Capítulo I
Introducción
1. Sigue todavía la serie de cargos que calumniosamente nos hacen, porque no han comenzado aún a exponer sus propias opiniones. Mas, a fin de que la extensión del libro no causara tedio, hemos dividido los cargos en dos libros, y, acabado el precedente, que es el segundo de esta obra, damos aquí principio al tercero, que añadimos al primero y segundo.
Capítulo II
Calumnia pelagiana acerca del uso de la ley
2. Dicen que nosotros enseñamos que la ley del Antiguo Testamento no fue dada a fin de justificar a los obedientes que la cumplieran, sino para que fuera causa de más grave pecado.
No entienden en absoluto lo que decimos de la ley, porque nosotros decimos lo mismo que enseña el Apóstol, cuya doctrina ellos no comprenden. Porque ¿quién dice que no son justificados los que son obedientes a la ley, siendo así que, si no fueran justificados, no podrían ser obedientes? Lo que nosotros decimos es que es efecto de la ley que se conozca lo que Dios quiere que se haga, y que efecto de la gracia es que se cumpla la ley. Porque dice el Apóstol: No son justos ante Dios lo oidores de la ley, sino los cumplidores de la ley serán justificados 1 Así pues, la ley hace oidores a la justicia; la gracia, cumplidores. Pues lo que era imposible a la ley, dice el mismo Apóstol, por cuanto estaba reducido a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su Hijo en semejanza de carne de pecado y como víctima por el pecado, condenó el pecado en la carne, para que la justicia de la ley se realizara plenamente en nosotros, los que caminamos no según la carne, sino según el espíritu 2 Esto es lo que decimos: oren para llegar por fin a entenderlo, no sea que, porfiando, se queden sin entenderlo jamás. Porque es imposible que se cumpla la ley por la carne, es decir, por la presunción carnal, a causa de la cual no están sujetos a la justicia de Dios los soberbios que desconocen la justicia de Dios, o sea, la que procede de Dios en el hombre a fin de que el hombre sea hecho justo, y que pretenden asentar la suya como si la ley pudiera cumplirse mediante su libre albedrío no ayudado de Dios 3 Por eso la justicia de la ley se cumple en aquellos que caminan no según la carne, es decir, según el hombre que ignora la justicia de Dios, y que quieren asentar la suya, sino según el espíritu.
¿Y quién camina según el espíritu sino los que son llevados por el Espíritu de Dios? Cuantos son llevados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios 4 Luego la letra mata, el espíritu vivifica 5 Y no es la letra mala porque mata; pero a los malos los convence de prevaricación. Así que la ley es santa, y el mandamiento es santo, justo y bueno. ¿Luego lo bueno vino a ser para mí muerte? ¡Eso no! Mas el pecado, para mostrarse pecado, por medio de una cosa buena me acarreó la muerte, a fin de que viniese a ser el pecado desmesuradamente pecador por medio del mandamiento 6 Ved aquí lo que quiere decir la letra mata. El pecado es el aguijón de la muerte, y la fuerza del pecado, la ley, 7 pues acrecienta, al prohibirlos, los deseos del pecado, y por eso mata si no vivifica con su ayuda la gracia.
3. Esto es lo que decimos, ésta la razón de que se nos eche en cara el decir que la ley ha sido dada de modo que viene a ser causa de más grave pecado; y es que no oyen al Apóstol, que dice: Pues la ley produce cólera; que donde no hay ley, tampoco transgresión 8 Y también: La ley, en razón de las prevaricaciones, fue añadida a la promesa hasta que viniese la descendencia a quien fue hecha la promesa. Y aquello: Pues si hubiese sido dada una ley capaz de vivificar, entonces de la ley realmente procedería la justicia; mas la Escritura lo encerró todo bajo el dominio del pecado, para que la bendición de la promesa se otorgara a los creyentes en virtud de la fe de Cristo 9 De aquí es que el Antiguo Testamento, desde el monte Sinaí, donde se dio la ley, engendra para la esclavitud, la cual es Agar; mas nosotros no somos hijos de la esclava, sino de la libre 10 No son, por tanto, hijos de la libre los que recibieron la ley de la letra, por la que podían ser convencidos no sólo de pecado, mas también de prevaricación; sino los que recibieron el espíritu de gracia, con que pueda cumplirse la ley santa, justa y buena. Esto es lo que decimos; fíjense bien y no porfíen; aprendan y no calumnien.
Capítulo III
Calumnia pelagiana acerca de los efectos del bautismo
4. Sostienen también, dicen, que el bautismo no hace hombres nuevos, es decir, no causa la plena remisión de los pecados, sino que por el bautismo los hombres en parte son hechos hijos de Dios y en parte siguen siendo hijos del siglo, o sea, del demonio.
Eso es mentir, tender celadas, tergiversar; no es esto lo que decimos. Lo que decimos es que todos los hombres que son hijos del demonio, son también hijos del siglo; pero no decimos que todos los hijos del siglo son también hijos del demonio. Lejos de nosotros el decir que fueron hijos del demonio los santos padres Abrahán, Isaac y Jacob y otros tales cuando procreaban en el matrimonio, ni aquellos fieles que lo han hecho hasta el día de hoy o lo hagan en adelante. Pero, con todo, no podemos contradecir al Señor, que dice: Los hijos de este siglo toman mujer y toman marido 11 Hay, pues, algunos que son hijos de este siglo y, sin embargo, no son hijos del demonio. Pues, aunque el demonio sea autor y príncipe de todos los pecadores, pero no cualquier pecado hace a los hombres hijos del demonio. Pecan también los hijos de Dios, porque, si dijeren que no tienen pecado, se engañan a sí mismos y no está en ellos la verdad 12 Pero pecan en cuanto que todavía son hijos de este siglo; mas en cuanto son por la gracia hijos de Dios, no pecan, porque todo el que ha nacido de Dios no obra pecado 13
Y lo que nos hace hijos del demonio es la infidelidad, que es lo que con propiedad recibe el nombre de pecado, que es como decir que no hay otros, si no se dice cuáles. Así como cuando decimos el Apóstol, si no determinamos cuál, no entendemos otro que San Pablo, porque es más conocido por sus muchas epístolas y porque trabajó más que los demás 14 De aquí es que, al decir el Señor del Espíritu Santo: Convencerá al mundo de pecado, quiso significar la infidelidad. Pues al exponer esto dice: De pecado, porque no creyeron en mí 15 Y lo mismo al decir: Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado 16 No es que antes no tuviesen pecado, sino que quería significar la incredulidad, por la que no creyeron en Él, que estaba con ellos y les hablaba, los que pertenecían a aquel de quien dice el Apóstol: Conforme al príncipe de la potencia del aire, que ejerce ahora su acción en los hijos de la incredulidad 17 Luego los que no tienen fe son hijos del demonio, porque no poseen en el hombre interior aquello por lo que se les pueden perdonar los pecados que se cometen por flaqueza o ignorancia o, simplemente, por mala voluntad. Mas cuando los hijos de Dios, que, si dicen que no tienen pecado, se engañan a sí mismos, confiesan, como se dice a continuación, sus pecados (cosa que no hacen los hijos del demonio, o no lo hacen con la fe propia de los hijos de Dios), fiel es y justo para perdonarles los pecados y limpiarlos de toda maldad 18
Para que se entienda perfectamente lo que decimos, oigamos al mismo Jesús, que hablaba a los hijos de Dios diciendo: Si, pues, vosotros, con ser malos, sabéis dar dádivas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará bienes a los que se los pidieren? 19 Pues si no fueran hijos de Dios, no les diría: Vuestro Padre, que está en los cielos. Y, no obstante, dice que son malos y que saben dar buenas dádivas a sus hijos. ¿Son acaso malos por ser hijos de Dios? Nada de eso, sino que son malos en lo que tienen aún de hijos del siglo, bien que ya han sido hechos hijos de Dios por la gracia del Espíritu Santo.
5. El bautismo, pues, limpia todos los pecados, absolutamente todos, sean de obra, de palabra o de pensamiento; sea original, sea personal; cometidos por ignorancia, o a sabiendas; pero no quita la concupiscencia, a la que resiste el bautizado cuando pelea el buen combate, pero con la que condesciende cuando, como hombre, es sorprendido en algún pecado; 20 alegrándose de lo primero con hacimiento de gracias, gimiendo en el segundo caso al hacer oración. Diciendo allí: ¿Qué podré dar al Señor por todo el bien que me ha hecho? 21 Y aquí: Perdónanos nuestras deudas 22 Diciendo a causa de lo primero: Te amaré a ti, ¡oh Señor!, mi fortaleza 23 Y a causa de lo segundo: Ten compasión de mí, porque soy flaco 24 Diciendo por lo uno: Mis ojos siempre están vueltos al Señor, porque Él librará del lazo mis pies; 25 diciendo por lo otro: De pena se han nublado mis ojos 26 Y otros innumerables pasajes de que están llenas las Sagradas Escrituras, en los cuales los hijos de Dios, movidos por la fe, se expresan alternativamente, alegrándose unas veces de los bienes de Dios o lamentándose otras de su propios males, mientras son hijos también de este siglo por razón de la concupiscencia de esta vida; a los cuales distingue Dios de los hijos del demonio no sólo por el baño de la regeneración, sino también por la rectitud de la fe que obra por la caridad, 27 porque el justo vive de la fe 28
Esta concupiscencia, con la que luchamos hasta la muerte del cuerpo, sucediéndose alternativamente el pecado y la virtud e importándonos mucho quién sea el vencedor, será absorbida por la otra regeneración, de la que dice el Señor: Al tiempo de la regeneración, cuando se sentare el Hijo del hombre en el trono de su gloria, os sentaréis también vosotros sobre doce tronos, 29 etcétera. En este pasaje llama regeneración, sin que nadie lo ponga en duda, a la resurrección final, a que el Apóstol llama también adopción y redención, diciendo: Pero también nosotros mismos, que poseemos las primicias del Espíritu, también gemimos dentro de nosotros mismos, anhelando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo 30 Pues ¿no hemos sido regenerados, adoptados y redimidos por el baño santo? Y, sin embargo, vendrá la regeneración, adopción, redención, que ahora debemos esperar pacientemente, y entonces no seremos en lo más mínimo hijos de este siglo.
Por tanto, todo el que niega al bautismo lo que por él recibimos ahora, adultera la fe; quien le atribuye aun ahora lo que por él, pero más tarde, hemos de recibir, troncha la esperanza. Pues si alguno me preguntare si hemos sido salvados por el bautismo, no lo podré negar, ya que dice el Apóstol: Nos salvó por el baño de regeneración y renovación del Espíritu Santo 31 Mas si me preguntare si por medio del mismo baño nos ha salvado ya totalmente responderé que no. Pues dice también el mismo Apóstol: Porque en esperanza es como hemos sido salvados; ahora bien, la esperanza que se ve ya no es esperanza; pues lo que uno ve, ¿a qué viene el esperarlo? Mas si lo que no vemos lo esperamos, por la paciencia lo aguardamos 32 Se ha obrado, pues, la salvación del hombre en el bautismo, porque se ha perdonado el pecado heredado de sus padres o los que él mismo personalmente cometió antes del bautismo; mas su salvación ha de ser después tan completa que no pueda absolutamente pecar.
Capítulo IV
Los dos Testamentos y las calumnias pelagianas
6. Siendo esto así, con estas mismas razones se refuta lo que más adelante nos objetan. Porque ¿qué católico dice lo que nos achacan, a saber, que el Espíritu Santo no fue ayudador de la virtud en el Antiguo Testamento, a no ser cuando entendemos el Antiguo Testamento, como dijo el Apóstol, que desde el monte Sinaí engendra para la esclavitud? 33 Mas como en el Antiguo Testamento estaba figurado el Nuevo, los justos que entonces entendían esto se nos muestran, según la diversidad de los tiempos, como dispensadores y portadores, es verdad, del Antiguo Testamento, pero herederos del Nuevo. ¿Negamos por ventura que pertenece al Nuevo Testamento aquel que dijo: Crea en mí, Señor, un corazón puro y pon de nuevo en mi interior un espíritu recto? 34 ¿O aquel que dice: Sobre piedra fijó mis pies, dirigió mis pasos, puso en mi boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios? 35 ¿O aquel que aun antes del Antiguo Testamento, que comienza en el monte Sinaí, fue padre de los fieles, de quien dice el Apóstol: Hermanos míos, hablo según las leyes humanas. Aun tratándose de un hombre, un testamento legítimamente otorgado nadie puede anularlo ni añadirle nuevas cláusulas. Ahora bien, a Abrahán le fueron hechas las promesas y en él a su descendencia. No dice "Y a las descendencias", como refiriéndose a muchos, sino a uno solo: "Y a tu descendencia", la cual es Cristo. Digo, pues, esto: el testamento ya válidamente otorgado por Dios no puede ser anulado por la ley que vino cuatrocientos treinta años más tarde, de suerte que la promesa quedase anulada. Porque, si de la ley dependiera la herencia, ya no procedería de la promesa. Pero lo cierto es que a Abrahán Dios lo hizo merced de la herencia por medio de una promesa?
7. Si preguntamos ahora si este Testamento que, confirmado por Dios, dice que no es anulado por la ley dada cuatrocientos treinta años antes, es el Nuevo o el Antiguo Testamento, ¿quién vacilará en responder que es el Nuevo, aunque escondido en las oscuridades proféticas hasta que llegara el tiempo de ser revelado por Cristo? Pues si respondiéramos que es el Antiguo, ¿en qué consistiría el testamento que desde el monte Sinaí engendra la esclavitud? Allí, cuatrocientos treinta años mas tarde, fue dada la ley, por la cual, como confirma el Apóstol, no pudo ser anulado el testamento prometido a Abrahán; y quiere el mismo Apóstol que este testamento otorgado desde Abrahán pertenezca más bien a nosotros, que afirma somos los hijos de la libre, no de la esclava; herederos en virtud de la promesa, no por la ley, cuando dice: Porque, si de la ley dependiera la herencia, ya no procedería de la promesa. Y, sin embargo, a Abrahán se la otorgó Dios por la promesa. La razón por la que se introdujo la ley cuatrocientos treinta años más tarde fue para que abundara el delito, porque por el pecado queda convicta de prevaricación la soberbia del hombre, que presume de su propia justicia; y donde abundó el delito, sobreabundó la gracia: 36 por la fe del hombre humilde, ya que peca en la ley y recurre a la misericordia de Dios. Por eso, habiendo dicho: Porque, si de la ley dependiera la herencia, ya no procedería de la promesa. Y, sin embargo, a Abrahán se la otorgó Dios por la promesa; como si se le objetase: ¿A qué fin fue dada después la ley?, añadió: Pues, y la ley ¿qué? Y respondió inmediatamente a esta pregunta: En razón de la prevaricación fue dada, hasta que viniese la descendencia a quien fue hecha la promesa 37
Esto mismo declara diciendo: Porque, si los hijos de la ley son herederos, anulada queda la fe y abolida la promesa, pues la ley produce cólera, que donde no hay ley, tampoco transgresión 38 Lo cual leemos también en aquel pasaje: Porque, si de la ley dependiera la herencia, ya no procedería de la promesa. Y, sin embargo, a Abrahán se la otorgó Dios por la promesa. Lo mismo dice en este pasaje: Porque, si los hijos de la ley son los herederos, anulada queda la fe y abolida la promesa; mostrando bien a las claras que pertenece a nuestra fe, la cual es propia del Nuevo Testamento, lo que Dios otorgó a Abrahán mediante las promesas. Y lo mismo dice en aquel pasaje: Pues, ¿y la ley?, respondiendo: En razón de la transgresión fue dada; y esto mismo escribió en este otro lugar: Pues la ley produce cólera, que donde no hay ley, tampoco transgresión.
8. Por tanto, Abrahán y los justos que vivieron antes de él, y los que vivieron después de él hasta el mismo Moisés, por quien fue dado el testamento que, desde el monte Sinaí, engendra para la esclavitud, y después de él los demás profetas y santos hombres de Dios hasta Juan Bautista, son hijos de la promesa y de la gracia, según Isaac, el hijo de la libre; herederos de Dios y coherederos de Cristo, no en virtud de la ley, sino en virtud de la promesa. Lejos de nosotros el negar que el justo Noé y los justos de los primeros tiempos y cuantos justos pudieron existir desde él hasta Abrahán pertenecen a aquella celestial Jerusalén que es nuestra madre, aunque vivieran antes que Sara, en quien estaba profetizada y figurada la madre libre. Pues ¿cuánto más ciertamente, a partir de Abrahán, en cuyo favor fue declarada la promesa de que sería padre de muchas gentes, 39 deben ser tenidos como hijos de la promesa todos los que agradaron a Dios? Que no es por Abrahán y desde Abrahán más verdadera la generación de los justos, sino más manifiesta la profecía.
9. Al Antiguo Testamento, que desde el monte Sinaí engendra para la servidumbre, que es Agar, pertenecen los que, habiendo recibido la ley santa, y justa, y buena, creen tener bastante con la letra para vivir; y por eso no imploran la divina misericordia a fin de ser obradores de la ley, sino que, desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en mantener los fueros de la propia justicia, no se rindieron a la justicia de Dios 40 De esta casta de hombres fue aquella muchedumbre que murmuró de Dios en el desierto y fabricó el ídolo, y la que, ya en la misma tierra de promisión, se prostituyó con los dioses extraños. Mas esta tal muchedumbre fue muy reprobada en el mismo Antiguo Testamento. Asimismo, cuantos había allí que sólo buscaban los bienes terrenos, los únicos allí prometidos por Dios, y que ignoraban lo que los mismos figuraban en relación con el Nuevo Testamento, guardaban los preceptos de Dios por la codicia de alcanzar aquellos bienes y por el temor de perderlos, o más bien no los guardaban 41 Ni en ellos obraba la fe por el amor, sino la avaricia y el temor carnal. El que de esta suerte guarda los preceptos, guárdalos, sin duda, contra su voluntad, y, por tanto, no los guarda en su alma; porque más quisiera no guardarlos de ninguna manera si, obedeciendo a sus deseos y temores, pudiera hacerlo impunemente. Por eso en lo interior de la voluntad está el reo, al que mira Dios, que es quien impone el precepto.
Tales eran los hijos de la Jerusalén terrena, de la que dice el Apóstol: Es esclava en sus hijos, y pertenece al Antiguo Testamento, que desde el monte Sinaí engendra para la servidumbre. Ésta es Agar 42 A esta casta pertenecieron los que crucificaron al Señor y perseveraron en su infidelidad. A la misma pertenecen todavía sus hijos en el numeroso pueblo judío, aunque el Nuevo Testamento ya haya sido revelado y confirmado por la sangre de Cristo y se haya extendido el Evangelio desde el Jordán, donde fue bautizado y dio principio a su magisterio, 43 hasta los confines de la tierra, tal como había sido dicho por los profetas. Estos judíos viven desparramados por todo el mundo, como rezan las profecías que ellos leen, para que aun sus mismos libros sean un testimonio de la verdad cristiana.
10. Por tanto, Dios es también autor del Antiguo Testamento, porque plugo a Dios velar las promesas celestiales con promesas terrenas, como si éstas fuesen premio, hasta que llegase la plenitud de los tiempos y dar al pueblo, que codiciaba los bienes terrenos y por esto tenía un corazón duro, una ley, aunque espiritual, pero escrita en tablas de piedra. Exceptuados, pues, los sacramentos de los antiguos libros, que tan sólo fueron dados como figurativos -bien que también en ellos la ley recibe justamente el nombre de espiritual en razón de que se ha de entender espiritualmente-, no hay duda de que todo lo demás que atañe a la piedad y buenas costumbres no se ha de interpretar en modo alguno refiriéndolo al tipo figurativo, sino que se ha de cumplir tal como ha sido ordenado.
Por cierto que tenían necesidad de aquella ley para vivir bien no sólo ellos en aquel tiempo, sino también nosotros en el tiempo presente. Pues si Cristo nos quitó aquel yugo pesadísimo de tantas observancias -que no seamos carnalmente circuncidados, ni sacrifiquemos víctimas de animales, ni cada siete años, al repetirse el ciclo sabático, descansemos aun de los trabajos necesarios, y otras cosas por el estilo, sino que las guardemos entendidas de una manera espiritual, y, desechando las sombras figurativas, contemplemos la verdad de las mismas cosas significadas-, ¿acaso ya por esto habremos de decir que no reza con nosotros que el que hallare cualquier cosa perdida del prójimo la entregue, 44 como está escrito, a quien la perdió, y otros mandamientos semejantes a éstos, con los cuales se aprende a vivir piadosa y honestamente, y en especial el decálogo escrito en aquellas dos tablas de piedra, excepción hecha apenas de la guarda carnal del sábado, que significa la santificación y descanso espiritual? Pues ¿quién dirá que los cristianos no están obligados a rendir al único Dios homenaje religioso, a no dar culto a los ídolos, a no tomar en vano el nombre del Señor, a honrar a sus padres, a no cometer adulterios, homicidios, hurtos, ni levantar falsos testimonios; a no desear la mujer ni, en general, cosa alguna del prójimo? 45 ¿Quién es tan impío que diga que no guarda estos preceptos de la ley porque él es cristiano y no está bajo el imperio de la ley, sino bajo el imperio de la gracia?
11. Sin embargo, aun en esto hay una gran diferencia, porque los que están bajo el imperio de la ley, a los cuales mata la letra, guardan estas cosas por el deseo de alcanzar o por el temor de perder una felicidad temporal, y por eso en realidad no las guardan, ya que el apetito carnal, por el que el pecado cambia de objeto o se acrecienta, no se cura con otro apetito. Estos tales pertenecen al Antiguo Testamento, que engendra para la esclavitud, porque el temor y apetito carnal los hace esclavos, en vez de hacerlos libres la fe, la esperanza y la caridad evangélicas. Mas los que están constituidos en gracia, a los cuales vivifica el Espíritu Santo, cumplen todo esto en virtud de la fe que obra por la caridad con la esperanza de bienes no carnales, sino espirituales; no terrenos, sino celestiales; no temporales, sino eternos; sobre todo creyendo en el Mediador, mediante el cual no dudan de que se les concede el espíritu de gracia para guardar bien estas cosas y poder alcanzar el perdón cuando pecan. Éstos pertenecen al Nuevo Testamento, hijos como son de la promesa, reengendrados de Dios Padre y de la madre libre.
Tales fueron todos los antiguos justos, y aun el mismo Moisés, ministro del Antiguo Testamento y heredero del Nuevo, porque vivieron de la misma y única fe que nosotros vivimos, creyendo en la encarnación, pasión y resurrección futuras de Cristo, que nosotros creemos han tenido ya lugar; extendiéndose este tiempo, como hasta el fin de la antigua economía, hasta Juan Bautista, el cual no con alguna sombra del futuro ni con alguna significación alegórica o profecía anunciadora del futuro, sino mostrando con el dedo al mismo Mediador, dice: He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo; como diciendo: Éste es aquél en cuya futura venida creyeron desde la creación del hombre; por razón del cual le fueron hechas a Abrahán las promesas, de quien escribió Moisés, de quien son testigos la ley y los profetas: He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo 46 Desde este Juan en adelante comenzaron a ser pasadas o presentes las cosas, que todos aquellos justos de los primeros tiempos creían, esperaban y deseaban como futuras. Una misma, pues, es la fe de aquellos que no eran aún cristianos en el nombre, pero sí en la realidad, y la de los que son y se llaman cristianos, y en unos y otros se da la misma gracia por el Espíritu Santo. Por lo que dice el Apóstol: Mas teniendo nosotros el mismo Espíritu, según aquello que está escrito: "Creí y por eso hablé", también nosotros creemos y por esto también hablamos 47
12. En un sentido, pues, a la ley y a todos los profetas que profetizaron hasta Juan se les llama ya vulgarmente Antiguo Testamento, que, más propiamente, se debería llamar antiguo instrumento; y en otro sentido lo llama Antiguo Testamento San Pablo, bien usando explícitamente de este nombre, bien sobrentendiéndolo. Usa de este nombre cuando dice: Hasta hoy, siempre que es leído Moisés, ese mismo velo está puesto sobre ellos en la lectura del Antiguo Testamento, el cual no se remueve, porque sólo en Cristo desaparece 48 De esta manera llama Antiguo Testamento al dado por Moisés. Dice también: Para que sirvamos en la novedad del espíritu y no en vejez de la letra, 49 significando el mismo Testamento con el nombre de letra. Y en otro lugar: El cual nos hizo ministros idóneos del Nuevo Testamento, no de la letra, sino del espíritu, porque la letra mata, mas el espíritu vivifica 50 Y en este lugar, al citar el Nuevo Testamento, quiso que se entendiera también el Antiguo.
Con mucha mayor claridad aún, aunque sin decir Antiguo ni Nuevo, hizo ver la diversidad de los dos Testamentos en los dos hijos de Abrahán, uno nacido de la esclava, otro de la libre, lo cual ya recordamos antes. Porque ¿qué mayor claridad que decir: Decidme vosotros, los que deseáis estar bajo la ley, ¿no habéis oído leer la ley? Pues escrito está que Abrahán tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre. Mas el de la esclava nació según la carne, pero el de la libre, mediante la promesa. Estas cosas están dichas alegóricamente, pues esas mujeres son dos alianzas: la una desde el monte Sinaí, que engendra para la esclavitud, la cual es Agar. En efecto, el Sinaí es un monte en la Arabia; y corresponde a la presente Jerusalén, pues es esclava, lo mismo que sus hijos. Mas la Jerusalén de arriba es libre, la cual es madre nuestra. ¿Hay algo más claro, más cierto, menos oscuro y ambiguo para los hijos de la promesa? Y un poco más adelante: Mas nosotros, hermanos, dice, a semejanza de Isaac, somos hijos de la promesa. Y más adelante: Así que, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la libre: 51 con la cual libertad nos ha liberado Cristo. Digamos, pues, si preferimos llamar a los antiguos justos hijos de la esclava o de la libre. Lejos de nosotros decir que son hijos de la esclava. Pues, si son hijos de la libre, pertenecen al Nuevo Testamento en el Espíritu Santo vivificante, que el Apóstol opone a la letra, que mata. Pues ¿cómo no pertenecerán a la gracia del Nuevo Testamento estos con cuyas sentencias y libros refutamos a los pelagianos, dejándolos convictos de ser enemigos insensatísimos e ingratísimos de esta misma gracia?
13. Pero dirá alguno: ¿Cómo se llama Antiguo Testamento al que después de cuatrocientos treinta años fue dado por Moisés, 52 y Nuevo al que tantos años antes fue dado a Abrahán? Quien esto pregunta no con ánimo de porfiar, sino con amor de la verdad, tenga en cuenta primero que, cuando por razón del tiempo anterior recibe el nombre de Viejo y por razón del tiempo posterior el de Nuevo, se atiende a la revelación de los Testamentos, no a su institución. Pues el Antiguo Testamento fue revelado por Moisés, por quien fue dada la ley santa, y justa, y buena con que se obraba, 53 no la abolición, sino el conocimiento del pecado; con la que fueran convencidos los soberbios, que querían asentar su justicia como si no necesitaran del auxilio divino, y, hechos reos de la letra, recurriesen al espíritu de la gracia, no para ser justificados con su propia justicia, sino con la de Dios, esto es, con la que les viniese de Dios. Pues como dice el mismo Apóstol: Por la ley, el conocimiento del pecado. Ahora, empero, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, basada en el testimonio de la ley y de los profetas 54 Porque la ley, por el mero hecho de que en ella nadie se justifica, da testimonio de la justicia de Dios. Y que por la ley nadie se justifica ante Dios, es manifiesto, porque "el justo vive de la fe" 55
Así pues, como la ley no justifica al impío convencido de prevaricación, lo remite a Dios, que es el que justifica, y de esta suerte da testimonio de la justicia de Dios. Los profetas dan testimonio de la justicia de Dios anunciando a Cristo: Él fue hecho por nosotros sabiduría, como también justicia, santificación y redención, a fin de que, como está escrito, "el que se gloría, que se gloríe en el Señor" 56
Esta ley estaba oculta desde el principio, cuando la misma naturaleza convencía a los hombres de injustos, pues hacían con los otros lo que no hubiesen querido se hiciera con ellos. Mas la revelación del Nuevo Testamento fue hecha en Cristo cuando se manifestó en la carne, en el cual se descubrió la justicia de Dios, o sea, la que en los hombres procede de Dios. Por eso dice: Ahora, empero, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado.
La razón, pues, de que aquél se llame Antiguo Testamento es que fue revelado primero, y este otro recibe el nombre de Nuevo porque fue revelado después. Otra razón es que el Antiguo Testamento pertenece al hombre viejo, por donde es forzoso comience el hombre, y al hombre nuevo el Nuevo, por el cual debe el hombre salir de la vejez. Por eso, en aquél se prometieron cosas terrenas, en éste celestiales, porque aun esto fue propio de la misericordia de Dios, para que nadie piense que puede cualquier felicidad terrena ser concedida por otro que no sea el Señor, creador de todo el mundo. Pero, si se sirve a Dios por alcanzar esta felicidad, es éste un culto servil, propio de los hijos de la esclava; mas si se sirve a Dios por el mismo Dios, a fin de que en la vida eterna sea Dios todas las cosas en todos, éste es un culto propio de los libres y de los hijos de la libre, que es nuestra madre eterna en el cielo, la cual pareció primero estéril cuando no tenía hijos visibles; mas ahora vemos cumplido lo que de ella se profetizó: Alborózate, mujer estéril, que no has parido; prorrumpe en gritos de júbilo y exulta la que no has estado de parto, porque son más los hijos de la abandonada que los hijos de la casada, 57 esto es, más que los de aquella Jerusalén que se desposó en cierto modo con el vínculo de la ley y sirve con sus hijos. Decimos, pues, que en tiempo del Antiguo Testamento fue el Espíritu Santo, en aquellos que aún entonces eran hijos de la promesa a semejanza de Isaac, no sólo ayudador, que es lo que éstos juzgan suficiente según su doctrina, sino también dador de la virtud, lo cual niegan éstos, atribuyéndola más bien al libre albedrío, contra el sentir de aquellos padres, que sabían clamar con sincera piedad: Te amaré a ti, ¡oh Señor, fortaleza mía! 58
Capítulo V
Calumnian los pelagianos la doctrina católica acerca de los profetas y apóstoles
14. Dicen también que no confesamos nosotros que todos los apóstoles y profetas fueron enteramente santos, sino que decimos que, comparados con los peores, fueron menos malos, y que la justicia que Dios aprueba consiste en esto: que así como dice el profeta que es justa Sodoma en comparación de los judíos, 59 así también nosotros confesamos que los santos, si los comparamos con los grandes pecadores, se ejercitaron algún tanto en la virtud.
Lejos de nosotros el afirmar tal cosa. Lo que ocurre es que ellos no pueden entender o no quieren entender, o, movidos del deseo de calumniar, hacen como si no entendieran lo que decimos. Óiganlo, pues, ellos, o más bien los ignorantes e indoctos a los que tratan de engañar.
Nuestra fe, que es la fe católica, distingue a los justos de los pecadores no en virtud de las obras, sino por la fe, porque el justo vive de la fe. Y a causa de esta distinción sucede que el hombre que vive sin cometer homicidio, ni hurto, ni falso testimonio, ni desear cosa ajena; honrando a los padres como ellos deben ser honrados; siendo casto, de tal suerte que se abstenga de toda conmixtión carnal, aun conyugal; muy limosnero, muy sufridor de injurias; que no sólo no usurpa lo ajeno, pero ni aun reclama lo que se le ha quitado, o que, vendidos todos sus bienes y distribuidos entre los pobres, nada tiene propio; a pesar de todas estas aparentemente laudables costumbres, si no se tiene la fe recta y católica en Dios, al dejar esta vida, incurre en condenación. Otro, en cambio, que practica obras buenas en virtud de la fe recta que obra por la caridad, pero que no es tan morigerado como el primero; que resguarda su continencia con la honestidad del matrimonio, y paga y pide el débito conyugal no sólo con el fin de procrear, sino que también por placer, aunque sólo con su mujer, lo cual concede indulgentemente el Apóstol a los casados; 60 que no sufre con tanta mansedumbre las injurias, sino que siente el aguijón del deseo de vengarse, perdonando, empero, a quien le pide perdón, a fin de poder decir: así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; 61 que tiene su hacienda familiar y de ella usa para hacer limosnas, aunque no con tanta largueza como el otro; que no usurpa lo ajeno, pero que ante el tribunal eclesiástico, no secular, reclama lo suyo; éste, digo, que parece menos recomendable en sus costumbres, a causa de su recta fe en Dios, de la cual vive y según la cual se arrepiente de todos sus delitos, alaba a Dios en todas las obras buenas; queriendo para sí la ignominia, para Él la gloria, y recibiendo del mismo el perdón de los pecados y el amor de las obras virtuosas, deja este mundo para alcanzar la salvación y ser admitido a la compañía de los que han de reinar con Cristo.
¿Y por qué esta diferencia sino por la fe? Y aunque ésta no salva sin las obras a nadie, porque la fe recta es aquella que obra por la caridad, no obstante, por ella se perdonan los pecados, porque el justo vive de la fe; mas sin ella aun las que parecen buenas obras se convierten en pecado, pues todo lo que no procede de la fe es pecado 62 Y, a causa de esta grandísima diferencia, con ser la perpetua integridad virginal más excelente, sin ningún género de duda, que la castidad conyugal, esto no obstante, la mujer católica, aun casada en segundas nupcias, es preferida a la virgen herética que profesa virginidad, y no de manera que la primera sea mejor en el reino de los cielos, sino de manera que la segunda no entrará en el reino de los cielos. Pues el que hemos descrito como adornado de mejores costumbres aventajará, si no le falta la fe recta, al segundo, pero uno y otro vivirán allí; mas, si le falta la fe recta, de tal suerte es aventajado por el otro, que él no estará allí.
15. Pues si todos los justos, lo mismo los antiguos que los apóstoles, han vivido de la fe de Cristo nuestro Señor y se han distinguido por tan santas costumbres junto con la fe, que, aunque no poseyeran una vida tan perfecta como la que ha de haber en la vida futura, no obstante, todo pecado debido a la humana flaqueza luego se borraba con la piedad de la misma fe, ¿qué razón hay para decir que fueron justos en comparación con los pecadores, que Dios ha de condenar, siendo así que por la fe recta están diametralmente separados de los pecadores, que dice el Apóstol: ¿Qué puede compartir el fiel con el infiel? 63
Mas los pelagianos, estos nuevos herejes, créense fervorosos devotos y panegiristas de los santos si no llegan a confesar que los santos tuvieron una virtud imperfecta, siendo así que esto lo proclama el vaso de elección, el cual, teniendo presente donde vivía y que el cuerpo corruptible es peso para el alma, 64 dice: No es que ya lo haya obtenido o que ya sea yo perfecto. Hermanos, yo no pienso que ya lo haya alcanzado. Y, sin embargo, un poco más adelante, el que había negado ser perfecto dice: Cuantos, pues, somos perfectos, tengamos estos sentimientos, 65 queriendo enseñar que, según es posible en esta vida, se da una cierta perfección, y que es propio de esta perfección conocer cada uno que todavía no es perfecto. ¿Quién más perfecto y eximio en el pueblo de la antigua alianza que los sacerdotes santos? Pues, sin embargo, Dios les mandó que en primer lugar ofreciesen sacrificios por sus propios pecados 66 Y en el nuevo pueblo, ¿quién más santo que los apóstoles? Y, esto no obstante, les mandó el Señor decir en la oración: Perdónanos nuestras deudas. Una es, por tanto, la esperanza de todas las almas piadosas que gimen bajo este peso de la carne corruptible en la endeblez de esta vida, y es que tenemos un abogado ante el Padre en Jesucristo y Él es súplica constante por nuestros pecados 67
Capítulo VI
Calumnia pelagiana achacando a los católicos admitir pecado en Cristo
16. No tienen a este abogado justo los que están (aunque no existiera más diferencia que ésta) diametralmente separados de los justos. Lejos de nosotros el decir, como éstos nos acusan calumniosamente, que este abogado mintió por necesidad de la carne, sino que decimos que en semejanza de carne de pecado, por el pecado, condenó el pecado 68 Por no entender tal vez esto, y cegados por el deseo de calumniar, ignorando que la palabra pecado tiene diversas acepciones en las Sagradas Escrituras, propalan los pelagianos que nosotros admitimos pecado en Cristo.
Nosotros decimos que Cristo no tuvo ningún pecado, ni en el alma ni en el cuerpo, y que, tomando carne en semejanza de carne de pecado, por el pecado condenó el pecado. Esto que dice el Apóstol con alguna oscuridad, puede interpretarse de dos modos: o diciendo que el Apóstol quiso dar al pecado el nombre de semejanza de carne de pecado, porque las semejanzas de las cosas reciben el nombre de las mismas cosas; o bien diciendo que los sacrificios ofrecidos por los pecados recibían en la ley el nombre de pecados, los cuales sacrificios fueron todos figura de la carne de Cristo, que es el verdadero y único sacrificio ofrecido por los pecados, no sólo los que se perdonan en el bautismo, que son todos, sino también los que se cometen después a causa de la humana flaqueza, por los cuales toda la Iglesia clama cada día al Señor: Perdónanos nuestras deudas; y se nos perdonan en virtud del único sacrificio ofrecido por los pecados, que el Apóstol, hablando al modo de la ley, no vaciló en llamar pecado. Y ésta es también la razón de lo que de manera más clara e indubitable dice: Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, a fin de que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en Él 69 Pues lo que antes recordé: Por el pecado condenó el pecado, por cuanto no se dijo de su pecado, puede cada cual entenderlo diciendo que por el pecado de los judíos condenó el pecado, ya que por el pecado de los que le crucificaron derramó su sangre para remisión de los pecados; mas este otro pasaje en que se dice que Dios hizo pecado a Cristo, que no conocía pecado, paréceme que la mejor manera de entenderlo es decir que Cristo se hizo sacrificio por los pecados y que por esto se le llamó pecado.
Capítulo VII
Los pelagianos calumnian la doctrina católica acerca del cumplimiento de los preceptos
17. ¿Quién llevará en paciencia que nos acusen de decir que después de la resurrección se obrarán tales cambios que los hombres comenzarán a cumplir los preceptos que aquí no quisieron cumplir? Y nos acusan de esto porque decimos que allí no habrá absolutamente ningún pecado ni conflicto por concupiscencia alguna de pecado; como si ellos pudieran negar esto. ¿Y quién, sino el que sea tan contrario a la verdad que no merezca por ello conocerla, negará que entonces llegará a tal perfección en nosotros la sabiduría y el conocimiento de Dios, y tan grande el gozo en el Señor, que será aquélla la seguridad plena y verdadera? Mas tal dicha no la dan los preceptos, sino que es el premio otorgado a los preceptos que deben guardarse aquí abajo. Está claro que el desprecio de estos preceptos no conduce al premio del más allá, sino que es la gracia de Dios la que nos da aquí el deseo de observarlos. Si algún precepto se cumple un poco menos de lo debido, es la gracia la que nos perdona, por lo que decimos en la oración: Hágase tu voluntad y Perdónanos nuestras deudas 70 Aquí, pues, tenemos el mandamiento de no pecar; allí será el premio de no poder pecar. Aquí es precepto no condescender con los deseos de la carne; allí será premio carecer del deseo de pecar. Aquí es precepto: Entended, necios del pueblo. Y vosotros, fatuos, ¿cuándo seréis cuerdos?; 71 allí será premio la perfecta sabiduría y el conocimiento consumado. Dice el apóstol: Porque ahora vemos por medio de un espejo, en enigma; mas entonces cara a cara. Ahora conozco parcialmente; entonces conoceré plenamente al modo como yo mismo fui conocido 72 Aquí es precepto: Ensalzad a Dios, fortaleza nuestra; 73 y Alegraos, ¡oh justos!, 74 en el Señor; allí el premio es alegrarse con gozo perfecto e inefable. Finalmente, se ha impuesto como precepto: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia; y como premio: porque ellos serán saciados 75
¿Pues de qué serán saciados sino de la justicia, de la que tienen hambre y sed? ¿Quién, por tanto, estará tan reñido con la ciencia, no sólo divina, sino también humana, que diga que puede el hombre poseer tanta justicia, teniendo hambre y sed de ella, como cuando de ella se sacie? Cuando tenemos hambre y sed de la justicia, si está despierta nuestra fe en Cristo, ¿qué otra cosa se ha de creer que pedimos sino tener hambre y sed de Cristo? Él fue hecho por Dios para nosotros sabiduría, como también justicia, santificación y redención, para que, según está escrito, "el que se gloría, que se gloríe en el Señor" 76 Y como ahora creemos en Él, a quien no vemos, por eso tenemos hambre y sed de la justicia. Pues mientras habitamos en el cuerpo, andamos lejos del Señor: como quiera que por la fe caminamos, 77 no por la vista. Cuando lo veamos cara a cara, nos regocijaremos con gozo inenarrable 78 y será entonces cuando nos saciemos de justicia, pues ahora le decimos con fervoroso deseo: Me saciaré cuando aparezca tu gloria 79
18. Pues ¿qué soberbia, no digo tan osada, sino tan necia, no ser aún iguales a los ángeles de Dios y creer que ya pueden tener una justicia igual a la de los ángeles de Dios, y no hacer caso de un varón tan grande y santo, que tenía verdadera hambre y sed de la misma perfección de la justicia cuando no quería envanecerse con la sublimidad de las revelaciones, y que, no obstante, a fin de no ensoberbecerse, no se confió a su albedrío y voluntad, sino que recibió el aguijón de la carne, el ángel de Satanás, que lo abofeteaba, por lo cual tres veces rogó al Señor que lo alejase de él, y le dijo el Señor: Te basta mi gracia, pues en la flaqueza llega a la perfección la virtud? 80 ¿Qué virtud es ésta sino aquella de la que es propio no envanecerse? ¿Y quién duda de que esto pertenece a la justicia? De esta perfecta justicia están adornados los ángeles de Dios, que contemplan sin cesar el rostro del Padre, 81 y, por tanto, de toda la Trinidad, porque mediante el Hijo ven en el Espíritu Santo. Nada hay más sublime que esta revelación, y, sin embargo, ninguno de los ángeles que gozan de aquella contemplación ha menester del ángel de Satanás que lo abofetee a fin de que no lo ensoberbezca tan sublime revelación. Esta perfección de la virtud no la tenía aún el Apóstol San Pablo, que todavía no era igual a los ángeles; sino que existía en él aquella flaqueza de envanecerse que debía ser reprimida por el ángel de Satanás para no envanecerse con la grandeza de las revelaciones. Así pues, aunque aquella soberbia primera había derribado a Satanás, no obstante, aquel excelentísimo médico, que sabe usar bien aun de los males, del ángel de Satanás sacó contra el vicio de la soberbia una medicina saludable bien dolorosa, así como contra el veneno de las serpientes se extrae el antídoto de las mismas serpientes.
¿Qué quiere decir, pues, te basta mi gracia, sino no sucumbas por la bofetada del ángel de Satanás pecando? ¿Y qué quiere decir que en la flaqueza llega a la perfección la virtud, sino que en este lugar de flaqueza solamente puede darse la perfección de la virtud reprimiendo la soberbia con la flaqueza? La cual se curará con la futura inmortalidad. Porque ¿cómo puede haber salud cumplida donde todavía es necesaria la medicina que viene de la bofetada del ángel de Satanás?
19. De aquí es que la virtud que ahora posee el hombre es perfecta en el sentido de que su perfección incluye el verdadero conocimiento y la confesión humilde de la misma imperfección. Esta pequeña justicia, perfecta en la medida que lo consiente esta flaqueza, es perfecta cuando no deja de comprender lo que le falta. Por eso el Apóstol se llama a sí mismo imperfecto y perfecto: 82 imperfecto, pensando cuánto le falta para llegar a aquella justicia de cuya plenitud tiene hambre y sed; perfecto, por cuanto no se avergüenza en confesar su imperfección y obra bien a fin de alcanzarla. Como podemos decir que es perfecto el viandante cuyo arribo al término se facilita, aunque no se logra el deseo de llegar mientras no se haya llegado. Por eso, después de haber dicho: Habiendo sido hombre sin tacha en cuanto a la justicia que pueda darse en la ley, añadió: Cuantas cosas eran para mí ganancia, ésas por Cristo las he reputado pérdida. Que aun todas las cosas estimo ser una pérdida, comparadas con la eminencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien todo lo estimo pérdida, y lo tengo por basura, a fin de ganarme a Cristo y ser hallado en Él, no poseyendo una justicia propia, aquella que viene de la ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que procede de Dios, fundada sobre la fe 83 Veis aquí que el Apóstol dice sin mentir que él fue, en cuanto a la justicia que puede darse en la ley, hombre sin tacha, y, no obstante, estas que fueron para él ganancias las desecha por Cristo y las reputa daño, pérdida y basura, y no sólo estas ganancias, sino todo lo que antes ha mencionado lo desecha a causa no de cualquier conocimiento, sino del conocimiento eminente de Jesucristo nuestro Señor, conocimiento que poseía ciertamente por la fe, pero aún no por la contemplación. Porque será eminente el conocimiento de Cristo cuando Cristo se descubra de tal suerte que se vea lo que ahora se cree.
Por eso dice en otro lugar: Estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios 84 Y por la misma razón dice el Señor: Quien me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él 85 Y el apóstol San Juan dice por el mismo motivo: Carísimos, somos hijos de Dios y todavía no se ha mostrado lo que seremos; sabemos que, cuando se mostrare, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como es 86 Entonces es cuando será eminente el conocimiento de Cristo. Pues ahora se esconde en la fe, pero no se muestra aún eminente en la contemplación.
20. Desecha, pues, San Pablo las obras anteriores de su justicia como pérdida y basura a fin de ganarse a Cristo y ser hallado en Él no poseyendo una justicia propia, aquella que viene de la ley. ¿Cómo propia, si viene de la ley? Porque de Dios es esa ley. ¿Quién ha negado esto sino Marción y Manés y otras pestes similares? Pues, con ser de Dios esa ley, llama justicia propia a la que viene de la ley; y esa justicia propia no la quería tener, sino que la desecha como basura 87 ¿Por qué, sino porque esto quiere decir, como arriba demostramos, que están sujetos a la ley los que, ignorando la justicia de Dios y empeñándose en establecer su propia justicia, no están sujetos a la ley de Dios? Porque piensa que con las fuerzas de su albedrío cumplen la ley, que manda, y, engañados con esta soberbia, no buscan la gracia auxiliadora. De esta manera, la letra los mata, o convictos en el tribunal de su conciencia, pues no hacen lo que manda, o creyendo que lo hacen, pero no lo hacen con la caridad espiritual que procede de Dios. Y de este modo permanecen o manifiestamente injustos o mentirosamente justos: evidentemente malheridos con la indignidad manifiesta, o neciamente infatuados con una justicia engañosa. Y a causa de esto, cosa maravillosa, pero verdadera, no cumple la justicia de la ley la justicia que se da en la ley o procede de la ley, sino la que hay en el espíritu de gracia. Pues la justicia de la ley se cumple en aquellos que, como está escrito, caminan no según la carne, sino según el espíritu 88 El Apóstol dice que fue hombre sin tacha en la carne, no en el espíritu, cuanto a la justicia que puede darse en la ley; y dice que la justicia que procede de la ley fue su justicia, no la de Dios.
Hemos de entender, por tanto, que no se cumple la justicia de la ley según la justicia que puede darse en la ley o que de la ley procede, esto es, según la justicia del hombre, sino según la justicia que se da en el espíritu de gracia; por tanto, según la justicia de Dios, es decir, la que le viene al hombre de Dios. Lo cual puede expresarse con más claridad y concisión diciendo que la justicia de la ley no se cumple cuando la ley manda y el hombre obedece, como si dijéramos, con sus propias fuerzas, sino cuando auxilia el espíritu, y obedece la voluntad libre, pero liberada por la gracia de Dios. Así que la justicia de la ley consiste en mandar lo que agrada a Dios, prohibir lo que le desagrada; darse justicia en la ley es servir a la letra y no pedir fuera de la letra ayuda a Dios para vivir bien. Pues habiendo dicho: No teniendo una justicia propia, aquella que viene de la ley, sino la que viene por la fe de Cristo, añadió: la que procede de Dios. Esta es, pues, la justicia de Dios, desconociendo la cual tratan los soberbios de establecer su propia justicia. Pues no se llama justicia de Dios porque Dios sea justo por ella, sino porque le viene al hombre de Dios.
21. Según esta justicia de Dios, esto es, la que nos viene de Dios, obra ahora la fe por la caridad 89 Y obra para que el hombre llegue a aquel en quien cree sin verle; viendo al cual, lo que antes se conocía en virtud de la fe por medio de un espejo en enigma, se conocerá por la visión cara a cara; 90 entonces será perfecta también la misma caridad. Porque es mucha necedad decir que es Dios tan amado antes de ser visto como será amado cuando sea visto. Ahora bien, si, como no lo pone en duda ninguna persona piadosa, cuanto más amamos a Dios más justos somos, ¿quién duda de que llegará a su perfección la justicia santa y verdadera cuando sea perfecto el amor de Dios? Será entonces cuando se cumplirá, sin que le falte una tilde, la ley, cuya plenitud es el amor 91 Por lo cual, después de haber dicho: No poseyendo una justicia propia, aquella que viene de la ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que procede de Dios, añadió: para conocerlo a Él y sentir en mí el poder de su resurrección y la comunicación de sus padecimientos.
No poseía aún el Apóstol la plenitud y perfección de estas cosas, sino que corría como viandante para alcanzar esa plenitud y perfección. ¿Cómo es posible que hubiera conocido perfectamente a Cristo quien dice en otro lugar: Ahora conozco parcialmente, entonces conoceré como soy conocido? 92 ¿Cómo es posible que hubiese conocido perfectamente el poder de su resurrección, si aún le quedaba conocerla más plenamente en sí mismo el día de la resurrección de su carne? ¿Cómo es posible que ya hubiera conocido perfectamente la participación de sus padecimientos, si todavía no había padecido muerte por Él?
Finalmente, dice: Por si logro alcanzar la resurrección de los muertos. Y luego añade: No que ya lo haya obtenido o que ya sea yo perfecto. ¿Qué es, pues, lo que confiesa que aún no ha recibido y en qué no es perfecto todavía, sino en la justificación que procede de Dios, deseando la cual no quiso su propia justicia, la que procede de la ley? Esto es lo que le movía a hablar, ésta la causa de escribir estas cosas resistiendo a los enemigos de la gracia de Dios, por dar la cual fue crucificado Cristo; entre los que hay que contar también a éstos.
22. Pues al entrar a tratar de esto, empieza así: ¡Cuidado con los perros, cuidado con los malos obreros, cuidado con la mutilación! Que nosotros somos la circuncisión, los que, en el Espíritu de Dios, le damos culto, y, como leemos en algunos códices, al Dios espíritu o al espíritu de Dios, y nos gloriamos en Cristo Jesús, y no ponemos nuestra confianza en la carne. Se ve evidentemente por aquí que habla contra los judíos, que, observando carnalmente la ley y queriendo establecer su justicia, recibían de la letra la muerte en vez de recibir del espíritu la vida, y se gloriaban en sí mismos, mientras que el Apóstol y todos los hijos de la promesa se gloriaban en Cristo.
Luego añadió: Si bien yo podía tener también confianza en la carne: si algún otro cree poder confiar en la carne, yo más todavía. Y enumerando todas aquellas cosas que son gloriosas según la carne, termina diciendo: Que fui hombre sin tacha en cuanto a la justicia que puede darse en la ley. Y habiendo dicho que todas estas cosas no eran para él nada más que daño y pérdida y basura, a fin de ganarse a Cristo, añadió lo que estamos tratando: Y sea hallado yo en Él, no poseyendo una justicia propia, aquella que viene de la ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que procede de Dios. Confesó, pues, que no había recibido aún, y que, por consiguiente, no era perfecto, la perfección de la justicia, que no se alcanza sino con aquel sublime conocimiento de Cristo, a causa del cual dijo que eran para él daño todas las cosas. Mas sigo adelante, dice, por si logro alcanzarlo, ya que yo, a mi vez, fui alcanzado por Cristo Jesús. El mismo significado tiene alcanzaré a aquel por quien fui alcanzado que conoceré como soy conocido. Hermanos, dice, yo no me hago cuenta todavía de haberlo alcanzado; una cosa hago, empero; olvidando lo que dejo atrás y lanzándome a lo que me queda por delante, puestos los ojos en la meta, sigo corriendo hacia el premio de la celestial vocación de Dios en Cristo Jesús.
El orden de las palabras es éste: una sola cosa hago. Con verdad decimos que encareció el Señor a Marta la necesidad de esta única cosa al decirle: Marta, Marta, te inquietas y te azoras atendiendo a tantas cosas, cuando una sola es necesaria 93 Queriendo ésta alcanzarla, dijo, como quien camina, que corría hacia el premio de la vocación celestial de Dios en Cristo Jesús. ¿Quién dudará de que, cuando logre aquello en pos de lo cual dice que corre, tendrá una justicia igual a la justicia de los santos ángeles, a ninguno de los cuales abofetea el ángel del diablo para que no se envanezca con la grandeza de las revelaciones?
Después, adoctrinando a los que pudieran creerse ya perfectos con la plenitud de aquella justicia, dice: Cuantos, pues, somos perfectos, tengamos estos sentimientos. Como si dijera: Si según la capacidad del hombre mortal somos perfectos cuanto cabe serlo en esta vida, entendamos que es propio también de esta perfección conocer que no somos todavía perfectos con aquella justicia angélica que poseeremos en la manifestación de Cristo. Y si sobre algo, dice, sentís de diferente manera, también sobre eso Dios os ilustrará. ¿Y de qué modo sino caminando y progresando en el camino de la fe recta hasta que se acabe la peregrinación y se llegue a la contemplación? Por lo que añadió consecuentemente: A pesar de todo, desde el punto hasta donde llegamos, sigamos caminando. Y a fin de que huyan el trato de aquellos de los cuales se ocupa al principio de este discurso, dice: Sed, hermanos, imitadores míos y observad a los que así proceden según el dechado que tenéis en nosotros. Porque muchos andan por ahí, de quienes a menudo os decía -y ahora aun con lágrimas os lo digo- los enemigos de la cruz de Cristo, cuyo paradero es la perdición; 94 y todo lo demás. Trátase de aquellos de los que había dicho al principio: ¡Cuidado con los perros, cuidado con los malos obreros!, y lo demás que sigue. Todos ellos son, pues, enemigos de la cruz de Dios, que, queriendo afirmar su justicia, la que procede de la ley, o sea la letra que manda y no del espíritu que obedece, no están sujetos a la justicia de Dios. Pues si los hijos de la ley son herederos, anulada queda la fe 95 Porque, si por la ley se alcanzase la justicia, entonces Cristo hubiera muerto en vano, 96 se habría acabado el escándalo de la cruz 97 Y por esto son enemigos de su cruz los que dicen que se tiene la justicia por la ley, de la cual es propio mandar, no ayudar. Mas la gracia de Dios por Jesucristo en el Espíritu Santo ayuda nuestra flaqueza.
23. De aquí es que el que, por vivir según la justicia que puede darse en la ley, vive sin la fe de la gracia de Cristo, como dice el Apóstol que vivió él sin tacha, hemos de decir que no tiene en absoluto verdadera justicia, no porque la ley no sea verdadera y santa, sino porque no es verdadera justicia querer obedecer, como en virtud de las fuerzas del libre albedrío, a la letra que manda sin el vivificante espíritu de Dios. En cambio, la justicia por la que el justo vive de la fe, porque le viene al hombre de Dios por el espíritu de la gracia, es verdadera justicia. La cual, bien que se puede llamar rectamente perfecta en algunos justos, habida cuenta de la que en este mundo se puede alcanzar, es pequeña en comparación de aquella gran justicia que poseen todos los ángeles. Quien carecía aún de ella se consideraba perfecto por razón de la que tenía e imperfecto a causa de la que todavía le faltaba. Pero la verdad es que esta justicia menor produce el mérito, la mayor es el premio. Así que quien no corre en pos de ésta, no alcanza aquélla. Por lo cual es un gran desatino negar la futura plenitud de la justicia que ha de existir después de la resurrección del hombre y pensar que ha de ser tal la justicia en aquella vida como puede serlo en esta vida mortal.
Que los hombres no empiezan allí a cumplir los mandamientos de Dios que aquí no quisieron cumplir, es muchísima verdad. Pues habrá plenitud de una perfectísima justicia, no de los hombres que guardan los mandamientos y que se esfuerzan, caminando hacia adelante, por llegar a aquella plenitud, sino en un pestañear de ojos, al igual que la futura resurrección de los muertos, 98 porque la sublimidad de aquella perfecta justicia se otorgará como premio, y no se mandará como precepto, a los que aquí cumplieron los mandamientos. Pero he dicho cumplieron los mandamientos, para que nos acordemos de que es uno de los mandamientos la oración, en la que todos los santos hijos de la promesa dicen todos los días con verdad: Hágase tu voluntad y Perdónanos nuestras deudas 99
Capítulo VIII
Raíces de la herejía pelagiana. Oscuridades y calumnias pelagianas
24. Pues cuando los pelagianos se sienten compelidos por estos y otros semejantes testimonios de la verdad a no negar el pecado original; a no decir que la gracia de Dios, por la que somos justificados, se nos da según nuestros méritos y no gratuitamente; a no decir que la justicia del hombre mortal, por más santo y virtuoso que sea, es tan grande que no tendrá necesidad, aun después del bautismo, de que se le perdonen los pecados hasta que acabe su vida; cuando, pues, se ven forzados a no afirmar estas tres cosas y a no apartar con ello de la gracia del Salvador a aquellos que les dan crédito, ni precipitarlos, engreídos por la soberbia, en el juicio del diablo, esparcen la niebla de otras cuestiones con el fin de encubrir su impiedad ante las personas sencillas o de menos ingenio o menos instruidas en las Sagradas Letras.
Y las nieblas no son otra cosa que lo que dicen en alabanza de la criatura, en alabanza del matrimonio, en alabanza de la ley, en alabanza del libre albedrío, en alabanza de los santos; como si alguno de nosotros reprendiera estas cosas y no las alabara todas, como es justo, para gloria del Creador y Salvador. Pero el caso es que ni la misma criatura quiere ser alabada de modo que no sea sanada. Y cuanto más se deba alabar el matrimonio, menos habrá que reprocharle la concupiscencia vergonzosa de la carne, que no procede del Padre, sino del mundo; 100 la cual halla ya el matrimonio en los hombres, que no la causó, puesto que ella existe en muchísimos sin el matrimonio, y el matrimonio, si nadie hubiera pecado, pudo existir sin ella.
Y la ley es santa, y justa, y buena; 101 pero no es la gracia, y nada recto se hace en virtud de ella sin la gracia, porque no se dio una ley que pudiese vivificar, sino que se dio en razón de las transgresiones, a fin de encerrarlos, convictos de transgresión, bajo el dominio del pecado, para que la bendición de la promesa se otorgara a los creyentes en virtud de la fe de Cristo 102
Y el libre albedrío cautivo no tiene poder sino para pecar, mas no para obrar la justicia, si no fuere ayudado y liberado por Dios. Y por esto, aun a los santos todos, lo mismo desde aquel antiguo justo Abel hasta Juan Bautista como desde los apóstoles hasta el día de hoy y en adelante hasta el fin del mundo, hay que alabarlos en el Señor y no en sí mismos. Porque es voz de los antiguos justos: En el Señor se gloriará mi alma 103 Y de los posteriores: Por la gracia de Dios soy lo que soy 104 Y reza con todos: Que el que se gloría, que se gloríe en el Señor 105 Y todos confiesan a una voz: Si dijéramos que no tenemos pecado, a nosotros mismos nos engañamos y la verdad no está en nosotros 106
Capítulo IX
La doctrina católica contradice a maniqueos y pelagianos
25. Mas como en estas cinco cosas que he mencionado, en las cuales buscan ocultarse y de las que se sirven para inventar calumnias, los desenmascaran y los convencen los testimonios divinos, dieron en asustar a los fieles no instruidos con el execrable nombre de maniqueos, a fin de que no den oídos a la verdad, rechazando sus perversísimos dogmas; porque, de estas cinco cosas, los maniqueos condenan con sus blasfemias las tres primeras, diciendo que el sumo y verdadero Dios no es el autor de la naturaleza humana, ni del matrimonio, ni de la ley. No creen, como enseña la verdad, que el pecado ha tenido su principio en el libre albedrío y que de él procede todo mal, así del ángel como del hombre, porque, apartándose de Dios más de la cuenta, prefirieron creer que la naturaleza del mal es mala y eterna como Dios. A los santos patriarcas y profetas los colman de toda suerte de maldiciones. Aquí tenéis de qué manera se persuaden los nuevos herejes de que, echándonos en cara el nombre de maniqueos, eluden la fuerza de la verdad; mas no la esquiva. Porque ella no deja de perseguirlos y confunde a un mismo tiempo a maniqueos y pelagianos.
El hombre que nace, por ser un bien, ya que es hombre, rebate a Manés y alaba al Creador; mas en cuanto hereda el pecado original, rebate a Pelagio y pide un Salvador.
Y el afirmar que debe ser sanada esta naturaleza es refutar a uno y a otro, porque ni tendría necesidad de medicina si estuviese sana, lo cual va contra Pelagio, ni podría en manera alguna sanarse si fuera un mal eterno e inmutable, lo cual atañe a Manés.
Asimismo, cuando decimos que no se debe achacar al matrimonio, que alabamos como instituido por Dios, la concupiscencia de la carne, combatimos a la vez a los pelagianos, que la cuentan entre las cosas dignas de alabanza, y a los maniqueos, que la hacen obra de una naturaleza mala y ajena, no siendo sino un accidente malo de nuestra naturaleza, que ha de sanarse con la misericordia de Dios, no separándolo de Él.
Del mismo modo, lo que decimos nosotros, que la ley santa, y justa, y buena, 107 ha sido dada por razón de la transgresión, no para justificar a los impíos, sino para convencer a los soberbios, 108 va contra los maniqueos, por cuanto la alabamos con el Apóstol, y contra los pelagianos, porque, según el Apóstol, nadie se justifica en virtud de la ley, 109 y por eso, para vivificar a los que la letra mata, o sea, a aquellos que la ley buena, que manda, hace reos a causa de su transgresión, ayuda gratuitamente el espíritu de la gracia 110
Además de esto, cuando decimos que el albedrío, libre para el mal, debe ser liberado por la gracia de Dios para obrar el bien, la afirmación se dirige contra los pelagianos; y cuando decimos que en él tuvo origen el mal que antes no existía, la afirmación se vuelve contra los maniqueos.
Además, contra los maniqueos, honramos en Dios con las debidas alabanzas a los santos patriarcas y profetas, y, contra los pelagianos, decimos que aun aquéllos, bien que justos y gratos a Dios, tuvieron necesidad de que el Señor les perdonara.
A unos y a otros, pues, como a los demás herejes, la fe católica los tiene por adversarios, a unos y a otros confunde con la autoridad de los divinos testimonios y con la luz de la verdad.
Capítulo X
La cuestión del origen del alma, nueva evasiva pelagiana
26. Para extender las nieblas de sus oscuridades, proponen aquí los pelagianos la cuestión, que no hace al caso, del origen del alma, y siguen esta táctica para, mezclando lo claro con lo oscuro, asegurarse mejor el modo de ocultarse. Porque dicen que nosotros vemos la transmisión de las almas juntamente con la transmisión del pecado. Dónde y cuándo han oído tal cosa en las pláticas o leído en los escritos de los que defienden contra éstos la fe católica, no lo sé. Pues, aunque es verdad que los católicos han escrito algo sobre esta materia, todavía no se había emprendido la defensa de la verdad contra éstos ni se trataba de refutarlos. Lo que sí digo es que, a la luz de las Sagradas Escrituras, es tan evidente la existencia del pecado original, y que éste se perdona en los párvulos con el bautismo, y que esta doctrina se apoya tan sólidamente en la antigüedad y autoridad de la fe católica, y es tan universalmente conocida en la Iglesia, que cuanto de palabra o por escrito se diga acerca del origen del alma, si choca con todo esto, no puede ser verdad. Por lo que, cualquiera que sienta acerca del alma o acerca de otra cuestión oscura una doctrina que venga a negar lo que es verdaderísimo, fundadísimo, conocidísimo, sea él hijo o enemigo de la Iglesia hemos de precavernos de él.
Pero pongamos aquí fin a este libro para dar principio a lo que sigue.