Réplica al adversario de la ley y los profetas

Libro segundo

Las fábulas profanas y de viejas y las genealogías sin fin

I.1. Paso a discutir ahora los pasajes sacados de los libros del Nuevo Testamento que ese adversario cree que le favorecen contra los escritos de los profetas, como si los apóstoles de Cristo los hubieran condenado con su doctrina.

En primer lugar, "estima ése que el Apóstol ha llamado a las divinas Escrituras de la ley y de los profetas fábulas profanas y de viejas y genealogías sin fin, porque dijo: Evita las fábulas profanas y de viejas 1; y en otro pasaje: No atiendas a las fábulas judías y a las genealogías sin fin, que traen polémicas más que edificación" 2, porque, ¿quién va a equivocarse sino un hereje muy ciego? ¿Por qué no lo hizo el mismo Apóstol si juzgó que eran fábulas de viejas? ¿Por qué dice a los Gálatas: Decidme: los que queréis estar bajo la ley, ¿no habéis leído la ley? Pues está escrito que Abrahán tuvo dos hijos: el uno de la esclava y el otro de la libre, las cuales están en alegoría, porque ésas representan los dos Testamentos 3. Y a los Corintios: No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y que todos pasaron por el mar, y que todos fueron bautizados por medio de Moisés en la nube y en el mar; y que todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual. Pues bebían de la piedra espiritual que los guiaba, y la piedra era Cristo? 4

Las tradiciones particulares de los judíos

2. Pero no sabe ése que, además de las Escrituras canónicas y proféticas, los judíos tienen algunas tradiciones suyas, no escritas, pero que retienen de memoria y que transmiten oralmente de generación en generación, que llaman deuterosin, en donde a la vez se atreven a decir y a creer que Dios creó dos mujeres para el primer hombre; de las cuales urden las genealogías verdaderamente interminables, como dice el Apóstol, inventando cuestiones infructuosísimas. Pero si a ése nunca le ha ocurrido oír tales cosas, ¿acaso también debió ensordecer en contra del Evangelio de modo que no advirtiese las palabras de Cristo Señor con las que arguye a los judíos, porque enseñaban a sus hijos la impiedad sobre que ellos no están obligados a honrar a sus padres? Allí realmente recordó también el precepto de Dios al atestiguar que está escrito en la ley. Y no los arguye por otro motivo, sino porque rechazaban el mandato de Dios para imponer sus tradiciones.

Ciertamente que, habiéndole preguntado los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no siguen según la tradición de los mayores, sino que comen el pan con las manos impuras?, Él les contestó: ¡Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas! Como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Y me honran en vano enseñando las doctrinas y los preceptos de los hombres 5. Abandonando el mandamiento de Dios, mantenéis la tradición de los hombres, los baños de pucheros y cálices; y hacéis otras muchas semejantes a ésas. Y les decía: Bien nulo hacéis el precepto de Dios para guardar vuestra tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre 6. Y: El que hubiere maldecido al padre o a la madre, muera de muerte. En cambio, decís vosotros: Si hubiere dicho al padre o a la madre: que sea "corban (que es don) todo lo que de mí te fuera a aprovechar, ya no le permitís hacer nada más para su padre o madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición, que habéis transmitido. Y semejantes a éstas hacéis muchas 7. Donde evidentemente Cristo manifiesta que también ésa es la ley de Dios que ese profano blasfema, y que los judíos tenían tradiciones particulares contrarias a los libros proféticos y canónicos, a las cuales cualquier lector, no hereje, sino católico, entiende que el Apóstol las ha llamado fábulas profanas y de viejas, y genealogías sin fin. Finalmente, si me propusiera recoger todos los testimonios con los cuales demuestre cómo también el mismo Señor y sus apóstoles han usado de la ley y los profetas, ¿cuándo le voy a proporcionar lo que ése cree fábulas de viejas?; o ¿a quién no le bastará todo esto que he venido diciendo?

Las cinco clases de personas

II. 3. Tampoco puedo suponer que ése sea tan ciego y sordo contra la luz y la palabra del Señor y de los apóstoles que hasta ignore de qué modo Cristo y los apóstoles han confirmado y hecho valer la autoridad de la ley y de los profetas en los libros que pertenecen al Nuevo Testamento. Igualmente, que ése crea que ha discurrido el modo como evitar la multitud de testimonios expuestos en las Escrituras evangélicas y apostólicas de los Libros antiguos contra los que se estrella la osadía de su lengua.

Pues dice que "el Apóstol habló según las cualidades de los ingenios de cinco clases de personas. En efecto, dice que para insinuar a un pueblo, todavía rudo, las cosas que son de Dios no debió comenzar por las más perfectas ni iniciarlo desde las más difíciles, excluyendo de ellas las tradiciones antiguas, para no perturbar a los nuevos todavía en la fe con una doctrina perfecta". Y, como queriendo probar lo que ha dicho, recuerda al mismo Apóstol, que dice: Como estoy libre de todos, me he puesto al servicio de todos para ganar a los más. Por un lado, me he hecho como un judío para los judíos, para ganar a los judíos; por otro, con aquellos que están bajo la ley, para ganar a los que están bajo la ley; por otro, con los que están sin ley, como si estuviese sin ley, no estando yo sin la ley de Dios, sino estando en la ley de Cristo, para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo para todos, para ganarlos a todos 8. Este sujeto quiere que esto se entienda de las cuatro clases de personas siguientes, de las que cree que habló el Apóstol: la primera, de los judíos; la segunda, de los que están bajo la ley; la tercera, de los que están sin ley; la cuarta, de los débiles. Pero le falta la quinta, porque había prometido cinco. Para añadir ésa, dice: que "en otro lugar más arriba ha dicho: Y hablamos la sabiduría entre los perfectos 9, para que se vea que la quinta persona es la de los perfectos" 10.

Ha montado todo esto para que, si alguna vez se habla de la Carta apostólica, donde la ley y los profetas son confirmados por el Evangelio, pueda responder: que el Apóstol dijo eso no a los sabios y perfectos, sino a los judíos como judío o incluso a aquellos que están bajo la ley, como si también él mismo estuviese bajo la ley. Y que él, simulando de ese modo artificiosa y mendazmente que edificaba entre los imperfectos como entre los perfectos, lo iba deshaciendo no con mentiras, sino diciendo verdades. Está claro que esa maquinación errónea se la fabricó yo no sé qué Fabricio, a quien se gloría ése de haberlo encontrado en Roma como maestro de la verdad. Y ¿quién no se horroriza de semejante monstruosidad, no digo ya el sentido común cristiano, sino cualquier sentido común humano?

La disponibilidad del Apóstol

4. Lo primero que hay que considerar es lo fraudulento y mentiroso que se declara ése, que además cree y aplaude como mentiroso al Apóstol; y cuanto él dijo, no con la astucia para engañar, sino con el afecto para compadecer, porque acude en socorro de las diversas enfermedades del alma con un corazón tan misericordioso como hubiese querido que se le socorriese a él si estuviese en un error o enfermedad semejante. Todo esto lo cambia ése con engaño detestable.

Además pregunto: ¿cómo hablaba el Apóstol a los Romanos, a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Colosenses, a los Filipenses y a los Tesalonicenses?; ¿en cuál de esas cinco clases de personas creía que estaban todos éstos? Sin duda que eran gentiles con el prepucio, no israelitas con la circuncisión. Ciertamente afirma que le fue confiado el ministerio para ellos, cuando dice que Pedro y Santiago y Juan les dieron la aprobación de la comunidad para que él, junto con Bernabé, fuese a los gentiles, y en cambio ellos a la circuncisión. Y en otro lugar dice clarísimamente: Todo el tiempo que yo soy Apóstol de los gentiles 11. Y en otros muchos pasajes afirma que él, por un encargo especial, es el doctor de los gentiles. Luego cuando tantos pueblos a los que predicaba el Evangelio estaban sin ley, ¿qué necesidad tenía de que les introdujera en la ley y los profetas como testigos acerca de Cristo? Y ¿qué les importaba el vínculo del error que desconocían, como esa peste piensa, de lo cual más bien él debió alegrarse porque hubiesen estado libres? ¿Qué necesidad tenía de haber empezado a hablar así a los Romanos: Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado Apóstol, escogido para el Evangelio de Dios, que había prometido antes por sus profetas en las Escrituras santas acerca de su Hijo, el cual fue hecho de la estirpe de David según la carne? 12 ¿Por qué no se presenta como uno de ellos? ¿Por qué se declara que está bajo la ley ante esos que habían estado sin ley? ¿Para qué les dice: Porque os digo a vosotros, gentiles, que todo el tiempo que yo soy Apóstol de los gentiles procuraré dar publicidad a mi ministerio, a ver si de algún modo le doy envidia a mi raza para salvar a algunos de ellos? Porque si su rechazo es la reconciliación del mundo,¿qué será su acogida sino volver a la vida desde los muertos? En cambio, si la primicia es santa, también la masa; y si la raíz es santa, también las ramas 13.

De los israelitas dice igualmente todo eso que ya había dicho antes: Entonces, ¿que tiene de más el judío y cuál es la utilidad de la circuncisión? Mucha, bajo cualquier aspecto. Primeramente porque les han sido confiadas las palabras de Dios. Y ¿qué importa si algunos de ellos no han creído? ¿Acaso su incredulidad va a anular la fidelidad de Dios? 14 Después de lo que aquí había comenzado a recordar, sigue y dice: Porque si algunos han sido desgajados de las ramas, tú, en cambio, cuando eras acebuche, fuiste injertado en ellas y hecho participante de la raíz y de la savia del olivo, no quieras vanagloriarte contra las ramas. Porque si te glorías, recuerda que no sostienes tú a la raíz, sino que la raíz te sostiene a ti. Dices, pues, que han sido podadas las ramas para injertarme a mí. Bien, han sido podadas por su incredulidad, y tú en cambio, estás en pie por la fe. Conque no quieras envanecerte, sino ándate con cuidado. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco te va a perdonar a ti. Después, la bondad y la severidad de Dios: para esos que han claudicado, severidad; pero para ti, la bondad, con tal que permanezcas en la bondad; de otro modo también serás arrancado, y aquéllos, si no han persistido en su incredulidad, serán injertados. Porque poderoso es Dios para injertarlos de nuevo. En efecto, si tú has sido cortado de un acebuche silvestre, y contra tu naturaleza fuiste injertado en un olivo bueno, ¿cuánto más fácilmente aquéllos, que son por naturaleza del olivo, serán injertados en su olivo? En efecto, no quiero que ignoréis, hermanos, este sacramento para que no os sintáis sabiondos, porque la obcecación, en parte, fue causada en Israel hasta que entre la totalidad de los pueblos, y entonces todo Israel se salvará, como está escrito: Vendrá de Sión el que arranque y avente de Jacob la impiedad; y ésta será mi alianza con ellos, cuando haya quitado sus pecados 15. Demasiado prolijo es recorrer todo este testimonio o resumir con una sola mirada lo que está esparcido por todas partes de las Escrituras apostólicas. ¿Qué necesidad había de decírselo a los gentiles? ¿Por qué no se hizo el Apóstol para ellos más bien sin ley, lo mismo que eran ellos sin ley? ¿Por qué no les alabó más bien sus dioses y les predicó sus sacrificios, si, como dice ése, tanto la Escritura que recibió el pueblo de Israel como las cosas sagradas de los gentiles pertenecían a los demonios? ¿Y qué otra cosa es lo que ese infeliz se atreve a decir: que el Dios de Israel no sólo es un demonio, sino aun el peor de los demonios? ¿Por qué, pues, el Apóstol, que se había hecho todo para todos, no por la misericordia compasiva, como manifiesta la verdad, sino, como ése delira, por astucia falaz, no declaró más bien que él era siervo de aquellos demonios que daban culto los Romanos, y a los que ése cree que son demonios más compasivos que el Dios de Israel, para que se hiciese como ellos, y así ganarlos a ellos?

Cristo Jesús, piedra angular

5. ¿Acaso no dice igualmente a los Efesios: Por lo cual, acordaos de que vosotros, cuando erais gentiles en la carne, vosotros llamados incircuncisos por los que se llaman circuncisos, hechos a mano en la carne, acordaos de que estabais en algún tiempo sin Cristo, excluidos de la sociedad de Israel y ajenos a los Testamentos y a la promesa, no teniendo esperanza, y sin Dios en este mundo. En cambio ahora, vosotros, que estabais en un tiempo lejos, estáis cerca por la sangre de Cristo. Porque Él es nuestra paz, Él, que ha hecho de los dos uno, derribando el muro divisorio de la cerca, aboliendo la enemistad en su carne, la ley de los mandatos con preceptos minuciosos, para hacer de los dos en sí un solo hombre nuevo, estableciendo la paz, para cambiar a los dos en un solo cuerpo para Dios, matando las enemistades en sí mismo por medio de la cruz. Así, al venir evangelizó la paz a vosotros los que estabais lejos y la paz a los que estaban cerca. Porque por Él los dos tenemos acceso al Padre en un solo espíritu. Así, pues, ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino que sois ciudadanos de los santos y familiares de Dios, sobreedificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, permaneciendo la misma suprema piedra angular, Cristo Jesús 16. Que explique ese blasfemo: ¿cómo dice el Apóstol que están cerca de Dios los israelitas que servían al peor demonio, lo mismo que blasfema que estaban lejos de Él los gentiles que habían sido sometidos a demonios más benignos? ¿Cómo dice que fueron alejados de la sociedad de Israel y que son ajenos a los Testamentos y a la promesa, cuando vivían sin tener esperanza y sin Dios en este mundo, si ni siquiera Israel era el pueblo de Dios? Grita estrepitosamente contra esa trompeta clarísima y excelentísima de la verdad e insulta furioso, diciendo que el Apóstol habló de cinco clases de personas, para engañar a las unas por las otras, fingiendo que él era lo que no era, al hacer ver que él predica a los gentiles, que estaban lejos del Dios de los israelitas, el mismo Dios, la misma ley, los mismos profetas, los mismos Testamentos. ¿Quién habló el primero sobre la piedra angular? ¿No es acaso un profeta lleno del Espíritu de Dios a quien esa peste blasfema? Porque dice: He aquí que pongo en Sión una piedra angular, elegida, preciosa; y el que creyere en ella no quedará avergonzado 17.

Testimonio que ha recordado también el apóstol Pedro. ¿No se dijo antes en el salmo, que pertenece a las Escrituras sagradas del primer pueblo: La piedra que desecharon los constructores fue hecha cabeza del ángulo? 18 Enseñado por esas Escrituras, el apóstol Pablo puso lo que antes he recordado: permaneciendo la misma piedra angular, Cristo Jesús 19. Por lo cual, el mismo Señor convence y deja confusos a los judíos, en quienes en parte se hizo la ceguera cuando dice: ¿No habéis leído en las Escrituras que la piedra que reprobaron los constructores fue hecha cabeza de ángulo; eso lo ha hecho el Señor y es admirable ante nuestros ojos? 20 Luego, como ése blasfema, ¿todo eso lo decía Cristo mendazmente de la ley y los profetas, mendazmente lo decían los apóstoles, porque está claro que los débiles no podían aún captar la verdad sólida? De este modo, ¿no desconoce el ciego que una cosa es alimentar a párvulos y otra cosa engañar a crédulos; una cosa es alimentar para que crezcan y otra cosa actuar para matarlos?

En realidad, ése dice y siente tales cosas del Dios de la ley y los profetas, y confirmaban la autoridad de tales Escrituras, no parece que dieron a los párvulos leche para beber, sino veneno. Quien crea eso de ellos, delira, devanea y dice locuras 21.

Los oráculos de Dios y las fábulas de viejas

6. Replicará alguno: ¿y no dijo en vano el Apóstol: No os he podido hablar como a espirituales, sino como a carnales; como a párvulos en Cristo, os he dado leche como bebida, no alimento sólido; porque no erais todavía capaces 22. Y: Hablamos sabiduría entre perfectos. Y: El hombre animal no percibe las cosas que son espíritu de Dios? 23 Lejos de nosotros pensar que dijo eso sin sentido alguno y sin verdad. ¿Es que es digno de crédito quien ha querido engañar a alguno de los que le creen? Así, pues, dio a los párvulos cosas pequeñas; no cosas falsas: lácteos y no tóxicos; nutritivos y no destructivos. Ahora bien: si no es verdadero lo que dice, que el Hijo de Dios fue hecho según la carne de la estirpe de David; si no es verdadero que las ramas naturales fueron desgajadas por su incredulidad, para que fuese injertado en la raíz santa de los israelitas el acebuche, que viene de los gentiles, y participase de la savia del olivo; si "no son palabra de Dios, sino, como ése blasfema, de no sé que pésimo demonio", de quienes se dice: Ante todo porque a ellos fueron confiados los oráculos de Dios 24, entonces quien daba eso a los párvulos, quien predicaba eso como verdadero, quien quería ser creído, destruía a los infelices y no los alimentaba. Lo cual sabemos que es contrario a la fe y a la doctrina de los apóstoles veraces de Cristo.

Y se concluye que tengamos que detestar con vehemencia a ése, como peste y enemigo de la fe cristiana, porque se obceca en tantas cosas y se precipita a lo loco para no ver al menos que el mismo Timoteo, a quien cree que le fue ordenado con autoridad apostólica que evite como fábulas de viejas la ley antigua y los profetas, no ha sido engañado por el mismo Apóstol y que fue incluido en esa quinta persona de los perfectos para no hablarle mendazmente al decir: Acuérdate de que Jesucristo, del linaje de David, resucitó de entre los muertos según mi Evangelio 25. Si, pues, Cristo, del linaje de David, es predicado como fábulas de viejas, ¿cómo va a mandar que evite las fábulas que le manda recordar perpetuamente?

En cambio, si Cristo es predicado con verdad del linaje de David, es que ahí está la raíz en la cual el acebuche es injertado. Y no son fábulas de viejas, sino, aparte las Escrituras, invenciones de los judíos, que pertenecen a lo que ellos llaman deuterosin.

No los oráculos de Dios que fueron confiados a la circuncisión, donde hasta los judíos carnales habían aprendido que Cristo iba a venir del linaje de David, como respondían ellos al Señor que les preguntaba, aunque no pudiesen entender que Él era Señor del mismo David, no según la carne, sino según la divinidad. Ambas cosas están, sin embargo, en esos oráculos, tanto lo que creían como lo que no creían: Del fruto de tu vientre pondré sobre tu trono 26, por causa de Cristo, del linaje de David: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha 27, por causa de Cristo, Señor también del mismo David 28.

Veracidad del Apóstol

7. ¿No es así que el Apóstol quería engañar cuando decía: Digo la verdad en Cristo, no miento, poniendo ante mí mi conciencia como testigo en el Espíritu Santo, que tengo una gran pena y un dolor continuo en mi corazón; de hecho deseaba yo mismo ser anatema de Cristo en favor de mis hermanos emparentados según la carne, que son los israelitas, suya es la adopción y la gloria y las alianzas, y la disposición de la ley, y el culto y las promesas; suyos son los padres, y de ellos es Cristo según la carne, el cual es Dios soberano, bendito por los siglos. Amén? 29 El Apóstol exclama que él dice la verdad al principio de esta sentencia, y eso en Cristo, que es la misma verdad, poniendo ante él como testimonio su conciencia en el Espíritu Santo, y que esta sentencia concluye por medio del Amén al final. Y afirma ése que "no son verdaderas las cosas que dice aquí el Apóstol, que engaña a los débiles porque no pueden captar la verdad; que amamanta a los pequeños con vanidades, y que para alimentarlos inocula en los hijos hambrientos el virus de las mentiras diabólicas".

¡Monstruosidad que debe ser apartada no sólo de los oídos de los cristianos, sino también de toda la cristiandad! ¿Acaso esa adopción, esa gloria, esa disposición de la ley, esas alianzas, esas promesas, esos padres de los cuales es Cristo según la carne, que es sobre todo Dios bendito por los siglos, son fábulas de viejas? ¿Todo lo que manda guardar, principalmente a aquel a quien ordena evitar las fábulas de viejas, va a ser fábulas de viejas? 30

Testimonio del Apóstol

8. Pero ¿por qué admirarse cuando delira con tamaña impiedad quien quiere ser destructor de la ley, si el mismo Apóstol dice que algunos, queriendo ser no destructores de la ley, sino doctores, no entienden siquiera lo que dicen ni lo que hablan? En cambio, nosotros podemos aplicar a unos y a otros lo que sigue. En efecto, a continuación, para que no se crea que por eso ellos no entienden lo que dicen ni de lo que hablan, porque quieren ser doctores de una ley mala, dice: Ahora bien: sabemos que la ley es buena si alguien usa de ella legítimamente 31. Esta sentencia refuta tanto a esos que usan mal de la ley como a los que opinan que es mala. Entonces, si es buena, ¿con qué condenación puede parecer suficiente para esos hombres que acusan con el nombre de fábulas de viejas a la ley que tanto alaba el Apóstol? Y ¿creen hacer eso con el testimonio de la misma carta, donde el Apóstol tanto la alaba, queriendo ser no doctores, sino blasfemadores de la ley, sin entender lo que dicen ni lo que hablan? 32

La estirpe de David según la carne

III. 9. "Pero no es posible, dice ése, que los profetas de los judíos anunciasen la venida de nuestro Salvador". ¿Por qué esta imposibilidad, cuando dice el Apóstol que les fueron encomendados los oráculos de Dios? 33 E insiste: "porque antes de la venida del Salvador el Espíritu Santo y divino no estaba sobre la tierra". Eso lo habla la vanidad, no la verdad. En efecto, con qué sino con el Espíritu Santo llenó el Señor a sus profetas, de quienes, al principio de la carta a los Romanos, se dijo lo que ya antes he recordado: Pablo, siervo de Jesucristo, escogido para el Evangelio de Dios, que había prometido antes por sus profetas en las Escrituras santas, acerca de su Hijo, que fue hecho de la estirpe de David según la carne 34. Y de cierto que este testimonio lo ha citado también ése al prohibir a quien escribe que crea a otros profetas que han hablado de Cristo, fuera de aquellos a los que el Apóstol llama sus profetas en la carta a los Romanos, a los cuales creo que no le parece que fueron profetas de los judíos.

Pero, que opine que fueron de la nación que quiera, ¿por qué no advierte allí el Evangelio que Dios había prometido antes por sus profetas? 35 Efectivamente, si por algunos profetas suyos prometió antes el Evangelio acerca de su Hijo, ¿qué es lo que ése afirma que el santo y divino Espíritu no fue sobre la tierra antes de la venida del Salvador? Y, no obstante, ¿de qué parte pudieron ser profetas esos que anuncian a Cristo de la estirpe de David según la carne, si el mismo David no era de esa nación, de cuyo linaje Cristo fue prometido por los profetas que iba a venir?

La ley profética, cumplida en Cristo

10. Insiste: "Pero la ley fue dada por medio de Moisés y la verdad es por Jesucristo". No está escrito así, sino: La ley fue dada por medio de Moisés. La gracia y la verdad fueron hechas por medio de Jesucristo 36. La ley, repito, fue dada por medio de Moisés; en cambio, la gracia fue hecha por medio de Jesucristo cuando por medio de su Espíritu la caridad derramada en nuestro corazones hace que se cumpla lo que manda la ley. Pues lo que se manda por medio de la letra no se cumple por la letra, sino por el Espíritu. De ahí aquello que se ha escrito: No codiciarás 37; por medio de Moisés está la ley, porque se manda; pero la gracia se hace por medio de Cristo, cuando se cumple lo que se manda. En cambio, la verdad fue hecha por medio de Cristo, porque todo lo que está prometido en la profecía de la ley se pone de relieve cumplido en Cristo 38.

El Evangelio es también para los gentiles

11. Cierto que lo que el Apóstol dice a los Romanos: ¿cómo invocarán a quien no han creído?, y ¿cómo creerán a quien no han oído? 39, lo dijo de los gentiles, no de los judíos, como ése sueña. Efectivamente, el Doctor de los Gentiles quería refutar a los que pensaban que el Evangelio había que predicarlo solamente al pueblo de los judíos y no también a los gentiles incircuncisos. Queriendo demostrar que eso pertenece no sólo a los judíos, sino a todos los pueblos, puso antes el testimonio del profeta: Pues todo el que hubiere invocado el nombre del Señor será salvo 40. Y luego, cuando hubo dicho: Pero ¿cómo invocarán a quien no han creído?, o ¿cómo creerán a quien no han oído?, añadió a continuación: Y ¿cómo oirán sin quien predique?, o ¿cómo predicarán si no son enviados? 41 Refutando así a esos que negaban que los predicadores de Cristo debían ser enviados a los pueblos incircuncisos 42.

El Espíritu Santo, autor de las profecías

12. Tampoco entiende ése, como muy mal informado, lo que se ha escrito: Primero los apóstoles, después los profetas 43. Piensa que antes de los apóstoles no ha habido profetas, ignorando que el Apóstol ha recordado ahí a los profetas que ha habido después de la venida de Cristo. El que quiera conocerlos, que lea los Hechos de los Apóstoles y aquello que dice a los Corintios: Pero los profetas, que hablen dos o tres 44. Pues, si no existieron profetas antes de los apóstoles, ¿qué eran aquellos por medio de los cuales Dios prometió antes el Evangelio sobre su Hijo, que le nació de la estirpe de David según la carne? 45 ¿Quién era el que dijo: la piedra que desecharon los constructores, ésa fue hecha cabeza de ángulo? 46 ¿Quién era el que dijo: tu trono, oh Dios, para siempre, centro de rectitud es el cetro de tu reino; has amado la justicia y has odiado la iniquidad, por eso te ha ungido a ti Dios, tu Dios, con óleo de exultación sobre tus compañeros? ¿Cómo Dios, cuyo trono es para siempre, es ungido por Dios si no es Cristo Jesús, que por la misma unción tomó el nombre de Cristo? En efecto, crisma significa unción, y Cristo significa ungido.

¿Quién era el que dijo aquello que el mismo Cristo atestigua que fue predicho de Él: Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies? Y eso confirma que David lo dijo en el Espíritu. Espíritu que ése niega que fue sobre la tierra antes de la venida del Señor. ¿Qué es lo que dice el Apóstol: Ahora bien, dice Isaías: Será la raíz de Jesé, y el que brotará para reinar entre las gentes, las gentes esperarán en Él? 47 Quién era el Espíritu que por medio de Isaías predijo tanto tiempo antes: Él carga nuestros pecados y se duele por nosotros; y nosotros hemos creído que Él está en el dolor, y en el castigo y en la aflicción; Él fue herido por nuestros pecados y debilitado por nuestras iniquidades. La disciplina de nuestra paz sobre Él, y por sus cardenales somos sanados. Todos hemos errado como ovejas, el hombre erró en su camino; y el Señor lo entregó por nuestras iniquidades. Y Él no abrió la boca por la aflicción; como oveja fue llevado al sacrificio, y como cordero mudo ante el esquilador, así no abrió su boca? En la humillación le fue negada su justicia, ¿quién contará su generación? Porque su vida será quitada de la tierra. Por las iniquidades de mi pueblo fue llevado a la muerte 48. Y lo demás que es largo de citar.

Donde también fue predicho de la iglesia mucho tiempo antes lo que leemos recordado por el Apóstol, y que ahora vemos cumplido: Alégrate, estéril, que no das a luz. Grita y exclama tú que no estás de parto, porque son los hijos de la desierta más que los de la que tiene marido. Porque ha dicho el Señor: Ensancha el espacio de tu tabernáculo y el de tus lonas; clava y no te quedes corto, alarga las cuerdas y refuerza sus estacas. Extiéndete aún a diestro y siniestro, y tu estirpe poseerá los pueblos, y harás que sean habitadas las ciudades desiertas. No temas que vayas a avergonzarte, ni te sonrojes de que te echen nada en cara. Pues olvidarás la confusión eterna y no te acordarás del oprobio de tu viudez. Porque el Señor que te ha hecho se llama Señor de los ejércitos. Y el Dios de Israel, el que te ha librado, se llamará Dios de toda la tierra 49. ¿Quién es el que dijo: Veía en visión nocturna, y he aquí que estaba viniendo con las nubes del cielo como un hijo del hombre, y llegó hasta el anciano de días, y fue presentado ante él y le fue dado el principado, y el honor, y el reino. Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: su potestad es potestad perpetua que no pasará, y su reino no se corromperá? 50 Estas y otras muchas cosas, en fin, manifestadas sobre Cristo y sobre la Iglesia de quienes han sido predichas, que vemos ya bien cumplidas o esperamos todavía que se han de cumplir, de acuerdo los libros evangélicos y apostólicos, ¿quién las ha inspirado si el Espíritu de Dios antes de la venida de Cristo no estuvo sobre la tierra?; o, si la venida de Cristo no fue anunciada con antelación por los profetas de Israel, como ése delira, ¿quién, negando que Cristo ha sido profetizado, puede probar que fue enviado? Y con razón, porque ése, que él predica, ni ha sido enviado ni ha sido prometido. ¡Como que ni siquiera es verdadero, sino fingido!

La autoridad de la escritura es divina

IV. 13. Ya no me extraña que ese hombre inculto piense que se refiere a los profetas de los judíos aquello que dice el Apóstol: Dijo uno de ellos, su profeta más característico: Los cretenses, siempre embusteros, bichos malos, vientres perezosos. Y tiene razón 51. Ignorando que esto se dijo 52 de un tal Epiménides, que fue cretense, en cuyos libros se encuentra eso. Este hombre no se encuentra entre los profetas de Dios, ni sus palabras pertenecen a los oráculos de Dios que no mienten, y que ése afirma que fueron encomendados a los judíos. Por eso el Apóstol no ha recordado su nombre, como suele recordar algunas veces a los profetas de Dios diciendo: Como también dice David 53: en cambio Isaías se atreve y dice 54, como también dice Oseas 55. O bien callando sus nombres cuando afirma: como está escrito 56, y se entiende de la Escritura que tiene toda la autoridad de Dios 57; o afirma claramente que es Dios quien habla cuando aduce algún testimonio sobre la ley o los profetas de Dios, como en: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Acaso, dice, Dios tiene algún cuidado de los bueyes? o ¿la Escritura lo dice por nosotros? 58, demostrando ciertamente que Dios habla en la misma Escritura. Incluso aquello: Y la Escritura, previendo que Dios justifica por la fe a los gentiles, se lo anunció con antelación a Abrahán diciendo: En tu descendencia serán benditos todos los pueblos 59. Puso a la misma Escritura en lugar de Dios, porque es de Dios. Y aquello que dice sobre Abrahán: Ante la promesa de Dios no vaciló con incredulidad, sino que fue reconfortado por su fe, dando gloria a Dios y creyendo plenísimamente que Él es poderoso para cumplir también lo que ha prometido 60.

Contra esta palabra divina y apostólica, ése, como perro rabioso ladrador, se ha atrevido a decir que "Abrahán no creyó a su Dios que le prometía la prole", sin saber que aquello que dice: A mí, que tengo cien años, me nacerá un hijo 61, es el gozo de quien se admira, y no la desconfianza del que duda; como lo otro: No puede fallar la palabra de Dios. Es que no todos los que vienen de Israel son Israel; como tampoco porque son descendencia de Abrahán, todos son hijos, sino que se llamará su descendencia en Isaac. Es decir, que no los que son hijos de la carne, ésos son hijos de Dios sino los hijos de la persona son los que cuentan como descendencia 62. O aquello acerca de Elías: Pero ¿qué le dice la respuesta divina? Déjame los siete mil hombres que no han doblado las rodillas ante Baal 63. Con estas y otras afirmaciones parecidas la autoridad apostólica encarece que esas Escrituras, que ése blasfema, son del Dios bueno y verdadero. En cambio, cuando el Apóstol habla también algo de los autores paganos, no los llama profetas de Dios, ni dice que Dios es el autor de esos escritos, aunque encuentre allí algunas cosas verdaderas, como, por ejemplo, dice de ese cretense: Uno de ellos, su profeta más característico, ha dicho que los cretenses son siempre embusteros 64. Luego aclara que no es un profeta propio de los judíos, sino de los cretenses. Lo cual lo dijo ciertamente para que no se le considerase como un profeta de Dios. Y en los Hechos de los Apóstoles, cuando habla a los atenienses, dice de Dios: Pues en Él vivimos, y nos movemos y existimos. Así lo han dicho también algunos de los vuestros 65.

Testimonio del Señor

14. Insiste: "Pero nuestro Señor, al preguntarle los apóstoles qué se debía opinar acerca de los profetas de los judíos que ellos creían que habían anunciado algo para el futuro sobre su venida, les respondió extrañado de que pensaran todavía tales cosas: Vosotros os olvidasteis del que está vivo ante vosotros, y hacéis fábulas sobre los muertos" 66. ¿Qué tiene eso de extraño -puesto que este testimonio acerca de las Escrituras no sé de qué apócrifos lo ha tomado-, si los herejes, que no aceptan los mismos libros, han urdido tales cosas de los profetas de Dios? Efectivamente, el Señor en el Evangelio, que no es apócrifo, sino conocido de todos a la luz de la verdad, acompañando también en el camino a los discípulos después de la resurrección, les fue mostrando, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, que esas cosas que habían sucedido estaban predichas de Él.

Testimonia el Señor de sí mismo

15. Prosigue: "De nuevo se ha ocupado (el Señor) de sí mismo, cuando dice: Muchos me dirán en aquel día: Señor, arrojamos demonios en tu nombre y profetizamos en tu nombre, y en tu nombre hicimos muchos milagros. Y entonces les dirá: Apartaos de mí; porque nunca os he conocido, porque habéis obrado la iniquidad" 67. Lejos el pensar que el Señor dijo eso de los profetas santos, entre los cuales estaban Moisés y los demás. Sino que lo dijo de aquellos que después de predicado su Evangelio les parece que hablan en su nombre, sin saber lo que hablan; entre los cuales también ése, que va a perecer, encuentra su sitio.

Los falsos profetas

16. "Dice también lo que el Señor afirmó: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los otros, cuantos han venido antes de mí, son salteadores y ladrones" 68. En efecto, quiso que se entendiese en este pasaje que vinieron esos que no fueron enviados; a quienes arguye también Jeremías, diciendo: Esto dice el Señor de los profetas que profetizan en mi nombre, y yo no los he enviado 69.

En cambio, aquellos a quienes ese loco blasfema fueron enviados por el Señor y no vinieron por su cuenta. A quienes también el Señor declara, incluso por medio de una parábola, pero con una significación clarísima, cuando dice: Escuchad otra parábola. Había un hombre, padre de familia, que plantó una viña, la rodeó de una valla, cavó en ella un lagar, edificó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores para recibir sus frutos. Y los labradores, apresando a los criados, hirieron a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. De nuevo envió otros criados más que los primeros, y les hicieron lo mismo. Por último, les envió a su hijo, diciendo. Respetarán a mi hijo. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: Este es el heredero; venid, lo matamos y tendremos su heredad. Y, apresado, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el Señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores? Le responden: Perderá a los malvados malamente y arrendará su viña a otros labradores que le den los frutos a sus tiempos. Jesús les dice: ¿No habéis leído nunca en las Escrituras: la piedra que rechazaron los constructores, ésa fue hecha cabeza de ángulo; el Señor ha hecho eso y es admirable a nuestros ojos? 70 Por eso os digo: que os será quitado el reino de Dios y se lo dará a un pueblo que dé sus frutos 71. ¿Qué hay más patente, más claro, más evidente que esto?

Pero ése es del número de aquellos que apedrearon a los siervos de este padre de familia. Realmente, eso lo hace no con golpes de piedra, sino con maldiciones duras. Porque esa parábola afirma también que originariamente la viña de Dios fue plantada en el pueblo de los judíos y que fueron enviados los profetas antes del mismo advenimiento del Salvador. Y cuando dice: Les será quitado el reino de Dios, y se lo dará a un pueblo que dé sus frutos 72, ¿a qué llama reino sino a lo que esperaban y no a lo que habían recibido, eso es, al de la vida eterna? Por eso dice en otra parte: Escrutad las Escrituras, en las cuales pensáis vosotros tener la vida eterna. Ellas dan testimonio de mí 73. Y en otro lugar: ¡Ay de vosotros, leguleyos, que lleváis la llave de la ciencia. Vosotros mismos no habéis entrado, y a los que entraban se lo habéis prohibido! 74 Con tamaña carga de testimonios, ¿no queda aplastada la desvergonzante vanidad? Y ¿quién va a escuchar a ése sino el que no escucha las Sagradas Escrituras, o el que las escucha tan mal que, como ese ciego, choca contra ellas? 75

Los justos y los profetas de Dios

V. 17. Insiste: "Pero el Señor dice de ellos: Vuestros padres comieron el maná y murieron 76. Enseñando que ninguno de ellos perteneció al Señor, sobre los cuales dominó la muerte". Por ninguno quería que se entendiese claramente ninguno de los antepasados de aquellos a quienes hablaba tales cosas. Sin duda, a los antepasados de estos incrédulos a los cuales quería dárselos a conocer como modelos suyos de incredulidad. Por lo cual, en otro sitio dice: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los mausoleos de los justos y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en la sangre de los profetas. De ese modo servís de testimonio contra vosotros mismos, porque sois hijos de aquellos que mataron a los profetas 77. Los ha llamado hijos, sobre todo por la imitación del crimen, no por la descendencia de familia. En efecto, no porque habían nacido de ellos según la carne podía eso servirles de crimen, sino porque demostraban que eran semejantes a ellos por su crueldad infiel. Por eso lo asocia y dice: ¡Pues colmad vosotros la medida de vuestros padres, serpientes, raza de víboras! ¿Cómo escaparéis del juicio del infierno? Por eso, mirad que yo os envío profetas y sabios y escribas, y de ellos a unos mataréis y crucificaréis y a otros flagelaréis en vuestras sinagogas y perseguiréis de ciudad en ciudad, para que venga sobre vosotros toda la sangre inocente que ha sido derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar. En verdad os digo que vendrán todas estas cosas sobre esta generación 78. Ciertamente consta, y está claro, que éstos han levantado persecuciones impiísimas y cruelísimas, e imitando a sus padres, son hijos de aquellos malos de quienes los profetas santos y justos, desde el mismo Abel, a quien mató su hermano, hasta Zacarías, a quien ellos mataron. Porque ¿cómo va a caer sobre éstos la sangre de aquellos que han vivido muchos años antes incluso de que hayan nacido, a no ser porque es una misma la raza, una misma la participación, una misma la pasta de todos los impíos unidos mutuamente por la imitación? Y se declara a la vez que en el mismo pueblo también hubo justos y profetas de Dios, de quienes, esos a los que habla el Señor tales cosas, edificaban sepulcros y adornaban mausoleos. Pues ¡peor y más cruel es aún ese que lacera con lengua maldita a tales difuntos a quienes hasta los impíos honraban! Y, enfureciéndose cruelmente contra su propia alma, ¡hasta blasfema contra quienes Cristo afirma que son profetas y justos, queriendo además aparentar como cristiano!

La vida verdadera

18. Por otra parte, es incierto si hay que juzgarlo fraudulento o más bien ciego, porque ha querido incluir a los santos patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob entre esos de quienes dice el Señor: Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron 79, ya que también esos padres han muerto. Pero hay que rechazarle sea lo que sea.

En efecto, ha querido deducir de eso que el Señor, habiendo recordado a los mismos padres, dice que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, cuando más bien había dicho que ellos viven.

Realmente, con el testimonio de la ley, donde está escrito: Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, añadió: No es Dios de muertos, sino de vivos. Y remacha: Porque todos para Él están vivos 80. Por supuesto, la vida verdadera por la que los justos viven, aun cuando mueran en el cuerpo. Pero ¿cuándo ése iba a hablar así, si de verdad viviese?

La llave de la ciencia

19. En contra de esta opinión quiere que se entienda también aquello que el Señor dice a los judíos: Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; pero tampoco tenéis entre vosotros la palabra de Dios que permanece 81. Esto, en realidad, no contradice lo que dijo: Os guardáis la llave de la ciencia; y vosotros no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que estaban entrando 82. Efectivamente que no tenían la palabra de Dios en sí mismos, pero sí la tenían en los libros que leían. Porque, si la hubiesen tenido en sí mismos, también ellos estarían dentro y permitirían entrar a otros. Pero no entrar es no entender. Ved por qué no lo conocían a Él ni a su Padre, porque no entendían lo que leían. No porque no les habían predicado a Dios y a Cristo a quienes ellos leían. Esto es, pues, entrar, no contentarse con la superficialidad de la letra, sino llegar al interior de su inteligencia.

Grandeza de Juan Bautista

20. Argumenta también ése "sobre Juan Bautista, de quien dice el Señor: Entre los nacidos de mujeres no ha surgido uno mayor que Juan Bautista; pero quien es menor en el reino de los cielos, es mayor que él 83. Deduciendo, por así decirlo, como que Juan no pertenece al reino de los cielos, y por eso mucho menos los demás profetas de su pueblo, mayor que los cuales es Juan". Ahora bien: esas palabras del Señor pueden entenderse correctísimamente de dos modos. O que el Señor llamó reino de los cielos en ese pasaje a lo que todavía no hemos alcanzado y en lo que aún no estamos; por lo cual dirá al final: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino 84, y porque allí están los santos ángeles, cualquiera que sea menor entre ellos es ciertamente mayor que cualquier santo y justo, que carga con un cuerpo que se corrompe y se hace pesado al alma. O, si quiso que se entendiese allí el reino de los cielos en esa sentencia, con la que también se significa la Iglesia en este tiempo, cuyos hijos son todos los hombres desde la institución del género hasta ahora, todos cuantos han podido ser justos y santos. En realidad, el Señor se refirió a sí mismo, porque por la edad era menor que Juan, pero mayor por la eternidad de la divinidad y la potestad del Señor.

Por tanto, según la primera hipótesis, se lee así: Entre los nacidos de mujeres nadie ha surgido mayor que Juan Bautista; pero quien es menor en el reino de los cielos, se deduce en seguida: es mayor que él. En cambio, en la segunda hipótesis: Entre los nacidos de mujeres nadie ha surgido mayor que Juan Bautista; pero, quien es menor, por la edad y el nacimiento, se sobrentiende que, en el reino de los cielos es mayor que él 85. Y uno y otro sentido, en cuanto que están de acuerdo con la verdad, en tanto bastan para refutar la vanidad de ése. Ya porque se entienda que cualquier ángel menor que los otros es mayor que Juan, ya se entienda que aquí el Señor es menor en edad que su precursor Juan, y mayor en majestad, no se les quita por eso ni un ápice a los demás profetas. Porque algunos pudieron ser iguales a Juan y otros menores que él; pero ninguno mayor que él por la sentencia del Señor. Sin embargo, todos son santos, justos y buenos y buenos.

La sangre y el alma

VI. 21. "Pero, añade ése, Moisés apagó toda esperanza de resurrección futura en los hombres, porque aseguró que el alma es mortal, ya que dijo que ella es sangre". Después, al multiplicar los razonamientos para demostrar que "el alma no es sangre", suda en una cosa tan manifiesta sin entender la ley.

Efectivamente, está dicho así: El alma (la vida) de toda carne es su sangre 86, lo mismo que se dijo: La piedra era Cristo 87, no porque era eso, sino porque por ella estaba significado 88. Por otra parte, no en vano la ley quiso significar al alma por medio de la sangre, a saber: una cosa invisible por una cosa visible; a no ser porque la sangre, que bombea el mismo corazón por todas las venas, es el principal en nuestro cuerpo entre todos los líquidos, de tal modo que dondequiera que se ha producido una herida no fluye otro sino ése. De ese modo, el alma, porque prevalece invisiblemente sobre todos los elementos de que estamos formados, está significada mejor por la sangre, que prevalece sobre todos los elementos visibles de que constamos.

La resurrección del cuerpo

22. En cuanto a lo que dice el Apóstol (porque también "ése ha traído este testimonio"): La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios 89, no es la cuestión sobre el alma, sino sobre la resurrección del cuerpo. Pero también se resuelve de dos modos: o porque ha llamado con el nombre de carne y sangre a la corrupción de la carne y de la sangre, que no existirá en la resurrección, o carne y sangre designan a los hombres que no poseerán el reino de Dios, entregados a la carne y a la sangre para todos los halagos de los placeres seculares. En cambio, todo este pasaje de la palabra apostólica donde está escrito: La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios, si se considera más diligentemente, mejor se persuadirá que él quiso llamar con esas palabras la corrupción de la carne como ahora es, y, para exponer qué quería decir, añadió: Ni la corrupción poseerá la incorrupción 90. Porque, cuando fuera hecha esa mutación que se espera en la resurrección, ciertamente que no permanecerá corrupción alguna; luego aunque también haya dicho el Señor a sus discípulos después de la resurrección: Palpad y ved que el Espíritu no tiene carne y huesos, como veis que tengo yo 91, sin embargo, según la sustancia, será carne no según la corrupción, que ahora impone ese nombre a la carne. Por lo cual dice el profeta: Toda carne es heno. ¿Acaso, pues, también la del Señor que subió al cielo? Del mismo modo como llamó el profeta carne cuando dice: Toda carne es heno, para añadir a continuación: se agostó el heno 92, del mismo modo dice también el Apóstol: La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios, porque allí no habrá corrupción, por la que ahora se va secando la naturaleza de la carne como el heno. En efecto, no otra es la sentencia: Ni la corrupción poseerá la incorrupción, sino que esa repetición es la exposición de la sentencia anterior; para que lo que allí se dice: carne y sangre, aquí lo entendamos corrupción, no sustancia de carne. Y lo que allí se llamó reino de Dios, aquí entendamos incorrupción.

De este modo no pensemos que ha dicho algo distinto en: La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios, que si dijese: La corrupción no poseerá la incorrupción 93, esto es, la corrupción de la carne y de la sangre no estará en la incorrupción de aquel reino, a saber: por la inmutación de que hablando luego, añadió: Conviene que esto corruptible se vista de incorrupción 94. Así la corrupción, que está significada con el nombre de carne y sangre, no estará en la incorrupción de aquel reino, porque la carne, que ahora es corruptible, entonces mudada será incorruptible 95.

El baño de la regeneración

23. En cambio, si Moisés, hombre de Dios, hubiese creído que el alma era mortal, lo cual ciertamente lo hubiese creído si la hubiese llamado sangre, no figurada, sino propiamente, no diría en otro pasaje: Todo el que toque a un muerto de toda alma de hombre, y fuere cadáver, y no se hubiera purificado, ha contaminado el tabernáculo del Señor, será excluida esa alma de Israel, porque el agua lustral no ha corrido sobre él; es inmundo, todavía su inmundicia está en él 96. Dijo todavía, aun después de la muerte, porque no está purificado. Donde entiende el baño prefigurado de la regeneración, que ahora reciben los que se bautizan en Cristo, cualquiera que oye con fe: Si hubieseis creído a Moisés, me creeríais también a mí, porque de mí escribió él 97.

Antigua y Nueva Alianza

VII. 24. Por otro lado, ¿de qué admirarse si ese infeliz, alejado de la luz de la verdad y por ello adversario a la luz de la verdad, lo que no entiende en el Nuevo Testamento lo opone al Antiguo Testamento? Igualmente aquello sobre el apóstol Pablo, cuando dice a los Corintios 98: Porque si el agente de la muerte grabado en letras de piedra se publicó con gloria, de tal modo que los hijos de Israel no podían mirar a la cara de Moisés por el resplandor de su rostro, que se desmorona, ¿por qué no va a ser mayor en gloria el agente del espíritu? Porque si el agente de la condenación tiene su gloria, mucho más el agente de la justicia abundará en gloria. Y verdaderamente, lo que es eclipsado por una claridad incomparable ya no es glorificado en su esplendor. Porque si lo que es caduco está en gloria, mucho más aquello que permanece está en gloria 99.

De este modo, ése ha traído las palabras apostólicas. ¡Y ojalá no esté alejado de una interpretación mejor! Pues porque dijo: agente de la muerte grabado en letras de piedra 100, deduce de ahí que "Moisés ha sido el servidor de la muerte, esto es, ha servido al autor de la muerte, a saber: al espíritu maligno, al que ése cree que es el autor de este mundo", ignorando así que se llama agente de la muerte a la ley, según aquello que dice en otro pasaje: La letra mata, pero el espíritu vivifica 101. En efecto, la ley, aunque justa, santa y buena, acarreó la muerte a los prevaricadores, a quienes la gracia de Dios no ayudó para cumplir la justicia de la ley. Porque convenía que a los soberbios, y a los que confiaban en la fuerza de su voluntad, les fuese impuesta por medio del Antiguo Testamento la ley que no les iba a dar la justicia, sino que les iba a mandar que comprometidos de tal modo por la muerte de la prevaricación se refugiasen en la gracia, no sólo mandante, sino también adyuvante, que fue revelada por el Nuevo Testamento.

De donde creen esos blasfemadores de las palabras divinas que la ley dada por Moisés fue mala, porque fue llamada agente de la muerte grabado en letras de piedra, sin fijarse que se dijo por aquellos que creían que les bastaba la ley a su libre albedrío, y así, sin ser ayudados por el espíritu de la gracia, quedan convencidos como reos de la prevaricación bajo la letra de la misma ley. Por eso dice en otro sitio: La ley provoca la cólera, porque donde no hay ley no hay prevaricación 102, mostrando así cómo ha dicho: La ley provoca la cólera. En efecto, la prevaricación de la ley no sería mala si la misma ley no fuese buena.

La ley de la gracia

25. Sería demasiado largo recoger todos los pasajes donde el bienaventurado Apóstol se pronuncia contra esa sentencia, distinguiendo la ley de la gracia, porque bajo aquélla son abatidos los orgullosos y bajo ésta levantados los humildes, y porque aquélla en tanto es buena en cuanto manda el bien, y ésta en cuanto que da los bienes. Aquélla hace oyentes de la justicia, y ésta practicantes. Y por eso bajo aquélla yace el pecador, por añadidura también prevaricador convencido, perdida toda excusa de ignorancia; bajo éste, en cambio, a la vez perdonante y adyuvante, no sólo el que ha obrado el mal no es extinguido, sino que es inflamado para que obre el bien.

Y ¿qué tiene de extraño si aquélla es llamada agente de la muerte 103 donde la letra mata, al prohibir el mal que se hace y al imponer el bien que no se hace? En cambio, ésta es llamada agente del espíritu 104, ciertamente vivificador, para que salgamos de la muerte de la prevaricación y no acreditemos nuestra justicia por las tablas como reos, sino como hijos la tengamos en los corazones y en las costumbres. Esto es lo que distingue el Nuevo Testamento del Antiguo, porque allí el hombre viejo está apresado por las angustias del terror, aquí el hombre nuevo es engrandecido por la amplitud de la caridad.

La realidad del Nuevo Testamento

26. En cuanto a lo que se dice sobre Moisés, como ministro del Antiguo Testamento, que: Los hijos de Israel no podían mirar a su cara por el resplandor de su rostro 105, era figura de que en la ley no habían de reconocer a Cristo. Y por eso el velo se interponía entre el rostro de Moisés y ellos, para que los hijos de Israel no se diesen cuenta hasta el final 106, como está escrito. ¿Cuál es, pues, el fin de la ley? A esto, que responda el Apóstol, no yo: Porque el fin de la ley, dice, es Cristo, para justificar a todo el que crea 107. El fin que perfecciona, no un fin que mata.

En efecto, se llama fin porque por él se hacen todas las cosas que se hacen a modo de un oficio. Porque entre el oficio y el fin hay esta diferencia: que el oficio está en todo aquello que debemos hacer, y el fin está en por quien lo hacemos 108. Pues de ese modo todo aquello se hacía por Cristo, a quien los hijos de Israel no llegaban a entender en aquello que hacían. Eso significaba el velo que no permitía que ellos se diesen cuenta hasta el final, es decir, hasta el rostro de Moisés, que era figura de Cristo.

Y por eso se dijo que tiene que desaparecer esa gloria, como desaparecen todas las sombras que lo han figurado, conforme va llegando la realidad que es significada. Porque del mismo modo que la ciencia que ahora es desaparecerá, como lo dice el mismo Apóstol, cuando llegue aquella realidad que él llama cara a cara 109; del mismo modo, también esas cosas que fueron dadas en figuras a los judíos en el Antiguo Testamento fue necesario que se anulasen también por la revelación del Nuevo Testamento.

Testimonio de los salmos

27. En realidad, también algunos entendían en aquel pueblo que Cristo estaba figurado por medio de aquellas sombras del Antiguo Testamento: porque el mismo Moisés y los demás profetas, que lo anunciaban con anterioridad a los venideros, sí entendían todo esto. Efectivamente, en la misma carta a los Corintios, donde se dicen estas cosas que ése, al no entenderlas, puso como contrarias y enemigas al Antiguo Testamento, ¿por qué dice: Pero poseyendo el mismo espíritu de fe según lo que está escrito: Creí, por lo cual también hablé. Y nosotros creemos, por lo cual también hablamos? 110 Porque, ¿dónde fue escrito: Creí, por lo cual también hablé? 111 Ciertamente que en los salmos referentes a esos oráculos de Dios que fueron encomendados a los judíos: Teniendo el mismo espíritu de fe. ¿Qué es el mismo sino el que tenían también aquellos profetas por quienes estas cosas fueron profetizadas? ¿Por qué también en la misma carta puso el testimonio acerca de la ley, cuando había anunciado de antemano: Para que vuestra abundancia remedie su necesidad, y su abundante remedie vuestra indigencia, para que así se haga la igualdad, añadiendo y diciendo: como está escrito, el que cogía mucho, no abundó; y al que poco, no le faltó? 112 ¿Por qué les importa la autoridad de la ley a la que llama agente de la muerte si la ha entendido de ese modo como esa peste la entiende?

La ley, agente de la muerte y de la condenación

28. Y para que se disipen todas las dudas de qué modo la ley es también llamada con justicia agente de la muerte, y que, sin embargo, es santa y justa y buena, recordemos lo que está puesto en la carta a los Romanos. En efecto, después de haber dicho: De tal modo que podamos servir en la novedad del espíritu y no en la vetustez de la letra 113 (sentencia que es muy semejante a aquella que ése ha traído sin entenderla). El Apóstol vio de lejos a continuación a esos futuros charlatanes y blasfemos, que habrían de pensar por eso que la ley era reprensible; y luego añadió 114: ¿Qué diremos, pues? ¿Que la ley es pecado? En absoluto; sino que yo no he descubierto el pecado sino por la ley. Porque yo no conocía la concupiscencia si la ley no dijese: No codiciarás. Pero, llegada la ocasión, el pecado provocó en mí toda concupiscencia por medio del precepto. De hecho, sin la ley el pecado está muerto. Pues yo antes sin la ley vivía. Pero al llegar el mandato revivió el pecado. Y yo muerto descubrí que el precepto que era para dar la vida, daba la muerte. En efecto, el pecado, llegada la ocasión, me engañó por medio del precepto y por él me dio muerte. Así que la ley ciertamente es santa, y el precepto es santo y justo y bueno. Empero, ¿lo que en sí es bueno se ha convertido para mí en muerte? De ningún modo; sino que el pecado, para que aparezca pecado, me ha causado a mí la muerte por medio del bien 115. Ved qué es: agente de la muerte. Ved qué es: la letra mata 116. Ved cómo la ley no es pecado. Y que: el precepto era para dar la vida. Y que: la ley es santa y el precepto es santo y justo y bueno 117. Y, sin embargo, porque el alma desobediente es muerta desde el mismo bien, cuando no ayuda la gracia de Dios, la ley se ha convertido en agente de la muerte en el Antiguo Testamento por la letra que mata, mientras que la gracia es hecha agente de la vida en el Nuevo Testamento por el espíritu que vivifica.

Sin embargo, lo que es agente de la muerte y agente de la condenación 118. Esto es, que llegada la ocasión, el pecado provocó en mí por medio del precepto toda la concupiscencia. Esto es, que al llegar el mandato, revivió el pecado. Esto es, que descubrí que el mandato que era para la vida daba la muerte 119. Esto es, que llegada la ocasión el pecado por medio del mandato me engañó, y por él mata 120. Esto es, que la ley se coló para que abundase el delito 121. Esto es, que la ley provoca la ira 122. Es decir, que la fuerza del pecado es la ley 123.

Realmente, la prohibición del pecado, en que consiste la ley, aumenta en realidad el deseo de pecar, el cual no se extingue sino por el deseo contrario de obrar rectamente, cuando la fe obra por medio del amor 124. En cambio, esto no lo da la letra que manda, sino el espíritu que ayuda. Luego no es la ley, sino la gracia. No el Antiguo Testamento, que engendra para la esclavitud que es Agar, sino el Nuevo Testamento, en el cual no son los hijos de la esclava, sino los de la libre, con la libertad con que Cristo nos liberó 125. Y, sin embargo, la ley es santa, y el mandato santo y justo y bueno. Por este mandato santo y justo y bueno, el pecado provoca toda concupiscencia en esos que no tienen el espíritu de Cristo.

El mismo Apóstol, demostrando que él fue tal cual en el Antiguo Testamento, también dice: llegada la ocasión, el pecado, por medio del mandato, provocó en mí toda concupiscencia. ¿Por medio de qué mandato sino por el que dice: Yo no conocía la concupiscencia si la ley no dijese: No codiciarás? ¿Es acaso malo no codiciar? Por el contrario, sumamente bueno. Luego la ley que dice esto es buena; pero donde no está el espíritu que vivifica, esa misma ley que dice lo bueno mata, porque es la fuerza del pecado, cuando por medio de ella provoca toda concupiscencia, excitando con la prohibición. Porque no se extingue a través de la letra que mata por temor del castigo, sino a través del espíritu que ayude por amor de la justicia. Por eso dice: El pecado, para que aparezca pecado, le ha causado la muerte por medio del bien 126. En efecto, no dice: por medio del mal, sino por medio del bien. ¡Que se despabilen aquí, si pueden, los que reprenden con ánimo ciego y furioso a la ley de Dios igual que a su ministro Moisés! Por eso, sin duda, es agente de la muerte, porque el pecado ha causado la muerte por medio del bien. Por eso es agente de la condenación, porque el pecado ha causado la condenación por medio del bien.

La ceguera de los incrédulos

29. Pero no todos los que se llaman cristianos se transforman en Cristo, sino aquellos a quienes se les quita el velo que cubre en la lectura del Antiguo Testamento. En efecto, los que están en el Antiguo Testamento, porque se lo impide el velo, no entienden ni el Antiguo ni el Nuevo. En cambio, los que se transforman en Cristo, quitado el velo por medio del Nuevo, entienden tanto el Antiguo como el Nuevo. Ojalá que también esos ciegos adversarios de la ley y los profetas se pasen de tal modo a Cristo que no se cuenten entre aquellos a quienes les está velado también el mismo Evangelio! 127 Cierto que el Apóstol dice que está velado entre esos que se pierden. En los cuales el Dios de este mundo cegó las mentes de los incrédulos, para que no les brille la iluminación del Evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios 128. En donde ese miserable quiere que se entienda que es malo el Dios de este mundo. Como si Moisés le hubiese servido a él en el Antiguo Testamento, con el pretexto de que eso lo ha dicho el Apóstol como si fuese necesario entender por Dios de este mundo al dios de los impíos, esto es, al diablo: porque todos los dioses de los gentiles son demonios 129, y, de cierto, muchísimos más al príncipe de los demonios. ¡Y no sería extraño, puesto que de algunos también se dice que su dios es el vientre! En efecto, lo dice el Apóstol: en quienes su dios es el vientre 130; y por eso el vientre no es dios. Del mismo modo, si se puede decir dios de este mundo al diablo, no por ello el diablo es dios. Como tampoco los demonios son dioses, aunque los dioses de los gentiles sean los demonios. Igualmente puede entenderse al siglo como sinónimo de malo, por lo cual dice el Apóstol: Que os libre a vosotros del presente mundo maligno 131. Pero, como es bien claro, el segundo sentido: ¿qué necesidad hay de creer que aquí está significado el diablo y no más bien el Dios verdadero, justo y bueno, que es quien ha cegado las mentes de los incrédulos de este mundo: para que no se distinga aquí en los cuales el Dios de este mundo, y continúa: cegó las mentes de los incrédulos 132; sino más bien así: en los cuales Dios, y se añade: cegó las mentes de los incrédulos de este siglo, es decir, que cegó las mentes de los incrédulos de este mundo?

Los juicios de dios son inescrutables

VIII. 30. Pero a ésos no les agrada que Dios ciegue las mentes de algunos. De hecho, no prestan atención a las palabras del Salvador, que dice: Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven se queden ciegos 133. Aquel, pues, que según la sentencia apostólica se compadece de quien quiere y endurece a quien quiere 134, sin duda alguna que ilumina al que quiere y deja ciego al que quiere. Pero no hay iniquidad alguna en Dios, a quien dice la Iglesia: Te cantaré, Señor, la misericordia y el juicio 135. Luego ilumina por la misericordia y ciega por el juicio ciertamente justísimo y ocultísimo. Cierto que sus juicios son inescrutables 136. A quien, sin embargo, se le dice: Estás sentado sobre un trono, tú que juzgas la equidad 137.

Las promesas hechas a Abrahán

31. A ese Dios sirvieron Moisés y los demás profetas, de quien el mismo Señor, sin duda alguna, afirma que son justos. Como quiera que los judíos, a quienes dice: Edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los mausoleos de los justos 138, construían sus sepulcros y adornaban sus mausoleos. Pero todos ellos, si bien según el orden natural 139 servían con las figuras del Antiguo Testamento, sin embargo, pertenecían por la gracia de Dios al Nuevo Testamento, aunque todavía no revelado, al que pertenecía ya Abrahán.

Como que de aquí ésos entenderían en consecuencia, si leyesen con el velo quitado, que el Evangelio no es enemigo de la ley, que fue dada por medio de Moisés, como no son enemigos entre sí Abrahán y el mismo Moisés, de quienes ciertamente ésos confiesan también que dieron culto a Dios, aunque blasfemen de tal modo que niegan que él sea Dios. Y, no obstante, el Apóstol opone a la ley dada por Moisés las promesas que fueron dadas a Abrahán, porque significaban el Nuevo Testamento, de tal modo que los dos parecen enemigos entre sí.

Y ¿qué más dice a los Romanos? Porque la promesa hecha a Abrahán y a su descendencia, de que sería el heredero del mundo, no lo fue por la ley, sino por la justicia de la fe. Si, en verdad, los que lo son por la ley son herederos, queda vaciada nuestra fe y sin contenido la promesa. Porque la ley provoca la ira. Y donde no hay ley, tampoco prevaricación 140. Pongan atención de qué modo intenta ése desviar la disputa, como si fuese contra la ley, para lograr convencer que desde aquella primera promesa, que fue hecha a Abrahán, no son herederos por la ley todos los que son herederos de Dios, sino por la promesa. Igualmente dice a los Gálatas: Hermanos, lo digo como hombre; sin embargo, nadie hace nulo o modifica un testamento humano debidamente otorgado. Las promesas se hicieron a Abrahán y a su descendencia. No dice a sus descendientes en plural, sino en singular: y a tu descendencia, que es Cristo. Pero quiero decir que el testamento confirmado por Dios no lo va a anular la ley, que fue dada cuatrocientos treinta años después, para dejar sin contenido la promesa. Porque si la herencia viene de la ley, ya no depende de la promesa. Ahora bien: Dios hizo la donación a Abrahán por medio de la promesa. ¿Para qué entonces, la ley? Fue dada por la transgresión, hasta que llegara el descendiente a quien le fue prometido 141. Ignoro si ésos, que calumnian sin entender, encuentran algo sacado del Evangelio o de las Escrituras apostólicas, que eso que, según parece, el Apóstol opone desde las mismas promesas que fueron hechas a Abrahán, les parezca a ellos enemigo y contrario a la misma ley. Luego si ésos han odiado la ley, ¡que al menos amen a Abrahán!

El ejemplo de Abrahán

IX. 32. Pero tampoco les agrada esto. Puesto que hasta le echan en cara el crimen de fornicación al mismo padre de los pueblos, en quien vemos que las promesas hechas se cumplen ahora en todos los pueblos. En realidad, ese a quien respondo manifiesta sin duda alguna que él es de esos de quienes fue predicho según el Apóstol: En cambio, el Espíritu dice manifiestamente que en los últimos tiempos algunos se apartarán de la fe, atendiendo a los espíritus seductores y a las enseñanzas de los demonios con la hipocresía de los mentirosos, teniendo su conciencia cauterizada y prohibiendo casarse 142.

En efecto, no se halla que Abrahán se contaminó con adulterio alguno, porque amó a la esclava no con el peligro de la libido, sino que la tomó de su esposa, cuando su esposa hizo de su derecho lo que quiso, queriendo tener hijos de su marido, aunque desde un seno ajeno, donde ninguna causa de lujuria fue imaginada en absoluto, sino solamente la causa de engendrar.

Pero ése "le echa en cara a Abrahán, hasta en su senectud decrépita, un crimen de fornicación, ciertamente porque tomó otra esposa después de la muerte de Sara". En lo cual, aunque no se entendiese ningún sacramento de una realidad oculta, por eso sólo debió hacerlo Abrahán para que los herejes, a quienes ampara hasta el mismo Tertuliano, partidario suyo, no pensasen contra el Apóstol que después de la muerte de su esposa era un crimen volver a casarse 143.

Pero como a ése le parece que encuentra en los escritos apostólicos qué decir contrario a la ley dada por medio de Moisés o contra el Antiguo Testamento, que encuentre también contra Abrahán algo que parezca darlo a entender de los mismos libros evangélicos. No lo encontrará en absoluto.

Dondequiera que Abrahán es nombrado en los libros del Nuevo Testamento, lo es con el debido honor, de tal modo que el mismo Señor decía a los judíos: Si sois hijos de Abrahán, haced las obras de Abrahán 144. Y por eso, ese que blasfema de Abrahán, en realidad blasfema de Cristo, que es quien manifiesta tal testimonio de Abrahán.

La quinta persona

33 Pero que diga, si puede, ¿a qué persona de aquellas cinco se refería el Apóstol cuando predicaba así de Abrahán? Porque, si para esos que estaban sin ley hizo como si él mismo estuviese también sin ley, aquellos no habían conocido a Abrahán. Luego debió encontrar algún príncipe, ya de romanos o de griegos, o alguno de los filósofos a quien predicar con tales palabras, para que conviniese con ellos, como a ése le pete, al fingir que él era tal cuales eran ellos mismos. Ni ignoro que Abrahán, como padre extranjero del pueblo hebreo, era muy ajeno a sus costumbres, a sus ritos, a su parentesco. Pero si para los judíos se hizo como judío, y para los que estaban bajo la ley como si él mismo fuese también bajo la ley, ¿para qué decía que no son herederos desde la ley?; ¿para qué decía: la ley provoca la ira? 145; ¿para qué decía: la ley fue puesta por la prevaricación? 146 Lo cual no podrían aceptarlo con ánimo pacífico los que se gloriaban en la ley. Porque, si como enfermo hablaba a los enfermos, y de ese modo los alimentaba, engañando para agradar a los falaces, ¿por qué dejaba fuera de las sombras antiguas a esos entre quienes descansaban los enfermos, de modo que dijese: Mirad, yo, Pablo, os digo que si sois circuncidados Cristo no os aprovechará de nada? 147 Pero si en aquella persona quinta hablaba la Sabiduría a los profetas cuales cree ése que son los únicamente dignos a quienes no engaña el Apóstol, ¿por qué al contrario quiere él mismo ser perfecto para blasfemar de Abrahán, a quien el Apóstol alaba así a los perfectos, sobre todo en aquellos dos hijos suyos, el uno de la esclava, el otro de la libre? Si el Antiguo Testamento le desagrada con Ismael, que el Nuevo Testamento le agrade con Isaac 148.

La cátedra de la pestilencia

34. ¿Acaso también contra el Apóstol va a plantar la cátedra de la pestilencia y a disputar sobre la cualidad de las figuras, diciendo que él no debió tomar de las cosas torpes las figuras de las cosas honestas? Porque a ése le parece cosa torpe hasta la relación conyugal con la misma Sara, de quien el Doctor de las Gentes afirma que significa nuestra madre libre, la Jerusalén eterna 149, aunque ¡ese doctor de los pestilentes ponga delante las arrugas de las narices y de la frente y se horrorice con rostro encrespado de esa parábola!, y mucho más amplia y desdeñosamente cuando oye que el mismo Doctor de las Gentes, a lo que está escrito del varón y la mujer: Serán dos en una sola carne, añade y dice: Este sacramento es grande, y lo digo yo en Cristo y en la Iglesia 150. ¿No es así como debían ser conocidos los sacramentos de tan alta realidad, es decir, los signos sagrados, siendo honestos tanto en su contenido como respetuosos en las palabras; no debieron ser conocidos ni declarados deshonestos, pero que el bienaventurado Apóstol ignoraba? ¡Que ése se vaya claramente detrás de sus compañeros semejantes, que dijeron: Duro es este sermón, ¿quién lo puede escuchar?! 151 Nosotros, en cambio, escuchemos y entendamos los dos Testamentos en los dos hijos de Abrahán y en las dos mujeres fecundadas por su unión. Reconocemos sin obscenidad alguna a Cristo y a la Iglesia como a los dos en una sola carne, aunque ésos no lo admitan. Aceptamos con fidelidad de corazón y de boca como Mediador de Dios y de los hombres al Hombre-Cristo Jesús, que nos da su carne para comer y su sangre para beber, aunque le parezca más horrible comer carne humana para matar y beber sangre humana que el derramarla.

Además, escuchemos no con desdén, sino con sabiduría, que esa exposición en todas las Santas Escrituras está tomada según la sana regla de la fe, cuando se expone algo dicho o hecho figuradamente, de cualesquiera cosas y palabras que están contenidas en las páginas sagradas. Y dejemos a ése, que parlotea tonterías, y que, sin saber lo que habla, trata, si así puede decirse, con cierta pericia inexperta de la cualidad de las figuras. El cual, al decir que algo debe estar significado por medio de las cosas convenientes no contrarias, puede decir vanidosamente que Dios conviene que siempre sea escrito con oro bruñido y nunca con que Dios es Luz y en Él no hay tinieblas 152.

En efecto, es un hombre el que piensa que el Apóstol, para congraciarse con los débiles e imperfectos, dijo muchas cosas falsas y reprobables, porque a través de sus cartas se ve, por los testimonios que trae de la ley y los profetas, con cuánta veneración acepta esas Escrituras.

Tampoco piensa que con tan perverso sentido se puede llegar a defender aun aquello que en los antiguos libros de Dios escandaliza al inmundo e impío, como si fuera piadoso y limpio. Ciertamente, si alguno igual que él le dice: Esas cosas que te molestan en la ley y en los profetas son falsas, pero por los débiles e imperfectos el Espíritu Santo ha querido que se pongan así, no sabrá qué responder a su compañero impostor. Porque queda convencido por una regla falsa, pero que es la suya. ¡Así se yugula, con su propia espada, por mano no de un sabio y docto, sino de un necio y zafio como es él! 153

La serie de cuestiones expuestas

X. 35. Sin duda que después de esas sacrílegas fanfarronerías del hombre sacrílego e impostor, a las cuales creo que he respondido suficientemente; esto es: sobre el principio del Génesis, sobre la naturaleza de la luz, sobre el día o el sol, sobre la causa de la formación del hombre, sobre el pecado de Adán, sobre la naturaleza del hombre, sobre la seducción de la serpiente, sobre el castigo en el hombre y sobre el árbol de la vida, sobre el arrepentimiento de Dios, sobre el diluvio, sobre el arco iris en las nubes, sobre el endurecimiento del corazón del faraón 154, sobre el espíritu de la mentira según el profetas Miqueas, sobre el testimonio del profeta Isaías según aquello: Hijos engendré y exalté, a los cuales dice de nuevo: Hijos malvados, semilla pésima 155. Y lo que igualmente está escrito en él: Yo soy Dios, que hace los bienes y crea los males 156; sobre el exterminio del pueblo mandado a Moisés, sobre la maldición que le parece una torpeza, sobre la que él juzga descarada y manifiesta crueldad de Dios, sobre el celo que juzga malicioso a favor del rey David, por lo que está escrito: Me pesa de haber hecho rey a Saúl 157; sobre el espíritu de Moisés, cuyas Escrituras cree que el Apóstol las ha llamado fábulas de viejas; sobre la cualidad de las figuras, sobre Abrahán, sobre los hijos del sacerdote Helí, sobre los sacrificios, que ése cree que se ofrecen sólo a los demonios; sobre los profetas de Dios, quienes ése piensa que no existieron antes de la venida de Cristo; sobre lo que se dice en la ley que la sangre es el alma; sobre Dios a quien sirvió Moisés, y al que ése cree que no fue el Dios verdadero; sobre la diversidad de personas a quienes cree que el Apóstol ha enseñado con mentira.

Todo eso lo he expuesto no por el orden que está en cada libro, sino como ha ido exigiendo el orden coherente de nuestra discusión.

El discernimiento de los espíritus

XI. 36. Además de todas esas cuestiones ha puesto un título que dice así: "El discernimiento de los espíritus de la malignidad y de la bondad". Y ha comenzado a alabar a Cristo con breves y repetidas sentencias contrarias entre sí y a acusar al Dios de la ley de ese modo, como exhortando, por así decirlo, a quien ése escribía: "Por lo cual, pues, hermano -le dice-, apartándonos de la iniquidad del error pasado, busquemos a Cristo verdadero y sumo Dios, y no al príncipe de este siglo y creador del mundo, en donde se nos ha dicho muchísimas veces que somos peregrinos. Busquemos, repito, a aquel Dios piadoso y manso, que para demostrarnos que somos de su parentela nos ha llamado luz del mundo. No a aquel Dios que, asignándonos un origen terrenal, según las escrituras judaicas, nos ha endilgado nuestro fin en la tierra. Miremos a aquel que, al llamarnos hermanos, nos ha invitado a estar alerta y a saborear las cosas divinas". Y de esta guisa ha tramado muchas cosas más.

Apóstrofe final

37. A ese pasaje de su libro he juzgado que debía responder para exhortaros también yo que: Contemplemos a Cristo verdadero y sumo Dios, Hijo único del verdadero y sumo Dios, que no es el príncipe maligno de este libro, sino en todo caso el Creador del mundo, esto es: el autor del cielo y de la tierra, el cual nos manda que vivamos en la presente mortalidad la vida temporal como peregrinos. Contemplémosle, repito, a Él misericordioso y manso, que nos ha hecho hermanos suyos por gracia, no por naturaleza. Él es, en efecto, y no otro, como ése cree, quien nos dio según las Escrituras un cuerpo terreno y un alma espiritual, creando a los dos sin engendrar algo de ellos. Quien nos mandó e hizo para estar alerta y saborear las cosas divinas. Realmente Él es y no otro, como ése opina, quien nos ha avisado para que no experimentemos el discernimiento del bien y del mal, pecando. Quien, llamándonos a la inmortalidad, nos ha prometido el reino celestial.

Él es también, no otro, como ése cree, quien después del pecado nos expulsó como reos de la felicidad de la vida eterna y nos ha castigado con el trabajo terreno. Quien, no como ése dice, nos ordenó no ignorar nada, sino que nos mandó conocer las cosas útiles. Ni, como ése piensa y falsea, condenó en nosotros la ciencia que se logra saboreando la justicia, sino la que se alcanza con la experiencia del pecado. Él es quien se ha compadecido de nosotros, porque moríamos en el error. En efecto, Él es, y no otro, como ése piensa, quien nos condenó a morir, no desde que comenzamos a conocer la sabiduría que ése dice, sino desde que delinquimos. Quien nos exhorta a menospreciar nuestras propias riquezas, mejor aún, a esconderlas en lugar más seguro; siendo Él, y no otro, como ése opina, quien, manifestándose no sólo Señor de las cosas celestes, sino también de las cosas terrenas, o bien mandó, o permitió a los suyos, a quien convenía eso temporalmente, quitar y retener las cosas que poseían los impíos que habían de ser castigados con la expoliación. Él es quien perdona los delitos a los pecadores convertidos, siendo Él, y no otro, como ése opina, el que da a los perversos lo que se merecen hasta la tercera y cuarta generación; Él es quien perdona los pecados, no de todos indistintamente, como ése dice, sino de aquellos a los que ha conocido de antemano ya predestinados.

Él es, en cambio, y no otro, como ése juzga, el que ha castigado con muertes no espirituales, sino corporales, los delitos de algunos, para provocar un dolor punitivo del alma, y aun el mayor terror de aquellos que no los habían cometido, a fin de que su condición de mortales, por la que poco después tendrían que morir, sirviese también de ese modo a la providencia de Dios y redundase en provecho de la disciplina 158.

Él es quien no nos prohibió irritarnos de una manera absoluta, puesto que también Él se irritó cuando fue oportuno, sino que mandó irritarse y no pecar. Él es, por otra parte, y no otro, quien no busca las causas para vengarse, como ése afirma, sino que avisa las causas que deben ser vengadas, puesto que Él ya las conoce. Él es quien nos ha recomendado que no juzguemos nunca, para que, como podemos ser engañados, estemos lejos de jurar con perjurio. También es Él, y no otro, como ése opina, quien ha afirmado hasta con juramento la verdad de su palabra para reprender a los incrédulos cuando creyó que era necesario. Y como el hombre, cuando jura, pone a Dios por testigo, así Dios se pone a sí mismo como testigo. Él es quien nos mandó ser leales a la palabra veraz. Verdaderamente que es Él, y no otro, como ése opina, no quien ha mudado su voluntad, según ese blasfemo, sino quien ha mudado las cosas que ha querido sin mudar su voluntad. Él es quien nos ha enseñado el camino de la verdad. Pues Él es también el Dios de los profetas, que jamás engaña a los suyos con falsas promesas, como ése calumnia.

Él es quien nos mandó ser irreprensibles, porque Él es también el Dios de los profetas, que jamás, como ése acusa, tiene que reprocharse nada a Sí mismo ni tiene que arrepentirse de algo como el hombre; sino que conoce ya desde la eternidad los cambios de las cosas futuras que Él ha de cambiar sin mutación alguna de Sí, al modo como lo predijo a los hombres con palabra humana.

Él es quien nos recomendó también en el Evangelio que había que temer la ira de Dios. Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, quien con el nombre de ira o indignación designó no la perturbación de su alma, sino la venganza justa y severa. Él es quien no quiso que uno ofenda a otro, sea como sea, sino injuriando; Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, quien para un mayor bien o castigó o atemorizó a los que quiso, ya por medio de hombres, ya por medio de ángeles santos, y hasta con las muertes temporales de los cuerpos. Él es quien enseñó que no había que mirar a una mujer para desearla. Él es, en verdad, quien dijo también en la ley: No codiciarás 159; ni, como ése acusa, recomendó a cada uno casarse hasta siete veces, sino que permitió los matrimonios castos para la propagación. En cambio, Él no sólo no hizo a los padres maridos de sus hijas, sino que hasta les prohibió que lo hiciesen, como los demás incestos. Él es quien nos ha enseñado que nosotros, según la renovación interior de la mente en el espíritu, no somos ya ni hombres ni mujeres; y nos prometió que seríamos con Él como los ángeles eternamente 160. Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, el que unió al varón y a la mujer en castidad nupcial para propagar la estirpe, y declaró que son lícitas las segundas nupcias, que están permitidas también en el Nuevo Testamento. Sí mandó que las mujeres de los hermanos, una vez muertos y sin hijos, se uniesen en matrimonio para avivar la descendencia del difunto, no por lujuria, sino por piedad; en cambio, prohibió terminantemente que los padres se casasen con sus hijas.

Él es quien nos mandó pisotear espiritualmente toda clase de serpientes. Él es en verdad también el Dios de los profetas, quien para manifestar al pueblo incrédulo los pecados, con cuyo veneno morían invisiblemente, mandó serpientes visibles para que fuesen amonestados; y por aquella plaga punitiva quiso significar en figura las muertes de las almas con las muertes de los cuerpos. Él es quien dijo: Dad limosna, y así lo tendréis limpio todo 161. Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, quien nos ha mandado todo eso por medio de los profetas. Ni quiso que se le inmolasen los hijos primogénitos de los hombres, sino que se le consagrasen, significando al primogénito de entre los muertos, en quien convenía que todos se librasen de la muerte perpetua.

Él es quien antepuso los alimentos incorruptibles a los corruptibles. Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, que quiso que precediesen como figuras de las cosas futuras los sacrificios que no necesitó para significar el verdadero sacrificio. Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, que tomó venganza con la severidad de la disciplina de los sacrilegios que se cometían mediante las muertes de los cuerpos, mucho más benignas que los suplicios eternos de los infiernos. Él es quien mandó no que se condenasen las riquezas terrenas, como ése dice, sino que antepuso las espirituales y celestes. Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, quien hace a algunos ricos, dándoles benignísimamente y a la vez justísimamente, y a otros los hace pobres no dando o quitando.

Él es quien nos mandó orar por los enemigos. Es, en verdad, también el Dios de los profetas, quien no solamente quiso que los hijos nunca le fuesen inmolados por las manos de sus padres, como ése acusa, sino que además estableció en la ley que eso no se hiciese. Él es quien, sin acepción de personas, ordenó que se había de hacer el bien de todos. Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, que cuando mandó que fuesen matados los hombres, sin distinción de edad o sexo, ¿de dónde sabe ése o alguno qué buena compensación concedió después de la muerte a esos con cuyas muertes o bien corrigió o bien atemorizó a los vivientes?

Él es quien ordenó sufrir y perdonar con ánimo sereno las injurias. Y Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, que al ojo por ojo y al diente por diente le puso la medida del castigo, para que nadie creyera que debía tomarse mayor venganza que la injuria que había recibido. Y eso porque Él mismo ha dicho de la Sabiduría de Dios que lleva en la lengua la ley y la misericordia. ¿Cómo, en efecto, íbamos a perdonar a sabiendas a nuestros deudores las deudas por medio de la misericordia si nosotros mismos no reconociésemos esas mismas deudas por medio de la ley? Él es quien, humillándose con su inmenso poder, se hizo hombre para convertirnos, y convivió con los hombres. Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, que habló con los primeros padres. Por eso que, al decir que fuera de Él no hay otro Dios, la suprema Trinidad, permaneciendo su distinción de personas, es también un solo Dios 162.

Él es quien mandó a sus apóstoles que diesen gratis lo que habían recibido gratis, y, sin embargo, estableció que para su cuidado no llevasen consigo una segunda túnica, porque añadió: El obrero es digno de su salario, para que quienes anunciaban el Evangelio viviesen del Evangelio. Con todo, señaló que había que ofrecer a Dios los dones y servicios, porque, aunque Dios no necesita de nada, al aceptar las ofrendas otorga más de lo que recibe. Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, que prohíbe a los suyos aceptar regalos, con los cuales pueden cegarse los ojos de los jueces; y, en cambio, Él acepta los obsequios aunque no los necesite, para, por su piedad, volver opulentas a las almas de los oferentes.

Él es quien curó al hombre en sábado, demostrando que Él es ya el tiempo, para que, según la profecía del Cantar de los Cantares, apareciese el día y fuesen disipadas las sombras. Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, que al hombre que recogía leña en sábado, sin distinguir aún los tiempos de los dos Testamentos, sino por haber despreciado la ley de Dios con corazón contumaz e impío, mandó que debía ser lapidado, y con su muerte corporal (que nadie duda que le ha de llegar pronto a todo hombre) ratificó cuánto iba a aprovechar la obediencia a los demás por el temor. Él es quien dijo que había venido para salvar a los hombres. Y Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, que por justos juicios endurece a los que quiere, como en el Evangelio: Yo he venido para un juicio, no sólo para que los que no ven, vean, sino también para que los que ven se queden ciegos 163.

Él es quien nos dio los mandatos de la vida eterna. Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, que dio mandamientos santos, justos y buenos; y, sin embargo, a los orgullosos, que confían no en la gracia, sino en sus propias fuerzas, para convencerles con qué preceptos no iban a vivir, sino con cuáles morirían. Como los apóstoles, al decir uno de ellos que eran el buen olor de Cristo, tanto para aquellos que se salvaban como para los que perecían. Para los unos, ciertamente, olor de vida para la vida; para los otros, olor de muerte para la muerte 164.

Él es quien apareció como salud de los enfermos, dando el andar a los cojos, el hablar a los mudos, el oír a los sordos, el ver a los ciegos. Él es, en verdad, también el Dios de los profetas, que no sólo sana misericordiosamente las mismas enfermedades, sino que hasta las permite justísimamente. En efecto, nadie debe creer, y de ningún modo con vanidad impía, que es contrario a Cristo, y decir que Dios es bueno, pero que Cristo es malo, por el hecho de que Dios, en la vara de Aarón, hizo que un palo seco, y sin estar apoyado en raíz alguna, diese flor y fruto; y, en cambio, Cristo secó el árbol con su maldición porque no encontró en él frutos cuando aún no era el tiempo 165.

El mismo es el Dios de los profetas y de los apóstoles

XII. 38. Pero al decir que "el uno es padre de la paz y de la caridad y el otro autor de la guerra y del furor, queriendo que se entendiese por aquél a Cristo y por éste al Dios de la ley y los profetas", él, muy vanidoso, puede afirmar que el mismo Cristo es contrario a sí mismo, o que fueron dos y no uno sólo los que luchan entre sí; a saber: el uno el que dijo: Os doy la paz 166; y el otro el que dijo: No he venido a traer la paz a la tierra, sino la espada 167. Sobre todo cuando le desagrada que algunas realidades buenas estén figuradas con los nombres de otras malas. Por una parte, lo que dice que "el primero es cómplice del incesto y de los adulterios", y por otra, que "el segundo es el Señor de la castidad y la pureza", lo entiende como un diablo. Pero a la vez reconoce que el Dios de los profetas no es menos señor de la castidad y de la pureza que Cristo, porque el Dios de los apóstoles es al mismo tiempo también el de los profetas anteriores a ellos en el tiempo, pero compañeros en la fe; el mismo Dios en ambos Testamentos, de acciones justas y de oraciones piadosas, y el mismo es en ambos el autor de los sacrificios religiosos.

La justa permisión de Dios

39. Ved por qué ha querido probar que las enfermedades de los cuerpos humanos no pertenecen a Dios como autor, sino más bien al diablo, porque el Señor, en el Evangelio, dice de la mujer a la que curó que Satanás la tenía agarrotada desde hacía dieciocho años; por lo cual estaba encorvada sin poderse enderezar. Como si Satanás, que tiene siempre la malicia de hacer mal, pudiese dañar a cualquiera si él no hubiese recibido facultad del Omnipotente. Ciertamente, ¿qué otra cosa está declarado: no sólo en el libro de Job, que ése en realidad no acepta, sino aún más en el mismo Evangelio, cuando los espíritus inmundos no podían ir a los puercos, si el mismo benigno Salvador no se lo permitía, pidiéndoselo aquellos a quienes hubiera podido enviar al infierno; queriendo enseñarnos una verdad necesaria, a saber: que así conocemos que pueden mucho menos dañar a los hombres esos que ni siquiera han podido por su propio poder hacer daño a cualquier ganado? Pues Dios, que es bueno, puede darnos ese poder por una justicia oculta, pero nunca injustamente 168.

Los anticristos

40. Después, aquello que el Apóstol dijo: "sobre la venida y la arrogancia impía del anticristo", quiere ése traerlo aquí para que "entendamos al mismo como el Dios de los profetas". En donde más bien defiende que aquello es el templo de Dios, al predecir el Apóstol que allí se sentaría el hombre del pecado, el hijo de la perdición, ensoberbeciéndose sobre todo lo que es de Dios y sobre todo lo que es venerado. En realidad, es el Dios verdadero, en cuyo templo ha de sentarse ese falsario, a quien pertenece también ese que bajo el nombre de Cristo, que es nombre de Dios, o sea, queriendo aparecer cristiano, se ensoberbece contra Cristo y se manifiesta como un anticristo, y no como uno cualquiera mayor que los demás, sino como uno de esos de quienes dice el evangelista Juan: Ahora han llegado muchos anticristos 169. Porque llamaba herejes a los que en tiempos de los apóstoles ya empezaron a aparecer 170. Pero aquéllos solamente comenzaron a aparecer después de la ascensión del Señor Jesucristo al cielo, desde aquel Simón Mago 171, al que leemos en los Hechos de los Apóstoles que fue bautizado. Después de éste hubo seguidores suyos en la misma infidelidad de los primeros 172; el cuarto de los cuales que apareció fue Basílides 173, el primero que se atrevió a decir claramente que el Dios que adoró el pueblo judío no fue el verdadero Dios. Después de ésos vino un tal Carpócrates 174, que negó que este mundo visible fue creado por el Dios Sumo, sino hecho por algunos poderes de los demonios, negando también que fue Dios quien dio la ley entregada por medio de Moisés. Después surgió Cerdón 175, el primero que encontramos diciendo que hay dos dioses, uno bueno y otro malo, mucho antes de que hubiese surgido la herejía de los maniqueos, cuyo error, por su delirante escándalo, es más conocido. Discípulo de este Cerdón fue Marción 176. También Apeles enseñó los mismos errores. Hubo también e incluso hay algunos patricianos 177, de un tal Patricio 178, los cuales se oponen igualmente al Antiguo Testamento. Todos ellos clarísimamente piensan contra el Dios de la ley y los profetas, es decir, contra el Dios verdadero que creó el mundo.

De alguna de estas herejías es ése, porque, en realidad, yo no creo que sea de los maniqueos.

La refutación del escrito

41. Pero sea la herejía que sea, tanto ese mismo como no sé qué Fabricio, de quien se gloría ése de ser su discípulo, en lo que se refiere al libro que me habéis enviado, creo yo que he respondido ya suficientemente. Como quiera que han sido deshechas esas bravatas de su furor, cuyas blasfemias escritas en ese volumen se han propagado, cubriéndose de hojarasca con las maldiciones e injurias impiísimas contra Dios. De todo lo cual ha sido demasiado largo ir cortando una por una todas las ramas, aunque sobre todo debían ser cortadas hasta las mismas raíces 179. Y si recordáis cuanto he escrito contra Fausto maniqueo, y contra Adimanto 180, que se jacta de que fue discípulo de Manés cuando él vivía, encontraréis muchos argumentos que valen igualmente contra ése. Y quizá, ¡si fueran leídos aquellos escritos, no habría sido necesario del todo, o al menos en parte, escribir esto!

Conclusión y nueva promesa

42. En realidad, después del final del libro, donde ése se felicita de que es pequeño el número de personas que siguen su error porque, según él, la sabiduría es de pocos 181. Como suele ser común la vanidad fanfarrona a todos los herejes que son adversarios de la Iglesia católica, que está difundida por todas las tierras con fertilidad copiosa. Porque todos se glorían de su pequeñez, pero a la vez buscan cómo poder seducir a las multitudes.

Así, después de ese final del libro, se anuncia el exordio de otro, tal vez de ese mismo autor y sin duda alguna del mismo error. Ahora bien: ése había comenzado a disputar que la carne tiene otro autor distinto que Dios; en donde, como no ha dicho casi nada, todo termina con el mismo exordio. Pero ignoro si es que el mismo autor o escritor del mismo no ha podido terminar lo que había comenzado. Sin embargo, sobre esa locura de ciertos hombres, que no consideran lo que hablan, ya he escrito mucho contra los maniqueos. Igualmente, al principio de esta misma obra, según creo, están puestos los fundamentos idóneos con los cuales el lector prudente y piadoso puede entender que la carne no debe ser apartada de las obras de Dios, porque el espíritu sea mejor por naturaleza; como tampoco que estos bienes temporales son malos, porque con toda razón les son antepuestos los bienes eternos; ni, por tanto, deben ser detestados los bienes terrenos porque son mejores los celestiales, habiendo creado todas las cosas buenas al Dios que es grande en las cosas grandes y nunca es pequeño al crear las cosas pequeñas 182.

En cuanto al apéndice con que termina el mismo códice, es obra de Adimanto, el discípulo de Manés cuyo nombre propio es Addas. Allí se aducen testimonios contrarios entre sí sobre los dos Testamentos con engaño multiforme, como si por eso pudiese demostrar que los dos no pueden venir del mismo Dios, sino uno de otro. Contra semejante maquinación perversa ya escribí recientemente, como poco antes he recordado, y creo que vosotros tenéis ya esa misma obra mía.

Aún quedan algunas pocas cuestiones al final de la misma obra de Adimanto a las que no he respondido 183. Y no sé en verdad por qué circunstancias que parecían más urgentes se quedaron así, como suele suceder, sin acabar. Aunque, en fin, como he dicho, son tan pocas que, si el Señor lo permitiese, procuraré explicarlas cuanto antes.