RÉPLICA A FAUSTO, EL MANIQUEO

Traducción: Pío de Luis, OSA

Libro XXVI

Jesús, ¿nació o no nació?

Cristo pudo morir sin haber nacido como hombre

1. Fausto: —Si Jesús no nació, ¿cómo murió?

—Se trata evidentemente de una conjetura. Ahora bien, nadie recurre a conjeturas más que quien carece de pruebas. También responderemos a esto, aportando ejemplos de cosas que soléis creer, las cuales, si son verdaderas, apoyarán nuestra posición; si son falsas, destruyen la vuestra. Dices:

—¿Cómo murió Jesús si no fue hombre?

Yo te pregunto:

—¿Cómo no murió Elías si fue hombre? ¿Acaso fue lícito a este mortal invadir, sobrepasando su propia condición, el derecho de la inmortalidad, mientras que a Cristo, que era inmortal, no le fue lícito usurpar algo de la muerte, en caso de necesidad? Si, contraviniendo su naturaleza, Elías vive para siempre, ¿por qué no concedes que Cristo haya podido morir, contraviniendo la suya, durante tres días? Sobre todo teniendo en cuenta que no creéis que el inmortal y arrebatado en cuerpo al cielo fue sólo Elías, sino que le añadís a Moisés y a Enoc. Por lo tanto, si del argumento de su muerte se deduce con lógica que Cristo fue hombre, con el mismo argumento se podía deducir que no fue hombre Elías, puesto que no murió. Con todo, como es falso que Elías no fue hombre, aunque se le crea inmortal, será igualmente falso que Cristo fue hombre, aunque se le crea muerto. Y si quieres dar crédito a mis palabras verdaderas, uno y otro dejaron una falsa creencia en los hebreos, respecto a la muerte de Jesús y a la inmortalidad de Elías, pues ni el primero murió, ni el segundo dejó de morir. Pero vosotros creéis lo que queréis, y lo que no queréis creer, lo achacáis a la naturaleza. Si se busca algo que sea propio de la naturaleza, ella, si es inmortal, no quiere morir, y si es mortal no quiere no morir. Si, por el contrario, buscamos en Dios y en el hombre el poder para hacer lo que quieren, veo más probable que pudiera morir Jesús que el que pudiera no morir Elías, pues mayor es el poder de Jesús que el de Elías. Y si tú, contrariando la naturaleza, elevas al cielo al que tiene menos poder y lo sacralizas para siempre, olvidándote de su naturaleza y condición, ¿no admitiré yo que Jesús pudo morir si quiso, aun admitiendo una muerte auténtica y no una simulación de la misma?

Ya desde el comienzo, cuando asumió la semejanza humana, fingió todas las perturbaciones de la condición humana. De idéntica manera, no era ajeno a esto el que, al final, dejase también la impresión de que moría de acuerdo con un plan prefijado.

Recurrir no a la naturaleza, sino al poder de Dios

2. Hay que mencionar, además, que si se pregunta qué es lo que a uno le permite la naturaleza, debe extenderse la pregunta a todo cuanto hizo Jesús, no sólo a su muerte, puesto que tampoco la naturaleza permite que vea la luz un ciego de nacimiento. Cosa que parece que Jesús realizó con poder en favor de los ciegos de su raza, hasta el punto que los mismos judíos exclamaron que desde el comienzo del mundo nunca se había visto que alguien hubiese abierto los ojos a un ciego de nacimiento1. El haber sanado una mano seca, haber devuelto la voz y la palabra a los privados de ellas por naturaleza, haber restituido el espíritu vital, recuperada la estructura, a cuerpos muertos y ya en estado de putrefacción, ¿a quién no le produce estupor? ¿A quién no le fuerza en cierto modo a no creer en absoluto al que especula sobre hasta dónde llega o no llega el poder de la naturaleza? No obstante, nosotros, los cristianos, creemos comúnmente que él realizó todas esas cosas; pero no ponemos nuestros ojos en la naturaleza, sino únicamente en el poder y fuerza de Dios.

Se lee también que los judíos lo arrojaron en una ocasión de la cima de una montaña y que marchó ileso. Por tanto, si, precipitado desde la altura de una montaña, no murió porque no quiso, ¿por qué no pudo morir también cuando quiso? Esta es de momento nuestra respuesta, ya que os place entregaros a raciocinios y recurrís a armas ajenas, queriendo hacer uso de la dialéctica en vuestras disputas. Por lo demás, para nosotros, ni Jesús murió, ni Elías es inmortal.

Qué es conforme y qué contrario a la naturaleza

3. Agustín: En lo que se refiere a Enoc, Elías y Moisés, nosotros creemos todo lo que la Sagrada Escritura, puesta en la cima suprema de la autoridad, atestigua con las pruebas seguras y grandes de su fiabilidad, no lo que lo que Fausto sospecha que creemos. Los hombres que yerran como vosotros no pueden saber qué es conforme a la naturaleza y que es contrario a ella. Tampoco nosotros negamos que la costumbre humana considera como contrario a la naturaleza lo que los mortales conocen que contradice a lo que es habitual en ella. Ejemplo de ello son las palabras del Apóstol: Si tú, cortado del olivo silvestre que eras por naturaleza, para ser injertado contra la naturaleza en un olivo cultivado2. Llama contrario a la naturaleza a lo que es contrario al conocimiento que el hombre tiene de lo habitual en ella, de modo que el olivo silvestre injertado en el olivo cultivado no produce las bayas del primero, sino el aceite de oliva.

Dios, creador y autor de todas las naturalezas, no hace nada contra la naturaleza; pues pertenecerá a la naturaleza de cada cosa lo que le haya hecho aquel de quien procede toda medida, número y orden de la naturaleza. Pero tampoco hace algo contra la naturaleza, a no ser cuando peca, el hombre, que es restituido a la naturaleza por el castigo. Pertenece al orden natural de la justicia el que no se cometan pecados, o el que no queden impunes. En cualquiera de los dos casos se respeta el orden natural, si no por el alma, sí por Dios. Los pecados vejan la conciencia y dañan a la misma alma, cuando por ellos se ve privada de la luz de la justicia, aunque no vayan acompañados de sufrimientos. Estos, si no se aplican en el momento de la corrección, se reservan, para el final de todo, para quienes no se han corregido.

Con todo, no es incongruente decir que Dios hace algo contra la naturaleza, cuando hace algo contra lo que conocemos que se da en la naturaleza. Pues llamamos naturaleza a lo que nosotros conocemos como su curso habitual, y cuando Dios hace algo contrario a él hablamos de portentos y maravillas. En cambio, contra aquella ley suprema de la naturaleza, que desconocen tanto los impíos como los aún débiles, nada hace Dios de modo alguno, igual que tampoco hace nada contra sí mismo. La criatura espiritual y racional, categoría en la que se encuadra el alma humana, cuanto más participa de aquella ley y luz inmutable, tanto más ve qué se puede y qué no se puede hacer. En cambio, cuanto más lejos de ella se mantenga, se extrañará de las cosas insólitas tanto más, cuanto menos ve que han de suceder.

Sólo acontece lo que está en la voluntad de Dios

4. Aunque no sabemos lo que fue de Elías, creemos respecto a él lo que la Escritura veraz atestigua. Sabemos que tuvo lugar lo que está en la voluntad de Dios, mientras que en ningún modo pudo tener lugar lo que no está en ella. Si se me dice que pudo darse, por ejemplo, que la carne de este o aquel hombre, se transformase en cuerpo celeste, admito que pudo darse, pero que ignoro si ha de darse, y que lo ignoro porque se me oculta lo que al respecto se halla en la voluntad de Dios. En cambio, no se me oculta que ha de acontecer sin duda, si se halla en la voluntad de Dios. Además, si oyera que algo había de suceder, pero que Dios hizo que no aconteciera, responderé con toda seguridad: Lo que había de suceder es más bien lo que Dios hizo, y no aquello que si hubiese de acontecer lo hubiese hecho. Dios sabía ciertamente lo que había de hacer y, por tanto, sabía simultáneamente que no había de acontecer aquello que él iba a hacer que no existiera. Sin duda, antes es verdad lo que sabe Dios que lo que opina el hombre. Razón por la que lo que ha de acontecer no puede no acontecer, igual que no pueden no haber existido acciones pasadas, porque no se halla en la voluntad de Dios que algo sea falso en virtud de aquello por lo que es verdad. En consecuencia, todo lo que en verdad ha de acontecer, sin duda alguna acontecerá; si, en cambio, no llegase a existir, es que no había de existir. Así, todas las cosas que en verdad son pasadas, sin duda alguna pasaron.

Qué puede y qué no puede Dios

5. Todo el que dice: «Si Dios es omnipotente, haga que las cosas que han sido hechas no lo hayan sido», no ve que está diciendo esto: «Si Dios es omnipotente, haga que las cosas que son verdaderas, sean falsas en virtud de aquello por lo que son verdaderas». El puede hacer que no exista algo que existía, pues hace que no exista cuando halla que existe aquello sobre lo que va a actuar. Un ejemplo: por la muerte hace que no exista alguien que comenzó a existir con el nacimiento: ya halla existiendo aquel sobre quien va a actuar para que no exista. ¿Quién dirá que hace que deje de existir lo que ya no existe? Pues todo lo que es pasado ya no existe; y, si de eso pasado puede hacerse algo, aún existe de modo que se puede hacer algo de él; pero, si existe, ¿cómo es pasado? No existe, pues, lo que con precisión decimos que «existió»; mas es verdad que existió, porque es verdad en nuestra sentencia, no en la realidad, que ya no existe. En efecto, la sentencia por la que afirmamos que algo «existió», es verdadera porque aquello de lo que lo afirmamos ya no existe.

Dios no puede volver falsa esa sentencia, porque no es contraria a la verdad. Y si preguntas, donde es verdadera esta sentencia, se descubre que lo es en nuestra alma, cuando sabemos y afirmamos que es verdad. Pero si se sustrajera a nuestra alma cuando olvidamos lo que sabemos, permanecerá por la misma verdad. Pues siempre será verdad que existió aquello que existía y ya no existe. Y será verdadero que ya existió lo que existía allí donde era verdad, antes de que se hiciese futuro lo que no era. A esta verdad no se puede oponer Dios, en quien existe la suprema e inmutable verdad por quien se ilumina para existir todo lo que es verdad en las almas y mentes de cualesquiera.

Al afirmar que Dios es omnipotente, no incluye que creamos que incluso puede morir, y que como no puede esto, haya que negarle la omnipotencia. Sólo se llama con plena verdad omnipotente a aquel que existe verdaderamente y el único de quien procede cuanto de alguna manera existe, ya espiritual ya corporal, porque se sirve de toda la creación como a él le place. A él le place, según la justicia verdadera e inmutable que es él para sí mismo, todo lo mutable, no obstante ser él inmutable, estableciendo los cambios conforme a los méritos de las naturalezas o de las acciones.

¿Acaso hemos de decir entonces que Elías, que era una criatura, no podía cambiar ni a peor ni a mejor, o que no lo podría, de una manera insólita para el género humano, según la voluntad todopoderosa de Dios? ¿Quién será tan sumamente necio que lo diga? ¿Por qué no vamos a creer lo que se refiere sobre él en la Escritura veracísima? A no ser que pensemos que Dios sólo puede hacer lo que estamos acostumbrados a ver.

La naturaleza del hombre es mutable, la de Dios inmutable

6. «Si Elías fue hombre, dice, y pudo no morir, ¿por qué Cristo, aunque no hubiera sido hombre, no habría podido morir?» Es lo mismo que si alguien dijera: «Si la naturaleza humana pudo cambiar a mejor, ¿por qué no pudo cambiar a peor la naturaleza de Dios?» ¡Necio! Porque la naturaleza del hombre es mutable, mientras que la de Dios es inmutable.

Podría decir igualmente otro, en el colmo de la insensatez: «Si puede conceder al hombre el que reine eternamente, ¿por qué no puede hacer que él sea condenado eternamente? No es que yo piense así, sigue diciendo, pero compara al menos la muerte de Dios por tres días con la vida eterna». Si entendieras la muerte por tres días de Dios como muerte de la carne que tomó de la estirpe de los mortales, estarías en la verdad, pues la verdad evangélica proclama que esta muerte por tres días de Cristo tuvo lugar en beneficio de la vida eterna de los hombres. Pero si quieres que no se crea que es un absurdo la existencia en la misma naturaleza divina, sin que ninguna criatura mortal haya sido asumida, de aquella muerte por tres días, por el hecho de que a la naturaleza humana se le puede hacer el don de la inmortalidad, estás tan fuera de tus cabales que ni conoces a Dios ni los dones de Dios.

Además, ¿es verdad que no afirmas lo que yo puse antes y que admites que Dios no se procuró a sí mismo una condenación eterna, si aquella porción de vuestro Dios quedará clavada para siempre en el globo? ¿O dirás, acaso, que una porción de luz es luz, pero una porción de Dios no es Dios?

Por último, oíd de nosotros, sin raciocinio de ninguna clase y con la desnuda verdad de la fe, por qué creemos que Elías, nacido hombre, fue arrebatado por Dios de la tierra, y que Cristo nació verdaderamente de una virgen y verdaderamente murió en una cruz: Creemos tanto lo referente a E1ías como lo referente a Cristo porque lo atestigua la Sagrada Escritura3 en la que sólo cree el piadoso, y sólo no cree el impío. Vosotros negáis lo referente a Elías, porque hacéis de todo una ficción. Con referencia a Cristo tampoco afirmáis que no pudo nacer y que pudo morir; sólo que su nacimiento de la virgen fue inexistente y su muerte en la cruz falsa, es decir, también inexistente, aunque simulada para engañar a los ojos humanos, con la única intención de que quienes crean estas cosas os perdonen a vosotros que mentís en todo.

Razón última de la fe en la humanidad de Jesús: lo afirma la Escritura

7. ¿Quién os propondrá a vosotros lo que Fausto se propone como en boca de un católico, a saber: «Si Jesús no nació, cómo es que murió»? Únicamente quien no piensa que el mismo Adán no nació y sin embargo murió. Por tanto, si el hijo de Dios hubiera querido formar para sí la carne humana y verdadera de donde la formó también para el primer hombre, puesto que todo fue hecho por él4, ¿quién se atreverá a afirmar que no pudo? Además, si hubiera querido transformar el cuerpo, tomado de una criatura del cielo, del aire o de las aguas, en la verísima realidad de la carne humana, en la que el hombre mortal pudiese vivir y morir, ¿quién negaría que pudo hacerlo el omnipotente hijo del todopoderoso? No se atrevería. Por último, si no hubiese querido tomar su cuerpo de alguno de los elementos corpóreos creados por él, sino crearse más bien una carne verdadera, igual que creó todo lo que no existía, ¿quién de nosotros lo contradiría? ¿Quién de nosotros pretendería que no pudo acontecer?

Así, pues, no creemos que nació de la virgen María porque no podía existir en carne verdadera y manifestarse a los hombres de otra manera, sino porque así está escrito en aquella Escritura, a la que si no le damos fe ni somos cristianos ni podremos salvarnos. Creemos, por tanto, que Cristo nació de la virgen María, porque así está escrito en el evangelio; creemos que fue crucificado y que murió, porque así está escrito en el evangelio; y creemos que nació y murió en verdad porque el evangelio es la verdad.

Por qué quiso padecer todas aquellas cosas en la carne tomada del seno de una mujer, es suprema decisión suya: ya sea porque juzgó que tenía que encarecer y honrar a los dos sexos que había creado de este modo, es decir, tomando la condición varonil, pero naciendo de mujer; ya sea porque exista otra razón, no lo afirmaré temerariamente. Sin embargo, diré con toda seguridad que no aconteció de manera diversa a como lo enseña la verdad evangélica, ni convenía que aconteciese de manera distinta a como lo juzgó la sabiduría divina. Anteponemos la fiabilidad del evangelio a todas las disputas de los herejes. En todo caso, alabamos la decisión de la sabiduría de Dios por encima de cualquier decisión de cualquier criatura.

Pide que se le crea quien presenta a un Cristo que finge

8. Fausto nos exhorta a darle crédito cuando dice: «Y si quieres dar crédito a mis palabras verdaderas, uno y otro dejaron una falsa creencia en los hebreos, respecto a la muerte de Jesús y a la inmortalidad de Elías», no obstante que dice poco después: «Ya desde el comienzo, cuando asumió la semejanza humana, fingió todas las perturbaciones de la condición humana. De idéntica manera, no era ajeno a esto el que, al final, dejase también la impresión de que moría de acuerdo con un plan prefijado». ¡Hombre pésimo y falaz hasta el extremo! ¿Cómo puedo creer que dices verdad, sí afirmas que Cristo pudo mentir en su muerte? ¿Así que él mentía cuando decía: Conviene que el hijo del hombre sea matado y que resucite al tercer día5, y no mientes tú y pides que te creamos a ti que dices la verdad? Más veraz era Pedro, cuando le dijo: De ninguna manera, Señor, no sucederá eso, por lo que mereció oír: Retírate, Satanás6. Palabras que él no oyó infructuosamente, pues, una vez corregido y hecho perfecto, predicó la verdad de la muerte de Cristo hasta testimoniarla con la suya propia.

Ahora bien, si él, que únicamente pensó que Cristo no moriría, mereció oír: Satanás, ¿qué merecerás oír tú que no sólo niegas que haya muerto, sino que incluso afirmas que simuló la muerte? «Pero, dice, hay que creer que fingió morir puesto que fingió todas las perturbaciones de la condición humana». ¿Quién te concederá, contradiciendo al evangelio, que fingió todas las perturbaciones de la condición humana? Si el evangelista dijo: «Jesús durmió»; si dijo: «Tuvo hambre7, sintió sed8, se entristeció9, se alegró», y cualquier otra cosa por el estilo: es verdad todo lo que está narrado; consta por lo escrito que no lo fingió, sino que lo hizo o lo mostró, no por exigencia de su condición, sino por su intención de enseñar y por su divino poder.

En efecto, con frecuencia el hombre se aíra aunque no quiera; aunque no quiera se entristece; aunque no quiera se queda dormido; aunque no quiera, siente hambre y sed: é1, en cambio, padeció todas estas cosas porque quiso. Los hombres nacen y padecen también, con independencia de que lo quieran o no; él, en cambio, aceptó esas cosas porque quiso. Y estas verdades se escribieron con fidelidad y veracidad para que todo el que crea a su evangelio, sea instruido con la verdad, no burlado con mentiras.