RÉPLICA A FAUSTO, EL MANIQUEO

Traducción: Pío de Luis, OSA

Libro XXII

Maniqueos y católicos ante los patriarcas y profetas

Actitud maniquea ante los profetas

1. Fausto: —¿Por qué acusáis a la ley y a los profetas?

—No es cierto en absoluto que nosotros seamos enemigos de la ley y de los profetas, ni de nadie. Hasta tal punto que, si nos lo permitís, estamos dispuestos a reconocer que es falso cuanto se ha escrito de ellos, razón por la que nos resultan odiosos. Pero vosotros lo rechazáis, y dando asentimiento a vuestros escritores, hacéis culpables a los profetas quizá inocentes, desacreditáis a los patriarcas, deshonráis la ley y —cosa aún más necia— pretendéis que vuestros autores dicen verdad y que fueron hombres religiosos y santos aquellos de quienes relataron sus torpezas y vidas deshonestas. Mas como ambas cosas no pueden ir de acuerdo, por necesidad o bien estos fueron malos, o bien que aquellos mentirosos y falsos.

Hay que distinguir entre las instituciones hebreas y la ley

2. ¡Ea! Si te place, condenados por acuerdo común vuestros escritores, asumamos la defensa de la ley y de los profetas.

Yo llamo ahora ley no a la circuncisión, ni a los sábados, sacrificios y restantes cosas por el estilo, sino a aquella que es en verdad una ley, es decir: No matarás, no cometerás adulterio, no jurarás en falso1, etc. Esta ley estaba divulgada ya desde antiguo entre los gentiles, es decir, desde que existe la criatura de este mundo. Irrumpiendo sobre ella, los escritores hebreos le interpolaron estos sus preceptos, aborrecibles como la lepra y la sarna y deshonestos al máximo, referentes a la circuncisión y a los sacrificios.

¡Anímate! Si también tú eres en verdad amigo de la ley, condena conmigo a quienes osaron violar dicha ley añadiéndole esos preceptos que no se le ajustan. Si vosotros no supierais también que esos preceptos no son la ley, ni una parte de la ley, o bien os esforzaríais en cumplirlos, al haber profesado vivir conforme a la justicia, o bien confesaríais públicamente que no sois justos. En cambio ahora vosotros, con referencia a quienes quieren vivir conforme a la justicia, os preocupáis esmeradamente de aquellos preceptos que prohíben el comportamiento criminal, pero no mencionáis lo más mínimo los que se refieren a los judíos. ¿Hasta qué punto sois excusables por este proceder, a no ser que conste que no forman parte de la ley? Finalmente, en el caso de que alguien te llamase incircunciso o te objetase que descuidas el precepto sabático, si te enfurecieses igual que te irritas y juzgas insulto intolerable el que alguien te diga que te desentiendes del precepto de no matar o no adulterar, cabría entenderse que consideras ambas cosas como ley y mandato de Dios. Pero ahora, respecto a lo primero, buscas la alabanza y la gloria de conservarlo, y respecto a lo segundo no temes lo más mínimo la perdida ese bien, puesto que lo desprecias.

Por eso, como dije, queda claro que dichos preceptos no forman parte de la ley, sino que son más bien máculas y sarna de la misma. Si nosotros los condenamos, los condenamos por falsos, no por pertenecer a la ley. Y este insulto no le afecta a la ley ni a Dios su autor, sino a aquellos que pusieron el nombre de Dios y de la ley en sus impías religiones. Si nosotros atacamos algunas veces el venerable término «ley» cuando perseguimos los preceptos de los judíos, es falta vuestra que no queréis hacer distinción alguna entre las instituciones hebreas y la ley. En caso contrario, devolved la propia dignidad a la ley, sajad, como si fueran verrugas, las torpezas israeliticas, imputad a los escritores la falta grave de haberla deformado, y al instante veréis que nosotros hemos sido enemigos del judaísmo, no de la ley. Es el término lo que os ha engañado, porque no sabéis a quien se debe adscribir con derecho.

O los profetas fueron hombres depravados, o sus escritos son espurios

3. Soy incapaz de ver por qué estimáis que nosotros injuriamos a profetas y patriarcas al respecto. Si hubieran salido de nuestra mano o hubiéramos dictado nosotros lo que se lee que ellos realizaron, vuestra acusación contra nosotros no carecería de fundamento. Mas como fueron escritos o por ellos mismos, oponiéndose a las costumbres honestas buscando recabar gloria en los vicios, o por otros, socios suyos o iguales a ellos, ¿qué culpa tenemos nosotros? Detestamos y condenamos las acciones malvadas, que, espontáneamente, sin ser sometidos a interrogatorio, han confesado de sí los reos. O, si fue la maldad, por resentimiento de los escritores, la que inventó tales infundios contra ellos, castíguese a los escritores, condénense sus libros, púrguese el nombre de los profetas de esa fama que no merecen, devuélvase a la gravedad y severidad de los patriarcas su autoridad.

Quienes mintieron sobre Dios, pudieron mentir sobre los profetas

4. Pudo ocurrir que, igual que esos mismos escritores inventaron sin pudor tantas cosas sobre Dios, afirmando que se halla en medio de las tinieblas desde la eternidad; que se quedó extrañado al ver la luz; que desconoce el futuro hasta el punto de dar a Adán aquel precepto que no guardaría; que le faltó previsión porque no pudo verlo cuando se ocultó en un extremo del paraíso después de advertir que estaba desnudo; que, resentido, temía que si el hombre creado por él comía del árbol de la vida, viviría eternamente; unas veces ávido de sangre y de la grasa de todo género de sacrificios y celoso de que los ofrecieran a otros como a él; irascible ya con los extraños ya con los suyos; dando muerte a millares de hombres por faltas leves o no cometidas, o amenazando también con que habría de venir con la espada y de que no perdonaría a nadie ni justo ni pecador. Pudo suceder, repito, que mintiesen también acerca de los hombres de Dios quienes mintieron con tanta desvergüenza sobre Dios mismo. Vosotros aceptad con nosotros que carguen con su crimen los autores de esos libros, si queréis descargar de él a los profetas.

Acusaciones contra los patriarcas y profetas

5. Por lo demás tampoco nosotros hemos escrito sobre Abrahán que, ardiendo en el insano deseo de tener hijos y no dando fe a Dios que ya le había prometido que lo tendría de su mujer Sara, se echó en brazos de una concubina, y para mayor desvergüenza, con el conocimiento de su mujer2. Ni hemos escrito que ese hombre vil, hasta el extremo de traficar con su mismo matrimonio, y que, llevado por la avaricia y la glotonería y dada la gran hermosura de ella, trató de vender como concubina, en dos momentos distintos, a dos reyes, Abimelek y el Faraón, a su mujer, ya mencionada, fingiendo que era su hermana3. Tampoco hemos escrito que su hermano Lot, liberado de Sodoma con sus dos hijas, se acostó con ellas en el monte, él que hubiera ardido en Sodoma por efecto de un rayo más honestamente de como se abrasó en el monte con la llama de una pasión ilícita4.

Tampoco hemos escrito que Isaac hizo lo mismo que su padre con Rebeca, su esposa, simulando también él que era su hermana5, para sobrevivir torpemente gracias a ella; ni que Jacob, su hijo, anduvo errante como un macho cabrío entre las dos hermanas, Lía y Raquel, y sus respectivas esclavas, siendo marido de cuatro mujeres, de modo que a diario competían por ver quién de ellas, al volver del campo, se lo llevaba consigo a la cama, y algunas veces hasta se daban regalos unas a otras por tenerlo consigo una noche6. Tampoco hemos escrito que Judá, su hijo, durmió con Tamar, su nuera, después del matrimonio de uno y otro hijo, engañado, según cuentan, por la vestimenta de prostituta7 con que se había disfrazado ella, que conocería de sobra que su suegro había tenido siempre trato carnal con esa clase de mujeres. Ni que David, después de haber tenido tantas mujeres, adulteró también con la mujer de su soldado Urías y que lo hizo morir en la guerra8; ni que Salomón, su hijo, tuvo trescientas mujeres y setecientas concubinas e innumerables hijas de reyes9.

Ni hemos escrito que Oseas, el primer profeta, engendró hijos de una prostituta, —y para que sea mayor la deshonra, a tal torpeza se asocia un consejo dado por Dios—10.

Tampoco salió de nuestra pluma que Moisés cometió un homicidio11, que expolió a Egipto12, que hizo guerras, que ordenó y llevó a cabo crueldades sin número13 y que ni siquiera él se contentó con un matrimonio.

Ninguna de estas cosas, repito, ni otras semejantes que aparecen en sus diversos libros, las hemos escrito ni las hemos dictado nosotros, sino que o bien son infundios de vuestros escritores o bien son delitos auténticos de los patriarcas. Elegid cualquier extremo de la alternativa. Nosotros nos vemos obligados a aborrecer al mismo tiempo o a unos o a otros, porque odiamos tanto a los malvados y lascivos como a los mentirosos.

El doble contenido de la ley

6. Agustín: No entendéis ni los misterios de la ley ni las acciones de los profetas, porque no sabéis pensar ni la santidad ni la justicia. Ya he hablado frecuente y abundantemente sobre los preceptos y misterios del Antiguo Testamento, para que se entendiera que son realidades distintas lo que allí se otorgaba para que se cumpliese, haciéndolo realidad la gracia del Nuevo Testamento, y lo que se manifestaría cumplido, para ser removido una vez descubierta la verdad. El mandato de la ley se recibía para que se cumpliese con el amor a Dios y al prójimo, mientras que lo que prometía la ley se mostraba cumplido con el cese de la circuncisión y otros signos de aquel tiempo. Elprecepto los hacía culpables para estimular en ellos el deseo de salvación, mientras que lo prometido celebraba las figuras a la espera del Salvador, de modo que, por la llegada del Nuevo Testamento, la gracia concedida los librase a ellos, y la verdad cumplida las eliminase a ellas. Pues la misma ley que fue dada por Moisés, se ha convertido en gracia y verdad por Jesucristo14. Gracia porque, otorgado el perdón de los pecados, se cumple, por don de Dios, lo mandado; verdad puesto que, suprimida la observancia de las sombras, se hace presente, por la fidelidad de Dios, lo prometido.

Ejemplos que describen la actitud de los maniqueos

7. Por tanto, los maniqueos que, al lanzar reproches contra lo que no entienden, sostienen que las figuras contenidas en los ritos, cargados de promesas, son como la lepra, la sarna o las verrugas de la ley, se parecen a los hombres a quienes desagrada aquello cuya utilidad no llegan a captar. Igual que si un sordo, al ver que se mueven los labios de quienes hablan, reprochase tales movimientos de la boca en cuanto superfluos y deformantes; o como si un ciego, después de oír la alabanza de cierta casa, quisiera comprobar con el tacto lo que se dice, y palpando con la mano lo lisas que están las paredes, fuese a dar con las ventanas y criticase el que rompiesen la uniformidad y las considerase como huecos, fruto de un derrumbamiento.

Dios nunca moró en medio de las tinieblas

8. Las acciones de los profetas fueron proféticas y figurativas en sí mismas. ¿Qué puedo hacer yo para que entiendan aquellos cuya mente está ocupada por la vaciedad hasta el punto de pensar que nosotros creemos que Dios moró alguna vez en medio de las tinieblas, por la simple razón de que está escrito: Las tinieblas estaban sobre el abismo?15 ¡Como si nosotros llamáramos Dios al abismo donde se hallaban las tinieblas, porque no había luz allí antes de que Dios la hiciese con su palabra! Mas como no distinguen entre la luz que es Dios y la luz que hizo Dios, consideran que es consecuencia lógica afirmar que él estuvo entre tinieblas antes de hacer la luz, igual que las tinieblas estaban sobre el abismo antes de decir: Hágase la luz y se hizo la luz16. En el Nuevo Testamento se dice una y otra cosa de él, pues en él leemos: Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna17 y asimismo: Dios, que dijo que la luz surgiese de las tinieblas, la hizo brillar en nuestros corazones18. Pues de igual manera en aquellos libros antiguos leemos: Es resplandor de la luz eterna19, referido a la Sabiduría de Dios, que ciertamente no ha sido hecha, puesto que ella hizo todo20. Y respecto a cierta luz que sólo ella pudo hacer, se habla allí como sigue: Tú iluminarás mi lámpara, Señor; Dios mío, tú iluminarás mis tinieblas21. De idéntica manera a como en el comienzo, cuando las tinieblas estaban sobre el abismo, dijo Dios: Hágase la luz y se hizo la luz, luz que sólo pudo hacer la luz, autora de luz, que es Dios.

Dos clases de luz

9. Igual que Dios se basta a sí mismo en cuanto a la felicidad eterna y rebosa de ella para hacer a otros felices, así también se basta en cuanto a la luz eterna y rebosa de ella para iluminar a otros. No apetece el bien de nadie, puesto que toda voluntad buena halla su gozo en él; ni teme el mal de nadie, puesto que toda voluntad mala es abandonada por él. Ni le agranda a él quien alcanza la felicidad por don suyo, ni le aterroriza quien es miserable por condena suya. Vosotros, maniqueos, no rendís culto a un Dios así. Mucho os habéis alejado de él, al seguir las creaciones de vuestra imaginación. Vuestro corazón, vacío y errabundo, al beber esta luz procedente de los cuerpos celestes por los ojos de la carne, os la dilató con múltiples ficciones y le dio variedad de formas. Aunque también la hizo Dios, a esta luz no se la puede comparar ni a distancia con aquella otra que creó Dios en las mentes de los hombres piadosos. Luz que hace brillar sacándola de las tinieblas, igual que hace justos, sacando de la impiedad. ¡Cuánto menos se la puede comparar con esa otra luz inaccesible que hace todas estas cosas!

Tampoco es verdad que sea inaccesible a todos, pues Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios22. Dios es luz, y en él no hay tiniebla alguna23. Los malvados, en cambio, no verán la luz, como dice Isaías24. Para ellos sí es inaccesible aquella luz, autora de luz, que no sólo creó aquella luz espiritual que habita en las mentes de los santos, sino también esta corporal, luz a la que no prohíbe tengan acceso los malos, sino, más bien, luz que hace salir sobre buenos y malos25.

Luz creadora y luz creada

10. Cuando estaban las tinieblas sobre el abismo, él, que era la luz, dijo: Hágase la luz. Está claro qué luz hizo la luz. Está escrito con toda claridad: Dijo Dios26. Pero no está tan claro qué luz es la que hizo: si la que reside en las mentes de los ángeles, es decir, si Dios hizo entonces los mismos espíritus racionales, o cierta luz corporal, alejada también ella de nuestras miradas y presente en los lugares más sublimes de este mundo. Es cuestión disputada, desde la concordia, entre los estudiosos de las Sagradas Escrituras.

En el cuarto día creó esos luminares visibles en el cielo. A su vez, se pregunta si fueron hechos a la vez con su luz, o cómo se encendió de aquella que ya había sido hecha. Sea la que sea la luz creada cuando, en el momento en que las tinieblas estaban sobre el abismo, Dijo Dios: Hágase la luz, nadie que leyendo con piedad lasSagradas Escrituras se hace digno de entenderlas duda de que la luz creadora hizo una luz creada.

Cómo están sobre el abismo las tinieblas

11. Pero eso no lleva a pensar que, antes de crear la luz, Dios habitase en las tinieblas porque El Espíritu de Dios era llevado sobre las aguas, dado que se había dicho con anterioridad: Las tinieblas estaban sobre el abismo27. El abismo es la profundidad inmensurable de las aguas. De aquí que pueda ocurrírsele a quien piensa según la carne que el Espíritu de Dios de quien se dijo: Era llevado sobre las aguas habitaba en las tinieblas que estaban sobre elabismo, al no entender cómo luce la luz en medio de las tinieblas y cómo las tinieblas no la comprenden28, a no ser que se haga luz por la Palabra de Dios y se les diga: En otro tiempo fuisteis tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor29. Porque si las mentes racionales, entenebrecidas a causa de su voluntad impía, no pueden comprender la luz, nunca ausente de la Sabiduría de Dios, por estar alejadas de ella, por el afecto, no por el lugar, ¿qué tiene de extraño que el Espíritu de Dios, que era llevado sobre las aguas, fuera llevado también sobre las tinieblas de las aguas, sin duda con incomparable alejamiento, de sustancia, no de lugares?

La aprobación de sus obras por parte de Dios

12. Sé que canto todo esto a gente muy sorda. Con todo no pierdo la esperanza de que mi canto ha de hallar su oído, abierto por el Señor, por quien es verdad cuanto estoy diciendo. Para éstos a los que padecemos como jueces de las divinas Escrituras, a quienes hasta les desagrada que hayan agradado a Dios sus obras, que reprochan el que haya sentido extrañeza en presencia de la luz, como si se tratara de algo a lo que no estaba acostumbrado, porque está escrito: ¡Y vio Dios que la luz era buena!30, Dios aprueba sus obras, porque le agrada lo que hizo y esto es lo que significa el ver que eran buenas. Ni se siente obligado a hacer algo contra su voluntad, hasta el punto de hacer lo que no le agrada, o, en su imprudencia, se desliza a hacer algo hasta el punto que le desagrade el haberlo hecho.

¿Cómo no va a desagradarles a estos el que nuestro Dios haya visto que su obra era buena, si el suyo se cubrió con un velo, tras haber sumergido sus miembros en las tinieblas? No es que viera que era bueno lo que hizo; no quiso verlo, porque es malo.

La extrañeza de Dios

13. Fausto dijo que nuestro Dios se había extrañado, cosa que ni está escrita, ni del hecho de que alguien vea que algo es bueno se sigue con lógica la afirmación de que sintió extrañeza. Cuando vemos muchas cosas buenas, nuestra extrañeza no viene de que se trate de algo fuera de lo común; es únicamente una señal de aprobación, de que así debían ser. Con todo, vaya mostrarles, no ya con el Antiguo Testamento al que acusan maliciosamente, sino con el Nuevo, que aceptan para engañar a los ignorantes, que Dios se llenó de extrañeza.

Ellos confiesan que Cristo es Dios y ponen en su trampa este como alimento suavísimo, para capturar a los ya sometidos a Cristo. Si se extrañó Cristo, se extrañó Dios. Está escrito en el evangelio que, al advertir la fe de cierto centurión se llenó de extrañeza y dijo a sus discípulos: en verdad, en verdad os digo que no he hallado fe tan grande en Israel31. He aquí que, como he podido, he explicado la frase Vio Dios que era bueno. Otros más competentes quizá la expliquen mejor.

Expongan también éstos cómo se admiró Jesús, que lo sabía de antemano, antes de que sucediese, y que ciertamente conocía su fe antes de oírle. Aunque sea grande la diferencia entre ver que algo es bueno y llenarse de extrañeza, en nuestro asunto hay alguna semejanza porque también Jesús se extrañó de la luz de la fe que en el corazón de aquel centurión había hecho él mismo, que es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo32.

Los reproches de Fausto al Antiguo Testamento los podía hacer un pagano al Nuevo

14. Algún impío pagano podría ciertamente acusarle y reprocharle lo señalado en el evangelio, como Fausto lo hace con referencia al Antiguo Testamento. Diría que a Cristo le había faltado previsión, no sólo por el hecho de mostrar extrañeza ante la fe del centurión, sino también por haber elegido entre los discípulos a Judas que no iba a guardar sus preceptos33. Es el comportamiento de Fausto al preguntar, en tono de reproche, por qué en el paraíso se dio al hombre un precepto que no iba a cumplir34.

Le achacaría también el haber sido incapaz de saber quien le tocó cuando lo hizo en la orla de su túnica la mujer que padecía flujo de sangre, igual que Fausto recriminó que Dios no supiera donde se ocultaba Adán, creo que apoyándose en estas palabras: ¿Dónde estás, Adán?35, iguales a las de Cristo: ¿Quién me tocó?36

Le llamaría igualmente resentido y temeroso de que, si entraban a su reino, viviesen eternamente las otras cinco vírgenes, a las que cerró la puerta de tal manera que ni les abrió cuando llamaban llenas de miseria37, como olvidándose de lo que había prometido al decir: Llamad y se os abrirá38. Y todo ello igual que Fausto acusó de resentimiento y de temor a Dios, porque no había admitido al pecador a la vida eterna.

Le llamaría asimismo ávido de sangre, no de rebaños, sino humana, porque dijo: Quien pierda su alma por mí, la hallará para la vida eterna39, igual que Fausto quiso acusarlo a propósito de los sacrificios de animales, símbolos que prometían el sacrificio cruento que nos ha redimido.

Le acusaría también de ser celoso porque cuando expulsó del templo con un látigo a los compradores y vendedores, el evangelista recordó que está escrito de él: El celo de tu casa me devora40, igual que Fausto acusó de celoso a Dios porque prohibió que se ofreciesen sacrificios a otros.

Diría también que era irascible con los suyos y con los extraños. Con los suyos, porque dijo: El siervo que conoce la voluntad de su amo y hace cosas dignas de castigo, recibirá muchos azotes41; con los extraños porque dijo: Si alguien no os recibe, sacudidles el polvo de vuestro calzado. En verdad os digo que el día del juicio será más tolerable a Sodoma que a esa ciudad42. Todo ello igual que Fausto acusa de irascible a Dios ya con los extraños, ya con los suyos, pues a unos y a otros los menciona el Apóstol al decir: Cuantos pecaron sin ley, perecerán sin ley; y cuantos pecaron bajo la ley, serán juzgados por la ley43.

Le llamaría igualmente cruel asesino y amante de derramar sangre en abundancia por faltas leves o no cometidas. Falta leve o incluso no cometida le parecería al pagano el no llevar el vestido nupcial en el banquete de bodas, por lo cual nuestro rey mandó en el evangelio que fuese arrojado, atado de pies y manos, a las tinieblas exteriores44; o el no querer que Cristo reinase sobre él, pecado por el que dijo: A los que no quisieron que yo fuese su rey, traedlos y ajusticiadlos en mi presencia45. Todo ello igual que Fausto acusó a Dios en el Antiguo Testamento de asesinar cruelmente a millares de hombres por faltas leves o no cometidas, según su parecer.

Finalmente, laacusación que Fausto dirige a Dios de amenazar que vendría con la espada y que no perdonaría ni a justo ni a pecador, ¡cómo lo reprocharía dicho pagano! Sobre todo al escuchar al apóstol Pablo que dice de nuestro Dios: Quien no perdonó a su propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros46, y también a Pedro que exhorta a la tolerancia, cuando, hablando de las grandes tribulaciones y muertes de los santos, dice: Ha llegado el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios. Pues si comienza por nosotros, ¿qué fin tendrán los que no creen en el evangelio del Señor? Si el justo se salva a duras penas, ¿en qué pararán el pecador y el impío?47 ¿Quién hay más justo que aquel a quien el Padre no perdonó? y ¿hay verdad más clara que el hecho de que no perdona ni a los justos, a los que corrige con diversidad de tribulaciones? Al respecto, se dice claramente: Si el justo se salva a duras penas. No sólo está escrito en el Antiguo Testamento: Dios corrige a aquel que ama; azota a todo hijo al que recibe48, y: Si hemos recibido de la mano de Dios los bienes, ¿por qué no vamos a soportar los males?49 También hallamos en el Nuevo: Yo recrimino y castigo al que amo50, y: Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no nos juzgaría Dios; cuando se nos juzga, nos corrige el Señor para no ser condenados con el mundo51.

Pero si el pagano recriminase en el Nuevo Testamento lo que ellos recriminan en el Antiguo, ¿no asumirían personalmente la responsabilidad de defenderlo? y si hacerlo, ¿qué locura les lleva a reprochar en un lado lo que defienden en otro? Si, por el contrario, no fueran capaces, ¿por qué conceden que es preciso creer sólo en un Testamento y no en ambos, lo que a los impíos que no lo entienden les parece perverso, pero correcto, aunque velado, a los piadosos que tampoco lo entienden?

El privilegio diabólico

15. ¿Se atreverán acaso a declarar falsos y desencaminados los paralelismos que he presentado, sacados del Nuevo Testamento, por aquel su privilegio diabólico? De acuerdo con él, todo lo que se halla en el evangelio o cartas canónicas que ellos consideran que apoya su herejía, sostienen y tratan de persuadir que fue dicho por Cristo y los apóstoles; a su vez, cuanto en los mismos códices les suene en su contra, no dudan en afirmar con boca desvergonzada y sacrílega que fue interpolado por unos falsificadores. A esta locura, que intenta anular y abolir la autoridad de todos los libros, ya respondí con anterioridad no pocas cosas, en cuanto, a mi parecer, lo permitía la razón de la presente obra.

Respuesta a las eventuales críticas de un pagano al Dios del Nuevo Testamento

16. Mi advertencia es ahora otra. Dado que pretenden ocultar sus insensatas y sacrílegas fábulas bajo el palio del nombre cristiano, cuando discuten estos puntos contra las Escrituras cristianas, vean que nosotros defendemos la verdad de los códices divinos de uno y otro Testamento no sólo contra los paganos, sino también contra los maniqueos.

Eso que Fausto, recurriendo a nuestras antiguas Escrituras, acaba de citar en su escrito como indigno de Dios, tal vez lo defendiera yo contra el pagano que recrimina lo mismo amparándose en el evangelio o escritos del Apóstol. Le recordaría, como hizo nuestro Pablo con los atenienses52, textos semejantes de sus propios autores. Pues tal vez hallase también en sus escritos que Dios es creador y hacedor del mundo; autor de esta luz, sinque, no obstante, yaciese en lastinieblas antes de crearla; exultante de alegría algo más que: Vio que era bueno una vez acabada su obra; dador de una ley cuyo cumplimiento iría en beneficio del hombre y cuyo desprecio en su daño; y a quienno considerarían desconocedor del futuro por dar tal ley a quienes la iban a despreciar. En verdad, ni siquiera considerarían falto de prevención a un hombre por preguntar algo, aquellos en cuyos libros se hacen muchas preguntas con la única finalidad de convencer con sus respuestas, puesto que al preguntar no sabe sólo lo que quiere que le responda el otro, sino también lo que le va a responder. Si por el contrario quisiera decir a alguien que Dios siente envidia de alguien, pues no permite que los malos sean felices, hallaría que sus libros, referentes a la divina providencia, están llenos de casos similares.

El auténtico sacrificio

17. Respecto a los sacrificios, ese pagano nos objetaría únicamente nuestra crítica a los suyos, dado que en el Antiguo Testamento se lee que nuestro Dios mandó que se le ofreciesen. En este caso, disertando, quizá, más profusamente sobre el único sacrificio, le demostraría que al único Dios verdadero sólo se le debe aquel sacrificio que le ofreció el único sacerdote verdadero, el mediador entre Dios y los hombres53. Las figuras que anunciaban en promesa este sacrificio convenía que se celebrasen mediante víctimas animales para recomendar la futura carne y sangre, la única víctima por la que tendría lugar el perdón de los pecados contraídos con la carne y la sangre, que no poseerán el reino de Dios, puesto que la misma sustancia carnal se transformará en cualidad celeste. Esta realidad estaba figurada en el fuego sacrificial, como absorción de la muerte en la victoria54.

Todo esto se ha celebrado adecuadamente en aquel pueblo cuyo reino y sacerdocio a la vez eran una profecía del rey y sacerdote que habrían de venir para gobernar y santificar a los fieles de todos los pueblos e introducirlos en el reino de los cielos y en el santuario de los ángeles para la vida eterna. Los hebreos celebraron los anuncios sagrados de este único sacrificio, los paganos sus imitaciones sacrílegas, puesto que dice el Apóstol: Lo que inmolan los gentiles, lo inmolan a los demonios, no a Dios55.

Es una realidad antigua la inmolación cruenta que preanuncia y testifica, desde el inicio del género humano, la futura pasión del Mediador. En las Sagradas Escrituras se lee que el primero en ofrecerla fue Abel56. Nada tiene de extraño que los ángeles prevaricadores, cuyos dos vicios supremos son la soberbia y el engaño y que revolotean por esta atmósfera, reclamaran de sus adoradores lo que sabían que se debía al único Dios verdadero. Quisieron que se los tuviera por dioses, entrando en acción la vaciedad del corazón humano, sobre todo teniendo en cuenta que, por el deseo de tener consigo a los muertos, se hicieron imágenes, de donde surgió la utilización de las mismas57. Quisieron también que, con adulación aún mayor, se ofrecieran honores divinos, como si hubieran sido admitidos en el cielo, a aquellos por quienes los demonios se hacían sustituir en la tierra para que se les rindiese culto, y reclamaban que los engañados y extraviados les ofreciesen sacrificios. No sólo cuando el verdadero Dios ordena justamente el sacrificio, sino incluso cuando lo reclama el falso Dios, resulta suficientemente claro a quién se debe. Si dicho pagano tuviese más dificultades para creer esto, le convencería con la misma profecía. Con ella le mostraría cómo fue escrito mucho tiempo antes lo que ahora vemos cumplido. Y si también despreciase esta prueba, más que extrañarme, reconocería en el hecho la profecía misma, al recordar que se cumplía la profecía de que no todos habían de creer.

Los celos y la cólera de Dios: uso de la catacresis

18. Si me objetara, apoyándose en uno y otro Testamento, que Cristo o el mismo Dios son celosos y me acosara con dicha objeción, no revelaría otra cosa, sino que carece de letras o no se cuida de ellas. Sus hombres doctos distinguen entre voluntad y apetito, gozo y alegría, precaución y miedo, clemencia y misericordia, prudencia y astucia, confianza y audacia, y muchos otros ejemplos que podrían darse. El primer término de cada par ellos lo colocan entre las virtudes, y el segundo entre los vicios.

Con todo, en sus libros abunda la catacresis, al servirse de términos que en su significado propio indican vicios, para señalar virtudes. En este sentido se sirven de apetito por voluntad, de alegría por gozo, de miedo por precaución, de misericordia por clemencia, de astucia por prudencia y de audacia por confianza. ¿Y quién es capaz de mencionar todos los ejemplos que el lenguaje habitual usurpa amparándose en esta licencia? A lo cual hay que añadir también ciertas características propias de cada una de las lenguas. No recuerdo que en los escritos eclesiásticos aparezca en lugar alguno la misericordia con valor negativo. Realidad con la que se ajusta el modo de hablar diario. Los griegos designan con un único término a dos realidades cercanas, pero distintas: la fatiga y el dolor, mientras que nosotros recurrimos a dos. De idéntica manera nosotros designamos la vida con un único término, tanto cuando afirmamos que «vive» lo que no está muerto, como cuando señalamos a un hombre como de «santa vida». Los griegos, por el contrario, distinguen los dos significados por medio de dos vocablos. Razón por la que puede darse que, dejando de lado la catacresis, cuyo uso es manifiesto en todas las lenguas, en virtud de alguna propiedad de la lengua griega se dé a «celoso» el doble significado, es decir, el que se aplica cuando el ánimo turbado por el adulterio de su cónyuge se consume, y el otro, cuando se aplica una vigilancia esmerada para proteger la castigad conyugal. En la primera acepción no tiene cabida en Dios; en la segunda nos es útil confesar, no sólo sin la menor duda, sino hasta con acción de gracias, que es el proceder de Dios, cuando habla a su pueblo como a su esposa, que no quiere que fornique con los numerosos falsos dioses.

Lo mismo le diría a propósito de la cólera de Dios. Dios no se siente turbado cuando descarga su cólera; cólera está puesto por venganza, ya por catacresis, ya por alguna propiedad de la lengua original.

Las muertes ordenadas por Dios

19. Dicho pagano no se extrañaría de la muerte de millares de hombres, si no negara el juicio de Dios. Realidad que ni siquiera niegan los que admiten que la providencia de Dios gobierna y administra todo el universo, desde lo más alto hasta lo ínfimo.

Pero si negase también esto, me sería más fácil convencerle con la autoridad de los suyos, o empleando un poco más de tiempo en argumentos sólidos, o bien, si fuera demasiado duro y necio, le dejaría al mismo juicio divino en cuya existencia él no cree.

Si mencionase explícitamente las faltas leves o no cometidas por las que Dios dio muerte a hombres, le mostraría que se cometieron y que no son leves. Con referencia al vestido nupcial que puse como ejemplo58, le mostraría cuán ilícito es ir a las sagradas nupcias buscando en ellas no el protagonismo del esposo, sino el propio, o cualquier otro significado que tenga dicho vestido y se descubra en una más fiel comprensión.

Respecto al otro texto, conforme al cual se da muerte en presencia del rey a quienes no quisieron que él fuese su rey59, en un discurso, quizá no demasiado largo, aparecería cómo del hecho de que no haya culpa en un hombre que no quiere que otro hombre sea su rey, no se sigue que no la haya o que sea pequeña culpa el no querer tener por rey a Aquél, el único en cuyo reino se vive santa, feliz y eternamente.

Por distintos motivos, Dios no perdona ni al justo ni al pecador

20. Llegamos ya al último punto mencionado por Fausto, atentando contra los libros antiguos, como si insultasen a Dios porque amenaza con la espada, de la que no se librará nadie, ni justo ni pecador. Cuando se explique al pagano cómo hay que entender esto, quizá no ofrezca resistencia ni al Nuevo ni al Antiguo Testamento, y hasta le agrade la semejanza evangélica, que a éstos, que quieren se les tenga por cristianos, o no perciben por estar ciegos, o les desagrada por ser malvados. En efecto, aquel supremo viñador recurre a la podadera de una manera para los sarmientos que dan fruto, y de otra para los que no lo dan60, sin perdonar ni a los probos ni a los réprobos: a los primeros para limpiarlos, a los segundos para cortarlos. Ningún hombre está equipado con tanta justicia que no tenga necesidad de la prueba de la tribulación, ya para perfeccionar su virtud, ya para consolidarla, ya para someterla a prueba, a no ser que los maniqueos no incluyan ni siquiera entre los justos al apóstol Pablo, quien, aunque confiesa con humildad y veracidad sus pecados pasados, da gracias porque fue justificado por la fe en Jesucristo61. ¿Acaso le perdonaba a él Aquel a quien esos vacuos no entienden cuando dice: no perdonaré ni al justo ni al pecador? Escúchenle, pues, decir: y para que no me engría con la sublimidad de mis revelaciones, se me dio el aguijón de la carne, el ángel de Satanás que me abofetea; por lo cual rogué al Señor tres veces que me lo quitase, pero él me dijo: Te basta mi gracia, pues la virtud se muestra perfecta en la debilidad62. Ved que ni siquiera perdonaba al justo, para que su virtud se mostrase perfecta en la debilidad, quien le había dado el ángel de Satanás que le abofeteaba, dejando de lado que decís que se lo otorgó el diablo. En este caso el diablo actuaba para que Pablo no se engriese por la sublimidad de sus revelaciones y para que su virtud alcanzase la perfección. ¿Quién lo diría? Entregó al justo al ángel de Satanás para que lo abofetease, Aquel que por el mismo justo entregaba a los injustos al mismo Satanás. De éstos dice él mismo: A quienes entregué a Satanás, para que aprendan a no blasfemar63. ¿Entendéis ya cómo el de arriba no perdona ni al justo ni al pecador? ¿O acaso vuestro horror aumenta por el hecho de que allí se mencionó la espada? En efecto, una cosa es ser abofeteado, otra, ser ajusticiado. Como si los millares de mártires no hubieran sido abatidos con diversas clases de muerte, o los perseguidores hubiesen tenido potestad para ello, de no habérsela dado desde arriba quien dijo: «No perdonaré ni al justo ni al pecador». El mismo Señor de los mártires que no perdonó a su propio Hijo64, dijo clarísimamente a Pilato: No tendrías poder sobre mí, si no se te hubiese dado de lo alto65. Estas angustias y persecuciones de los justos son, según el apóstol Pablo, un ejemplo del justo juicio de Dios66. Esta afirmación la expone con más amplitud el apóstol Pedro, como ya recordé, allí donde dice: Ha llegado el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios. Pues si comienza por nosotros, ¿qué fin tendrán los que no creen en el evangelio del Señor? Si el justo se salva a duras penas, ¿en qué pararán el pecador y el impío?67

A partir de aquí se entiende cómo no se perdona a los impíos, en cuanto sarmientos cortados y destinados al fuego, si no se perdona ni a los justos, aunque para perfeccionar su purificación. El mismo Pedro atestigua que esto tiene lugar por la voluntad de quien dice en los libros antiguos: «No perdonaré ni al justo ni al pecador». Dice también él: Pues más vale padecer por obrar el bien, si esa es la voluntad de Dios, que por obrar el mal68. Si, pues, cuando padecen por la voluntad del Espíritu de Dios los que obran el bien no se perdona a los justos, cuando padecen los que obran el mal, no se perdona a los pecadores. Una y otra cosa acontece según la voluntad a Aquel que dice: «No perdonaré ni al justo ni al pecador». Al primero, azotándolo como a un hijo, al segundo castigándolo como a un impío.

Síntesis de lo tratado

21. He mostrado, en cuanto he podido, que nosotros no tributamos culto a un Dios que mora desde la eternidad en las tinieblas, sino a aquel que es luz y en quien no hay tiniebla alguna69. Además, en sí mismo habita la luz inaccesible70, siendo la Sabiduría, coeterna a él71, el resplandor de su luz eterna. Tampoco a un Dios que se extraña de una luz que surge de improviso, sino al que creó la luz para que comenzara a existir y le da su aprobación para que siga existiendo. Ni a un Dios que desconoce el futuro, sino que da el precepto y condena el delito, para prevenir contra la desobediencia a los presentes y amedrentar a los futuros con la aplicación de una justa venganza. Ni a un Dios desprevenido que pregunta porque no sabe, sino que juzga cuando pregunta. Ni resentido contra nadie o temeroso, sino que justamente aleja al prevaricador de la vida eterna, que se otorga con toda justicia al obediente. Ni ávido de sangre y grasa, sino que, al ordenar los sacrificios oportunos, mediante ciertos símbolos, promete a un pueblo carnal el verdadero sacrificio. Ni celoso con envidiosa perturbación, aunque sí con bondad serena, para que el alma que debe al único Dios su castidad no se deshonre, corrompida y prostituida por otros muchos falsos dioses. Ni un Dios que se ensaña, como movido de la turbia cólera humana, sino que retribuye lo justo, movido por la severa cólera divina, nombre que recibe, según una expresión coloquial, no porque lleve un afán de venganza, sino por su rigor en el juicio. Ni hace perecer a millares de hombres por faltas leves o no cometidas, sino que, tras justísimo examen, mediante las muertes temporales de los mortales impone a los pueblos el útil temor a sí. Ni castiga sin criterio, llevado por una ciega confusión, a justos y pecadores, sino que distribuye, conforme a equidad, a los justos la saludable corrección con vistas a su perfeccionamiento, y a los pecadores en cambio la debida severidad.

Por lo cual, resulta claro, maniqueos, que os han engañado vuestras sospechas, cuando al entender mal nuestras Escrituras, o teniendo malos intérpretes, creéis falsedades de los católicos. Y de esta manera, abandonada la sana doctrina, vueltos a las fábulas sacrílegas, demasiado extraviados y alejados de la sociedad de los santos, no queréis corregiros ni siquiera con el Nuevo Testamento en la mano, de donde he extraído lo mismo que vosotros acusáis en el Antiguo.

¡Ojalá el Dios maniqueo fuese al menos como el que, según ellos, adoran los católicos!

22. Pero imaginaos que alguien, pensando carnalmente, desvaría tanto que rinde culto no al Dios a quien lo tributamos nosotros, que es el único y verdadero, sino al que, según vosotros, adoramos nosotros, Dios que es invención de vuestras calumnias o sospechas. ¿No rinde culto éste a un Dios mejor que el adorado por vosotros? Pregunto, pues; prestad atención y abrid los ojos que tengáis. No se requiere gran agudeza de ingenio para conseguir ver lo que vaya decir. Apelo a todos, sabios y no sabios: oíd, advertid, juzgad. ¡Cuánto mejor hubiera sido que vuestro Dios habitase desde la eternidad en medio de las tinieblas antes que sumergir en las tinieblas a la luz, coeterna a él y de su linaje! ¡Cuánto mejor habría alabado, lleno de extrañeza, la nueva luz que le surgió en orden a alejar las tinieblas antes que, al irrumpir sobre él las antiguas tinieblas, no pudiese eludirlas sino a costa de entenebrecer su misma luz! Si lo hizo por sentirse turbado, ¡infeliz! Si lo hizo sin amenaza ninguna, ¡cruel! Mejor le hubiera sido ver que era buena la luz hecha por él que hacer mala a la engendrada por él; luz que alejó de él las tinieblas enemigas a costa de hacerse enemiga ella. Esta culpa se imputará a aquellos restos suyos que serán condenados en el globo, porque «toleraron alejarse de su anterior naturaleza luminosa y se convirtieron en enemigos de la luz santa».

Si desde la eternidad, antes de que les aconteciese eso, ignoraban que les iba a suceder, padecían las tinieblas eternas de la ignorancia; si lo sabían, padecían las eternas tinieblas del temor. Ved que una porción y sustancia de vuestro Dios se halló desde la eternidad en medio de sus tinieblas; no se admiró luego ante la luz nueva, sino que fue a parar en otras tinieblas ajenas que siempre había temido. Además, si el mismo Dios a quien pertenecía aquella porción temía el gran mal que iba a caer sobre esa porción suya, también le habían invadido las tinieblas del temor; si ignoraba que le iba a sobrevenir, le cegaban las tinieblas de la ignorancia. Si sabía que le iba a suceder eso a esa porción de sí y no sentía temor, las tinieblas de tan gran crueldad son peores que las de la ignorancia y del temor. En efecto, vuestro Dios no tenía lo que el Apóstol alaba en la misma carne que vosotros, en la cima de la locura, no creéis que la hizo Dios, sino la hyle, esto es: Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él72.

No acuso: él lo sabía, lo temía, lo lamentaba, pero no podía hacer nada. Por tanto, desde la eternidad habitó en estas tinieblas de su desgracia; luego no se llenó de admiración ante la nueva luz que alejase de él las tinieblas, sino que, como gran mal para su luz, experimentó las otras tinieblas que siempre temió. ¡Cuánto mejor hubiera sido, no digo dar un precepto como Dios, sino recibirlo como hombre, precepto que cumpliera para su bien y despreciara para su mal, haciendo uso, en uno y otro movimiento del alma, de la libre voluntad, antes que una inevitable necesidad lo forzase contra ella a entenebrecer su luz! Pues hubiera sido preferible que hubiera dado un precepto a la naturaleza humana que ignoraba que iba a pecar, antes que, presionado por la necesidad, impeler a su naturaleza divina a pecar. Despertad y decidnos cómo vence las tinieblas, aquel a quien vence la necesidad. Esta existía ya en él como enemigo mayor; ella le venció y a sus órdenes luchó contra el enemigo menor.

¡Cuánto mejor hubiera sido para él desconocer a dónde fue Adán huyendo de su presencia, antes que no tener él mismo a dónde huir primero de la presencia de la dura y cruel necesidad y luego de la presencia de la raza diversa y adversa! ¡Cuánto mejor le hubiese sido mirar con malos ojos la vida feliz de la naturaleza humana antes que entregar a la miseria a la divina! ¡Cuánto mejor hubiera apetecido la sangre y la grasa de los sacrificios antes que ser sacrificado él mismo a los ídolos tantas veces, mezclado con la grasa y sangre de todos los sacrificios! ¡Cuánto mejor se hubiese sentido agitado por los celos, debido a que esos sacrificios se ofreciesen también a otros dioses, antes de ofrecerse él mismo, encadenado no sólo a todos los frutos, sino también a todas las carnes, a todos los demonios en todos los altares! Aunque fuese movido y agitado por la indignación humana, ¡cuánto mejor se hubiese mostrado lleno de cólera con los pecadores, tanto suyos como extraños, antes que verse turbado no sólo en los coléricos, sino también en todos los temerosos; manchado en todos los pecadores, castigado en todos los condenados él mismo! En efecto, se halla ligado a todas las cosas mediante aquella porción de sí, a la que, siendo ella inocente, él mismo —condenado también bajo necesidad tan fatal— envió a tal deshonra, para derrotar por ella al objeto de su temor. De esa manera la porción de sí condenada le podría perdonar, si, dado que era ya un desdichado, fuese al menos humilde.

Pero ahora, ¿quién puede soportar que vosotros reprochéis a Dios su cólera contra los pecadores, suyos y ajenos, si el Dios inventado por vosotros condena al final en el globo a sus miembros a los que, obligado él, forzó a entrar en las fauces del pecado? Según vosotros, al hacer eso, se halla desprovisto de cólera. Pero me causa extrañeza que tenga cara para aplicar una como venganza a aquellos a quienes debería pedirles perdón, diciéndoles: «Perdonadme, os lo ruego, sois miembros míos; ¿cómo podría hacer yo eso contra vosotros de no haberme forzado la necesidad? Bien sabéis vosotros que, cuando os envié allí, me había atacado un terrible enemigo; si ahora os mantengo encadenados todavía es porque temo que me ataque de nuevo».

Confesad ya también que sería mucho mejor dar muerte corporal a millares de hombres por faltas inexistentes o leves, antes que entregar a la sima del pecado y condenar al castigo de quedar encadenado para siempre a sus miembros, es decir, los miembros de Dios, la sustancia de Dios y Dios mismo. Si aquellos miembros tuviesen libertad para pecar o no pecar —aunque no se ve cómo afirmar esto de la sustancia de Dios que es verdaderamente sustancia de Dios y por eso mismo completamente inmutable; en efecto, Dios no puede pecar en absoluto, igual que tampoco puede negarse a sí mismo73; el hombre en cambio puede pecar y negar a Dios, pero si no quiere, no lo hace—; si esos miembros de vuestro Dios como alma humana y racional tuviesen el libre albedrío de la voluntad para pecar o no pecar, quizá se les sometiese con justicia al castigo de aquel globo. Mas ahora no podéis afirmar que aquellas porciones gozaran de la libertad que no tuvo la totalidad de Dios, puesto que si no las hubiese enviado a pecar, se hubiese visto forzado a pecar todo él, invadido por la raza de las tinieblas. Y si no podían obligarle, pecó al enviarlas allí donde podían obligarlas. Por tanto, es más merecedor de aquel como pellejo del parricida él, que lo hizo por decisión libre, que aquellas porciones que, por obediencia a él, fueron allí donde perdieron el libre albedrío para vivir rectamente. Si, por el contrario, también él, atacado y conquistado, podía ser forzado a pecar, si no hubiese velado por sí, primero por la torpeza, luego por el tormento de una porción suya, y si no hubo en vuestro Dios ni en las porciones de él voluntad libre, no se constituya en juez; antes bien reconózcase reo, no por haber padecido lo que no quería, sino porque simula una justa retribución al condenar a aquellos de quienes sabe que padecieron, más que cometieron, el mal. Cosa que simula con la única finalidad de que no se le halle vencido, como si fuese de algún provecho a un desgraciado el que se le llame feliz o afortunado.

También era mejor que vuestro Dios, sin pararse en cuestiones de equidad, no perdonase ni a justos ni a pecadores, —último reproche que Fausto, sin entender nada, hizo a nuestro Dios— antes que ensañarse contra sus miembros. De esa manera sería cosa de poco el haberlos ofrecido a su enemigo para que sufrieran un envenenamiento sin posibilidad de expiación, si no los acusase también del falso delito de maldad. Miembros de los que afirma que con razón sufren suplicio tan cruel y sin término porque «toleraron apartarse de su anterior naturaleza luminosa y se convirtieron en enemigos de la luz santa».

¿Por qué sino porque, como dice él, estaban tan dentro de las entrañas de la ambición inicial de los príncipes de las tinieblas que eran incapaces de recordar su origen y separarse de la naturaleza hostil? Por tanto, almas como estas no hicieron ningún mal, sino que, siendo inocentes, sufrieron mal tan grande. ¿Quién lo hizo sino, en primer lugar, aquel que les mandó salir de sí hacia mal tan grande? Tuvieron experiencia de un padre peor que un enemigo. Pues el padre las envió a tan gran mal; el enemigo, en cambio, apeteció el bien, deseando gozar de él, no dañar. El primero dañó sabiéndolo, el segundo sin saberlo. Pero Dios, débil y necesitado, no podía hacer otra cosa por sí, primero contra el enemigo malvado y luego contra el enemigo recluido. Al menos que no acuse a aquellas porciones de sí, gracias a cuya obediencia está él defendido, y por cuya muerte está seguro. Si se vio obligado a combatir, también a acusar? En efecto, cuando ellas «toleraron alejarse de su anterior naturaleza luminosa y se convirtieron en enemigas de la luz santa», a esto las forzó el enemigo, y si no pudieron ofrecerle resistencia, fueron condenadas en su inocencia; si, por el contrario, pudieron, pero no quisieron, ¿cómo, en vuestra fábula, introducís aún una naturaleza del mal si el origen del pecado está en la propia voluntad? Esto lo hicieron con responsabilidad propia, no por violencia ajena: pudiendo resistir al mal, no lo hicieron. Si lo hacían, obraban bien; si no lo hacían pecaban grave y cruelmente; si pudieron y no lo hicieron, ciertamente no quisieron. Y si no quisieron, el delito está en la voluntad, no en la necesidad. El inicio del pecado está en la voluntad. Y donde está el inicio del pecado, allí está el inicio ya de hacer el mal contra un precepto justo, ya de padecerlo, conforme a un justo juicio. En consecuencia, no hay motivo alguno por el que, al preguntar por el origen del mal caigáis en el gran mal de este error, llamando naturaleza del mal a una naturaleza que abunda en tantos bienes y poniendo en la naturaleza del sumo bien, antes de mezclarse con la naturaleza del mal el mal horrendo de la necesidad.

La causa de este vuestro error es la soberbia que no tendréis si no queréis. Pero vosotros, mientras queréis defender aquello sobre lo que caísteis, excluís el origen del pecado del arbitrio de la voluntad y ponéis la naturaleza del mal en una fábula vacía y falsa.

Por eso sólo queda que digáis que también aquellas almas que han de ser castigadas a quedar encadenadas para siempre a aquel horrible globo, se convirtieron en enemigas de la luz santa no por su voluntad, sino por necesidad, y que pongáis a ese Dios vuestro como juez ante quien no podáis ser de utilidad a aquellas cuya causa, una vez probado que obraron por necesidad, defendéis, y como rey de quien no podáis conseguir ni el perdón para vuestros hermanos, hijos y miembros suyos, cuya enemistad hacia vosotros y hacia él mostráis que no se debe a su voluntad, sino a la necesidad. ¡Oh crueldad monstruosa! Esto dejando de lado que os convertís en defensores suyos, hasta excusarle de todo lo que hace por necesidad. Si pudierais hallar otro juez que, libre del lazo de la necesidad, se constituyese en moderador de la equidad, con toda certeza, a éste no lo clavaría en la parte exterior de aquel globo, sino que lo encerraría dentro de tan espantoso enemigo. ¿Por qué no es el primero en sufrir con justicia el castigo de la condenación el primero en cometer un delito por necesidad?

Por tanto ¡cuánto mejor haríais en elegir en comparación de ese Dios peor a otro! No ya uno como el que adoramos nosotros, sino como el que vosotros inventáis o pensáis que adoramos nosotros, el cual, sin pararse en cuestiones de equidad, sin distinguir entre condenar y educar, no perdona de entre sus siervos ni al justo ni al pecador. Es preferible a uno que no perdona a sus miembros, ya inocentes, si la necesidad le exime del delito, ya caídos en culpa por obedecerle a él, si hasta la necesidad es un delito. En ese caso los condenaría para siempre aquel con quien debieron ser justamente absueltos, si después de la victoria hubiese un respiro de libertad, o juntamente condenadas, si, al menos después de la victoria, el poder de la necesidad fuese tal que algo pudiese también la equidad.

Os inventáis un Dios, no aquel verdadero y sumo al que nosotros tributamos culto, sino no sé qué otro falso, al que, según vuestro parecer o injuria, adoramos nosotros, quien, con todo, es muy superior al vuestro. Ninguno de los dos existe y ambos son ficciones vuestras. Pero aun siendo ficción los dos, es mejor. Ese al que acusáis como si fuera el nuestro, que el otro al que adoráis como vuestro.

Aunque fuesen como los imaginan los maniqueos, los patriarcas hebreos son mejores que los elegidos y que su Dios

23. Los patriarcas y profetas objeto de vuestra censura no son los que nosotros honramos, sino los que vosotros, al no entender nuestros libros, habéis imaginado con malévola vanidad. Con todo, aunque fueran como sospecháis, me quedo corto al decir que son mejores que vuestros elegidos que guardan todos los mandamientos de Manés. Incluso puedo probar que son mejores que vuestro Dios. Pero no entraré en esa prueba hasta no haber defendido antes, con argumentos claros y con la ayuda del Señor y contra los corazones carnales, a nuestros santos padres, los patriarcas y profetas, de vuestras acusaciones. A vosotros, maniqueos, bastaría con responderos que es enseñanza nuestra que hay que anteponer incluso lo que vosotros pensáis que son vicios en nuestros santos a lo que alabáis en los vuestros, añadiendo, para colmo de vuestra vergüenza, que hasta vuestro Dios resulta ser mucho peor que los hombres de la calidad moral que atribuís a nuestros padres. Como he dicho, bastaría con esa respuesta.

Mas como hay algunos, alejados de vuestra palabrería, a los que, de forma espontánea, les produce inquietud la vida de los patriarcas del Antiguo Testamento al compararla con la de los apóstoles en el Nuevo, y son incapaces de distinguir la práctica de aquel tiempo en que se velaba la promesa, de la del actual en que la misma promesa se revela, me siento impulsado a responder ante todo a aquellos que osan anteponer su templanza a la de los profetas o buscan en los profetas un patrocinio para su maldad.

Fueron proféticas sus palabras, su vida y el reino judío

24. Esta es mi primera afirmación: No sólo sus palabras, sino también su vida, fue profética. Incluso la totalidad del reino del pueblo judío, grande en cierto modo por ser reino de cierto Grande, fue profeta. En consecuencia, en lo que se refiere a los que en él tenían su corazón instruido en la Sabiduría de Dios, hay que descubrir la profecía sobre Cristo que había de venir y sobre la Iglesia en lo que decían y en lo que hacían; en lo que se refiere a los demás y a la vez a todos los hombres de aquel pueblo, en lo que por obra de Dios acontecía en ellos o por medio de ellos. Pues como dice el Apóstol, aquellas cosas existieron como realidades figurativas para nosotros74.

Un ejemplo de la escuela

25. En ciertas acciones, de cuya profundidad están muy lejos, los maniqueos reprochan una como liviandad de los profetas, igual que algunos paganos sacrílegos reprochan a Cristo una como necedad o, mejor, demencia, al pedir al árbol frutos en una época del año no adecuada75; o una afectación de cierta fatuidad pueril al escribir, inclinada la cabeza, con el dedo en la tierra y repetir la acción tras responder a los hombres que le habían preguntado76.

Ni saben ni entienden que en las grandes almas algunas virtudes son, bajo algún aspecto, muy semejantes a los vicios de las almas pequeñas, pero sin que se les pueda comparar en cuanto a la justicia. Quienes reprochan estas cosas en las almas grandes son semejantes a los niños ignorantes en la escuela, quienes, habiendo aprendido como algo importante que el sujeto en singular ha de concordar con el verbo en singular, reprochan a un autor doctísimo de la lengua latina por decir: «pars in frustra secant» (la parte cortan en trozos). Debió decir, aseguran: «secat» (corta). Y como saben que se dice «religionem» (religión), le acusan de decir «relligione patrum», duplicando la letra ele. Por ello quizá no sea absurdo afirmar que, en sus respectivos órdenes, la distancia que existe entre las figuras retóricas y metaplasmos de los sabios y los solecismos y barbarismos de los ignorantes es la misma que existe entre los hechos figurados de los profetas y los pecados de liviandad de los malvados. En consecuencia, como a un niño sorprendido en un barbarismo se le pegaría con la férula si quisiese ampararse en un metaplasmo de Virgilio, así quien, habiéndose entregado en brazos de la esclava de su mujer, tomase como argumento para su defensa el que Abrahán tuvo un hijo de Agar, ¡ojalá se enmiende corregido, no con férulas, sino con estacas, para que no sea castigado con el suplicio eterno en compañía de los demás adúlteros!

Los ejemplos tomados de la escuela son cosas sin mayor importancia, mientras que estas últimas sí la tienen. Y no se ha llevado la semejanza hasta equiparar la figura retórica con el misterio o el solecismo con el adulterio. Sin embargo, mantenidas las distancias del caso, lo que en aquellas virtudes o vicios de locución vale la pericia o impericia, eso mismo vale en estas virtudes o vicios, aunque son de un género muy distinto, la sabiduría o la insensatez.

Procedimiento a seguir

26. Para no lanzarnos temerariamente a alabar o reprochar, a acusar o defender, a condenar o a absolver, a apetecer o evitar cualesquiera cosas, todas las cuales incluyen acciones pecaminosas o acciones buenas, antes de nada, debemos considerar qué es el pecado. A continuación, se pueden examinar ya las acciones de los santos relatadas en los libros divinos, para ver con la razón, en cuanto nos sea posible, si se halla algún pecado en ellas, investigando la utilidad por la que se han puesto por escrito y se han confiado a la memoria.

A su vez, si topamos con algo que, al parecer de los necios o malévolos, es pecado, pero sin serlo, aunque tampoco sea un ejemplo de virtudes, hemos de examinar también por qué motivo se ha incluido en aquellas letras que saludablemente creemos que han sido instituidas para regular la vida presente y para conseguir la futura.

Además, nadie, aunque sea ignorante, duda de que debieron ponerse por escrito todos los ejemplos de justicia que resplandecen en las acciones de los santos. La cuestión puede surgir a propósito de las que pueden dar la impresión de que se escribieron inútilmente, pues no se ve ni que se realizaran rectamente ni que sean pecados. Puede surgir también del efecto dañino de ponerlas por escrito, si se demuestra que son pecados, por el peligro de que se las tome como ejemplo a imitar. Y ello, tanto en el caso de que no se les vitupere en los mismos libros, pudiendo pensarse por eso mismo que no son pecados, como en el otro de que se encuentren recriminados allí, pero se cometan por la esperanza de un fácil perdón, puesto que se descubren también en los santos.

Definición de pecado

27. Pecado es un hecho, dicho o deseo contra la ley eterna. A su vez, la ley eterna es la razón o voluntad divina que manda conservar el orden natural y prohíbe alterarlo. Es preciso investigar, pues, cuál es el orden natural en el hombre.

El hombre consta de alma y cuerpo, como también el animal. Nadie duda de que, por el orden de sus naturalezas, hay que anteponer el alma al cuerpo. Pero en el alma de! hombre está presente la razón, de la que carece el animal. Por tanto, como el alma se antepone al cuerpo, así la razón de la misma alma se antepone por ley de la naturaleza a sus restantes partes, que poseen también las bestias. Y en la misma razón, que en parte es contemplativa y en parte activa, sin duda destaca más la contemplación. En ella está también la imagen de Dios, gracias a la cual, mediante la fe, nos reformamos para llegar a la visión. En consecuencia, la razón activa debe obedecer a la razón contemplativa, ya cuando actúa por la fe, como es el caso mientras somos peregrinos lejos del Señor77, ya en la visión, lo que sucederá cuando seamos semejantes a él porque le veremos como él es78. Entonces, por su gracia, seremos ya, incluso en el cuerpo espiritual, iguales a sus ángeles79, una vez recuperado el vestido original de la inmortalidad y de la incorrupción, con el que será revestido este nuestro cuerpo mortal y corruptible, para que la muerte sea absorbida en la victoria80, perfeccionada la justicia por la gracia, puesto que también los ángeles santos y sublimes poseen su contemplación y acción propias. Ellos se ordenan a sí mismos hacer lo que les manda aquel a quien contemplan, a cuyo imperio eterno sirven de propia voluntad porque les resulta grato. Antes de que Dios vivifique, según la medida de nuestra debilidad, nuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en nosotros81, nosotros, aún en posesión de un cuerpo muerto por el pecado, vivimos justamente según la ley eterna por la que se respeta el orden natural si vivimos con la fe no fingida que actúa por la caridad82, teniendo puesta en los cielos, en una conciencia recta, la esperanza de la inmortalidad y de la incorrupción y de la misma justicia que ha de perfeccionarse hasta llegar a cierta saturación inefable y suavísima. De ella es preciso sentir hambre y sed en esta peregrinación mientras caminamos por la fe, aún no en visión83.

Distintas clases de criaturas

28. El comportamiento por el que el hombre sirve a la fe que se somete a Dios refrena todos los placeres mortales y los contiene dentro del límite de la naturaleza anteponiendo lo mejor a lo inferior mediante un amor ordenado. En efecto, si no agradara lo ilícito, nadie pecaría. Peca, pues, quien, en vez de poner freno, da riendas sueltas al placer ilícito. Ahora bien, es ilícito lo que prohíbe aquella ley por la que se respeta el orden natural.

Es una cuestión abierta si hay alguna criatura racional que no pueda hallar placer en nada que sea ilícito. Si existe, ni el hombre ni aquella naturaleza angélica que no permaneció en la verdad caen dentro de esa categoría de seres; fueron creados racionales, dentro de la otra categoría, para que tuviesen la posibilidad de refrenar el placer ilícito, por no frenar el cual pecaron.

Grande es también la criatura humana. En ella se abre una nueva posibilidad: la que le permitía no caer si así lo hubiese querido. Grande es, pues, y muy digno de alabanza el Señor que la creó84. Creó también naturalezas inferiores que no pueden pecar; las creó igualmente superiores, que no quieren pecar. En efecto, la naturaleza de la bestia no peca, porque no hace nada contra la ley eterna a la que está tan sometida que no puede participar de ella. A su vez, la sublime naturaleza angélica no peca, porque de tal manera participa de la ley eterna, que sólo encuentra su felicidad en Dios a cuya voluntad obedece sin experimentar tentación alguna. El hombre, cuya vida sobre la tierra es, a consecuencia del pecado, una tentación continua85, ha de someter a sí lo que tiene en común con las bestias, y a Dios lo que tiene en común con los ángeles, hasta que, completada y percibida la justicia y la inmortalidad, sea exaltado sobre las primeras y se equipare a los segundos.

Los apetitos (desordenados)

29. Los placeres pasajeros hay que estimularlos o aflojarlos según lo requiera la restauración o protección de la salud mortal, ya de cada hombre en particular, ya del mismo género humano. Si los apetitos desordenados llegan a extralimitarse y a arrastrar al hombre incapaz de gobernarse a sí mismo a colocarse fuera de las normas de la templanza, serán efectivamente ilícitas, deshonestas y merecedoras de la enmienda por el dolor. Porque si, después de causarle turbación, sumergen en la sima tan profunda de la costumbre depravada a quien los ha de gobernar, hasta el punto de que, creyendo que van a quedar sin castigo, rechaza la medicina de la confesión y de la penitencia, por la que podría salir a flote una vez corregido; o si, con una muerte más lamentable del corazón, les otorga, contra la ley eterna de la providencia, el patronazgo blasfemo de la defensa y llega así al último día, aquella ley irreprensible le considerará digno no de enmienda, sino de condena.

Abrahán se mantuvo dentro del orden natural

30. Una vez examinada la ley eterna que manda respetar el orden natural y prohíbe alterarlo, veamos en qué pecó el padre Abrahán, es decir, en qué obró contra la ley en todo lo que Fausto le recrimina como grandes delitos. «Ardiendo, dice, en el insano deseo de tener descendencia y no dando fe a Dios que ya le había prometido que la tendría de su mujer Sara, se echó en brazos de una concubina».

Fausto, cegado por el deseo insano de acusar, mostró la impiedad de su herejía y, sin darse cuenta y errabundo, alabó la mencionada unión de Abrahán. La ley eterna, esto es, la voluntad de Dios, creador de todo, que procura se respete el orden natural, permite que, en la unión carnal y bajo el dominio de la razón, se libere de su atadura al placer de la carne mortal únicamente con vistas a la propagación de la prole, de modo que no se esté al servicio de la pasión para saciarla, sino que se mire por la conservación de la raza. De igual manera, pero en sentido contrario, la ley errática de los maniqueos ordena a quienes yacen juntos evitar ante todo la procreación, a fin de que su Dios, al que lloran como encadenado en todas las semillas, no quede atado más en corto en el seno de una mujer. De esa manera su Dios, antes de quedar apresado con lazo cruel, se derrama en vergonzosa efusión. No se trata, pues, de que Abrahán ardiese en el insano deseo de tener descendencia, sino de que Manés deliraba a causa de la insana vaciedad de evitar la descendencia. Por tanto, aquél, respetando el orden de la naturaleza, con su unión carnal no hacía otra; cosa sino que naciese un hombre; éste, respetando el extravío de su fábula, nada temía en cualquier unión carnal, sino el cautiverio de Dios.

Sin quererlo, Fausto alaba Abrahán y a su esposa

31. En la misma acción de Abrahán, respecto a la cual reprocha también el que fuera con conocimiento de su esposa, Fausto, llevado por la mala voluntad y por la intención de vituperarlo, pero sin saberlo ni quererlo, alaba a los dos. En efecto, ella no puso su conocimiento al servicio de la acción deshonrosa de su cónyuge, para que él saciase su pasión con placer torpe e ilícito. Antes bien, deseando tener hijos, conforme al orden de la naturaleza, y sabedora de su esterilidad, con potestad legítima, reivindicó, en uso de su derecho, la fecundidad del seno de su esclava, no cediendo a la pasión de su marido, sino mandando a quien la obedeció. Y esto no fue una soberbia contraria al orden.

En efecto, ¿quién ignora que la mujer debe obedecer al marido como a su señor? Mas en lo que se refiere a los miembros del cuerpo, en los que se encuentra la distinción sexual, afirma el Apóstol: De idéntica manera tampoco el varón tiene potestad sobre su cuerpo, sino la mujer86. Así como en las restantes acciones que conducen a la paz entre los hombres la mujer debe servir al varón, en este único aspecto, en el que se da la distinción en la carne de ambos sexos y se juntan en la unión carnal, marido y mujer tienen semejante potestad recíproca el uno respecto del otro. Sara, pues, quiso tener de su esclava la descendencia que no podía obtener de sí, pero del mismo semen del que debía tenerla de sí, de haberle sido posible. Nunca se hubiera comportado así la mujer de haberse mantenido sujeta, por la concupiscencia carnal, al cuerpo del varón; antes que convertirla en madre, hubiese sentido celos de su esclava como de una ramera. Su voluntad piadosa miraba únicamente a tener descendencia de ese modo: la razón es que no existió deseo libidinoso de unión carnal.

Abrahán no desconfió de Dios

32. La acción no tendría defensa si, como objeta Fausto, Abrahán hubiera querido recibir descendencia de Agar, porque no otorgaba la más mínima credibilidad a Dios que ya se la había prometido de Sara. Quienes lo tengan a bien, examinen de nuevo los textos anteriores de la Escritura. Hallarán en ella que ya se le había prometido la tierra y una descendencia abundante e innumerable a la descendencia de Abrahán87, pero que aún no se le había revelado cómo se iba a propagar dicha descendencia: si de la carne de Abrahán, en caso de engendrarla de sí mismo, o de su voluntad, en caso de que adoptase a alguien. En el primer caso, aún no se le había manifestado si de Sara o de alguna otra mujer. Lean los textos, repito, los que quieran, y descubrirán que Fausto se engaña por imprudente o engaña con desvergüenza.

Así, pues, Abrahán, al ver que no le nacían hijos, siendo, sin embargo, beneficiario de la promesa hecha a su descendencia, en un primer momento pensó en la adopción. Lo insinúa al referir, hablando con Dios, de su criado doméstico: Este será mi heredero. Como si dijera: «Puesto que no me has dado descendencia de mi misma carne, cumple en éste lo que prometiste a mi descendencia». Si no se considerase como descendencia de alguien más que lo que nace de su misma carne, tampoco el Apóstol nos llamaría descendencia de Abrahán88 a nosotros que no procedemos de él según la carne, sino que nos hemos convertido en descendencia suya al imitar su fe creyendo en Cristo, cuya carne procede de la carne de él. Entonces Abrahán oyó que le decía el Señor: No será ése tu heredero, sino uno que salga de tus entrañas; ese será tu heredero89.

A partir de ese momento, descartado el pensamiento de la adopción, Abrahán esperaba ya descendencia de sí mismo, sin saber todavía si la obtendría de Sara o de otra mujer. Dios se lo quiso ocultar, en tanto figuraba mediante aquella esclava el Antiguo Testamento. ¿Qué tiene, pues, de extraño que Abrahán, viendo que su mujer era estéril y que deseaba que la descendencia propia, que ella no pudo engendrar, le llegase de su esclava y de su marido, obedeciera a la potestad de su cónyuge? No cedía por ello al deseo de su carne, sino que creía que Sara lo había aceptado por indicación de Dios, quien ya le había prometido un heredero de su misma carne, pero no le había dicho de qué mujer. En vano, pues, Fausto se precipitó como un loco a recriminar a Abrahán este pecado, acusándole de carecer de fe; quien carecía de ella era él. Su obcecación en no creer le hizo incapaz de entender las demás cosas; pero su afán por acusar le llevó a descuidar leer esto.

Abrahán no traficó con su matrimonio

33. Fausto acusa a este varón justo y fiel de traficar vilmente con su matrimonio. Llega hasta afirmar que, llevado por la avaricia y la glotonería, y habida cuenta de que ella era hermosísima, trató de vender como concubina en dos momentos distintos, a dos reyes, Abimelek y el Faraón, a su esposa Sara, simulando que era su hermana.

En esta acusación le falta separar con boca verídica la honestidad de la deshonra; por el contrario, con boca maldiciente, lo convierte todo en delito. En efecto, esta acción de Abrahán se parece a la de un alcahuete, pero sólo para quienes son incapaces de distinguir lo que está hecho correctamente de los pecados, a la luz de aquella ley eterna. A los tales hasta la constancia les puede parecer obstinación, a la vez que confunden la virtud de la confianza con el vicio de la osadía, y cualesquiera otras acciones semejantes que, quienes no ven correctamente, achacan a quienes parece que no obran bien.

Abrahán no consintió en la deshonra de su mujer ni vendió su adulterio. Ella no entregó a su esclava a la liviandad de su marido, sino que la ofreció espontáneamente para cumplir el deber de la procreación, sin alterar para nada el orden natural. Al respecto ella tenía poder y, más que ceder a quien deseaba a la esclava, mandó a quien le obedecía. De igual manera, él silenció que era su mujer la casta esposa, unida a sí por un corazón casto, de cuya alma, morada de la virtud de la pureza, no dudaba lo más mínimo, y dijo que era su hermana, no fuera que, asesinado él por los extranjeros y hecha cautiva ella, la poseyesen los impíos, confiando en que su Dios no permitiría que se cometiese en ella nada torpe o deshonroso. No le resultó fallida su fe y su esperanza, pues el Faraón, horrorizado por ciertos prodigios y afligido por muchos males a causa de ella, por medio de los cuales Dios le hizo saber que era esposa de Abrahán, se la devolvió ilesa con su honra intacta. Lo mismo hizo también Abimelek advertido e instruido en sueños90.

Abrahán no mintió, aunque no dijera toda la verdad

34. No faltan quienes, sin acusarlos o maldecirlos como Fausto, sino tributando el honor debido a los mismos libros que él reprende, por no entenderlos, o no entiende, por reprenderlos, al considerar esta acción de Abrahán, fueron del parecer de que se había venido abajo la firmeza de su fe, que había titubeado y que, por temor a morir, había negado que fuese su mujer, igual que Pedro negó al Señor91. Si hubiera que entenderlo así por necesidad, reconocería el pecado de un hombre; mas no pensaría por eso que sus méritos habían sido abrogados y anulados, como tampoco desaparecieron los de aquel apóstol, aunque no sea igual falta negar al Salvador que negar a la propia mujer.

Mas ahora, como dispongo de otra salida que me evita aceptar la anterior, nada me obliga a caer en la temeridad de reprender a quien nadie puede dejar convicto de haber caído en la mentira por temor. En efecto, él nunca dijo que no fuera su mujer en respuesta a una pregunta sobre ello, sino que al preguntarle qué relación tenía aquella mujer con él, indicó que era su hermana, sin negar que fuera su mujer. Silenció parte de la verdad, sin decir ninguna falsedad.

Significado amplio del término «hermano»

35. ¿O acaso hemos perdido el juicio hasta el punto de seguir aquí a Fausto? Este afirma que mintió al decir que era su hermana, como si se hubiese informado por otras fuentes del linaje de Sara, callando la Sagrada Escritura al respecto. Considero que es conforme a justicia que en este particular, que conocía Abrahán, pero no nosotros, demos fe al patriarca que decía lo que sabía antes que a Manés que recrimina lo que ignora. Como, por lo que se refiere a los asuntos humanos, Abrahán vivía en una época en la que ya no estaba permitido unir en matrimonio a hermanos de ambos padres o sólo de padre o de sola madre, y en cambio la costumbre, no vetada por ninguna ley o por ningún poder, unía a los hijos de hermanos o a otros consanguíneos en grado más lejano, ¿qué hay de extraño en que él tuviese como mujer a su hermana, es decir a una nacida de la sangre de su padre? El mismo dijo al rey que era hermana por parte del padre, no de la madre, cuando él se la devolvió, momento en que ningún temor le obligaba ya a mentir afirmando que era su hermana, pues ya había advertido que era su mujer, y aterrorizado por Dios, la devolvía con toda su honra.

La Escritura atestigua que los antiguos solían llamar genéricamente hermanos o hermanas a todos los consanguíneos. En efecto, Tobías, orando antes de unirse con su mujer, dice a Dios: Ahora, Señor, tú sabes que no tomo a esta mi hermana con deseo impuro92, no obstante que ella no había nacido de la unión carnal del mismo padre, ni del seno de la misma madre, sino que pertenecía a la misma parentela93. También de Lot se dice que era hermano de Abrahán94, no obstante que éste era tío paterno de aquél95. Y según el uso de este vocablo, también en el evangelio se llama hermanos del Señor no ciertamente a quienes había parido la virgen María, sino a los parientes cercanos por consanguinidad96.

Abrahán no quiso dejar a Dios lo que podía hacer él

36. Dirá alguien: «¿Por qué Abrahán no confió en su Dios, hasta no temer confesar que era su mujer? A Dios no le faltaban recursos para alejar de él la muerte que temía, y librarle a él y a su cónyuge de todo mal durante aquel viaje, de modo que ni su mujer, no obstante su extrema belleza, fuese objeto de deseo, ni a él le matasen por causa de ella». Dios podía haberlo hecho; ¿quién será tan demente que lo niegue? Pero si, cuando le hicieron la pregunta, Abrahán hubiese indicado que era su mujer, confiaba dos realidades a la tutela de Dios: su propia vida y la pureza de su cónyuge. Pero cae dentro de la sana doctrina lo siguiente: Cuando el hombre puede hacer algo no ha de tentar al Señor su Dios97. Tampoco es cierto que el mismo Salvador no pudiera proteger a sus discípulos, a quienes, sin embargo, dice: Si os persiguen en una ciudad, huid a otra98, dando antes él mismo ejemplo de dicho comportamiento. Aunque tenía poder para entregar su vida, y no la entregaba si él no quería99, siendo niño huyó a Egipto en brazos de sus padres100. Asimismo subió a la fiesta, no abiertamente, sino a escondidas, no obstante que otras veces había hablado al descubierto a los judíos encolerizados, que le oían con ánimo sumamente hostil, incapaces por otra parte de echarle mano, puesto que aún no había llegado su hora101. No una hora fatídica en la que se viese obligado a morir, sino una hora que él consideró oportuna para ser ajusticiado. Por tanto, quien, al enseñar y argüir en público y a la vez no permitir que la rabia de los enemigos pudiese algo contra él, manifestaba el poder de Dios, él mismo, al huir y ocultarse, educaba la debilidad del hombre, para que no ose tentar a Dios, cuando él mismo puede hacer algo por evitar aquello de lo que debe guardarse.

Tampoco el apóstol Pablo había perdido la esperanza y la confianza en la ayuda y protección divinas, cuando le bajaron por la muralla en una espuerta, para escapar de las manos de los enemigos102. Huyó no porque no creyera en Dios, sino porque hubiera sido tentarle el no querer huir así, pudiendo hacerlo.

Por lo cual, como, a causa de la suprema belleza de Sara, corría riesgos entre aquellos desconocidos tanto su pureza como la vida de su marido, y como Abrahán no podía tutelar ambas cosas, pero sí una de ellas, es decir, su propia vida, para no tentar a su Dios, hizo lo que pudo, y lo que no pudo lo confió a Dios. El, que no pudo ocultar su condición de hombre, ocultó que era el marido, para que no le diesen muerte; a la mujer la confió a Dios, para que no la mancillasen.

Ni aun cediendo a la fuerza se hubiese mncillado la pureza de la mujer

37. Entrando en más detalles, se podría discutir si hubiera quedado mancillada la pureza de aquella mujer, incluso en el caso de que alguien se hubiese unido a ella carnalmente. La razón es que ella lo habría permitido por salvar la vida de su marido, con su conocimiento e incluso mandato, sin perder en absoluto la fidelidad conyugal ni rehusar la potestad marital, de la misma manera que tampoco él fue adúltero cuando, obedeciendo a la potestad de su esposa, consintió en engendrar descendencia de su esclava. Sin embargo, en virtud de los principios, dado que una mujer no se somete a dos varones en vida para yacer con ellos y sí dos mujeres a un único varón, aceptamos como mucho más verdadero y honesto el que el padre Abrahán no haya tentado a Dios, cuando, como hombre, miró cuanto pudo por su vida y esperó en Dios a quien confió la pureza de su cónyuge.

Sara, figura de la Iglesia

38. ¿A quién no agradará escrutar también en esta acción real, consignada en los libros divinos y fielmente narrada, el significado profético y llamar con fe y afán piadosos a la puerta del misterio, para que el Señor lo abra y manifieste de quién era figura entonces aquel varón y de quién es la esposa a la que no se permite que se mancille y se manche en esta peregrinación entre gente extranjera, para que viva sin mancha ni arruga para su esposo? La Iglesia vive rectamente en la gloria de Cristo a fin de que su belleza redunde en honor de su marido, del mismo modo que Abrahán era respetado entre los extranjeros por la belleza de su mujer. A la misma a la que se dice en el Cantar de los Cantares: ¡Oh hermosa entre las mujeres!103, ofrecen dones los reyes a causa de su belleza, igual que Abimelek los ofreció a Sara, admirando en ella más el decoro de su belleza que pudo amar, pero no violar.

La santa Iglesia es ocultamente la esposa del Señor Jesucristo. Oculta e interiormente, en un lugar secreto y espiritual, el alma humana se une a la Palabra de Dios, para ser dos en una sola carne: gran símbolo del matrimonio que el Apóstol encarece en Cristo y la Iglesia104. Por tanto, el reino terreno de este mundo, del que eran figura los reyes a quienes no se les permitió mancillar a Sara, no ha experimentado ni hallado a la Iglesia, esposa de Cristo; es decir, no supo cuán fielmente estaba sometida y unida como a su único varón, hasta que intentó violarla, y tuvo que ceder ante el testimonio de Dios proclamado por la fe de los mártires, y, una vez enmendado, en los reyes posteriores honró con dones a la que no pudo someter a su corrupción en los anteriores. Lo que, antes y después del hecho, fue figurado en el mismo rey, eso mismo se cumplió en este reino con los reyes primeros y los posteriores.

El parentesco entre Cristo y la Iglesia

39. Cuando se afirma que la Iglesia es hermana de Cristo por parte de padre, no de madre, no se encarece el parentesco que nace de la generación terrena que desaparecerá, sino el que procede de la gracia celestial que permanecerá para siempre. Según esa gracia dejaremos de ser linaje mortal, una vez que hayamos recibido el poder de ser llamados y ser en verdad hijos de Dios105. Gracia que en ningún modo recibimos de la madre de Cristo, la sinagoga, sino de su Padre, Dios. Cristo nos enseñó a negar y a no reconocer el parentesco terreno, que engendra temporalmente para la muerte, y llamó a otra vida, al decir a sus discípulos: No os hagáis llamar padre en la tierra, pues uno es vuestro padre, el que está en los cielos106. De este proceder dio él mismo ejemplo, cuando dijo: ¿Quién es mi madre o mis hermanos? Y extendiendo la mano sobre los discípulos, dijo: Estos son mis hermanos. Y para que nadie pensara que con ese vocablo se refería al parentesco terreno, añadió: Y todo el que cumpla la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, y mi madre y mi hermana107. Como si dijera: «Me refiero al parentesco proveniente de Dios padre, no de la madre sinagoga. Ahora llamo a la vida eterna, en la que he nacido para no morir, no a la temporal, en la que me he hecho mortal para poder llamar».

La Iglesia oculta a los extraños de quién es esposa

40. Elmotivo por el que la Iglesia oculta a los extranjeros de quién es esposa, pero no silencia de quién es hermana, se me ocurre de momento que es éste: es algo misterioso y difícil de comprender el modo cómo el alma humana se adhiere, o se une, o cualquier otra expresión que sea más exacta y adecuada, a la Palabra de Dios, dado que ésta es Dios y aquella una criatura. Según esto, a Cristo y a la Iglesia se le llama o bien esposo y esposa, o bien marido y mujer. El parentesco por el que son hermanos Cristo y todos los santos, se afirma de forma más clara y se escucha de forma más comprensible recurriendo a la gracia divina, no a la consanguinidad terrena; es decir, es un parentesco por parte de padre, no de madre. En efecto, todos los santos son hermanos en virtud de la misma gracia, mientras que ninguno de ellos es esposo para el conjunto de los demás. Por lo cual, aunque Cristo es la suprema justicia y sabiduría, de nadie se sintieron los extranjeros más fácilmente propensos a creer que era hombre; pero ignoraron cómo era Dios. Dice Jeremías: Es hombre, pero ¿quién le reconoce?108 Es hombre porque manifiesta que es hermano; pero ¿quién le reconoce? porque oculta que es el esposo.

Todo esto he dicho acerca de nuestro padre Abrahán, refutando las palabras de Fausto que rezuman el máximo de desvergüenza, de ignorancia y de imputaciones falsas.

De quiénes eran figura Lot y su mujer

41. Lot, a su vez, hermano suyo, justo y hospitalario en Sodoma, puro e íntegro en medio de la corrupción de los sodomitas, mereció salir ileso del incendio, figura del futuro juicio de Cristo. El prefiguraba al cuerpo de Cristo que gime en todos los santos y ahora en medio de los malvados e impíos, a cuyas acciones no asiente y de cuya compañía será liberado al final de los tiempos, cuando ellos sean condenados al suplicio eterno. Su mujer es figura de un cierto tipo de personas, es decir, de quienes, llamados por la gracia de Dios, vuelven la mirada atrás, lo contrario de Pablo, que olvida lo que queda detrás y tiende a lo que tiene delante109. Por esa razón dijo el Señor: Nadie que ponga la mano sobre el arado y vuelva la mirada atrás es apto para el reino de los cielos110. Y tampoco silenció aquel ejemplo como para condimentarnos a nosotros con su sal, para que no descuidemos, por fatuos, dicho mal, sino que, siendo prudentes, nos guardemos de él. El advertirnos eso es la razón por la que ella se convirtió en estatua de sal. En efecto, cuando mandó que cada uno se despojase de lo que queda atrás centrando al máximo la mirada en lo que tiene delante, dijo: Acordaos de la mujer de Lot111.

De idéntica manera en el hecho de que las hijas de Lot yacieran con él se prefiguró algo distinto de lo prefigurado en su liberación de Sodoma. El mismo Lot parece que en dicha ocasión era símbolo de la ley futura, a la que algunos, engendrados de ella y puestos bajo la ley, al entenderla mal, la embriagan en cierto modo y al no usar legítimamente de ella paren obras de infidelidad. Buena es la ley, dice el Apóstol, si alguien usa legítimamente de ella112.

La intención humana y la intención divina en un mismo hecho

42. No justificamos ni la acción del mismo Lot ni la de sus hijas, por el hecho de prefigurar algo que anuncia la futura maldad de algunos. Una cosa era lo que pretendían ellas con su acción y otra lo que pretendía Dios. Dios permitió que sucediese, también para enseñar algo por medio de dicha acción. Entre tanto, permanecía conforme a rectitud su juicio sobre el pecado de los hombres entonces vivientes, a la vez que vigilante su providencia para prefigurar a los que habían de venir. En consecuencia, esa acción, en cuanto narrada en la sagrada Escritura, es una profecía; mas en cuanto se le considera en la vida de quienes fueron sus autores, es un hecho torpe.

Las hijas de Lot buscaban perpetuar su descendencia

43. A su vez, dicha acción tampoco es merecedora de reproche y reprobación tan severa como la que vomitó contra ella Fausto, enemigo, amén de ciego. Se consulta a aquella ley eterna que manda respetar el orden natural y prohíbe alterarlo, y no emite tal juicio sobre esta acción, como si él hubiera ardido con horrenda pasión hacia sus hijas, hasta el punto de gozar incestuosamente de su cuerpo o tenerlas por mujeres. Tampoco es ese el juicio sobre las mismas mujeres, como si se hubieran encendido en un amor execrable hacia el cuerpo de su padre. El criterio de la justicia no mira únicamente a la acción en sí sino también al motivo de la misma, para examinar con la balanza de la equidad el peso de las acciones a partir de los motivos. Ellas buscaban la descendencia para asegurar la raza, afecto humano y natural en ellas, y no creían poder encontrar otros varones, como si en aquel incendio hubiese ardido todo el orbe de la tierra. Como no estaban en condición de discernir hasta donde se había extendido aquel fuego, quisieron yacer con su padre. Es cierto que no debieron ser madres nunca, antes de usar así de su padre; con todo, es grande la diferencia entre haber usado de él por esos motivos y el hacerlo llevadas por el deseo de tan funesto placer.

Lot, más culpable de embriaguez que de incesto

44. No obstante, ellas percibían que su padre sentía tanto horror ante esa acción que no creían que pudieran conseguir algo, de no ser sin que él lo supiera. Como está escrito, lo embriagaron y, sin que él fuera consciente, se unieron a él113. Por ello, ciertamente hay que considerarle culpable, pero no tanto de incesto, cuanto de embriaguez. También la ley eterna condena la embriaguez, puesto que no admite como conforme al orden natural el alimento y la bebida a no ser para conservar la salud. Y aunque hay gran diferencia entre el que acostumbra a embriagarse y el que se embriaga ocasionalmente —pues ni el primero está siempre ebrio ni todo el que se embriaga alguna vez lo hace habitualmente—, en un hombre justo hay que averiguar el motivo de esa misma embriaguez, aunque no sea habitual. ¿Qué le obligaba en última instancia a consentir o a fiarse de sus hijas que le propinaban frecuentemente vinos mezclados o que quizá se lo ofrecían frecuentemente sin mezcla? ¿Acaso quiso consolar a las hijas que fingían una tristeza excesiva, para ahuyentar con el pensamiento de una mente ebria el dolor por aquel desamparo y por la pérdida de la madre, pensando que bebían otro tanto ellas, que recurrían a algún fraude para no beber? Pero tampoco vemos cómo podía ser decoroso que un varón justo ofreciese a sus hijas tristes un consuelo semejante. ¿Acaso recurrieron a algún ardid pésimo de los sodomitas para poder embriagar a su padre con pequeña cantidad de suerte que cometieron tal pecado con quien lo ignoraba o precisamente apoyándose en su ignorancia? Pero es extraño que la Escritura divina silenciase esto o que Dios permitiese que lo sufriese su siervo sin pecado alguno de su voluntad.

Finalidad por la que la Escritura relata acciones pecaminosas

45. Nosotros defendemos las Sagradas Escrituras, no los pecados de los hombres. Pero no pretendemos justificar este hecho como si nuestro Dios lo hubiera mandado hacer o lo hubiera aprobado una vez hecho, o como si en dichos libros se llamase justos a los hombres en el sentido de que no pudieran pecar aunque quisieran. Dado que en los escritos que los maniqueos recriminan Dios no ha dejado testimonio alguno de aprobación de esa acción, ¿con qué demencia temeraria pretenden apoyarse en ella para acusar a esos escritos, si se hallan otros textos clarísimos en los preceptos divinos que prohíben acciones semejantes?

Respecto a la acción de las hijas de Lot no hay más que un relato, no una alabanza de la misma. Convenía que el relato de algunas cosas incluyese el juicio de Dios y el de otras lo omitiese. Así, en los casos en que se manifiesta el juicio de Dios al respecto, se instruye nuestra ignorancia; en los que se omite o ejercitamos nuestro saber, recordando lo que aprendimos en otro lugar, o sacudimos la pereza, preguntando lo que aún no sabemos. Dios, que sabe sacar el bien hasta de las obras malas de los hombres, propagó de aquel semen los pueblos que quiso, sin condenar su Escritura por los pecados de los hombres. El reveló tales acciones, no las hizo; exhortó a guardarse de ellas, no las propuso a imitación.

Tampoco Isaac mintió

46. Con extraña desvergüenza, Fausto recriminó también a Isaac, el hijo de Abrahán, el haber fingido que Rebeca, su mujer, era su hermana114. El linaje de Rebeca no se silenció, y está claro que fue su hermana por parentesco conocido de todos115. En cuanto a silenciar que era su mujer, ¿qué tiene de extraño o de malo que imitase a su padre, si le ampara la misma justicia presente en su padre, acusado de lo mismo? Lo que dije en favor de Abrahán, en relación a este asunto, refutando la acusación de Fausto, vale también para su hijo Isaac. No es difícil traerlo de nuevo aquí. A no ser que algún estudioso pregunte qué prefigura el que un rey extranjero reconociese que Rebeca era la mujer de aquel hombre cuando lo vio divertirse con ella. Hecho que no hubiese reconocido si él no se hubiese divertido con ella de un modo que sólo es decoroso hacerlo con el propio cónyuge.

Cuando los santos casados hacen eso, no lo hacen en vano, sino con sabiduría. Descienden en cierto modo a la debilidad del sexo femenino hasta el punto de decirle o hacerle algo halagador con una dulce alegría, no enervando, sino templando el vigor viril. Algo que sería deshonesto decir o hacer a otra mujer que no sea la propia esposa.

He dicho esto que se encuadra dentro del proceder habitual de los hombres, para que nadie, despiadado y sin entrañas, recrimine al santo varón, como si fuera un delito, el que haya jugueteado con su mujer. Esos hombres inhumanos, si ven que un varón grave dice algo jocoso a niños, incluso párvulos, para lisonjear su sensibilidad aún infantil con un trato afable y educativo, le reprenden como si estuviese delirando, olvidándose de lo que fueron, o ingratos con su propio desarrollo.

¿Qué significa, referido al misterio de Cristo y de la Iglesia, el que tan gran patriarca haya jugueteado con su esposa y que por esa acción se conociera su matrimonio? Eso puede verlo todo el que, para no cometer por error pecado alguno contra la Iglesia, examina con atención en las Sagradas Escrituras la realidad oculta de su esposo y descubre que él escondió un tanto su majestad por la que en la condición divina es igual al Padre en su condición de siervo116, a fin de que la debilidad humana pudiera ser capaz de él y de esta manera se adaptase adecuadamente a su esposa. ¿Qué tiene de absurdo? ¿Hay algo que no se ajuste adecuadamente al anuncio de la realidad futura en el hecho de que un profeta de Dios haya hecho algún juego erótico, para asegurarse el afecto de su esposa, si la misma Palabra de Dios se hizo carne para habitar entre nosotros?117

Tres clases de pecado

47. La acusación de tener cuatro mujeres118, dirigida contra Jacob, que Fausto considera como un enorme delito, queda anulada con un argumento de carácter general. Si esa era la costumbre, no era delito. Si ahora es delito, se debe a que no es lo que se acostumbra. Hay pecados contra la naturaleza, pecados contra las costumbres y pecados contra los mandamientos. Estando así las cosas, ¿qué delito es el tener a la vez varias mujeres, que se recrimina al santo varón Jacob? Si se mira a la naturaleza, no usaba de aquellas mujeres por lascivia, sino para procrear; si se mira a lo que era costumbre, así se practicaba habitualmente en aquella época y en aquella región; si al precepto, ninguna ley lo prohibía. ¿Por qué comete un delito quien se comporte así ahora, sino porque no lo permiten ni las costumbres ni las leyes? Quien pase por alto estos dos puntos, aunque pueda usar de muchas mujeres exclusivamente por motivos de procreación, peca y viola la misma sociedad humana que tiene necesidad de la procreación de hijos.

Mas, una vez que han cambiado las costumbres y las leyes, sólo la violencia de la pasión puede llevar a los hombres a complacerse en tener muchas mujeres. Por eso se equivocan y juzgan que no pudo darse en absoluto que otros tuvieran muchas mujeres a no ser por el ardor del deseo carnal y ansia del sórdido placer. Al no poner el punto de comparación en otros cuya fortaleza de ánimo no pueden comprender en absoluto, sino, como dice el Apóstol, en sí mismos, no llegan a entenderlo119. Ellos, aunque no tengan más que una, no sólo se llegan a ella guiados virilmente por el deber de procrear; con frecuencia, vencidos muellemente, dejan que los arrastre el aguijón del trato carnal. Por lo cual, se imaginan que es verdadera su conjetura de que la misma enfermedad, aunque mayor, cautiva a otros que se sirven de muchas mujeres, al ver que ellos no pueden guardar la templanza con una sola.

Hay que considerar el motivo del que procede una acción

48. Pero nosotros no debemos confiar el juicio sobre las costumbres de los santos varones a quienes no tienen dicha virtud, igual que no permitimos juzgar sobre la exquisitez y salubridad de los alimentos a quienes tienen fiebre, sino que les preparamos la alimentación atendiendo más al sentido de los sanos y al precepto de los médicos que a lo que apetece en su enfermedad. Por tanto, si éstos quieren conseguir la robustez de la pureza, no la falsa y remedada, sino la auténtica y afianzada, den crédito a la Escritura divina, como a un tratado de medicina. Según ella, se ha tributado tan gran honor de santidad a algunos varones, aunque tuvieron muchas mujeres, porque puede darse que el ánimo, señor de la carne, goce de tanto poder de moderación, que no permita que el movimiento del placer genital, ínsito en la naturaleza de los mortales, sobrepase las leyes establecidas con vistas a la generación. De lo contrario, estos, maldicientes acusadores más que jueces veraces, pueden acusar también a los santos apóstoles de haber predicado el evangelio a pueblos tan numerosos, no por el afán de engendrar hijos para la vida eterna, sino por el deseo de la alabanza humana. En efecto, no les faltaba a aquellos padres del evangelio reconocida celebridad en todas las iglesias de Cristo, adquirida en tantas lenguas que los alababan; más aún, era talla que tenían, que a ningún otro hombre deben tributar los hombres mayor honor y gloria.

Esta gloria en la Iglesia apeteció con torcida voluntad el libertino Simón, cuando en su ceguera quiso comprarles con dinero lo que ellos merecieron gratuitamente de la divina gracia120. Se entiende que apetecía esta gloria aquel a quien desautoriza el Señor, cuando quería seguirle, diciéndole: Las zorras tienen su guarida y las aves del cielo sus nidos; pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza121. Veía que, entenebrecido por la simulación engañosa y encaramado por una elevación propia del viento, carecía del lugar de la fe donde él, doctor de la humildad, pudiese reclinar su cabeza, puesto que al seguir a Cristo no buscaba la gracia de él, sino su propia gloria.

Este amor a la gloria había corrompido a aquellos de quienes indica el Apóstol que anunciaban a Cristo por envidia y afán de litigar, no con rectitud de intención. No obstante eso, el Apóstol encuentra gozo en que lo anuncien122. Sabía que puede darse que, a la vez que ellos se mueven por la ambición de la gloria humana, al oírles a ellos nacen los fieles, no de la ambición envidiosa por la que quería equipararse o anteponerse en gloria a los apóstoles, sino por el evangelio que ellos anunciaban, aunque no con rectitud de intención. De este modo, Dios sacaba un bien de su mal. Igual que puede suceder que un hombre no acceda a la unión carnal con la intención de procrear, sino que sea arrastrado a él por la pasión lujuriosa, y, no obstante, nazca el hombre, obra buena de Dios, de la fecundidad del semen, no del vicio torpe.

Cuando sus oyentes se admiraban de su enseñanza, los santos apóstoles no hallaban su gozo en el deseo de obtener alabanza, sino en el amor por el que sembraban la verdad. De idéntica manera, los santos patriarcas yacían con sus mujeres, que acogían su semen, no por el deseo de procurarse placer, sino por el deber de procurarse descendencia. Y por eso ni a aquellos los hacía ambiciosos los muchos pueblos, ni a estos lujuriosos las muchas mujeres. Pero ¿qué puedo decir de varones a quienes la palabra divina otorga un magnífico testimonio, si está suficientemente claro que las mismas mujeres no apetecían otra cosa en la unión carnal que los hijos? En efecto, cuando ellas vieron que no podían en absoluto parir, entregaron sus esclavas a su marido, para que las hicieran madres en la carne, siéndolo ellas mismas por la voluntad.

No existió competición de rameras en torno a Jacob

49. Hay otra acusación sumamente falsa de Fausto, es decir: que cuatro rameras como que competían entre sí por ver quién de ellas se lo llevaba consigo a la cama. Ignoro dónde lo ha leído. Quizá en su corazón, cual libro de nefandos engaños, donde él verdaderamente se prostituía, pero con aquella serpiente, a causa de la cual el Apóstol temía por la Iglesia que deseaba presentar como virgen casta a Cristo, su único esposo, no fuera que como había engañado a Eva con su astucia, así corrompiese también sus mentes apartándolas de la fidelidad a Cristo123. Ellos son amigos de dicha serpiente hasta el punto de creer que, más que dañar, aportó algo. Ella persuadió a Fausto, inoculando en su corazón de adúltero la semilla de la falsedad, a fin de que pariese por su boca inmundísima sus acusaciones mal concebidas y las confiase incluso a la memoria con pluma rebosante de osadía. Ninguna esclava quitó a otra al varón Jacob, ninguna peleó con otra por yacer con él. Al contrario, hubo un orden, porque no había lascivia. Y con tanta mayor firmeza se respetaban los derechos de la potestad conyugal cuanto más castamente se evitaba el ultraje del deseo carnal.

En el hecho de que lo lleve su misma mujer se descubre verdadera mi aserción, y la misma verdad grita en su favor contra los disparates de los maniqueos. ¿Qué necesidad había de que otra se lo llevara, sino porque el orden pedía que a ella entrase él ya como marido? Y nunca se hubiese acercado a otra, si no lo hubiese llevado ella. Ciertamente entraba, cuantas veces convenía, a aquella de la que había engendrado tantos hijos y a la que había obedecido, hasta el punto de procrear también de su esclava, y de la que procreó después sin que lo llevara ella.

Pero entonces tocaba a Raquel el turno de pasar la noche con el marido; ella tenía la potestad que, por boca del Apóstol, no silenció el Nuevo Testamento al decir: De idéntica manera el marido no tiene potestad sobre su cuerpo, sino la mujer. Por tanto, ya había pactado con su hermana; estando en deuda con ella, le entregó a quien era su propio deudor. Así habla el Apóstol al decir: El marido pague el débito a su mujer124. Aquella de quien era deudor el marido, ya había recibido de su hermana lo que había elegido por propia voluntad, para darle lo que tenía en su poder.

Jacob no estaba devorado por la pasión

50. Si aquel a quien Fausto, con ojos cerrados o más bien apagados, acusa de impúdico, hubiese sido esclavo de la pasión y no de la justicia, ¿no se hubiese abrasado durante todo el día pensando en el placer de aquella noche en que iba a yacer con la más hermosa? La amaba más y por ella había pagado dos períodos de siete años de trabajo no remunerado. Por tanto, cuando, una vez concluida la jornada, se encaminaba a dejarse caer en sus brazos, ¿cómo iba a renunciar a ello, si era como piensan los maniqueos, sin entender nada? ¿No habría despreciado el acuerdo a que habían llegado las mujeres, y entrado más bien a la que era su encanto, que le debía aquella noche no sólo por la costumbre conyugal, sino también por tocarle el turno? De ser así, habría recurrido más bien a su potestad como marido, puesto que la mujer no tiene potestad sobre su cuerpo, sino el marido125. El turno de servicio de ellas jugaba a su favor. Habría recurrido a la potestad marital con muchas más posibilidades de victoria, si le hubiese vencido el deseo de belleza. Pero se descubriría que las mujeres eran mejores que él, si ellas contendían por concebir hijos, mientras él lo hacía por el placer de la unión carnal. De esa manera, él, varón de extrema templanza, en cuanto auténtico varón, puesto que usaba de las mujeres tan virilmente que no se sometía, sino que dominaba, al placer carnal, prestó más atención a lo que él debía que a lo que le debían a él, y no quiso abusar de su potestad en beneficio de su propio placer, sino que prefirió pagar el débito a exigirlo.

Era lógico que pagara el débito a la que eligió que lo cobrara en su lugar aquella a quien lo debía. Cuando él descubrió lo acordado y pactado entre ellas, y de forma repentina e inesperada se vio apartado de su hermosísima mujer y entregado a la menos hermosa, no montó en cólera, no se ofuscó con la tristeza, no se volvió muelle hasta la enervación, ni puso empeño por conseguir que fuese más bien Raquel la que le concediese aquella noche. Antes bien, como marido justo y padre providente, al advertir que a ellas les preocupaba el tener descendencia, y como él no buscaba otra cosa con la unión sexual, juzgó que debía someterse a la voluntad de ambas que deseaban hijos cada una para sí, sin que fuese en detrimento de la suya propia para quien parían ellas. Como si dijera: «Repartíos entre vosotras, según os plazca, las cesiones y concesiones, para ver quién de vosotras se convierte en madre. ¿Para qué voy a entrar yo en el contencioso, si voy a ser el padre de la criatura tanto si nace de una como si nace de la otra?»

Dada la agudeza de Fausto, él habría comprendido y alabado esta indiferencia, este refrenar la concupiscencia y apetecer en la unión conyugal únicamente la descendencia humana narrado en aquellos escritos, si la detestable secta no hubiese pervertido su ingenio, si no estuviese a la caza de qué reprochar y no considerase como delito supremo lo único que hace honesto a la unión conyugal por la que los varones y mujeres se unen para procrear hijos.

Método a seguir

51. Ya he defendido el proceder del patriarca y refutado el delito de que le acusa el impío error. Libres ya de esa carga, escudriñemos ahora, en la medida en que podamos, los misterios secretos y llamemos con la piedad de la fe para que el Señor nos revele de qué eran figura esas cuatro mujeres de Jacob, dos de las cuales eran libres y otras dos esclavas. Sabemos que el Apóstol percibió los dos Testamentos en las dos mujeres de Abrahán, una libre y otra esclava126. Pero allí aparece con más claridad puesto que se trata de una y una, mientras que aquí nos encontramos con dos y dos. Además, allí se deshereda al hijo de la esclava, mientras que aquí los hijos de las esclavas reciben la tierra prometida junto con los de las libres. Por esta razón, sin duda alguna se simboliza aquí algo distinto.

Las dos mujeres de Jacob simbolizan dos tipos de vida

52. Considero que las dos mujeres libres de Jacob se entienden referidas al Nuevo Testamento en el que hemos sido llamados a la libertad; pero no en vano se trata de dos. A no ser que nos anuncien —algo que se puede advertir y descubrir en las Escrituras— dos tipos de vida dentro del cuerpo de Cristo: una temporal, en la que nos fatigamos y otra eterna, en la que contemplaremos y gozaremos de Dios. La primera la manifestó el Señor con su pasión, la segunda con su resurrección.

Hasta el nombre de aquellas mujeres nos invita a entenderlo de esa manera. Se dice que Lía se traduce por «que se fatiga», y Raquel, en cambio, por «principio visto» o por «palabra desde la que se ve el principio». Por tanto, nuestro obrar en esta vida humana y mortal, en la que vivimos y por la fe realizamos muchas acciones fatigosas, sin saber a ciencia cierta cómo repercuten para utilidad de aquellos por quienes pretendemos mirar, es Lía, la primera mujer de Jacob. Esa es la razón por laque se menciona que fue débil de ojos, pues: Los pensamientos de los mortales son tímidos e inseguros nuestros planes127. En cambio, la esperanza de la contemplación eterna de Dios, que posee asegurada la comprensión fruitiva de la verdad, es Raquel. Por esa razón se la describe como de buen rostro y de hermosa apariencia. A esta la ama todo pío estudioso y por conseguirla sirve a la gracia de Dios por la que nuestros pecados, aunque sean como escarlata, se volverán blancos como la nieve128.

Labán, a quien sirvió Jacob para conseguir a Raquel129, significa «acción de blanquear». Pues nadie se convierte a servir a la justicia bajo la gracia del perdón de los pecados, a no ser para reposar en la palabra desde la que se ve el principio, que es Dios. En consecuencia, por conseguir a Raquel, no a Lía. En definitiva, ¿quién amará la fatiga de la acción y el sufrimiento en las obras de la justicia? ¿Quién deseará dicha vida por sí misma? Tampoco Jacob amó a Lía, aunque cuando se la presentaron en la noche, en sustitución de otra, le otorgó sus abrazos con vistas a la generación y experimentó su fecundidad. Dado que por sí misma no se la podía amar, el Señor primero hizo que transigiera con ella para conseguir a Raquel y luego la recomendó para lograr hijos. De esta manera, todo siervo de Dios útil, puesto en servicio bajo la gracia de la purificación de sus pecados, ¿qué otra cosa meditó en su vida, qué otra cosa gestó en su corazón, qué otra cosa amó, sino lo que enseña la sabiduría?

Sabiduría que la mayor parte de la gente piensa que la ha de conseguir y recibir tan pronto como se haya ejercitado en los siete preceptos de la ley que se refieren al amor al prójimo, que prohíben dañar a nadie, es decir: Honra a tu padre y a tu madre, no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no dirás falso testimonio, no desearás la mujer de tu prójimo, no desearás los bienes de tu prójimo130. Observados éstos mandamientos en la medida de las propias posibilidades, una vez que el hombre, en lugar de unirse con la apetecida, esperada y hermosísima fruición de la doctrina, lo ha hecho con la fatiga que ha tenido que soportar en las varias pruebas, cual noches de este mundo —igual que de forma inesperada se unió a Lía en vez de a Raquel—, aguanta también a ésta para conseguir aquélla, si persevera en el amor, aceptados los otros siete preceptos. Es como si se le dijera: Sirve otros siete años para conseguir a Raquel, o, lo que es lo mismo, se le manda que sea pobre de espíritu, manso, que llore, que sienta hambre y sed de justicia, que sea misericordioso, limpio de corazón y agente de paz131.

Si fuera posible, el hombre querría llegar a ese instante sin soportar la fatiga de la acción y el sufrimiento que es preciso abrazar, a los goces de la hermosa y plena sabiduría. Pero no es posible en la tierra de los que mueren. Esto parece estar indicado en lo que se dijo a Jacob: No es costumbre en nuestra tierra que se case la menor antes que la mayor132, puesto que no es incoherente llamar mayor a la anterior. Ahora bien, en la recta educación del hombre, la fatiga de obrar lo justo precede al placer de comprender lo verdadero.

El orden establecido: por la virtud a la sabiduría

53. A esto se aplica lo que está escrito: Puesto que deseaste la sabiduría, guarda los mandamientos y el Señor te la otorgará. Se trata de los mandamientos que conciernen la justicia. Justicia, a su vez, que procede de la fe, que se mueve entre incertidumbres en medio de las pruebas, a fin de que, creyendo piadosamente lo que aún no entiende, logre merecer alcanzarla. La misma fuerza que tiene lo que acabo de mencionar que está escrito, a saber: Puesto que deseaste la sabiduría, guarda los mandamientos y el Señor te la otorgará133, pienso que la tiene también esto otro: Si no creéis, no entenderéis134, para mostrar que la justicia se refiere a la fe y la comprensión a la sabiduría.

Por tanto, no hay que desaprobar el afán de quienes arden en un deseo enorme de la verdad clara, pero hay que exigirles que respeten el orden, es decir, que comiencen por la fe y se esfuercen por llegar con las buenas costumbres allí adonde tienden. En lo mismo en que está ocupada vemos la virtud afanosa; mas en aquello a lo que tiende vemos la sabiduría luminosa. «¿Qué necesidad hay, dice, de creer lo que no se me muestra claro? Profiere alguna palabra que me permita ver el principio de todas las cosas, pues es sobre todo y en primer lugar en él donde se inflama el alma racional que se afana por la verdad». A ese hay que responderle: Lo que deseas es hermoso, y muy digno de amor, pero primero contrae matrimonio Lía y luego Raquel. Ese ardor sirve para no rechazar, antes bien tolerar ese orden, sin el que no puede llegarse a lo que se ama con tan gran ardor. Cuando se haya llegado, en este mundo se poseerá a la vez tanto la hermosa comprensión, como la afanosa justicia. Por muy penetrante y auténtica que sea la visión del bien inmutable por parte de los mortales, todavía el cuerpo corruptible agobia al alma y la morada terrena abruma al espíritu que piensa en muchas cosas135. Hay que tender a una única cosa, mas para conseguirla hay que soportar muchas otras.

Una es amada, la otra tolerada

54. Dos son las mujeres libres de Jacob; ambas son hijas del perdón de los pecados, esto es de la acción de blanquear, señalada en el nombre de Labán. A una se la ama, a la otra se la tolera. Pero la tolerada es la que primero queda fecundada y la más fértil, de manera que, si no se la ama por sí misma, sí por sus hijos. La fatiga de los justos da el máximo fruto en aquellos a los que engendran para el reino de Dios anunciando el evangelio entre muchas pruebas y tribulaciones. A aquellos por quienes se hallan en mayores fatigas, en excesivas calamidades y con frecuencia en medio de muerte136, y por quienes tienen fuera luchas, dentro temores137, los llaman su gozo y su corona138. Les nacen con más facilidad y en mayor número de aquel discurso de fe con que anuncian a Cristo crucificado139 y los aspectos de su condición humana que antes capta el pensamiento humano y no perturban ni siquiera los ojos débiles de Lía.

Raquel, en cambio, sube hasta Dios con la mirada clara de su mente140 y ve en el principio la Palabra que es Dios junto a Dios141; quiere parir y no puede, puesto que ¿quién podrá narrar su nacimiento? La vida que se ocupa y afana en la contemplación a fin de ver por la inteligencia, con los ojos robustos de la mente, mediante las cosas creadas, las realidades no perceptibles por los sentidos, y otear de forma inefable el poder y divinidad sempiternos de Dios142, quiere desentenderse de toda ocupación y, en consecuencia, se vuelve estéril. Aspirando, pues, al ocio en que se encienden los anhelos de contemplación, no se condesciende con la debilidad de los hombres que desean se les socorra en sus distintas aflicciones. Mas, como también está en llamas por el deseo mismo de procrear —pues desea enseñar lo que conoce y no caminar con la envidia que consume—143, ve a su hermana que abunda en hijos en medio de la fatiga de la acción y del sufrimiento, y se duele de que los hombres prefieran correr a aquella virtualidad que atiende a sus debilidades y necesidades antes que a la otra en la que se aprende algo divino e inmutable. Este dolor queda expresado en las palabras: y Raquel sintió celos de su hermana144.

La comprensión neta y límpida de aquella sustancia que no es corporal y que, en consecuencia, no se refiere al sentido de la carne, no puede expresarse con palabras proferidas a través de ella. Por ello, la doctrina de la sabiduría elige insinuar las realidades divinas que de alguna manera se pueden captar mediante ciertas imágenes y semejanzas corpóreas, antes que cesar en el oficio de enseñarlas, de la misma manera que Raquel eligió procurarse hijos de su marido y de su esclava antes que quedar absolutamente sin ellos.

Se dice que Bala, la esclava de Raquel, significa «antigua». A partir de la antigua vida, entregada a los sentidos de la carne, se captan las imágenes corpóreas, incluso cuando se oye algo acerca de la sustancia espiritual e inmutable de la divinidad.

Bienvenidos los hijos de la esclava

55. También Lía, encendida en el deseo de una prole más numerosa, recibe hijos de su esclava. Descubrimos que Zelfa, su esclava, significa «boca que va». Por lo cual, se entienden figurados en la esclava de Lía aquellos que descubrimos en las Escrituras, cuya boca, pero no su corazón, va a anunciar la fe evangélica. De algunos está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí145. A los tales dice el Apóstol: Tú que dices que no hay que robar, robas; tú que predicas que no hay que cometer adulterio, lo cometes146. Con todo, a fin de que también por medio de esta esclava a perpetuidad reciba hijos herederos del reino aquella mujer de Jacob, libre pero afanosa, dice el Señor: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen147. Por lo cual, la Vida Apostólica, agobiado por la fatiga de las cadenas, dice: Con tal que se anuncie a Cristo, sea por oportunidad, sea en verdad, me gozo y me gozaré148, como alegrándose del aumento de la prole al haber parido también la esclava.

Necesidad de la buena fama: la mandrágora

56. Hay cierto hijo de Lía, nacido por concesión de Raquel, cuando, tras recibir los frutos de la mandrágora del hijo de Lía, permitió que su marido, que le tocaba dormir con ella aquella noche, se acostase con su hermana. No se me oculta que algunos creen que esa fruta, tomada como alimento, otorga la fecundidad a las mujeres estériles, y piensan que por el deseo de parir insistió tanto Raquel en recibirla del hijo de su hermana. Cosa que yo no pensaría, ni aún en el caso de que hubiese concebido entonces. Mas, como el Señor sólo le otorgó el regalo de la prole tras otros dos partos de Lía a partir de aquella noche, no hay motivo para atribuir a la mandrágora un efecto que no hemos experimentado en ninguna mujer.

Diré, pues, lo que pienso; otros más sabios dirán quizá cosas más acertadas. Cuando vi con mis ojos esa fruta y, pensando en este texto de la Lectura Sagrada, me alegré de haber topado con él —pues es algo raro—, examiné con esmero, en cuanto pude, su naturaleza, recurriendo no a alguna ciencia que va más allá de lo que suelen percibir los sentidos y que enseña los efectos de las raíces y las virtudes de las hierbas, sino a lo que a mí y a cualquier hombre me indicaba la vista, el olfato y el gusto. Descubrí que era hermosa, de suave olor, pero insípida. En consecuencia, confieso que desconozco por qué aquella mujer la deseaba tanto, a no ser por tratarse de un fruto raro o por lo agradable de su olor.

Ahora bien, ¿por qué no quiso silenciar este dato la Sagrada Escritura que ciertamente no se preocuparía de presentarnos como algo de importancia tales caprichos de unas mujercillas, si no nos exhortase a descubrir algo grande en ellos? Soy incapaz de conjeturar otra cosa que lo que me sugiere aquel sentido común, es decir, que el fruto de la mandrágora simboliza la buena fama. No aquella que se otorga cuando alaban a un hombre unos pocos justos y sabios, sino la fama popular, por la que se logra que el conocimiento de uno llegue a más personas y con mejor predicamento. Fama que no se ha de apetecer por sí misma, pero que es sumamente necesaria a la solicitud con que los buenos miran por el género humano. Por eso dice el Apóstol: Es también necesario que tenga buena fama entre los de fuera149, los cuales, aunque entiendan poco, con muchísima frecuencia devuelven a la fatiga de aquellos que miran por ellos el esplendor de la alabanza y el olor del buen predicamento.

Los primeros en alcanzar en la Iglesia esa celebridad popular son, únicamente, quienes viven en medio de los peligros y la fatiga de la acción. Por eso el hijo de Lía halló el fruto de la mandrágora al salir al campo, es decir, cuando caminaba honestamente hacia aquellos que están fuera. En cambio, la doctrina de la sabiduría a la que, muy alejada del estrépito de las masas, su dulce disfrute ancla en la contemplación de la verdad, no conseguirá esta celebridad popular, sea la que sea, más que en quienes presiden actuando en medio de las masas y persuadiendo a los pueblos, mas no para presidir por presidir, sino para ser de provecho. En efecto, cuando estos hombres activos, ministros de la Iglesia, por quienes se administra lo que es útil a la multitud, y cuya autoridad es apreciada entre los pueblos, dan testimonio también a esa vida por su afán de conquistar y contemplar desde el ocio la verdad, en cierto modo llega a Raquel por medio de Lía el fruto de la mandrágora.

A su vez, a Lía llega por su hijo primogénito, esto es, por el honor que le reporta su fecundidad, en la que se halla todo el fruto de un obrar laborioso y periclitante en medio de la incertidumbre de las pruebas. Acción que evitan con muchísima frecuencia hombres dotados de buen ingenio y ansiosos del estudio, aunque puedan ser las personas idóneas para gobernar a los pueblos, pensando en las turbulentas ocupaciones, y dirigen su más cordial abrazo al ocio de la contemplación como si fuera la hermosa Raquel.

En qué casos merece el reconocimiento popular la vida contemplativa

57. Es un bien que también esta vida, dándose más a conocer, merezca el reconocimiento popular; pero a la vez es injusto que la consiga reteniendo en el ocio a quien la ama, si es hombre capaz de administrar los asuntos eclesiásticos y no se entrega al gobierno de lo que es utilidad común. Por eso dice Lía a su hermana: ¿Te parece poco haberme quitado el marido, y quieres coger además las mandrágoras de mi hijo?150

Al referirse al único marido quería prefigurar a cuantos, siendo hábiles para la acción y dignos de que se les confíe el gobierno de la Iglesia para dispensar el sacramento de la fe, encendidos por el afán de ocuparse de la doctrina y de indagar y contemplar la sabiduría, quieren retirarse de todas las molestias y ocuparse en el ocio del estudio y de la enseñanza. Por eso se dijo: ¿Te parece poco haberme quitado el marido, y quieres coger además las mandrágoras de mi hijo? Es como si le hubiera dicho: «¿Te parece poco que la vida de estudio retiene en el ocio a los hombres necesarios para la tarea de gestionar los asuntos, y busca además la gloria popular?»

Necesidad de darse a la tarea apostólica

58. Por tanto, para agenciársela justamente, Raquel otorga su marido a su hermana para aquella noche. Esto es, a fin de que quienes, por su actividad laboriosa, están capacitados para el gobierno de los pueblos, aunque hubieran elegido dedicarse a la ciencia, acepten experimentar las pruebas y el peso de las preocupaciones por la utilidad común. Todo ello, para evitar que sea criticada la misma enseñanza de la sabiduría a la que decidieron dedicarse y que no consiga ante las masas más ignorantes la buena fama, simbolizada en aquellos frutos, y cuanto sea necesario para estimular a los oyentes.

Pero se les fuerza a aceptar esa tarea. Esto queda suficientemente señalado en el hecho de que, al venir Jacob del campo, le sale al encuentro Lía, le retiene y le dice: Entrarás a mí; te he alquilado a cambio de unas mandrágoras de mi hijo151, como si le dijera: «¿Quieres otorgar un buen predicamento a la enseñanza que amas? No rehúyas la labor ministerial». Que esto acontece en la Iglesia, lo ve quien presta atención. La experiencia nos muestra lo que advertimos en los libros. ¿Quién no ve que esto acontece en todo el orbe de la tierra? ¿Quién no ve que vienen todos de las obras del siglo y pasan al ocio de conocer y contemplar la verdad como al abrazo de Raquel, y que, de repente, les arrastran las necesidades de la Iglesia y les disponen al trabajo como si le dijera Lía: Entrarás a mí? Gracias a quienes dispensan castamente el misterio de Dios, para engendrar hijos a la fe en la noche de este mundo, los pueblos alaban también aquella vida por cuyo amor, una vez convertidos, abandonaron la esperanza mundana, y por profesar la cual fueron tomados para la tarea misericordiosa de gobernar al pueblo. Con todos sus esfuerzos logran que la profesión a la que se habían convertido alcance una gloria más extensa y más reconocida, precisamente por haber dado tales gobernantes a los pueblos, cual Jacob que no negó la noche a Lía, para que Raquel se adueñase de aquellos frutos de suave olor y tan relucientes. Profesión que a veces también ella pare por sí misma gracias a la misericordia de Dios, aunque a duras penas en verdad, porque es muy raro percibir, aunque sea parcialmente, de forma saludable y sin el espectro del pensamiento carnal, que en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios152 y todo lo que sobre esto afirma la piedad y la sabiduría.

Sólo buscó la defensa de los patriarcas no entrar en su profundidad profética

59. Baste lo dicho sobre los tres padres, Abrahán, Isaac y Jacob. En respuesta a las acusaciones de Fausto, el Dios al que tributa culto la Iglesia católica quiso que en su nombre entrara la referencia a ellos. No es este el momento de disertar sobre sus méritos, piedad y altura profética, muy alejada del juicio de los hombres carnales. En esta nuestra obra sólo era preciso defenderlos de los delitos con que los golpeó la lengua maldiciente y enemiga de la verdad, para que no crean que dicen algo contra las sagradas y salutíferas Escrituras quienes las leen con mente extraviada y de antagonista, cuando atacan con insolentes insultos a quienes son presentados en ellas con tan grande honor.

Los pecados de los hombres que narra no afectan a la verdad de la Escritura

60. Por lo demás, Lot, hermano, es decir, consanguíneo de Abrahán, nunca hay que compararlo con aquellos de quienes dice Dios: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob153. Tampoco hay que contarlo en el número de aquellos de quienes la Escritura da testimonio hasta el final de su justicia, aunque haya vivido piadosa y castamente en medio de los Sodomitas, haya sido liberado del incendio de aquella tierra, recomendado por los méritos de su hospitalidad y sus descendientes hayan recibido, por don de Dios, la tierra prometida, en atención a Abrahán que era su tío paterno154. Son estos méritos los que aquellos libros alaban, no su embriaguez ni su incesto155. Como hallamos escrito con referencia a un único hombre una acción buena y otra pecaminosa, una se nos propone para que la imitemos y la otra para que nos guardemos de ella.

Además, el pecado de Lot, cuya justicia anterior al pecado está claramente testimoniada156, no sólo no desvirtúa la divinidad de Dios ni la verdad de aquella Escritura, sino que la recomienda como objeto de alabanza y amor porque, como el bruñido de un espejo fiel, refleja no sólo la hermosura e integridad de las personas que se le acercan, sino también sus deformidades y defectos. ¡Cuánto menos aporta razones para inculpar a la autoridad sagrada la acción de Judá, que yació con su nuera!157 Autoridad que, sólidamente apoyada en aquellos libros, desprecian con el derecho divino no sólo las acusadoras argucias de los poquísimos maniqueos, sino también las horrendas enemistades de tantos y tan grandes pueblos gentiles, a los que ya sometió casi en su totalidad al culto del único Dios verdadero, apartándolos de la nefasta superstición de los ídolos, una vez llegado el imperio cristiano, y desbravado el orbe de la tierra no con la violencia de la guerra, sino con el poder invicto de la verdad. ¿En qué lugar alaban aquellos escritos a Judá? ¿Qué acción buena suya atestigua aquella Escritura, si prescindimos de que, profetizando a Cristo que se anunciaba que iba a venir en carne procediendo de su linaje, destacó entre los demás, recomendado por la bendición de su padre?158

El caso de la nuera de Judá

61. Al incesto mencionado por Fausto, nosotros añadimos algo más: que vendió a su hermano José a unos egipcios159. ¿Acaso los miembros torcidos de alguien depravan la luz que todo lo saca a relucir? De idéntica manera, tampoco hacen mala la Escritura las malas acciones de alguien, que, al revelarlas ella, llegan a conocimiento de los lectores.

Así, pues, consultada aquella ley eterna que manda respetar el orden natural y prohíbe alterarlo, ella estableció que el hombre sólo ha de servirse de la unión carnal con fines de procreación, y ello únicamente dentro de matrimonio regulado por la sociedad que no destruya el vínculo de la paz. La ley divina y eterna condena la prostitución de las mujeres, puestas no para reponer la prole, sino para saciar la pasión. La torpeza que se compra deshonra a todo el que la compra. Aunque el pecado de Judá hubiese sido más grave, si hubiera querido acostarse con su nuera sabiendo quién era —si como dice el Señor, el varón y la mujer ya no son dos, sino una sola carne160, la nuera ha de ser considerada como una hija—, no hay duda de que en su intención yació vergonzosamente con una meretriz. Ella, en cambio, al engañar a su suegro, no pecó por pasión carnal ni porque apeteciera la paga que se daba a una meretriz; antes bien, buscando descendencia de la misma sangre de la que no había podido obtenerla tras haberse casado ya con dos hermanos y habiéndosele denegado el tercero, mediante un engaño entregó su cuerpo al padre de ellos, su propio suegro, para que lo fecundara, recibiendo la paga por su favor, con la que se quedó no para enjoyarse, sino para que le sirviera de prueba.

¡Mejor le hubiera sido quedar sin hijos que convertirse en madre sin el derecho del matrimonio! Al proveer a sus hijos de un padre en la persona su suegro, pecó sí, pero muy lejos de desearlo para sí como adúltero.

Finalmente, cuando por orden suya era conducida a la muerte y presentó el bastón, el collar y el anillo, afirmando que su embarazo procedía del dueño de aquellos regalos, tan pronto como él reconoció lo que le había regalado, respondió que ella estaba más justificada que él, pues no había querido unirla a su hijo dándoselo por marido, y ella impulsada por ese abandono, prefirió buscarse descendencia de esa manera antes que cruzarse de brazos, y precisamente del mismo linaje, no de otro. Con sus palabras no la declaró justificada sin más, pero sí más justificada que él. Tampoco la alabó, pero la antepuso a sí mismo con quien la comparó, es decir, culpando menos el deseo de tener descendencia, llevada por el cual ella se había entregado, disfrazada, a su suegro, que el ardor lascivo de la unión carnal, vencido por el cual había entrado él a ella, como si fuera una prostituta. Es lo mismo que cuando se dice a algunos: «Habéis justificado a Sodoma»161, esto es, habéis pecado tanto que, comparada con vosotros, Sodoma nos parece justa. Aunque, incluso si se entendiera que su suegro la alabó de forma absoluta y no sólo rebajó su culpabilidad comparando su acción con otra peor, ¿qué tiene de extraño que un pecador alabe a una pecadora? En efecto, consultada aquella ley eterna de justicia que prohíbe alterar el orden natural, no sólo de los cuerpos, sino sobre todo y en primer lugar de las almas, se descubre que es culpable justamente por no respetar el orden social en la procreación de los hijos.

El que la Escritura narre algo, no implica su aprobación

62. Fausto, o el mismo extravío maniqueo, piensa que lo dicho va contra nosotros, como si tuviéramos necesidad de incluir dentro de la veneración y merecido elogio de aquella Escritura la aprobación de los vicios que ella refiere. La necesidad que nos sobreviene es otra: cuanto más devotamente la aceptamos, con tanta mayor confianza acusamos aquellas cosas de que su verdad nos da mayor garantía de que las tenemos que reprobar. En ella se condena, por derecho divino, la fornicación y todo trato carnal ilícito162; por lo cual, al mencionar tales acciones llevadas a cabo por algunas personas, sin emitir en ese momento juicio sobre ellas, nos permite que emitamos nosotros nuestros juicio, pero no nos manda alabarlas. ¿Quién de nosotros no detesta en el mismo evangelio la crueldad de Herodes, cuando, preocupado por el nacimiento de Cristo, mandó matar a tantos niños?163 Con todo, allí no se vitupera dicha acción, únicamente se la narra. Mas para que los maniqueos con su loca desvergüenza no se amparen en que es falso, dado que niegan incluso el mismo nacimiento de Cristo que turbó a Herodes, lean cómo allí no se vitupera, sino que sólo se narra la crueldad y ceguera de los judíos, que, sin embargo, todos detestan.

Judá es contado entre los patriarcas como Judas entre los apóstoles

63. «Pero, dicen ellos, a ese Judá que yació con su nuera se le cuenta entre los patriarcas»164. ¿Y qué? ¿Acaso no se cuenta entre los doce apóstoles a Judas, el que entregó al Señor? ¿No fue enviado con ellos, cual diablo, a predicar el evangelio?165 Aún replican: «El, después de cometer crimen tan grande, se ahorcó y fue excluido del número de los apóstoles166; en cambio aquél, después de cometer tal torpeza, recibió la bendición más importante entre sus hermanos y fue alabado sobre todos ellos por el padre en favor de quien Dios da un testimonio tan grande»167. De aquí resulta con mayor claridad que aquel texto profético no se refiere a él mismo, sino a Cristo que se anunciaba que había de venir en la carne de su misma tribu. Razón de más por la que la Escritura no lo debió silenciar, como no lo silenció de hecho, para que, dado que no se le reconoce a él en ellas, se busque a otro en las palabras de su padre con que tanto le alaba después de aquella acción deshonrosa.

Intención oculta de Fausto

64. Se entiende que Fausto quiso morder con su diente maldiciente nuestro anuncio de que Cristo vino de la tribu de Judá; sobre todo teniendo en cuenta que en las genealogías de sus antepasados que menciona el evangelista Mateo se halla también Zara, a la que engendró la misma Tamar concibiéndola de él168. Si quisiera recriminar la estirpe de Jacob y no la generación de Cristo, tenía al primer hijo de Jacob, Rubén, que violó con criminal lascivia el lecho de su padre169, acción que el Apóstol no recuerda haber oído entre los gentiles170. Acción, a su vez, que su mismo padre, Jacob, no calló al bendecirlos, dejando caer la acusación sobre su cabeza y detestándola171.

Fausto podía haber elegido como objeto de su reproche este delito, del que está ausente el error originado por la vestimenta de meretriz, y se trata de una violación plenamente intencionada del lecho paterno. Pero él odiaba a la misma Tamar porque en su unión carnal era más fuerte el deseo del parto que el ardor producido por la lascivia del placer carnal. Acusando a los progenitores de Cristo, quería derogar la fe en su encarnación, ignorando el miserable que el verísimo y veracísimo Salvador se constituyó maestro no sólo con su palabra, sino también con su nacimiento. Sus fieles, que habían de proceder de todos los pueblos, debieron aprender hasta con el ejemplo de su carne que a ellos no les podían dañar las maldades de sus padres. Por lo cual, acomodándose a sus invitados, aquel esposo que iba a llamar a la boda a buenos y malos172, quiso nacer también de buenos y malos, a fin de confirmar que la profecía de la pascua, por la que se mandó comer un cordero tomado de entre las ovejas y las cabras173 como de entre los buenos y malos, le había precedido para figurarle a él. Conservando siempre las pruebas de que era Dios y hombre, no desdeñó tener antepasados buenos y malos para adecuarse a la condición de hombre, y, a la vez, eligió nacer de una virgen como milagro probante su divinidad.

La Escritura narra acciones reprobables de personas dignas de elogio, y acciones elogiosas de personas reprobables

65. En vano acusa Fausto a la Sagrada Escritura, que todo el mundo venera con razón. Su diente sacrílego se lo clava a sí mismo. Como dije antes, igual que el bruñido de un espejo fiel, la Escritura no acepta adular a nadie, sino que o juzga ella misma o propone para que las juzguen los lectores las acciones laudables o vituperables de los hombres. Y no se limita a señalar sólo a los hombres que merecen el reproche o la alabanza; llega hasta no silenciar acciones elogiosas de personas reprobables, o acciones reprobables de personas dignas de elogio.

No porque Saúl fuese un hombre digno de reproche, ya deja de ser laudable el que, tras investigar con diligencia quien había probado la miel de la maldición, intentó castigarlo con toda severidad, obedeciendo a Dios que había prohibido que se hiciera174, o el que eliminara de su reino a los nigromantes y adivinos175. O, al contrario, porque David fuese merecedor de alabanza, ya han de ser aprobados o alabados los pecados que Dios le reprocha por medio del profeta176. De idéntica manera, tampoco hay que reprochar a Pilato el haber juzgado inocente al Señor frente a las acusaciones de los judíos, ni alabar a Pedro por haber negado tres veces al mismo Señor177, ni por las palabras que dieron origen a que el Señor le llamase Satanás178, porque, como sus pensamientos no eran los de Dios, quiso apartarle de la pasión, es decir, de nuestra salvación. En el mismo pasaje en que se le proclamó bienaventurado se le llamó poco después Satanás. Pero su condición de apóstol y la corona del martirio son testimonio de sus logros.

El caso de David

66. En ella leemos tanto los pecados de David como las obras buenas que realizó. Está suficientemente claro en qué radicaba su fuerza o a qué se debían sus victorias. Claro, no a la ceguera malintencionada con que Fausto se abalanza contra los libros y varones santos, sino a la sabiduría piadosa, gracias a la cual se pueden juzgar y discernir la autoridad divina y los méritos de los hombres.

Lean dichos libros y vean que Dios reprochó a David179 más cosas que el mismo Fausto. Pero allí se halla asimismo el sacrificio de la penitencia. Allí la incomparable mansedumbre, incluso hacia un enemigo sumamente cruel y atroz, a quien, cuantas veces cayó en sus poderosísimas manos, tantas veces le dejó marchar ileso de sus manos piadosísimas180. Allí la memorable humildad bajo los azotes de Dios y la cerviz regia tan sumisa al yugo del Señor. Armado él y en compañía de su escolta armada, soportó con gran paciencia amargos insultos de boca de su enemigo; detuvo con extrema modestia a quien le acompañaba que, encendido de ira por lo que había tenido que oír su rey, estaba ya a punto de poner su diestra vengadora sobre la cabeza de quien le injuriaba, añadiendo a su mandato regio el peso del temor de Dios y afirmando que aquello era la recompensa de sus méritos de parte del juicio supremo de Dios, que era quien había enviado dicho vejador para lanzar contra él tales afrentas181. Allí el gran afecto pastoral hacia la grey a él confiada, hasta el punto de querer morir por ellos, cuando plugo a Dios castigar su pecado de orgullo al censar al pueblo, de tal modo que, haciendo que murieran muchos, redujo dicho número cuya magnitud provocó que la soberbia tentara al corazón del rey. Por dicho juicio oculto, Dios, en quien no hay maldad182, sustrajo a esta vida a los que sabía que eran indignos de ella, y a la vez, rebajando el número, sanó en él, que se había engreído con la abundancia de hombres, el tumor del alma humana. Allí el temor tan religioso de Dios guardaba el misterio de Cristo en la santa unción para que su corazón temblase con piadosa solicitud cuando cortó a escondidas una pequeña porción del vestido del mismo Saúl para tener con que demostrarle que no había querido matarle aunque había podido hacerlo. Allí tan sabio con los hijos y dotado de tanta clemencia que, aunque no lloró la muerte del niño inocente, por quien, cuando estaba enfermo, había suplicado al Señor, abatido en medio de muchas lágrimas y vestido con andrajos que indicaban su humildad, él mismo quería conservar con vida y lloraba muerto al joven hijo, abatido por su furor parricida, quien hasta había deshonrado el lecho de su padre con estupros nefandos y mantenía una guerra cruel contra él. Preveía los castigos eternos que esperaban a su alma envuelta en delitos tan atroces, para librarse de los cuales deseaba que viviese, a fin de que se corregirse por la penitencia y la humildad183. Estas y otras muchas acciones dignas de alabanza y de imitación se hallan en aquel santo varón, si no se examina con ánimo torcido la Escritura que habla de él, y sobre todo si seguimos con mente sumisa, piadosa y plenamente fiel la sentencia de Dios que conocía lo oculto de su corazón. Agradó tanto en la presencia de aquel que no puede engañarse, que hasta le propuso a sus hijos como objeto de imitación.

Dios ve el corazón que no ve el hombre

67. ¿Qué otra cosa, sino la intimidad de su corazón, veía el Espíritu de Dios cuando, corregido David por el profeta, dijo He pecado, y al instante, como respuesta a estas dos palabras, mereció oír que había recibido el perdón? Perdón ¿con vistas a qué, sino a la vida eterna? En efecto, de acuerdo con la amenaza de Dios, tampoco se le eximió del azote paterno, a fin de que su confesión lo liberase para siempre y su aflicción lo probase temporalmente. Y no fue mediocre el vigor de su fe, o pequeño indicio de un alma mansa y obediente, el que, tras oír de boca del profeta que Dios le había perdonado y ver que a continuación le estaban ocurriendo aquellas cosas con que Dios le había amenazado, no dijese que había sido engañado por la mentira del profeta ni murmurase contra Dios, que había anunciado un falso perdón para sus pecados. Aquel varón santo, que elevaba su alma, pero no contra Dios, sino hacia Dios, comprendía las penas eternas que merecían sus pecados, si el Señor no era propicio a quien los confesaba y se arrepentía. Cuando se le aplicaban correctivos corporales, él advertía a la vez el perdón y la medicina.

¿Por qué Saúl, a pesar de haber dicho también él, cuando le corrigió Samuel, He pecado184, no mereció oír lo que David, es decir, que el Señor le había perdonado? ¿Hay acaso acepción de personas en Dios? De ningún modo185. Pero bajo las palabras idénticas que percibía el sentido humano, se escondía un corazón diferente que discernía la mirada divina. ¿Qué se nos enseña con tales ejemplos, sino que el reino de Dios está dentro de nosotros186 y que debemos adorar a Dios desde nuestra intimidad, a fin de que la boca hable de la abundancia del corazón187, para que los pueblos no le honren con los labios, mientras el corazón está muy lejos de él?188 Nos enseña también que no debemos emitir sobre los hombres, cuya intimidad no podemos ver, un juicio diverso del de Dios, que sí puede verla y que no puede engañarse ni sufrir corrupción. Dado que esa clarísima afirmación sobre David se halla contenida dentro de la sublime autoridad de la divina Escritura, ha de provocar una gran risotada o, mejor, dolor, la temeridad humana que piensa diversamente. Así, pues, hay que dar fe en lo que dicen sobre los varones antiguos, a esos libros divinos que predijeron con tanta antelación que había de suceder lo que ahora vemos realizado.

También en el Evangelio: la confesión de Pedro y la de los demonios

68. ¿Qué otra cosa aprendemos en el Evangelio cuando oímos las palabras de Pedro que confiesa a Cristo como Hijo de Dios?189 Sus palabras son semejantes a las de los demonios, pero muy distinto el corazón de quienes las pronuncian190. En palabras idénticas se alaba la fe de Pedro y se reprime la impureza de los demonios. ¿Quién hace lo uno y lo otro, sino aquel que, no con su oído humano, sino con su mente divina, sabe mirar y distinguir sin engaño alguno la raíz de dichas palabras? ¡Cuántos otros hombres afirman también que Cristo es el Hijo de Dios vivo sin que se les pueda comparar en méritos con Pedro! No sólo aquellos que en aquel día dirán: Señor, Señor, pero oirán: Alejaos de mí191, sino también los que serán colocados a la derecha192, muchos de los cuales no negaron ni una vez a Cristo, ni desaprobaron que padeciera por nuestra salvación, ni obligaron a judaizar a los gentiles193, y sin embargo aparecerán como desiguales a Pedro, que hizo todo esto, que está sentado en los doce tronos y que juzga no sólo a las doce tribus, sino incluso a los ángeles.

De igual manera, muchos que no desearon la mujer de nadie, ni persiguieron hasta la muerte al marido de la deseada, no pueden tener ante Dios el mismo mérito de David, a pesar de haber hecho él todo eso. Tan grande es la diferencia entre lo que a uno desagrada en sí mismo, para extirparlo de raíz, y lo que, en su lugar, brota fértil y ubérrimo gracias a su enorme feracidad, pues a los agricultores les agradan más los campos que, una vez erradicadas las zarzas, por grandes que sean, producen centeno, que aquellos otros que nunca produjeron zarzas pero apenas llegan a dar el treinta por uno.

Sobre Moisés creemos a Dios antes que a Fausto

69. Pasemos ahora a Moisés, siervo fidelísimo de Dios en toda su casa, ministro de la ley santa y del mandamiento santo, justo y bueno, al que da testimonio el Apóstol194 —de él son, en efecto, las palabras que mencioné—; ministro también de los misterios, no de los que otorgan ya la salud, sino de los que aún prometían al Salvador —realidad que confirma el mismo Salvador al decir: Si creyerais a Moisés me crearíais también a mí, pues él escribió de mí195— sobre lo que en su momento diserté cuanto me pareció oportuno, contra las desvergonzadas acusaciones de los maniqueos.

Lejos de nosotros valorar a Moisés, varón de tal categoría y magnitud, por las palabras que salen de la boca maldiciente de Fausto; a este Moisés, siervo del Dios vivo, del Dios verdadero, del Dios supremo, del autor del cielo y de la tierra, no de materia ajena sino de la nada, no porque le forzase necesidad alguna sino porque rebosaba de bondad; a este Moisés, repito, humilde al rehusar tan gran ministerio196, sumiso al aceptarlo, fiel al mantenerlo, valiente al ejercerlo, vigilante en el gobierno de su pueblo, enérgico en la corrección, ardiente en el amor y paciente en la tolerancia, quien, en favor de aquellos a cuyo frente estaba, hizo de mediador con Dios cuando estaba propicio y se puso delante de él cuando estaba airado. Al contrario, lo valoramos por las palabras del Dios verídico que conoce verazmente al hombre criatura suya, puesto que incluso reconoce como juez en quienes no los confiesan y en quienes los confiesan perdona como padre, los pecados de los hombres de los que él no es autor. Por la palabra de Dios amamos, admiramos y en cuanto podemos imitamos a su siervo Moisés, a pesar de serle muy inferiores en méritos, no obstante que no hemos dado muerte o expoliado a ningún egipcio, no hemos hecho guerra alguna, cosas que él hizo. La primera en cuanto defensor de lo que iba a suceder después, y la segunda por mandato de Dios.

Tierra feraz que necesita cultivo

70. Paso por alto, de momento, el hecho de que cuando hirió al egipcio197, aunque no se lo había ordenado, Dios le permitió hacerlo en su condición de profeta para prefigurar algo futuro, de lo que ahora no me ocupo. Me ocupo de tales hechos prescindiendo de su carácter figurativo. Consultada la ley eterna, descubro que al no poseer potestad jerárquica no debió dar muerte a aquel hombre, aunque fuese ultrajante y malvado. Con todo, las almas capacitadas y fértiles en lo que a la virtud se refiere, con frecuencia caen antes en vicios, mediante los cuales indican la virtud que les es más connatural, en el caso de que se la cultive con los preceptos. También los agricultores cuando ven que una tierra produce abundante, aunque inútil maleza, la juzgan apta para los cereales; donde ven helechos, aunque sepan que tienen que arrancarlos, entienden que es el terreno adecuado para vigorosos viñedos; donde ven un monte repleto de olivos silvestres, no dudan de que, con el oportuno cultivo, es adecuado para el olivo. De igual manera aquel impulso anímico por el que Moisés, aunque sin la potestad jerárquica debida, no soportó que quedara sin venganza el hermano extranjero que sufrió la afrenta del ciudadano malvado, no era inútil mirando al fruto de las virtudes, sino que, aún sin cultivar, presentaba signos viciosos ciertamente, pero signos de una gran fertilidad. Finalmente, con palabras divinas proferidas por medio de su ángel, llamó en el monte Sinaí a Moisés, por quien liberaría de Egipto al pueblo de Israel, y con el prodigio de ver la zarza que ardía, pero no se consumía, y la palabra del Señor le preparó para el fruto de la obediencia198.

El mismo llamó desde el cielo, derribó, levantó, llenó, como si le hubiera cavado, podado, injertado y fecundado a Saulo cuando perseguía a la Iglesia199. El ensañamiento de Pablo cuando, émulo de las tradiciones paternas, perseguía a la Iglesia200, creyendo prestar un servicio a Dios, era como una planta silvestre, pero indicio de gran feracidad.

En este mismo contexto se ubica la acción de Pedro, quien, queriendo defender al Señor, desenvainó la espada y cortó la oreja del perseguidor. Acción que de forma un tanto amenazante reprimió el Señor, al ordenarle: Vuelve la espada a su sitio, pues quien se sirve de la espada, a espada caerá201. Se sirve de la espada aquel que, sin que se lo mande o conceda alguna autoridad superior y legítima, se arma para derramar la sangre de alguien. El Señor había mandado ciertamente a sus discípulos que llevasen la espada, pero no les había ordenado que hiriesen con ella. Pedro fue constituido pastor de la Iglesia después de ese pecado, igual que Moisés fue puesto para regir aquella asamblea después de matar al egipcio. ¿Qué hay de incoherente? Uno y otro excedieron el límite de la justicia, no por una crueldad detestable, sino por una animosidad enmendable; uno y otro pecaron con odio a la maldad ajena, pero con amor, aunque aún carnal: Moisés, por amor a un hermano, Pedro, por amor al Señor. Hay que cortar y erradicar ese vicio, pero un corazón tan grande hay que cultivarlo para que produzca virtudes, como la tierra frutos.

El oro de los egipcios

71. ¿Qué reprocha Fausto a propósito del expolio de los egipcios, sin saber lo que dice? Hasta tal punto está Moisés exento de pecado por efectuarlo, que hubiese pecado de no efectuarlo. Lo había mandado Dios202, quien no conoce sólo con referencia a los hechos, sino también con referencia al corazón de los hombres, qué debe padecer cada cual y de manos de quién. Aquel pueblo era aún carnal y estaba dominado por el deseo de bienes terrenos; los egipcios, en cambio, eran sacrílegos y malvados. Al usar mal de aquel oro, es decir, de una criatura de Dios, haciéndole una injuria a él, servían a sus ídolos y habían afligido de forma injusta y violenta a unos hombres forasteros, obligándoles a trabajar gratuitamente. Unos merecían que se les mandase eso y los otros que lo padecieran. Y quizá, más que mandársele, a los hebreos se les permitió hacerlo conforme a su voluntad y planes; pero Dios quiso darles a conocer ese permiso por medio de su siervo Moisés, cuando le mandó que lo anunciara. Puede darse que haya otras razones ocultísimas por la que Dios lo haya dicho a ese pueblo: pero a las órdenes divinas se somete uno obedeciéndolas, no se le ofrece resistencia discutiéndolas. Dijo el Apóstol: ¿Quién conoció la mente del Señor, o quien fue su consejero?203 Ya sea la que indiqué, ya cualquier otra que esté oculta en el ordenamiento secreto y escondido de Dios, la razón por la que Dios dijo a su pueblo, por medio de Moisés, que pidiesen a los egipcios lo que les pudiera ser útil, que luego se llevarían consigo, confirmo que no se dijo ni en vano ni inicuamente, que a Moisés no le estaba permitido hacer nada distinto de lo que Dios le había dicho, de modo que en Dios está la determinación de mandar y en el siervo la obligación de cumplirlo.

Oculta compensación a los hebreos por los trabajos no remunerados a que les sometieron

72. «Pero en ningún modo hay que creer, dice, que el Dios verdadero y bueno haya mandado tales cosas». Más aún, tales cosas no las manda con justicia más que el Dios verdadero y justo, el único que sabe lo que ha de mandar a cada uno, y el único que no permite nunca que nadie padezca algo que no se ajuste a él. Por lo demás, contradiga también a Cristo esa falsa e ignorante bondad del corazón humano y afirme que los malvados no pueden padecer ningún mal por mandato del Dios bueno, si él ha de decir a los ángeles: Recoged primero la cizaña y atadla en haces para quemarla. Sin embargo, él mismo lo prohibió a los siervos que querían hacer otro tanto, pero a destiempo, al decir: No sea que al querer recoger la cizaña, arranquéis también el trigo204. Así, pues, únicamente el Dios verdadero y bueno sabe qué, cuándo, con qué medios, por qué personas manda o permite que se haga algo. Esta, no bondad, sino auténtica vaciedad humana podía llevar también la contraria al mismo Señor cuando accedió al deseo dañino de los demonios que querían y solicitaban entrar en los cerdos205, sobre todo teniendo en cuenta que los maniqueos creyeron que no sólo los cerdos, sino el más diminuto y abyecto animal tienen alma humana. Censurada y rechazada esa vaciedad, consta que nuestro señor Jesucristo, el Hijo único de Dios y por eso Dios verdadero y bueno accedió al deseo de los demonios y permitió la muerte de animales ajenos, la ruina de no importa qué seres vivos y un grave daño para los hombres. ¿Quién, por loco que esté, dirá que no pudo alejar a los demonios de los hombres, incluso negándole a su voluntad dañina la muerte de los cerdos?

El creador y ordenador de toda naturaleza, con una regulación, misteriosa ciertamente, pero justa, accedió al deseo, aunque cruel e injusto, de los espíritus condenados y destinados ya al fuego eterno, en aquello precisamente a lo que se había inclinado ese deseo. Si esto es así, ¿qué hay de absurdo en que los egipcios, dominadores injustos, merecieran verse privados de los bienes terrenos de que usaban en su culto sacrílego para injuria del creador, por obra de los hebreos, hombres libres a quienes ellos debían el salario por los trabajos tan duros e injustos a que les sometieron? Si Moisés lo hubiese mandado por su cuenta, o los hebreos lo hubiesen hecho por propia iniciativa, hubiesen pecado sin duda; aunque ellos pecaron, no por hacer lo que Dios les había mandado o permitido, sino tal vez por haber apetecido tales cosas. Si el plan divino les ha permitido hacer eso, se les ha permitido por juicio justo y bueno de quien sabe reprimir con el castigo a los malos, instruir a los sumisos, otorgar a los más sanos preceptos superiores y establecer algunos grados de aplicación medicinal para los más débiles. A Moisés, sin embargo, no hay que acusarle ni de avaricia como si hubiese deseado aquellas cosas, ni de contumacia como si hubiese despreciado alguna orden divina.

Ante todo, la obediencia a Dios

73. La ley eterna que manda respetar el orden natural y prohíbe alterarlo, de tal manera puso a los hombres algunos hechos en un como punto medio, que con razón se reprueba la osadía de usurparlos y justamente se alaba la obediencia en cumplirlos. En el orden natural interesa tanto lo que se hace como bajo qué autoridad se hace. Si Abrahán hubiese sacrificado por propia iniciativa a su hijo, ¿no habría sido una persona horripilante y loca? En cambio, al hacerlo por mandato de Dios, ¿no aparece como un hombre fiel y devoto?206 Hasta tal punto proclama esto la misma verdad, que Fausto, aterrado por su voz, al buscar con uñas y dientes algo que decir contra Abrahán, llegó hasta la mentira ultrajante, pero no se atrevió a reprochárselo. Y eso en el caso de que no le haya venido a la mente que se trata de una acción tan noble que se presentó a su alma sin haberla leído ni buscado, cantada además en numerosas lenguas, pintado en tantos lugares que hería a los oídos y ojos que nada querían saber de ella.

Si el impulso espontáneo de dar muerte a un hijo es execrable, el siervo que lo hace por obediencia al mandato de Dios, no sólo carece de culpa, sino que incluso se le considera digno de loa. ¿Por qué reprochas, oh Fausto, a Moisés que haya expoliado a los egipcios? Si te irrita la aparente maldad del hombre que lo hace, atérrete la autoridad divina de quien lo manda. ¿O estás dispuesto a recriminar al mismo Dios que quiera tales cosas? Retírate, Satanás, porque no piensas como Dios, sino como los hombres207. ¡Ojalá fueses digno de oír esto como Pedro y anunciases luego lo que en tu enfermedad reprochas a Dios, igual que él anunció después a los gentiles, con un anuncio triunfal, lo que a él le desagradaba antes, cuando el Señor quería que se realizara!

Licitud del servicio militar

74. Si, al fin, la dureza humana y la voluntad torcida y extraviada entiende que hay gran diferencia entre admitir algo por avaricia o temeridad humana, y el obedecer a la orden de Dios que conoce qué, cuándo, a quiénes permite o manda algo, qué conviene hacer o sufrir a cada uno, no se extrañe o sienta horror de que Moisés haya llevado a cabo guerras, porque si siguió respecto a ellas las órdenes divinas no lo hizo por crueldad, sino por obediencia, igual que tampoco Dios se mostraba cruel al ordenarlas, sino que daba lo que merecían a quienes lo merecían y aterraba a los dignos.

¿De qué se le acusa con referencia a la guerra? ¿Acaso de que morían los que alguna vez tendrían que morir, para domesticar en la paz a los que han de vivir? Reprochar eso es propio de timoratos, no de personas religiosas. El deseo de dañar, la crueldad en la venganza, el ánimo no aplacado e implacable, la ferocidad de la rebelión, la pasión de dominio y cosas semejantes: he aquí lo que, conforme a derecho, se considera culpa en las guerras.

Con frecuencia, por mandato ya de Dios, ya de otro legítimo poder, los buenos emprenden guerras contra la violencia de los que resisten, para castigar conforme a derecho tales vicios. Esto acontece cuando se hallan en un ordenamiento tal de las realidades humanas, que el mismo ordenamiento los fuerza a mandar algo así o a obedecer al respecto. De lo contrario, cuando los soldados venían a Juan para que les bautizase preguntándole: Nosotros ¿qué hemos de hacer?, les hubiese respondido: «Deponed las armas, desertad del servicio militar, no golpeéis, no hiráis, no abatáis a nadie». Mas como sabía que al hacer todo eso en el servicio a las armas no eran homicidas sino servidores de la ley, ni vengadores de las injurias sufridas por ellos sino defensores de la salud pública, les respondió: No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, contentaos con vuestra soldada208. Como los maniqueos suelen acusar abiertamente a Juan, escuchen al mismo señor Jesucristo que manda que se pague al César lo que Juan dice que debe bastar al soldado. Dice: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios209. Y si se pagan los tributos es para que se pague la soldada a los soldados a los que las guerras hacen necesarios. Con razón alabó la fe de aquel centurión que decía: También yo que soy un subalterno; tengo soldados a mis órdenes, y digo a uno: Vete y va; y a otro: Ven y viene; y a mi siervo: Haz esto y lo hace210, en vez de mandarle que desertara de la milicia. Hablar de la justicia o injusticia de la guerra llevaría ahora demasiado tiempo y no es necesario.

La potestad para declarar la guerra

75. Lo que sí interesa es el motivo y bajo qué autoridad los hombres emprenden la guerra. Aquel orden natural conformado para que los mortales tengan paz reclama que la autoridad y la decisión de emprender una guerra recaiga sobre el príncipe, mientras que los soldados tienen el deber de cumplir las órdenes de guerra en beneficio de la paz y salvación común. En cambio, la guerra que se emprende bajo la autoridad de Dios, no es lícito dudar que sea justo aceptarla para atemorizar, o aplastar o subyugar la soberbia de los mortales, si ni siquiera la que se realiza por la avaricia humana puede dañar nada ni al Dios incorruptible, ni a sus santos. Antes bien, se descubre que les aprovecha incluso para ejercitar la paciencia, para humillar el alma y para sobrellevar la disciplina paterna. Ni tiene sobre ellos potestad alguna nadie, sino aquel a quien le sea dada de lo alto.

No hay poder que no venga de Dios211, o porque lo manda o porque lo permite Por tanto, puede darse el caso de que un varón justo que milita a las órdenes de un rey humano sacrílego, pueda combatir justamente cuando él lo mande, siempre que respete el orden de la paz ciudadana. Esto se da cuando tiene la certeza de que lo que se le manda no va contra el precepto de Dios o se duda de si va contra él, de manera que tal vez haga culpable al rey la maldad en el mandar, mientras que la sumisión en el servicio hace inocente al soldado. Si esto es así, ¡con cuánta mayor inocencia se halla en el oficio militar quien combate por orden de Dios! Nadie que le sirve ignora que no puede mandar nada malo.

Por qué los patriarcas fueron a la guerra y los mártires no ofrecieron resistencia

76. Los maniqueos piensan que Dios no pudo mandar que se emprendiese una guerra, porque el Señor Jesucristo dijo luego: Yo os digo que no resistáis al mal; añadiendo: si alguien te abofetea en tu mejilla derecha, ponle también la izquierda212. Pero han de entender que esta disposición no está en el cuerpo, sino en el corazón. En él está el sagrado aposento de la virtud que habitó también en aquellos padres nuestros, los justos antiguos. Pero el orden de los tiempos reclamaba un plan y distribución de las cosas tal que apareciese en primer lugar que hasta los mismos bienes terrenos, entre los cuales se consideran los reinos humanos y las victorias sobre los enemigos, por los que ante todo suele suplicar a los ídolos y a los demonios la ciudad de los impíos, extendida por el mundo, no caen sino bajo la potestad y arbitrio del verdadero Dios. Razón por la que el Antiguo Testamento con sus promesas terrenas tapó y en cierto modo cubrió de sombras espesas el secreto del reino de los cielos que se revelaría en el momento oportuno. Mas cuando llegó la plenitud de los tiempos en que se revelaría el Nuevo, que estaba oculto bajo las figuras antiguas, ya había que mostrar con testificación clara que hay otra vida, por la cual debe despreciarse esta, y otro reino, por el cual conviene soportar con toda paciencia la oposición de los reinos terrenos. Razón por la que aquellos por cuyas confesiones, sufrimientos y muertes agradó a Dios testificar esto, reciben el nombre de mártires, en latín «testigos». Su número creció tanto que, si Cristo, que llamó a Saulo desde el cielo213 y, convertido de lobo en oveja, lo envió en medio de los lobos, quisiera reunirlos, armarlos y ayudarles en el combate, igual que ayudó a los padres hebreos, ¿qué gentiles resistirían?, ¿qué reinos no se rendirían? Mas para dar un testimonio extraordinario a la verdad, por la que ya se debía enseñar que no hay que servir a Dios por la felicitad temporal en esta vida, sino por la eterna, posterior a ésta, había que sufrir y tolerar por aquella felicidad eso a lo que las masas llaman desdicha.

Y así en la plenitud de los tiempos el Hijo de Dios, nacido de mujer, nacido bajo la ley para salvar a quienes estaban bajo la ley214, nacido del linaje de David según la carne215, envía a sus discípulos como ovejas en medio de lobos y los exhorta a que no teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden dar muerte al alma. Les promete también la restauración corporal íntegra, incluida la de un solo cabello216; manda a Pedro que introduzca de nuevo la espada en la vaina; repone en su forma original la oreja cortada al enemigo; afirma que podía dar órdenes a legiones de ángeles para que destruyesen a sus enemigos, de no ser porque tenía que beber el cáliz que la voluntad del Padre le había preparado; lo bebe él antes, lo da a beber a quienes le siguen, revela con su precepto la virtud de la paciencia y la confirma con su ejemplo217. Por lo cual Dios lo resucitó de entre los muertos y le dio un nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los seres celestes, terrestres y de los infiernos, y toda lengua confiese que el Señor Jesús está en la gloria de Dios Padre218.

Reinaron aquí, pues, los patriarcas y los profetas, para mostrar que estos reinos los otorga y los quita Dios; no reinaron aquí los apóstoles y los mártires para manifestar que hay que desear más bien el reino de los cielos. Aquellos llevaron a cabo guerras, como reyes que eran, para que se viera que tales victorias eran otorgadas por voluntad de Dios; estos, al no ofrecer resistencia, fueron asesinados, para enseñar que era una victoria mejor el perder la vida por la fe en la verdad. También entonces los profetas sabían morir por la verdad, según dice el mismo Señor: Desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías219. Y después que comenzó a cumplirse lo que estaba profetizado en el salmo acerca de Cristo —él es nuestra paz220— en la figura de Salomón —que se traduce en latín por «pacífico»—, esto es: Le adorarán todos los reyes de la tierra, todos los pueblos le servirán221, los emperadores cristianos, poseyendo la plena confianza de la piedad en Cristo, recibieron la gloriosísima victoria sobre los enemigos sacrílegos que habían puesto su esperanza en los ritos sagrados de los ídolos y de los demonios. A unos los habían engañado los vaticinios de los demonios con clarísimos y conocidísimos documentos, algunos de los cuales ya se han confiado por escrito a la memoria, y a los otros los afianzaron las predicciones de los santos.

Cambios provenientes de la diversidad de tiempos

77. Si a esos vacuos les parece extraño que Dios mandara entonces una cosa a los dispensadores del Antiguo Testamento, en el que se ocultaba la gracia del Nuevo, y otra a los predicadores del Nuevo, en que se hacía luz sobre la oscuridad del Antiguo, presten atención al mismo Señor que cambia lo que había dicho, para afirmar algo distinto: ¿Os faltó algo cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias? Ellos le contestaron: Nada. Les dijo: Pues ahora el que tenga bolsa que la tome y lo mismo la alforja; y el que no tenga, que venda su túnica y compre una espada222.

Si los maniqueos hallasen estos textos en cada uno de los Testamentos, en el Antiguo y en el Nuevo, por separado, gritarían que los dos se contradicen. ¿Qué responderán ahora, si el mismo Señor dice: Antes os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias y nada os faltó; ahora en cambio el que tenga bolsa que la tome y lo mismo la alforja; y el que tiene túnica, véndala y compre una espada? ¿Entienden ya cómo los preceptos, consejos o permisos cambian, no por inconstancia del que manda, sino en razón del que planifica según la diversidad de los tiempos? Si sostienen que lo referente a tomar la bolsa y la alforja y a comprar la espada lo dijo por razón de cierto misterio, ¿por qué no admiten que, también por razón de cierto misterio, el único Dios mandó entonces a los profetas que hiciesen la guerra, mientras que ahora la prohibió a los apóstoles? En efecto, respecto a las palabras del evangelio que mencioné, no fueron sólo palabras del Señor, les siguieron asimismo los hechos de los discípulos que las obedecían.

También entonces marcharon sin bolsa y sin alforja, sin que les faltase nada, como nos dio a entender su pregunta y su respuesta. Y ahora, cuando les mandó comprar la espada, le dijeron: Aquí hay dos espadas. Y él respondió: Basta223. Por esto se hallaba armado Pedro cuando cortó la oreja del perseguidor224. Momento en que se reprime su audacia espontánea, porque no se le había dado la orden de herir, aunque se le había mandado tomar la espada. Se les ocultaba la intención por la que el Señor les había mandado que llevasen armas, de las que no quería que hiciesen uso. Con todo, a él le correspondía mandar con criterio, a éstos cumplir lo mandado sin echarse atrás.

La misericordia y la justicia de Dios

78. Con ignorancia ultrajante se recrimina a Moisés el haber hecho la guerra. Persona a la que se le reprocharía menos el haberla hecho por propia iniciativa, que el no hacerla, habiéndoselo mandado Dios. Pero atreverse a reprochar al mismo Dios el haber mandado tales cosas, o no creer que el Dios justo y bueno pudo mandarlas, es propio de un hombre que, por decirlo suavemente, es incapaz de pensar que, para la divina providencia que se extiende por todas las cosas, desde las más altas a las más bajas, ni es nuevo lo que nace, ni perece lo que muere, sino que, en el propio orden de naturalezas o de méritos, cada una de ellas o marcha, o llega, o permanece; que la voluntad recta de los hombres se une a la ley divina, mientras que la apetencia desordenada es reprimida con el orden de la ley. De este modo, ni el bueno quiere otra cosa distinta de lo que se le manda, ni el malo puede más de lo que se le permite, con la consecuencia de que no puede llevar a cabo con impunidad lo que haya determinado hacer contra la justicia.

Entre todas las cosas ante las que la debilidad humana siente horror o temor, únicamente la maldad es condenada con derecho. Las demás cosas o son tributo que hay que pagar a la naturaleza o justo castigo de las culpas. El hombre se hace más inicuo cuando ama por sí mismas realidades que hay que aceptar en función de otra, o apetece en función de otra cosa realidades que hay que amar por sí mismas. De esa manera, en cuanto depende de él, altera en sí el orden natural que la ley eterna manda respetar. El hombre se vuelve más justo cuando no apetece usar de las cosas en función de otra cosa que no sea aquella por la que se instituyeron, a la vez que apetece gozar del mismo Dios por sí mismo, y de sí y del amigo en el mismo Dios por razón del mismo Dios. Ama al amigo por Dios quien ama en el amigo el amor de Dios.

Ni la iniquidad ni la justicia estarían en nuestro poder, si no estuviesen en nuestra voluntad. Más aún, si no estuviesen en nuestro poder, ningún premio o castigo sería justo: cosa que nadie saborea, sino quien ha perdido el gusto. Por el contrario, la ignorancia y la debilidad, por las que el hombre desconoce lo que debe querer o no puede todo lo que quiere, procede de la ordenación oculta de los castigos y de los inescrutables juicios de Dios, en quien no hay iniquidad225. La fiel palabra de Dios nos ha revelado el pecado de Adán; y como todos mueren en él y por él entró el pecado en este mundo y por el pecado la muerte, es verdad lo que está escrito226. Que a consecuencia de dicho castigo el cuerpo se corrompe y agobia al alma, y que la morada terrena oprime a la mente que piensa en muchas cosas227, es algo sumamente verdadero y conocido para nosotros, como es cierto que de este justo castigo no nos libra sino la gracia misericordiosa. Por eso exclama el Apóstol gemebundo: ¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor228. Pero cuál sea la distribución entre la justicia y la misericordia por parte de Dios, por qué a uno lo trata de una manera y a otro de otra, se debe a razones ocultas, pero justas. No ignoramos que todo esto acontece por el juicio o misericordia de Dios, aunque queden en lo oculto las medidas, números y pesos con que lo ordena todo él, autor de cuanto existe naturalmente, y ordenador también229, que no autor, de los pecados. De este modo, acciones que no serían pecado si no fuesen contra la naturaleza, de tal manera son juzgadas y ordenadas, que no se les permite alterar o infamar la naturaleza de cuanto existe, pues se les asignan los lugares y condiciones ajustados a sus méritos.

Siendo esto así y debido a la ignorancia de los juicios de Dios y movimientos de la voluntad humana, a unos los corrompe la condición de prosperidad, mientras otros usan de ella con moderación; unos desfallecen ante las situaciones adversas, mientras otros sacan provecho de ellas, dado que la misma vida humana y mortal en esta tierra es una tentación230. ¿Qué hombre sabe a quién le es de provecho o dañino el ser rey o esclavo, el estar ocioso o el morir en la paz o, por el contrario, mandar o combatir, o vencer o ser matado en la guerra? Lo único que consta es que aquel a quien le es de provecho, le es de provecho por regalo de Dios, y que aquel a quien le daña, le daña por juicio de Dios.

Castigo que procede del amor

79. ¿Por qué hemos ido a parar en acusaciones temerarias, y ¡ojalá sólo a los hombres, no a Dios! Sea que los dispensadores del Antiguo Testamento y anunciadores del Nuevo hayan servido dando muerte a los pecadores; sea que los dispensadores del Nuevo Testamento y expositores del Antiguo hayan servido muriendo a manos de los pecadores, unos y otros han servido al único Dios que enseña, en los momentos distintos y adecuados, que los bienes temporales hay que pedírselos a él y despreciarlos por él y que las molestias temporales puede mandarlas él y que por él hay que tolerarlas.

Moisés, llevado de santo celo por el pueblo que se le había confiado, deseaba verlo sometido al único Dios verdadero. Cuando supo que había acabado fabricando y adorando a un ídolo, y que había prostituido su mente impúdica a los demonios, tomó venganza a espada de unos pocos de ellos, de los que Dios mismo, a quien habían ofendido, por su profundo y misterioso juicio, había querido que la tomase hiriéndolos. De esa manera, produjo un saludable terror en aquel momento y sancionó la disciplina para la posteridad. ¿Qué acción cruel mandó o ejecutó Moisés entonces? ¿Quién no reconoce en sus palabras que él hizo lo que hizo no por crueldad, sino con gran amor, si ora por el pecado del pueblo y dice a Dios: Si les perdonas su pecado, perdónaselo; pero si no, bórrame de tu libro?231 Por tanto, cualquier persona piadosa y sabia que compare aquella matanza con esta súplica, ve al instante de forma clarísima, cuán gran mal es para el alma fornicar recurriendo a los ídolos de los demonios, cuando tanto se ensaña quien tanto ama.

Tampoco el Apóstol entregó por crueldad, sino por amor, a un hombre a Satanás para muerte de su carne y salvación de su espíritu en el día del Señor Jesús232. Entregó también a otros, para que aprendiesen a no blasfemar233.

Los maniqueos leen obras apócrifas, escritas por no qué tejedores de fábulas, bajo el nombre de los apóstoles. Obras que hubiesen merecido ser recibidas en tiempo de sus autores dentro de la autoridad de la santa Iglesia, si los hombres santos y sabios, aún en vida entonces y que podían examinarlas, hubiesen visto que decían verdad. Allí leen que el apóstol Tomás, estando de paso y sin que nadie le reconociera en cierto banquete de bodas, cuando cierto camarero le abofeteó, pidió a Dios una venganza duradera y cruel para aquel hombre. En efecto, cuando salió a la fuente para servir agua a los invitados, se abalanzó sobre él un león y le mató. Y un perro introdujo en la mesa en que estaba sentado el apóstol la mano, arrancada del cuerpo, con la que había golpeado ligeramente su cabeza, conforme a la palabra del mismo apóstol, que lo había deseado y suplicado a Dios. ¿Puede verse mayor crueldad que ésta? Mas como, si no me engaño, allí está escrito también que pidió perdón para él en el mundo futuro, lo ha compensado con un beneficio mayor a fin de recomendar a los desconocidos, por medio de esta acción temible, cuán grato era a Dios dicho apóstol y mirar por el bien eterno de aquel después de esta vida que alguna vez ha de terminar.

Ahora no me afecta que dicho relato sea verídico o inventado. Los maniqueos que aceptan como verdaderos y auténticos esos escritos que ha rechazado el canon de la Iglesia, al menos aquí se ven forzados a reconocer que la virtud de la paciencia, enseñada por el Señor al decir: Si alguien te abofetea en la mejilla derecha, ponle también la otra234, puede darse en la disposición del corazón, aunque no se traduzca en gesto corporal o expresión verbal. En efecto, el apóstol, abofeteado, advirtió que era preferible rogar a Dios que perdonase en la vida futura a quien le había ofendido, no dejándola sin venganza en la presente, antes que ofrecer la otra mejilla a quien la había golpeado o devolverle el golpe. Con seguridad tenía en su interior el sentimiento del amor, pero reclamaba el ejemplo exterior de la corrección.

Sea esto verdad, sea pura invención, ¿por qué no creen que el siervo de Dios Moisés abatió con esas mismas disposiciones a quienes fabricaron y adoraron al ídolo? En sus mismas palabras aparece con claridad que pidió a Dios perdón por ese pecado, hasta el punto de querer que lo borrase a él del libro de la vida, si no lo conseguía. ¿Y qué semejanza hay entre abofetear a un hombre desconocido y abandonar y despreciar a Dios que los había libertado de Egipto haciéndolos pasar por medio del mar Rojo y que había cubierto con las olas a los enemigos que los perseguían? Si comparamos los castigos, ¿en qué se parecen morir a espada y ser despedazado y desgarrado por las fieras? Los jueces que sirven a las leyes públicas mandan que a los culpables de un mayor delito se les entregue a las bestias y no que mueran a espada.

La orden de Dios a Oseas

80. De todos los reproches blasfemos y sacrílegos de Fausto, queda aún uno al que vaya responder ahora: que el Señor habló al profeta Oseas y le dijo: Toma como mujer una prostituta y engendra hijos de ella235. Respecto a ese texto, de tal manera se ha cegado su impuro corazón, que ni siquiera entienden las clarísimas palabras del Señor a los judíos: Las meretrices y los publicanos os precederán en el reino de los cielos236. ¿Qué hay contrario a la clemencia de la verdad, qué hay opuesto a la fe cristiana, en que una mujer, abandonando la prostitución se convierte en una casta esposa? ¿Y qué tan incoherente y ajeno a la fe del profeta como no creer que se perdonaron todos los pecados a aquella impúdica mujer cambiada a mejor?

Cuando el profeta tomó por mujer a una prostituta, se preocupó de corregir su vida y puso de relieve el valor figurativo de que luego hablaremos. Pero ¿quién no ve lo que en esta acción ofende particularmente al error de los maniqueos? Esto es, que las prostitutas suelen poner los medios para no quedar embarazadas. Por lo cual, a ellos les agradaba que siguiesen en la prostitución para no encadenar a su Dios antes que se hiciese mujer de un único varón para parir.

El caso de Salomón

81. ¿Qué diré respecto a Salomón, sino que es más duro el reproche de la misma Escritura santa y fiel que los insultos insolentes e impertinentes de Fausto? Aquélla indicó con verdad y fidelidad el bien que tenía antes y las malas acciones que le llevaron a abandonar dicho bien237; éste, en cambio, con los ojos cerrados o, más bien, cegados, no iba a donde le llevaba la luz que se le manifestaba, sino que se deslizaba hacia donde le llevaba la malevolencia que le precipitaba. Los libros sagrados insinuaron a los lectores religiosos y a quienes los seleccionaron entre otros cuán castamente tuvieron varias mujeres los santos varones, al desaprobar a Salomón que no las tuvo así, sino más para satisfacer su lascivia que para la procreación, y reprenderle hasta el punto de llamarle mujeriego. La misma verdad, que no tiene acepción de personas, le delató como caído y sumergido en el abismo de la idolatría.

Carácter profético de Abrahán, Isaac, Jacob, Lot...

82. He pasado ya revista a todas las personas, de las que se sirvió Fausto para acusar a la Escritura del Antiguo Testamento. A cada caso he dedicado el discurso oportuno, con que o bien he defendido a los hombres de Dios contra las acusaciones de los herejes y hombres carnales, o bien, recriminados los hombres, he mostrado que la Escritura es laudable y venerable.

Veamos ahora, por el orden en que Fausto mencionó a esos hombres al acusarlos, qué es lo que profetizan o qué anuncian como futuro. Ya lo hice respecto a Abrahán, Isaac y Jacob de quienes quiso llamarse Dios238, como si sólo fuera Dios de ellos el que lo es de toda la creación. No les había otorgado en vano tan gran honor, si no hubiera visto en ellos el amor auténtico y pleno que sólo él podía conocer de modo perfecto y sumo, y si en cierto modo no hubiera consumado en dichos tres padres el misterio grande y admirable de su pueblo futuro. En efecto, sirviéndose de mujeres libres —es el caso de Sara, Rebeca, Lía y Raquel239— engendraron no sólo para la libertad, sino también para la esclavitud —de la misma Rebeca nació Esaú, a quien se dijo: Serás esclavo de tu hermano240—, y, a su vez, sirviéndose de esclavas —cual es el caso de Agar241— engendraron no sólo para la esclavitud, sino también para la libertad —el caso de Bala y Zelfa—242. Lo mismo acontece en el pueblo de Dios: por medio de los hijos espirituales no sólo nacen para una libertad laudable —aquellos a quienes se dice: Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo243—, sino también para la esclavitud digna de castigo —por Felipe nació Simón244—; y por medio de los siervos carnales nacen no sólo para la esclavitud digna de castigo —quienes los imitan—, sino también para la laudable libertad —aquellos a quienes se dice: Haced lo que os dicen, pero no hagáis lo que hacen245—.

Todo el que en el pueblo de Dios reconoce sabiamente este gran misterio, conserva hasta el final la unidad del espíritu en el vínculo de la paz, uniéndose a algunos y tolerando a otros.

Lo hice también con Lot, mostrando lo que la Escritura mostró digno de elogio y merecedor de reproche en él, y lo que indicó que había que entender en la totalidad de aquella acción246.

Una acción mala puede ser signo de algo bueno

83. A continuación voy a considerar el significado futuro del hecho de que Judá durmiera con su nuera247. Mas para que a nadie, poco atento, le ofenda, es preciso anticipar que en las Sagradas Escrituras algunas acciones malas de los hombres prefiguran algunas realidades futuras no malas, sino buenas. La divina providencia conserva por doquier la eficacia de su bondad. Un ejemplo: del trato carnal entre dos adúlteros se forma y nace un hombre; es decir, de una mala acción de los hombres, surge una obra buena de Dios —en un apartado anterior hablé asimismo de la fecundidad del semen, no de la torpeza del vicio—. De igual manera, los escritos proféticos, que no narran únicamente las acciones buenas, sino también las malas, puesto que la misma narración es profética, prefiguran con las malas obras de los hombres algún bien futuro. Prefiguración que no es obra de quien peca, sino de quien lo escribe.

Judá, cuando entró a Tamar arrastrado por el deseo de poseerla, no llevaba en su lascivia la intención de ser signo de algo concerniente a la salvación de los hombres, como tampoco Judas, el que entregó al Señor, pretendía que de su acción se derivara algo relacionado con la misma salvación de los hombres. Si el Señor sacó obra tan buena de la acción tan malvada de aquel Judas, hasta el punto de redimirnos con la sangre de su misma pasión, ¿qué tiene de extraño que su profeta, de quien él mismo dice: El escribió de mí248, hiciera de la malvada acción de Judá signo de algún bien, para enseñarnos con su servicio? El profeta relator, disponiéndolo e inspirándolo el Espíritu Santo, recogió aquellas acciones humanas, cuya inclusión no era ajena a la prefiguración de aquellas realidades que pretendía profetizar.

Para que puedan convertirse en signos de algunos bienes, es indiferente que los hechos significantes sean buenos o malos. Cuando quiero conocer algo por la lectura, ¿qué me importa a mí advertir que «etíopes», gente de raza negra, está escrito con tinta roja, y que «galos», de raza blanca, con tinta negra? Si, por el contrario, contemplara no ya un escrito, sino una pintura, lo criticaría sin duda. En las acciones humanas que se proponen o como objeto de imitación, o para que se las evite, tiene gran importancia el que sean buenas o malas. En cambio, cuando se escriben o se hablan para que sean signo de algo, no repercute en absoluto en las costumbres de sus autores, la alabanza o reproche que merecen, con tal que tengan la necesaria adecuación para significar la realidad de que se trata.

Pensemos en las palabras de Caifás en el evangelio. Por lo que se refiere a su ánimo dañino y pernicioso y a las palabras mismas con las que pretendía que injustamente se diese muerte a un justo, si te fijas en la intención de quien las pronunció, eran ciertamente malas y, sin embargo, aún sin saberlo él, significaban un gran bien. Cuando proclamó: Conviene que muera uno y no que perezca todo el pueblo, se dijo de él: Esto lo dijo no por sí mismo, sino que, como era pontífice, profetizó que convenía que Jesús muriese por el pueblo249. De igual manera la acción de Judá, desde el punto de vista de su lascivia, fue malvada, pero, sin saberlo él, fue signo de un gran bien. Por sí mismo cometió una acción mala, pero fue signo de un bien, aunque no por sí mismo. Esto, que consideré necesario poner por delante, no es válido únicamente para la acción de Judá, sino para el caso eventual de otras acciones malvadas de los hombres, con las que el narrador profetizó algo bueno.

Significación profética de que Judá yaciera con su nuera

84. Se entiende que en Tamar, la nuera de Judá, está figurado el pueblo del reino judío, al que se le otorgaban, como si fueran maridos, reyes de la tribu de Judá. Con razón su nombre se traduce por «amargura», pues él mismo ofreció hiel como bebida al Señor250.

En los dos hijos de Judá, de los cuales uno era malvado y cruel en presencia del Señor, y otro eyaculaba en la tierra para que su semen no fecundara a Tamar251, están significados dos clases de príncipes que no obraban con rectitud en el pueblo: unos que le perjudicaban, otros que no le eran de provecho. Tampoco hay más de dos clases de hombres inútiles para la raza humana: una, la de los que la dañan, y otra, la de quienes no quieren donar el bien que tienen en esta vida terrena, perdiéndolos, como si los derramaran en la tierra.

Y como, con relación al mal, es peor quien daña que quien no es de provecho, por eso al mayor se le llama malvado y «siguiente» al que eyaculaba en tierra. El nombre del mayor, Er, significa «hecho de piel», pues con túnicas así se vistieron los primeros hombres, expulsados del paraíso252, como castigo tras haber sido condenados. En cambio el nombre del siguiente, Onán, se traduce por «su tristeza». ¿De quiénes, sino de aquellos a quienes nada aprovecha, no obstante que tiene medios para resultar provechoso, y los desperdicia en la tierra? Mayor mal es la pérdida de la vida, simbolizado en la piel, que el carecer de ayuda, simbolizado en «su tristeza». No obstante, se dice que Dios dio muerte a ambos, acción en la que se significa que Dios quitó el reino a tales hombres.

En cambio el tercer hijo de Judá, el que no se unió a aquella mujer, significa el tiempo a partir del cual el pueblo judío dejó de tener reyes de la tribu de Judá. Ciertamente era hijo de Judá, pero Tamar no lo recibió como marido, porque, aunque existía la tribu misma de Judá, ya nadie de ella reinaba sobre el pueblo. Por esa razón su nombre, Selo, se traduce por «su dimisión». No caen dentro de aquello de lo que es figura este varón santo y justo quienes, aunque hayan vivido en aquel tiempo, pertenecen al Nuevo Testamento, al que con su profecía fueron conscientemente útiles, como es el caso de David.

En la época en que Judea había dejado ya de tener reyes de la tribu de Judá, no hay que contar a Herodes el mayor entre sus reyes, como marido de Tamar. El era extranjero y no estaba unido al pueblo, cual alianza conyugal, con aquel rito de la unción mística, sino que dominaba sobre él como extranjero. Potestad que había recibido de los romanos y del César. Igualmente sus hijos, los tetrarcas, uno de los cuales llevaba el nombre del padre, Herodes, quien se reconcilió con Pilato en la pasión del Señor253. Hasta tal punto no se cuenta a estos extranjeros en aquel reino figurativo de los judíos, que los mismos judíos gritaban públicamente rechinando sus dientes contra Cristo: Nosotros no tenemos más rey que al César254. Eso sólo era verdad en virtud del dominio universal de los romanos, ya que tampoco el César era propiamente rey de los judíos. Mas para negar a Cristo y adularle a él, se condenaron a sí mismos con tales palabras.

Judá, figura de Cristo

85. Así, pues, en aquella época en que el reino ya se había desvinculado de la tribu de Judá, tenía que llegar el reino para Cristo, verdadero Salvador y Señor nuestro, quien no dañase en nada y fuese de gran provecho. Así le habían profetizado: No faltará un príncipe de Judá ni un jefe de sus muslos, hasta que llegue aquel para quien está prometido; y él será el esperado de los gentiles255. En esta época ya había desaparecido, conforme a la profecía de Daniel, el magisterio de los judíos y la unción —de ahí que se les llamase cristos— mística. Entonces llegó aquel para quien estaba destinado, el esperado de los gentiles, ungido como santo de los santos256 con el óleo de la alegría por encima de sus compañeros257. Nació en tiempos de Herodes el Mayor258, padeció en tiempo de la tetrarquía de Herodes el Menor259. El mismo Judá, cuando fue a esquilar sus ovejas a Tamna, que significa «que desfallece», fue figura de él, en cuanto que vino a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel260. Ya había desaparecido el príncipe de Judá y todo magisterio y unción de los judíos, para que llegase aquel a quien estaba destinado. Sin embargo, él fue con su pastor odolamita, llamado Iras. Odolamita se traduce por «testimonio en el agua». Con él vino en verdad el Señor, al contar con un testimonio mayor que Juan261; sin embargo, en atención a las débiles ovejas, recurrió a ese testimonio en el agua. Iras, el nombre de aquel pastor, se traduce por «visión de mi hermano». Juan vio en verdad a su hermano, hermano según la descendencia de Abrahán, según el parentesco de María la madre de él y de Isabel madre suya, y a su mismo Dios y Señor, puesto que, como él mismo dice, recibió de su plenitud. Lo vio ciertamente y por eso no hubo nadie mayor que él entre los nacidos de mujer262, puesto que, entre todos los que anunciaron a Cristo, él vio lo que muchos justos y profetas desearon ver y no vieron263. Lo saludó desde el seno materno264, le conoció más perfectamente por la paloma y por tanto, como odolamita, le dio verdaderamente testimonio en el agua265.

El Señor vino a esquilar a las ovejas, es decir, a librarlas de las pesadas cargas. Los dientes de la iglesia alabada en el Cantar de los cantares serían como una grey de ovejas esquiladas.

Tamar, figura de la Iglesia de la gentilidad

86. Cambie ya Tamar su indumentaria, pues Tamar significa también «cambiando». Permanezca en ella, sin embargo, el nombre de la amargura; pero no la amargura que motivó el propinar al Señor la hiel, sino aquella otra por la que Pedro lloró amargamente266. Judá significa en latín también «confesión». Mézclese la amargura con la confesión, para señalar el verdadero arrepentimiento. Este arrepentimiento fecunda a la Iglesia, establecida en todos los pueblos. Convenía que Cristo padeciese y resucitase al tercer día y que en su nombre se anunciase el arrepentimiento y el perdón de todos los pecados en todos los pueblos comenzando por Jerusalén267. También la indumentaria de prostituta expresa la confesión de los pecados. Tamar es figura de la Iglesia de la gentilidad, sentada, con esa indumentaria, a la puerta Ena o Enaim, que significa «fuentes». Corre como un ciervo a las fuentes de agua para llegar a la descendencia de Abrahán; allí es fecundada por quien no la reconoce, puesto que se predijo de ella: El pueblo que no conocí, me sirvió268. Recibió secretamente un anillo, un collar y un bastón: es sellada con la vocación, adornada con la justificación, exaltada con la glorificación, pues a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó, y a los que justificó, los glorificó269. Como dije, todo esto acontece en secreto, igual que la concepción, fruto de una fecundidad santa.

Por el mismo odolamita se le envía, como a una meretriz, el cabrito prometido, la reprobación del pecado. El se lo recrimina y les dice: Raza de víboras270. La reprobación del pecado no encontró a la que había cambiado la amargura de la confesión. Mas después, gracias a las pruebas públicas del anillo, collar y bastón, venció a los judíos que temerariamente la juzgaban, figurados en la persona de Judá, quienes aún hoy niegan que sea ése el pueblo de Cristo y que nosotros pertenezcamos al linaje de Abrahán. Mas, presentados los signos inapelables de nuestra vocación, justificación y glorificación, quedarán confundidos a todas luces y confesarán que nosotros estamos más justificados que ellos.

Investigaría y disertaría sobre estas cosas con mayor claridad, con más detalle y parte por parte, en cuanto el Señor ayudase mi propósito, si la solicitud por concluir esta obra, que se ha prolongado más de lo que era mi intención, no me impidiese esta tarea más laboriosa.

Significado profético del pecado de David

87. A continuación voy a sintetizar con la máxima brevedad de que sea capaz el significado profético del pecado de David271. La etimología de los nombres muestran suficientemente lo que prefiguraba dicha acción. David se traduce por «mano fuerte» o «deseable». Y ¿qué hay más fuerte que aquel león de la tribu de Judá, que ha vencido al mundo?272 ¿Y quién más deseable que aquel de quien dice el profeta: Vendrá el deseado de todos los gentiles?273

Bersabé se traduce por «pozo de la saciedad» o «séptimo pozo». Cualquiera de estas dos traducciones que aceptemos, se ajusta lo suficiente a lo que pretendo. También en el Cantar de los cantares la Iglesia aparece como la esposa a la que se llama pozo de agua viva274. A dicho pozo se le vincula el número siete, significando al Espíritu Santo y con referencia a Pentecostés, día en que vino el Espíritu Santo enviado desde el cielo275. El libro de Tobías atestigua276 que dicha fiesta se celebraba durante (siete) semanas. Al número cuarenta y nueve, es decir, siete por siete, se le añade uno más, para encarecer la unidad. En esta lógica se sostiene aquella frase del Apóstol: Soportándoos mutuamente, esforzándoos en el amor por mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz277. Así, pues, con este don espiritual, es decir, el septenario, la Iglesia se convirtió en pozo de saciedad porque se hizo realidad en ella la fuente de agua que salta hasta la vida eterna, y quien disponga de ella no tendrá nunca más sed278.

Ahora bien, refiriéndonos al que ha sido su marido ¿qué otra cosa significa, si nos atenemos a la traducción del nombre, sino el diablo? Todos aquellos a quienes libera la gracia de Dios, para que la Iglesia sin mancha ni arruga se una a su propio salvador279, estaban vinculados a su pésimo matrimonio. Uría, en efecto, se traduce por «mi luz de Dios». Hitita, en cambio, significa «separado», ya porque no permaneció en la verdad, sino que se separó en razón de su soberbia de la luz superior que recibía de Dios, ya porque al caer, tras perder las verdadera fuerza, se transfiguró en ángel de luz280, osando decir todavía: «Mi luz es de Dios». David cometió un pecado grave y un crimen. Crimen que Dios le echó en cara increpándole por medio del profeta, y que él lavó con el arrepentimiento. Sin embargo, el deseado de todos los gentiles amó a la iglesia que se lavaba sobre el tejado, es decir, que se purificaba de las manchas del mundo, y transcendía y pisoteaba la casa de barro mediante la contemplación espiritual, e, iniciado el conocimiento de ella con el primer encuentro, tras apartar completamente de ella al diablo, le da muerte, y se une con ella en matrimonio perpetuo.

Odiemos, pues, el pecado, pero no extingamos la profecía; amemos, cuanto haya que amarlo, al David que por misericordia nos libró del diablo; amemos también al otro David que sanó en sí mismo la profunda herida de la iniquidad, mediante la humildad del arrepentimiento.

Salomón

88. ¿Qué puedo decir ya sobre Salomón? La Sagrada Escritura le recrimina y le condena resueltamente281 sin mencionar absolutamente ningún arrepentimiento suyo o un perdón concedido por Dios. A mí no se me ocurre tampoco un bien del que pueda ser signo, al menos en alegoría, su sumersión en el vicio, digna de llanto. A no ser que alguien diga que las mujeres extranjeras, cuyo amor le había enardecido, estén por las iglesias elegidas de la gentilidad. Esta forma de comprensión podría no ser absurda, si hubiesen abandonado por amor a Salomón a sus dioses y adorado al Dios de él. Mas como fue él quien, por su amor, ofendió al propio Dios y adoró a los de ellas, no cabe conjeturar algo bueno. Con todo, no creo que carezca de todo simbolismo, aunque se trate de algo malo, como dijimos ya de la mujer y de las hijas de Lot.

En la persona de Salomón salta a la vista su admirable excelencia y su extraño cambio. Lo que en él tuvo lugar en dos etapas, positiva la primera y negativa la segunda, aparece de forma simultánea en la Iglesia que aún se halla en este mundo. Pienso que en su etapa positiva están significados los buenos de la Iglesia, y en la negativa los malos, como en una única era, cual único hombre, están simbolizados los buenos en el grano, los malos en la paja, y como en la unidad de una misma cosecha, los buenos en el trigo y los malos en la cizaña282.

Una vez considerado con mayor diligencia lo que se escribió de él, pudiera resplandecer a mi vista o a la de otros más doctos y mejores que yo, algo que tenga más visos de probabilidad que lo expuesto. Pero ahora no hemos dejado el tema en tales condiciones que reclame interrumpir lo que traemos entre manos, olvidando nuestro propósito que se encamina a otras cosas.

De qué era figura Oseas

89. Respecto al profeta Oseas, no es necesario que diga lo que significa el mandato o acción, ordenada por el Señor: Vete, tómate por mujer una prostituta y engendra hijos de ella. La misma Escritura muestra suficientemente el origen y finalidad de dicho mandato. Sigue así: Porque la tierra se prostituirá alejándose del Señor. Fue él y tomó a Gomer, hija de Debelim; ella concibió y le parió un hijo. Y el Señor le dijo a él: Llámale Jezrael, porque dentro de poco visitaré la sangre de Jezrael sobre la casa de Judá, la haré descansar y pondré fin al reino de la casa de Israel. Y acontecerá que en aquel día romperé el arco de Israel en el valle de Jezrael. Ella concibió de nuevo y parió una hija. Y le dijo el Señor: Llámala «sin misericordia», porque no volveré a compadecerme de Israel, sino que me olvidaré de ellos. Me compadeceré de la casa de Judá, los salvaré en la casa del Señor su Dios, pero no los salvaré con arco, espada, guerra, caballos y jinetes. Destetó a la «sin misericordia», y concibió y parió un hijo. Le dijo el Señor: Llámale «No mi pueblo» porque vosotros no sois mi pueblo, y yo no seré vuestro Dios. El número de los hijos de Israel será como el de la arena del mar que no se mide ni se cuenta. Y en el lugar en que se les dijo: Vosotros sois «No mi pueblo», se les dirá: «Hijos del Dios vivo». Se reunirán los hijos de Judá y los hijos de Israel, se darán un único jefe, y desbordarán la tierra, porque será grande el día de Jezrael. Decid a vuestros hermanos «Pueblo mío» y a vuestra hermana «La que alcanzó misericordia»283.

Elmismo Señor nos descubre claramente en dicho texto aquello de que es figura ese mandato y esa acción, y los mismos escritos apostólicos atestiguan que la profecía se ha cumplido con la predicación del Nuevo Testamento. ¿Quién hay, pues, que se atreva a decir que las razones por las que se mandó y se hizo no son las mismas que expuso, en el mencionado texto, quien lo mandó? Dice el apóstol Pablo: A fin de dar a conocer la riqueza de su gloria con los vasos de misericordia que había preparado para la gloria; con nosotros a quienes llamó no sólo de entre los judíos, sino también de entre los gentiles. Como dice también en Oseas: Llamaré «pueblo mío al que no es mi pueblo» y «amada a la no amada». Y en el lugar mismo en que se les dijo: Vosotros sois «No mi pueblo», se les llamará «Hijos del Dios vivo»284.

Pablo manifestó que esto había sido profetizado de los gentiles. También Pedro, escribiendo a los gentiles, pero sin mencionar el nombre del profeta, intercaló en sus palabras la profecía al decir: Pero vosotros sois raza escogida, sacerdocio real, nación santa, pueblo de adquisición, para anunciar el poder de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable. Los que en otro tiempo erais «no pueblo», ahora sois pueblo de Dios; de aquellos de quienes en otro tiempo no tuvo compasión, ahora se compadece285. Aquí aparece claramente lo dicho por el profeta: y el número de los hijos de Israel será como la arena del mal que no se mide ni se cuenta. Aparece asimismo que lo dicho a continuación. Y en el lugar en que se les dijo: Vosotros sois «No mi pueblo» se les llamará «hijos del Dios vivo»286 no se refiere al Israel según la carne, sino al otro del que dice el Apóstol a los gentiles: Vosotros sois descendencia de Abrahán, herederos según la promesa287. Mas también creyeron e iban a creer muchos de aquella Judea. De allí eran los apóstoles, de allí los millares que se unieron a los apóstoles en Jerusalén288, de allí las iglesias de las que dice a los Gálatas: Era desconocido a las iglesias de Judea que están en Cristo289. Por ello se entiende que en los salmos se llamase al Señor piedra angular290, por haber unido en sí a dos paredes, es decir, la de la circuncisión y la del prepucio, para crear en sí mismo, de los dos, un único hombre nuevo, haciendo la paz, y transformar a los dos en un único cuerpo para Dios, dando muerte en sí mismo, por la cruz, a las enemistades, y viniendo a anunciar la paz a los de lejos y a los de cerca291, es decir, a los gentiles lejanos y a los judíos cercanos. El es, en efecto, nuestra paz, que hizo de los dos pueblos uno solo292.

Con razón, pues, este profeta, poniendo a los hijos de Judá por los judíos y a los hijos de Israel por los gentiles, dice: Se reunirán los hijos de Judá y los hijos de Israel; se darán un único jefe y desbordarán la tierra.

En consecuencia, todo el que contradice a esta profecía, descifrada tan claramente por el mismo sucederse de los hechos, contradice no sólo a los escritos proféticos, sino también a los apostólicos; ni solo a unos escritos, sean los que sean, sino también a cosas ya cumplidas y bañadas en una luz clarísima. Quizá, pues, la acción de Judá requería una atención más esmerada para poder reconocer en la vestimenta de aquella mujer llamada Tamar a esa prostituta en que está figurada la Iglesia liberada de la prostitución de las supersticiones gentiles.

Mas como aquí la Escritura se revela a sí misma y se esclarece al concordar con los escritos de los apóstoles, ¿para qué detenernos más? ¿Por qué no vemos ya lo que significan las restantes acciones del siervo de Dios, Moisés, que Fausto le reprocha?

El asesinato del egipcio por parte de Moisés

90. En el hecho de haber dado muerte a un egipcio en defensa de un hermano, viene con suma facilidad a la mente de cualquiera que Cristo el Señor, en defensa nuestra, dio muerte el diablo que nos ultraja en esta peregrinación. En el hecho de cubrir de arena al muerto293 está claro que su presencia ya cadavérica se oculta en aquellos que no tienen un fundamento estable. Razón por la que el Señor edifica a la Iglesia sobre roca y compara a los que escuchan su palabra y la ponen en práctica con el varón prudente que levanta su casa sobre roca, no sea que ceda ante las pruebas y se derrumbe; y a aquellos que la escuchan, pero no la ponen en práctica, con el necio que edifica sobre arena, a cuya casa sobrevendrá, tras la prueba, una gran ruina294.

Significado del expolio de los egipcios

91. ¿Qué se prefiguró con el expolio de los judíos, ordenado por el Señor Dios295, que no manda nada que no sea sumamente justo? Recuerdo haber expuesto ya, cuanto entonces se me ocurrió, en algunos libros que titulé La doctrina cristiana que en el oro, la plata y la indumentaria de los egipcios, están significadas ciertas doctrinas cuyo aprendizaje no carece de utilidad para el diálogo con los gentiles. Pero, ya signifique lo indicado; ya las almas de valor, procedentes de los mismos gentiles, que como vasos de oro y de plata se adhieren con sus cuerpos, simbolizados en los vestidos, al pueblo de Dios, para ser liberados conjuntamente de este mundo, como de Egipto; ya sea figura de lo primero, ya de lo segundo, ya de alguna otra cosa, quienes leen con piedad estos escritos tienen la certeza de que tales acciones no fueron mandadas, hechas y escritas en vano ni sin señalar algo futuro.

Significado de la muerte de los fabricadores del ídolo

92. Respecto a las guerras llevadas a cabo por Moisés, sería demasiado largo detenerse en cada una. Con anterioridad, en esta mi respuesta a Fausto, y a propósito de la guerra librada con Abimelek296, expuse, en la medida que me pareció suficiente, qué profecía anunciaba y qué misterio encerraba. Baste con ello.

Veamos ahora la acción en la que los maniqueos, por ser enemigos de éstos, o por desconocedores de cualesquiera otros escritos, suelen acusar a Moisés de crueldad. Acción que Fausto no mencionó expresamente, cuando afirma que ordenó y ejecutó muchas crueldades. Mas como conozco las acusaciones principales que solían salir de su boca, la mencioné y defendí con anterioridad, a fin de que ni los mismos maniqueos que quieran corregirse, ni cualquier otro ignorante o impío piensen que hay delito alguno en dicha acción.

Ahora hay que investigar de qué realidad era signo el ordenar dar muerte a muchos de los que en su ausencia fabricaron el ídolo, sin tener en cuenta parentesco alguno. Es fácil de entender que la muerte de aquellos hombres significaba la muerte de vicios como aquellos por los que se deslizaron a dicha idolatría. En efecto, el salmo nos manda ensañarnos contra tales vicios, cuando dice: Airaos y no pequéis297;e igualmente el Apóstol, al decir: Mortificad vuestros miembros terrenos: la fornicación, la impureza, el derroche, los malos deseos y la avaricia, que es una idolatría298.

El becerro de oro triturado, esparcido en el agua y dado a beber

93. Investigar el significado de la acción previa de quemar el becerro, triturarlo, esparcirlo en el agua y darlo a beber al pueblo, requiere una mayor atención. Pudo romper las tablas que recibió, escritas con el dedo de Dios, esto es con la acción del Espíritu Santo, porque juzgó que no merecían leerlas. Pudo entregar al fuego al becerro, triturarlo, esparcirlo y sumergirlo en el agua, a fin de que desapareciese por completo de su presencia. Pero, ¿con qué fin lo dio a beber al pueblo? ¿Quién no se siente estimulado a investigar y comprender su significado profético? Preséntese ya a las mentes atentas el becerro como el cuerpo del diablo, es decir, los hombres de todos los pueblos que, con referencia a esos sacrilegios, tienen por cabeza, es decir, por inspirador, al diablo. Y precisamente becerro de oro porque los ritos idolátricos parecen como instituidos por sabios. De ellos dice el Apóstol: Porque reconociéndole como Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y se entenebreció su insensato corazón; diciendo que eran sabios, se convirtieron en necios y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles299. De esta como sabiduría procede este becerro de oro, igual que las ficciones que solían adorar los hombres de categoría y como los sabios de los egipcios.

En este becerro esta simbolizado todo el cuerpo, es decir, la sociedad entera de los gentiles entregados a la idolatría. Cristo el Señor quemó esta sociedad sacrílega con aquel fuego del que dice en el evangelio: He venido a traer fuego a la tierra300, a fin de que, como no hay nada que pueda sustraerse a su calor301, al creer en él los gentiles, el fuego de su poder destruya en ellos su forma diabólica.

Luego es triturado todo aquel cuerpo, es decir, la palabra de la verdad desintegra la conspiración malvada; se humilla, y, triturado, es arrojado al agua para convertir por el bautismo a aquellos israelitas, es decir, a los predicadores del evangelio, en miembros suyos, esto es, en el cuerpo del Señor.

A Pedro, uno de esos israelitas, se le dijo respecto a los mismos gentiles: Mata y come302. Si «mata y come», ¿por qué no también: «tritura y bebe»? De esa manera fue absorbido aquel becerro mediante el fuego del cielo, el filo de la palabra y el agua del bautismo por aquellos a los que intentaba absorber él.

En la Escritura todo es significativo o soporte del significado

94. Si hasta los pasajes de las Escrituras, de que se sirven los herejes para acusar a las mismas Escrituras, examinados y en cierto modo sometidos a interrogatorio, responden que ocultan en sí mismos tesoros de misterios tanto más maravillosos cuanto más oscuros parecen, ¡cuánto más deben callar totalmente las bocas sacrílegas de los impíos! Se las cierra la verdad clarísima contra la que, ahogado el espíritu, no hallan qué musitar; y, en su desgracia, prefieren ver tapadas sus fauces con su manifestación a llenar el corazón de su suavidad.

Todo el empeño de los autores sagrados consistió en dar a luz aquella cabeza que ya ascendió al cielo y este su cuerpo que se fatiga en la tierra hasta el final. Tampoco hay que creer que exista algo en la composición de los libros proféticos que no sea símbolo de algo futuro. A no ser lo que está puesto precisamente como marco de referencia de cuantas cosas predicen a aquel rey y a aquel pueblo ya mediante palabras, ya mediante realidades en sentido propio o figurado.

En la cítaras e instrumentos musicales parecidos no produce algún sonido melodioso todo lo que se toca, sino únicamente las cuerdas; el resto del instrumento existe para que haya donde sujetar los extremos de aquéllas, que el artista ha de modular y pulsar para producir la melodía. Lo mismo acontece también en los relatos proféticos. Lo escogido por el Espíritu profético de entre las acciones humanas o bien producen sin más la melodía de significar algo futuro o, si no es ese el caso, está puesto para que haya donde sostener los hechos significantes, como si fueran las cuerdas que producen la melodía.

Principios que han de salvarse siempre

95. Puede que los herejes no quieran aceptar la alegoría contenida en los relatos, tal como nosotros la exponemos, o que incluso pretendan que no significan otra cosa sino lo indicado por su sentido propio. En este caso, no hay que luchar con quienes dicen: «No agrada a mi paladar lo que dices que agrada al tuyo», con tal que se crea o se entienda, o una y otra cosa antes que ninguna, que lo preceptuado por Dios o bien configura las costumbres y la piedad, o bien significa algo de forma figurada; con tal que, a su vez, lo que se admite como dicho o hecho figurado se refiera a las mismas buenas costumbres y a la piedad. Y por eso, incluso si a los maniqueos o a cualesquiera otros les desagrada nuestro modo de entenderlo, nuestras razones, o nuestro parecer respecto a lo figurado en esas acciones, es suficiente que nuestros padres, a los que Dios otorga el testimonio en favor de su vida santa y obediencia a sus preceptos, queden defendidos con aquella regla de la verdad que sólo puede desagradar a los corazones torcidos y retorcidos. Es suficiente también que la Escritura, de la que es enemiga la maldad de aquel error, quede exenta de culpa y digna de veneración en cualesquiera acciones humanas, que ella ha alabado, recriminado o simplemente propuesto para que nosotros las juzguemos.

Acciones moralmente laudables, reprobables y neutras

96. ¿Qué se podía proponer y considerar como más útil y saludable para los lectores u oyentes piadosos de aquellos escritos santos? El hecho de que en ellos no sólo presenta a hombres laudables para imitarlos, y a hombres reprensibles para precaverse de ellos, sino incluso algunos resbalones y caídas en el mal de hombres buenos, tanto si, una vez corregidos, vuelven al camino, como si se mantienen obstinados, y, a la vez, ciertas conversiones y progresos en el bien de los malos, tanto si han de perseverar en él, como si han de recaer en lo antiguo. De esta manera ni los justos podrán engreírse en su seguridad ni los malvados, en su desesperación, rechazarán la medicina.

Hay en la sagrada Escritura otras acciones humanas que son neutras, es decir, ni hay que imitarlas ni hay que precaverse ante ellas. Dichas acciones o están puestas como conexión para llegar a las cosas necesarias, o el hecho mismo de parecer superfluas es una advertencia clara de que conviene buscar en ellas el anuncio de algún significado místico. Y no me refiero a aquellos libros en los que no hay ninguna, o pocas o no muchas cosas anunciadas clarísimamente por el Espíritu profético, que con su cumplimiento atestiguan con la luz fidelísima y evidente de su verdad la autoridad divina. De esa manera, muestra estar enajenado de mente todo el que juzgue que dijeron algo superflua o casi neciamente aquellos a los que ve que se ha sometido toda suerte de hombre e ingenios, y en los que lo lee como predicho y conoce como realizado.

Mal uso de los ejemplos de la Escritura

97. ¿Acaso hay que acusar a la Escritura porque alguien se sienta impulsado a pecar al leer en ella la acción de David, de la que se arrepintió tras el reproche y amenaza del Señor? ¿No habrá que condenarlo tanto más severamente, cuanto que quiso servirse para herirse y darse muerte de aquella acción, escrita para curarlo y liberarlo? Como los hombres caídos en pecado o bien descuidan por soberbia la medicina de la penitencia, o bien perecen del todo porque desconfían de alcanzar la salvación y de merecer el perdón, se les propuso un ejemplo tomado de tan santo varón que sirva para sanar a los enfermos, no para que enfermen los sanos. No es fallo de la medicina el que los dementes se den muerte a sí mismos o los malvados la den a otros con los instrumentos de la cirugía.

Los patriarcas y profetas hebreos, mejor que el Dios maniqueo

98. Sin embargo, supongamos que hubieran sido lascivos y crueles, conforme a la acusación del error, o más bien furor de los maniqueos, nuestros padres los patriarcas y los profetas, a quienes da testimonio tan resplandeciente de su santidad y piedad la Escritura, que sólo quien no la conoce o ha perdido toda capacidad de reflexión racional, niega que ha sido otorgada por Dios para la salvación del género humano. Aun en ese caso, ¿no resultaría que eran mejores no digo ya que sus elegidos, sino incluso que su mismo Dios? ¿No es preferible que un hombre se revuelque con una meretriz antes que, siendo la luz más pura, se mancille mezclándose con las tinieblas?

Supongamos que un hombre, llevado por la avaricia y la gula, miente, afirmando que su mujer es su hermana y la vende para que se acueste con otro: ¡cuánto peor y más execrable es vuestro Dios que sometió de forma gratuita su naturaleza, para que la mancharan y corrompieran, a la lascivia de quienes la deseaban, simulándola adecuada a ellos!

Además, el que alguien haya yacido con conocimiento de causa con sus hijas, ¿no comete un mal menor que quien mezcla sus miembros con lascivias y torpezas como ésa y otras aún peores? ¿Qué acción cometen los hombres impuros y torpes en que no se manche vuestro Dios con todas esas torpezas? Por último, supongamos que es verdad, como dice Fausto, que Jacob, llevado por la torpe concupiscencia, vagaba como un macho cabrío entre las cuatro mujeres, movido, no por el deseo de procrear, sino únicamente del placer lascivo. ¡Cuánto más miserable que él sería vuestro Dios! Este no sólo padecería la degradación de toda esa lujuria en Jacob mismo y sus cuatro mujeres, al estar ligado a todos los cuerpos y sus movimientos. Más aún: todo ese movimiento y ardor genital lo sufre vuestro Dios en el macho cabrío mismo, con quien comparó el obsceno Fausto a Jacob. De esa manera, sujeto por doquier a esa torpe condición, sufre la excitación en el macho cabrío, es inseminado en la cabra, y es engendrado en el cabrito.

Supongamos asimismo que Jacob, además de un fornicario, hubiera sido un malvado incestuoso —en el caso de que hubiera sabido de que mantenía relaciones con su nuera—. Pues bien, hasta en la lascivia de tal incesto hubiese quedado sujeto, manchado y en llamas vuestro Dios.

David se arrepintió de la iniquidad de haber amado una mujer ajena y haber mandado matar a su marido. Vuestro Dios, en cambio, ¿cuándo se arrepentirá de que, amado por el doble y tartáreo linaje, el masculino y el femenino, de los príncipes de las tinieblas, ofreció sus propios miembros a su lascivia, y dio muerte, no al marido a cuya mujer había amado, sino a sus propios hijos, en los miembros de los demonios, demonios que le habían amado a él? Más aún: incluso en el caso de que David no se hubiese arrepentido, ni hubiese recibido la gracia del perdón con tal medicina, sería mejor que éste Dios de los maniqueos.

Supongamos a David convicto de haberse deshonrado y manchado con esa única acción y con otras parecidas en número que sea admisible en un único hombre. El Dios de los maniqueos queda convicto de haberse deshonrado y manchado en todas las acciones de ese estilo de todos los hombres merced a la mezcla de todos sus miembros.

Fausto acusa también al profeta Oseas. Si él hubiese amado a la meretriz cautivado por el torpe deseo, y se hubiese casado con ella —vosotros proclamáis que las almas de ambos, la del amante lascivo y la de la obscena meretriz son porciones y miembros y la misma naturaleza de vuestro Dios—, aquella meretriz —¿por qué voy a andar con rodeos y no decirlo claramente?—, aquella meretriz, repito, sería vuestro Dios. Y no podéis objetar que la santidad de su naturaleza se conservó sin corrupción, por no estar él encadenado al cuerpo de aquella prostituta, sino que haciéndose presente cayó en él; pues llegáis a confesar que los miembros de vuestro Dios están manchados al máximo y que, por eso, necesitan una gran purificación. Así, pues, aquella meretriz, por la que os atrevéis a acusar al hombre de Dios, sería vuestro Dios aunque no se hubiese vuelto mejor aceptando vivir en casto matrimonio. O, si no queréis eso, al menos no negáis que el alma de la meretriz es una porción, aunque mínima, de vuestro Dios.

En consecuencia, dicha meretriz sería mejor que vuestro Dios, pues ella sería una sola, mientras que él, debido a su condición de mezcla, se prostituye a la raza entera de las tinieblas en todas las meretrices. El se revuelca, se desata, torna a ligarse en todos los machos y hembras que fornican y se corrompen en variedad de lugares y formas, para verse revolcado, desatado y ligado en sus fetos, hasta que la porción inmunda de vuestro dios, cual meretriz sin redención, sea llevada al globo final. Vuestro Dios no pudo alejar de sus miembros estos males, estas torpezas, estas acciones deshonrosas y, forzado por la violencia de un enemigo cruel, llegó a caer en ellas. Y ni siquiera fue capaz de dar muerte a quien le ultrajó e hizo violencia, dejando a salvo a sus ciudadanos y porciones de sí.

Por tanto, ¡cuánto mejor fue aquel que, tras dar muerte al egipcio, defendió al hermano ileso! Fausto le acusa con extraña vanidad y con más extraña ceguera no mira a su Dios. ¡Cuánto mejor le sería haber privado al pueblo egipcio de sus vasos de oro y plata, antes que dejar que la raza de las tinieblas depredase a sus miembros! Y con todo, a pesar de haber hecho él una guerra tan desafortunada, sus adoradores reprochan al siervo de nuestro Dios haber hecho otras en las que siempre salió triunfador con todos los suyos sobre sus enemigos que pudieron ser llevados como cautivos o cautivas, luchando Moisés con el pueblo de Israel, cosa que hubiese hecho vuestro Dios si hubiera podido. Eso no es recriminar a los malos, sino sentir envidia de los más afortunados.

¿Qué crueldad hubo en Moisés por tomar venganza, con la espada, del pueblo que había pecado gravemente contra Dios? El mismo suplicó perdón por tal pecado, ofreciéndose a la venganza divina en lugar de ellos. Aún en el caso de que su acción no hubiese estado dictada por la misericordia, sino por la crueldad, sería mejor que vuestro Dios. En efecto, en ningún modo hubiese condenado, una vez alcanzada la victoria, a ninguno de los suyos que, enviados a quebrar la cuña del enemigo, hubiesen quedado cautivos. Esto es efectivamente lo que hará este Dios con una porción de sí, a la que clavará en el globo, porque obedeció a sus órdenes y porque, arriesgando su vida, avanzó contra las cuñas de los enemigos por la salvación de su reino.

«Pero, dice, en esta sucesión de siglos, ya mezclada y amalgamada con el mal, no obedeció a sus preceptos». Preguntemos el por qué. Si fue por propia voluntad, la culpa existe y el castigo justo; pero si la culpable es la voluntad, no hay naturaleza contraría que fuerce al pecado, y en consecuencia todo el engaño de los maniqueos queda convicto y derribado. Si, por el contrario, fue subyugada por el enemigo contra el que fue enviada; si fue vencida por el mal extraño a ella, al que no había podido ofrecer resistencia, el castigo es injusto y la crueldad enorme. Para excusarlo argumentan que Dios estaba sometido a la necesidad. Adoren a ese dios quienes no quieren adorar a Dios. Además, hay que reconocerlo, hasta sus mismos adoradores, aunque sean pésimos por adorar a ese dios, son mejores que él, porque al menos existen. En efecto, él no es otra cosa que una ficción falsa y un pensamiento huero. Pero veamos ya los restantes y sutiles desvaríos de Fausto.