RÉPLICA A JULIANO

Traductor: P. Luis Arias Álvarez, OSA

Libro V

Objetivos que se propone Agustín en este libro

I. 1. Exige el orden examinar ya el contenido del libro III de Juliano una vez que he respondido a los libros I y II. Quiero, con la ayuda de Dios, oponer nuestros saludables esfuerzos a las perniciosas doctrinas de tus libros, siguiendo el método acostumbrado. Silenciaré cuanto no pertenezca a esta controversia para que los que deseen leer nuestra obra no empleen más tiempo y trabajo que el necesario para su aprovechamiento. ¿Qué necesidad hay de responder a las acostumbradas vaciedades que insertas en las primeras palabras de tu libro "cuando te jactas de exponerte a la envidia pública por defender la verdad y te alegras del reducido número de sabios a quienes agradas?" Es la misma canción de todos los herejes, antiguos y nuevos, en virtud de una costumbre trivial ya muy gastada. Con todo, la necesidad te obliga a vestirte con tales andrajos, porque tu vanidad es tan grande y tu hinchazón tan enorme, que para tu vergüenza y deshonra se extiende por todas partes. No juzgo conveniente refutar paso a paso las calumnias e injurias que prodigas a mi persona cuando, como un insensato o ciego, atacas, sin citar nombres, a tantas y tan excelsas lumbreras de la Iglesia católica. Creo haberte respondido a todo esto en mis dos libros, sin dejarte lugar a réplica alguna.

2. Exageras "la dificultad que presenta la inteligencia de las Sagradas Escrituras y sostienes que sólo un número reducido de sabios son capaces de probar que Dios sea el creador de los hombres y del universo; que es justo, piadoso y veraz; que es él quien colma de dones a los hombres, porque, confiesas, nuestras acciones son buenas y meritorias en cuanto dan gloria a Dios". Entonces no le puedes honrar tú, que niegas sea el libertador de los niños por Cristo Jesús, es decir, salvador, cuyo bautismo, dices, no tiene por efecto procurarles la salvación, como si no tuviesen necesidad del Cristo médico para sanar; porque Juliano bucea con más sagacidad que nadie en la fuente de la humanidad y descubre que todos los niños están perfectamente sanos. Hubiera sido para ti un beneficio no saber nada que tener un conocimiento imperfecto de la ley, que te infla de orgullo y te lleva a tomar por guía no la ley de Dios, sino tu vanidad, que te despeña en una presunción enemiga de la fe cristiana y de tu alma.

3. "Vuestra doctrina -escribes- es tan absurda y vana que se obstina en atribuir la injusticia a Dios; al diablo, la creación del hombre; al pecado, una sustancia, y conciencia, a los niños privados de razón". Respondo brevemente. Nuestra doctrina no es absurda ni vana, pues aclama al más hermoso de los hijos de los hombres como salvador de adultos y niños 1. No es vana, porque enseña que, por el pecado del primer hombre, todo hombre es como un soplo, y sus días, como una sombra que pasa 2. Ni atribuye injusticia alguna a Dios, justicia esencial, que no obra injustamente cuando castiga a los niños con tantos y tan grandes males como vemos con harta frecuencia; ni reconoce al diablo como creador de la naturaleza humana, pero sí como corruptor en su origen; ni enseña que el pecado sea una sustancia, sino un acto de nuestros primeros padres, y, en su posteridad, un castigo; ni dice que los niños tengan conciencia sin conocimiento, pero sí enseña que no faltó conocimiento en aquel en el que todos pecaron, y que transmitió a todos el mal del pecado.

4. Adoctrinas a una muchedumbre de idiotas, a los que llamas "hombres sencillos, pues, ocupados en otros negocios, carecen de cultura elemental para entrar en la Iglesia de Cristo por vía de conocimiento, sino sólo por fe; y les avisas para que no se dejen aterrorizar por cuestiones difíciles y oscuras, pues les basta creer en un Dios verdadero, creador de los hombres, y tener por incuestionable que es un Dios de bondad, de verdad y de justicia. Recomiendas también atribuir a la Trinidad estas perfecciones; abrazar y alabar todo lo que rime con este sentir; permanecer firmes en la fe, a pesar de todos los argumentos en contra, y rechazar toda autoridad o toda sociedad que traten de persuadirles lo contrario".

Si bien lo piensas, tus palabras los fortalecen en contra tuya. El único motivo por el que la multitud cristiana, la que tratas de ignorante y de cuyo juicio apelas a unos pocos de los tuyos, a los que presentas como prudentes y sabios, rechaza vuestra novedad, es su firme creencia en un Dios creador de los hombres, sumamente justo, y que por vista de ojos conocen los crueles sufrimientos de los niños, imágenes de un Dios justo y óptimo, y que en verdad no sufrirían en tan tierna edad de no existir el pecado original.

Si alguno de estos hombres sin instrucción, con su hijo en brazos, te dirigiese la palabra, sin ninguna segunda intención, y donde nadie te oyera te dijese: "Yo con el espíritu, inteligencia y conocimiento que Dios, como a imagen suya, me dio, amo tan apasionadamente el reino de Dios, que tengo por el mayor castigo de un hombre saber que jamás podrá entrar en él". Y tú, hombre segregado de la turba de los ignorantes, uno de los pocos sabios, que amas el reino con gran pasión, pues te ves animado por la compañía de esa exigüidad de sabios, sin que te enfríe la tibieza de la muchedumbre, ¿responderías al palurdo diciendo: "No es gran tormento para la imagen de Dios y ni siquiera es tormento alguno, el no poder entrar en el reino de Dios?" Creo no te atreverías a dar semejante respuesta ni a uno solo, aunque no temas su violenta reacción ni su testimonio. Pero sea la que sea tu respuesta o guardes silencio por un resto de pudor, no digo cristiano, sino humano, este hombre te presentaría a su hijo y te diría: "Dios es justo; ¿qué mal ha hecho esta criatura inocente, imagen de Dios, para que le prohíba la entrada en su reino sino porque el pecado entró en el mundo por un solo hombre? 3" Pienso que en este momento se desplomaría toda tu sabiduría, que te hizo creerte más sabio que este hombre sin letras, y, si tu impudencia te abandona como te abandonó tu saber, quedarás más niño que este bebé.

Significado de "perizómata"

II. 5. Has rematado tu prólogo dirigido a los ignorantes; ahora te alejas de ellos y preparas un discurso para oídos más selectos. Veamos lo que les tienes que decir. No sé qué idea picuda, olvidada en el libro II, viene a tu memoria; porque, después de hablar extensamente de los miembros que un sentimiento de pudor y la razón, después del pecado, obligaron a nuestros primeros padres a cubrir con hojas de higuera, haces vanos esfuerzos por refutar lo que yo dije, a saber: "¿Por qué después del pecado, sintieron vergüenza de su desnudez sino porque sintieron en su cuerpo movimientos deshonestos?" ¿Cuál fue, pues, tu ingeniosa ocurrencia, que tanto te agradó para que, terminado el libro, en el que con incontenible verborrea tratas con amplitud de esta cuestión, ahora juzgas imposible silenciar? "Está escrito -dices- que se hicieron unos vestidos 4; y recuerdas que "la palabra perizómata puede tener otros sentidos". Dices también que "se puede entender por vestidos todo lo que puede cubrir el cuerpo referente al pudor".

Me llama la atención que el traductor que has leído, si no es pelagiano, haya podido traducir por vestidos la palabra griega perizómata. Aunque estés ayuno de pudor, al que pertenece el cuidado del vestido, no te empeñes en convencernos que fue el pecado el que enseñó a nuestros primeros padres el sentido del pudor y que en ellos la inocencia y la desvergüenza, como dos amigas y compañeras, vivían en mutua armonía. Cuando estaban desnudos y no sentían confusión, eran, según tú, unos sinvergüenzas, sin el menor sentido del recato natural; entonces el pecado corrigió en ellos semejante aberración, y el pecado que los hizo réprobos ante Dios les dio lecciones de pudor. Y así, siempre en tu sentir, la malicia hizo pudorosos a los que la justicia hacía unos perfectos sinvergüenzas. Esta tu doctrina es indecente, impúdica, horrendamente desnuda, y, por mucho que te afanes en coser las hojas de tus palabras, no la consigues tapar.

6. Me dices, con cierta guasa, que aprendí de los pintores el que Adán y su mujer tapasen sus partes íntimas y me aconsejas leer este verso horaciano: "A pintores y poetas se les concede plena libertad para fingir lo que quieran" 5. No aprendí de pintores de vanas figuras, sino de autores de los libros santos; éstos me dicen que nuestros primeros padres, antes del pecado, estaban desnudos y no sentían confusión. ¡Lejos de nosotros pensar en un estado de inocencia tamaña desvergüenza, pues allí no existía nada de qué avergonzarse! Mas pecaron, advirtieron su desnudez, y se taparon 6. Y tú gritas aún: "Nada deshonesto ni nuevo sintieron en sus cuerpos". Es tu desvergüenza tan increíble, que no me atrevo a pensar hayas bebido en un apóstol o vidente, pero ni siquiera en un pintor o en un poeta. Porque estos mismos que, como con elegancia dice Horacio, han tenido plena libertad para fingir a capricho, hubieran sentido sonrojo en inventar cosas tan absurdas y risibles como las que tú no te avergüenzas de afirmar. Ningún poeta osaría cantar, ningún pintor representar, cohabitando en perfecta armonía cosas tan opuestas; óptima una, la otra pésima; es decir, la inocencia y la obscenidad. Ninguno llegó a desconfiar del sentido común de los hombres que osasen atribuir tal libertad o, mejor, vanidad, tan insana.

7. Dices más: "Si se prefiere interpretar perizómata como ceñidores, estoy tentado a pensar que se cubrieron la cintura, no los muslos". Me apena verte abusar de la ignorancia de los que no saben griego y respetar tan poco el juicio de los que lo conocen. Es muy cómodo para un latino usar como palabra de su idioma el vocablo perizómata como en los códices griegos se lee. Pienso has querido reírte de ti mismo cuando afirmas que nuestros primeros padres usaron esta especie de ceñidor no para cubrirse los muslos, sino la cintura. Ya sea sabio o ignorante, ¿quién no sabe qué partes del cuerpo tapan estos perizómata? Es un término que se usa para designar los vestidos, que entra como valor en la dote de las novias, y sirve como cinturón alrededor de los riñones. Infórmate y aprende lo que no creo ignores. Pero, aunque efectivamente lo ignoraras, no creo llegue tu ignorancia a querer alterar no la palabra humana, sino el vestido que de ordinario llevan los varones, haciendo subir hasta los hombros lo que se ajusta a la cintura; de manera que nuestros primeros padres se sirvieran de los perizómata para cubrirse de la cintura para arriba, dejando al descubierto muslos y órganos genitales. Al hablar así, sirves mi causa antes que la tuya, porque por cualquiera de las partes superiores hayan empezado a vestirse, ¿no han debido cubrir también las partes inferiores del cuerpo, en las que sentían una ley contraria a la ley del espíritu 7, y cuyas mutuas miradas eran incentivo de movimientos que les llenaban de confusión por la misma novedad de su desobediencia a Dios? Y cuanto más violentos eran estos movimientos, más sonrojo hubieran sentido, de no cubrir con amplios vestidos sus cuerpos, pues sus miradas avivaban los deseos.

Pero ora descendiesen los vestidos desde los hombros, ora desde la cintura, no es menos cierto que debieron de cubrir lo que el pudor obligaba a ocultar; necesidad a la que no se hubieran visto reducidos si la ley del pecado no se rebelara contra la ley del espíritu. Mas en cosa tan clara y evidente basta la autoridad de las Sagradas Escrituras. Todo lo que nosotros podemos añadir, para nada sirve. Si procediéramos de otra manera, no sería ya la ignorancia, sino la presunción maliciosa, la que nos hace hablar.

El vocablo perizómata indica con claridad las partes del cuerpo que Adán y Eva cubrieron después del pecado, y de las que antes, a pesar de su desnudez, no se avergonzaban. Vemos lo que cubrieron; sería gran desvergüenza negar lo que sintieron. Tú mismo, contradictor obstinado, juzgas que ningún otro pensamiento se puede presentar al espíritu, sino que nuestros primeros padres quisieron ocultar los movimientos de la concupiscencia que sentían en sus partes íntimas, y de los que se avergonzaban. Pero tú, que reconoces todo esto, te empeñas en izar hasta los hombros unos taparrabos que sirven de ceñidores. Y así, al cubrirles la espalda, o reconoces que los pecadores jamás han tenido el mal de la concupiscencia, o, con deshonesto sentir, dejas a la intemperie partes que confiesas se han de cubrir por pudor.

Pecado, castigo del pecado y causa de pecado

III. 8. Citas estas palabras mías: "La desobediencia de la carne -digo-es digno castigo de la desobediencia del hombre. No sería justo que aquel que había desobedecido a su Señor fuese obedecido por su esclavo, es decir, por su cuerpo". Y tú tratas de probar que la desobediencia de la carne, si es castigo de un pecado, es algo laudable. Y cual si fuera una persona que castiga, con conocimiento de causa, el pecado, en estilo pomposo la alabas "como vengadora de un crimen y servidora de Dios". Y no adviertes que, por el mismo motivo, se puede alabar a los ángeles malos, pues, aunque prevaricadores e impíos, son ministros de Dios, e infligen a los pecadores merecido castigo, como lo atestigua la Escritura cuando dice: Lanzó contra ellos la ira de su indignación; indignación, ira, destrucción por sus ángeles malos 8.

Alaba, pues, a éstos; alaba a Satanás, su jefe, porque fue vengador de un pecado cuando le entregó el Apóstol un hombre para destrucción de su carne. Eres elocuente orador cuando hablas contra la gracia de Cristo y un panegirista de Satanás y sus ángeles, por cuyo ministerio Dios ejerce, con justicia, su venganza sobre los crímenes de muchos pecadores; porque, para retribuir a cada uno según sus obras y castigar a los malos, Dios se sirve de estos espíritus de malicia y perversidad, y así hace buen uso de malos y buenos.

Alaba, pues, a estas potencias de iniquidad, puesto que por ellas los malos son castigados por sus crímenes, pues alabas la concupiscencia de la carne, porque su desobediencia es castigo de la prevaricación de un pecador. Alaba al impío rey Saúl, porque fue azote de pecadores, según la palabra del Señor: En mi cólera te di un rey 9. Alaba al demonio que atormentaba a este rey, pues fue dado a un pueblo en castigo de sus pecados 10. Alaba la ceguera de corazón que afligió a una parte de Israel, y el motivo nos lo explica el Apóstol cuando dice a los romanos: Hasta que entre en la Iglesia la totalidad de los gentiles 11. A no ser que niegues ser esta ceguera un castigo; pero, si amas la luz interior, gritarás no que es un castigo, sino que es el mayor de los castigos. Esta ceguera fue en los judíos el gran mal de su incredulidad y causa de un gran mal: la muerte de Cristo. Si niegas que esta ceguera sea un castigo, indicas, aunque no lo confieses, que padeces este mal.

Y, si la consideras un castigo, no una pena del pecado, debes admitir que una misma cosa puede ser pecado y castigo de pecado; pero, si no es castigo de pecado, sería un castigo injusto, y entonces admitirías en Dios injusticia; injusticia, pues lo ordena o lo permite; o lo acusarás de impotencia, porque no puede evitar el castigo de un inocente. Y si, para no aparecer tú mismo como ciego, concedes que la ceguera de los judíos era un castigo de su pecado, ve ahora lo que antes no querías ver, y así la cuestión que habías propuesto queda enteramente resuelta.

En efecto, así como el diablo, sus ángeles y los reyes perversos son en sí pecadores, pero sirven también a la justicia de Dios para castigar a los pecadores, y no por eso son dignos de alabanza, aunque por medio de ellos se aplique justa pena a los que la merecen, lo mismo se ha de decir de la concupiscencia, que lucha contra la ley del espíritu; no es justa, aunque justa sea la pena del que injustamente obró. Como la ceguera del corazón, que sólo el Dios de la luz puede iluminar, es un pecado que impide creer en Dios; y es pena de pecado pues es justo castigo del orgullo interior cuando el extravío de un corazón ciego nos lleva a cometer algún pecado; pecado es también la concupiscencia de la carne, contra la que lucha todo espíritu sano, porque es una rebelión contra el imperio del espíritu; y es pena de pecado, por ser justo castigo de una desobediencia a Dios; y es causa de pecado o por cobardía o contagio del que nace.

9. Hemos dicho que la concupiscencia es castigo del pecado; tú respondes que, aunque lo sea, no es vituperable, sino digna de elogio; y para sostener esta ciega e inconsiderada opinión te pierdes en un laberinto de razonamientos que se desvanecen como humo. Dices: "Si la concupiscencia es castigo del pecado, arrojamos fuera la castidad para que no se la considere una rebelión contra la sentencia del Señor". Y añades otras muchas consideraciones, que son como secuela de tu sentir. Cayendo en tu mismo error, se puede decir de la ceguera interior: si la ceguera de corazón es un castigo del pecado, es doctrina a rechazar, para tomar la luz como una rebelión contra Dios, porque invalidaría su sentencia contra el pecado. Y este razonar es absurdo, aunque la ceguera de corazón sea pena del pecado. Y lo que tú afirmas que dije, es el colmo del absurdo, aunque sea la concupiscencia un castigo del pecado. A la ceguera de corazón ha de oponerse la luz; la pena que no sea error o libido se ha de soportar con paciencia. Por eso, cuando, por la gracia de Dios, se vive de fe verdadera, Dios mismo, presente en nosotros, ilumina nuestro espíritu, nos ayuda a dominar la concupiscencia y a tolerar pacientemente todos los sufrimientos de la vida. Todas estas acciones son buenas cuando se hacen por Dios; es decir, cuando le amamos con amor gratuito; y este amor puro sólo de él puede venir. Sin esto, cuando el hombre se complace en sí mismo y confía en sus propias fuerzas, si se entrega a los deseos de su orgullo, este mal aumenta, aunque las otras pasiones disminuyan, y las tratara de reprimir para deleitarse exclusivamente en la concupiscencia.

10. Acerca de lo que dices haber leído en otros opúsculos míos y que en vano tratas de refutar, te aconsejo depongas todo afán revanchista y escuches con atención, y encontrarás ser muy cierto "que existen pecados que son castigo de otros pecados", como sucede con lo dicho sobre la ceguera de corazón. ¿De qué te sirvió, te pregunto, citar un pasaje del Apóstol con el que pruebo lo que leíste en otro de mis escritos en el que Pablo dice de ciertos hombres: Los entregó Dios a su réprobo sentir, para que hicieran lo que no conviene? Tú lo interpretas como una hipérbole, como hace un orador cuando quiere impresionar vivamente a sus oyentes y exagera las cosas.

No te canses en señalar en qué lugares usa de esta figura el Apóstol. "Como si arremetiese -dices- contra los crímenes de los impíos, carga las tintas sobre su enormidad con los nombres de su castigo; y como inspirasen gran horror a un corazón como el suyo, santuario de todas las virtudes, dice que estos hombres le parecen, más que criminales, condenados".

Si examinamos cómo habla el Apóstol, no como tú le haces hablar, di, más bien, que son condenados y reos, es decir, criminales por sus delitos y por su condena. Que sean reos lo manifiesta el Apóstol cuando dice: Adoraron y sirvieron a las criaturas antes que al Creador, bendito por los siglos. Amén. Luego hace ver que han sido condenados por sus delitos; y añade: Por eso los entregó Dios a pasiones infames 12. ¿Lo oyes? Por eso, y en vano preguntas cómo se ha de entender los entregó Dios y sudas para demostrar que esa entrega es un abandono. Sea el que sea el sentido de esa entrega, por eso los entregó, por eso los abandonó, y compruebas, lo entiendas como lo entiendas, que es una consecuencia del pecado.

Tiene el Apóstol cuidado en hacer ver cuán grande es el castigo que Dios inflige a los pecadores cuando los entrega a la ignominia de sus pasiones, ora sea por abandono, ora de otro modo cualquiera, se pueda o no explicar, porque, en todo caso, Dios es siempre sumo Bien e inefablemente justo. Y continúa el Apóstol: Porque sus mujeres invirtieron el uso natural de sus relaciones por otras contra naturaleza. Igualmente, los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos la recompensa merecida por su extravío 13.

¿Hay nada más claro, más evidente, más expreso? Recibieron, dice el Apóstol, la recompensa que merecieron; es decir, fueron condenados a cometer crímenes tan atroces. Sin embargo, esta condena es también culpa, lo que implica mayor gravedad. Así son pecados y castigo de anteriores pecados. Y lo que es más de admirar es que el Apóstol dice que recibieron en sí mismos la recompensa merecida. Lo expresan las palabras que citas: Cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, cuadrúpedos y serpientes. Por eso los entregó Dios a los deseos de su corazón hasta la impureza 14. Con toda claridad se indica en este pasaje la causa por la cual fueron entregados. Después de enumerar los males que habían cometido, añade Pablo: Por eso los entregó Dios a los deseos de su corazón 15. En consecuencia, la entrega es castigo de un pecado precedente; sin embargo, es también pecado, como lo explican las palabras que siguen.

11. Mas tú sostienes lo contrario, y piensas tener resuelta la cuestión con estas palabras del Apóstol: Los entregó a sus deseos. Y dices: "porque ardían ya en infames deseos". Y aún añades: "¿Cómo creer que hayan caído en tales crímenes por el poder de Dios, que los entregó a sus deseos?" Por favor, ¿los iba a entregar "a los deseos de su corazón", si, en cierto modo, estos malos deseos estaban ya en posesión de su corazón? ¿Es lógico decir que, si uno tiene ya en su corazón infames deseos, consienta en su realización? Por consiguiente, una cosa es tener malos deseos en su corazón y otra "ser entregados" a estos malos deseos, y ser poseídos por ellos hasta el punto de no poder rehusar el darles nuestro consentimiento, lo que sucede cuando son entregados a sus malos deseos por un justo juicio de Dios.

De otra forma, en vano se nos diría: No vayas en pos de tus apetencias, si ya uno es culpable, si siente un torbellino de pasiones que le incitan al mal; si no las secunda y no se entrega a ellas, y si, por el contrario, las combate gloriosamente y vive siempre bajo el imperio de la gracia. ¿Qué te parece? El que observa lo que está escrito: Si consientes en tus deseos -se entiende malos-, serás la irrisión de tus enemigos y envidiosos 16, ¿es por ventura culpable porque sienta tales deseos en su alma, que no debe consentir para no ser la irrisión del diablo y de sus ángeles, nuestros envidiosos enemigos?

12. Cuando se dice que un hombre es entregado a sus deseos, es culpable, porque, abandonado de Dios, lejos de resistir, cede y les da su consentimiento, y entonces se puede considerar derrotado, cazado, atraído, poseído, pues uno es esclavo de aquel que le vence 17, y el pecado que sigue es castigo de un pecado anterior. ¿No es pecado y castigo de pecado lo que nos dice Isaías: El Señor infundió en ellos espíritu de error, y se tambaleó Egipto en todas sus empresas como se tambalea un borracho? 18 ¿No es pecado y castigo de pecado cuando dice a Dios el profeta: Nos haces, Señor, errar fuera de tus caminos, endureciste nuestros corazones para que no te temamos? 19 ¿No hay pecado y pena de pecado en estas palabras que el mismo profeta dirige a Dios: Te has enojado y nosotros hemos pecado, y por eso erramos y todos somos inmundos? 20 ¿No es pecado y castigo de pecado lo que leemos de los gentiles, a los que derrotó Jesús Nave porque el Señor hizo que tuvieran un corazón duro para combatir a Israel y ser exterminados? ¿No es pecado y castigo de pecado el que el rey Roboán no escuchase a su pueblo, que le aconsejaba bien, porque, según dice la Escritura, el Señor, en su cólera, se alejó de él para cumplimiento de la palabra que había anunciado por el profeta? 21 ¿No es pecado y castigo de pecado lo que está escrito de Amasías, rey de Judá, cuando no quiso escuchar los consejos de Joás, rey de Israel, para que no saliese a guerrear? Leemos: Amasías no le escuchó, pues era disposición de Dios entregarlo en manos de sus enemigos por haber consultado al dios de Edón 22.

Podía alargar la letanía con otros ejemplos semejantes, que prueban con toda claridad que el endurecimiento del corazón es efecto de un secreto juicio de Dios, que, al impedirnos estar a la escucha de la verdad, nos hace caer en pecado, de suerte que este pecado es castigo de un pecado anterior; porque es ciertamente pecado dar crédito a la mentira y no dar fe a ]a verdad. Y este pecado viene de la ceguera de corazón, que, por un secreto y justo juicio de Dios, aparece como castigo divino. Para probarlo escribe el Apóstol a los de Tesalónica: Por no haber aceptado el amor a la verdad, que les hubiera salvado, por eso Dios les envía un poder del error, para que crean en la mentira 23. Tienes aquí un pecado y un castigo del pecado. Ambas cosas son evidencia. El Apóstol lo expresa breve y claramente; pero tú trabajas en vano, por arrimar a tu error sus palabras.

13. ¿Qué quieres decir con estas palabras: "Cuando se dice son entregados a sus deseos, se entiende que pueden ser abandonados por la paciencia de Dios, no que con su poder los entregue al pecado?" Precisamente el Apóstol hace mención de estas dos virtudes divinas, de la paciencia y del poder, en este pasaje: Dios, queriendo mostrar su cólera y demostrar su poder, soportó con gran paciencia vasos de ira preparados para la perdición 24. Y ¿a cuál de las dos se refiere el profeta en estas palabras: Y, si yerra el profeta y habla, yo, el Señor, he seducido a ese profeta; extenderé mi mano sobre él y lo exterminaré de en medio de mi pueblo, Israel? 25 ¿Se refiere al poder o a la paciencia? Ora elijas una de las dos, ora ambas a la vez, es cierto que en labios de un falso profeta existió un pecado y un castigo de pecado. ¿Vas a decir que las palabras: Yo, el Señor, seduje a ese profeta, significan que lo abandonó para que, seducido por sus méritos, errase? Interprétalo como te plazca, pero no es menos cierto que fue castigado por su pecado para que, pecando de nuevo, anunciara falsedades.

Examinemos atentamente la visión del profeta Miqueas: Vio -dice-al Señor sentado en su trono, y todo el ejército del cielo estaba a su lado, a derecha e izquierda. Y dijo el Señor: "¿Quién engañará a Ajab, rey de Israel, para que suba y caiga en Ramot de Galaad?" Y uno decía una cosa y otro otra. Se adelantó el Espíritu, se puso ante él y dijo: "Yo lo engañaré" El Señor dijo: "¿De qué modo?" Respondió: "Iré y me haré espíritu de mentira en boca de todos los profetas". Y dijo: "Lo engañarás y vencerás. Vete y hazlo así" 26.

¿Qué vas a decir a esto? Pecó el rey al dar crédito a falsos profetas. Este pecado era castigo de otro pecado; por juicio secreto de Dios, envía un ángel malo para hacernos comprender mejor estas palabras del salmista: Lanzó contra ellos el fuego de su cólera por medio de sus ángeles malos. ¿Se podrá acusar a Dios de error, de injusticia, de temeridad en sus juicios o en sus actos? De ningún modo. No en vano se lee en el salmo: Tus juicios, hondo abismo 27. No en vano clama el Apóstol: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuán inescrutables son tus juicios, e irrastreables tus caminos! ¿Quién conoció el pensamiento del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le dio primero para que le recompense? 28 No elige a nadie porque sea digno, sino que, al elegirlo, lo hace digno; pero a nadie castiga si no es digno de castigo.

Misterio insondable de predestinación y reprobación

IV. 14. Escribes: "Dice el Apóstol: La bondad de Dios te invita a la conversión". Es verdad. Hay pruebas; pero invita al que predestinó, aunque él, por la dureza e impenitencia de su corazón, atesore, en cuanto de él depende, cólera para el día de la ira y revelación del justo juicio de Dios, que dará a cada uno según sus obras. Por grande que sea la bondad de Dios, ¿quién hará penitencia, si Dios no se lo concede? ¿Has olvidado lo que dice el mismo doctor: Por si Dios les da la conversión que les haga conocer la verdad, y se libren de los lazos del diablo? 29 Pero sus juicios son un abismo profundo.

Cierto, si permitimos a algunos, sobre los que tenemos autoridad, cometer crímenes ante nuestros ojos, somos, como ellos, culpables. ¡Y cuán incontables son los crímenes que Dios permite cometer ante su vista, y que no se cometerían si él no quisiera! Sin embargo, Dios es justo y bueno, y con paciencia da lugar a la conversión y no quiere que nadie perezca; porque el Señor conoce a los suyos 30 y todo coopera al bien de los que ha llamado según su decreto. No todos los llamados lo son según su voluntad, pues muchos son los llamados, pocos los elegidos 31. Todos los elegidos han sido llamados según su voluntad. Por eso se dice en otro lugar: Ayudado por la fuerza de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa; no por nuestras obras, sino por su propia voluntad y gracia, que nos dio en Cristo Jesús desde la eternidad 32. Por último, como dijese San Pablo: Todas las cosas cooperan al bien de los que han sido llamados según su voluntad, añade en seguida: Porque a los que antes conoció, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él primogénito entre muchos hermanos; a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó, y a los que justificó, también los glorificó 33. Estos son los llamados según el designio de Dios. Y estos mismos son elegidos antes de la constitución del mundo 34 por aquel que llama las cosas que no son para que sean. Y elegidos según elección de gracia. Es lo que el doctor de los gentiles dice a propósito de Israel: Subsiste un resto, elegido por gracia. Y para que no se crea que fueron elegidos, antes de la creación del mundo, en virtud de sus buenas obras previstas, continúa y dice: Y, si es por gracia, ya no es por las obras; pues, de otro modo, la gracia ya no sería gracia 35.

Del número de elegidos y predestinados los hay que llevaron una vida criminal, y por la bondad de Dios fueron inducidos a penitencia, y gracias a la paciencia del Señor no fueron arrancados de esta vida cuando se encontraban inmersos en sus delitos, para que se manifieste a ellos y a sus coherederos de qué profundo abismo de males los puede librar la gracia de Dios. Y ninguno de ellos perece en cualquier edad que muera. ¡Lejos de nosotros pensar que un predestinado pueda abandonar esta vida sin haber recibido el sacramento del Mediador! De éstos dice el Señor: Esta es la voluntad del Padre que me ha enviado, que no pierda nada de lo que él me dio 36.

Los demás mortales no pertenecen al número de los elegidos, aunque, formados de la misma masa que éstos, son vasos de ira, que nacen para bien de los elegidos. No es en vano y sin un designio sean creados por Dios, sin saber el bien que puede sacar de ellos, pues ya es un bien el crear en ellos la naturaleza humana y sirven al orden y belleza del mundo actual. A ninguno de éstos atrae a una penitencia saludable y espiritual que reconcilia al hombre con Dios en Cristo, aunque Dios use con ellos de mayor o igual paciencia. Así, aunque todos los hombres han sido formados de una misma masa de perdición y de pecado, según la dureza e impenitencia de sus corazones, en cuanto a ellos atañe atesoran ira para el día de cólera, en el que se da a cada uno según sus obras. Dios, sin embargo, por un efecto de su bondad y de su misericordia, conduce a unos a penitencia y deja a otros en su pecado, según su justo juicio, pues tiene poder para atraer y conducir hacia sí a los que él quiere, a tenor de las palabras del Señor cuando dice: Nadie viene a mí si el Padre, que me envió, no lo atrae 37.

¿Atrajo, acaso, Dios a penitencia al rey impío y sacrílego Ajab? ¿O después de ser engañado y seducido por un espíritu de mentira experimentó los efectos de la paciencia y longanimidad del Señor? ¿No se cumplió de inmediato la sentencia de muerte después de su engaño 38? ¿Quién puede decir que este pecado no fue castigo de otro pecado infligido, por justo juicio de Dios, al rey sacrílego, al que primero envía un espíritu de mentira y luego permite sea seducido y engañado? Hablar así, ¿no sería hablar sin fundamento y taponar los oídos a la verdad?

15. ¿Quién puede haber tan ayuno de juicio que, al oír cantar en el salmo: Señor, no me entregues a mi mal deseo 39, afirme que el hombre pide a Dios que no sea paciente con él, si Dios no entrega a nadie para que obre mal, sino para demostrar su paciencia y bondad con los obradores del mal? ¿Por qué entonces pedimos al Señor cada día no nos deje caer en tentación 40 sino para que no seamos entregados a nuestros malos deseos? Cada uno es tentado por su propia concupiscencia, que le arrastra y seduce 41. ¿Pedimos, acaso, a Dios no sea paciente y bondadoso con nosotros? Así no invocaríamos su misericordia, sino que provocaríamos su cólera. ¿Quién será, no digo tan insensato, sino tan loco, que haga a Dios una petición semejante? Los entrega Dios a infames pasiones para que hagan lo que no conviene; pero él los entrega por su cuenta y razón; y por eso hay pecados que son castigo de pecados pasados y causa de pecados futuros. Por eso entregó Dios al rey Ajab a la mentira de falsos profetas, como entregó a Roboán para que siguiese un mal consejo 42.

Hace Dios estas cosas de un modo admirable e inefable, pues sabe ejercer justicia en sus juicios no sólo sobre los cuerpos, sino también sobre los corazones de los hombres. No hace malas las voluntades, pero las utiliza como quiere, aunque nada injusto puede querer. Escucha propicio, airado no escucha. Perdona propicio, no perdona airado; o, por el contrario, propicio no perdona, airado perdona; y en todas estas circunstancias, siempre es bueno y justo. ¿Quién es capaz para esto? 43 ¿Qué hombre, revestido de cuerpo corruptible, es capaz de sondear e investigar sus juicios, aunque haya recibido las arras del Espíritu Santo?

16. Tú, hombre de agudo ingenio e inteligente, dices: "La libido es justa y digna de encomio, pues por su rebelión contra el hombre castiga la desobediencia del hombre al Señor". Si tuvieras un adarme de sabiduría, te darías cuenta que es una injusticia el que la parte inferior del hombre luche contra la superior, que es más noble; sin embargo, es justo que el hombre injusto sea castigado por la iniquidad de su carne, como lo fue aquel rey impío por la iniquidad de un espíritu de mentira. ¿Estás dispuesto a encomiar a este espíritu de mentira? ¡Ánimo! ¿Por qué titubeas? Sienta bien a un enemigo de la bondad gratuita de Dios alabar a un espíritu mendaz. Y no tendrías que afanarte mucho para encontrar algo que decir. Está preparado el elogio, basta con aplicar al espíritu del mal las mismas palabras que has dicho en alabanza de la concupiscencia, y que consideras una consecuencia necesaria de lo que yo dije al hablar del hombre: "No era justo que su esclavo, es decir, su cuerpo, le obedezca, cuando él desobedeció a su Señor". Pero esto lo niegas, y con cierta ironía afirmas su falsedad, como queriendo probar lo absurdo de la consecuencia; porque, si esto es cierto, sería preciso alabar la concupiscencia en cuanto vengadora del pecado. Cierto, admites que un espíritu mentiroso fue el vengador de una iniquidad cuando engañó a un rey impío y lo arrastró a la muerte que merecía.

También te digo ahora: no era justo que aquel que no creía en el Dios verdadero, no fuera engañado por un dios falso. Alaba la justicia de esta falsedad y repite lo que en alabanza de la concupiscencia dijiste: "Es digna de toda alabanza y de todo encomio, si es castigo de una iniquidad y venga una injusticia hecha a Dios, porque así no participa en el pecado, pues asume el papel de vengadora". Todo esto, según tu agudo ingenio, se puede rectamente decir en alabanza de aquel espíritu impuro. Este pregón de tu palabra, en causas semejantes, o hace mentiroso al espíritu de la mentira o quita mordiente a la concupiscencia.

17. ¿Por qué buscas refugio en la cuestión muy oscura del alma? Es verdad que el pecado empezó en el Edén por la soberbia del alma, que dio el consentimiento a la transgresión de un precepto, pues la serpiente dijo a nuestros primeros padres: Seréis como dioses. Pero fue todo el hombre el que pecó, y nuestra carne se hizo carne de pecado, y sólo una carne semejante a la carne de pecado puede sanarla. Alma y cuerpo serán castigados, a no ser que el nacido sea purificado renaciendo. En verdad, o los dos traen su mal del primer hombre, o es que el alma es embutida en un cuerpo infectado y se encuentra como contagiada por su unión con el cuerpo donde es encerrada por secreto juicio de la justicia divina. Cuál de estas dos hipótesis es la verdadera, prefiero aprenderlo a decirlo, para no enseñar lo que ignoro.

Pero sí sé con certeza que es necesario tener por verdad lo que la verdadera fe, antigua y católica, cree sobre la existencia del pecado original; negar su existencia sería error. Si este artículo de fe no se niega, importa poco ignorar cuál es el origen del alma. Es algo que se puede aprender en el ocio o ignorar, como muchas otras cosas, sin daño para nuestra salvación, en esta vida. Vale más prestar ayuda y salvar el alma de niños y adultos que saber cómo ha sido viciada. Pero, si se niega la existencia de este mal, su curación es imposible.

18. No he podido adivinar por qué citas este texto del Apóstol: Se entenebreció su ignorante corazón 44; y añades: "Es preciso observar que el Apóstol declara que la ignorancia es la causa de todos los males". Que esto lo haya dicho el Apóstol no consta con claridad; sobre esto no discuto, pero sí te pregunto por qué has dicho esto. ¿Es acaso porque los niños se pueden llamar ignorantes al no participar aún de la sabiduría; y así, según tú, no puede haber en ellos mal alguno, consecuencia necesaria de tu doctrina, si la ignorancia es causa de todos los males? Mas si es necesario recurrir a una discusión muy sutil y muy limada para saber si fue la ignorancia la que hizo a nuestros primeros padres orgullosos, o si fue la soberbia la que los hizo ignorantes, debemos centrarnos ahora en la cuestión que nos ocupa. ¿Quién ignora que todos los que se han hecho sabios eran ignorantes antes? Podemos exceptuar a unos pocos pregoneros del Mediador, que, por una gracia extraordinaria y muy especial, pasaron de la infancia a la sabiduría sin la etapa de la ignorancia.

Si pretendes que esto fuera posible por sólo las fuerzas de la naturaleza, sin la fe en el Mediador, dejas asomar el veneno oculto de tu herejía. Al defender y alabar la naturaleza, parece quieres evidenciar que Cristo murió en vano 45. Nosotros, por el contrario, sostenemos que la fe en Cristo, que actúa por la caridad 46, viene en ayuda de los ignorantes de nacimiento. Hay quienes nacen tan negados de corazón que más parecen animales que hombres. Vosotros, al negar la existencia del pecado original, no podéis explicar el porqué de este embotamiento natural que en algunos aparece. ¿Quién no puede probar, por el testimonio de la humana experiencia, que un niño en su nacimiento no sabe nada; luego, a medida que va creciendo, sus gustos se van tras las vanidades; y más tarde, si llega a la sabiduría, puede conocer lo que es bueno; y así, de la edad infantil llega a la sabiduría pasando por la ignorancia? Por eso, al alabar la naturaleza humana como sana, latente en todo niño, al que queréis privar de un salvador, veis que, antes de dar frutos de sabiduría, los da de ignorancia; y ¡aún no quieres ver su raíz viciada, o, lo que es peor, la ves y no quieres reconocerla!

Acusa Juliano de contradicción a San Agustín
y es él quien se contradice

V. 19. Citas luego unas palabras mías y me calumnias diciendo que "estoy en contradicción conmigo mismo, porque, después de haber dicho que la desobediencia del hombre había sido castigada con la desobediencia de su cuerpo, enumeré otros miembros del cuerpo que obedecen al imperio de la voluntad". Cierto, lo dije, pero exceptué las partes genitales, que designé con el nombre de cuerpo. En los movimientos de los otros miembros, el cuerpo obedece a la voluntad, pero no obedecen a su mandato los miembros que sirven para engendrar. No hay contradicción en mis palabras, aunque te tienen a ti por contradictor, ora porque no las entiendas, ora porque no permites a los demás entenderlas. Si una parte del cuerpo no se pudiera designar con el nombre de cuerpo, no diría el Apóstol: La mujer no tiene dominio de su cuerpo, sino su marido y el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer 47. Con el nombre de cuerpo designa los miembros que diferencian los sexos y sirven para realizar el acto conyugal. ¿Quién va a decir que el varón no tiene dominio de su cuerpo, si en las palabras citadas del Apóstol entiendes todo el cuerpo, que consta de muchos miembros? Por eso, a imitación del Apóstol, designé con el nombre de cuerpo los miembros genitales, que no obedecen a la voluntad como el pie o la mano, sino al movimiento de la concupiscencia.

Es verdad que todos conocen y se ríen de ti, porque en cosas tan evidentes levantas cendales de niebla, y la necesidad de hablar nos fuerza a entretenernos largo tiempo en materias de impureza y a recurrir al circunloquio para expresarnos con honestidad. Pero el que lea mis palabras, que tú te afanas en refutar, verá que tratas de tender insidias, y es suficiente que entienda lo que quiero decir con el vocablo cuerpo.

20. Sostienes que en mis palabras hay contradicción; y que es una gran falsedad lo puede ver quien, al oírte, recuerde que el Apóstol designa con el nombre de cuerpo las partes genitales. Censuras y roes mis palabras como si entre sí fueran contrarias; pero, si tu sentir es rectilíneo, aclara cómo no existe contradicción en ti cuando dices primero: "Si se trata de la generación de los hijos, los miembros creados para este fin obedecen sumisos a la voluntad y, de no encontrar impedimentos en la enfermedad o en el exceso, obedecen al imperio del alma"; y luego añades: "Hay movimientos, como en muchas otras cosas, que, por el orden y secreta disposición que tienen en nuestro cuerpo, no requieren el imperio de la voluntad, sino sólo el consentimiento".

Cedes aquí a la evidencia de la verdad, pero entonces borra todo lo que antes has escrito. ¿Cómo es posible que estos "miembros" de los que hablamos "obedezcan en todo a la voluntad y estén sumisos al espíritu" si, a tenor de lo que dices después, "hay en algunos, como la sed, el hambre, la digestión, que no exigen mandato de la voluntad, sino sólo su consentimiento?" Por cierto que has trabajado firme para encontrar esto que has dicho contra ti mismo, no contra mí; la verdad, en esta causa no te era necesario el trabajo; te bastaba el pudor. ¿De qué te sirve decir: "Te da vergüenza hablar de ciertas cosas, pero te obliga la necesidad", si no te sonroja dejar por escrito tu sentir, contra el que, turbado luego por la evidencia de la verdad, acto seguido expresas otro sentir contrario? Hablar tú de pudor es la misma obscenidad. Pero me agrada, porque das contra ti testimonio. ¡Eres un hombre que te ruboriza hablar de los movimientos de la libido y no te da vergüenza alabar la concupiscencia!

21. ¿Qué hay de extraordinario, si, después de haber dicho que "el movimiento de los otros miembros está en nuestro poder", a renglón seguido añadí: "siempre que tengamos un cuerpo sano y libre de impedimentos?" El sueño que nos oprime, el cansancio, son, contra nuestro querer, obstáculos que impiden la agilidad ordinaria de nuestros miembros. Dices luego: "Nuestros miembros no van por donde queremos, si sus movimientos van contra su costumbre o naturaleza"; mas no pones atención en lo que dije con anterioridad: "siempre que sus movimientos sean conformes a su naturaleza", porque, si queremos imprimirles una dirección incompatible con su naturaleza, se niegan a seguirla. Sin embargo, cuando manda la voluntad, no tenemos necesidad de la ayuda de la concupiscencia, y, si queremos cese su movimiento, al instante paramos, sin que se rebele contra nuestro querer el aguijón de la libido.

22. Cuando dices: "Los órganos genitales obedecen al imperio de la voluntad", entiendo hablas de una concupiscencia nueva, o acaso muy antigua, como pudo ser la del paraíso, de no existir el pecado. Pero ¿qué necesidad tengo de discutir contigo sobre esta posibilidad, si la destruyes tú mismo cuando dices "que estos movimientos no obedecen al mandato de la voluntad, sólo esperan su consentimiento?" Pero, con todo, no debes comparar la concupiscencia con el hambre, la sed u otras necesidades del cuerpo. Nadie digiere, siente hambre o sed cuando quiere. Estas son necesidades que debemos satisfacer para restaurar o exonerar el cuerpo, para que no sufra o perezca. ¿Sufre o muere el cuerpo si negamos nuestro consentimiento a la concupiscencia? Aprende, pues, a discernir los males que con paciencia sufrimos, de los males que por la continencia refrenamos. Los primeros son males que experimentamos en este cuerpo de muerte. Mas para establecer de una manera concreta y explicar de palabra la paz y sosiego que disfrutaríamos en la felicidad del Edén sobre estos movimientos, ¿de qué nos sirve comer y digerir alimentos? ¡Lejos de nosotros pensar que allí nuestros sentidos interiores o exteriores tendrían que sufrir las punzadas del dolor, la fatiga en el trabajo, la confusión del pudor, el ardor quemante, el frío que hace tiritar o algo que inspirase horror!

23. ¿Qué más, si esta bellísima esclava tuya que a mí me da sonrojo nombrar con tanta frecuencia, aunque sea para vituperarla, y a ti no te da vergüenza ensalzar y piensas es digna de encomio, pues le sirven, para excitar su ardor, otros miembros del cuerpo, como los besos y abrazos? Hasta has encontrado modo para que le sirva de ayuda el oído, y le das un título muy antiguo y glorioso, recordando lo que expone Tulio en sus Consejos: "Un día, cuando unos jóvenes, algo bebidos, excitados, como suele suceder, por la música de unas flautas, comenzaron a romper la puerta de una casa donde vivía una mujer casta, se narra que Pitágoras advirtió a una tocadora de flauta entonase al compás lento un espondeo, y la lentitud del compás y la gravedad de la melodía amansó la fiera aulladora". Ves con cuánta razón dije que la concupiscencia es, en cierto sentido, señora, pues a su servicio están los sentidos, prontos a realizar su obra o remansar sus ímpetus. Y hablé así porque, según confiesas, "se la consiente, no se la impera". Si con unos estímulos se la aviva o con una melodía se la encalma y frena, esto no tendría lugar si estuviese la concupiscencia sometida a la voluntad.

Las mujeres, a quienes exceptúas de estos movimientos aunque sufran la acometida lasciva del hombre, no la sienten en su carne; sin embargo, también las mujeres pueden sentir los embates arrolladores de la pasión, que repugna a la honestidad y decoro de las almas castas. José 48 puede ser la respuesta. Y tú, siendo como eres un hombre de Iglesia, debieras recordar la música sagrada, no la de Pitágoras, y recordar lo que el arpa de David obró en Saúl cuando era atormentado por un mal espíritu, y cómo a los arpegios armoniosos del arpa, pulsada por un santo, quedaba libre y sosegado 49. Pero esto no es razón para considerar la concupiscencia de la carne como un bien aunque a veces el canto de una melodía la calme.

El paraíso, figura de la Iglesia

VI. 24. Lanzas una exclamación y dices: "¡Oh, qué bien entona con el coro de los profetas y santos Jeremías: ¡Quién me diese agua para mi cabeza y una fuente de lágrimas para mis ojos! 50, para llorar los pecados de su pueblo!" Tal es tu gemido, porque la Iglesia de Cristo ha excluido de su seno a los doctores del error pelagiano. Si tus lágrimas fueran saludables, llorarías por verte enredado en el error pelagiano, y con tus lágrimas lavarías la mancha de esta nueva peste. ¿Ignoras, o has olvidado, o no quieres considerar que la Iglesia, una, santa, católica, está simbolizada por el paraíso? ¿Qué tiene de asombroso que seáis excluidos de este paraíso precisamente vosotros que queréis introducir en el paraíso la ley de nuestra carne, que lucha contra la ley del espíritu, paraíso del que fuimos arrojados por el Señor, y al que no podemos volver si antes no vencemos la concupiscencia de la carne en este paraíso en que nos encontramos? Si esta concupiscencia que defiendes no luchase contra la ley del espíritu, no hubieran combatido los santos. Mas tú mismo confiesas que contra esta concupiscencia que alabas libraron los santos "gloriosos combates".

Esta es la concupiscencia que lucha contra la ley del espíritu en nuestro cuerpo de muerte, de la cual, como dice el Apóstol, sólo podemos ser librados por la gracia de Dios, por Jesucristo nuestro Señor 51. ¿Ves, por fin, con lágrimas de qué fuente se han de llorar estos enemigos de la gracia y con qué pastoral cuidado se han de evitar para que no arrastren consigo a otros a la perdición? Porque sois vosotros los que con esta novedad aumentáis la depravación "en estos tiempos de clara decadencia"; depravación que existe entre los herejes. Vosotros sois "la ruina de las costumbres", porque intentáis socavar los fundamentos de la fe. Vosotros sois "la ruina del pudor", porque no os da sonrojo alabar lo que combate el pudor. Esto es lo que debe oír la Iglesia virgen, para que os evite y las vírgenes consagradas, las matronas virtuosas y todos los que guardan castidad cristiana.

No es cierto, como falsamente afirmas, que todos los cristianos enseñan que existe en la carne un mal necesario, mal sustancial y coeterno a Dios; pero sí dicen con el Apóstol: Siento otra ley en mis miembros contraria a la ley de mi espíritu. Ley que está sometida al espíritu por gracia de Dios, por Jesucristo nuestro Señor; ley que ha de ser mortificada en este cuerpo de muerte; ley que será destruida con la muerte del cuerpo, y que debe ser sanada radicalmente en la resurrección del cuerpo por la muerte de la misma muerte. Profesan santidad no sólo con el hábito, sino con la pureza de su alma y de su cuerpo, los que resisten a la pasión de la carne, cosa posible en este mundo, donde es imposible carecer de ella. Escuchen mis palabras, y hasta que no se vean libres de concupiscencias traten de huir de vosotros hasta el momento de carecer de sus deseos. Si preguntas a todos los santos, reunidos en santa asamblea a qué orador prefieren escuchar, al que condena o al que alaba la concupiscencia, ¿cuál crees sería la respuesta de todos los que han vivido en continencia, de los esposos que han respetado el pudor conyugal, de cuantos han guardado castidad? ¿Cerrarían sus oídos al que condena la concupiscencia, para escuchar con agrado al que alaba la deshonestidad? Sería necesario que el pudor hubiera sido desterrado del mundo para creer semejante infamia, a no ser que la asamblea en que peroraras, rodeado de discípulos, estuviera presidida por Celestio o Pelagio.

Continúa Agustín triturando afirmaciones de Juliano

VII. 25. Pasas luego revista a otras palabras de mi libro en el que digo: "Cuando aquellos primeros hombres advirtieron en la propia carne este movimiento deshonesto precisamente porque era una rebelión y se sonrojaron de su propia desnudez, cubrieron sus partes íntimas con hojas de higuera, para que lo que sin el arbitrio de la voluntad se movía fuese, al menos, vestido por el arbitrio de su pudor, y, pues se avergonzaba de un placer nada honesto, quedara a cubierto lo que convenía". Después de estas palabras mías, con vana jactancia recuerdas que todo esto quedó pulverizado en tu segundo libro y en la primera parte de este tercero, al que ahora respondo. Y cuando digo que "este movimiento es deshonesto porque actúa contra la voluntad", tú quieres hacer creer que dije: "La concupiscencia no está sujeta al cuerpo ni al espíritu; es como una energía fiera e indómita". La verdad, nunca la llamé virtud, sí vicio. Y si no se la puede domar con deseos contrarios, ¿por qué la castidad trata de combatirla por medio de la continencia? ¿Dónde quedan aquellos "gloriosos combates" de los santos que, según tú afirmas, sostienen sin pausa contra ella?

En lo referente al pudor, que no permite la pasión nada ilícito y se conserva con el combate, el freno, la represión, estamos los dos de acuerdo. Pero tú consideras un bien lo que se ha de combatir, frenar y reprimir para que no nos arrastre a lo ilícito, y en esto no soy de tu opinión. ¿Quién de los dos está en la verdad? Sean jueces los hombres castos, aténganse a su experiencia, no a tus palabras. Juzgue el Apóstol. Siento -dice- otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de m, espíritu 52.

26. "Mas los paternianos o venustianos, cuya doctrina es semejante a la de los maniqueos, sostienen que el cuerpo del hombre, de la cintura para abajo, es obra del diablo; pero las partes superiores las colocó Dios como sobre un pedestal. Añaden que el único cuidado del hombre consiste en conservar pura el alma, que habita en la cabeza o en el estómago; y, si se embetuna el empeine con toda clase de inmundicias, no ha de inquietarse. Y para abandonarse a la servidumbre de la libido le clavan un título de propiedad. Afín a esta opinión -dices- es lo que puse en mi libro cuando digo: 'Nuestros primeros padres, por un sentimiento de pudor, cubrieron los movimientos carnales que su voluntad era impotente a embridar, porque la concupiscencia, al no estar sujeta a la voluntad, usa de su derecho y abrasa el cuerpo con sus ardores'".

¿Crees poder escapar a la fuerza de la verdad porque con tus calumnias me asocias a compañeros de falsedades? La opinión que en mi libro defiendo, y que debieras aceptar rendido y no rechazar altivo, es muy diferente de la que defienden paternianos o venustianos. A tenor de la fe católica, atribuyo la creación del hombre entero, alma y cuerpo, al Dios supremo y verdadero. Afirmo también que el diablo no creó la naturaleza humana ni parte alguna del cuerpo, pero sí es su corruptor, y para sanar esta herida que el diablo nos causó necesitamos, con la ayuda de Dios, combatir sin cesar hasta ser definitivamente liberados. Sostengo además que el alma, por la que vive el cuerpo, no puede conservar su pureza -en cuanto el hombre puede estar puro en esta vida- si consiente en las codicias de la carne y se da a crímenes y torpezas.

¿Queda en pie algo de tus calumnias? ¿Tienes algo que alegar contra esto? Y, si te parece poco, condeno y anatematizo todo lo que, según tú, defienden paternianos o venustianos y añado los maniqueos. Execro, anatematizo, condeno a unos y otros. ¿Pides más? Despójate de la calumnia, combate con las armas de la fortaleza, no de la mentira. Dime: ¿qué es lo que nos impide ser castos si no se la combate? No es, ciertamente, una naturaleza mala, o una sustancia, como quieren venustianos y maniqueos. Y si no es una naturaleza viciada, ¿qué es? Se yergue, y la aplasto; se rebela, y la embrido; lucha, y venzo. Dios siembra paz en el alma y en el cuerpo. ¿Quién introdujo en mí esta guerra? Soluciona el Apóstol este acertijo y responde: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y así pasa a todos los hombres, en el que todos pecaron 53. Mas Juliano no quiere entender. ¡Oh Apóstol bienaventurado, dile: Si alguien os anuncia un Evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema! 54

27. "Si concedo -dices- que la concupiscencia es un mal invencible, me confieso abogado de torpezas; si, por el contrario, afirmo que es un mal natural -lo que es verdad-, pero que se puede vencer, es decir, evitar", saltas de alegría al instante por la segunda parte de mi afirmación y dices: "Luego pueden los hombres evitar toda clase de pecados si pueden evitar el mal de la concupiscencia; porque, si la concupiscencia es un mal natural y puede ser superada por el amor a la virtud, con mayor razón pueden ser superados todos aquellos vicios que vienen sólo de la voluntad".

De mil maneras y con frecuencia he contestado ya a estas objeciones. Mientras vivimos aquí abajo, la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne 55. En esta lucha podemos salir vencedores, pues nos exhorta el Apóstol a no ofrecer nuestros miembros como armas de iniquidad al pecado obedeciendo sus deseos 56; sin embargo, para no hablar de los sentidos exteriores y de sus excesos, en las cosas que lícitamente usamos de una manera solapada se introducen excesos en el placer y en nuestros pensamientos y afectos, y, si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay verdad en nosotros 57. En vano tripudias de alegría en la segunda parte de tu sentencia, a no ser que, con sacrílega presunción, rechaces la sentencia del apóstol Juan.

Por lo que atañe a nuestra cuestión, digo que la concupiscencia es natural, pues con ella nace todo hombre, y tú con mayor razón lo reconoces, pues afirmas que el primer hombre fue creado con ella. Digo también que la concupiscencia puede ser vencida, y para que esto suceda se debe resistir y combatir. Esto es lo que decimos tú y yo, para que no te aplique el reproche que tú me haces de ser "abogado de torpezas" si niegas que debe ser vencida la concupiscencia, y no lo ser‡ si no se la combate. Decimos los dos que la concupiscencia es natural y puede ser vencida. La cuestión entre nosotros consiste en saber si es un bien o un mal el que vencemos. Mira hasta dónde llega tu absurdo: quieres combatir la concupiscencia como a un enemigo y no quieres poner término a esta cuestión, considerándola como un mal; y así, si no te vence el diablo como adversario de la concupiscencia, te vence, al menos, por la perversidad de tu doctrina.

28. ¿No espabilas aún para entender que la concupiscencia no es nuestra naturaleza, sino un vicio contra el que combate la virtud? No vencemos el bien con el bien, sino el mal con el bien. Piensa con qué vence la concupiscencia y en qué es vencida. Cuando triunfa la concupiscencia, triunfa el diablo, y, cuando es vencida la concupiscencia, queda el diablo derrotado. El que es vencido por la concupiscencia y por quien es vencida es su enemigo; mas aquel con el que ella vence o es vencida es el que la introdujo en el mundo. Abre, por favor, los ojos, no los cierres a la luz. No hay combate sin un mal que combatir. Siempre que hay guerra, o el bien pelea contra el mal o el mal contra el mal; porque, si el bien guerrea contra el bien, es un gran mal. Cuando esta lucha ha lugar en el cuerpo y los elementos de su constitución, lo húmedo y lo seco, el frío y el calor, entre sí opuestos, no viven en paz y concordia, surgen el malestar y las enfermedades. ¿Quién se atreverá a decir que ninguno de estos elementos es bueno, si toda criatura de Dios es buena, y el frío y el calor alaban al Señor en el cántico de los tres jóvenes 58? Las cosas que en la naturaleza son contrarias guardan entre sí concordia para el bien del universo, y, cuando en nuestros cuerpos discrepan y guerrean entre sí, la salud se resiente. Y todo esto, como la misma muerte, viene de la propagación del primer pecado. ¿Quién va a decir que, si no hubiese existido el pecado, estaríamos expuestos a tantas miserias en el jardín del Edén?

Una cosa son las cualidades del cuerpo, que, aunque entre sí contrarias, conviven en paz y armonía para la conservación de la salud, y, aunque buenas en sí, cada una en su género, cuando no van de acuerdo, sufre la salud; y otra cosa son las pasiones del alma, llamadas carnales porque el alma codicia conforme a las apetencias de la carne, cuando el espíritu, la parte más noble, debiera resistir. Estos males no necesitan de los médicos del cuerpo, sí de la gracia de Cristo; primero, para que la culpa no nos ate; luego, para que en la lucha no nos venzan; finalmente, para que, restablecidos por completo, no queden vestigios de su presencia. Por consiguiente, desear los males es un mal, codiciar los bienes es un bien; pero la lucha no da en esta vida respiro, pues la carne pelea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne. ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor. ¡Me causa horror vuestro dogma, enemigos de esta gracia!

29. Mas como eres varón muy robusto, y, si no eres campeón en guerras nocturnas, sí su predicador y consejero, dices que "es enervante y muelle la opinión de los que afirman que en el paraíso las partes viriles obedecían al imperio de la voluntad"; porque, para un hombre tan casto como tú, el espíritu tanto más se afemina cuanto mayor dominio tiene sobre su cuerpo. Pero no quiero discutir contigo sobre si la concupiscencia hizo o no acto de presencia en el paraíso, ni nos ofende la predilección que parece sientes por ella. Pero, si la admites en el Edén, lugar de plena felicidad, sométela, al menos, al imperio de la voluntad. Suprime en esta mansión de paz los combates manifiestos que ha de sostener el espíritu contra las apetencias de su carne. Suprime en esa morada la torpeza de una paz que esclaviza el alma a la pasión. Y pues, con toda certeza, hoy no es como era en el paraíso, y esto lo ves claro, si no te mueve la razón, te obligue, al menos, el pudor a confesar que, tal como es hoy, no puede ser sino efecto del pecado original; y, si en sus apetencias consentimos, perecemos; y de ahí nuestra lucha en la resistencia.

Mira lo que alabas, ¿y no temes se te pueda reprochar el incitar a los hombres al crimen cuando les aconsejas no opongan resistencia a la pasión de la carne, que encomias como un bien natural? ¿De qué te sirve condenar sus excesos, si alabas sus movimientos? Se rebasa la raya cuando se cede a sus deseos; pero es mala incluso cuando no consentimos; luchamos contra un mal, para que no perezca el bien de la castidad si no se reprime el mal. Cuando dices que la concupiscencia es un bien natural, es una manera solapada de aconsejar se le preste asentimiento para no oponer resistencia viciada a un bien natural. Y así es fácil hacer verdadera tu doctrina cuando dices que el hombre, si quiere, puede vivir sin pecado. No hay forma de hacer nada ilícito cuando es lícito hacer cuanto nos agrada; porque, según tú, todo lo que deleita es naturalmente bueno. En consecuencia, si el placer te brinda sus encantos, ¡goza de ellos! ¡Si no están a tu alcance, deléitate en sus pensamientos, como te aconseja Epicuro! No hay pecado en no privarte de ningún bien. Olvida toda enseñanza que te aconseje resistir estos movimientos naturales, pues, como se lee en el Hortensio "se obedece a la naturaleza cuando sin maestro se conoce lo que la naturaleza desea". Y como la naturaleza es buena, nada malo puede codiciar o negar la bondad de lo bueno. Ríndete, pues, a los deseos de la libido, que es buena, no caigas en el mal de resistir a un bien.

30. Nada de esto digo, me respondes; no es justo sospechar que pienso de una manera y hablo de otra. No hagas a otro lo que no quieres te hagan a ti y no digas: "Invitamos a disfrutar de la dulzura de sus frutos", cuando citamos estas palabras del Apóstol: Sé que no habita en mí, es decir, en mi carne, el bien 59, porque, aunque no hagan el bien que quieren, y que consiste en no sentir apetencias, no dejan de hacer el bien al no ir detrás de sus malos deseos. Si crees dar lecciones de castidad cuando dices: "No quieras ser vencido por el bien; vence el bien con el bien", ¡con cuánta más razón no la enseñaremos nosotros cuando decimos: No te dejes vencer por el mal, antes vence el mal con el bien! 60

Mira lo injusto que es no creer que combatimos lo que censuramos cuando tú no quieres demos fe a tu deseo de gozar de lo que alabas. ¿Es que no pueden ser castos los enemigos de la concupiscencia y lo pueden ser sus amigos? Al negar la existencia del pecado original y rehusar creer en Jesús, salvador de los niños, quieres introducir en el paraíso, antes del pecado, la ley del pecado que lucha contra la ley del espíritu. Y es lo que en esta obra refutamos. No queremos ser jueces en lo que en vosotros no vemos, ni tampoco en lo que oímos decir de vosotros. No nos interesa saber lo que hacen en secreto los panegiristas públicos de la concupiscencia.

Un ejemplo da luz

VIII. 31. Mencionas unas palabras mías en las que, al hablar del matrimonio y de la concupiscencia en los primeros padres, hice una distinción y dije: "Lo que después hicieron para tener hijos constituye el bien del matrimonio; lo que por sonrojo cubrieron es el mal de la concupiscencia". Crees refutar mi sentencia diciendo: "Imposible que un buen efecto no merezca el mismo elogio que su causa, sin la cual no puede existir". Y así quieres aunar en el elogio matrimonio y concupiscencia. Pon un poco de atención, y verás cómo se derrumba tu doctrina. En primer lugar, el universo, obra de Dios, no puede existir sin males. Sin embargo, el mal no puede compartir con el bien la alabanza. Segundo, "si es imposible que un buen efecto no merezca el mismo elogio que su causa, sin la cual no puede existir"; será consecuente decir que, cuando se condena un mal, es necesario censurar las obras de Dios, sin las cuales no pueden existir los males. Y entonces censuramos las obras de Dios, pues condenamos los males, que sin las obras buenas no pueden existir. Todo mal existe en alguna obra buena de Dios, pues sin ella es imposible su existencia.

En una palabra, sin ir más lejos, censuras los miembros humanos cuando condenas el adulterio, pues sin dichos miembros no hay adulterio. Y, si no lo haces, para no dar la sensación de estar loco, confiesa que no puedes aunar en el mismo elogio matrimonio y concupiscencia, sin la cual hoy no puede existir. Un mal cualquiera no puede tener común la censura con la obra de Dios, sin la cual nunca puede existir. Y como tu definición es vana y falsa, lo son también las consecuencias que has deducido.

32. Nunca he dicho, como, siguiendo tu costumbre, me calumnias, que fuera invencible el placer de la carne. Los dos estamos de acuerdo en que puede y debe ser vencido: pero tú lo rechazas como un bien opuesto a otro bien mayor; yo como un mal opuesto a un bien; tú, confiado en tus propias fuerzas; yo, en la gracia del Salvador, para que sea vencida la concupiscencia no por un torpe apetito, sino por la caridad de Dios, que se ha derramado en nuestros corazones no por nuestro esfuerzo, sino por el Espíritu Santo que nos ha sido dado 61.

33. Por lo que se refiere a "la confusión de nuestros primeros padres, que les hizo tapar ciertas partes de su cuerpo", en vano pretendes haber probado tu aserto con un texto del Apóstol. De hecho, las partes del cuerpo que él llama deshonestas, tú las llamas pudibundas. Sobre esto hemos ya discutido bastante. Pero de nuevo te refugias en Balbo y en la literatura de los filósofos, como si Balbo pudiera prestarte su palabra sobre la confusión de nuestros primeros padres cuando no tienes nada que decir. Y si, al menos, cedieses a ciertas verdades que los filósofos han dejado caer en sus escritos, tendrías los ojos del corazón abiertos, y así oirías llamar al placer de la carne cebo e incentivo del mal y ver cómo lo declaran pasión viciosa del alma. Así, cuando Balbo afirma que las partes de nuestro cuerpo donde se realiza la digestión están alejadas del sentido, dice verdad, porque los alimentos, en el momento de la digestión, lejos de agradar al sentido, les causan repugnancia. Por eso, la parte del cuerpo por la que se expelen los restos de los alimentos ya digeridos está naturalmente oculta por las partes prominentes que la rodean. Y así estaban dispuestas en el cuerpo de nuestros primeros padres cuando estaban desnudos y no sentían sonrojo. Mas después del pecado se cubrieron no las partes ocultas, sino las que estaban patentes, y no por el horror que les causaba su vista, sino por el placer que les causaba tu favorita, y que excitaba en ellos un movimiento codicioso; por eso, oficio del pudor es ocultarlas.

34. Si obras de buena fe, no has entendido lo que dije sobre el mal "que hace al hombre cojear y el bien que se alcanza cojeando". Por este bien al que se llega con ritmo desigual no he querido designar al hombre que nace de la unión de los esposos, como crees o finges creer, sino que con este vocablo designo el fin bueno que tiene el matrimonio, aunque no se tengan hijos. La siembra pertenece al varón; el recibir la semilla, a la mujer. Hasta esta frontera pueden llegar los cónyuges en el acto marital. Por eso dije que no pueden llegar a esta meta sin el mal de la cojera, es decir, de la concupiscencia. La concepción y el nacimiento son ya obra de Dios, no del hombre; sin embargo, con esta intención y voluntad realiza el matrimonio el bien que pertenece a su obra. Mas como el feto nace expuesto a condenación si no renace, los matrimonios cristianos no deben limitar su obra a una acción pasajera, sino que han de prolongarla, y su querer ha de proponerse el engendrar hijos que puedan ser regenerados. Y así, en estos matrimonios se encuentra una castidad verdadera, que los hace agradables a Dios, pues sin fe es imposible agradar a Dios 62.

Precisiones. Pecado y pena del pecado

IX. 35. Llegas luego al pasaje del Apóstol en el que dice: Sepa cada uno poseer su vaso -es decir, su esposa- no dominado por una pasión malsana, como hacen los gentiles, que no conocen a Dios 63. Al comentar esta perícopa dije: "No se prohíbe el acto conyugal lícito y honesto; mas el fin del ayuntamiento ha de ser la voluntad de tener hijos, no el placer de la concupiscencia; y lo que sin pasión no puede realizarse, si se realiza, no ha de tener por fin la libido en sí misma".

Al llegar aquí exclamas: "¡Oh abismo de las riquezas de sabiduría y ciencia de Dios! 64, porque quiso, al margen de toda recompensa por obras futuras, que el libre albedrío ejerza una especie de juicio sobre la mayor parte de nuestras obras; pues es -dices- de toda justicia que, si el hombre es bueno, lo sea para sí, y, si es malo, lo sea para sí; y de esta manera el bueno disfruta de su bondad y el malo sufre la pena de su maldad". Tu exclamación no viene a cuento, pero prueba tu embarazo; tu grito no puede aliviar el peso que te oprime si con tenacidad defiendes tu dogma impío, pues te empeñas en someter el hombre de bien a su propio juicio, de suerte que la gracia de Dios no le sea ya necesaria, como si pudiera obrar el bien por su propio esfuerzo. ¡Felizmente, no es así! Los que confían en sí mismos y por sí mismos actúan no son buenos, pues no son "hijos de Dios". Pienso que en estas palabras reconocerás el dogma católico que destruye el vuestro.

36. Algo dices también contra ti mismo, que no puedo pasar en silencio. ¿Recuerdas que, al disputar contra la verdad luminosa del Apóstol, dijiste: "Es imposible que una cosa sea, al mismo tiempo, pecado y pena de pecado?" ¿Por qué ahora olvidas tu vana charlatanería y alabas los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios porque ha querido, en espera del día en que recompense a cada uno según sus obras, que el libre albedrío ejerza una especie de juicio sobre una gran parte de sus obras, pues es de toda justicia, según tú, que buenos y malos sean confiados a sí mismos, para que los buenos disfruten de sus buenas obras y los malos sufran por sus malas acciones? En efecto, las obras de los malos son pecado, pues hacen el mal; y son pena de pecado, pues se ven obligados a sufrirlo en sí mismos; de suerte que el libre albedrío ejerce ya una especie de juicio, en virtud del cual el bien es recompensa para los buenos, y el mal, castigo para los malos; los buenos gozan de sí mismos y los malos sufren en sí mismos.

Ves ahora cómo las armas que con jactancia esgrimes contra nosotros están embotadas y son completamente ineficaces, te dejan al descubierto y se clavan en ti mismo. Te ufanas también de hallar contradicción en mis palabras porque sostengo, no como con falsedad me acusas, que "el matrimonio es un invento del diablo"; sino que, aunque nadie hubiera pecado, los hijos no podían nacer sin el acoplamiento de los sexos. Y dije también que "la rebelión de la carne, con apetencias contrarias a las del espíritu, viene de la herida que causó el diablo al género humano"; y añado: "Esta ley del pecado que lucha contra la ley del espíritu fue introducida en el mundo por Dios en castigo del pecado; y, en consecuencia, es una pena del pecado".

Te parecen entre sí contrarias estas dos afirmaciones; como si no fuera posible que un mismo mal fuera obra de la injusticia del diablo y de la justicia de Dios, pues el diablo, por propia maldad, es enemigo del hombre, y, por justo juicio Dios, le permite perjudicar a los pecadores. Como no hay tampoco contradicción en la Sagrada Escritura porque en un lugar diga: Dios no es autor de la muerte 65; y en otro: Vida y muerte vienen de Dios 66. El diablo, cizañero del hombre, es causa de muerte; y Dios la introdujo no como primer autor, sino como vengador del pecado. Verdad que tú mismo has resuelto con bastante claridad cuando dices que el hombre malvado es abandonado a sí mismo para que sea su propio tormento, siendo jueces Dios y el propio albedrío. No hay, pues, contradicción en que el hombre sea causa de su tormento y Dios el vengador del crimen.

37. Abusas de la inteligencia de los tarados. No quiero decir que no entiendas o no sepas distinguir cosas tan opuestas como son "voluntad" y "voluptuosidad" y que por ceguera o cálculo tortuoso las confundas; y así como a los duros de oído los dos vocablos suenan lo mismo, confíes en convencer a los duros de corazón que significan lo mismo. He aquí por qué crees o quieres hacer creer a otros que mis sentencias se contradicen, como si reprobara lo que antes aprobé o abrazara ahora lo que antes rechacé. Escucha. Esta es mi sentencia clara y definitiva: entiende o deja entender a otros, sin correr las espesas cortinas de tus nebulosos discursos sobre la transparencia auténtica de la verdad. Es bueno usar bien de los males y honesto usar bien de lo deshonesto. Por esta razón, si el Apóstol 67 llama a ciertos miembros deshonestos, no es porque a esta obra de Dios le falte belleza, sino por la fealdad de la concupiscencia. Y los hombres castos no tienen necesidad de cometer estupros cuando resisten a la torpe concupiscencia, que les empuja a deshonestas acciones, sin la cual los esposos no pueden honestamente engendrar hijos. En los cónyuges existe pues, voluntad, al querer tener descendencia, y necesidad, al tener que usar de la concupiscencia. Y así, una cosa deshonesta es causa de una honesta; es decir, de la generación de los hijos y con esta intención la castidad conyugal tolera la concupiscencia que no ama.

38. Citas con agrado textos de autores profanos que te parecen favorables a tu causa. Medita, pues, con sincero corazón lo que de Catón canta un poeta 68:

"Padre y marido para la ciudad,
rinde culto a la justicia, rígido guardián de la honestidad.
Bueno con todos, en ninguna acción de Catón
se deslizó la voluptuosidad".

Qué clase de hombre fuera Catón y si existía en él virtud y honestidad verdaderas, es otra cuestión. Con todo, cualquier fin que se haya propuesto en el cumplimiento de su deber, una cosa es cierta, y es que no engendró hijos sin placer de la carne. Sin embargo, la voluptuosidad jamás tomó parte en los actos de Catón, porque nunca hizo por placer lo que no podía hacerse sin agrado, y, aunque no conoció a Dios, sabía poseer su vaso sin el virus de esta pasión. Y tú no quieres comprender lo que dice el Apóstol: Que cada uno de vosotros sepa poseer su vaso no dominado por el mal de la concupiscencia, como hacen los gentiles, que no conocen a Dios.

39. Muy en su punto la distinción que haces entre el bien menor del matrimonio y la continencia, que es un bien más noble; pero no abandonas tu dogma, enemigo en grado sumo de la gracia. Afirmas que "el Señor honra la belleza de la continencia, fruto de libre elección, cuando dijo: El que pueda entender, que entienda. Como si esto se entendiese no por el don de Dios, sino por la libre elección. Y te callas lo que ha dicho antes: No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes es concedido 69. Piensa lo que callas y lo que dices. Pero lo que impide en ti un temor saludable es el pudor de no saber cómo defender una opinión que has precipitadamente abrazado. Condenas los excesos de la concupiscencia, pero no dejas de alabarla. Ni atiendes, ni sientes, ni comprendes que es un mal que es necesario combatir con la continencia para que no rebase los límites de la necesidad.

40. Nos amonesta el Apóstol, y dice: Cada uno posea su vaso no dominado por el mal de la concupiscencia, y tú no quieres se entienda del matrimonio, sino de la fornicación; y suprimes así, en la unión marital, la honestidad de la templanza de suerte que nadie se crea obligado a "poseer su vaso sin obedecer al mal de la concupiscencia", cualquiera que sea la brutalidad lujuriosa en el acto sexual con su propia mujer. Porque, si juzgas que no es necesario observar cierta moderación en el trato conyugal, pudieras, al menos, reprender el exceso que el Apóstol designa con el nombre de enfermedad de la concupiscencia, y no obstinarte en negar que el Apóstol haya querido hablar de la mujer cuando recomienda a cada uno poseer su vaso, no dominado por la pasión. Del mismo vocablo se sirve Pedro, el apóstol, cuando, al hablar de la mujer, dice: Maridos, dad honor a la mujer, como a vaso más frágil, como a coherederos de la gracia. Y añade: Mirad no encuentren obstáculo vuestras oraciones 70. Y en este sentido, su colega en el apostolado prescribe tiempos de moderación conyugal para vacar a la oración. Y les permite, pura condescendencia, volver a yacer juntos para alivio de la concupiscencia, aunque no sea para tener hijos 71.

Estas son las palabras que deben escuchar los matrimonios cristianos y no las tuyas, pues defiendes que nunca deben reprimir la concupiscencia que tú alabas y la dejan reinar tranquila cuando, hambrienta de placer, se entregan a sus apetencias. Escuchen todos los fieles de Cristo unidos en matrimonio al Apóstol, para que de mutuo acuerdo templen el ardor de la carne y puedan dedicarse a la oración; y, cuando vuelvan a yacer juntos a causa de su intemperancia, aprendan a orar al Señor: Perdónanos nuestras deudas 72. Lo que en el pensamiento del Apóstol es condescendencia, no mandato; se perdona, no se impera.

Jamás se puede hacer un mal para cosechar un bien

X. 41. Citas otras palabras mías en las que recomiendo a los esposos piadosos, pues son cristianos, engendrar hijos en este siglo para que renazcan en Cristo en el otro; crees haber destruido en tu segundo libro todo cuanto dije a este respecto. A mis lectores dejo el cuidado de leer mi respuesta. No se han de cometer adulterios, es claro, con la sana intención de engendrar hijos que puedan ser regenerados; ni se pueden cometer rapiñas para socorrer a los santos pobres, aunque sea necesario alimentarlos, pero sin cometer robos; sí haciendo buen uso de las riquezas injustas para que nos reciban en las eternas moradas 73; como no se han de cometer adulterios, sino que, haciendo buen uso del mal de la concupiscencia, los fieles casados puedan engendrar hijos para reinar eternamente con ellos.

42. En el elogio que haces de la concupiscencia, tu protegida, dices, y es verdad, que durante el orgasmo es imposible pensar en nada. ¿En qué se puede pensar en esos momentos, cuando el alma, sujeto pensante, queda sumergida en la corriente del deleite carnal? Con elegancia, al tratar Cicerón de la voluptuosidad en el pasaje que más arriba cité, escribe: "Cuando su movimiento es muy violento, es enemiga, en grado sumo de la filosofía, pues los grandes pensamientos son incompatibles con la voluptuosidad". Y añade: "¿Quién, en el goce del placer, en su apogeo, puede pensar en su alma, razonar, prestar atención a otra cosa cualquiera?" 74

No pudiste lanzar contra la concupiscencia que alabas acusación más grave que confesando que no se pueden tener pensamientos santos durante la excitación de sus movimientos. Pero un alma piadosa, al hacer "buen uso" de este mal, puede ocupar, sin embargo, su espíritu para poder soportar, en el acto del matrimonio, el mal de la concupiscencia, lo que ya no puede hacer al sentir la violencia de sus movimientos. Un hombre puede pensar en su salud antes de entregarse al descanso, cosa que ya no puede hacer mientras duerme. Aunque el sueño, al invadir nuestros miembros, no los hace rebeldes a la voluntad, pues aleja el querer de sus dominios, dirigiendo su actividad a las visiones nocturnas, en las que, a veces, se revela el futuro. Y si, en el paraíso, el hombre alternaba vigilia y sueño, ausente el mal de la concupiscencia, los sueños serían tan deliciosos como la vida de los que estaban despiertos.

43. Te pavoneas y en vano lanzas el chorro espumoso de tu elocuencia comparando "los padres a los parricidas, pues son causa de que sus hijos nazcan condenados". En tus discursos te pareces a un ave que bate sus alas para elevarse en el aire y, en medio de un gran estrépito, te precipitas en ti mismo, sin mirar al cielo. ¿Por qué esto que afirmas de los padres no lo refieres al creador de los hombres, autor y origen de todos los bienes? Sin embargo, él no cesa de crear a los que, en su presciencia, conoce han de arder en el fuego eterno. Con todo, la creación se considera efecto de la bondad divina. Y a ciertos niños bautizados, que preconoce van a ser futuros apóstatas, no los arranca de esta vida para adoptarlos en su reino eterno y no les otorga el inmenso beneficio que les concede a los que dice la Escritura: Fue arrebatado de esta vida para que la maldad no pervirtiera su inteligencia 75. Sin embargo, a Dios sólo le podemos atribuir la bondad y la justicia en todo lo que hace con buenos y malos. Y mucho más fácil es comprender que no se puede atribuir a los padres otra cosa que el deseo de tener hijos, pues, sin duda, ignoran lo que en el futuro serán.

Pena levísima a los niños que mueren sin el bautismo

44. Recuerdas estas palabras del Evangelio: Más le valdría no haber nacido 76. El nacimiento de un hombre, ¿no es más obra de Dios que de los padres? ¿Por qué no otorgó a su imagen lo mejor, pues preconocía el mal futuro, que sus padres no pueden conocer? Sin embargo, todo hombre inteligente atribuye a Dios lo que conviene a la bondad del Creador. A los padres les atribuye el deseo de tener hijos, pues ignoran el mal que un día les puede sobrevenir. No digo que los niños que mueren sin el bautismo de Cristo sean castigados con una pena tan grande que más les valdría no haber nacido; porque el Señor no dijo estas palabras de cualquier pecador, sino de los muy criminales e impíos. Si la sentencia que pronunció sobre Sodoma no se ha de entender sólo de los sodomitas, pues en el día del juicio unos han de ser castigados más gravemente que otros, ¿quién puede dudar que los niños no bautizados, que mueren sin pecado personal alguno, con sólo el original, han de sufrir la pena más leve de todas?

Ignoro cuál será la naturaleza y magnitud de esta pena; sin embargo, no me atrevo a decir que fuera mejor para ellos no haber nacido que vivir en el estado en que se encuentran. Pero vosotros que los consideráis libres de toda culpa no queréis pensar en la clase de penas a las que los condenáis privando de la vida y del reino de Dios a tantas imágenes suyas y separándolas de sus piadosos padres, a los que tan claramente exhortáis a engendrar. Es injusto que los niños sufran castigo, si no tienen pecado; pero, si su castigo es justo, es necesario reconocer en ellos la existencia del pecado original.

45. En relación con otras palabras mías en las que hablo de la honestidad de los santos patriarcas antiguos para con sus esposas en el acto conyugal, dices: "En el uso del matrimonio no tenían intención de engendrar hijos pecadores, que debieran ser lavados en el bautismo, porque entonces este sacramento, por el que recibimos la gracia de la adopción, no había sido instituido". Lo que del bautismo dices, es verdad. Pero no se ha de creer que antes de ser dada la circuncisión a los servidores de Dios, que creían en la venida, en carne, de un mediador, no hayan tenido como socorro algún sacramento en vista a la salvación de estos niños, aunque, por alguna oculta razón, lo haya querido silenciar la Escritura. Leemos 77 que existieron sacrificios que prefiguraron la sangre que quita el pecado del mundo. Y en tiempos de la ley vemos con mayor claridad que en el nacimiento de los niños se ofrecían ciertos sacrificios por los pecados. ¿Quieres decirme por qué pecados? Recuerda también que el alma de un niño engendrado por padres santos sería borrada de su pueblo si no era circuncidado al octavo día. Dime el motivo, si niegas fuera reo del pecado original.

Matrimonio de José y María

XII. 46. Invoqué el testimonio del Evangelio para afirmar que María era esposa de José. Disputas largo y tendido para combatir mi sentencia y te esfuerzas en hacer ver que "donde no hay entre esposos comercio carnal no existe matrimonio". En consecuencia, si los esposos no usan de su derecho, ya no son consortes, y la interrupción significa el divorcio. Para evitar este divorcio es menester que los esposos ancianos realicen lo que de jóvenes realizaban y no den descanso a sus cuerpos, ya sin vigor, al servicio del placer. Luego para seguir siendo marido y mujer no piensen que no son para los viejos los incentivos de la concupiscencia.

Si esto te agrada, allá tú. Para mí, que tomo por guía la honestidad natural, común a todos los hombres, que admite tener mujer en vista a la generación de los hijos, sin examinar cómo cede a la concupiscencia la flaqueza; para mí, digo, que amén de la fidelidad conyugal que los esposos se deben mutuamente para no caer en adulterio, y que, además de la procreación de los hijos, único fin del ayuntamiento de los sexos, el matrimonio tiene aún un tercer bien, sobre todo para los que pertenecen al pueblo de Dios. Bien que, según mi parecer, es un sacramento, pues consagra esta unión e impide al marido separarse de su mujer estéril, o entregarla a otro que la pueda fecundar, como se cuenta hizo Catón, cuando no se quiere tener muchos hijos.

Por eso, en aquella unión que llamé, según el Evangelio, matrimonio, dije se encontraban los tres bienes nupciales: "la fidelidad de los esposos, porque no hubo adulterio; los hijos, Cristo Jesús; el sacramento, porque no hubo divorcio". Dije, sí, que esta trilogía de bienes se planificó en los padres de Cristo; pero no por eso me hagas decir, como falsamente me acusas, que, si no existen estos tres bienes, sea un mal el matrimonio. Al contrario, digo que el matrimonio siempre es un bien, aunque los hijos sean fruto de un ayuntamiento carnal. Si esto fuera posible de otra manera y los esposos se uniesen; sería una concesión a la concupiscencia y harían de dicho mal un mal uso. Mas como, según la institución divina, el hombre no puede nacer si no es por la unión de los dos sexos, cuando los esposos se rinden uno al otro el deber conyugal, hacen buen uso del mal de la concupiscencia; y, si buscan sólo el placer de la carne, pecan, pero su falta es leve.

47. "José -dices-, en opinión de todos, era el esposo de María". Parece quieres dar a entender que es una opinión, no la verdad, cuando llama la Escritura a la virgen María esposa de José. ¿Vamos a creer que, al narrar el evangelista, con sus propias palabras o las de otro cualquiera, un suceso, habla según la opinión de los hombres, y el ángel, contra su conciencia y la de su interlocutor, cuando habla cara a cara con José, le habló, acaso, según una opinión común y no según la verdad al decirle: No temas recibir a María como esposa? Además ¿por qué hacer descender la genealogía de Cristo hasta José 78 sino para expresar que su matrimonio era verdadero, en el que es cabeza el varón? Esto fue lo que dije en el libro que tú refutas; pero no te has atrevido a tocar este pasaje. Dice del Señor el evangelista San Lucas: Era, según se creía, hijo de José 79; y es porque los hombres creían era hijo de José según la carne, y el evangelista quiso destruir esta falsa opinión, sin negar, contra el testimonio del ángel, que María fuera su esposa.

48. Tú mismo confiesas que "María recibió el nombre de esposa de José en virtud de la fe que se habían jurado al desposarse". En efecto, José no buscó otra mujer al comprobar la preñez de la virgen santa, fruto de una fecundidad divina; ni la hubiera recibido en su casa si no fuera su esposa. Ni pensó en romper la fe conyugal, aunque comprendió se debía abstener de todo contacto carnal. Piensa lo que quieras de este matrimonio, pero no me hagas decir, como falsamente me acusas, que "el matrimonio de nuestros primeros padres fue instituido de manera que sin la unión sexual fueran marido y mujer". Pero en el paraíso, antes del pecado, ¿la carne codiciaba ya contra el espíritu, o ahora no ha lugar en los casados cuando el pudor conyugal frena los excesos de la concupiscencia, en la que niegas exista algún mal? ¿Puede el hombre verse libre de este mal innato sino por la regeneración? Esto es lo que entre nosotros se discute. Y en este terreno vuestra impía novedad queda asfixiada por la verdad católica, con pátina de antigua tradición.

Un testimonio de Job

XIII. 49. Apilas testimonios de la Sagrada Escritura para probar lo que entre nosotros es incuestionable; es decir, "que Dios es el creador de los hombres". Verdad innegable, aun cuando se trate de la creación de cualquier gusarapo. ¿A qué todo esto sino para dar la sensación de correr en vano, impulsado por el viento, por el campo de las palabras? Y cuando, con verborrea incontenible, citas un testimonio del santo Job, ¿cómo no te vino a la memoria lo que este hombre de Dios dice del pecado del mundo: Nadie está libre de inmundicia, ni el niño cuya vida sobre la tierra es de un día? 80 ¿Quién, a no ser el que niegue la existencia de Dios o piense que Dios no se ocupa de lo que pasa aquí abajo, puede negar que la misericordia de Dios, que salva a hombres y animales, que hace salir el sol sobre buenos y malos 81, se extiende a pequeños y grandes?

Esto es lo que quieres enseñarnos, como si nosotros cuestionáramos estas verdades cuando citas el pasaje en el que Job dice al Señor: Me tejiste de huesos y nervios, me agraciaste con vida y misericordia 82. Pudo muy bien hablar aquí Job no del hombre en general, sino que quiso dar gracias a Dios porque, nacido según la carne, Dios no abandonó al que había formado, antes usó con él de misericordia dándole verdadera vida, es decir, vida de justicia. O bien, como si la vida que al nacer había recibido le pareciera una nonada, añade que "Dios le hizo merced" para que no permaneciera, por naturaleza, hijo de ira como los demás, sino que le otorgó su gracia para que fuese vaso de misericordia y no de ira.

50. No recuerdo ya cuántas veces he explicado el porqué un hombre fiel no es culpable, a pesar del mal que habita en él, es decir, en sus miembros, mientras el niño al nacer es reo de pecado. Se trata de un beneficio que el fiel recibe en su regeneración, no en su nacimiento. De este reato ha de ser liberada la prole, como lo fueron sus padres.

Pueden cambiar de un cuerpo a otro las cualidades,
sin emigrar de lugar

XIV. 51. Algo grande te enseña la dialéctica, y es "que una cosa que está en un sujeto no puede subsistir sin su sujeto; de donde se sigue -piensas tú- que el mal, que está en los padres como en su sujeto, no puede pasar a otra cosa, es decir, a los hijos, y, por consiguiente, no participan de la culpa de los padres". Tendrías toda la razón para hablar así si el mal de la concupiscencia no se transmitiera a los hijos. Pero nadie es engendrado sin este mal y nadie puede nacer sin él. ¿Cómo dices que este mal no se transmite a los hijos, si pasa por ellos? No es Aristóteles, cuyas Categorías no entiendes, sino el Apóstol, el que dice: Por un hombre entró el pecado en el mundo y pasó a todos los hombres 83. No te engaña la dialéctica, es que tú no la entiendes.

Sin embargo, es verdad lo que en ella leíste: todo radica en un sujeto; por ejemplo: las cualidades no pueden subsistir sin el sujeto en el que se encuentran; como en el sujeto cuerpo, el color y la forma; pero pueden pasar a otros cuerpos, modificándolos, sin cambiar de lugar. Así, los etíopes son negros, y engendran hijos negros como ellos. Sin embargo, no se puede decir que los padres transmitan el color a sus hijos, como si fuera una túnica, pero comunican la cualidad de su cuerpo al hijo que de ellos nace. Y lo que es aún más admirable es que cualidades corporales pasen a realidades incorpóreas; y esto ha lugar cuando, en cierto modo, sorbemos por la vista las formas de los cuerpos, y las guardamos en los silos de nuestra memoria y las llevamos con nosotros adondequiera que vayamos. Formas que no abandonan los cuerpos en que estaban y, sin embargo, pasaron a nosotros, impresionando, de una manera maravillosa, nuestros sentidos; y así pasaron del cuerpo al espíritu y de la misma manera que pasan del alma al cuerpo. Los colores de las varas que descortezó Jacob afectaron los sentidos de las ovejas, y de éstas pasaron a sus corderitos 84. Quizá puede suceder algo semejante en los fetos humanos, si es cierto lo que escribe Sorano, médico celebérrimo, y lo confirma con un ejemplo histórico. Cuenta que el tirano Dionisio, no queriendo que los hijos fueran tan feos como él, tenía la costumbre de poner ante los ojos de su mujer, cuando se acostaba con ella, una imagen bellísima, para que su esposa, enamorada de la hermosura, la transmitiera a sus hijos.

Dios no crea las naturalezas para suspender luego sus leyes, a las que dio movimientos acomodados a su ser. Y lo mismo los vicios, siempre radican en un sujeto, y de los padres pasan a los hijos, no emigrando de sujeto en sujeto, cosa imposible, como lo prueba la categoría dialéctica que citas y es muy verdadera; pero sí se pueden comunicar a otro sujeto por afección o contagio, lo que tú no entiendes.

La carne de Cristo, a semejanza de una carne de pecado

XV. 52. Con gran copia de argumentos te afanas por llegar al abismo de la impiedad cuando dices: "La carne de Cristo nacida de María, cuya carne virginal, como la de todos los hombres, viene de Adán y en nada difiere de la carne de pecado; por eso, sin establecer distinción alguna, dice el Apóstol que Cristo fue enviado revestido de una carne semejante a la carne de pecado" 85. E insistes "en que no hay carne de pecado, para que no se diga que la carne de Cristo es carne de pecado".

¿Cómo puede existir una carne a semejanza de la carne de pecado si no hay carne de pecado? Afirmas que "no entendí la sentencia del Apóstol". Pero el caso es que tú no me la explicas, para que, bajo tan gran doctor, pudiera aprender de tus labios que una cosa puede asemejarse a otra que no existe. Si hablar así no tiene sentido y la carne de Cristo no es carne de pecado, sino semejante a una carne de pecado, resta reconocer que, exceptuado la de Cristo, toda carne humana es carne de pecado.

Aquí asoma la concupiscencia, por la cual Cristo no quiso ser concebido y es causa de la propagación del mal en el género humano; porque, aunque el cuerpo de María fuese fruto de la concupiscencia, no la trasvasó al cuerpo de aquel que concibió en su seno al margen de toda concupiscencia. Y todo el que niegue que la carne de Cristo es carne a semejanza de la carne de pecado, y compare la carne de Cristo a la carne de todos los hombres que vienen a este mundo, e iguale en pureza las dos, debe ser condenado como hereje detestable.

53. Te parece haber hecho un gran descubrimiento, acerca del cual copiosamente discurres, para probar que "si los niños al nacer pueden traer de sus padres algún mal, serán sanados por las manos de Dios, que los formó en el seno de sus madres". Y como si yo negase que "él es el creador de los hombres", lo pruebas con multitud de textos escriturísticos, entre los cuales está éste del Eclesiástico: Las obras de Dios son ocultas 86; a continuación añades otras palabras de tu cosecha, y dices: "Este texto hace ver la vanidad de aquellos que piensan poder investigar y comprender las profundidades de los misterios de la naturaleza". Esto te lo puedes aplicar a ti mismo y no dogmatices temerariamente sobre el origen del alma, porque ni la razón ni las santas Escrituras dicen nada positivo a este respecto. Di, más bien, con la madre de los Macabeos, cuyas palabras, dirigidas a sus hijos, mencionas: No sé cómo aparecisteis en mis entrañas 87. Ciertamente, no habla de la formación de sus cuerpos, pues sabía con certeza haber concebido por la unión con su marido, pero ignoraba en absoluto si las almas de sus hijos traían su origen del alma de sus padres o venían a sus entrañas traídas de otra parte. Y, para evitar una afirmación temeraria, confesó su ignorancia.

Cuestionas y dices: "¿Por qué los niños, que se dicen manchados por el pecado de sus padres, no son purificados por la mano divina que los ha formado?" Mas no adviertes que esto mismo se puede decir de los defectos corporales con los que no pocos niños vienen al mundo, aunque ¡lejos de nosotros dudar que es un Dios bueno y verdadero el creador de todos los cuerpos! Sin embargo, vemos salir de las manos de tan consumado artífice seres deformes y monstruosos, que algunos llaman errores de la naturaleza; y, al no poder adivinar la razón por la cual el poder divino actúa de esta manera, sienten sonrojo por ignorar lo que no saben.

54. Por lo que se refiere a la transmisión del pecado original a todos los hombres por el canal de la concupiscencia de la carne, no pudo pasar a la carne que sin ella la Virgen concibió. Porque, aunque yo no haya dicho nada contrario a la verdad en el libro que dediqué a Marcelino, de santa memoria, y que tú has querido alegar contra mí porque dije que, "por su prevaricación, Adán había infectado, en su persona, a todos sus descendientes", sin embargo, no había infectado la carne de Cristo cuando vino al seno de su Madre, porque no vino vía concupiscencia, que infectó a todos los mortales.

Mas, como no has querido citar mis palabras tal como yo las escribí y se refieren especialmente a nuestra cuestión, me vas a permitir ponerlas aquí a la letra para que se sepa por qué las omitiste. "Adán -dije- contagió en su persona a todos los que habían de nacer de su estirpe por el secreto conducto de su concupiscencia carnal". No pudo, pues, infectar la carne, en cuya concepción ni hizo acto de presencia. Cristo tomó nuestra mortalidad del cuerpo de su madre, en la cual encontró un cuerpo mortal; pero no contrajo la mancha del pecado original, porque la concupiscencia no tomó parte en su concepción. Mas, si no hubiera tomado de su madre la mortalidad, sino la sustancia de su carne, no sólo su carne no sería carne de pecado, sino tampoco semejante a una carne de pecado.

55. Me comparas e igualas "al hereje Apolinar, que negó en Cristo una carne dotada de sentido". Dices esto para cubrir de tinieblas los ojos de los ignorantes, para que no puedan ver la luz de la verdad. Hay una gran diferencia entre el sentido de la carne, sin el cual ningún hombre ha existido, existe o existirá, si es cuerpo viviente, y la concupiscencia de la carne, que lucha contra el espíritu, y que el primer hombre no conoció antes del pecado. Tal ha sido la naturaleza de Cristo hombre; porque así como aquél fue creado del limo de la tierra, Cristo hombre fue formado de una mujer que no conoció la concupiscencia. Sin embargo, de ella asumió la flaqueza de su condición mortal, que no existía en la carne del primer hombre antes del pecado, para que su carne fuera a semejanza de la carne de pecado, semejanza que no existió en la carne de Adán. Y, para darnos ejemplo en el sufrir, no tuvo males propios, pero soportó los ajenos. Fue nuestro compañero en el sufrimiento, no en las concupiscencias

56. Por lo cual es conveniente que los nacidos de Adán pasen a Cristo, para que las imágenes de Dios no sean excluidas del reino de Dios; decir que esto es factible sin que un mal sea la causa, es no tener temor ni amor de Dios. Es necesario, pues, que el hombre nazca con este mal, porque nuestro origen está viciado. "Lejos de nosotros reducir los regenerados, como nos calumnias, a la triste fatalidad de ser criminales, cuando Dios les concede la gracia de las virtudes". Aunque sintamos en nosotros una ley contraria a la ley de nuestro espíritu, no sólo no nos vemos reducidos a la fatalidad de cometer crímenes, sino que tenemos ocasión de adquirir gloria y honor cuando, por beneficio divino, el espíritu embrida los deseos de la concupiscencia. De cualquier lado que te vuelvas, cualquier dirección que tomes, en cualquier fuente que bebas tus razonamientos, los amplifiques, orees, desparrames, nunca se podrá reconocer como buena una cosa contra la cual combate el espíritu.

57. "No pudo Cristo -dices- darnos ejemplo, si su naturaleza era diferente de la nuestra". Ciertamente pudo. ¿No nos exhorta a imitar el ejemplo de su Padre, que hace salir el sol para buenos y malos, para que, a imitación suya, amemos a nuestros enemigos 88? Además, la naturaleza de Cristo hombre no era diferente de la nuestra, pero sí lo fue en el pecado; porque como hombre, sólo él y ninguno más nació sin pecado. En lo que se refiere a la vida, en la que sí debemos imitar a Cristo hay una gran diferencia entre él y nosotros, pues nosotros somos hombres y él es también Dios, porque un hombre justo no puede hacer por un hombre lo que puede hacer un hombre-Dios.

Has dicho una gran verdad cuando citas el texto del apóstol San Pedro, en el que se dice de Cristo: No cometió pecado, y has hecho notar que, para demostrar que Cristo no tuvo pecado, juzgó suficiente decir: "No cometió pecado"; porque, si no lo cometió, dices, no lo tuvo. Todo esto es verdad. En efecto, si en la niñez hubiera tenido pecado, lo cometería en la edad adulta. No hay hombre, excepto Cristo, que no cometa pecados más graves al crecer en edad, porque no hay hombre, excepto él, que en su niñez esté sin pecado.

58. "Suprime -dices- la causa por la que Cristo nos sirve de ejemplo, y queda suprimida la del precio que por nosotros se hizo". No es de admirar aludas sólo al ejemplo de Cristo, pues eres enemigo de la gracia, que él en plenitud tenía. "En la esperanza -dices- de carecer de todo mal, recurrimos a la fortaleza de la fe. Mas no por eso nos vemos privados de las fuerzas de la naturaleza, porque, aun después del bautismo, permanece intacta en nosotros la virilidad".

Lo que llamas virilidad y no es otra cosa que la concupiscencia de la carne, ciertamente subsiste, no se puede negar; pero contra ella combate el espíritu, para que el hombre regenerado no se vea arrastrado por su concupiscencia, atraído y seducido. Esta concupiscencia que lucha contra el espíritu para seducirnos no es un bien, aunque no lo consiga por la resistencia que le opone el espíritu, que le impide concebir y parir el pecado. De esta concupiscencia habla el Apóstol cuando dice: Sé que no habita en mí, es decir, en mi carne, el bien 89. Si Cristo hubiera tenido en su naturaleza algo que no fuera bueno, no podría sanar lo que hay de malo en la nuestra.

¿Puede, de una naturaleza libre de vicio, nacer el pecado?

XVI. 59. Copias otro pasaje de mi libro en el que digo: "El acto conyugal, con intención de engendrar hijos, no es pecado, pues entonces la buena voluntad del espíritu es guía de la voluptuosidad del cuerpo que acompaña al acto y no es el placer del cuerpo el que guía al espíritu". Por el contrario, tú replicas: "El pecado no puede nacer de una cosa exenta de pecado". Y de esta manera crees destruir el pecado original, que sólo lo puede ser por el Salvador, y de su beneficio tú excluyes a los niños. Él lo aniquila pagando la deuda de los culpables; tú, negando su existencia. Por eso, el acto conyugal en vista a la generación de los hijos no es pecado, porque usa bien de la ley del pecado, es decir, de la concupiscencia que habita en nuestros miembros y lucha con el espíritu. Si esta concupiscencia no hace reo al padre porque ha sido ya regenerado, ¿por qué admirarse que haga al niño culpable, fruto de esta concupiscencia, y por esta causa necesita ser regenerado? Pero cuando dices que "el pecado no puede venir de uno que esté sin pecado", si reflexionas un momento, verás el buen servicio que haces a los maniqueos, de suerte que anhelarías borrar estas palabras de tu libro y de la memoria de tus lectores. Porque, si el pecado no puede nacer de uno que está sin pecado, es necesario admitir, con los maniqueos, que los pecados nazcan de una naturaleza al hombre extraña. En el primer libro de esta obra (c. 8) demostré ya cuánto favorecen esta y otras expresiones semejantes la causa de los maniqueos. Lo que aquí dices y lo que allí afirmaste tiene igual valor. ¿Ves cómo, amén del error que te es propio por ser pelagiano, debemos refutar otras expresiones tuyas parecidas a ésta, si queremos triunfar de los maniqueos? "De una cosa libre de pecado no nacen pecados". Mas la verdad te es contraria, destruye tu doctrina y la de los maniqueos, con quienes sientes al unísono. El ángel, creado por Dios, fue una naturaleza libre de pecado, y el primer hombre, creado por Dios, libre de pecado lo creó; en consecuencia, negar que el pecado puede nacer de una naturaleza libre de pecado, o es maniqueísmo declarado o, incauto, favorece su causa.

60. Refieres otras palabras mías y razonas como si yo hubiera dicho que "se honra la concupiscencia cuando se sirven de ella los casados para engendrar hijos". Dices lo que te place, pues yo no he dicho ni pensado nada semejante. ¿Cómo, en efecto, se puede honrar la concupiscencia cuando de ella se usa para la generación de los hijos, si, por el contrario, se la somete al imperio del espíritu para impedir nos arrastre a condenables excesos? Por eso dijimos que "no es siempre criminal usar de la concupiscencia", y, como si fuéramos nosotros los que lo hemos dicho, concluyes: "Los adúlteros cometen pecado menos grave que los maridos, porque, según tú, la concupiscencia sirve a los casados para pecar y en los adúlteros manda". Pero como estoy muy lejos de haber hablado así, me inquieta poco la consecuencia que saques de lo que yo no he dicho; pues repito una vez más que no siempre es pecado usar de la concupiscencia porque no es pecado hacer buen uso de una cosa mala, como no se puede concluir que una cosa es buena porque el hombre haga buen uso de ella. De dos hombres muy diferentes dice la Escritura: El hijo instruido será sabio y se servirá del servidor imprudente 90. ¿Acaso es un bien ser imprudente para que de él se sirva bien el sabio? No dice Juan el apóstol: "No os sirváis del mundo"; sino que en el mismo pasaje en que habla de la concupiscencia de la carne escribe: No améis este mundo 91.

El que usa una cosa sin amarla es como si no la usase, porque no la usa por la cosa en sí, sino en función de otra que ama y por la cual usa la que no ama. Por este motivo, Pablo, su colega en el apostolado, dice: Los que usan de este mundo, como si no usasen 92. ¿Qué quieren decir las palabras como si no usasen sino que no han de amar este mundo del que usan, porque este mundo es de tal condición que no se puede hacer buen uso de él más que no amándolo? Y de esta manera es necesario obrar también en aquellas cosas de este mundo que en sí son buenas, sin embargo, no conviene poner en ellas el corazón. ¿Quién, con razón, puede decir que el dinero es malo? Con todo, nadie puede hacer buen uso de él si lo ama. ¿Con cuánto mayor motivo se podrá decir lo mismo de la concupiscencia? Un mal espíritu puede codiciar el dinero, pero éste no puede codiciar contra un espíritu bueno, cosa que hace la concupiscencia; por consiguiente, el que niega sea un mal la concupiscencia. peca, y el que hace buen uso de este mal, no peca. Tu razonar sería recto si dijeras: "Si la concupiscencia es mala, son más culpables los casados, a quienes ella obedece, que los adúlteros, sobre los que ejerce su imperio". Pero eso si nosotros dijéramos que los casados se sirven del mal de la concupiscencia para criminales acciones, como puede servirse un homicida de su esclavo para matar, en lugar de decir, como lo hacemos, que los casados no usan mal de la concupiscencia cuando tienen por fin la generación de los hijos. Y puesto que es nuestro sentir que el comercio carnal entre esposos, en vista a la procreación, es un bien, aunque los ni-os, fruto del matrimonio, nazcan infectados por el contagio del primer pecado, cuya herida no puede ser curada sino por la regeneración. Resta, pues, que los fieles casados usen del mal de la concupiscencia como un sabio que para realizar obras buenas se sirve de un servidor indiscreto.

61. Mas como vosotros sois hombres de muy agudo ingenio, condenáis en los hombres entregados al placer y a las obscenidades no el modo o el género, sino el exceso de la voluptuosidad, porque sabéis, dices, que este exceso se puede reprimir "reduciéndolo a sus justos límites. Si puede, impida el alma a la concupiscencia rebasar los límites dentro de los cuales se quiere represar. Y, si es incapaz, es necesario, para impedir que la concupiscencia se entregue a los excesos, combatirla como a enemigo peligroso que trata de franquear la línea divisoria que le ha sido trazada. "Damos testimonio -dices-que sólo las vírgenes y los continentes la pueden menospreciar". ¿Es que las vírgenes y los continentes no luchan contra la concupiscencia de la carne? ¿Contra qué libran "gloriosos combates", de los cuales hablas, para poder conservar la virginidad y la continencia? Y, si guerrean, existe un mal a combatir. Y ¿dónde habita este mal sino en ellos mismos? Luego con plena verdad pueden decir: "No habita en mí, es decir, en mi carne, el bien".

62. "El matrimonio -dices- no es otra cosa que la unión de los cuerpos"; y luego añades algo que es verdad: "sin la mutua atracción de los cuerpos y sin el acto natural, no es posible la procreación". Pero ¿vas a negar que en los adúlteros no existe esta mutua atracción de los cuerpos ni la acción natural? No es buena, pues, tu definición del matrimonio. Una cosa es el matrimonio y otra que sin el acto natural no se puedan engendrar hijos. Sabes que pueden nacer hijos fuera del matrimonio y que sin el acto íntimo puede existir verdadero matrimonio; de otra suerte, no existiría matrimonio verdadero, por silenciar otros casos, entre ancianos, impotentes para el acto matrimonial, o que, sin esperanza de hijos, sienten sonrojo o no quieren usar de su derecho.

Ves con qué ligereza defines el matrimonio, diciendo que "es la unión de los cuerpos". Sería, quizás, más razonable decir que el matrimonio incoa esta unión física con el fin de tener hijos, pues sin la unión de los cuerpos no se engendran. Sin embargo, esta unión de los cuerpos con el fin de tener hijos hubiera sido muy otra a lo que hoy es si nadie hubiera pecado. ¡Lejos de nosotros pensar que, en el paraíso, aquella honestísima felicidad obedeciera a los movimientos de la concupiscencia! ¡Lejos de nosotros creer que aquel sosiego de alma y cuerpo pudiera ser turbado por algo contra lo que la naturaleza del primer hombre debiera luchar! Si, pues en el Edén no existía concupiscencia a la cual servir ni contra la que era necesario luchar, o no existió en el paraíso o no era como hoy es. En la actualidad es preciso resistir a la concupiscencia si uno no quiere ser su esclavo, y el que en la lucha se emperece se convierte, necesariamente, en su servidor. De estas dos opiniones, una es molesta, pero laudable; la otra es torpeza y miseria. En esta vida, una es inevitable a los castos, pero ni una ni otra eran conocidas por los santos en el Edén.

63. Me contradigo, afirmas de nuevo, y citas unas palabras mías en las que muestro la diferencia que existe entre un acto matrimonial realizado con vista a los hijos y el deseo de gozar del deleite carnal. Mis palabras son éstas: "Una cosa es la unión conyugal que tiene por fin la generación de los hijos, y por esta razón está exenta de pecado, y otra buscar en el acto conyugal el placer de la carne, lo que, si es con su esposa, es culpa venial". Nada tienen de contradictorias estas dos afirmaciones, como lo pueden ver todos los que conmigo ven la verdad. Escucha, sin embargo, algo que es necesario inculcar en el ánimo de aquellos que tú quieres engañar. Es calumnia afirmar que nosotros "proporcionamos a los hombres más degradados y criminales los medios de excusar sus acciones impuras e infames diciendo que las han cometido contra su voluntad, y así no tienen pecado".

¡Como si nosotros no gritáramos más fuerte que vosotros que es necesario luchar contra la concupiscencia! Porque a vosotros, aun cuando la elogiáis, no os place creamos que vuestra lucha se enfría o relaja contra este bien; ¿con cuánta mayor vigilancia y ardor no creeremos nosotros se debe luchar contra la concupiscencia, que consideramos un mal? Afirmamos que es contra nuestro querer el que la carne luche contra el espíritu, no que el espíritu pelee contra la carne. Hacen buen uso de la concupiscencia los esposos cuando se unen para engendrar hijos y no por el placer venusino. Este buen uso de un mal es lo que hace honesta la cópula verdaderamente nupcial; pero, si la unión tiene por fin el placer, no la prole, dicha unión es culpable, y en los cónyuges la falta es venial. Por eso, los niños, fruto de un comercio legítimo y honesto, contraen una mancha que sólo puede ser lavada por el sacramento de la regeneración, y en el uso honesto del matrimonio hay un mal, del que hace buen uso la castidad conyugal. En consecuencia, no perjudica a los renacidos lo que daña a los nacidos. Perjudica, sí, a los que nacen si no renacen.

64. En este razonar, en el que en vano te retuerces contra mis palabras, no te das cuenta cuánto favoreces a los maniqueos. Crees, en efecto, que todo el que nace de la unión marital no tiene pecado de origen, porque razonas: "El pecado no puede nacer de una acción exenta de culpa". ¿Por qué la obra de Dios, limpia de culpa, ha dado origen al pecado del ángel y al pecado del hombre? ¿Ves cómo favoreces a los que cubres de vituperios, porque compruebas van contra el fundamento más firme de la fe católica? Si es tu sentencia definitiva que "el pecado no puede nacer de una acción exenta de culpa", considera que ninguna obra de Dios tiene culpa. ¿De dónde, pues, nace la culpa? Aquí el maniqueo, con tu ayuda, trata, en su absurda doctrina, de introducir una naturaleza mala para que sepas de dónde viene el mal; porque, según tus palabras, de las obras de Dios no puede venir el pecado. ¿Puedes derrotar a un maniqueo sin que lo seas tú mismo? Porque el ángel y el hombre son obras de Dios, limpias de todo pecado; sin embargo, dieron origen al pecado cuando por su libre voluntad, otorgada por Dios sin pecado, se alejaron de aquel que está libre de todo pecado. Se hicieron malos no por una mezcla con el mal, sino por un abandono del bien.

65. Dices que "alabo la continencia de los tiempos cristianos no para encender a los hombres en amor a la virginidad, sino para condenar el matrimonio, instituido por Dios". Mas para que nadie crea te atormenta la sospecha de una mala interpretación de mis sentimientos, me dices, como queriendo aprobar: "Si con sinceridad exhortas a los hombres a la virginidad, has de confesar que la virtud de la castidad puede ser observada por los que quieran, de suerte que cualquiera puede ser santo en el cuerpo y en el espíritu". Respondo que lo admito, pero no en tu sentido. Tú atribuyes este poder sólo a las fuerzas del libre albedrío; yo lo atribuyo a la voluntad, ayudada por la gracia de Dios. Sin embargo, pregunto: ¿Sobre qué ejerce el espíritu su poder para no pecar sino sobre un mal que, si vence, nos hace caer en pecado? Y para no tener que decir, con los maniqueos, que este mal viene de una naturaleza mala, a nosotros extraña y con la cual se mezcla, nos resta confesar que existe en nuestra naturaleza una herida que es necesario curar, y cuya mancha nos hace culpables si no es lavada por el sacramento de la regeneración.

66. En vano enumeras falsas opiniones de herejes, a los que me comparas, y ojalá no exageraras su número. Sostienes que la sentencia del Apóstol en la que predice que "existirán herejes que prohíban casarse" 93 me alcanza a mí, como si yo dijese que, después de la venida de Cristo, fuera el matrimonio una torpeza. Escucha bien lo que decimos, para que, oyendo la misma canción con frecuencia y con ritmos diversos, no disfraces la verdad fingiendo sordera. No decimos que el matrimonio sea una torpeza; por el contrario, afirmamos que para impedir a la incontinencia caer en crímenes reprobables hay que oponerle, como preservativo, la honestidad del matrimonio. Y lo que vosotros decís no lo enseña la doctrina cristiana, porque -repito tus palabras- sostienes "que el hombre se basta a sí mismo para imponer leyes a todos los movimientos naturales. Esto no lo decimos nosotros, pero sí decimos lo que dice el Apóstol: Cada uno tiene de Dios su propia gracia 94. Decimos también lo que dijo el Señor: Sin mí nada podéis hacer 95. Y en otro lugar: No todos entienden esto, sino aquellos a quienes se les concedió 96.

Si fuera cierto lo que vosotros enseñáis, debiera decir: "No todos entienden esto, sino sólo los que quieren". Os pregunto: ¿A qué movimientos naturales puede el hombre dar leyes? ¿A los buenos o a los malos? Si a los buenos, el espíritu tiene deseos contrarios a lo que es bueno, y así en el hombre se combaten dos bienes. Y, si fuera así, la oposición mutua de dos bienes no puede ser un bien. Y si estos movimientos naturales son malos, confesad que hay en el hombre movimientos naturales malos, contra los cuales ha de luchar la castidad. Y para no verte obligado a confesar, con los maniqueos, que existe en nosotros una naturaleza mala, extraña y mezclada a la nuestra, reconoced la enfermedad del pecado original. De este mal de la concupiscencia hace buen uso la castidad conyugal. Contra el mal de esta languidez, los que no pueden guardar continencia han de recurrir al remedio saludable del matrimonio y los que viven en castidad se ejercitan en "gloriosos combates".

Creo que mi promesa de contestar a tus objeciones queda cumplida sin rebasar el número de tus volúmenes. Termino aquí este mío; para dar contestación al último tuyo inicio otro exordio.