne entre los judíos y otra nuestra celebración en el octavo día de los bautizados, lo mismo que una cosa es la Pascua del cordero que aún hoy celebran ellos y otra nuestra participación en el Cuerpo y en la Sangre del Señor; de la misma manera, uno fue el bautismo de Juan y otro el bautismo de Cristo. Con los ritos antiguos se anunciaban estos nuevos que habían de venir, y con éstos se proclamaba la realización de aquéllos. Y aunque Cristo se haya sometido a aquéllos, no nos son necesarios a nosotros, puesto que hemos recibido al que aquéllos anunciaban. Cuantos con la reciente venida del Señor habían recibido aquéllos, necesitaban ser iniciados también en éstos; en cambio, quien hubiera sido iniciado en éstos, no estaba obligado a retroceder a aquéllos.
88. En consecuencia, no pretendáis ofuscarnos con el bautismo de Juan. Sea la causa o el motivo de éste la que acabo de exponer, o se halle otra mejor o de más garantía, queda siempre bien de manifiesto que uno es el bautismo de Juan y otro el de Cristo, y que aquél fue llamado bautismo de Juan, lo cual declara la misma respuesta de aquellos que has mencionado y la palabra del mismo Señor cuando dice a los judíos: El bautismo de Juan, ¿de dónde era: del cielo o de los hombres? 110
En cambio, este otro bautismo no se llama ni de Ceciliano ni de Donato ni de Agustín ni de Petiliano, sino bautismo de Cristo. Si nos calificas de petulantes porque no queremos que nadie sea bautizado después de haberlo hecho nosotros cuando vemos que han sido bautizados después del bautismo de Juan, que ciertamente era muy superior a nosotros, ¿son acaso iguales Juan y Optato? Parece esto ridículo, y sin embargo pienso que no sólo no los creéis iguales, sino que consideráis de más categoría a Optato; en efecto, el Apóstol bautizó después de Juan, y vosotros no osáis bautizar a nadie después de Optato. ¿Acaso porque Optato estuvo en vuestra comunión? No sé con qué pensamiento se puede mantener esto: que el amigo del conde, para quien el conde era dios, se dice que permaneció en la unidad y, en cambio, quedó fuera de ella el amigo del Esposo.
Ahora bien, si Juan estuvo de manera particular en la unidad y fue mucho más excelente y de más categoría que todos vosotros y nosotros, y no obstante el apóstol Pablo bautizó después de él, ¿por qué vosotros no bautizáis después de Optato? Quizá vuestra ceguera os pone en tales aprietos que os fuerce a decir que Optato pudo dar el Espíritu Santo y no lo pudo dar Juan. Si no osáis decir esto, no sea que hasta los mismos insensatos se burlen de vuestra insensatez, ¿qué responderéis al preguntaros por qué después del bautismo de Juan se deben bautizar los hombres y nadie en cambio debe ser bautizado después de Optato? ¿Diréis acaso que aquéllos habían sido bautizados con el bautismo de Juan y, en cambio, cuantos son bautizados con el bautismo de Cristo, sean bautizados por Pablo o por Optato, no ofrecen diferencia alguna en su bautismo, habiendo tal diferencia entre Pablo y Optato?
Tornad, pues, prevaricadores, al sano juicio y no midáis los sacramentos divinos por las costumbres o hechos de los hombres. Aquéllos, en efecto, son santos por ser de quien son, pero llevan consigo premios si son tratados con dignidad y un castigo cuando se los trata indignamente. Y aunque no sean lo mismo los que tratan digna o indignamente los sacramentos de Dios, es uno solo el sacramento, sea tratado digna o indignamente, de tal suerte que no se hace él mejor ni peor, sino que sirve para la vida o la muerte de los que lo reciben.
Sobre lo que dijiste acerca de los que bautizó Pablo después de Juan, que ya estaban lavados, a buen seguro que no lo dirías si pensaras un poco lo que dices. Si debió ser purificado el bautismo de Juan, sin duda estaba manchado. ¿Para qué te voy a apremiar? Recuerda o lee, y mira de dónde recibió eso Juan; así descubrirás contra quién has lanzado esa blasfemia. Y una vez que lo hayas descubierto, date al menos golpes de pecho, si tu lengua no se refrena.
89. Ahora bien, os parecía decirnos con cierta elegancia: "Si hemos hecho esto mal, ¿por qué nos buscáis?" ¿No recordaréis de una vez que no se busca sino a los que están perdidos y que el no ver esto pertenece a la misma pérdida? Tan absurdamente podría decir la oveja perdida al pastor: "Si obro mal al alejarme del rebaño, ¿por qué me buscas?" Sin darse cuenta de que el pensar que no ha de ser buscada es un motivo para que la busquen. Y ¿quién es el que os busca, ya por sus propias Escrituras, ya por los predicadores católicos y pacíficos, ya por los azotes de las tribulaciones temporales, sino el mismo que os dispensa esta misericordia en todas las cosas? Por consiguiente, nosotros os buscamos para encontraros; tanto os amamos para que viváis cuanto odiamos vuestro error para que perezca, él, que os pierde mientras él no perece. Ojalá os busquemos con tal éxito que lleguemos a encontraros y podamos decir de cada uno de vosotros: Estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado 111.
Significado de "católico"
XXXVIII. 90. Petiliano: "Vosotros decís que tenéis la Iglesia católica. Ahora bien, católico en griego significa único o todo entero. Vosotros no estáis en el todo, porque recalasteis en un partido".
91. Agustín: También yo he aprendido muy poco de griego, casi nada; sin embargo, no creo ser un descarado al decir que conozco que Ó 8 @ < no significa "uno", sino "todo entero", y 6 " 2 r Ó 8 @ < quiere decir "según todo", de donde tomó el nombre la Iglesia católica según la palabra del Señor: A vosotros no os toca conocer el tiempo que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra 112. He aquí de dónde le viene el nombre de católica.
Pero vosotros tenéis tan cerrados los ojos que chocáis contra el monte, que, según la profecía de Daniel, creció de una piedra pequeña y llenó toda la tierra, y nos achacáis a nosotros el habernos incluido en un partido y no estar en el todo, cuya comunión se extiende por todo el orbe. Pero como, si me dijeras que yo soy Petiliano, no encontraría modo de refutarte sino riéndome del bromista o lamentándome del delirante, éste es el único recurso que veo a mi alcance; y como no pienso que tú estés bromeando, mira qué es lo que me resta.
Macario frente a Optato
XXXIX. 92. Petiliano: "Pero nada tienen que ver las tinieblas con la luz, ni la amargura con la miel, ni la vida con la muerte, la murga con el aceite, aunque haya tal afinidad entre ellas, pues se separarán todas las impurezas. No es sino la cloaca de vicios según dice Juan: Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si fueran de los nuestros, habrían permanecido con nosotros 113. No sigue el oro con su ganga; a todos los metales preciosos se les somete a la purificación; así está escrito: Como el horno prueba al oro, así el azote de la tribulación a los buenos 114. No comulga la crueldad con la mansedumbre ni la religión con el sacrilegio, ni el partido de Macario puede ser en modo alguno el nuestro, porque mancilla nuestros ritos al imitarlos. En efecto, el ejército enemigo no es un partido que llena el significado del término enemigo. Si se llama de verdad partido, incurrirá en la justa maldición de Salomón: Desaparezca su partido de la faz de la tierra" 115.
93. Agustín: Lanzar semejantes diatribas y no demostrar nada, ¿qué es sino delirar? Te fijas en la cizaña a través del mundo y no prestas atención al trigo, cuando a una y a otro se les ordenó crecer por todo el mundo. Te fijas en la semilla del maligno, que será separada al final de los tiempos, y no prestas atención a la descendencia de Abrahán, en la cual serán bendecidas todas las naciones. Como si vosotros fueseis ya la masa purificada, la miel pura, el aceite clarificado, el oro limpio o la escueta fachada de pared blanqueada.
Para no hablar de los otros vicios, ¿acaso los ebrios se emparejan con los sobrios o se coloca a los avaros en el número de los sabios? Si a los hombres mansos se les aplicó el vocablo "luz", ¿dónde se incluirá, sino en el de "tinieblas", el furor de los circunceliones? ¿Por qué, pues, tiene valor entre vosotros el bautismo dado por ésos y no lo tiene el mismo bautismo de Cristo dado por cualquiera en el orbe entero? Ved bien claro que el resultado de vuestra separación de la comunión universal ha sido no que seáis todos ebrios o todos avaros o todos violentos, sino todos herejes, y por esto todos impíos y sacrílegos.
94. Llamáis por otra parte partido de Macario al orbe de la tierra que se encuentra en la comunión cristiana: ¿quién con su razón cabal puede hablar así? Pero como nosotros decimos que vosotros sois del partido de Donato, buscáis un hombre a cuyo partido nos inscribáis, y con grandes dificultades citáis a no sé qué individuo quizá algo conocido en África, mas desconocido a las otras partes del orbe. Por ello ved cómo os responde toda la descendencia de Abrahán desde la tierra entera: "No conocemos en absoluto a ese Macario, de cuyo partido decís somos nosotros". Responded, en cambio, vosotros que no conocéis a Donato.
Si nosotros decimos que vosotros sois del partido de Optato, ¿quién de vosotros puede decir que desconoce a Optato, a no ser de vista, igual que a Donato? Pero os vanagloriáis del nombre de Donato; ¿acaso también del de Optato? Y ¿qué os aprovecha Donato si os ha mancillado a todos Optato? ¿De qué os sirve la sobriedad de Donato si os mancha la embriaguez de los circunceliones? ¿Qué os aprovecha la inocencia de Donato, según vuestra opinión, si os salpica la rapacidad de Optato? Aquí está precisamente vuestro error: pensáis que es más poderosa la iniquidad de un hombre para contaminar a otro que la justicia de otro para purificar a un tercero.
Y así, si dos participan a la vez en los divinos sacramentos, justo el uno e inicuo el otro, pero de suerte que ni éste imite la iniquidad del otro ni el otro la justicia de éste, no decís que por eso se hacen ambos justos, sino ambos impíos, de tal suerte que lo santo que reciben a la vez se torna inmundo y pierde su propia santidad. ¿Dónde ha encontrado semejantes abogados la iniquidad que con sus delirios la han hecho vencedora? ¿Por qué, pues, os enorgullecéis del nombre de Donato en un error de tal perversidad, en que no es Petiliano quien merece ser lo que Donato, sino el mismo Donato se ve forzado a ser lo que Optato? Diga la casa de Israel: Mi porción es el Señor 116. Diga la descendencia de Abrahán en todas las naciones: El Señor es la parte de mi herencia 117. Ella sabe cómo habla Caifás en el Evangelio de la gloria del Dios bienaventurado. Porque vosotros también profetizáis sin saberlo, como Caifás, perseguidor del Señor, por el sacramento que existe en vosotros. 9 " 6 • D 4 @ H en griego significa en latín "bienaventurado". Nosotros somos sin rebozo del partido de Macario. ¿Hay algo más bienaventurado que Cristo, de quien somos, de quien se recuerdan y hacia quien se vuelven los confines todos de la tierra y en cuya presencia se postran reverentes todas las familias de las naciones?
Así, tu última maldición sobre Salomón, torcidamente empleada, no la teme el partido de este Macario, esto es, de este "bienaventurado"; es decir, no teme su desaparición de la tierra.
Y así, lo que se dijo de los impíos, vosotros intentáis referirlo a la heredad de Cristo, y pretendéis con perversa impiedad que así ha tenido lugar. Pues cuando él hablaba de los impíos dijo: Perezca su partido de la faz de la tierra 118. Pero cuando vosotros citáis lo que está escrito: Te daré en herencia las naciones 119, y: Se acordarán y se convertirán al Señor todos los confines de la tierra 120; cuando decís que esa promesa ha desaparecido de la tierra, queréis trastornar la intención y lanzar contra la heredad de Cristo lo que se predijo sobre la suerte de los impíos. Pero como quiera que la heredad de Cristo permanece y se acrecienta, al decir eso os ganáis vuestra propia perdición. Pues no profetizáis en parte alguna mediante el sacramento de Dios, puesto que aquí por vuestra necedad no hacéis sino desear el mal. Pero la predicción de los profetas tiene más valor que la maldición de los seudoprofetas.
¿Iglesia de puros?
XL. 95. Petiliano: "También el apóstol Pablo clama: No os juntéis con los infieles. Pues ¿qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué comunión entre la luz y las tinieblas? ¿Qué armonía entre Cristo y Belial? ¿Qué participación entre el fiel y el infiel?" 121
96. Agustín: Conozco las palabras del Apóstol, pero no veo en absoluto en qué pueden favorecerte. ¿Quién de nosotros afirma esa participación de la justicia con la iniquidad, aunque un justo y un inicuo, como Judas y Pedro, tomen parte en los mismos sacramentos? Del mismo alimento santo Judas tomaba para sí la condenación y Pedro recibía la salud; como tú, si eras desemejante, recibías el sacramento con Optato y no eras un salteador como él. ¿O acaso la rapiña no es una iniquidad? ¿Quién es tan demente que afirme esto? ¿Qué participación, pues, podía tener tu justicia con su iniquidad, cuando os acercabais al mismo altar?
El color del cristal...
XLI. 97. Petiliano: "Y de nuevo nos previene contra el nacimiento de cismas: Yo os digo que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo. ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?" 122
98. Agustín: Recordad los que leéis esto: Petiliano recuerda estas palabras del Apóstol. ¿Cuándo hubierais podido pensar que él hablaba así contra sí mismo en favor nuestro?
Petiliano habla en favor de la causa de Agustín
XLII. 99. Petiliano: "Si Pablo dijo esto a los incultos, si se lo dijo a los justos, yo os lo digo a vosotros, que sois injustos: ¿Está acaso Cristo dividido, para separaros vosotros de la Iglesia?
100. Agustín: Temo que alguno piense que en este mi libro se equivocó el copista y haya puesto "Petiliano dijo" donde debió decir "Responde Agustín". Pero veo lo que has intentado: quisiste adelantarte para que no te dijéramos esas mismas cosas. Pero ¿qué has conseguido sino que se digan dos veces? Por consiguiente, si te deleita tanto oír lo que va contra vosotros, escúchalo, por favor, Petiliano, de mi boca: ¿Está acaso dividido Cristo, para que vosotros os separéis de la Iglesia?
El despojo de los egipcios
XLIII. 101. Petiliano: "¿Acaso murió por vosotros, ahorcándose Judas el traidor, o estáis vosotros salpicados de sus costumbres, ya que seguís sus ejemplos y, saqueados los tesoros de la Iglesia, nos vendéis a los herederos de Cristo a los poderes seculares?"
102. Agustín: No fue Judas el que murió por nosotros, sino Cristo, a quien dice la Iglesia extendida por todo el orbe: Daré respuesta al que me insulta, porque confío en tus palabras 123. Por tanto, si oigo yo las palabras del Señor: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra 124, y escucho también al profeta: Su pregón sale por toda la tierra y sus palabras hasta los confines del orbe 125, escuchando esto, no tiene por qué perturbarme mezcolanza alguna de los malos, si yo he aprendido a exclamar: Sé fiador de tu siervo para el bien, no me opriman los soberbios con sus calumnias 126. Y, por consiguiente, no me preocupo del vano calumniador, pues que tengo a quien promete con garantía.
Ahora bien, si os quejáis de los objetos o lugares eclesiásticos que teníais y no tenéis, también pueden los judíos considerarse justos y acusarnos de iniquidad, porque los cristianos poseen al presente el lugar en que impíamente dominaron ellos. ¿Hay algo vergonzoso en que tengan los católicos por la voluntad del Señor los lugares que tenían los herejes? A todos los semejantes de los judíos, esto es, a todos los inicuos e impíos, se les aplica con toda propiedad la palabra del Señor: Se os quitará el reino de Dios para dárselo a un pueblo que practicará la justicia 127. ¿Está acaso escrito en vano: Los trabajos de los impíos alimentarán a los justos? 128
Por consiguiente, debéis sorprenderos más de tener aún algo que de lo que habéis perdido. Pero ni de esto debéis sorprenderos: la pared blanqueada va cayendo poco a poco. Tornad más bien la mirada a los maximianistas, qué lugares tenían y quiénes los atacaron y expulsaron de ellos. Y si la justicia consiste en soportar estas cosas y la iniquidad en realizarlas, atrévete a hablar, si puedes, en primer lugar porque sois vosotros los que las hicisteis y ellos los que las soportaron, y luego, porque según la regla de esta justicia tú te encuentras en situación inferior. Aquéllos, en efecto, fueron expulsados de los lugares antiguos mediante los jueces por los emperadores católicos, y tú, en cambio, ni aun por los mandatos de los mismos emperadores eres expulsado de las basílicas de la unidad. ¿Por qué esto sino porque tú eres de menos categoría no sólo que tus restantes colegas, sino también que aquellos a quienes condenasteis como sacrílegos por la boca de vuestro concilio plenario?
Pecados del ministro y validez del sacramento
XLIV. 103. Petiliano: "Nosotros, como está escrito, por nuestro bautismo nos hemos revestido de Cristo entregado a la muerte, vosotros con vuestro contagio os habéis revestido del traidor Judas".
104. Agustín: También yo podría decir: "Vosotros con vuestro contagio os habéis revestido de Optato el traidor, el raptor, el opresor, el disgregador". Pero lejos de mí que el deseo de devolver la maldición me haga caer en algún error; pues ni vosotros os habéis revestido de éste ni nosotros de aquél. Por consiguiente, si alguien, al venir a nosotros, dice que ha sido bautizado en el nombre de Optato, estará bautizado también en nombre de Cristo; y del mismo modo cuando vosotros bautizáis a los nuestros que dicen han sido bautizados en nombre de Judas, no reprendemos lo que habéis hecho. Pero si habían sido bautizados en nombre de Cristo, ¿no veis qué error tan grande cometéis al juzgar que los divinos sacramentos varían según la variación de los criterios humanos o que quedan mancillados por las manchas de la vida de cualquiera?
Los pocos que siguen el camino estrecho
XLV. 105. Petiliano: "Si éstas son partes, nada nos perjudican los nombres de la otra parte. En efecto, hay dos caminos: uno estrecho, por el que caminamos nosotros; el otro, por el que caminan a su perdición los impíos; y sin embargo se distingue perfectamente la igualdad del vocablo, a fin de que no se vea contagiado el camino de la justicia por la identidad del nombre".
106. Agustín: Temiste la multitud del orbe entero comparada con vuestra multitud y trataste de refugiarte en la alabanza del reducido número que camina por el camino estrecho. ¡Lástima no te hayas refugiado en el camino en sí en lugar de hacerlo en la alabanza del mismo! A buen seguro verías claramente que ese mismo reducido número se halla en la Iglesia de todas las naciones y que se habla cuán pocos son los justos comparados con la multitud de inicuos, como en comparación de la paja se dice que son pocos los granos de una mies ubérrima, que, sin embargo, reunidos llenan el granero. Pues igual que en el dolor por haber perdido edificios, así te superarán los maximianistas en ser un reducido número, si en esto pones tu justicia.
El salmo 101
XLVI. 107. Petiliano: "David, en el primer salmo, separa a los bienaventurados y a los impíos, no precisamente haciendo partes, sino separando a los santos de todos los inicuos: ¡Bienaventurado el hombre aquel que no va al consejo de los impíos, ni se detiene en la senda de los pecadores -torne al camino de la justicia el que había errado para perderse-, ni se sienta en la cátedra de la corrupción -avisando así, oh miserables, ¿por qué estáis sentados?-, mas se complace en la ley del Señor, medita en ella día y noche! Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien. ¡No así los impíos, no así! Que ellos son como el polvo que el viento se lleva de la faz de la tierra -llena los ojos hasta cegarlos-. No resistirán en el juicio los impíos, ni los pecadores en la asamblea de los justos. Porque el Señor conoce el camino de los justos, pero el camino de los impíos se pierde" 129.
108. Agustín: ¿Quién no distinguirá estas dos clases de hombres en la Escritura? Pero vosotros, siempre insultantes, antes reprocháis a los granos los defectos de la paja, y siendo sólo paja os jactáis de ser el único grano. Pero los profetas, tan dignos de crédito, afirman que estas dos clases de hombres se encuentran mezcladas en el mundo entero, esto es, en todo el campo del Señor, hasta la bielda, que tendrá lugar en el día del juicio.
De todos modos te recomiendo leas este primer salmo en el texto griego: así no osarás achacar como un crimen al universo el partido de Macario, porque quizá te des cuenta de qué Macario es el partido que se encuentra en todos los santos, que son bendecidos por todas las naciones en la descendencia de Abrahán. Donde dice el latín beatus vir, escribe el griego : " 6 V D 4 @ H • < Z D . Si ese Macario que os desagrada a vosotros es malo, ni se encuentra en este grupo ni le perjudica; y si es bueno, que examine su conducta para tener gloria en sí mismo y no en los otros.
El salmo 22
XLVII. 109. Petiliano: "Por lo que respecta a nuestro bautismo, el mismo profeta cantó sus glorias: El Señor es mi pastor, nada me faltará. Me ha puesto en lugares de pasto, hacia aguas que restablecen me llevó; y hace volver a mi alma. Me llevó por senderos de justicia a causa de su nombre. Y si caminaba en tinieblas de muerte -si me mata el perseguidor-, ningún mal temeré, porque tú estás conmigo, Señor. Tu vara y tu cayado me confortan -así venció David a Goliat cubierto con el óleo santo-. Tú preparaste ante mí una mesa frente a mis adversarios; ungiste con óleo mi cabeza, excelente es tu copa embriagadora. Tu misericordia me acompañará todos los días de mi vida, para que habite en la casa del Señor a lo largo de los días" 130.
110. Agustín: Este salmo habla de los que reciben dignamente el bautismo y usan santamente de las cosas santas. Tales palabras no tienen relación con Simón Mago, quien, sin embargo, recibió el mismo santo bautismo; cierto que no quiso servirse de él santamente, pero no por eso lo mancilló ni enseñó fuera necesario reiterarlo a sus semejantes.
Ya que has evocado a Goliat, presta atención al salmo sobre Goliat y mira cómo fue vencido en el cántico nuevo; se dice allí: ¡Oh Dios!, te cantaré un cántico nuevo; te cantaré con el arpa de diez cuerdas 131. Examina si pertenece a este cántico quien no está en comunión con el universo. Se dice también en otra parte: Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra 132. Toda la tierra, en efecto, en cuya unidad no estáis vosotros, canta un cántico nuevo, y de toda la tierra son también estas palabras: El Señor es mi pastor, nada me faltará 133, etc. No son estas palabras de la cizaña, aunque haya que tolerarla en la misma mies hasta la cosecha; no son palabras de la paja, sino del trigo, aunque uno y otra se nutren a la vez con la misma lluvia, y se trillan juntas en la misma era, hasta que finalmente sean separadas en la última limpia aquellas que tienen común el mismo bautismo, bien que no sean una sola cosa.
Cierto que, aunque vuestro partido fuera la Iglesia de Dios, confesarías sin duda que ese salmo no puede pertenecer a las frenéticas bandas de los circunceliones. Y si ellos son conducidos por los caminos de la justicia, ¿por qué, cuando os los reprochan, negáis que sean vuestros compañeros, aunque ordinariamente no sea la vara ni el báculo de Dios, sino las estacas de éstos las que administran alivio al escaso número de vuestro grupo; y con su ayuda pensáis que estáis seguros contra las leyes romanas, bien que caer en sus manos no es otra cosa que caminar en medio de sombras de muerte? Pero el que no tiene temor alguno es aquel con quien está el Señor. Sin embargo, no osarás decir que las palabras que se cantan en este salmo se refieren a esos furiosos, aunque no sólo confesáis, sino que profesáis que ellos tienen el bautismo.
No cantan esto del salmo sino los que se sienten restaurados por el agua santa, como todos los justos de Dios, no los que se pervierten usando mal de ella, como aquel mago bautizado por Felipe; y, sin embargo, el agua es una y santa en unos y en otros.
No lo cantan sino los que estarán a la derecha; y, sin embargo, con el mismo pasto apacienta el único pastor a las ovejas y cabritos hasta que sean separados para recibir el premio.
No lo cantan sino quienes de la mesa del Señor reciben la cena como Pedro, no el juicio como Judas; y, sin embargo, ella fue una sola para ambos, aunque no les sirvió para una sola cosa a ambos, porque no eran una sola cosa.
No lo cantan sino los hechos felices en el espíritu con el óleo santo como David, no los que reciben la consagración sólo en el cuerpo como Saúl; y, sin embargo, habiendo tomado ambos una misma cosa, no fue diferente en ellos el sacramento, sino el mérito.
No lo cantan sino los que con el alma transformada anhelan el cáliz del Señor para la vida eterna, no los que comen y beben su propia condenación, como dice el Apóstol; y, sin embargo, aquel cáliz no es más que uno para entrambos, que no son una misma cosa, saturando a los mártires para conquistar los bienes celestiales, y no a los circunceliones para manchar con su sangre los precipicios.
Por tanto, recuerda que los sacramentos de Dios no sufren menoscabo por las costumbres de hombres perversos, que no pueden hacer que aquéllos en absoluto no existan o sean menos santos, sino para los mismos hombres malos que los tendrán como testimonio de su condenación, no como una ayuda para su santificación.
Debiste al menos considerar las últimas palabras de este salmo, y teniendo en cuenta a los que apostatan del bautismo recibido, comprender que no pueden repetir todos los que reciben el santo bautismo: Para habitar en la casa del Señor a lo largo de los días 134; y, sin embargo, tanto para los que perseveran como para los caídos, aunque ellos no sean una misma cosa, en unos y otros es santo el bautismo, pues aun los apóstatas, si retornan, no son bautizados como si lo hubieran perdido, sino que se humillan por la injuria que hicieron al sacramento que permanece en ellos.
Santidad de vida y santidad del sacramento
XLVIII. 111. Petiliano: "Para que no digáis que sois santos, afirmo en primer lugar que no puede ser santo quien no es inocente".
112. Agustín: Muéstranos el tribunal donde te has sentado, en el que hiciste comparecer al orbe entero, y con qué ojos has observado y examinado no ya las conciencias sino los actos de todos, para llegar a juzgar que todo el mundo había perdido la inocencia. Aquel que fue arrebatado hasta el tercer cielo dice: ¡Ni siquiera me juzgo a mí mismo! 135, y te atreves tú a dictar sentencia sobre toda la tierra, en la que se extiende la heredad de Cristo?
Por otra parte, si te parece tan absoluto el principio que estableciste: "que no puede ser santo quien no es inocente", te pregunto qué es lo que veneraba David en Saúl, si éste no tenía la santidad del sacramento, y si tenía la inocencia, por qué perseguía al inocente. En efecto, en virtud de la santa unción honró David a Saúl vivo y le vengó muerto, y sintiendo una sacudida interior, tembló porque le cortó un pedazo de su vestido. Ahí vemos cómo Saúl no tenía la inocencia y, sin embargo, tenía la santidad, no de su vida, porque esto no puede tenerlo nadie sin la inocencia, sino del sacramento de Dios, que es santo aun en los hombres malos.
Quién conoce la Escritura
XLIX. 113. Petiliano: "Si conocéis la Ley vosotros sin la fe verdadera, puedo decir esto sin injuria de la misma Ley: también el diablo la conoce. En efecto, como un justo respondió sobre la Ley en la causa del justo Job: El Señor dijo a Satán: ¿Te has fijado en mi siervo Job en que no tiene igual en la tierra? Es un hombre sin malicia, un verdadero adorador de Dios, que se abstiene de todo mal, que persevera en su virtud; bien sin razón solicitaste destruir todos sus bienes. Respondió Satán al Señor: ¡Piel por piel! ¡Todo lo que el hombre tiene lo da por su vida! 136 Ahí vemos con qué legalidad habla el enemigo de la Ley. Y de nuevo se atrevió a tentar a Cristo el Señor con sus palabras: Entonces el diablo le llevó consigo a la Ciudad Santa, le puso sobre el alero del Templo, y le dio: Tírate abajo, porque está escrito: Dará órdenes a sus ángeles para que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie en alguna piedra. Jesús le dijo. También está escrito. No tentarás al Señor tu Dios 137. Conocéis, puedo decir, la Ley como el mismo diablo, que se ve vencido en sus intentos y avergonzado en sus hechos".
114. Agustín: Podría ciertamente preguntarte en qué Ley se encuentran escritas las palabras que dijo el diablo, al acusar ante Dios al santo Job, si me hubiera propuesto demostrar que tú mismo no conoces la Ley que dices conoce el diablo; pero paso esto por alto, ya que no versa sobre esto nuestra cuestión.
Tú has tratado de demostrar que el diablo conoce la Ley, como si nosotros tuviéramos por justos a cuantos conocen las palabras de la Ley. Lo que no veo es qué puede favorecerte lo que has recordado del diablo, a no ser que pretendas con ello que nos venga a las mientes cómo tratáis vosotros de imitarlo a él. En efecto, como el diablo profería las palabras de la Ley contra el autor de la Ley, así acusáis vosotros con las palabras de la Ley a los hombres que no conocéis, y lo hacéis precisamente con el fin de resistir a las promesas de Dios que están escritas en la misma Ley.
También quisiera que me dijeses a quién quieren dar testimonio aquellos vuestros confesores cuando se precipitan a sí mismos: si a Cristo, que rechazó al diablo cuando le proponía tales cosas, o más bien al mismo diablo, que sugería a Cristo las hiciera.
Dos son las más bajas y ordinarias clases de muerte usadas por aquellos vuestros que se la dan a sí mismos: la soga y el precipicio. Tú ciertamente has dicho al principio de esta carta: "El traidor se dio muerte con la soga, y dejó la soga a sus semejantes".
Esto no tiene que ver nada con nosotros; pues no veneramos con el nombre de mártires a quienes se han colgado. Y con cuánta mayor razón podemos decir contra vosotros: "El diablo, maestro del traidor, quiso persuadir a Cristo el precipicio y fue rechazado". ¿Qué habrá que decir de aquellos a quienes trató de persuadir consiguiéndolo? ¿Qué, sino que son enemigos de Cristo y amigos del diablo, discípulos del seductor, condiscípulos del traidor? Pues han aprendido unos y otros de un único maestro el suicidio, aquél mediante la horca, éstos mediante el precipicio.
Una cosa es decir y otra maldecir
L. 115. Petiliano: "Vamos a destruir una por una vuestras afirmaciones; si os llamáis sacerdotes, así dice el Señor por los profetas: La venganza del Señor sobre los falsos sacerdotes" 138.
116. Agustín: Busca mejor algo verdadero que decir y no por qué maldecir, algo que enseñar y no algo que objetar.
La cátedra de corrupción
LI. 117. Petiliano: "Si como miserables reclamáis la cátedra, como antes dijimos, en vuestras manos está la que el profeta David proclamó en el salmo cátedra de pestilencia. Justamente se os ha dejado a vosotros, porque los santos no pueden sentarse en ella".
118. Agustín: Tú no te das cuenta que éstos no son documento alguno, sino vanas injurias. Es lo que ya dije poco antes: pronunciáis las palabras de la Ley, pero no miráis contra quién las dirigís, como el diablo decía las palabras de la Ley, pero no sabía a quién las dirigía. Aquél pretendía derrocar a nuestra Cabeza, que iba a subir al cielo, y vosotros queréis reducir a una partecilla al cuerpo de la misma Cabeza, que está difundido por toda la tierra.
Has dicho poco ha que nosotros conocíamos la Ley y hablábamos según ella, pero que en nuestros actos nos avergonzábamos. Ciertamente dices esto sin probar nada; pero aunque lo probases de algunos, no te atreverías a achacar esto a los otros. Sin embargo, si a través del mundo entero todos fueran como tú tan vanamente acusas, ¿qué te ha hecho la cátedra de la Iglesia romana, en la cual se sentó Pedro, y en la cual hoy se sienta Anastasio, o la cátedra de la Iglesia de Jerusalén, en la cual se sentó Santiago y en la cual hoy se sienta Juan, con las cuales nos mantenemos unidos en la unidad católica y de las cuales os habéis separado con perverso furor? ¿Por qué llamas cátedra de corrupción a la cátedra apostólica? Si la llamas así a causa de los hombres que piensas proclaman la Ley y no la cumplen, ¿acaso el Señor Jesucristo al decir por los fariseos: Ellos dicen no hacen, infirió injuria alguna a la cátedra en que se sentaban? ¿No es verdad que recomendó aquella cátedra de Moisés y les refutó a aquéllos conservando el honor de la cátedra? Dice así: En la cátedra de Moisés se han sentado. Haced, pues, y observad lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque ellos dicen y no hacen 139.
Si pensarais en esto, no blasfemaríais, por causa de los hombres que acusáis, de la cátedra apostólica con la cual no estáis en comunión. Cierto, ¿qué es esto sino ignorar lo que se dice y no poder por menos de maldecir?
Distinguir entre sacramento y disposiciones de quien lo recibe
LII. 119. Petiliano: "Si pensáis que hacéis sacrificios, bien claro dice el mismo Dios de vosotros como personas sumamente detestables: Un criminal me sacrifica un becerro, como si mata un perro; el que ofrece flor de harina, como si ofreciera sangre de puerco 140; reconoced ahí vuestro sacrificio, vosotros que habéis derramado ya sangre humana. Y aún más: Sus sacrificios serán pan de duelo, cuantos lo coman se harán inmundos" 141.
120. Agustín: Nosotros decimos que el sacrificio le resulta a cada uno según las condiciones en que se acerca a ofrecerlo o a recibirlo, y que comen de los sacrificios de ciertas personas los que se acercan a los sacrificios con las disposiciones de ésos. De esta manera, si ofrece a Dios el sacrificio un malo y luego lo recibe un bueno, el tal sacrificio le resulta a éste como lo que es, pues también está escrito: Para los puros todo es puro 142. Según esta sentencia verídica y católica, no os habéis contaminado vosotros con el sacrificio de Optato si no os habéis complacido en sus acciones. Porque es cierto que es pan de duelo el pan de aquel cuyas iniquidades hacían llorar a toda el África; pero el mal del cisma de todos vosotros hace que el pan del duelo os sea común a todos vosotros. En efecto, según la sentencia de vuestro concilio, Feliciano de Musti derramó sangre humana, pues dijisteis al condenarlos: Sus pies son ligeros para derramar sangre 143. Considera, pues, qué sacrificio ofrece, qué sacerdote tenéis, cuando lo habéis condenado como sacrílego. Y si pensáis que esto no os perjudica a vosotros, os pregunto: ¿qué puede perjudicar al orbe entero la vanidad de vuestras calumnias?
¿Es inútil la oración de los católicos?
LIII. 121. Petiliano: "Si dirigís un ruego al Señor o hacéis una oración, en nada absolutamente os aprovecha. Pues vuestra conciencia manchada de sangre hace inútiles vuestras ligeras oraciones, ya que el Señor Dios atiende más a la limpia conciencia que a las plegarias, según dice el Señor Cristo: No todo el que diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial 144. Y cierto, la voluntad de Dios es buena; por eso pedimos en la oración santa: Hágase tu voluntad en la tierra y en el cielo 145, a fin de que, como su voluntad es buena, nos conceda a nosotros lo que es bueno. Vosotros, pues, no cumplís la voluntad de Dios, porque estáis perpetrando males todos los días".
122. Agustín: Si nosotros dijéramos todo esto contra vosotros, cualquiera que nos oyese y estuviese lúcido, ¿no nos tomaría más por necios litigantes que por cristianos que discuten? Así que no vamos a devolver maldición por maldición. A un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable con todos, pronto a dejarse enseñar, sufrido y que corrija con mansedumbre a los que piensan diversamente 146. Por consiguiente, si os ponemos delante a aquellos que entre vosotros están perpetrando el mal todos los días, litigamos neciamente acusando a unos por las faltas de los otros; y si os amonestamos a fin de que, como vosotros no queréis os echen en cara aquellas cosas, no nos echéis en cara a nosotros las ajenas, os corregimos con moderación por ver si algún día os arrepentís.
Petiliano sostiene posturas católicas
LIV. 123. Petiliano: "Si alguna vez, lo cual yo ignoro, arrojáis los demonios, ni eso puede seros de utilidad, porque no ceden los demonios a vuestra fe o a vuestros méritos, sino que son arrojados en el nombre del Señor Jesucristo".
124. Agustín: Gracias sean dadas a Dios; al fin has confesado que la invocación del nombre de Cristo puede ser eficaz para la salud de los otros, aunque sea un pecador quien lo invoca. Por esto debes comprender que cuando se invoca el nombre de Cristo, no perjudican a la salud de los otros los pecados ajenos. Ahora bien, sobre cómo invocamos nosotros el nombre de Cristo, no necesitamos tu aprobación, sino la aprobación de aquel a quien invocamos; sólo él puede conocer con qué corazón se le invoca. Y, en verdad, sus palabras nos garantizan que le invocan saludablemente todas las naciones que son bendecidas en la descendencia de Abrahán.
Lo que identifica a la Iglesia es la caridad, no los milagros
LV. 125. Petiliano: "Por más prodigios y maravillas que hagáis, ni aun así, debido a vuestra perversidad, os conocerá el Señor, según dice él mismo: Muchos me dirán aquel día: Señor, Señor, en tu nombre profetizamos, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros. Y entonces les declararé: ¡No os conozco; apartaos de mí, agentes de iniquidad!" 147
126. Agustín: Conocemos la palabra del Señor. Así dice el Apóstol: Aunque tuviera fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy 148. Lo que se debe buscar es quién tiene caridad; y se descubre que son sólo aquellos que aman la unidad. Porque en cuanto a la expulsión de los demonios y el poder de hacer milagros, ni los nuestros ni los vuestros deben gloriarse, si algunos han conseguido esto, ya que hay muchos que no hacen tales maravillas y, sin embargo, pertenecen al reino de Dios, y muchos, en cambio, que las realizan y no pertenecen a ese reino. Ahí tenemos a los apóstoles que podían realizar estas maravillas saludable y útilmente, y no quiso el Señor se alegraran de eso al decirles: Pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan, alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos 149.
Por lo cual podría yo decirte esto mismo que tú me has dicho tomado del Evangelio si te viera realizar estos milagros, como podrías decírmelo tú a mí si me vieras hacerlos.
Así que no nos propongamos unos a otros cuestiones que pueden ser dichas por ambas partes; antes, dando de mano a rodeos o ambigüedades, ya que lo que buscamos es dónde está la Iglesia de Cristo, oigámosle a él que la redimió con su sangre y que nos dice: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, hasta los confines de la tierra 150.
Quien no esté en comunión con esta Iglesia, que se extiende por toda la tierra, ya ves con quién no está en comunión, si has oído de quién son estas palabras.
Y ¿hay algo más demencial que estar en comunión con los sacramentos del Señor y no estarlo con sus palabras? Estos, ciertamente, dirán: En tu nombre hemos comido y bebido 151, y oirán: No os conozco 152, precisamente quienes comen su cuerpo y beben su sangre en el sacramento, y no reconocen en el Evangelio a sus miembros extendidos por todo el orbe, y por eso en el juicio no son contados entre aquéllos.
Repaso al Decálogo: No matarás
LVI. 127. Petiliano: "Ahora bien, si vosotros, como pensáis, seguís en la pureza de la ley del Señor, discutamos sobre esta ley santísima a tenor de la ley. Dice el apóstol Pablo: La ley es buena, con tal que se use de ella correctamente 153. Y ¿qué dice la ley? No matarás 154. Caín lo hizo una sola vez; vosotros habéis matado muchas veces a los hermanos".
128. Agustín: No queremos parecernos a vosotros. No nos faltan textos que citar, como tú citas éste, ni contenidos que saber -pues tú los ignoras-, ni pruebas que aducir, las cuales no aduces tú.
No fornicarás
LVII. 129. Petiliano: "Se dijo: No fornicarás 155. Y cada uno de vosotros quizá sea casto en cuanto al cuerpo, pero en el espíritu es un fornicario, porque adultera la santidad".
130. Agustín: Puede decirse esto con verdad contra algunos, tanto nuestros como vuestros; pero si desagradan a unos y a otros, no son ni nuestros ni vuestros. Lo que tú, en cambio, dices contra algunos, sin demostrarlo en ellos mismos, quieres tomarlo como demostrado, y no sólo en algunos degenerados de la descendencia de Abrahán, sino en todas las naciones que son bendecidas en la misma descendencia.
No dirás falso testimonio
LVIII. 131. Petiliano: "Está escrito: No dirás falso testimonio 156. Cuando mantenéis falsamente ante los reyes del siglo que nosotros detentamos vuestros bienes, ¿no inventáis falsedades?"
132. Agustín: Si no son nuestros los bienes que detentáis, tampoco eran vuestros los que recibisteis de los maximianistas. Si aquéllos eran vuestros porque ellos causaron un cisma sacrílego al no comulgar con el partido de Donato, considera qué lugares son los que detentáis y cuál es la heredad con que no comulgáis, y pensad qué podéis responder, no a los reyes de este siglo, sino a Cristo.
De él es de quien se ha dicho: Dominará de mar a mar, desde el río hasta los confines de la tierra 157. ¿De qué río se trata aquí sino de aquel en que fue bautizado y en que descendió sobre él la paloma, gran señal de caridad y de unidad? Y vosotros no estáis en comunión con esta unidad, y detentáis aun los lugares de la unidad y nos suscitáis odiosidad a propósito de los emperadores del siglo, vosotros precisamente que, mediante los mandatos de los procónsules, habéis expulsado de los lugares del partido de Donato a vuestros cismáticos.
No son éstas palabras lanzadas al azar: viven aún las personas, lo atestiguan las ciudades, lo proclaman las actas proconsulares y municipales. Deje ya de oírse la voz calumniosa que reprocha ante toda la tierra a los reyes del siglo, cuyos procónsules permitieron al cisma no perdonar a su propio cisma interior.
Cuando decimos que detentáis nuestros bienes, no se nos puede demostrar que decimos un falso testimonio, a no ser que demostréis que no estamos en la Iglesia de Cristo, lo cual, ciertamente, no dejáis de decir, aunque nunca podréis demostrarlo; aún más, cuando decís esto, reprocháis, no ya a nosotros, sino a Cristo, el crimen de falso testimonio.
Nosotros ciertamente estamos en la Iglesia que fue anunciada en su propio testimonio y de la cual él atestiguó ante sus propios testigos diciendo: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta toda la tierra 158. Vosotros, en cambio, no sólo sois convictos de falso testimonio por resistir a esta verdad, sino también por el mismo proceso en que pugnasteis con el cisma de Maximiano. Si obrabais según la ley de Cristo, ¡cuánto más conveniente es que determinen según esa ley emperadores cristianos, si pueden juzgar según ella los mismos procónsules paganos!
Claro que si juzgasteis conveniente acudir a esas leyes para defender vuestro imperio terreno, no tenemos motivo para reprenderos. Esto hizo Pablo cuando ante los inicuos atestiguó que él era ciudadano romano.
Pero pregunto en qué leyes terrenas está establecido que los maximianistas sean expulsados de sus lugares. No encontrarás ninguna. Pero naturalmente vosotros tratasteis de expulsarlos en virtud de las mismas leyes que estaban dadas contra los herejes, y claro, entre ellos también contra vosotros, y como más poderosos, prevalecisteis contra los débiles. Por eso ellos, como no pudieron hacer nada, se consideraron inocentes, como el lobo bajo el león.
Sin embargo, si no fuera por un falso testimonio no os serviríais contra los otros de las leyes que habían sido dadas contra vosotros. Pues si aquellas leyes son verdaderas, apartaos también vosotros de los lugares que tenéis; y si son falsas, ¿por qué os servisteis de ellas para excluir a los otros? ¿Qué sucede al ser veraces y en virtud de ellas no poder vosotros sino falazmente expulsar a los otros? Para obedecerlas los jueces quisieron expulsar a los herejes, por lo cual debieron expulsaros primero a vosotros; pero vosotros dijisteis que erais católicos, a fin de que no os alcanzasen las leyes mediante las cuales vosotros acosabais a los otros.
Tú verás qué es lo que pensáis de vosotros mismos; pero según esas leyes vosotros no sois católicos. ¿Por qué, pues, las habéis adulterado con un falso testimonio siendo verdaderas, o si eran falsas, las habéis utilizado para aplastar a los otros?
No desearás los bienes del prójimo
LIX. 133. Petiliano: "Está dicho: No desearás nada que sea de tu prójimo 159. Vosotros robáis nuestros bienes para hacerlos vuestros".
134. Agustín: Cuanto poseía la unidad no puede ser sino nuestro, ya que nosotros estamos establecidos en la unidad, y no precisamente gracias a las calumnias de los hombres, sino gracias a las palabras de Cristo, en quien son bendecidas todas las naciones del universo; y no nos separamos de la compañía del grano por causa de los malos, a quienes no podemos separar del grano del Señor antes del juicio; y si separados comenzasteis a poseer algunos de estos bienes, como el Señor nos ha dado los que os había quitado a vosotros, no codiciamos por ello los ajenos, porque se han hecho nuestros, y son justamente nuestros por el mandato de aquel cuyas son todas las cosas; vosotros usabais de ellos para la separación, nosotros para la unidad.
De otra manera también podrían reprochar al primer pueblo de Dios la codicia de los bienes ajenos los pueblos que, por haber usado mal de aquella tierra, fueron expulsados por el poder divino de la presencia de aquéllos, y los mismos judíos, a quienes se quitó el reino según la palabra del Señor, y se entregó a una nación que practicaba la justicia, pueden reprochar la codicia de bienes ajenos, porque la Iglesia de Cristo tiene su posesión donde reinaban los perseguidores de Cristo. Y después de todo esto, cuando se os diga a vosotros: "Habéis codiciado los bienes ajenos, puesto que arrojasteis de las basílicas a los maximianistas", no encontráis qué contestación dar.
Litigar, no discutir
LX. 135. Petiliano: "En virtud de qué ley os presentáis como cristianos, si obráis en contra de la ley?"
136. Agustín: Ya se ve que lo que pretendes es litigar, no discutir.
Mt 5, 19
LXI. 137. Petiliano: "El Señor Cristo dice: El que obre y enseñe así, ése será el más grande en el Reino de los Cielos 160. Pero mirad cómo os condena a vosotros, miserables: El que quebrante uno de estos mandamientos menores, será el menor en el Reino de los Cielos" 161.
138. Agustín: No me preocupo mucho sobre lo que dices cuando aportas testimonios alterados de las Escrituras y no tienen relación con la cuestión que tratamos; mas cuando pueden obstaculizar el debate, pienso no debes enojarte si te recuerdo cómo está escrito, cuando no citas exactamente.
El pasaje que acabas de citar no es como lo has puesto, sino así: El que quebrante uno de esos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos 162. Y continúa seguidamente: Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos 163.
En otra parte señala y rearguye a los fariseos, porque ellos dicen y no hacen 164. A éstos, pues, aludió al decir: El que quebrante y así lo enseñe 165, es decir, enseñase con las palabras lo mismo que descuida en las obras; nos mandó que nuestra justicia abundase más que la de éstos, de suerte que obremos y enseñemos así.
Y, sin embargo, ni siquiera por estos fariseos, con los cuales nos comparáis vosotros, no cuerda sino malévolamente, ordenó el Señor que se dejara la cátedra de Moisés, que era figura de la suya. En efecto, al decir que aquellos sentados en la cátedra de Moisés decían y no practicaban, amonesta sin embargo a los pueblos a practicar lo que dicen y a no hacer lo que hacen, a fin de que no se abandone la santidad de la cátedra y se divida por los malos pastores la unidad del rebaño.
Mt 12, 31-32
LXII. 139. Petiliano: "Dice aún: Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo 166; pero al que peca contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro" 167.
140. Agustín: Tampoco esto es exacto, y mira cómo te has equivocado. El Apóstol, escribiendo a los corintios, dice: Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo 168. Esto es una cosa, y otra lo que dijo el Señor en el Evangelio: Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero el pecado contra el Espíritu Santo no será perdonado 169. Tú comenzaste la prueba con palabras del Apóstol, y la terminaste con otras del Evangelio como si fuera un único texto tomado de éste; cierto que pienso habrás hecho esto por error y no por malicia.
Es verdad que ni lo uno ni lo otro tiene que ver con la cuestión, y veo por qué has dicho esto o qué pretendías. Quizá porque, habiendo dicho antes que el Señor había condenado a los que habían descuidado uno de los mandamientos, consideraste cuántos tenéis que han quebrantado uno y muchos mandatos; y entonces, para que no se te echara en cara esto, quisiste como de pasada introducir la diferencia de los pecados, poniendo en claro que una cosa es quebrantar un precepto leve que puede obtener fácilmente el perdón, y otra pecar contra el Espíritu Santo, pecado que no puede perdonarse ni en este mundo ni en el otro.
De esta suerte, temiendo el contagio de los pecados, no quisiste pasar en silencio esto; pero a la vez, temiendo la profundidad de la cuestión, que superaba tus fuerzas, quisiste rozarlo de pasada con tal temor, que a la manera de los que apresurándose por alguna perturbación se visten o calzan desastradamente, no quisiste prestar atención a la cuestión que se trataba, o a qué se refería o dónde y cómo se encontraba escrito.
Ahora bien, sobre cuál es el pecado que no se perdona en este mundo ni en el futuro, estáis tan ignorantes que, como creyendo que nosotros nos encontramos en él, sin embargo nos prometéis su perdón mediante vuestro bautismo. ¿Cómo puede tener lugar esto si el pecado es de tal categoría que no se perdona ni en este mundo ni en el otro?
Las bienaventuranzas: Los pobres
LXIII. 141. Petiliano: "Pero ¿cómo cumplís vosotros los preceptos divinos? Dice Cristo el Señor: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos 170. Y vosotros, por la malicia del furor de perseguir, sólo respiráis riquezas".
Agustín: Id a contar eso más bien a vuestros circunceliones.
Los mansos
LXIV. 143. Petiliano: "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. Vosotros, al no ser mansos, habéis perdido igualmente la tierra y el cielo".
144. Agustín: Escuchad una y otra vez al Señor que dice: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra 171. ¿No habrán perdido la tierra y el cielo quienes, para no estar en comunión con toda la tierra, menosprecian las palabras del que tiene su sede en el cielo? Y sobre vuestra mansedumbre, hay que interrogar no a vuestras palabras, sino a los garrotes de los circunceliones.
A lo mejor me dices: "Qué tiene que ver eso con nosotros?" Como si yo no dijera esto para que dierais esa respuesta. Vuestro cisma tiene que ver con vosotros precisamente porque no queréis que tenga que ver con vosotros el pecado ajeno, y, sin embargo, no os separasteis de nosotros sino al reprocharnos los pecados ajenos.
Los que lloran
LXV. 145. Petiliano: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados 172. Vosotros, verdugos nuestros, nos hacéis llorar a nosotros, pero vosotros no lloráis".
146. Agustín: Considerad un poco a cuántos y qué luto han causado los gritos de "alabanzas a Dios" de vuestras gentes armadas. Decid de nuevo: "¿Qué tiene que ver eso con nosotros?" Y yo repetiré de nuevo: "Y lo que tú dices, ¿qué tiene que ver con nosotros, con el orbe de la tierra, con los que alaban el nombre del Señor desde la salida del sol hasta su ocaso, con toda la tierra que canta un cántico nuevo, con la descendencia de Abrahán en la cual son bendecidas todas las naciones?" Por consiguiente, a vosotros os afecta el sacrilegio del cisma, ya que no os afectan las malas acciones de los vuestros, y por esto debéis comprender que no afectan al orbe entero, aunque las demostrarais, las acciones de aquellos a causa de los cuales os separasteis de él.
Los que tienen hambre y sed de justicia
LXVI. 147. Petiliano: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados 173. Vuestra justicia se cifra en tener sed de nuestra sangre".
148. Agustín: ¿Qué te diré a ti, oh hombre, sino que eres un calumniador? Tiene hambre y sed de vosotros la unidad de Cristo, que ojalá llegue a absorberos. Dejaríais de ser herejes.
Los misericordiosos
LXVII. 149. Petiliano: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia 174. ¿Cómo llamaros misericordiosos a vosotros, si estáis mortificando a los justos? ¿No se os llamará mejor comunión detestable, puesto que mancháis vuestras almas?"
150. Agustín: Ni vosotros probáis que sois justos ni que nosotros mortificamos aun a los injustos, y, sin embargo, como es generalmente cruel la falsa adulación, así es siempre misericordiosa la corrección justa. De ahí procede aquello que no entendéis: Me corregirá el justo en su misericordia y me reprenderá 175. Después de hablar a los misericordiosos de la aspereza de la corrección, el salmista añadió algo sobre la suavidad de la perniciosa adulación: Pero el ungüento del impío no perfumará mi cabeza 176. Así que tú debes atender adónde y de dónde eres llamado. ¿Cómo conoces tú qué sentimiento tiene para contigo el que tú tienes por cruel? Pero sea lo que sea, cada uno debe llevar su carga, tanto entre nosotros como entre vosotros. Arrojad ya la carga del cisma que lleváis todos, para llevar vuestras cargas en la unidad, y corregir misericordiosamente, si podéis, a los que las llevan malas, y si no podéis, los toleréis con espíritu de paz.
Los limpios de corazón
LXVIII. 151. Petiliano: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. ¿Cuándo llegaréis a ver a Dios 177, vosotros que por la inmunda malicia estáis dominados por la ceguera del corazón?"
152. Agustín: ¿Por qué dices esto? ¿Acaso nosotros proclamamos a todas las naciones las cosas ignoradas que dicen los hombres y no queremos comprender las cosas manifiestas que predijo Dios sobre todas las naciones? Esta es una gran ceguera del corazón, y si no la descubrís entre vosotros, es una ceguera aún mayor.
Los pacíficos
153. Petiliano: "Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios 178. Vosotros fingís como criminales la paz, y buscáis mediante la guerra la unidad".
Agustín: No simulamos la paz como criminales, sino que predicamos la paz del Evangelio, y si estáis en paz con él, lo estaréis también con nosotros. El Señor, al resucitar y al presentarse, para que no sólo le vieran con los ojos, sino también le tocaran con las manos sus discípulos, comenzó diciendo: La paz con vosotros 179. Y un poco después les declaró cómo había de tenerse la paz. Entonces abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: Así está escrito y así convenía que Cristo padeciera y resucitara al tercer día y que se predicara en su nombre la conversión y el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén 180.
Estad en paz con estas palabras y no disentiréis de nosotros. Porque si buscamos la unidad mediante la guerra, no se pudo tributar alabanza más ilustre a nuestra guerra, ya que está escrito: Amarás a tu prójimo como a ti mismo 181; y también: Nadie aborreció jamás su propia carne 182, aunque la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne 183. Y si nadie tiene odio a su carne y sin embargo tiene deseos contrarios a la carne, aquí tenemos cómo se busca la paz por medio de la guerra, a fin de que el cuerpo castigado se someta a servidumbre.
Pero lo que hace el espíritu contra la carne, manteniendo una guerra no fruto del odio, sino del amor, lo hacen los espirituales contra los carnales, que llevan contra sí mismos la guerra que hacen contra los otros, porque aman a sus prójimos como a sí mismos. Pero la guerra de los espirituales es la corrección en la caridad, su espada es la palabra de Dios. Esta es la guerra a que son convocados por la trompeta apostólica que resuena con gran fuerza: Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina 184.
He aquí cómo no procedemos con la espada, sino con la palabra; vosotros, en cambio, no respondéis con la verdad, sino con falsas acusaciones; no corregís vuestras faltas, sino que reprocháis las ajenas. Aporta Jesús el testimonio verdadero sobre el orbe entero, proferís vosotros contra Jesús un falso testimonio acusando al orbe entero. Si nosotros os creyéramos más a vosotros que a Cristo, seríamos pacíficos; pero como creemos a Cristo más que a vosotros, simulamos como criminales la paz. Y diciendo y haciendo esto, todavía tenéis el cinismo de recordar: Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios 185.
Ef 4, 1-3
LXIX. 155. Petiliano: "Y el apóstol Pablo dice: Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del espíritu con el vínculo de la paz" 186.
156. Agustín: Si no sólo adujerais el texto, sino que lo escucharais también, soportaríais por la paz incluso los males conocidos; no os dedicaríais a simular, por la disensión, los desconocidos, al menos porque después aprendisteis a soportar los males tan conocidos y famosos de Optato por la unidad de Donato. ¿Qué locura es ésta? Se toleran los conocidos a fin de que no se divida de nuevo la división, y se difama a los desconocidos para no permanecer en el todo.
El lugar de la paz
LXX. 157. Petiliano: "A vosotros os dice el profeta: ¡Paz, paz! Pero ¿dónde está la paz?" 187
158. Agustín: Esto nos lo dices tú, no el profeta; por tanto, te respondemos a ti. Si buscas dónde está la paz, abre los ojos y mira de quién se dijo: Hace cesar las guerras hasta el extremo de la tierra 188. Si buscas dónde está la paz, abre los ojos, dirígelos a la ciudad, que no puede esconderse por estar situada sobre el monte, abre los ojos y dirígelos al mismo monte, y que el mismo Daniel te lo muestre creciendo a partir de una pequeña piedra y llenando toda la tierra.
Y cuando te dice a ti el profeta: ¡Paz, paz! Pero ¿dónde está la paz? 189, ¿qué demostrarás? ¿El partido de Donato, desconocido para las innumerables naciones que conocen a Cristo? No es ese partido lo que no puede esconderse, y ¿por qué sino porque no está situado sobre aquel monte? Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hito uno 190, no precisamente Donato, que de uno hizo dos.
Los perseguidos por causa de la justicia
LXXI. 159. Petiliano: "Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos 191. Vosotros no sois bienaventurados, sino que hacéis mártires bienaventurados cuyas almas llenan los cielos y cuyos cuerpos hicieron florecer la tierra de sepulcros. Vosotros, pues, no los honráis, sino que hacéis mártires a los que nosotros honramos".
160. Agustín: Evidentemente, si no se hubiese dicho: Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, sino "bienaventurados los que se han precipitado", vuestros mártires llenarían el cielo. Ciertamente vemos muchas flores terrenas surgir de sus cuerpos, pero, como suele decirse, "flor de ceniza".
Mt 23, 13-15
LXXII. 161. Petiliano: "Como no sois bienaventurados adulterando los mandamientos, Cristo el Señor os condena con sus palabras divinas: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! No entráis vosotros, ni lo permitís a los que están entrando ya. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un solo prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble más que vosotros! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello! ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros por fuera parecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad" 192.
162. Agustín: Dime si has dicho algo que una boca maldiciente y contumeliosa no pueda devolveros a vosotros. Pero por lo que dije anteriormente, descubrirá quien quisiere que este texto se puede aplicar contra vosotros, y no por vano reproche, sino con el apoyo de testimonios verdaderos. Sin embargo, no se ha de pasar por alto este detalle, aunque sea ocasionalmente: el pueblo antiguo de Dios tenía la circuncisión como un bautismo. Pregunto, pues, si estos fariseos, contra quienes se dicen tales cosas, hubieran hecho un prosélito que, si los imitaba, hubiera sido dos veces más que ellos hijo de la gehenna, pregunto, si se enmendara y quisiera imitar a Simeón, Zacarías, Natanael, ¿pensarían ellos que debían circuncidarlo de nuevo? Si es ridículo decir esto, aunque por vana costumbre y modo de hablar nos comparéis con los tales, ¿por qué bautizáis después de nuestro bautismo?
Ahora bien, si vosotros sois así, observad ¡cuánto mayor y más verdadera es la razón que nos mueve a nosotros para no bautizar después de vuestro bautismo, como aquellos que acabo de citar no debían ser circuncidados después de la circuncisión de los pésimos fariseos! Además, siguiendo aquéllos sentados en la cátedra de Moisés, cuyo honor quiso el Señor se conservara, ¿por qué vosotros, a causa de éstos, a quienes justa o injustamente comparáis con aquéllos, blasfemáis de la cátedra apostólica?
¿Quiénes son los lobos?
LXXIII. 163. Petiliano: "Pero todo esto no puede atemorizarnos a nosotros los cristianos. Hagáis el mal que hagáis, tenemos por delante el mandato de Cristo: Os envío como ovejas en medio de lobos 193. Vosotros habéis colmado la rabia de los lobos, vosotros que tendéis o preparáis asechanzas a las iglesias como los lobos que, acechando siempre perniciosa e impetuosamente a los apriscos, respiran cólera jadeante en sus fauces inyectadas de sangre".
164. Agustín: Quisiera devolveros a vosotros esa conclusión, pero no quisiera usar de semejantes palabras; son demasiado impropias, o mejor, demasiado cercanas a la locura. Lo que sí era necesario era que demostraseis, con algunos argumentos fundados, no con tan vanas maldiciones, que nosotros éramos lobos y vosotros, en cambio, ovejas. Si yo hubiera dicho igualmente: "Nosotros somos ovejas y vosotros lobos", ¿piensas que hay alguna diferencia, por el hecho de que tú usas de palabras hinchadas para decirlo?
Pero presta atención, que yo voy a probar lo que digo. Es decir, el Señor, como tú de buen o mal grado bien lo sabes, dice en el Evangelio: Mis ovejas escuchan mi voz; y me siguen 194. Muchas son las palabras del Señor sobre diversas cuestiones. Pero, por ejemplo, alguien podría dudar de si el mismo Señor había resucitado en el cuerpo. Si se le leyesen sus palabras cuando dijo: Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo 195, y oídas no quisiera asentir a creer en la resurrección de su cuerpo, no sería ciertamente contado entre las ovejas del Señor, por haber oído su voz y no haberla seguido.
De la misma manera, al presente se plantea ante nosotros la cuestión dónde está la Iglesia. Del mismo lugar del Evangelio, donde presentó después de su resurrección su cuerpo a los que dudaban, para que le tocasen, leemos las palabras que siguen, en las cuales demostró la futura amplitud de su Iglesia diciendo: Así está escrito, y era preciso que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y que se predicara en su nombre la conversión y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén 196.
Y vosotros no queréis mantener la comunión con todas las naciones donde se han realizado estas predicciones; ¿cómo sois ovejas de este Pastor, cuyas palabras oís sin querer seguirlas; más aún, resistiéndoos a ellas? Y atendiendo a estos motivos, decimos que vosotros no sois sus ovejas, pero que sois lobos; escuchad cómo lo probamos. Puesto que por sus palabras aparece dónde está la Iglesia, es bien claro dónde está el redil de Cristo. Por consiguiente, manifestado y claramente expresado este redil por las palabras bien precisas del Señor, ¿no serán auténticos lobos rapaces quienes, no digo por falsos, sino, lo que es manifiesto, por inciertos crímenes de los hombres, apartan de tal redil a las ovejas y las arrancan de la vida de la unidad y de la caridad, y alejándolas las matan? ¿No son éstos lobos rapaces? Y, sin embargo, ellos alaban y predican a Cristo el Señor.
Estos, pues, son sin duda de quienes dice él: Vestidos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis 197. La piel de oveja está en las alabanzas de Cristo; el fruto del lobo, en los dientes maldicientes .
Traditores-herejes
LXXIV. 165. Petiliano: "¡Desgraciados traditores! Fue ciertamente conveniente que se cumpliera la Escritura; pero lamento en vosotros que hayáis merecido desempeñar el papel de la malicia".
166. Agustín: Mejor podría ser yo el que dijera: "¡Oh desgraciados traditores!", si me agradara; más aún, si me aconsejara la justicia echaros en cara a todos vosotros las acciones de los vuestros. Conviniéndoos a todos vosotros las palabras: "¡oh desgraciados herejes!"; ya puedo yo decir las restantes tuyas. En verdad está escrito: Conviene que haya también herejías, para que se ponga de manifiesto quiénes son de probada virtud entre vosotros 198. Fue preciso, pues, que se cumpliera la Escritura, pero lamento en vosotros que hayáis merecido desempeñar el papel de la malicia.
Palabras y costumbres
LXXV. 167. Petiliano: "A nosotros nos encargó el Señor Cristo la paciencia sencilla y la inocencia frente a vuestras fierezas. ¿Qué es lo que dice? Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado, y también: En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" 199.
168. Agustín: Si no hicierais aflorar en la superficie de vuestro discurso esas palabras tan ajenas a vuestras costumbres, ¿cómo podríais encubriros con la piel de oveja?
Imitadores de Pablo
LXXVI. 169. Petiliano: "El mismo apóstol Pablo se vio obligado a soportar grandes persecuciones ocasionadas por todos los pueblos, pero hubo de soportarlas más duras de parte de los falsos hermanos, como atestigua él de sí mismo, atormentado frecuentemente por los peligros procedentes de los gentiles, de los de su raza, de los falsos hermanos; y concluye: sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo 200. Así es que cuando nos atacáis como falsos hermanos que sois, imitamos bajo estos peligros vuestros la paciencia del maestro Pablo".
170. Agustín: Sin duda, éstos son los falsos hermanos de que en otro lugar se queja así, proclamando la auténtica sinceridad de Timoteo: Pues a nadie tengo de tan iguales sentimientos que se preocupe sinceramente de vuestros intereses, ya que todos buscan sus propios intereses y no los de Cristo 201. Ciertamente hablaba de aquellos que estaban con él precisamente cuando escribía la carta; ya que no todos los cristianos en cualquier parte buscaban sus intereses, no los de Cristo. Sin duda, como dije, lamentaba estas cosas refiriéndose a los que tenía consigo cuando escribía esto. ¿A qué otros alude al decir en otra parte: Por fuera, luchas; por dentro, temores 202, sino a aquellos a quienes tanto más temía cuanto más dentro estaban? Por tanto, si quisieras imitar a Pablo, soportarías a los falsos hermanos dentro, no calumniarías a los inocentes fuera.
Fe y caridad
LXXVII. 171. Petiliano: "En efecto, ¿qué fe hay en vosotros si no tiene caridad? El mismo Pablo dice: Aunque hablara las lenguas de los hombres y tuviera la ciencia de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha" 203.
172. Agustín: Esto es lo que dije poco ha: que tú querías encubrirte con piel de oveja, a fin de que, si es posible, sienta tus mordiscos la oveja antes de presentir tu venida. ¿No es este elogio de la caridad el que suele rebatir vuestra calumnia con una claridad meridiana? ¿Acaso dejarán de ser nuestras estas armas, porque vosotros intentáis tomarlas de antemano? Bien vivos son estos dardos: de dondequiera sean lanzados, saben bien a quién herir. Si los lanzamos nosotros, se os clavarán en vosotros; si los lanzáis vosotros, se tornarán contra vosotros. Pues recomendándonoslo estas palabras del Apóstol, solemos recordaros a vosotros la eminencia de la caridad, cómo nada aprovecha a los hombres, aunque tengan los sacramentos y la fe, si no tienen caridad, de suerte que cuando venís a la unidad católica, comprendáis qué es lo que se os da y cuánto es lo que os falta, pues la caridad cristiana no puede conservarse sino en la unidad de la Iglesia, y así podáis ver que sin ella no sois nada, aunque tengáis el bautismo y la fe, y mediante ella podáis trasladar los montes.
Si éste es también vuestro parecer, no rechacemos y expulsemos de nosotros ya los sacramentos de Dios que conocemos, ya la misma fe; antes bien, mantegamos la caridad, sin la cual ni con los sacramentos ni con la fe somos nada. Pero mantenemos la caridad si abrazamos la unidad, y abrazamos la unidad si no la configuramos conforme a nuestro partido con nuestras palabras, sino que la reconocemos en la unidad por las palabras de Cristo.
1Co 13, 4-8
LXXVIII. 173. Petiliano: "Aún dice más: La caridad es longánime, es benigna; la caridad no es envidiosa, no obra torcidamente, no se engríe, no es descortés; no busca el interés suyo -vosotros, en cambio, buscáis los bienes ajenos-; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad; todo lo tolera, todo lo soporta. La caridad no decae jamás 204. Esto quiere decir, en pocas palabras: la caridad no persigue, no excita a los emperadores contra la vida de los demás, no saquea los bienes ajenos, ni llega a matar a los hombres que ha despojado".
174. Agustín: ¿Cuántas veces te lo voy a decir? Si no demostráis estas cosas, no afectan a nadie, y si las demostráis, no nos afectan a nosotros, como no os afectan a vosotros las que cometen a diario los vuestros mediante los crímenes de los presos de locura, las lujurias de los vinolentos, la ceguera de los suicidas, la tiranía de los salteadores. ¿Quién no ve ser verdad esto que digo? Y si ahora hubiera en ti caridad, ella se complacería en la unidad.
¡Con qué elegancia se utilizan con piel de oveja las palabras: Todo lo tolera. Todo lo soporta! 205 Pero cuando se llega al examen, no pueden encubrirse los dientes del lobo. En virtud de lo que se dijo: Soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz 206, la caridad, aunque conociese algunos males dentro, te forzaría no a consentir en ellos, sino a soportarlos si no pudieras impedirlos, a fin de no desgajar al presente de la sociedad de los buenos el vínculo de la paz, por querer separar a los malos que serán separados en la última bielda.
Lanzado fuera por el viento de la ligereza, echas en cara al trigo el crimen de la paja, y lo que inventas de los malos, afirmas que, debido al contagio, tiene fuerza aun en los buenos, y habiendo dicho el Señor: El campo es el mundo, la siega es el fin del mundo 207, y antes, refiriéndose a la cizaña: Dejad que ambos crezcan hasta la siega 208, tú te afanas con tus palabras por hacer creer que el trigo ha desaparecido de todo el campo y queda reducido a la pequeñísima porción vuestra, intentando así dejar a Cristo por mentiroso y quedando tú por veraz. Ciertamente hablas contra tu conciencia. Nadie en verdad, admirando un poco el Evangelio, tiene la osadía de decir en su espíritu que no existen cristianos extendidos por todas las naciones, en las cuales casi a una voz se responde "amén" y se canta el aleluya. Y sin embargo, para no dejar como mentiroso al partido de Donato, que no está en comunión con el orbe de la tierra, si algún ángel, que fuera capaz de ver el orbe entero, te dijera desde el cielo que fuera de vuestra comunión en parte alguna había inocentes y buenos, a buen seguro que te alegrarías de la iniquidad del linaje humano y te gloriarías de haber dicho esas verdades aun antes de reconocerlas. ¿Cómo puede estar en ti la caridad que no se alegra de la iniquidad?
Pero no trates de engañarte: existe a través del campo, que es el mundo, trigo del Señor creciendo hasta el fin de los tiempos. Así lo dijo Cristo, y Cristo es la verdad. Haya en ti caridad, y alégrese con la verdad. Si un ángel, aun desde el cielo, evangelizara contra el Evangelio, sea anatema.
No toda persecución es mala
LXXIX. 175. Petiliano: "Finalmente, ¿qué motivo hay para la persecución? Os pregunto a vosotros, desgraciados, por si llegáis a pensar que hacéis el mal con la autoridad de la ley".
176. Agustín: Quien peca, no peca con la autoridad de la ley, sino contra ella. Pero ya que preguntas por el motivo de la persecución, a mi vez te pregunto yo de quién es la voz que dice en el salmo: Al que infama a su prójimo en secreto, yo le perseguía 209. Busca, pues, la causa o el modo de la persecución, y no reprendas con tal ignorancia globalmente a los perseguidores de los malos.
Lc 9, 49-50: Valor del bautismo fuera de la Iglesia
LXXX. 177. Petiliano: "Por el contrario, yo respondo que Jesucristo no persiguió a nadie. Sucedió que algunas sectas no les placían a los apóstoles y se lo sugerían a él mismo -él había venido a predicar la fe no forzando, sino invitando a los hombres-. Al decirle entonces ellos: Muchos imponen las manos en tu nombre y no están con nosotros, les respondió Jesús: Dejadlos; si no están contra vosotros, están con vosotros".
178. Agustín: ¿Por qué no dices que vas a proferir libremente de tu cosecha muchos extremos que no se encuentran en las Escrituras? Si pretendieras aducir testimonios sacados de las mismas Escrituras, ¿admitirías por ventura los que no encuentras allí? Pero en vuestro poder está proferir tantas mentiras como proferís. En efecto, ¿dónde está escrito lo que has citado, o cuándo le sugirieron aquello al Señor o dio el Señor aquella respuesta? Nunca le dijo al Hijo de Dios discípulo alguno: "Muchos imponen las manos en tu nombre y no están con nosotros". Y así, tampoco pudo él responderles: "Dejadlos; si no están contra vosotros, están con vosotros".
Sí que existe en el Evangelio cierta sugerencia semejante hecha al Señor sobre cierto individuo que arrojaba en su nombre los demonios y que no le seguía con los discípulos, y el Señor les dijo: No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está con vosotros 210. Pero esto no tiene relación alguna con la proposición de las sectas que parece haber dejado pasar el Señor. Si a ti te engañó cierta semejanza de expresión, no hay mentira en lo que dices, es un error humano. Ahora bien, si tratas de insinuar las nieblas de la falsedad en los ignorantes de las santas Escrituras, bien debes sentir el dolor, sentirte confundido, enmendarte.
Pero hay algo que tratar sobre esa sugerencia que se hizo al Señor. En efecto, como entonces, aun fuera de la comunión con los discípulos, tenía un poder tan grande la santidad del nombre de Cristo, de la misma manera tiene valor la santidad del sacramento fuera de la comunión de la Iglesia; pues no se da el bautismo sino en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. ¿Quién puede haber tan demente que afirme que incluso fuera de la comunión de la Iglesia tiene fuerza el nombre del Hijo y, en cambio, no la tiene ni el del Padre ni el del Espíritu Santo, o que tiene poder en la curación del hombre y no lo tiene en dar el bautismo?
Pero claramente fuera de la comunión de la Iglesia y del vínculo santísimo de la unidad y el don supereminente de la caridad, ni el hombre librado del demonio ni el bautizado consiguen la vida eterna, así como no la consiguen quienes por la comunión de los sacramentos parece que están dentro y por la iniquidad de sus costumbres se ve que están fuera. Por otra parte, ya hemos dicho antes que Cristo persiguió corporalmente a quienes arrojó del templo a latigazos.
Flp 1, 18 condena la repetición del bautismo
LXXXI. 179. Petiliano: "Pero el apóstol San Pablo dice esto: De cualquier manera que Cristo sea anunciado" 211.
180. Agustín: Hablas contra ti; pero como hablas en pro de la verdad, si la amas, te favorecerá a ti lo que dices. Yo te pregunto: ¿De quién decía esto el apóstol Pablo? Pasémoslo en ligera revista si te place: Algunos predican a Cristo por envidia y rivalidad; mas hay también otros que lo hacen con buena intención; algunos, con amor, conscientes de que yo estoy puesto para defender el Evangelio; otros, por obstinación, no con puras intenciones, creyendo que aumentan la tribulación de mis cadenas. Pero ¿y qué? Al fin y al cabo, hipócrita o sinceramente, Cristo es anunciado, y esto me alegra y seguirá alegrándome 212.
Vemos que éstos han anunciado una doctrina santa, casta y verdadera, aunque no lo han hecho con limpia intención, sino por envidia y emulación, sin caridad, sin limpieza de corazón. Poco antes, ciertamente, parece entonabas contra nosotros los elogios de la caridad según el testimonio del Apóstol, diciendo que donde no hay caridad, nada aprovecha lo que haya: mira cómo en éstos no hay caridad, y, sin embargo, existía la predicación de Cristo, de la cual dice el Apóstol que se alegra. Y no vamos a decir que se alegra del mal de aquéllos, sino del bien del nombre de Cristo. Claro, en él existía la caridad, que no se alegra de la iniquidad, sino que se regocija con la verdad; naturalmente, la envidia que había en ellos es un mal diabólico; por ésta cayó él y arrastró a los otros.
Por consiguiente, estos tan malos, a los que así acusa el Apóstol, en quienes había ese bien tan grande de que se alegra, ¿dónde estaban: dentro o fuera? Escoge lo que quieras: si dentro, ya los conocía Pablo, y, sin embargo, no le mancillaban; tampoco os mancillarían a vosotros en la unidad las verdades que decís o falsedades que inventáis sobre no sé quién. ¿Por qué, pues, os habéis separado; por qué habéis perecido por el sacrilegio del cisma malvado?
Y si estaban fuera, nótese que está la santidad del nombre de Cristo entre los que están fuera y no pueden pertenecer a la vida eterna porque no tienen la caridad ni mantienen la unidad; y, sin embargo, el Apóstol, aunque los detesta, confirma con gozo su predicación por la santidad del mismo nombre. Y así, con razón, no causamos agravio al mismo nombre, cuando vienen a nosotros los que estaban fuera, sino que los corregimos y honramos aquel nombre. Así, pues, pensad vosotros con qué impiedad expulsáis, en aquellos cuyos hechos parece acusáis, aun el sacramento del nombre de Cristo que permanece santo en ellos.
Tú por tu parte, ciertamente, como lo indican tus palabras, consideras que han estado fuera de la Iglesia estos que conmemoró el Apóstol. Así, cuando temes sufrir persecución de parte de los católicos, al hablar sobre la cual nos presentas a nosotros como enojosos, has confirmado que en los herejes se halla el nombre de Cristo, al cual ultrajas repitiendo el bautismo.
¿Manchar o sanar?
LXXXII. 181. Petiliano: "Por consiguiente, si tal autoridad de la fe no se ha opuesto a nadie, ¿por qué motivo persigues tú a los hombres, de suerte que los fuerzas a mancillarse?"
182. Agustín: Ni perseguimos nosotros, a no ser como persigue la verdad a la falsedad , ni nos afecta a nosotros si alguno os ha perseguido a vosotros de otra manera, lo mismo que no os afecta a vosotros lo que de manera semejante hacen los vuestros; no os forzamos a mancillaros, sino que os aconsejamos la curación.
Coacción religiosa
LXXXIII. 183. Petiliano: "Si hubiera estado permitido servirse de la coacción legal, aunque fuera para el bien, nosotros debíamos haberos forzado a vosotros, miserables, a una fe purísima. Pero lejos, lejos de nuestra conciencia el forzar a alguien a abrazar nuestra fe".
184. Agustín: A nadie se debe obligar a abrazar la fe contra su voluntad; pero la severidad y aun la misericordia del Señor suele castigar la perfidia con el flagelo de la tribulación. Pues qué, si las óptimas costumbres son elección de la libre voluntad, ¿no se han de castigar las malas en plena legalidad? Pero la disciplina que castiga el mal vivir no tiene su momento mas que cuando se posterga la doctrina precedente del vivir bien. Por consiguiente, si se han establecido leyes contra vosotros, no es para forzaros a obrar bien, sino para prohibiros obrar mal. El bien nadie puede hacerlo sin elegir, sin amar, lo que está al alcance de la buena voluntad; en cambio, el temor de las penas, aun sin el deleite de la buena conciencia, al menos refrena el mal deseo dentro de los muros del pensamiento.
Pero ¿quién ha establecido esas leyes que reprimen vuestra audacia? ¿No son aquellos de quienes dice el Apóstol que no llevan sin motivo la espada? Son realmente ministros de Dios que toman venganza del que obra mal. Toda la cuestión, pues, se cifra en ver si no obráis mal vosotros, a quienes reprocha el orbe entero el sacrilegio de cisma tan grave. Vosotros, pasando por alto la discusión de esta cuestión, habláis de cosas vanas, y llevando una vida de bandidos, os jactáis de morir como mártires. Y como teméis las mismas leyes o la odiosidad, o estáis incapacitados para resistir, no digo frente a tantos hombres, sino frente a tantas naciones católicas, os gloriáis de vuestra mansedumbre, ya que decís no forzáis a nadie a entrar en vuestro partido. Así, ni más ni menos, el milano, no pudiendo por miedo arrebatar los polluelos, se da el nombre de palomo. ¿Cuándo pudisteis y no lo hicisteis? Por eso habéis demostrado cuánto más haríais si pudierais.
Cuando Juliano, aborreciendo la paz de Cristo, os devolvió las basílicas de la unidad, ¿quién puede recordar los estragos que cometisteis, cuando los mismos demonios abrieron sus propios templos y saltaban de gozo con vosotros? ¿Qué no tuvo que sufrir de parte vuestra Rogato Mauro en la guerra de Firmo?: ¿Que se lo pregunten a la misma Mauritania Cesariense. En tiempo de Gildón, siendo un colega vuestro su amigo muy íntimo, bien saben los maximianistas lo que tuvieron que experimentar . El mismo Feliciano, al presente uno de los vuestros, si se le pudiera exigir con juramento si no le había forzado contra su voluntad Optato a tornar a vuestra comunión, no se atrevería a mover los labios, sobre todo si se hallase cara a cara frente al pueblo de Musti, que fue testigo de los hechos.
Pero éstos, como dije, deben saber muy bien lo que tuvieron que sufrir de parte de aquellos con los cuales tan mal trato dieron a Rogato; la misma Iglesia católica, fortalecida por los príncipes católicos que gobiernan, ha sido atacada por mar y tierra con atroz hostilidad por las turbas armadas de Donato. Esta persecución obligó entonces por vez primera a alegar contra vosotros ante el vicario Serno aquella ley de diez libras de oro que hasta ahora no ha pagado ninguno de vosotros, y todavía nos acusáis de crueldad. ¿Qué cosa puede haber más benigna que el que semejantes crímenes vuestros resulten penados con la sola supresión de los perjuicios?
Por otra parte, ¿quién podrá descubrir todos los desmanes que cada uno de vosotros ha cometido con propia autoridad en vuestros lugares, sin amparo alguno de los jueces u otras potestades? ¿Quién de nosotros no ha sabido algo por sus antepasados o no lo ha experimentado en sus comunidades? ¿Acaso en Hipona, donde yo estoy, faltan quienes recuerdan que vuestro Faustino ordenó en el tiempo de su mandato, como había allí pocos católicos, que nadie cociera pan para ellos? Y llegó a tal extremo, que un panadero, inquilino de uno de nuestros diáconos, arrojó el pan sin cocer de su dueño, y sin estar condenado por ley alguna de destierro, le negó todo trato, no sólo en una ciudad romana, sino también en su patria y hasta en su propia casa. Y ¿qué decir de algo tan reciente que todavía lo estoy lamentando? ¿Acaso vuestro Crispín de Calama, habiendo comprado una posesión, y además como enfitéutica, en un dominio de los emperadores católicos, cuyas leyes no os permiten ni existir en las ciudades, en un ataque de furor no dudó en sumergir en las aguas, para rebautizarlas, a unas ochenta personas que se desataban en miserables gemidos? ¿Por qué, sino por hechos como éstos, habéis obligado a que se den esas leyes de que tanto os quejáis y que, aunque sí de cierta importancia, son muy inferiores a lo que merecéis? ¿Acaso las violentas excursiones de vuestros circunceliones, que combaten en bandas furiosas bajo vuestras órdenes, no nos expulsarían por todas partes de los campos si no os tuviéramos como rehenes en las ciudades, ya que no queréis soportar en modo alguno, si no por temor, al menos por pudor, las mismas miradas del pueblo y la reprensión de los hombres de bien?
No digas, pues: "Lejos, lejos de nuestra conciencia forzar a alguno a abrazar nuestra fe". Lo hacéis donde podéis; y donde no lo hacéis es porque no podéis, ya por el temor de las leyes o de la odiosidad, ya por la multitud de los que se os oponen.
Libre albedrío y atracción de Dios
LXXXIV. 185. Petiliano: "Dijo Cristo el Señor: Nadie puede venir a mí sino aquel a quien el Padre lo atrae 213. ¿Por qué no permitís vosotros a cada uno seguir su libre voluntad, puesto que el mismo Señor Dios ha dado a los hombres esa voluntad libre, mostrando a la vez, eso sí, el camino de la justicia, a fin de que nadie se pierda por ignorancia? Dice en efecto: Te he puesto delante el bien y el mal; te he puesto delante fuego y agua: elige lo que te plazca. En virtud de ese albedrío, vosotros, miserables, habéis elegido no el agua, sino más bien el fuego. Y añade: Escoge el bien, para que vivas. Tú que no quieres elegir el bien, te has condenado a rehusar la vida".
186. Agustín: Si te propongo la cuestión de cómo Dios Padre atrae a su Hijo a los hombres a quienes dejó con el libre albedrío, quizá tuvieras gran dificultad en resolverla. ¿Cómo atrae, si permite que cada uno elija lo que quiera? Y, sin embargo, son verdaderos ambos extremos, pero son pocos los que pueden penetrar esto con la inteligencia .
Como puede suceder que el Padre atraiga al Hijo a los que dejó con el libre albedrío, así puede suceder también que las amonestaciones impuestas por las restricciones de la ley no eliminen el libre albedrío. En efecto, cuanto de áspero y molesto soporta el hombre, le sirve de amonestación para que piense por qué lo sufre, de suerte que si ve que lo soporta por la justicia, elija como un bien el soportar por la justicia tales cosas; y si viere que el motivo de tolerarlo es la iniquidad, considerando que se afana y atormenta tan sin fruto, encarrile a mejor camino su voluntad, para verse a la vez libre de una molestia estéril y de la misma iniquidad que le ha de causar daños mucho más graves y perniciosos.
En cuanto a vosotros, cuando los reyes toman algunas medidas contra vosotros, pensad que es una amonestación a pensar por qué sufrís esto. Si lo sufrís por la justicia, en verdad que ellos son perseguidores vuestros; vosotros, en cambio, sois bienaventurados, porque al sufrir persecución por la justicia poseeréis el reino de los cielos; pero si lo sufrís por la iniquidad de vuestro cisma, en este caso, ¿qué son aquéllos sino vuestros correctores, y vosotros, en cambio, como el resto de los reos de diversos crímenes que soportan las penas de la ley, unos plenamente desgraciados en este mundo y en el otro? Nadie, pues, os priva del libre albedrío, pero debéis considerar con diligencia qué elección vais a tomar: corregiros y vivir en paz, o perseverando en la malicia, soportar auténticos suplicios bajo el nombre de un falso martirio. De este modo se os puede hablar ya como a quien sufre injustamente por la justicia, ya como quien sufre merecidamente por la iniquidad, pues que habéis cometido tantas iniquidades y campáis con tal impunidad y tan furiosos, que con vuestro grito de "alabanzas a Dios" aterrorizáis más que con una trompeta de guerra, y tan calumniosos además, que llegáis a imputar a nuestras persecuciones los suicidios espontáneos de los vuestros.
187. Dices también, con un tono de amabilísimo preceptor: "Tú, que no quieres elegir el bien, te has condenado a rehusar la vida". Por consiguiente, si creyéramos vuestras acusaciones, viviríamos bien; como creemos en las promesas de Dios, nos condenamos a rehusar la vida. Recordáis bien, como pienso, qué es lo que dijeron los apóstoles a los judíos cuando les prohibieron predicar a Cristo: esto mismo decimos nosotros, que nos contestéis a quién hay que obedecer, si a Dios o a los hombres. "Traditores, quemadores de incienso, perseguidores", son palabras de hombres contra hombres. "Cristo quedó solamente en la parte de Donato", son palabras de hombres que ensalzan la gloria del hombre bajo el nombre de Cristo para disminuir la gloria de Cristo. Pues está escrito: Pueblo numeroso, gloria del rey; pueblo escaso, ruina del príncipe 214. Esas son, pues, palabras de hombres. En cambio, aquellas del Evangelio: Era preciso que Cristo padeciera y resucitara al tercer día y que se predicara en su nombre la conversión y el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén 215, son palabras de Cristo, que encarece la gloria que recibió del Padre en la extensión de su reino. Oídas las palabras de uno y otro, preferimos la comunión de la Iglesia, y anteponemos las palabras de Cristo a las de los hombres. Pregunto yo: ¿quién puede decirnos que hemos elegido mal sino quien diga que Cristo enseñó mal?
Quién es cismático
LXXXV. 188. Petiliano: "Ordenó acaso Dios que se llevara a la muerte a los cismáticos? Si ciertamente lo ordenara, sois vosotros los que deberíais ser matados, pero por algunos escitas y bárbaros, no por cristianos".
189. Agustín: Que vuestros circunceliones estén en paz; no pretendas aterrorizarnos con los bárbaros. Ahora bien, si somos nosotros los cismáticos o vosotros, que no nos lo pregunten ni a mí ni a ti, sino a Cristo, para que él nos diga cuál es su Iglesia. Lee, pues, el Evangelio, y te responde: En Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra 216. Así que a quien no se encuentre en la Iglesia, no se le pregunte, sino que o se convierte tras corregirse, o no se queje cuando se le castigue.
Asesinos como Caín
LXXXVI. 190. Petiliano: "El Señor Dios jamás se ha complacido en la sangre humana, y así quiso que Caín, asesino de su hermano Abel, permaneciera en vida como verdugo".
191. Agustín: Si el Señor no quiso que se diera muerte al asesino de su hermano, sino que prefirió dejarlo en vida como verdugo, mira no signifique esto que, estando el corazón del rey en manos de Dios, quien por él estableció muchas veces para amonestaros y corregiros vosotros, sin embargo ninguna ordenó que vosotros fuerais conducidos a la muerte, quizá con la intención de que cuantos de vosotros persisten en el ambiente pertinaz de sacrílego furor, sean castigados con el suplicio del parricida Caín: una vida de verdugo.
En efecto, leemos que muchos fueron privados de la vida por compasión por Moisés, el siervo de Dios. En efecto, en su plegaria por el sacrilegio impío rogó de esta manera al Señor: Si te dignas perdonar su pecado, perdónalo; si no, bórrame de tu libro 217. Ahí bien claro queda su inefable caridad y misericordia. ¿Se tomó acaso de súbito cruel cuando, al descender de la montaña, mandó matar a tantos miles? Por consiguiente, considerad no sea debido a una cólera de Dios más terrible el que, después de tantas leyes dadas contra vosotros, no os haya hecho morir ningún emperador.
¿O pensáis que vosotros no debéis ser comparados con el fratricida? Escuchad al Señor, que dice por el profeta: Desde donde sale el sol hasta donde se pone, mi nombre ha sido glorificado en las naciones, y en todo lugar se ofrece incienso y una oblación pura a mi nombre. Grande es mi nombre en las naciones, dice el Señor todopoderoso 218. Con vuestras calumnias demostráis que tenéis envidia a este sacrificio de vuestros hermanos, sobre el cual Dios se complace, y si alguna vez oís que desde la salida del sol hasta el ocaso es alabado el nombre del Señor, que es el sacrificio vivo del cual se dijo: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza 219, se abatirá tu semblante como el del homicida. Pero como no podéis destruir a todo el orbe, os hace reos el mismo odio, según dice Juan: Todo el que aborrece a su hermano es un homicida 220. Y ¡ojalá que el inocente hermano caiga bajo las armas de vuestros circunceliones para acabar en la muerte, antes que en el poder de vuestra lengua para ser rebautizado!
Cristo prefirió morir a matar
LXXXVII. 192. Petiliano: "Os exhortamos, pues, si os dignáis oírnos de buen grado; y si no lo aceptáis así, os amonestamos: Jesucristo el Señor estableció para los cristianos no una forma de matar, sino de morir. Pues si él amara a los que se resisten tanto a morir, no hubiera querido recibir la muerte por nosotros".
193. Agustín: ¡Ojalá vuestros mártires siguieran su ejemplo! No se precipitarían, como no lo hizo él cuando se lo sugirió el diablo. Y vosotros, cuando perseguís con falso testimonio a los nuestros, incluso ya difuntos, ¿de quién tomasteis este ejemplo? Al intentar deshonrarnos con las acusaciones de desconocidos, sin querer que os dañen a vosotros las malas acciones, tan conocidas de los vuestros, ¿de dónde recibisteis este modelo? Pero me parece demasiada soberbia enojarnos de lo que decís sobre nosotros cuando vemos que levantáis falso testimonio contra el mismo Señor, ya que prometió y cumplió que su Iglesia se extendería por todas las naciones, y vosotros le contradecís.
Este ejemplo no lo habéis recibido ni siquiera de los mismos judíos, sus perseguidores: ellos persiguieron la carne de Cristo, que caminaba por la tierra; vosotros perseguís el Evangelio del que está sentado en el cielo. Este Evangelio soportó las llamas de los reyes crueles con más tranquilidad que aguanta vuestras lenguas; pues con los incendios de aquéllos se mantuvo la unidad, unidad que no pudo permanecer al hablar vosotros. Los que deseaban fueran abolidas las palabras del Señor por el fuego, no creían que pudieran ser leídas y menospreciadas. A buen seguro que ellos no hubieran empleado sus llamas contra el Evangelio si vosotros les hubierais prometido vuestras lenguas contra el mismo. En aquella persecución unos buscaban furiosos el Evangelio de Cristo, otros lo entregaban por miedo; unos arrebatándolo lo quemaban, otros lo escondían por amor; lo atacaban sin oposición alguna. Pasada la persecución de los paganos, os reservasteis el modo más cruel de persecución: los que perseguían el nombre de Cristo, no creían en Cristo; los que tienen el honor de llevar el nombre de Cristo, contradicen a Cristo.
Quien se sirve de la espada, a espada morirá
LXXXVIII. 194. Petiliano: "Aquí tenéis la prueba más concluyente de que al cristiano no le está permitido tomar parte en la muerte del prójimo. Pedro es el que nos suministra las primeras pruebas de esta materia, como está escrito: Pedro hirió la oreja de un criado del jefe de los judíos y se la cortó. Jesús le dijo: Pedro, vuelve tu espada a la vaina. Quien toma la espada, a espada morirá".
195. Agustín: ¿Por qué no usáis esas palabras para atajar las armas de los circunceliones? ¿Pensáis que excedéis los límites del Evangelio si dijerais: "Quien se sirve del látigo, por el látigo morirá". Perdonadme, pues: nuestros antepasados pudieron impedir la acción de los que precipitaron a Márculo, acto del que vosotros os quejáis. Pero tampoco está escrito en el Evangelio: "El que envía al precipicio a otro, morirá él mismo en el precipicio". Y ¡ojalá que como esos hechos o son falsos o han pasado ya, así dejen ya de existir los garrotes de éstos!
Aunque quizá os enojéis porque nosotros les quitamos las armas a vuestras bandas, si no con leyes, sí con palabras, ya que afirmamos que ellos hacen estragos con solos los garrotes. Es verdad que tal fue su antiguo modo de ejercer su milicia, pero al presente han progresado demasiado. Pues en sus bacanales con mujeres solteras, tomándose desenfrenada licencia de juntarse, vagabundear, jugar, beber, pernoctar, han aprendido no sólo a cimbrear sus estacas, sino también a blandir la espada y manejar la honda. Y por qué no decirles -Dios sabe con qué espíritu lo digo y cómo lo van a recibir ellos-: "Insensatos, la espada de Pedro, aunque con cierto movimiento humano del espíritu, fue desenvainada contra el cuerpo del perseguidor para defender el cuerpo de Cristo; en cambio, vuestras armas están distribuidas entre vosotros contra Cristo, cuyo Cuerpo, que le tiene a él por cabeza, esto es, su Iglesia, se encuentra entre todas las naciones. Ya lo dijo él mismo al ascender al cielo, adonde no pudo seguirle el furor de los judíos, y en cambio vuestro furor ataca a los miembros en el cuerpo que él recomendó en la ascensión.
En favor de estos miembros se enardecen contra vosotros y os resisten cuantos católicos de fe joven tienen el mismo espíritu que animaba a Pedro cuando desenvainó la espada por el nombre de Cristo. Pero hay una gran diferencia entre vuestra persecución y la de éstos. Vosotros os parecéis al siervo del sacerdote de los judíos, porque sirviendo a vuestros jefes os armáis contra la Iglesia católica, esto es, contra el Cuerpo de Cristo; y ellos se parecen a Pedro, al luchar aun corporalmente por el Cuerpo de Cristo, esto es, por su Iglesia. Si a éstos se les dice que estén en paz, como se le dijo entonces a Pedro, ¡cuánto más se debe exigir a vosotros que depongáis el furor herético y os asociéis a aquellos miembros en favor de los cuales luchan ellos así! Pero he aquí que ellos os hirieron y vosotros nos habéis odiado aun a nosotros, y como si hubierais perdido el oído derecho, no escucháis a Cristo sentado a la derecha del Padre.
Pero ¿a quién puedo hablar o cuándo les hablaré, si no se encuentra ni una hora desde la mañana en que no estén eructando vino, ebrios ya o aún? Más todavía, amenazan, no sólo ellos, sino también sus obispos, dispuestos a negar que les afecta a ellos lo que hicieron. Que el Señor nos conceda el cántico de los grados para poder decir: Con los que odiaban la paz, yo era hombre de paz; cuando les hallaba me combatían sin razón 221. Esto es lo que dice el Cuerpo de Cristo, que por toda la tierra atacan los herejes, unos aquí, otros allí, y todos los demás dondequiera se encuentran.
Si el grano de trigo no muere
LXXXIX. 196. Petiliano: "Por consiguiente, digo yo, Cristo ordenó que había que sufrir la muerte por la fe antes que causarla a nadie por motivo de su comunión. El cristianismo, en efecto, progresa con esas muertes; pues nadie viviría con tal fidelidad si los fieles temieran la muerte. Dice el Señor: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" 222.
197. Agustín: Quisiera saber quién fue el primero de vuestro partido que se arrojó al precipicio desde lo alto. Indudablemente, aquél fue un grano muy fértil, de donde pululó la cosecha tan grande de cadáveres de los que se arrojaron. Sin duda, al recordar las palabras del Señor, en que se llamó a sí mismo grano que había de morir y dar mucho fruto, ¿por qué sentís aversión hacia el mismo fruto, que se ha extendido con tal feracidad por todo el mundo, y le reprocháis las culpas de la cizaña o de la paja, que habéis oído o habéis inventado vosotros?
El trigo y la cizaña
XC. 198. Petiliano: "Vosotros esparcís no semilla, sino espinas y cizaña, con las cuales es justo seáis quemados en el último juicio. No maldecimos nosotros, sino que toda conciencia espinosa está sujeta así por la sentencia de Dios".
199. Agustín: Menos mal que al menos con el recuerdo de la cizaña te viene a las mientes el trigo, ya que a una y a otro se ordenó crecer por el campo hasta la cosecha. Pero vosotros fijáis agudamente en la cizaña el ojo de vuestra malevolencia, y, contra la sentencia de Cristo, pretendéis que sólo la cizaña ha crecido por el orbe de la tierra, a excepción de África.
Si te dan una bofetada...
XCI. 200. Petiliano: "Dónde quedan las palabras de Cristo el Señor: Si te dan una bofetada, presenta la otra mejilla? 223 ¿Dónde queda el hecho de que soportó salivazos en su rostro quien con su saliva santísima abrió los ojos al ciego? ¿Dónde lo que dice el apóstol Pablo: Si alguien os abofetea, o aquello otro: En golpes, con exceso; en peligro de muerte, muchas veces; en la cárcel, más veces aún? 224 Pablo recuerda lo que soportó, no lo que hizo. Bastaba a la fe cristiana que los judíos hicieran estas cosas; ¿por qué vosotros, miserables, las realizáis?"
201. Agustín: ¿Es verdad que vosotros, cuando recibís una bofetada, presentáis la otra mejilla? No es ésta la fama que os han conquistado vuestras furiosas bandas que vagabundean por toda el África con desatada desvergüenza. ¡Ojalá se pudiera concertar con vosotros el pacto de que exigierais, al estilo de la antigua Ley, sólo ojo por ojo, diente por diente, y no alzarais los garrotes por sólo oír unas palabras!
El apoyo del poder civil
XCII. 202. Petiliano: "Qué tenéis que ver vosotros con los reyes de este mundo, a quienes la cristiandad siempre tuvo como enemigos? Lo diré en pocas palabras: Un rey persiguió a los hermanos Macabeos; otro rey, rey sacrílego, condenó también a los tres niños a las llamas por una religión que él no conoció; un rey anduvo buscando la vida del Salvador cuando era niño; un rey arrojó al justísimo Daniel a las dentelladas que él pensaba salvajes, y un juez malvado de un rey condenó a muerte al mismo Cristo el Señor.
Por eso exclama el Apóstol: Hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, que se desvanece, sino que hablamos una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo, pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la majestad 225. Todo esto se refiere a los reyes paganos.
Y vosotros no dejáis ser cristianos a los emperadores de este mundo, pues ellos lo desean; creyendo de buena fe, con el engaño nebuloso de vuestra mentira, los conducís derechamente a vuestra iniquidad, de suerte que, preparadas las armas contra los enemigos del Estado, se lancen contra los cristianos y piensen que, siguiendo vuestros consejos, hacen un servicio a Dios si nos matan a nosotros, a quienes vosotros odiáis, según dice el Señor Jesucristo: Llegará la hora en que todo el que os mate piensa que da culto a Dios 226.
Por consiguiente, a vosotros, que tan mal enseñáis, poco os importa si los reyes del orbe desean ser paganos, lo que Dios no permita, o cristianos. ¿No sabéis vosotros, o mejor, no lo habéis leído, que en una muerte es más grave el crimen del que aconseja que el del que la ejecuta? Jezabel había estimulado al rey su esposo a dar muerte a un hombre justo y pobre; sin embargo, ambos, marido y mujer, murieron con igual suplicio. Vosotros empujáis a los reyes al igual que tantas veces la sutil persuasión de una mujer los empujó a la culpa. Ahí tenéis a la mujer de Herodes, que por medio de la hija consiguió y obtuvo que le trajeran a la mesa, en un plato, la cabeza de Juan. Los judíos forzaron a Poncio Pilato a clavar en la cruz a Cristo el Señor, cuya sangre vengadora quisieron quedara siempre sobre ellos y los suyos. Así vosotros, en vuestro pecado, os sentís cubiertos con nuestra sangre. En efecto, aunque sea el juez el que condena, han sido más bien vuestras calumnias las que nos hirieron. Así dice el profeta David en el nombre del Señor Cristo: ¿Para qué se agitan las naciones en tumulto, y los pueblos en proyectos vanos? Se yerguen los reyes de la tierra, los caudillos conspiran contra el Señor y su Ungido: ¡Rompamos sus coyundas, sacudámonos su yugo! Aquel que se asienta en los cielos se burlará de ellos, el Señor se mofará. Luego les hablará en su cólera, en su furor los aterrará. Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sión su monte santo, publicando su decreto. El Señor me ha dicho: "Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra. Los gobernarás con cetro de hierro, como a vaso de alfarero los despedazarás" 227.
Con estos preceptos amonestó el Señor a los mismos reyes, si no querían perderse, a no caer en la tentación de perseguir a los cristianos por ignorancia o inconsciencia. ¡Ojalá les enseñáramos estos preceptos que ignoran, o al menos se los mostrarais vosotros si queréis que vivan, o en último término, y esto es lo tercero, ojalá vuestra malicia les hubiera permitido leerlos por sí mismos!
El primer salmo de David les persuadiría especialmente a vivir y reinar como cristianos. Vosotros les habéis engañado lamentablemente cuando se confiaron a vosotros. Pues les habéis inventado lo malo y ocultado lo bueno.
Lean finalmente, aunque tarde, lo que debieron leer ya tiempo ha: ¿Que dice? Y ahora, reyes, aprended; instruíos, jueces de la tierra. Servid al Señor con temor, regocijaos con temblor; no se irrite y os apartéis del camino recto, cuando de pronto arda en cólera sobre vosotros, venturosos los que en él confían 228.
Vosotros acosáis, diría yo, con vuestros consejos, como acosaban los judíos a Pilato, que ya citamos, aunque él exclamó lavándose públicamente las manos: Inocente soy de la sangre de este justo 229. Con todo, ¿cómo puede considerarse libre de un crimen el que lo ha cometido?
Pero paso en silencio los hechos antiguos; observad en vuestro mismo seno cómo muchos emperadores y jueces vuestros han perecido mientras nos perseguían a nosotros. Voy a pasar por alto a Nerón, que fue el primer perseguidor de los cristianos, lo mismo que a Domiciano, que le siguió muy de cerca, a Trajano, a Geta, Decio, Valeriano, Diocleciano; también pereció Maximiano.
Entre los que ordenaron ofrecer incienso, habiendo quemado los libros sagrados, está el primero Marcelino, que fue obispo de los romanos; pero también de estas llamas sacrílegas quedaron como pavesas o cenizas Mensurio de Cartago y Ceciliano. El tener conocimiento de que había ofrecido incienso os comprometió a todos los que estuvisteis de acuerdo con Mensurio. Pereció Macario, pereció Ursacio y todos vuestros condes perecieron igualmente bajo la venganza divina. Pues a Ursacio le abatió una lucha con los bárbaros y lo desgarraron las aves con sus crueles garras y los dientes devoradores de los perros. ¿No se movió acaso a impulso vuestro el mismo asesino, quien, a semejanza de Acab, persuadido por una mujer, como dijimos, dio muerte a un justo pobre?
De la misma manera no dejáis vosotros de degollarnos a nosotros, justos y pobres también; pobres, digo, en recursos materiales, pues en cuanto a la gracia de Dios no hay uno pobre entre nosotros. En efecto, si no lo hacéis por vuestra mano, no dejáis de hacerlo con vuestra lengua asesina. Pues está escrito: Muerte y vida están en poder de la lengua 230. Por consiguiente, cuantos fueron asesinados, tú los asesinaste como consejero. Pues no se enardece la mano del verdugo si no es con tu lengua, y con tus palabras se foguea el ardor implacable del pecho contra la sangre ajena, sangre justa vengadora de los que la derramaron".
203. Agustín: Me presentas datos bien abundantes, exagerados y ordenados por ti, sobre los reyes de este mundo, procurando despertar la inquina contra nosotros; si quisiera responder conveniente y dignamente a ellos, temo no me vayas a acusar también de haber querido suscitar la irritación de los reyes contra vosotros. Cierto que, según vuestra costumbre, lanzas tus invectivas generalmente contra todos los católicos, aunque no me dejas a mí de lado. Trataré de demostrar, si puedo, que tú has contribuido más a ello con tus discursos que yo con la respuesta a los mismos.
En primer lugar, observa cómo te contradices a ti mismo. Comienzas tu alegato ciertamente así: "¿Qué tenéis que ver vosotros con los reyes de este mundo, a quien la cristiandad siempre tuvo como enemigos?". Con estas palabras parece tratas de impedirnos que nos relacionemos con los reyes de este siglo. Pero un poco después dices: "Con estos preceptos amonesto el Señor a los mismos reyes, si no querían perderse, a no caer en la tentación de perseguir a los cristianos por ignorancia o inconsciencia. ¡Ojalá que les enseñáramos estos preceptos que ignoran, o al menos vosotros se los mostrarais si quisierais que vivieran!" ¿Cómo, pues, quieres tú que nosotros seamos maestros de los reyes? Ciertamente, los nuestros, si tienen alguna relación de amistad con los reyes cristianos, no faltan en nada si usan bien de ella; si algunos se ensoberbecen con ella, su falta será mucho más leve que la vuestra.
En efecto, ¿qué relación tuvisteis vosotros, que así nos argüís, con aquel rey pagano, y, lo que es más grave, apóstata y enemigo del nombre cristiano, Juliano, de quien solicitasteis que se os devolvieran las basílicas como si fueran vuestras y proclamasteis en su alabanza que sólo con él tenía lugar la justicia? Con esas palabras -pienso que vosotros entendéis el latín- se llama justicia a la idolatría y apostasía de Juliano. Se conserva la petición que hicieron vuestros mayores, la disposición que consiguieron, las actas de su alegato. Despertad ya y prestad atención: a un enemigo de Cristo, a un adversario de los cristianos, a un esclavo de los demonios es a quien presentó sus peticiones con tales palabras vuestro, sí, vuestro famoso Poncio. ¡Ea!, venid ahora, y decíos a vosotros mismos: "¿Qué tenéis que ver vosotros con los reyes de este mundo?" Así podéis leer vosotros que sois sordos a los pueblos sordos lo que no queréis oír con ellos: ¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? 231
204. Dices: "¿Qué tenéis que ver vosotros con los reyes de este mundo, a quienes la cristiandad siempre experimentó como enemigos?" Al decir esto, trataste de enumerar qué reyes tuvieron como enemigos los justos, y no te detuviste a pensar que pueden contarse en mayor número los que tuvieron por amigos.
Así, el patriarca Abrahán fue tratado con toda amistad y recibió un obsequio de parte de un rey amonestado por divina inspiración para que no tocara a su esposa. Su hijo Isaac conoció por experiencia a otro rey igualmente buen amigo. Jacob, recibido por el rey de Egipto, también le otorgó su bendición. Para qué hablar de su hijo José, que tras los sufrimientos de la cárcel, donde como el oro en el crisol estuvo a prueba su castidad, elevado con grandes honores por el faraón juraba también por la vida del mismo faraón, no ciertamente llevado por la soberbia, sino agradecido a su benevolencia. La hija del rey adoptó a Moisés. David, forzado por la iniquidad del rey de Israel, acudió a refugiarse ante un rey extranjero. Elías corrió delante del rey detestable, no por obedecerle a él cuanto por mostrarle su deferencia. Eliseo pensó debía ofrecer espontáneamente a la mujer que le hospedó lo que ella desearía que el rey le concediera por su intercesión.
Pero vengamos ya a los tiempos en que el pueblo de Dios permanecía como cautivo, en los cuales, suavizando la expresión, se te coló un impresionante olvido. Queriendo, en efecto, demostrar que la cristiandad siempre tuvo que soportar a unos reyes malévolos, recordaste a los tres niños y a Daniel y lo que tuvieron que soportar de los reyes perseguidores; y no pudiste advertir ante los hechos no ya parecidos, sino los mismos, cómo se portó el mismo rey tras el milagro de las llamas inofensivas, ya alabando y proclamando el nombre de Dios, ya honrando a los mismos niños, y en qué consideración tuvo a Daniel, cargándole de obsequios, que él no rehusó, cuando éste, tributando el honor debido a la regia majestad, como aparece bien claro en sus palabras, no le rehusó el don de Dios que poseía, al indicarle e interpretarle su sueño. Por ello, cuando el rey, contra su voluntad, se vio forzado a enviarle al lago de los leones por los envidiosos del santo varón que le calumniaban con sacrílega demencia, lo hizo con gran dolor, y siempre presumiendo que el auxilio de su Señor le había de salvar. Así, pues, habiendo quedado ileso aquél al refrenar Dios la furia de los leones, oyó la voz solícita y amigable del rey y la contestó con palabras de gratitud desde el lago: ¡Oh rey, vive eternamente! 232
¿Por qué no has visto tú estas amistades de los reyes con los santos si tu discurso trataba de esto, si tú mismo recordabas los ejemplos de estos siervos de Dios, en los cuales han tenido lugar estas circunstancias? ¿Por qué no las viste, o no quisiste verlas, o, lo que no sé cómo puedes excusarlo, las has pasado en silencio al verlas y conocerlas? Si, en efecto, no te impidiera, como defensor de una causa pésima, el empeño en defender la falsedad y te apartara sin quererlo o ignorándolo de la luz de la verdad, recordarías ciertamente con facilidad algunos reyes buenos y otros malos, unos amigos de los santos, otros enemigos suyos.
En vista de ello, ¿podemos sorprendernos de que vuestros circunceliones se arrojen así por los precipicios? ¿Quién corría tras de ti, te suplico? ¿Qué Macario, qué soldado te perseguía? Lo cierto es que ninguno de los nuestros te empujó en este abismo de falsedad. ¿Por qué, pues, con los ojos cerrados, te lanzas de cabeza en él tan ciegamente que, habiendo dicho: "Qué tenéis que ver vosotros con los reyes de la tierra", no añades: "A quien la cristiandad tuvo con frecuencia como enemigos", sino que afirmas sin vacilar: "A quienes la cristiandad siempre tuvo como enemigos?" Realmente, ¿no pensaste tú ni juzgaste que los que leyeran tus escritos habían de pensar en ejemplos de tantos reyes que protestaban contra ti diciendo: "No sabe lo que dice?"
205. Al citar ya los reyes de tiempos antiguos, quizá piensas tú que éstos en nada van contra ti; en efecto, no dijiste: "A quienes la justicia siempre tuvo como enemigos", sino: "A quienes la cristiandad siempre tuvo como enemigos", y esto quizá queriendo que se tomaran como enemigos de los justos desde que éstos comenzaron a llamarse cristianos. ¿Qué sentido tienen, pues, los ejemplos de la antigüedad, mediante los cuales quisiste enseñar con mayor imprudencia lo que ya con imprudencia habías dicho?
Pues qué, los Macabeos o los tres jóvenes o Daniel, ¿no hicieron y soportaron aquello antes de la aparición de Cristo en la tierra? Además, ¿por qué dirigisteis vuestras súplicas a Juliano, a quien cité poco antes, verdadero enemigo de la cristiandad? ¿Por qué solicitasteis de él las basílicas? ¿Por qué dijisteis que sólo con él tenía lugar la justicia? Si de un enemigo de la cristiandad se dicen estas cosas, ¿qué son aquellos que las dicen? En cambio, Constantino, en modo alguno enemigo del nombre cristiano, antes cabalmente orgulloso del mismo, acordándose de la esperanza que tenía en Cristo, juzgando con toda justicia en pro de la unidad de la Iglesia, no mereció ser aceptado por vosotros ni siquiera cuando apelasteis a él.
Los dos existieron ya en tiempos cristianos, aunque no fueron ambos cristianos. Y si los dos fueron enemigos de la cristiandad, ¿por qué apelasteis así ante uno de ellos y le suplicasteis al otro de esa manera? Pidieron vuestros antepasados un tribunal episcopal, y Constantino se lo dio en Roma y en Arlés; acusasteis ante el mismo al primero y apelasteis ante él del segundo.
Pero si uno de ellos, como es verdad, había creído en Cristo, y el otro había apostatado de él, ¿por qué se menosprecia al cristiano que mira por la unidad y se ensalza al apóstata que favorece la división? Constantino ordenó que se os quitasen las basílicas; Juliano, que se os devolviesen: ¿deseáis saber cuál de estas dos determinaciones conviene a la paz cristiana? La primera la estableció el que había creído en Cristo; la segunda, el que había repudiado a Cristo. Ah, ¡cómo desearíais decir: "Mal estuvo el dirigir una tal súplica a Juliano", pero ¿qué tiene que ver esto con nosotros? Si dijeras esto, en esas palabras tuyas conseguiría una victoria la Iglesia católica, con cuyos santos esparcidos por todo el orbe tiene mucho menos que ver cuanto decís de quien os place y como os place. En cambio no puedes decir tú que está mal hecho el haber acudido con súplicas a Juliano. Os estruja las fauces y os cierra la boca la autoridad de vuestro partido; es Poncio quien lo hizo, Poncio quien suplicó, Poncio quien llamó justísimo al apóstata, Poncio quien proclamó que sólo en el apóstata tenía lugar la justicia. El mismo Juliano expresó sin rodeos en su mismo rescripto, citándolo nominalmente, que Poncio le había suplicado con esas palabras.
Se conservan vuestras alegaciones; no es el rumor incierto, sino documentos públicos los que dan testimonio de ello. ¿Acaso por el hecho de que un apóstata concedió algo a vuestra petición contra la unidad de Cristo piensas que es verdadero lo que se dijo de que en él tenía lugar sólo la justicia, y, en cambio, los emperadores cristianos se llaman enemigos de la cristiandad porque han establecido contra vuestra voluntad lo que piensan que favorece la unidad de Cristo? Que todos los herejes pierdan así el juicio, y lo recuperen de tal suerte que dejen de ser herejes.
206. "¿Y dónde, dirás tú, se ha cumplido lo que dice el Señor: Llegará la hora en que todo el que os mate piense que cumple un deber para con Dios?" 233 Pero esto no pudo referirse a los paganos, que perseguían a los cristianos, no precisamente por Dios, sino por sus ídolos. ¿No veis que si esto se hubiera dicho de los emperadores que se glorían del nombre cristiano, ellos habrían ordenado sobre todo daros muerte? Esto jamás lo ordenaron; sin embargo, los vuestros, oponiéndose con voluntad hostil a las leyes, pagan las penas debidas, y no tienen como funestos para sí esos suicidios voluntarios, que piensan envidiamos nosotros.
Si piensan que lo que dijo el Señor se refiere a los reyes que honran el nombre de Cristo, investiguen lo que sufrió la Iglesia católica en el oriente cuando era emperador el arriano Valente. Ahí vería yo dónde entender que se ha cumplido la palabra del Señor: Llegará la hora en que todo el que os mate piense que cumple un deber para con Dios 234; así, los herejes no lo tomarían como un timbre de gloria si los emperadores católicos hubieran tomado alguna medida contra su error.
Sin embargo, hemos de recordar que aquel tiempo llegó después de la Ascensión del Señor: la Santa Escritura es testimonio de ello, conocido por todos. Los judíos pensaban que cumplían un deber para con Dios cuando daban muerte a los apóstoles. Entre ellos se encontró también nuestro Paulo, que entonces aún no era nuestro, de tal modo que entre sus glorias pasadas y dignas del olvido nos recuerda: Hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia 235. Aquí tenemos a uno que pensaba cumplir un deber para con Dios cuando realizaba lo que él mismo sufrió luego. Efectivamente, se habían conjurado cuarenta judíos para matarle cuando dio parte de esto al tribuno a fin de eludir las asechanzas, protegido por una sección de soldados. Pero aún no había quien le dijera: "¿Qué tienes tú que ver, no con los reyes, sino con los tribunos y las armas imperiales?" No había quien le dijera: "Te atreves a buscar protección en los soldados, cuando tu Señor fue conducido por ellos a la pasión?" Aún no existían semejantes delirios, pero ya entonces se preparaban ejemplos contra lo que iba a suceder posteriormente .
207. Aún más, has osado presentar algo terrible diciendo: "Pero paso en silencio los hechos antiguos; observad en vuestro mismo seno cómo muchos emperadores y jueces vuestros han perecido mientras nos perseguían a nosotros". Al leer esto en tu carta, esperaba con la mayor atención qué es lo que dirías y a quiénes ibas a citar, y veo que, dejándome en suspenso, empiezas a citar a Nerón, Domiciano, Trajano, Geta, Decio, Valeriano, Diocleciano, Maximiano. Confieso que son bastantes, pero te has olvidado completamente contra quiénes hablabas. ¿No son paganos todos ellos y persiguieron en general el nombre cristiano en favor de sus ídolos? Despierta, pues; éstos no pertenecieron a nuestra comunión; perseguían de forma global a la misma unidad, de la que nosotros, según pensáis vosotros, nos salimos, o de la que, según enseña Cristo, os salisteis vosotros. Y tú, en cambio, te habías propuesto demostrar que nuestros emperadores y jueces habían perecido persiguiéndoos a vosotros. ¿Acaso ni tú exiges que contemos a éstos, ya que pasándolos por alto los has citado al decir: "Dejando a un lado a Nerón", y con este recurso citaste a los demás? ¿Qué necesidad hubo, pues, de citar los nombres que no venían a cuento? Pero ¿qué me importa esto a mí? Les dejo a éstos contigo; haz al menos que salgan a la luz los que prometiste, cuantos más mejor. Claro que quizá no se les encuentre porque dijiste que habían perecido.
208. Y así continúas y nombras a los obispos, a quienes soléis acusar de la entrega de los códices. Sobre ellos, nosotros acostumbramos dar esta respuesta: "O no demostráis nada, y a nadie afecta, o demostráis algo, pero no nos afecta". Cada uno ha llevado su carga, buena o mala, aunque nosotros la tenemos por buena; pero, sea como sea, cada uno lleva la suya; al igual que los culpables de entre vosotros llevan la suya, y no llevan ellos la vuestra ni vosotros la suya; claro que la carga pésima del cisma es común a todos vosotros. Esto ya lo hemos dicho muchas veces.
Por consiguiente, presenta los nombres, no de nuestros obispos, sino de los emperadores y jueces nuestros que han muerto persiguiéndoos a vosotros. Esto es lo que te habías propuesto, esto es lo que habías prometido, a esto nos habías hecho prestar toda nuestra atención. Dices: "Escucha: Pereció Macario, pereció Ursacio y todos vuestros condes perecieron igualmente bajo la venganza divina". A dos sólo has citado, y ninguno de ellos fue emperador. Quién se quedaría satisfecho, te pregunto. ¿No sientes desagrado de ti mismo? Prometes que vas a citar a muchos emperadores y jueces nuestros que murieron persiguiéndoos a vosotros, y silenciando a los emperadores, citas a dos jueces o condes. Y no viene a colación lo que añades: "Y todos vuestros condes perecieron igualmente bajo la venganza divina". De esta manera pudiste haber dado remate a tiempo a la cuestión, para no citar ni a uno siquiera. ¿Por qué, pues, no citaste a nuestros emperadores, es decir, los de nuestra comunión? ¿Temiste acaso no fueras acusado como reo de lesa majestad? ¿Dónde queda entonces la bravura de los circunceliones?
Por otra parte, ¿qué haces de tantos como citaste antes, que podían replicarte con toda razón: "Qué es lo que pretendías de nosotros"? No favorecieron en nada tu causa, y, sin embargo, los citaste. Además, ¿qué categoría de persona tienes tú, que temes nombrar a los que recuerdas que han muerto? Al menos debías haber nombrado al mayor número de los jueces o condes, a los cuales parece no temías; pero te contentaste con Macario y Ursacio. ¿Acaso toda aquella multitud se reducía a estos dos? ¿No sabes lo que aprendimos de niños? Pues si me preguntas qué es el número dos, singular o plural, ¿qué puedo responderte sino que es plural? Pero tampoco a esto me falta qué replicar. Dejo de lado a Macario, ya que ni tú dijiste cómo pereció.
¿Acaso quien os persigue a vosotros, cuando muera -a no ser que sea inmortal en este mundo- se considerará ha muerto por vuestra causa? ¿Qué hubieras dicho si Constantino, que fue el primero en establecer muchas disposiciones contra vuestro error, no hubiera vivido en imperio tan prolongado y en tan prolongada prosperidad, y si Juliano, que fue quien os entregó las basílicas, no hubiera sido arrancado tan presto de la vida? ¿Cuándo dejaríais de parlotear de estas cosas, ya que aun ahora no queréis callar? Sin embargo, nosotros no decimos que Juliano murió tan pronto porque os entregó las basílicas a vosotros. Podíamos usar sobre el asunto de la misma facundia, pero no queremos aparecer tan vacíos.
En consecuencia, como había comenzado a decir, de aquellos dos dejo a un lado a Macario. Habiendo tú presentado a dos, ese mismo y Ursacio, tomaste de nuevo el nombre de Ursacio para demostrarnos qué muerte había merecido, y dijiste: "Pues a Ursacio le abatió una lucha con los bárbaros, y lo desgarraron las aves con sus crueles garras y los dientes devoradores de los perros". De donde aparece bien claro, ya que acostumbráis suscitar mayor odio contra nosotros por causa de Macario, de suerte que nos denomináis macarianos y no ursacianos, que tú debieras haber hablado muchísimo más sobre él si hubieras podido decir algo semejante sobre su muerte. Por consiguiente, de estos dos, que te han suministrado un plural, al dejar de lado a Macario, sólo queda Ursacio, nombre propio del número singular. ¿Dónde, pues, la promesa tan amenazadora de una multitud tan grande?
209. Ahora bien, mira qué ridículo es, como entienden, según pienso, quienes de algún modo saben hablar, lo que declaraste: "Pereció Macario, pereció Ursacio y todos vuestros condes perecieron igualmente bajo la venganza divina"; y como si exigiésemos nosotros que lo demostraras, cosa que en realidad exigiría cualquier oyente o lector, ensartaste a continuación un precioso documento para demostrar que todos nuestros condes habían perecido igualmente bajo la venganza divina: "Pues a Ursacio le abatió una lucha con los bárbaros y lo desgarraron las aves con sus crueles garras y los dientes devoradores de los perros". Tomándose esta licencia puede otro, de modo semejante, sin saber lo que dice, propalar que todos vuestros obispos murieron en la cárcel bajo la venganza divina, y si se le exigieran pruebas, podría añadir: "En verdad que Optato, acusado de ser cómplice de Gildón, murió con tal género de muerte".
He aquí qué clase de bagatelas nos vemos forzados a escuchar, discutir y refutar; sólo tememos por los débiles, no vayan a caer rápidamente en vuestros lazos por la rudeza de su entendimiento. Por lo que se refiere a Ursacio, si acertó a vivir bien y murió en verdad de esa manera, bien consolado puede quedar con la promesa de Dios que dice: Vuestra sangre la reclamaré a todo animal 236.
210. Respecto a la calumnia que nos lanzáis al decir que concitamos la furia de los reyes del mundo contra vosotros al no instruirlos en la divina Escritura, sino sugiriéndoles más bien nuestra malicia, pienso que no son tan sordos a los oráculos de los códices santos que no debáis más bien temer que los conozcan.
Pero queráis o no queráis vosotros, entran en la iglesia, y si callamos nosotros, prestan oído a los lectores, y, para no hablar de lo demás, escuchan con la mayor atención frecuentemente el salmo que tú has citado. Dijiste, en efecto, que nosotros no les enseñamos y que, aun queriéndolo ellos, no les permitimos conocer lo que está escrito: Ahora, reyes, aprended; instruíos, jueces de la tierra. Servid al Señor con temor, regocijaos con temblor; no se irrite y os apartéis del camino recto. No sea que encienda la ira del Señor 237, etc. Estad seguros de que se canta esto y lo escuchan ellos, pero también oyen lo anterior del mismo salmo, lo que tú, si no me equivoco, no quisiste omitir por no dar la impresión de que tenías miedo: El Señor me ha dicho: Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra 238. Al oír esto se admiran sin duda de que haya algunos que se oponen a esta heredad de Cristo e intentan reducirla a una pequeña parte de la tierra, y admirándose, a causa de lo que oyen a continuación: Servid al Señor con temor, preguntan en qué pueden servirle ellos siendo como son reyes. En efecto, todos los hombres deben servir a Dios, por una parte a tenor de la condición humana, por la que son hombres; por otra con los diversos dones, puesto que uno tiene un cometido y otro tiene otro en la actividad humana. En verdad que no podría cualquier particular ordenar la supresión de los ídolos en la tierra, lo que ya tanto antes se anunció que tendría lugar. En cambio, los reyes, aparte la condición de hombres, por el hecho de ser reyes tienen la facultad de servir al Señor como no pueden hacerlo los que no son reyes.
211. Al pensar en todo esto, oyen también lo que tú mismo conmemoraste acerca de los tres mancebos, y lo escuchan con una seriedad admirable. Porque esa misma Escritura se canta, sobre todo en la iglesia, los días en que la misma festividad torna más devotos a aquellos que en el resto del año son más tibios. ¿Qué disposición pensáis tienen los emperadores cristianos cuando oyen que los tres mancebos fueron arrojados al horno del fuego ardiente porque no consintieron con el rey en la iniquidad de adorar al ídolo; qué disposición tienen sino pensar que la piadosa libertad de los santos no puede ser vencida ni por el poder regio ni por la atrocidad de la pena, y alegrarse de que ellos no son del número de esos reyes que castigaban como sacrílegos a quienes despreciaban a los ídolos? Además, cuando oyen a continuación que el mismo rey, aterrado por el milagro tan grande de los mancebos y de las llamas que sirven a Dios, comienza a servir a Dios con temor y a saltar de gozo con temblor y que entendió la enseñanza, ¿acaso no comprenden que todo ello está escrito para proponer ejemplos a los siervos de Dios a fin de que no se plieguen a los reyes hasta el sacrilegio, y a los mismos reyes para que crean en Dios hasta venerarlo?
Siguiendo, pues, la amonestación del mismo salmo, que también tú insertaste en tus escritos, desean los reyes comprender y ser enseñados y servir a Dios con temor y saltar de gozo con temblor y entender la enseñanza; y hay que ver con qué animación escuchan lo que dijo después aquel rey, a saber: que iba a dar un decreto a todos los pueblos sujetos a sus dominios, según el cual quienes blasfemasen contra el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago perecieran y sus casas fueran destruidas. Si los reyes comprenden que decretó esto para que no se blasfemase contra el Dios moderador de las llamas y libertador de los tres mancebos, a buen seguro pensarán qué decretos deben dar en su reino a fin de impedir que sea arrojado de sus fieles el Dios que perdona los pecados y liberta a todo el universo.
212. Por tanto, cuando los reyes cristianos toman alguna determinación contra vosotros en favor de la unidad católica, estad atentos, no sea que en vuestros labios los acuséis de desconocedores de las divinas Escrituras y en vuestro corazón os doláis de que estén muy instruidos en ellas. En verdad, ¿quién puede soportar vuestra sacrílega y odiosa audacia al acusar a los reyes en el mismo y único Daniel por haber sido lanzado al lago de los leones, y no alabarlos cuando fue elevado a honor tan grande, ya que, cuando fue arrojado, creía el mismo rey que había de salvarse más bien que perecer y no cenaba por la preocupación que por él sentía?
Además, ¿osáis decir a los cristianos: "qué tenéis que ver vosotros con los reyes de este mundo", y esto porque Daniel sufrió persecución por parte del rey, y no os dignáis mirar al mismo Daniel interpretando fielmente los sueños a los reyes, llamando señor al rey, recibiendo obsequios y honores? Y por otra parte, ¿excitáis las llamas de la animosidad sobre los reyes con ocasión de aquellos tres mancebos porque fueron enviados al fuego por rehusar adorar la estatua, y en cambio pasáis en silencio y ocultáis el haber sido tan celebrados y honrados por el rey?
Concedamos que el rey fue un perseguidor cuando arrojó a Daniel a los leones; ¿fue perseguidor o no lo fue cuando, habiéndolo recibido salvo, alegrándose y dándole el parabién, arrojó a los mismos leones a los enemigos de aquél para que fueran despedazados y comidos? Quiero que me respondas. Pues si lo fue, ¿por qué el mismo Daniel no se le opuso, sobre todo habiéndolo podido hacer tan fácilmente dada su gran amistad? ¿Y todavía nos decís vosotros que apartemos a los reyes de la persecución de los hombres? Pero si no fue perseguidor precisamente porque vengó con toda justicia el crimen cometido con el santo varón, ¿cómo han de castigar los reyes el arrojar los sacramentos de Cristo si los miembros del profeta merecieron ser vengados de esa manera por haber sido puestos en peligro?
Ciertamente concedo y es manifiesto que el rey fue un perseguidor cuando arrojó a las llamas a los tres mancebos que no quisieron adorar la estatua; pero pregunto si fue perseguidor cuando decretó que fueran quemadas sus casas y murieran los que blasfemaban contra el único Dios verdadero. Si fue perseguidor, ¿por qué respondéis "amén" a las palabras del perseguidor? Y si no lo fue, ¿por qué llamáis perseguidores a quienes os apartan a vosotros de la locura de la blasfemia? Porque si os obligan a suplicar a un ídolo, ellos son semejantes al rey impío, y vosotros, a los tres mancebos; pero si prohíben oponerse a Cristo, vosotros sois los impíos si hacéis esto. Qué son ellos, si os impiden por el terror hacer esto, no seré yo quien lo diga: eres tú el que tienes que buscar otro calificativo si no quieres llamar piadosos a los emperadores.
213. Si hubiera citado yo estos ejemplos de Daniel y de los tres mancebos, quizá te hubieras opuesto y hubieras gritado que no debían haberse traído a colación desde aquellos a estos nuestros tiempos. Gracias a Dios que has sido tú el que los trajiste enderezados al fin que te proponías; pero ya ves que más bien han servido precisamente para lo que no querías. ¿O acaso no es esto un engaño vuestro, sino un error humano? ¡Ojalá sea un error! Corrígete, pues; no temas, eso no va a disminuir tu categoría; antes es propio de ingenio más notable acallar con la confesión las llamas del orgullo que evitar con inteligencia las nieblas de la falsedad.
Quién mata
XCIII. 214. Petiliano: "¿Dónde está la Ley de Dios, dónde vuestro cristianismo, si lleváis a cabo y ordenáis matanzas y muertes?"
215. Agustín: Para contestar a esto, mira lo que dicen los coherederos de Cristo a través del orbe entero: Nosotros no llevamos a cabo ni ordenamos matanzas y muertes; en cambio, os mostráis mucho más crueles que los que realizan estas cosas, vosotros que las realizáis contra la vida eterna en la mente de los hombres.
Por qué buscan los católicos a los donatistas
XCIV. 216. Petiliano: "Si nos queréis como amigos, ¿por qué tratáis de atraernos contra nuestra voluntad? Y si nos tenéis por enemigos, ¿por qué matáis a los enemigos?"
217. Agustín: Ni tratamos de atraeros contra vuestra voluntad ni matamos a los enemigos; antes bien, cuanto hacemos con vosotros, aunque sea contra vuestra voluntad, lo hacemos a fin de que os corrijáis de buen grado, y una vez corregidos tengáis vida. Porque nadie evita los vicios contra su voluntad; y, sin embargo, el niño, aunque aprenda de buen grado, es azotado contra su voluntad, y precisamente la mayor parte de las veces por quien más le quiere. Esto ciertamente os dirían los reyes si os maltrataran; su poder está otorgado por Dios para esto. Pero aunque éstos no os maltratan, estáis gritando vosotros.
La "incongruencia" católica
XCV. 218. Petiliano: "¿Qué motivo hay, o qué inconsecuencia, en vuestra vanidad para que, a pesar de aplicarnos el falso nombre de herejes, tan vivamente deseéis nuestra comunión?"
219. Agustín: Si deseáramos tan vivamente la comunión con los herejes, no trataríamos de que os corrigierais de vuestro error herético; pero si nuestro trato con vosotros se dirige a que no seáis herejes, ¿cómo se puede decir que deseamos tan vivamente la comunión con los herejes? Porque la disensión y la división es lo que os hace a vosotros herejes, y, en cambio, la paz y la unidad es lo que hace católicos. Por consiguiente, cuando venís de la herejía a nosotros, dejáis de ser lo que odiamos y comenzáis a ser lo que amamos.
Un dilema
XCVI. 220. Petiliano: "Elegid finalmente cuál de estas dos cosas sostenéis. Si vosotros sois inocentes, ¿por qué nos perseguís con la espada? Y si nos llamáis culpables, ¿por qué nos buscáis vosotros, los inocentes?"
221. Agustín: ¡Oh sutil dilema! Aunque, más bien, ¿no será una inepta palabrería? ¿No suele, en efecto, proponerse la elección de una de dos respuestas que dar allí donde no se pueden elegir las dos a la vez? Si me propusieras que eligiera lo que me pareciera de una alternativa como: si somos inocentes o culpables, o esta otra: si vosotros sois reos o no, no podría sino elegir una de las dos. Pero aquí me propones estas dos afirmaciones: nosotros somos inocentes, vosotros culpables, y quieres que elija una sola respuesta que dar. Pero yo no puedo dar una sola respuesta, porque afirmo ambas cosas: que nosotros somos inocentes y vosotros culpables.
Decimos que somos inocentes de las acusaciones falsas y calumniosas, cuantos en la Católica podemos decir con conciencia tranquila que no hemos entregado los santos códices, ni hemos consentido en las suplicas a los ídolos, ni hemos dado muerte a nadie, ni hemos hecho cualquier otra maldad de las que soléis achacarnos; así como también afirmamos que ni aun aquellos que quizá, lo cual ni siquiera respecto a ellos habéis probado, realizaron esos actos, nos cerraron a nosotros el reino de los cielos, sino a ellos, puesto que cada uno de nosotros tiene que llevar su carga. Ahí tienes la respuesta a lo primero.
Con respecto a lo restante, contesto que vosotros sois culpables y criminales, no los unos por los crímenes de los otros, crímenes que algunos cometen y otros reprenden, sino por el crimen del cisma, de cuyo enorme sacrilegio ninguno de vosotros puede decir se halla inmune mientras no esté en comunión con la unidad de todos los pueblos; de lo contrario, se verá forzado a decir que Cristo había mentido acerca de la Iglesia, que comenzando por Jerusalén se difunde a través de todas las gentes. Tal es la respuesta a lo segundo.
Ya ves cómo te he aceptado las dos posibilidades, de las cuales tú querías que eligiera una sola. Debiste prestar atención a que podíamos aceptar las dos, y al menos, si pretendías esto, debías rogarnos que escogiéramos una sola al ver que podíamos aceptar una y otra.
222. Pero "si vosotros tenéis la inocencia, dices, ¿por qué nos perseguís con la espada?". Observad un poco las bandas de los vuestros, que no se arman sólo con garrotes, según la costumbre de vuestros antepasados, sino que han añadido hachas, lanzas, espadas, y reconoced quiénes pueden exclamar mejor: "¿Por qué nos perseguís con espada? Y si nos llamáis culpables, ¿por qué nos buscáis vosotros, los inocentes?" Respondo brevemente a esto: el motivo de buscaros los inocentes a vosotros los culpables es que dejéis de serlo y comencéis a ser inocentes. Ahí tienes cómo he tomado lo uno y lo otro como nuestro, y respondido a vuestras dos cuestiones.
Ahora te toca a ti elegir una de estas dos cuestiones: ¿sois vosotros inocentes o culpables? No puedes contestar que ambas cosas; bueno, si te place, contesta que las dos. Ciertamente no podéis decir que sois inocentes en la misma causa en que sois culpables. Por tanto, si sois inocentes, no os sorprendáis de que os busquen los hermanos para la paz; y si sois culpables, no os sorprendáis tampoco de que os busquen los reyes para el castigo. Pero de estos dos extremos uno os lo elegís vosotros, el otro lo oís de nosotros: elegís el de la inocencia, y oís de nosotros el que vivís impíamente. Escuchad lo que os digo de nuevo sobre uno y otro extremo. Si sois inocentes, ¿por qué contradecís el testimonio de Cristo? Y si sois culpables, ¿por qué no os acogéis a su misericordia? En efecto, su testimonio se relaciona con la unidad del universo, y su misericordia se realiza en la caridad fraterna.
El salmo 117 y el proceder de los donatistas
XCVII. 223. Petiliano: "Finalmente, como ya hemos dicho muchas veces, ¿cuál es vuestra pretensión de llegar a apoyaros en los reyes, si dice David: Mejor es esperar en el Señor que esperar en el hombre; mejor es confiar en el Señor que confiar en los príncipes?" 239
224. Agustín: Nosotros no esperamos en el hombre, sino que amonestamos en cuanto podemos a los hombres a que esperen en el Señor; ni esperamos en los príncipes, sino que amonestamos a los príncipes cuanto podemos a que esperen en el Señor; y si solicitamos algo de los príncipes en beneficio de la Iglesia, no ponemos, sin embargo, nuestra esperanza en ellos. Ni el mismo Apóstol puso su esperanza en aquel tribuno como príncipe, del que consiguió le diera acompañamiento armado, ni en los mismos armados en cuanto hombres, con la protección de los cuales logró evadir las asechanzas de los depravados.
Tampoco nosotros os acusamos a vosotros mismos por haber solicitado del emperador que se os devolvieran las basílicas, poniendo la esperanza en el emperador Juliano, sino que os acusamos de haber desconfiado del testimonio de Cristo, de cuya unidad separasteis las mismas basílicas. Pues vosotros las recibisteis por mandato del enemigo de Cristo para menospreciar en ellas los mandatos de Cristo, mientras tenéis por válida y verdadera la determinación de Juliano, que dice: "Suplicando también esto Rogaciano, Poncio, Casiano y los demás obispos, lo mismo que los clérigos, se añade como coronación de todo que, abolidas las determinaciones que se tomaron erróneamente contra ellos sin rescripto, se restablezca la situación en su primitivo estado"; y, en cambio, tenéis por inválido y falso lo que estableció Cristo al decir: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra 240.
Nosotros os conjuramos: corregíos, tornad a esta clara unidad de todo el orbe, a fin de que no sea por las palabras del apóstata Juliano, sino por las de Cristo Salvador, como se restablezca todo en su antiguo estado. Tened piedad de vuestra alma. No comparemos ya a Constantino y a Juliano para demostrar cuán diferentes son. No decimos: "Si vosotros no habéis esperado en un hombre y en un príncipe cuando dijisteis al emperador pagano y apóstata que en él solo tenía lugar la justicia, y todo el partido de Donato se sirvió de estas preces y este rescripto, como consta allí, como lo atestiguan las actas de la alegación, mucho menos debéis acusarnos vosotros de haber esperado en un hombre y en un príncipe si hemos solicitado algo de Constantino o del resto de los emperadores cristianos sin ninguna adulación sacrílega, o si ellos, sin solicitarlo nosotros, acordándose de la cuenta que han de dar al Señor, bajo cuyas palabras tiemblan cuando escuchan lo que tú mismo citaste: Ahora, reyes, aprended, etc., y otras muchas cosas, toman espontáneamente algunas determinaciones en favor de la unidad de la Iglesia católica".
Pero no quiero hablar de Constantino. Enfrentamos ahora a Cristo y a Juliano, digo poco, a Dios y a un hombre, al Hijo de Dios y al hijo de la gehenna, al Salvador de nuestras almas y al asesino de la suya propia. ¿Por qué conserváis en la posesión de las basílicas el rescripto de Juliano y no mantenéis en el abrazo de la paz de la Iglesia el Evangelio de Cristo? También nosotros clamamos: "Las actuaciones llevadas a cabo erróneamente restablézcanse en su primitivo estado". El Evangelio de Cristo es más antiguo que el rescripto de Juliano, la unidad de Cristo es más antigua que el partido de Donato, las plegarias de la Iglesia al Señor por la unidad de Cristo son más antiguas que las de Rogaciano, Ponciano y Casiano a Juliano en favor del partido de Donato. ¿Se actúa acaso erróneamente cuando los reyes prohíben la división y no se actúa erróneamente cuando los obispos dividen la unidad? ¿Se procede erróneamente cuando los reyes, para defender la Iglesia, se someten al testimonio de Cristo y no se procede erróneamente cuando los obispos contradicen el testimonio de Cristo para negar su Iglesia? Os pedimos, pues, que se escuchen también las palabras de Juliano, a quien así suplicasteis, no contra el Evangelio, sino de acuerdo con el Evangelio, y que lo que se llevó a cabo erróneamente, se restablezca en su primitivo estado.
Exhortaciones diversas de Petiliano y de Agustín
XCVIII. 225. Petiliano: "A vosotros, miserables, me dirijo yo; a vosotros, que atemorizados por el miedo a la persecución, mientras buscáis vuestras riquezas, no vuestras almas, no amáis tanto la fe errónea de los traditores cuanto, por el contrario, la malicia de aquellos cuya protección os habéis procurado; igual que los náufragos en las olas se acercan a las olas que van a caer y, con gran peligro de su vida, se lanzan a lo mismo que temen, o como el furor tiránico, para no temer a nadie, quiere al menos ser temido aun con su propio peligro, así vosotros acudís a la ciudadela de la malicia para contemplar sin miedo por vuestra parte los perjuicios y las penas de los inocentes. Si evitar el peligro consiste en refugiarse bajo las ruinas, es también una confianza condenable tener su confianza en un salteador. En fin, es un lucro de dementes perder vuestras almas para no perder las riquezas. Dice Cristo el Señor: Si ganas todo el mundo y pierdes tu alma, ¿qué darás en cambio de tu alma?" 241
226. Agustín: Útil sería esta exhortación, lo confieso, si alguien la utilizara en una causa buena. Con toda razón has apartado a los hombres de anteponer sus riquezas a su alma. Pero vosotros, que dais crédito a estas cosas, escuchadnos también un poco a nosotros: esto mismo decimos nosotros también, pero escuchad cómo.
Si los reyes os amenazan con quitaros las riquezas, porque no sois judíos según la carne, o porque no honráis a los ídolos o a los demonios, o porque no os dejáis arrastrar a ninguna herejía, sino que permanecéis en la unidad católica, elegid más bien la pérdida de todas vuestras riquezas para no perecer vosotros. No prefiráis absolutamente nada, incluida la vida pasajera, a la salud eterna que se halla en Cristo. Pero si los reyes os amenazan con daños o la condenación porque sois herejes, os atemorizan no con crueldad, sino con misericordia, vosotros, en cambio, si no teméis, no es por fortaleza, sino por pertinacia. Oíd a Pedro, que dice: ¿Qué gloria hay en soportar el castigo cuando habéis faltado? 242 Así no tendríais vosotros ni consuelos terrenos aquí ni la vida eterna en el siglo futuro, sino las angustias de los infelices aquí y allí los suplicios de los herejes.
Ves, pues, tú, hermano, con quien ahora trato, que primero debes demostrar si posees la verdad, y luego exhortar a los hombres a que por conservarla estén dispuestos a carecer de todo lo que poseen temporalmente. Si no demuestras esto, porque no puedes, no precisamente por falta de ingenio, sino por la maldad de la causa, ¿por qué te afanas en hacer a los hombres, con tus exhortaciones, mendigos, ignorantes, necesitados, errantes, andrajosos, litigantes, hambrientos, heréticos, despojados de los bienes temporales en este mundo y herederos de los males eternos en el juicio de Cristo? El hijo prudente, que temiendo el azote del padre se aleja de la guarida de la serpiente, ni es azotado ni perece; en cambio, si menosprecia por su perniciosa voluntad los dolores de la corrección, es azotado y perece. ¿No entiendes ya, varón elocuente, que quien careciese de todos los bienes terrenos por la paz de Cristo, tiene a Dios, y quien ha perdido, aunque sea unos pocos, por el partido de Donato, no tiene cabeza?
Pobreza y caridad
XCIX. 227. Petiliano: "Nosotros, como pobres de espíritu, no tememos por las riquezas, tememos a las riquezas. Nosotros, que no tenemos nada y lo poseemos todo, tenemos como una riqueza a nuestra alma y compramos con nuestros sufrimientos y nuestra sangre las riquezas eternas del cielo, ya que dice el Señor: El que haya perdido sus bienes, recibirá el ciento por uno".
228. Agustín: También importa aquí recordar la cita textual, pues cuando nada estorba mi intención, si en algo engañas o te engañas sobre las Escrituras, no me preocupa. Pero no está escrito: "El que pierda sus bienes", sino: Quien pierda su vida por mí 243. Sobre los bienes, en cambio, no está escrito: "El que pierda", sino: El que deje 244, y no sólo el dinero contante, sino también muchas otras cosas. Y tú, de momento, no has perdido tus bienes. Silos has abandonado o no, ya que te glorías de tu pobreza, no lo sé. Puede que lo sepa mi colega Fortunato, ya que vivís en la misma ciudad, pero nunca me lo indicó porque nunca se lo he preguntado.
Sin embargo, aunque hayas hecho esto, tú mismo has citado contra ti en esta carta el testimonio del Apóstol: Aunque repartiera todos mis bienes a los pobres, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha 245. Pues si tuvieras caridad, no echarías en cara al orbe de la tierra, desconocedor de vosotros y desconocido para vosotros, ni siquiera los crímenes probados de los africanos; si tuvierais caridad, no fingiríais en vuestras calumnias, sino que conoceríais la unidad magníficamente expresada en las palabras del Señor: hasta los confines de la tierra 246.
Pero si tú no has llevado a cabo ese abandono, ¿por qué te glorías como si fuera una realidad? ¿En verdad tenéis tal miedo a las riquezas que, no teniendo nada, lo poseéis todo? Anda, cuéntale esto a tu colega Crispín, que acaba de comprar una finca cerca de Hipona para sumergir a los hombres en el abismo. Sé muy bien por qué ha hecho esto; quizá tú no lo sepas, y así gritas sin vacilar: "Tememos a las riquezas". Por lo cual me sorprende que esta frase tuya le haya pasado a él inadvertida hasta llegar a nosotros; pues entre Constantina, en donde estás tú, e Hipona, donde estoy yo, se encuentra Calama, donde está él, situado entre las dos, aunque ciertamente más cerca de mí. Me sorprende, pues, cómo no se enteró él primero de esta frase y no la retocó para que no llegara así a nosotros, y no ensalzó contra ti, con mayor elocuencia, las alabanzas de las riquezas. No sólo no teme él las riquezas, sino que las ama. Por lo demás, antes que publiques algo, léeselo a él; si no se enmienda, nosotros responderemos. Pero tú, si de verdad eres pobre, ahí tienes a mi hermano Fortunato: con tu pobreza podrás agradar más fácilmente a este mi colega que a ese tuyo.
Mt 10, 28
C. 229. Petiliano: "Nosotros, gracias al temor de Dios en que vivimos, no tememos los suplicios y muertes que nos causáis con la espada; sólo en último término procuramos evitar la comunión detestable con que destruís las almas, a tenor de lo que dice el mismo Señor: No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna del fuego" 247
230. Agustín: Lo que dices es lo que hacéis vosotros, no con la espada visible, sino con aquella de la que se dice: Hijos de los hombres: sus dientes son lanzas, saetas, su lengua una espada afilada 248. Esta es la espada acusadora y calumniadora con que matáis las almas de los ignorantes del orbe que os desconoce. Si acusas de detestable la comunión, según tú, no según yo, ya puedes subir y bajar, entrar o salir, dar vueltas o buscar subterfugios: eres ni más ni menos como Optato. Pero si entras en tu corazón y descubres que tú no eres tal, no porque no comulgó contigo en los sacramentos, sino porque te desagradó, liberarás al universo de todos los crímenes ajenos y descubrirás que vosotros estáis implicados en el crimen del cisma.
El bautismo católico según Petiliano
CI. 231. Petiliano: "Vosotros, pues, que queréis lavaros en el más engañoso bautismo más que renacer, no sólo no abandonáis vuestros delitos, sino que cargáis vuestras almas con los crímenes de los culpables; como el agua de los malos está privada del Espíritu Santo, así está completamente llena de los crímenes de los traditores. Por consiguiente, quienquiera que seas, desgraciado, bautizado por semejantes personas, si habías querido quedar libre de la mentira, te ves invadido por la falsedad; si querías alejar los delitos de la carne, se te añadirá la conciencia de los culpables y percibirás también la culpabilidad; si pretendías apagar la llama de la avaricia, te verás invadido del fraude, del crimen, del furor. Finalmente, si crees que la fe del que recibe el bautismo es la misma que la del que lo da, te verás inundado de la sangre del hermano por aquel que es un asesino. Así sucede que tú, que habías acudido inocente al bautismo, tornas del mismo hecho un parricida".
232. Agustín: Quisiera conversar con quienes aplaudieron al leer u oír estas palabras; ellos no tienen los oídos en el corazón, sino el corazón en los oídos. Que lo lean, sin embargo, una y otra vez, y piensen y se percaten no del sonido, sino del sentido. En primer lugar examinaré esta última frase: "Así sucede que tú, que habías acudido inocente al bautismo, tornas del mismo hecho un parricida". Contesta en primer lugar quién viene inocente al bautismo, si exceptuamos al que no vino a ser bautizado para ser purificado de la iniquidad, sino para darnos un ejemplo de humildad. ¿Qué se le puede perdonar a un inocente? ¿O eres tú tan elocuente que nos demuestres hay alguna inocencia pecadora? ¿No escuchas a la Escritura que dice: No hay nadie libre de pecado, ante tus ojos, ni el niño cuya vida sobre la tierra es de un solo día? 249 ¿Por qué, si no, se acude aun con los niños en busca de la remisión de los pecados? ¿No escuchas también otra afirmación: Pecador me concibió mi madre? 250
Luego si uno que había acudido sin parricidio torna parricida, porque le bautiza un parricida, cuantos tornaron bautizados por Optato llegaron también a ser Optatos. Venid ahora y echadnos en cara que suscitamos la furia de los reyes contra vosotros . ¿No teméis que se busquen entre vosotros tantos secuaces de Gildón cuantos pudieron ser los hombres bautizados por Optato? ¿No ves tú, en fin, que esta frase tuya ha resonado como una vejiga, no sólo como un vano estampido, sino también en vuestra cabeza?
233. Todas las ideas precedentes, que nos propusimos refutar ahora, se reducen a decir que cualquier bautizado retorna tal cual es aquel que le bautiza. Pero quiera Dios no retornen de ti tan delirantes los que tú bautizas como lo estás tú al decir esto.
¡Ea!, qué bien te ha sonado la frase aquella: "Te verás invadido del fraude, del crimen, del furor". Cierto que tú no verterías semejantes dislates si no estuvieras, no digo invadido, sino repleto de furor. ¿De suerte que, pasando por alto otras cosas, cuantos no siendo avaros acuden a recibir el bautismo de tus colegas o sacerdotes avaros, retornan siendo avaros, y cuantos siendo sobrios acuden a aquellas sentinas de vino para ser bautizados, retornan ellos borrachos?
Con estos sentimientos y consejos osáis todavía aducir contra nosotros lo que citaste poco ha: Mejor es esperar en el Señor que esperar en el hombre; mejor es refugiarse en el Señor que confiar en los príncipes 251. ¿Qué otra cosa enseñáis, por favor, sino que hay que esperar en el hombre y no en el Señor, cuando decís que el bautizado se hace tal cual fuere el que lo bautiza, y como os arrogáis esta primacía del bautismo, han de creer en vosotros los hombres, y los que tenían que esperar en el Señor han de esperar en los príncipes?
Al contrario, que no os escuchen a vosotros los hombres; antes bien, escuchen aquellos testimonios que pusiste contra vosotros, y algo más duro todavía, ya que no sólo: Mejor es esperar en el Señor que esperar en el hombre, mejor es confiar en el Señor que confiar en los príncipes 252, sino también: Maldito todo el que pone su esperanza en el hombre 253.
Jr 15, 18
CII. 234. Petiliano: "Imitad al menos a los profetas, que temieron fueran engañadas sus almas santas con un falso bautismo. Ya muy antiguamente dijo Jeremías que entre los hombres impíos el agua era engañosa: Agua engañosa, no da garantía" 254
235. Agustín: Quien siendo ignorante de las Escrituras no cree que yerres hasta no saber lo que dices, o que engañes de suerte que aquel a quien engañas no sabe qué decir, a buen seguro piensa que el profeta Jeremías, cuando quería ser bautizado, tomó sus medidas para no ser bautizado por hombres impíos, y que en este sentido dijo aquello. ¿Qué quieres decir cuando antes de citar este testimonio dijiste: "Imitad al menos a los profetas, que temieron fueran engañadas sus almas santas con un falso bautismo?" Como si en los tiempos de Jeremías se purificase ya alguien con el sacramento del bautismo; a no ser que se tratara de aquellas abluciones, que censuró el Señor, en que los fariseos se purificaban a sí mismos casi a cada momento, purificaban sus lechos, sus vasos y sus platos, según se lee en el Evangelio.
Ahora bien, ¿cómo pudo Jeremías haber dicho esto como si deseara el bautismo y procurase evitar ser bautizado por los impíos? Dijo esto precisamente quejándose de un pueblo infiel, cuyas detestables costumbres le atormentaban, sin que él participara en sus actos; sin embargo, no se apartó corporalmente de aquel pueblo ni buscó otros sacramentos que los que aquel pueblo recibía, apropiados para aquel tiempo según las disposiciones de la Ley. Así, a este pueblo que vivía mal lo llamó llaga, por la cual se sentía gravemente herido el corazón del pueblo, ya se refiriera con ello a sí mismo, ya figurase en sí lo que había de suceder.
Dice: Señor, acuérdate de mí, visítame, defiende mi inocencia de los que me persiguen con animosidad; sábete cómo he recibido yo por ti el oprobio de parte de los que desprecian tus palabras. Aniquílalos, y tu palabra será mi alegría y gozo de mi corazón, porque tu nombre ha sido invocado sobre mí, Señor omnipotente. No me senté en la asamblea de gente alegre, sino que temía tu mano; solitario me senté porque estoy lleno de amargura. ¿Por qué prevalecen sobre mí los que me turban? Mi herida es profunda: ¿cómo sanaré? Se me ha hecho como agua engañosa, de la que uno no se puede fiar 255.
En todo esto se ve qué es lo que quiso significar; pero esto lo ven sólo los que no tratan de trastocar lo que leen para acomodarlo a su causa perversa. Jeremías dijo que su herida se le convirtió en agua mendaz que no tiene garantía, y quiso dar a entender que esa llaga no era ni más ni menos que aquellos que le entristecían a él con su mala vida. Por eso dice el Apóstol: Por fuera luchas, por dentro temores 256, y también: ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase? 257 Y como desesperaba de la enmienda de aquellos, dijo Jeremías: Cómo podré curarme, como si siempre hubiera de temer el dolor mientras fueran tales aquellos entre los cuales se veía forzado a vivir.
Ahora bien, que bajo el nombre del agua suele significarse el pueblo, nos lo dice el Apocalipsis, donde conocemos que las muchas aguas significan los muchos pueblos, y esto no según nuestras conjeturas, sino según interpretación bien clara dada allí.
Por consiguiente, procura no utilizar una mala inteligencia o más bien un error para denostar el bautismo, aunque se halle éste en el hombre más perdido, porque ni en el falaz Simón era agua mendaz el bautismo que había recibido, ni tantos vuestros falaces dan un agua falaz cuando bautizan en el nombre de la Trinidad. En verdad que ellos no comienzan a ser mendaces cuando, delatados y convictos, confiesan sus crímenes, antes bien eran ya mendaces cuando, siendo adúlteros y malvados, se fingían castos e inocentes.
El óleo del pecador
CIII. 236. Petiliano: "También dijo David: El óleo del pecador jamás lustre mi cabeza 258. ¿A quién declara él impío? ¿A mí, que soporto tus crímenes, o a ti, que persigues al inocente?"
237. Agustín: En nombre del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad 259, extendida por todo el orbe a causa del Evangelio, que se predica, como dice el Apóstol, a toda criatura bajo el cielo 260; en nombre del orbe entero, sobre el cual dice David aquellas palabras que tú no entiendes: Tú asentaste el orbe, inconmovible 261, del cual tú pretendes no que se ha sentido conmovido por los pecados ajenos, sino que ha perecido totalmente, en su nombre respondo: "Yo no persigo al inocente". Y David habló del "óleo del pecador", no del traditor; no del que quemó incienso, no del "perseguidor", sino del "pecador". ¿Qué harás, pues, tú según tu manera de entender? Mira primeramente si no eres tú mismo pecador. No me digas: "No soy traditor, no quemé incienso, no soy perseguidor". Ni yo tampoco soy, gracias a Dios, ninguna de estas cosas, ni el orbe de la tierra que no se conmoverá.
Di si te atreves: "No soy pecador". David habla del óleo del pecador. Si se halla en ti cualquier pecado, por leve que sea, ¿cómo muestras que no pertenece a lo que se ha dicho: óleo al pecador? Te pregunto: ¿rezas tú la oración del Señor? Si no rezas esa oración que el Señor enseñó a sus discípulos, ¿dónde has aprendido otra que por tus méritos superiores exceda a los méritos de los apóstoles? Pero si oras como el Maestro se dignó enseñarnos, ¿cómo dices: Perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden? 262 En efecto, nosotros no pedimos esto por los pecados que nos han sido perdonados en el bautismo. Por tanto, estas palabras de la oración o no te permiten suplicar a Dios o declaran que eres pecador.
Acudan ahora a besar tu cabeza los que han sido bautizados por ti, y cuyas cabezas han perecido por tu óleo. Y tú mira lo que eres o lo que sientes de ti. ¿Acaso el tal Optato, a quien paganos, judíos, cristianos, vuestros y nuestros, llaman por toda el África saqueador, rapaz, traidor, opresor, separador, y no amigo ni cliente, sino satélite de aquel conde a quien alguno de los vuestros llamó su dios, el tal Optato no fue al menos un tanto pecador? ¿Qué harán, pues, aquellos cuyas cabezas ungió un reo de crimen capital? ¿No os besan también a vosotros las cabezas aquellos de cuyas cabezas, según vuestra manera de entender, tan mal juzgáis? Al menos denunciadlos y amonestadlos a fin de que se curen. ¿O acaso debe curarse más bien vuestra cabeza, que delira de ese modo?
Me preguntarás: "Qué dijo David?" Y ¿por qué me lo preguntas a mí? Pregúntaselo a él; en el versículo que precede se te dará la respuesta: Me corregirá el justo con misericordia y me reprenderá, pero el óleo del pecador no ungirá mi cabeza 263. ¿Qué hay más claro, qué más accesible? Prefiero, dice, ser curado con una reprensión misericordiosa a ser engañado y pervertido con una adulación blandengue, como si me ungieran la cabeza. La misma idea se expresa con otras palabras en otro lugar de las Escrituras: Más leales son las heridas del amigo que los besos espontáneos del enemigo 264.
El ungüento sobre la barba de Aarón
CIV. 238. Petiliano: "He aquí cómo alaba David el ungüento de la concordia entre los hermanos: ¡Oh, qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos! Como el ungüento en la cabeza, que baja por la barba, que baja por la barba de Aarón, hasta la orla de sus vestiduras. Como el rocío del Hermón, que baja por las alturas de Sión; allí dispensa su bendición el Señor y la vida para siempre 265. Así, dice, se unge la unidad, del mismo modo que son ungidos los sacerdotes".
239. Agustín: Dices verdad. Porque aquel sacerdocio tenía la unción en cuanto que era figura del cuerpo de Cristo, que tiene su salud en la trabazón de su unidad. Pues el mismo Cristo toma su nombre del crisma, esto es, de la unción. Los hebreos lo llaman Mesías, palabra que tiene una cierta consonancia con la lengua púnica, como muchas otras o casi todas las del hebreo. Por tanto, ¿qué significa en aquel sacerdocio la cabeza, la barba, las orlas del vestido? Según la comprensión que me da el Señor, la cabeza es el mismo Salvador del cuerpo, del cual dice el Apóstol: Él es la Cabeza del Cuerpo, la Iglesia 266.
En la cabeza se puede entender apropiadamente la fortaleza. Y así, sobre los que son fuertes en su Iglesia y se adhieren a su doctrina, de suerte que predican la verdad sin temor, sobre ellos desciende desde el mismo Cristo como desde la cabeza la santa unción, es decir, la santificación espiritual.
Por orla del vestido se entiende lo que está en el extremo superior, por donde entra la cabeza del que lo viste. Y en ella quedan significados los fieles perfectos en la Iglesia ; en efecto, la orla o el borde es la perfección. Recuerdas en verdad que se dijo a cierto rico: Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme 267. El se alejó triste, despreciando la perfección y eligiendo la deserción.
Pero ¿acaso faltaron por eso aquellos sobre los cuales, perfectos por tal abandono de los bienes terrenos, descendía el ungüento de la unidad como desde la cabeza a la orla del vestido? Pues aun dejando de lado a los apóstoles y los superiores y doctores, a quienes como más eminentes y más fuertes tomamos como la barba, lee en los Hechos de los Apóstoles y verás a aquellos que ponían a los pies de los apóstoles el importe de la venta de sus bienes 268: nadie llamaba suyo a sus bienes, sino que todo lo tenían en común, y se repartía a cada uno según sus necesidades, y no tenían sino un solo corazón y una sola alma hacia Dios 269. Sabes que está escrito así.
Reconoce, pues, que es bueno y agradable vivir los hermanos en la unidad, reconoce la barba de Aarón, reconoce la orla del vestido espiritual. Pregunta a la misma Escritura dónde comenzó a tener lugar esto; hallarás que fue en Jerusalén. A partir de esta orla del vestido se teje la unidad entera a través de todas las gentes. Por aquí entró la cabeza en el vestido, a fin de que fuera vestido Cristo con la variedad del orbe de la tierra, porque en esta orla del vestido apareció la misma variedad de las lenguas. ¿Por qué, pues, os oponéis a la misma cabeza, de donde desciende aquel ungüento de unidad, esto es, la fragancia del amor espiritual; por qué, repito, os oponéis a la misma cabeza que testifica y dice: Se predicará en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén? 270 Y ¿por qué queréis interpretar en este ungüento el sacramento del crisma, que ciertamente es sacramento en el género de los signos visibles como el mismo bautismo, pero que puede encontrarse aun en los hombres malvados, que pasan su vida en las obras de la carne y no han de poseer el reino de los cielos, y que por ello no pertenecen ni a la barba de Aarón ni a la orla de su vestido, ni a urdimbre alguna del vestido sacerdotal? ¿Dónde vas a colocar tú las que el Apóstol enumera como obras de la carne, que son: Fornicación, impureza, lujuria, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, disensiones, herejías, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios? 271
Pongo aparte las fornicaciones que se cometen ocultamente; interpreta como te parezca la impureza, que pongo también aparte; pongamos también ahí las hechicerías, porque no hay ningún preparador y suministrador en plena luz de venenos; también pongo aparte las herejías porque lo deseáis así; no sé si debería también poner aparte la idolatría, ya que el Apóstol coloca ahí la avaricia que delira públicamente.
Dejando a un lado todo esto, ¿no existen entre vosotros lujuriosos, avaros, personas que mantienen pertinazmente las enemistades, litigiosos, celosos, apasionados, amigos de la disensión, ebrios, comilones? ¿Ninguno de los tales entre vosotros recibe la unción y muere públicamente en estos vicios? Si dices que no hay ninguno, porque mientes abiertamente dejándote llevar del espíritu de rivalidad, examina si no eras tú mismo uno de los tales. Pero si estás lejos de éstos, no por la separación del cuerpo, sino por la diferencia de vida, y contemplas con dolor turbas semejantes en torno a vuestros altares, ¿qué hemos de decir, si han sido ungidos con el óleo santo, y, como confirma el Apóstol con nítida verdad, no han de poseer el reino? ¿Acaso podemos hacer una ofensa sacrílega a la barba de Aarón y a la orla de su vestido, y pensar que hemos de poner a éstos allí? En modo alguno.
Distingue, pues, el sacramento santo y visible, que puede estar en los buenos y en los malos, para premio en aquéllos y en éstos para condenación, distínguelo de la unción invisible de la caridad, que es propia de los buenos. Distingue estas cosas, distínguelas; así quiera Dios separarte del partido de Donato y atraerte a la Católica; de ella te arrancaron aquéllos siendo catecúmeno y te ataron con el vínculo del honor mortífero. Como quiera que te plazca entender el rocío del Hermón sobre los montes de Sión, no estáis vosotros sobre esos montes, ya que no estáis en la ciudad edificada sobre el monte, que tiene esta señal segura: no poder esconderse. Así la conocen todas las gentes, y, en cambio, bien pocas son las naciones que conocen el partido de Donato; por tanto, no puede ser ésa.
La oración del sacerdote por el pueblo
CV. 240. Petiliano: "¡Ay, por consiguiente, de vosotros que, profanando lo que es santo, rompéis la unidad! Dice el profeta: Si peca el pueblo, el sacerdote rogará por él; pero si peca el sacerdote, ¿quién rogará por él?"
241. Agustín: Un poco antes, al discutir sobre el óleo del pecador, me parecía que te estaba ungiendo la frente como para que dijeras, si te atrevías, que tú no eras pecador. Ya lo has dicho. ¡Qué monstruosa impiedad! Puesto que te consideras sacerdote, ¿qué otra cosa has dicho con este testimonio profético sino que tú estás sin pecado en absoluto? Porque si tienes pecado, ¿quién rogará por ti según tu manera de entender? ¿Así tratáis de captar la voluntad de los pueblos infortunados, recordando lo del profeta: Si peca el pueblo, el sacerdote rogará por él; pero si peca el sacerdote, ¿quién rogará por él? De esta manera creerán que vosotros estáis sin pecado y encomendarán a vuestras oraciones la purificación de sus pecados. ¡Qué hombres tan grandes sois, qué excelsos, celestiales, divinos, y no hombres, sino ángeles, que rogáis por el pueblo y no queréis que el pueblo ruegue por vosotros! ¿Eres tú más justo que Pablo, más perfecto que apóstol tan grande, que se encomendaba a las oraciones de aquellos a quienes enseñaba? Dice, en efecto: Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias; orad al mismo tiempo los unos por los otros y también por nosotros, para que Dios nos abra una puerta a la palabra, y podamos anunciar el misterio de Cristo, por cuya causa estoy yo encarcelado, para darlo a conocer anunciándolo como debo hacerlo 272.
Ahí tienes que se ruega por el Apóstol, y tú no quieres que se haga por el obispo. ¿Ves qué diabólica soberbia se encierra aquí? Se ruega por el Apóstol para que él dé a conocer el misterio como se debe. Por tanto, si tuvierais fieles piadosos, debiste exhortarlos a rogar por ti, para que no hablaras como no conviene.
¿Eres tú más justo que Juan Evangelista, que dice: Si dijéramos: no tenemos pecado, nos engañaríamos y la verdad no estaría en nosotros? 273
Finalmente, ¿eres tú más justo que Daniel, a quien has citado en esta tu misma carta diciendo: "El rey arrojó al justísimo Daniel a los mordiscos de las fieras, como él pensaba?" No lo pensaba él así, ya que le dijo al mismo Daniel, tan amigo suyo, según lo demuestra la lectura: Tu Dios, a quien sirves con perseverancia, te librará 274.
Pero ya os he hablado mucho de esto. Ahora, a lo que estamos: Daniel era un hombre muy justo, no según su testimonio, aunque me bastaría esto para la cuestión que tengo contigo, sino según el espíritu de Dios, que habla por boca de Ezequiel, que nombra a tres de justicia tan eminente: Noé, Daniel y Job, los únicos que dijo que podían liberarse de la terrible ira de Dios que amenazaba a los demás. Y este varón tan justo, uno de los tres dignos de mención, ora, pues dice: Estaba yo haciendo mi oración, confesando mis pecados y los pecados de mi pueblo Israel ante el Señor mi Dios 275. Y tú dices estar sin pecado, porque eres sacerdote; y si pecara el pueblo rezas por él, pero si pecas tú, ¿quién rezará por ti? En verdad que por la impiedad de tu arrogancia te muestras indigno de que interceda por ti el sacerdote que el profeta quiso que se entendiese en estas palabras que tú no entiendes.
Así que, para que nadie ande buscando el sentido de este texto, trataré de explicarlo como el Señor me dé a entender. Preparaba Dios el ánimo de los hombres por medio del profeta a buscar un sacerdote tal que nadie pudiera orar por él. Estaba éste figurado en los tiempos del primer pueblo y del primer templo, cuando todo eran figuras nuestras. Por eso sólo el sumo sacerdote entraba en el Santo de los Santos para orar por el pueblo, que no entraba con el sacerdote en el interior del santuario, como aquel sacerdote entró en lo íntimo de los cielos, en aquel Sancta Sanctorum más verdadero, mientras quedábamos aquí nosotros, por quienes intercede: Por eso dijo el profeta: Si peca el pueblo, el sacerdote rogará por él; pero si peca el sacerdote, ¿quién rogará por él? Que quiere decir: "Desead un sacerdote tal que no pueda pecar, para que no se necesite rogar por él". Así, los pueblos ruegan por los apóstoles, pero no ruegan por el sacerdote maestro y señor de los apóstoles. Escucha esto de labios de Juan, que declara y enseña: Hijitos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que aboga ante el Padre: a Jesucristo, el justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados 276. Tenemos, dijo; por nuestros pecados, dijo. Aprende la humildad para no caer más aún, para de una vez levantarte; pues no hubieras dicho esto si no hubieras caído.
Complicidad en los pecados ajenos
CVI. 242. Petiliano: "Y que el laico no se considere exento del pecado; se lo impide esta prohibición: No te harás cómplice de los pecados ajenos" 277.
243. Agustín: Te equivocas de medio a medio cuando no quieres por humildad estar en comunión con el universo. No se ha hecho aquella prohibición ni al laico siquiera, y no sabes qué sentido tiene. Esto es lo que aconsejaba el Apóstol escribiendo a Timoteo, al cual dice en otro lugar: No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros 278. Y en muchos otros documentos se muestra que no era laico.
En aquella amonestación: No te harás cómplice de los pecados ajenos 279, el Apóstol se refería al consentimiento y a la aprobación. Por eso añade cómo lo cumplirá: Consérvate puro 280. Así como el mismo Pablo no comulgaba en los pecados ajenos por tolerar en la unidad del cuerpo a los malos hermanos por los cuales gemía, ni participaron en el hurto y el crimen de Judas los apóstoles, sus predecesores, por comunicar en la cena sacrosanta con él, que ya había vendido al Señor y había sido descubierto por él.
Asentir al mal y tolerarlo
CVII. 244. Petiliano: "Además, con esta sentencia compara el mismo Apóstol a los que participan de la mala conciencia: Quienes tales cosas hacen y quienes aplauden a quienes las hacen son dignos de muerte" 281.
245. Agustín: No me preocupo de cómo entiendes esto; ello es verdadero y esto es lo que enseña la Católica: que existe gran diferencia entre los que asienten porque sienten agrado en esas cosas y los que, aunque les desagradan, las toleran. Aquéllos llegan a ser paja al seguir la esterilidad de la paja; los otros, siendo trigo, esperan a Cristo, el beldador, para ser separados.
Los católicos honran el bautismo de los donatistas... porque es de Cristo
CVIII. 246. Petiliano: "Venid, pues, pueblos, a la Iglesia, huid de los traditores, si no queréis perecer con ellos. Para que conozcáis fácilmente que, siendo ellos reos, tienen un concepto óptimo de nuestra fe, yo bautizo a los inficionados por ellos; mientras que ellos, lo que Dios no permita, reciben a los míos bautizados. Lo cual no harían en absoluto si reconociesen alguna deficiencia en nuestro bautismo. Ved, pues, cuán santo es lo que damos, ya que teme destruirlo el enemigo sacrílego".
247. Agustín: Ya hemos dicho mucho contra este error en esta y en otras obras. Pero como pensáis encontrar en esta opinión un apoyo tan grande para vuestra vanidad, que en este punto juzgabas debías terminar tu carta, a fin de que quedara como de refresco en la mente de los lectores, voy a responder brevemente.
Nosotros no admitimos en los herejes el bautismo de los herejes, sino el de Cristo; el bautismo de Cristo y no el de ellos en los fornicarios, inmundos, lujuriosos, idólatras, hechiceros, enemigos obstinados, litigantes, celosos, apasionados, aficionados a las disensiones, envidiosos, ebrios, comilones y otros semejantes. Porque todos éstos, entre los cuales se encuentran también los herejes, como dice el Apóstol, no poseerán el reino de Dios, y por eso estarán colocados a la izquierda con el diablo. Y no se debe pensar que están en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, por el hecho de participar corporalmente en sus sacramentos. Estos sacramentos siguen siendo santos y seguirán teniendo valor aun entre los que los tratan indignamente y en los que los reciben para mayor castigo; pero ellos no están en aquella trabazón de la Iglesia, que mediante la unión y el contacto entre los miembros de Cristo tiene su crecimiento en Dios.
Esa Iglesia, como dice el Señor, está edificada en la piedra: Sobre esta piedra edificare mi Iglesia 282; en cambio, ellos edifican sobre arena, como dice el mismo Señor: El que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena.
Pero para que no pienses que la Iglesia edificada sobre la piedra está limitada a una parte de la tierra y no difundida hasta los últimos confines de la misma, escucha en el salmo la voz del que gime en medio de los sufrimientos de su peregrinación: Desde el extremo de la tierra he gritado hacia ti, en el desmayo de mi corazón. Me has levantado sobre la piedra; tú me has conducido, porque te has hecho mi esperanza, torre fuerte frente al enemigo 283. Ved cómo grita desde los confines de la tierra; por consiguiente, no está sólo en África ni en solos los africanos, que envían desde África un obispo a Roma para unos pocos montenses y a España para la casa de una sola mujer. Ved cómo la Iglesia se levanta sobre la tierra; por eso no pueden ser contados en ella cuantos edifican en la arena, esto es, cuantos escuchan la palabra de Dios sin ponerla por obra. Y, sin embargo, éstos, tanto entre nosotros como entre vosotros, tienen y dan el sacramento del bautismo.
Ved cómo su esperanza es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, no Pedro, ni Pablo, ni mucho menos Donato o Petiliano; por consiguiente, no es vuestro lo que tememos destruir, sino de Cristo, lo cual es santo por sí mismo aun en los sacrílegos.
En efecto, no podemos recibir a los que vienen de vosotros si no destruimos lo vuestro, y destruimos la infidelidad del desertor, no el carácter del emperador. Por tanto, considera tú mismo y suprime lo que dijiste: "Yo bautizo a los inficionados por ellos, mientras que ellos, lo que Dios no permita, reciben a los míos bautizados". Tú no bautizas a los inficionados, sino que, para contagiarlos del engaño de tu error, los rebautizas. Nosotros, en cambio, no recibimos a los tuyos bautizados, sino que destruimos tu error, por el que son tuyos, y aceptamos el bautismo de Cristo, en el que fueron bautizados. Así es que muy oportunamente pusiste aquel paréntesis: "Lo que Dios no permita", ya que dijiste: "Ellos, lo que Dios no permita, reciben a los míos bautizados". Pues como si quisieras decir: "No permita Dios que los reciban", temiendo que recibiéramos a los tuyos, yo entiendo que dijiste sin darte cuenta: "A los míos, lo que Dios no permita". En realidad, no permita Dios que sean tuyos los que pasan ya a la Católica, ni pasen de suerte que los bautizados sean los nuestros, sino para ser nuestros socios y con nosotros los bautizados de Cristo.