Tomado de las Revisiones I 21 (22)
1. Por aquella misma época llegaron a mis manos ciertas controversias escritas por Adimanto, que había sido uno de los discípulos de Manés, contra la Ley y los Profetas. En ellas intentaba demostrar que los escritos evangélicos y apostólicos les eran contrarios. Yo le respondí poniendo delante sus palabras y dando luego mi respuesta. Todas ellas las incluí en un único libro. A algunas cuestiones les di no sólo una respuesta, sino dos, porque la que había dado para mi uso particular se había perdido y la hallé después, cuando ya había elaborado otra. A algunas de esas cuestiones les di solución en sermones al pueblo predicados en la iglesia; a varias otras aún no he respondido. Quedaron sin respuesta algunas que fueron dejadas de lado al urgirme más otros asuntos, a lo que hay que añadir el efecto del olvido.
2. En este libro dije: Antes de la venida del Señor, aquel pueblo que recibió el Antiguo Testamento se mantenía bajo ciertas sombras y figuras de las realidades, según una admirable y ordenadísima planificación temporal; con todo, se halla en él un tan grande anuncio y predicación del Nuevo Testamento que ni en el evangelio ni en la disciplina apostólica se encontrará nada, aunque se trate de preceptos y promesas arduos y divinos, que no se halle también en los libros del Antiguo Testamento (n.3 [4]). Tenía que haber añadido un «casi» y haber dicho: que en el evangelio o en la disciplina apostólica no se encontrará casi nada, aunque se trate de preceptos y promesas arduos y divinos, que no se hallen también en los libros del Antiguo Testamento. ¿Qué es, si no, lo que dice el Señor en el Sermón de la montaña presente en el evangelio: Oíd que se dijo a los antiguos esto; yo en cambio os digo esto otro1, si él no mandó nada que no estuviese ya preceptuado en aquellos libros antiguos? Además en ningún texto leemos que se haya prometido a aquel pueblo el reino de los cielos2; no se halla entre las promesas de la ley dada por Moisés en el monte Sinaí3, a lo que llamamos con propiedad Antiguo Testamento. El Apóstol dice que está prefigurado por la esclava de Sara y su hijo4; pero allí está figurado también el Nuevo Testamento por la misma Sara y su hijo. Por tanto, si se examinan las figuras, se halla profetizado allí todo lo que se ha hecho realidad o se espera que se haga realidad en Cristo. Con todo, pensando en ciertos preceptos no figurados, sino en su sentido literal, que no se hallan en el Antiguo, sino en el Nuevo Testamento, es más prudente y más adecuado afirmar que no hay en éste «casi» ninguno, antes que decir que no hay ninguno, que no se halle también allí, aunque también allí existan los dos preceptos, el del amor a Dios y el del amor al prójimo5, a que referir rectamente todos los preceptos de la ley, de los profetas, del evangelio y de los apóstoles.
3. Lo que también dije: El término «hijo» se aplica en las Escrituras de tres maneras (n.5 [1]), es una afirmación no bien pensada. En efecto, pasé sin duda por alto ciertas otras maneras: así se dice «hijo de la gehenna»6 o «hijo adoptivo»7, formas que no se entienden de la filiación por la naturaleza, ni por la doctrina, ni por la imitación, los tres únicos modos de los que puse un ejemplo, como si fueran los únicos: hijo por naturaleza: los judíos, hijos de Abrahán8; hijos por la doctrina: aquellos a quienes el Apóstol llama hijos suyos por haberles dado a conocer el evangelio9; hijos por la imitación: nosotros somos hijos de Abrahán10, cuya fe imitamos11.
4. Dije: Cuando se haya revestido de incorrupción y de inmortalidad12, ya no será carne ni sangre (n.12 [5]). Afirmé que no será carne entendiendo por ella la corrupción carnal, pero no entendida en su sustancia, según la cual incluso al cuerpo del Señor se le llamó carne después de su resurrección13.
5. En otro lugar escribí: Porque nadie puede obrar el bien, si no cambia su voluntad. Que esto cae bajo nuestro poder está indicado en otro texto que dice: «Haced el árbol bueno y su fruto será bueno, o haced el árbol malo y su fruto será malo»14 (n.26). Estas palabras no van contra la gracia de Dios que predicamos. Es cierto que está en las posibilidades del hombre el cambiar su voluntad a mejor, pero tal posibilidad es nula si no la da Dios de quien se dijo: Les dio poder de hacerse hijos de Dios15. Como esto está en nuestro poder porque lo hacemos cuando queremos, nada existe en nuestro poder como la misma voluntad. Pero la voluntad la prepara el Señor. De esta manera, pues, da el poder.
6. Así ha de entenderse también lo que dije después: Está en nuestro poder el merecer ya el ser injertados por su bondad, ya el ser talados por su severidad (n.27), porque en nuestro poder no está sino lo que alcanzamos con nuestra voluntad. Cuando el Señor la prepara haciéndola fuerte y poderosa, el realizar las obras que pide la piedad resulta fácil, incluso cuando haya sido difícil o imposible.
7. Este libro empieza así: De eo quod scriptum est: In principio Deus fecit coelum et terram16.
Gen 1,1-5 y Jn 1,10 no se oponen
1. Sobre las palabras: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra, hasta aquellas otras: Y tuvo lugar la tarde y tuvo lugar la mañana: el día primero17. En el culmen de la necedad los maniqueos piensan que este texto de la ley se opone al Evangelio. Argumentan que en el Génesis está escrito que Dios hizo por sí mismo el cielo y la tierra y la luz, mientras que en el Evangelio se lee que el mundo fue fabricado por nuestro Señor Jesucristo, allí donde se dijo: El mundo fue hecho por él y el mundo no lo conoció18. Se les refuta de tres maneras. La primera: en las palabras En el principio hizo Dios el cielo y la tierra, el cristiano percibe la Trinidad misma que se refiere no sólo al Padre, sino también al Hijo y al Espíritu Santo. En efecto, no creemos en tres dioses, sino en un único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, aunque el Padre sea Padre y el Hijo Hijo y el Espíritu Santo Espíritu Santo. Hablar aquí de esa Trinidad nos llevaría lejos. La segunda: En las palabras Dijo Dios: «Hágase», y se hizo, es de necesidad entender que lo que hizo lo hizo por el Verbo. Ahora bien, el Verbo del Padre es el Hijo. Así, pues, este texto del Génesis en que leemos Y dijo Dios: «Hágase la luz» no se opone al del Evangelio donde se afirma que el mundo fue hecho por él, es decir, por nuestro Señor, puesto que él es el Verbo del Padre, por quien fueron hechas todas las cosas. La tercera y última: Si en el Génesis no hay que pensar en el Hijo, dado que no se afirma explícitamente que Dios obrase por él, tampoco en el Evangelio alimenta Dios a las aves o viste a los lirios o hace otra infinidad de cosas por medio del Hijo19, puesto que el mismo Señor dice que las hace Dios Padre, sin afirmar que las hace por el Hijo. Añaden, además, el testimonio del Apóstol, quien dice de nuestro Señor Jesucristo: El es el primogénito de toda criatura, y todas las cosas han sido hechas por él en el cielo y en la tierra, tanto las visibles como las invisibles20. Afirman que este texto se opone también al del Génesis, en el que se dice que Dios hizo el mundo, sin que el Hijo sea específicamente nombrado. Se equivocan plenamente. No advierten que si ello fuera así, el mismo Apóstol se contradiría a sí mismo, puesto que en otro lugar se refería a una sola persona, de quien, por quien y en quien existen todas las cosas21, sin nombrar al Hijo. Del mismo modo que aquí no se nombra al Hijo, pero se le sobreentiende, así también sucede en el Génesis. Y como estos dos textos paulinos no se oponen, así tampoco se oponen el Génesis y el Evangelio.
Gen 2,2 y Jn 5,17 no se oponen
2. [1]. Sobre este texto: Y Dios concluyó en el día sexto todas las obras que hizo, y en el séptimo descansó de la totalidad de esas obras que había creado22. También a este texto levantan reproches los maniqueos y afirman que se opone al Nuevo Testamento, porque en el Génesis se indica que Dios descansó en el séptimo día de todas las obras que hizo, mientras que en el Evangelio dice el Señor: Mi Padre sigue obrando hasta el presente23. Pero en ningún modo se contradicen. El Señor, en efecto, refuta el error de los maniqueos, que pensaban que Dios había descansado el séptimo día, de manera que a partir de entonces ya no había vuelto a obrar nada más. Pero él descansó de todas las obras que había hecho en el sentido de que ya no haría más el mundo con todo lo que contiene, sin afirmar por otra parte que fuese a cesar también en el gobierno del mismo. No se dice: Descansó Dios de toda obra, como si luego ya no obrase más, sino Descansó Dios de todas las obras que hizo, de manera que en adelante iba a continuar obrando, no en la creación del mundo, obra de la que ya había cesado después de concluirlo, sino en su gobierno, obra de la que el Señor dejó claro que se seguía ocupando. Aquel descanso no ha de entenderse como si tras la fatiga Dios hubiera buscado un reposo; significa más bien que cesó de formar las naturalezas de las cosas una vez concluidas éstas, aunque él continúe obrando hasta el presente en el gobierno de las mismas.
[2]. Los judíos no entendían la observancia del sábado. Pensaban que era preciso descansar también de las obras necesarias para la salud de los hombres. Por eso mismo el Señor les arguye con magnífica comparación en otros lugares, sirviéndose de la oveja que cayó a un pozo, y del jumento al que hay que sacar para llevarlo a abrevar24. Los cristianos cesan de observar carnalmente el sábado no porque lo hayan repudiado, sino porque lo han comprendido. Lo guardan espiritualmente los santos que entienden la voz del Señor que llama al descanso con estas palabras: Venid a mí los que estáis fatigados y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas. Mi yugo es suave y mi carga ligera25. Este sábado, es decir, este descanso es lo que simboliza aquel texto de la Escritura que los judíos no comprendían. Ellos observaban carnalmente la sombra acomodada a aquel tiempo, mientras que el cuerpo, por así hablar, de esa sombra, es decir, la verdad, se nos daría a nosotros. Mas como aquel descanso de Dios es mencionado tras la creación del mundo, de idéntica manera conseguiremos el descanso que se nos promete después de las obras que hemos de realizar en este mundo, si fueren hechas conforme a la justicia, es decir, en la séptima y última etapa del mundo. Hablar de ella exigiría mucho tiempo. Así pues, el Señor no anula la Escritura del Antiguo Testamento, pero obliga a entenderla. No disolvió el sábado en modo que perezca lo significado por él, sino que más bien lo abre para que se revele lo que estaba oculto.
Gen 2,18-24 y Mt 19,29 no se oponen
3. [1]. Sobre el texto del Génesis: Y dijo Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Hagámosle una ayuda». Y Dios infundió a Adán un sueño y se durmió; y Dios tomó una de sus costillas, y de ella formó a Eva que presentó a Adán, y dijo: «Así abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer»26. También a este texto atacan los maniqueos afirmando que va contra el Nuevo Testamento. En el Génesis está escrito que Dios formó la mujer y que la unió al varón, mientras que en el Evangelio dice el Señor: Todo el que abandone casa o mujer o padres, o hermanos, o hijos, por el reino de los cielos, recibirá en el tiempo presente el séptuplo y en el futuro poseerá la vida eterna27. Ante esta acusación me maravilla que haya llegado a tanto su ceguera o, mejor, no me causa maravilla. Su malicia les cegó28, según está escrito. ¿Quién no ve la cantidad de preceptos que hay en el Nuevo Testamento sobre el amor a la propia mujer? ¿Por qué prefieren decir que el Antiguo Testamento se opone a esa frase del Señor en la que ordena abandonar a la mujer por el reino de los cielos, y no afirmar que el mismo Nuevo Testamento se contradice? Afirmarlo sería un crimen. Por tanto, las cosas que a los no entendidos les parecen opuestas, han de ser comprendidas, no acusadas temerariamente.
El Evangelio no se contradice
[2]. Los judíos preguntaron al Señor si le agradaba el que se despidiese a la mujer tras haberle dado el acta de repudio. El les respondió: ¿No habéis leído que quien al principio los creó varón y mujer les dijo: «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán dos en una sola carne, y así ya no son dos, sino una sola carne? Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Y le replican: «¿Por qué entonces Moisés mandó darle el acta de repudio y despedirla?» Y Jesús les dice: «Porque Moisés os permitió despedir a vuestras mujeres por la dureza de vuestro corazón; pero al comienzo no fue así. Yo os digo: Todo el que abandone a su mujer —salvo en caso de fornicación— la hace adulterar, y si él toma otra, comete adulterio»29. Aquí tienen confirmada por boca del mismo Señor la frase del Antiguo Testamento contra la ignorancia de los judíos. Al mismo tiempo dio testimonio a Moisés, por haber permitido que se diese el repudio en atención a la dureza de su corazón. ¿Acaso llegan a afirmar que el Evangelio se contradice a sí mismo? Si dicen que este texto es falso y que ha sido añadido por corruptores de las Escrituras —es lo que suelen decir cuando no hallan qué contestar—, ¿qué argüirán si otro dice que el texto interpolado y falsificado es el aportado por ellos, es decir, las palabras del Señor: Todo el que deje casa o mujer o padres o hijos por el reino de los cielos, etc.? No entienden los miserables que al decir tales cosas intentan echar por tierra toda la fe cristiana. La fe verdadera y la disciplina de la Iglesia católica asegura que son verdaderas las dos afirmaciones: que son palabras del Señor y que en ningún modo se contradicen, puesto que tanto la unión del marido y la mujer como el abandono de la mujer por el reino de los cielos procede del Señor. Del hecho de que Jesucristo haya resucitado muertos y los haya devuelto a la vida, no se sigue que no haya que abandonarla por el reino de los cielos. De igual manera, aunque el Señor haya dado la mujer al marido, hay que abandonarla, si fuera preciso, por el reino de los cielos. Esto no es siempre necesario, como dice el Apóstol: Si un bautizado tiene una mujer no creyente y ésta consiente en convivir con él, no la despida30. Lo cual significa que, si no consiente en cohabitar con él, es decir, si detesta en él la fe cristiana, ha de abandonarla por el reino de los cielos. Así lo dice el mismo Apóstol a continuación: Si el no creyente se va, que se vaya; el hermano o la hermana no están sometidos a servidumbre en tales casos31. Por tanto, si alguno abandona el reino de los cielos porque no quiere dejar a su mujer que no soporta a un marido cristiano, tiene la reprobación del Señor. Y al mismo tiempo, si algún marido deja a su mujer dándole el acta de repudio cuando no existe el motivo de la fornicación, o el de obtener el reino de los cielos, tiene igualmente la reprobación del Señor. Así pues, ni estos dos textos del Evangelio se contradicen recíprocamente, ni tampoco el Nuevo Testamento contradice al Antiguo, puesto que en él la mujer se une al varón para merecer ambos la posesión del reino de los cielos. Y, en consecuencia, se ordena abandonar a la mujer si es un impedimento para que el varón obtenga ese reino de los cielos.
San Pablo confirma el Antiguo Testamento
[3]. Cuando el Apóstol amonesta a los cristianos, tanto a los maridos como a las mujeres, ¿qué les dice? Varones, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella y las mujeres estén sometidas a sus maridos como al Señor32, porque también la Iglesia está sometida a Cristo. El texto del Antiguo Testamento del que se mofan esos miserables, a saber: Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos uva sola carne, el mismo Apóstol lo acepta como encubridor de un gran misterio ajando dice: Esto es un gran misterio, pero yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. Y luego añade: Con todo, que cada cual ame a su mujer como a sí mismo; la mujer, en cambio, tema a su marido33. En otro lugar muestra con toda evidencia que la naturaleza y la unión del uno y otro sexo existe por obra del Señor Dios creador y ordenador, al decir: Sin embargo, ni la mujer sin el varón ni el varón sin la mujer en el Señor. Pues como la mujer procede del varón, así también el varón nace de la mujer, pero uno y otro de Dios34. Si los maniqueos quisiesen considerar esto, no envolverían en las tinieblas a los ignorantes, sirviéndose de algunos textos aislados, comparándolos y oponiéndolos entre sí con gran falacia; antes bien, comprenderían que todo, tanto lo del Antiguo como lo del Nuevo Testamento, ha sido escrito y encarecido por el único Espíritu Santo.
Coincidencia entre Isaías y san Mateo
[4]. También en el Antiguo Testamento pueden hallar promesas hechas a los eunucos; en concreto en el profeta Isaías. No han de pensar que sólo el Señor los alaba, ya en el Nuevo, cuando dice que hay algunos que se castraron por el reino de los cielos, añadiendo a continuación: quien pueda entender que entienda35. También Isaías habla así: Esto dice el Señor a sus eunucos: a los que guarden mis preceptos, elijan para sí lo que yo quiero y estén capacitados para mi alianza, les otorgaré en mi casa y en mis murallas un lugar celebérrimo, mucho mejor que los hijos y las hijas; les daré un nombre eterno que nunca perecerá36. Antes de la venida del Señor, aquel pueblo que recibió el Antiguo Testamento se mantenía bajo ciertas sombras y figuras de las realidades, según una admirable y ordenadísima planificación temporal; con todo, se halla en él un tan grande anuncio y predicción del Nuevo Testamento que ni en el Evangelio ni en la disciplina apostólica se encontrará nada, aunque se trate de preceptos y promesas arduos y divinos, que no se halle también en los libros del Antiguo Testamento. Pero las Sagradas Escrituras piden lectores atentos y piadosos, no acusadores temerarios y orgullosos.
Gen 4,10-12 y Mt 6,34 no se oponen
4. Sobre este texto del Génesis: Y dijo Dios a Caín: «¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora eres maldito a la faz de la tierra que absorbió y recibió la sangre de tu hermano por la muerte que le causaron tus manos. Es necesario que trabajes la tierra que, estéril, no te dará fruto»37. Los maniqueos atacan a este texto del Génesis, según el cual fue maldito Caín y castigado con la esterilidad de la tierra, e intentan demostrar que también él se opone al Evangelio. Pero me da la impresión de que no piensan que están tratando con hombres, sino que se comportan como si fuesen bestias quienes les escuchan o leen sus escritos. Así abusan de su ignorancia y falta de ingenio o más bien ceguera de alma. Han dicho que a ese texto se oponía aquel otro del Evangelio en que el Señor dice a sus discípulos: No penséis en el mañana, pues el día de mañana ya pensara en sí mismo. Mirad a las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en los graneros38. ¡Como si el fratricida Caín hubiera de ser comparado con los discípulos de Cristo! ¡Como si, del hecho de que él mereciese el castigo de la esterilidad de la tierra, se siguiese que también sufriesen la misma esterilidad quienes seguían a nuestro Señor Jesucristo y se preparaban para predicar el Evangelio! Más aún, incluso en estos dos textos, uno del Antiguo Testamento y otro del Evangelio, que ellos oponen como contrarios entre sí, se halla tan gran acuerdo y concordia, que no se puede desear mayor. ¿Qué cosa más lógica, qué cosa más conveniente que la esterilidad de la tierra, no obstante su trabajo, para quien había cometido el crimen de dar muerte a su hermano, y que, en cambio, la tierra sirviese con sus frutos, aunque no pensasen en el mañana, a aquellos por cuyo ministerio de predicación de la palabra de Dios obtienen los hermanos la liberación? Si les causa horror que en el Antiguo Testamento la tierra se haya vuelto estéril para el pecador maldecido por Dios, ¿por qué no les causa el mismo horror que en el Nuevo Testamento la higuera se haya secado por la maldición de nuestro Señor Jesucristo sin falta alguna de su propietario?39 Más aún, si les agrada la afirmación del Señor en la que indica a los discípulos que no piensen en el mañana porque Dios se preocupa de alimentarlos, ¿por qué no les agradan igualmente las palabras del profeta, en las que pregona lo siguiente: Deposita en el Señor tu preocupación y él mismo te alimentará?40 De este modo, si fueran capaces, entenderían los miserables que lo que detestan en el Antiguo Testamento en cuanto dicho por Dios es tan justo como lo que se halla también en el Nuevo, y que lo que alaban y ensalzan en el Nuevo se encuentra también en el Antiguo. De donde resulta clara la concordia entre uno y otro Testamento para quienes los entienden bien.
Gen 1,26 y Jn 8,44 no se oponen
5. [1]. Sobre este texto del Génesis: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza41. Los maniqueos afirman que este texto del Génesis en el que está escrito que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios se opone al Nuevo Testamento porque en el Evangelio dice el Señor: Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. El era homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad porque la verdad no está en él42. Y también porque en otro lugar el Señor llama a los judíos raza de serpientes y víboras43. No advierten que el haber sido hecho el hombre a imagen y semejanza de Dios es una afirmación referida al hombre antes de que hubiese pecado, mientras que las palabras del Evangelio: Vosotros tenéis por padre al diablo se refieren a los pecadores e incrédulos. El término «hijo» se aplica en las Escrituras de tres maneras. La primera según la naturaleza. Así Isaac es hijo de Abrahán e igualmente los demás judíos que tienen el mismo origen. La segunda según la doctrina. Así se llama a alguien hijo de aquel de quien aprendió alguna cosa. Por ejemplo, el Apóstol llama hijos suyos a aquellos a quienes enseñó el Evangelio. La tercera según la imitación. Así el Apóstol nos llama hijos de Abrahán en cuanto imitamos su fe44. En consecuencia, en dos sentidos llama el Señor hijos del diablo a los judíos pecadores e incrédulos: o bien en cuanto que aprendieron de él la impiedad, como dice el mismo Apóstol del diablo: quien obra ahora en los hijos de la incredulidad45; o bien en cuanto que le imitan, lo cual se refiere sobre todo a lo dicho de él: Y no se mantuvo en la verdad. En efecto, tampoco los judíos se mantuvieron en la verdad de la ley que les fue dada. Es el mismo Señor quien lo atestigua al decir: Si creyerais a Moisés, me creeríais también a mí, pues él escribió de mí46. También les llamó raza de víboras y serpientes en consideración al veneno de sus pecados.
[2]. Que el hombre fue hecho a imagen de Dios no sólo lo afirma el Génesis, sino también el Apóstol, cuando dice:
El varón no debe cubrir su cabeza, puesto que es imagen y gloria de Dios; la mujer, en cambio, es gloria del varón47. Y para que se comprenda más claramente que el hombre no ha sido hecho a imagen de Dios según la vetustez del pecado que se corrompe, sino según la formación de su espíritu, el mismo Apóstol nos amonesta a que, despojados de la costumbre de los pecados, es decir, del hombre viejo, nos revistamos de la nueva vida de Cristo, a la que se llama hombre nuevo. Y para demostrarnos que eso lo perdimos en otro tiempo, habla de renovación. Estas son sus palabras: Despojándoos del hombre viejo con sus obras, revestíos del nuevo, que se renueva por el conocimiento de Dios según la imagen de quien lo creó48.
Por tanto, los hombres renovados a su imagen y hechos semejantes a él en el amor incluso a los enemigos son hijos de Dios. En efecto, el Señor dice que nosotros debemos amar a nuestros enemigos para ser semejantes a nuestro Padre que está en los cielos49. Que Dios dejó eso en nuestro poder lo enseña la Escritura al decir: Les dio poder para llegar a ser hijos de Dios50. En cambio, a los hombres se les llama hijos del diablo cuando imitan su impía soberbia, se apartan de la luz y excelsitud de la sabiduría y no creen a la verdad. A estos argüía el mismo Señor cuando dijo: Vosotros tenéis por padre al diablo, etc. A este texto evangélico se ajustan las palabras del profeta: Yo dije: Todos vosotros sois dioses e hijos del Altísimo; pero moriréis como hombres y caeréis como uno de los príncipes51.
Ex 20,12 y Lc 9,59-60 no se oponen
6. Sobre el texto del Éxodo: Honra a tu padre y a tu madre52. Los maniqueos afirman que este texto en que se ordenó honrar a los padres se opone a aquel otro del Evangelio en el que el Señor respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos53; tú, en cambio, ven y anuncia el reino de Dios, a aquel que le había dicho: Iré antes a dar sepultura a mi padre.
La solución aquí es idéntica a la dada al texto antes mencionado que se refería al abandono de la mujer por el reino de los cielos. Ciertamente debemos honrar a los padres, a los que, no obstante, sin caer en impiedad ninguna, despreciamos para entregarnos al anuncio del reino de Dios. Si por esa frase se opone el Evangelio al Antiguo Testamento, comienza a oponerse también al Apóstol que exhorta a los hijos a que honren a sus padres y a los padres a que amen a sus hijos54. Y no sólo esto, sino que hasta el Señor parecería contradecirse a sí mismo —cosa absurda de creer— porque en otro lugar dice a un hombre que buscaba la vida eterna: Si quieres llegar a la vida, guarda los mandamientos, entre los cuales menciona a aquél: Honra a tu padre y a tu madre. También mediante el cumplimiento de estos mandamientos se crece en el amor de Dios, en lo que radica toda la perfección. En efecto, el amor al prójimo es un peldaño para llegar al amor de Dios. Por eso, cuando aquel hombre le responde que ya había cumplido todos aquellos mandamientos, le indica que aún le faltaba una cosa, si quería ser perfecto; a saber, vender sus posesiones, dar lo recabado a los pobres y seguirle55. De donde resulta claro que se ha de honrar a los padres en la justa medida, y que conviene despreciarlos sin la menor duda, si se los compara con el amor de Dios, particularmente si son un impedimento para él. También hallas escrito en el Antiguo Testamento: Quien dice a su padre o a su madre: «No os conozco», y no reconoce a sus hijos, ése ha conocido tu alianza56. Por tanto, si en el Nuevo Testamento se recomienda el amor alos padres y en el Antiguo el desprecio a los mismos, de una y otra parte resulta que los dos Testamentos van de acuerdo.
Ex 20,5 y Mt 5,45 no se oponen
7. [1]. Sobre este texto del Éxodo: Yo soy un Dios celoso que castiga en los hijos los pecados de los padres que me odian, hasta la tercera y cuarta generación57. Según los maniqueos este texto se opone a aquel otro del Evangelio en el que dice el Señor: Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial que hace salir su sol sobre buenos y malos58, y también a las palabras del Señor según las cuales se ha de perdonar al hermano que peca no sólo siete, sino setenta veces siete59. Si yo le preguntara a ellos si Dios no castiga a sus enemigos, sin duda se llenarían de turbación. Pues dicen que Dios tiene preparada una cárcel eterna para la raza de las tinieblas, que, según ellos, es enemiga de Dios. Pero esto es poco, porque no dudan en sostener que ha de castigar incluso a sus propios miembros junto con esa raza de las tinieblas. Sin embargo, cuando llegan a los textos del Antiguo y Nuevo Testamento, fingen ser demasiado buenos para engañar a los ignorantes y acusar a ambos Testamentos de contradicción recíproca. Dígannos a quiénes ha de decir el Señor: Id al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles60, si es que perdona a todos y no condena a nadie. Por lo tanto, ha de entenderse que se ha dicho con justicia que Dios hará pagar a los hijos los pecados de los padres que le odian. De las palabras que me odian se desprende que son castigados por los pecados de los padres aquellos que han querido perseverar en su misma perversidad. A los tales no los castiga la crueldad, sino más bien la justicia de Dios y su propia crueldad, como dice el profeta: El santo espíritu de la disciplina huirá del que finge y se alejará de los pensamientos que carecen de inteligencia, y será castigado al llegar la maldad61; es decir, el hombre será castigado al llegar sobre sí su maldad y alejarse de él el Espíritu Santo. Dice también en otro lugar: Tensaron estas cosas y se equivocaron; su malicia los cegó62. Y en otro lugar: cada cual se ata con las cadenas de sus propios pecados63. Con estos textos del Antiguo Testamento va de acuerdo el Nuevo, pues dice el Apóstol: Dios los entregó a las apetencias de sus corazones64. Esta concordia de ambos Testamentos muestra con suficiencia que Dios no es cruel, sino que cada hombre se muestra cruel consigo mismo al pecar.
Cuándo castiga Dios a los hijos de padres pecadores
[2]. El texto dice también que la venganza se alarga hasta la tercera y cuarta generación. Pienso que eso no significa otra cosa sino que a partir de Adán, que fue el primer padre del pueblo judío, son cuatro las edades que, incluida la presente, distingue el evangelista Mateo65. Una parte de Abrahán y llega hasta David; otra va desde David hasta la trasmigración a Babilonia; una tercera desde la trasmigración a Babilonia hasta la llegada del Señor, y para acabar, la cuarta que va desde ese momento hasta el final, considerada como la finitud de este siglo y más larga que las anteriores. Pienso que estas edades significan a las generaciones aunque cada una de ellas conste de varias generaciones. Y como la tercera comienza con la trasmigración a Babilonia, momento en que los judíos sufrieron la cautividad, y en la cuarta, es decir, después de la venida de nuestro Señor, fue totalmente desarraigado de su suelo patrio el pueblo judío, se puede entender de aquí lo dicho, a saber, que Dios retribuirá con toda justicia y merecimiento los pecados de los padres a los hijos de la tercera y cuarta generación, es decir, a aquellos que prefirieron mantenerse ininterrumpidamente en los pecados de los padres antes que seguir la justicia de Dios. En efecto, el profeta Ezequiel muestra con toda claridad que los pecados del padre no afectan al hijo que vive santamente66.
Ambos Testamentos proclaman la bondad y severidad de Dios
[3]. Las palabras del Evangelio: Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial que hace salir su sol sobre buenos y malos no contradicen al Antiguo Testamento. Eso lo hace Dios para invitar a la penitencia, como lo afirma el Apóstol: ¿Ignoras que la paciencia de Dios te invita a penitencia? Mas no por eso ha de creerse que Dios no va a castigar a los que, como dice el mismo Apóstol, atesoran para sí ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, que retribuye a cada uno según sus obras67. Esta paciencia y bondad de Dios también la anuncia el profeta al decir: Perdonas a todos porque todas las cosas son tuyas, tú que amas las almas. Hay otros incontables textos en los que se advierte que uno y otro Testamento proclaman la misericordia y la justicia de Dios, tanto en su bondad como en su severidad.
Nada puede afirmarse dignamente de Dios
[4]. Si les causan extrañeza las palabras: Yo soy celoso68, debe de causársela también lo que dijo el apóstol Pablo: Tengo celos de vosotros con el celo de Dios, pues os he desposado a un único varón para presentaros a Cristo como virgen casta69.
Al servirse de nuestras palabras, la Sagrada Escritura muestra que nada puede afirmarse dignamente de Dios. ¿Por qué no pueden decirse las palabras antes mencionadas, referidas a aquella majestad, respecto de la cual cualquier cosa que se afirme se afirma indignamente porque supera con inefable sublimidad todas las posibilidades de todas las lenguas? En efecto, las Escrituras llaman celos de Dios al poder y disciplina divinos por los que no permite que el alma fornique impunemente, pues con los celos suelen custodiar los maridos la castidad de sus mujeres. La fornicación del alma no es otra cosa que el apartarse de la fecundidad de la sabiduría y volverse a la concepción de los deleites y corrupciones temporales.
Acuerdo de ambos Testamentos en la paciencia y misericordia de Dios
[5]. Lo que dice sobre el perdón, a saber, que se ha de perdonar al pecador no sólo siete, sino setenta veces siete, lo dice refiriéndose al que se arrepiente. Dios, en cambio, dijo que castigaría los pecados de los que le odian, no los de los que se reconcilian con él por la penitencia. También por el profeta dice el Señor: No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. De donde se advierte fácilmente que ambos Testamentos van de acuerdo y se ajustan mutuamente en cuanto escritos por un único Dios, tanto en la paciencia que invita a la penitencia, como en la misericordia que perdona a los que se arrepienten, o en la justicia que castiga a los que no quieren corregirse.
Ex 21,24 y Mt 5,38-40 no se oponen
8. Sobre el texto del Éxodo: Ojo por ojo y diente por diente70, y otros semejantes. Los maniqueos se oponen a este texto del Antiguo Testamento en el que se permite una venganza igual al mal sufrido, y se dice que se ha de perder ojo por ojo y diente por diente, como si el mismo Señor hubiese mostrado en el Evangelio que esas dos cosas son contrarias entre sí. En efecto, él dice: Habéis oído lo que se dijo a los antiguos: «Ojo por ojo y diente por diente», pero yo os digo que no os resistáis al malo; antes bien, si uno te hiere en una mejilla, ponle la otra, y a quien quiera entrar contigo en pleito y quitarte la túnica, déjale también el manto71. Comparados ambos textos, se manifiesta evidente la diferencia entre los dos Testamentos. Como primeramente los hombres carnales ardían en deseos de vengarse por encima de lo que había sido la ofensa de la que se lamentaban, se les impuso este primer grado de mansedumbre, consistente en que el dolor de quien se vengare no debía exceder de ninguna manera la medida de la ofensa recibida. Así quien hubiese antes aprendido a no llevar la venganza más allá de la ofensa, podía llegar alguna vez a perdonarla. El Señor, conduciendo a su pueblo por la gracia del Evangelio a la paz suprema, sobre ese grado levanta otro, de modo que quien ya había oído que la venganza no debía exceder los límites de la ofensa recibida, se gozase en perdonarlo todo con un alma serena. Esto lo anuncia ya el profeta en el Antiguo Testamento, cuando dice: Señor, Dios mío, si he hecho esto, si hay maldad en mis manos, si he devuelto mal por mal72. Y otro profeta dice de cierto varón como éste que soporta y tolera con dulzura las ofensas: Ofrecerá su mejilla a quien le golpea, será saciado de oprobios73. De aquí se puede ver que la justa medida en la venganza establecida con justo criterio para los carnales y el perdón total de la ofensa no sólo estámandado en el Nuevo Testamento, sino también preanunciado mucho antes en el Antiguo.
Gen 3 y Jn 1,18 no se oponen
9. [1]. Sobre el texto en que está escrito que Dios habló con Adán y Eva, con la serpiente, con Caín, y con los restantes hombres de los tiempos iniciales74, está escrito además que a algunos de ellos se les apareció y que ellos le vieron. Y no es uno sólo, sino muchos los lugares en los que se lee que Dios habló con los hombres y se apareció a algunos de ellos. Al respecto urden los maniqueos sus asechanzas afirmando que todo eso contradice al Nuevo Testamento, puesto que dice el Señor: A Dios nadie le ha visto jamás, a no ser el Hijo único que está en el seno del Padre; él nos ha hecho el anuncio del Padre75. Y también estas palabras dirigidas a los judíos: Nunca habéis oído su voz ni habéis visto su rostro, ni tenéis su palabra permaneciendo en vosotros, porque no habéis creído en aquel a quien él envió76. Les respondemos que en las palabras del Evangelio A Dios nadie le ha visto jamás, a no ser el Hijo único que está en el seno del Padre; él nos ha hecho el anuncio del Padre, se puede resolver plenamente el problema. En efecto, el mismo Hijo que es la Palabra de Dios anunció al Padre a quien quiso, no sólo en los últimos tiempos, cuando se dignó aparecer en carne, sino incluso antes, desde la creación del mundo, ya hablando, ya apareciéndose mediante alguna potestad angélica o por alguna otra criatura. Porque él es la verdad presente en todo; todo subsiste en él y todo le sirve y está sometido a su voluntad. Y así, cuando lo tiene a bien, se aparece a los ojos de quien él elige, sirviéndose de una criatura visible, no obstante que él en cuanto a su divinidad y en cuanto Palabra del Padre, coeterna con él e inmutable, por la que fueron hechas todas las cosas, no pueda ser visto, sino con un ojo muy purificado y simple. Por eso la misma Escritura atestigua en ciertos lugares que se vio a un ángel donde dice que se vio a Dios77. Un caso lo tenemos en la lucha de Jacob: allí se llamó ángel al que se le apareció78. Lo mismo cuando Dios se le apareció a Moisés79 en la zarza y también en el desierto, después de haber sacado al pueblo del país de Egipto, cuando recibió la ley80. En todos estos casos Dios habló a Moisés. Pero en los Hechos de los Apóstoles Esteban dice que se le apareció un ángel tanto en la zarza, cuando le envió a sacar a su pueblo, como después cuando le dio la ley81. Digo esto para que nadie piense que la Palabra de Dios por la que fueron hechas todas las cosas pueda como estar delimitada por lugares, o aparecerse a alguien visiblemente a no ser mediante alguna criatura visible. Como la palabra de Dios está en el profeta y se dice con razón «dijo el profeta», igualmente se dice «Dijo el Señor» porque la Palabra de Dios que es Cristo habla la verdad en el profeta; de igual manera, también en el ángel habla él, cuando el ángel anuncia la verdad, y se dice con razón «Dijo Dios» y «se apareció Dios», y con la misma razón se dice «Dijo un ángel» y «Se apareció un ángel», puesto que en el primer caso se refiere a la persona de Dios que habita en él, y en el segundo a la de la criatura que le sirve. En virtud de este criterio dice el Apóstol: ¿O queréis recibir una prueba de que Cristo habla en mí?82
[2]. Si lo que les causa extrañeza es que en el Antiguo Testamento Dios hable con los pecadores, con Adán, con Eva, o con la serpiente, consideren como en el Nuevo el Señor puso un ejemplo referido a un hombre necio y avariento, al que le habló el Señor con estas palabras: Necio, esta noche se te quitará el alma; ¿para quién será lo que tienes preparado?83 En efecto, cuando la verdad se anuncia a los pecadores, quien la comunica no es otro que el único que es veraz, independientemente de la criatura de la que se sirva para comunicársela. Dice a los judíos: Nunca habéis oído su voz, porque no le habían obedecido precisamente aquellos con quienes hablaba. Dijo también: Ni habéis visto su rostro, porque es imposible verlo. Dijo igualmente: Ni tenéis su palabra permaneciendo en vosotros, porque en aquel en quien permanece la palabra de Dios permanece Cristo, a quien ellos rechazaron. En efecto, después de haber dicho el Señor: Padre, glorifícame con aquella gloria que tuve junto a ti antes de la creación del mundo, sonó la voz del cielo: Lo he glorificado y lo glorificaré84. Esa voz la oyeron muchos de los judíos allí presentes, aunque no por eso pueda afirmarse que la oyeran, puesto que no la obedecieron para creer. Por tanto, si no hay que extrañarse de que la Palabra de Dios, es decir, el Hijo único de Dios que da a conocer al Padre, a quien quiere por sí mismo y a quien quiere por otra criatura, ya haciéndose oír, ya apareciéndose, no obstante que sólo se le ve a él por sí mismo y al Padre por él, mediante un corazón puro —dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios85—, tampoco hay que extrañarse de que en todo esto vayan de acuerdo uno y otro Testamento.
Ex 25,2-8 y Mt 5,34-35 no se oponen
10. Sobre las siguientes palabras que Dios dirigió a Moisés: Di a los hijos de Israel: «Tomad las primicias de todo hombre y destinádmelas a mí, esto es, del oro, plata, bronce, púrpura, lino de color rojo y color escarlata, las pieles de cabra, las pieles de cordero teñidas de rojo, los maderos intactos, el aceite para las lámparas, los perfumes, las piedras preciosas, es decir, el berilo, y construidme una tienda en la que pueda habitar con vosotros»86. También a este texto escriturístico ofrecen resistencia y afirman que se le opone aquel otro del Evangelio en el que dice el Señor: No jurarás ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, puesto que es el escabel de sus pies87. Discuten sobre él y creen decir algo grande cuando preguntan: ¿Cómo puede habitar en una tienda construida de oro, plata, bronce, púrpura, lanas y pieles de ovejas, ese Dios cuyo trono es el cielo y que tiene a la tierra por escabel de sus pies? Como testigo aducen también al apóstol Pablo, quien afirma que Dios habita en una luz inaccesible88. A ellos les presentamos una cuestión idéntica, y lo que aducen del Nuevo Testamento, eso mismo lo aducimos nosotros del Antiguo. En éste se halla escrito con anterioridad: El cielo es mi trono, la tierra es el escabel de mis pies: ¿qué casa vais a construirme o qué lugar para mi descanso? ¿No hizo todo esto mi mano?89 Aquí tienen textos en los que los libros del Antiguo Testamento pregonan que Dios no habita en templos hechos por mano de hombre; y, con todo, el Hijo de nuestro Dios, con un látigo hecho de cuerdas arrojó del templo a quienes vendían bueyes y palomas y tiró por tierra las mesas de los cambistas diciendo: La casa de mi Padre será llamada casa de oración, mas vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones90. Si alguien, tomando estos dos textos y oponiéndolos entre sí, intenta engañar a los ignorantes afirmando que en el Antiguo Testamento se magnifica a Dios de quien se dice que tiene por trono al cielo y a la tierra por escabel de sus pies y se niega que habite en casa hecha por mano humana, mientras que en el Nuevo se llama casa suya al templo construido por los hombres, ¿no acabarán confesando, aunque sea tarde, los maniqueos que la tienda de Dios hecha por manos humanas aparece en ambos Testamentos para significar algo y que tanto en uno como en otro se proclama que Dios no habita en lugares construidos por hombres?
Ex 20,5 y Jn 17,25 no se oponen
11. Sobre estas palabras del Éxodo: No adoréis dioses ajenos, y estas otras: Vuestro Dios se llama «El celoso», pues es un Dios celoso91. Cuando los maniqueos ponen objeciones al texto en que está escrito: No adoréis dioses ajenos, muestran con suficiencia que les agrada adorar a muchos dioses. Nada extraño, porque en su secta mencionan y encarecen una familia numerosísima de ellos, quienes incluso descendieron a estas realidades visibles, que ellos veneran y adoran como la luz de la misma verdad. Por eso les desagradan las palabras del Éxodo: No adoréis dioses ajenos. Añaden también que las siguientes: Vuestro Dios se llama «El celoso», pues es un Dios celoso, fueron dichas por este motivo: para que no le amemos en cuanto Dios celoso, cuyos celos nos impiden sentir los mismos celos por dioses ajenos. Afirman también que se opone al Evangelio, puesto que el Señor dice Padre justo, el mundo no te ha conocido92, como si no se le debiera llamar justo a no ser que nos permita adorar a otros dioses ajenos. Mantienen que un Dios justo y un Dios celoso son cosas contrarias entre sí y engañan a los miserables que no entienden que toda nuestra esperanza de salvación está en los celos de Dios. Pues con ese nombre se simboliza aquella su providencia por la que no permite que ninguna alma fornique impunemente alejándose de él, como dice el profeta: Harás perecer a todos los que fornican alejándose de ti93. Como eso a lo que llamamos ira de Dios no es una perturbación del alma, sino poder de vengarse, de igual manera los celos de Dios no son el suplicio del alma, con que suelen atormentarse los maridos respecto a su mujer y la mujer respecto a su marido, sino la justicia en el máximo de su tranquilidad y pureza que no permite que sea feliz ninguna alma que haya perdido la virginidad con las falsas opiniones y perversas apetencias y que en cierto modo está embarazada. Sienten horror ante estas palabras porque no han visto todavía que no hay palabra que cuadre a la inefable majestad de Dios. Y así piensan que se ha de renunciar al uso de esas palabras, como si dijesen algo digno de Dios cuando afirman de él otras cosas distintas de éstas. El Espíritu Santo, como insinuando a los hombres capaces de entender cuan inefables son las realidades supremas de Dios, quiso servirse también de estas palabras que el lenguaje humano suele usar para indicar algo vicioso, a fin de mostrarnos de esa manera que también aquellas que los hombres creen que usan ajustándose de algún modo a la dignidad de Dios, son indignas de ella, a la que se ajusta más el silencio honorífico que voz alguna humana. Me fijo en los celos de los hombres y advierto en ellos una perturbación que tortura el corazón. Mas cuando pregunto por la causa de los mismos, no hallo otra que el hecho de que no soporta el adulterio del cónyuge. De celos se habla sobre todo y con propiedad entre cónyuges. Así, si el marido fuese por sí mismo bienaventurado, omnipotente y justo, sin ningún tormento, con la máxima facilidad y sin falta alguna, tomaría venganza del pecado de su cónyuge. Acomodándome al modo de hablar humano, a esa acción suya yo la llamaría, aunque no con propiedad, sino en sentido figurado, celos. ¿Quién ha reprochado a Tulio, que ciertamente sabía hablar latín, el que haya dicho a César: «De entre tus virtudes ninguna es más admirable ni más grata que la misericordia»? Sin embargo, se advierte que a esa virtud se la llama misericordia porque hace mísero el corazón de quien se duele de las miserias ajenas. ¿Es que entonces la virtud hace mísero el corazón? ¿Qué respondería Tulio a los que le hiciesen tal reproche, sino que con el nombre de misericordia quiso indicar la clemencia? En efecto, no sólo acostumbramos a usar, sin incorrección, palabras en su significado propio, sino que también usurpamos significados cercanos. He querido hacer mención de este autor porque ahora discutimos no de contenidos, sino de palabras. Pues como nuestros autores, es decir, los de las Escrituras divinas, pensaron sobre todo en el contenido, así los autores mundanos tienen casi como única preocupación las palabras. Pero tengo el Evangelio y casi todos los libros del Nuevo Testamento en los que se encarece muy frecuentemente la misericordia de Dios. Por tanto, si esos miserables se atreven, hagan también de esto un problema y nieguen que Dios es misericordioso, pues en este caso habría que aceptar que tiene un corazón mísero. Como puede darse en Dios la misericordia sin la miseria del corazón, no desdeñemos aceptar los celos de Dios sin mancilla ni tormento, y soportemos las condiciones del lenguaje humano para llegar al silencio divino. Si dicen que se oponen entre sí un Dios celoso y un Dios justo, ¿qué han de decir, si hallo también en el Nuevo Testamento estas palabras: Siento celos de vosotros con el celo de Dios?94 También el Evangelio recurre a un testimonio del Antiguo Testamento: El celo de tu casa me devora95. A su vez, cuando leen en el Antiguo: El Señor es justo y amó la justicia, su rostro vio la equidad96, ¿no confiesan también de este modo a los ignorantes que los dos Testamentos pueden parecer contrarios, pero de forma que en el Nuevo encontramos los celos de Dios y en el Antiguo su justicia, y que, para los que entienden bien una y otra cosa, se combinan perfectamente en uno y otro Testamento, en la paz y unidad del Santo Espíritu?
Dt 12,23 y Mt 10,28 no se oponen
12. [1]. Sobre la prohibición de comer sangre, puesto que ella es el alma de la carne. A este precepto de la ley antigua los maniqueos oponen lo que dice el Señor en el Evangelio que no hay que temer a los que matan al cuerpo, pero no pueden dar muerte al alma97. Argumentan de esta manera: Si la sangre es el alma, ¿cómo no tienen los hombres poder sobre ella, siendo así que hacen muchas cosas con ella ya sea recogiéndola y ofreciéndola a los perros y aves como alimento, ya derramándola o mezclándola con el cieno y el barro? En verdad, todo esto y otras innumerables cosas pueden hacer los hombres con la sangre. Por eso ellos preguntan en tono insultante cómo un asesino no puede dañar al alma, si el alma es la sangre, dado que tiene tanto poder sobre esa sangre. Añaden todavía lo que dice el Apóstol que la carne y la sangre no poseerán el reino de Dios98, y argumentan: Si la sangre es el alma, según lo afirma Moisés, no se hallará alma que pueda alcanzar el reino de Dios. La primera respuesta a esa argumentación acusatoria consiste en forzarles a mostrar que en los libros de la antigua ley se halla escrito que la sangre es el alma humana. En ningún lugar hallarán tal cosa en esa Escritura que a esos miserables no se les permite comprender en tanto se esfuerzan en lacerarla. Y si en ella no se ha dicho tal cosa del alma humana, ¿qué nos afecta a nosotros si el alma de una bestia puede ser dañada por el matachín o no puede poseer el reino de Dios? Mas como ellos se preocupan demasiado del alma de las bestias, puesto que piensan que son las almas racionales de los hombres que se reencarnan en las bestias, piensan que se les cierra el reino de los cielos si consienten en afirmar que está como cerrado para las almas de las bestias.
Incongruencias de los maniqueos
[2]. ¿Qué quiere decir el hecho de que Adimanto, uno de los discípulos de Manés, al que recuerdan como un gran doctor de la secta, se atreviese a insultar también al pueblo de Israel? Se atrevió a insultar al pueblo de los judíos, porque conforme a su modo de entender, según el cual piensan que la sangre es el alma, las almas de sus padres fueron en parte devoradas por las serpientes, en parte consumidas por el fuego y en parte se secaron en los desiertos y en lugares muy escarpados de los montes. Si alguien les concediese que eso ha sido verdad, les convencería fácilmente que todo aconteció sin que cometiesen crimen alguno aquellos a los que él quiso insultar. En efecto, ellos no hirieron en la más mínima parte las almas de sus padres, a quienes dijo que les había acontecido tal cosa según su modo de entender. En consecuencia, para ellos puede ser motivo de tristeza, pero nunca una culpa. Sin embargo, ¿qué hará el mismo Adimanto, de acuerdo con su opinión por la que cree que también las almas racionales, es decir, las de los hombres, pueden ser encerradas en los cuerpos de las bestias? ¿Qué hará con tan gran crimen, si alguna vez hostigó al asno lento con latigazos o al desbocado con el freno, animales en quienes tal vez se hallaba el alma de su padre? Y eso por no decir que también han podido dar muerte a sus padres al dársela a los piojos y pulgas, pues no se abstienen de dársela. ¿De qué les sirve el negar a veces que las almas humanas pueden reencarnarse en estos diminutos animales? Eso lo niegan para no ser tenidos por reos de tantas muertes o verse obligados a perdonar la muerte a las pulgas, piojos, chinches, y a soportar tantas molestias de parte de ellos, sin que les sea lícito darles muerte. Se les mete en muchos apuros cuando se les pregunta por qué el alma humana puede reencarnarse en una pequeña zorra y no en la comadreja, siendo así que el cachorro de la zorra es tal vez menor que una comadreja grande.
Luego, si puede reencarnarse en la comadreja, ¿por qué no puede en el ratón? Y si puede en el ratón, ¿por qué no en la salamanquesa? Y si puede en ésta, ¿por qué no en la langosta? Por el mismo razonamiento se puede pasar a la abeja, a la mosca, al chinche y a la pulga o cualquier otro animal que pueda hallarse mucho más diminuto. No encuentran dónde poner el límite, y así, por esa crueldad fantasmagórica, sus conciencias se libran de los innumerables homicidios criminales.
[3]. Está escrito que la sangre de una bestia es su alma. Pero, aparte de lo dicho antes, que no me afecta lo que se haga con el alma de una bestia, puedo también pensar que ese precepto es símbolo de algo y como tal se escribió. En efecto, el Señor no dudó en decir: Esto es mi cuerpo99, cuando daba un signo de su cuerpo.
El cuerpo celeste
[4]. Lo que dice el Apóstol: La carne y la sangre no poseerán el reino de los cielos, se halla igualmente en la ley: En ésos no permanecerá mi espíritu porque son carne100. ¡Y cuántas veces se promete en los libros antiguos un premio futuro para las almas de los justos! Mas queriendo indicar el Apóstol cuál ha de ser en la resurrección el cuerpo de los justos tras la transformación, puesto que ni las mujeres tomarán marido ni los hombres mujeres, sino que serán como ángeles de Dios101; queriendo, repito, indicar la transformación que se dará en los cuerpos de los santos, dijo el Apóstol: Os digo, hermanos, que la carne y la sangre no poseerán el reino de Dios102. Esto no se halla en una única frase separada de su contexto y citada para engañar, sino que puede encontrarse comentando o más bien leyendo, pues no es algo oscuro, el texto de la carta en su totalidad. Dice así: Conviene que esto corruptible se vista de incorrupción y que esto mortal se revista de inmortalidad103.
Que dice esto refiriéndose también al cuerpo, resulta con claridad de lo anterior, donde dice: No toda carne es la misma carne; una es la de los hombres y otra la de las bestias, una de las aves y otra la de los peces. Hay también cuerpos celestes y cuerpos terrestres, pero uno es el resplandor de los cuerpos celestes y otro el de los terrestres; uno es el resplandor del sol, otro el de la luna y otro el de las estrellas. Una estrella difiere de otra en resplandor. Lo mismo sucederá en la resurrección de los muertos. Se siembra el cuerpo en la corrupción y resucita en la incorrupción; se le siembra en el oprobio y resucita en la gloria; se siembra en la debilidad y resucita en poder. Si hay un cuerpo animal lo hay también espiritual, según está escrito: El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente, el último Adán espíritu vivificante. Pero no antecede el espiritual, sino el animal; mas luego vendrá el espiritual. El primer hombre nacido de la tierra es terreno, el segundo hombre, del cielo, es celeste. Como es el terreno, así son también los terrenos, y como el celeste, así también los celestes. Y como vestimos la imagen del hombre terreno, vistamos también la imagen del que viene del cielo. Esto os digo, hermanos, que la carne y la sangre no pueden poseer en heredad el reino de Dios, ni la corrupción la incorrupción104. Ya está claro por qué dijo eso el Apóstol. ¿Por qué, pues, Adimanto, con tan vergonzoso fraude, no cita sino lo último y se calla lo anterior, con lo que se puede comprender eso que se interpreta mal? Pensando en que el cuerpo de nuestro Señor después de su resurrección fue elevado al cielo, recibiendo un cambio celeste acomodado a la misma morada celeste, y en que se nos ha mandado esperar esto para el último día, fue por lo que dijo el Apóstol: Cual es el hombre terreno, así son los hombres terrenos, es decir, los mortales, y cual el celeste así los celestes, es decir, los inmortales, no sólo en sus almas, sino también en sus cuerpos. Por eso había dicho también antes que uno es el resplandor de los cuerpos celestes y otro el de los terrestres. Del hecho de que en la resurrección el cuerpo sea espiritual no se ha de pensar que será espíritu, pero no cuerpo. Antes bien, dice que será un cuerpo espiritual, sometido en todo al espíritu, sin corrupción o muerte alguna. Del hecho de que se llame cuerpo animal al que tenemos ahora, no ha de pensarse que aquél será alma, no cuerpo. Por tanto, como ahora se le llama cuerpo animal porque está sometido al alma y no se puede hablar aún de cuerpo espiritual, porque aún no está totalmente sometido al espíritu mientras puede corromperse, así también entonces se le llamará cuerpo espiritual, cuando ninguna corrupción oponga resistencia al espíritu o a la eternidad.
Carne y cuerpo
[5]. Y si aún os parece que no está suficientemente demostrado que el Apóstol dijo que la carne y la sangre no heredarán el reino de los cielos ni la corrupción la incorrupción, pensando en la transformación que ha de tener lugar, prestad atención a cómo continúa y a lo que añade después: He aquí que os anuncio un misterio: «Todos resucitaremos, pero no todos seremos transformados en un instante, en un golpe de vista, a la última trompeta». Sonará, pues, la trompeta y los muertos resucitarán incorruptos y nosotros seremos transformados.
A continuación conectó lo que poco antes he mencionado, para mostrar cómo ha de ser esa transformación. Inmediatamente dice: Conviene que esto corruptible se vista de incorrupción y que esto mortal se revista de inmortalidad105. De aquí resulta, pues, que la carne y la sangre no poseerán el reino de Dios, porque cuando se haya revestido de incorrupción y de inmortalidad ya no será carne ni sangre, sino que se transformará en cuerpo celeste. Esto ya lo he tratado en otra ocasión, porque a esta frase ponen muchas asechanzas los que niegan la resurrección de los cuerpos. Mas la cuestión presente no versa sobre el cuerpo, sino sobre el alma que los maniqueos creen que la ley la identifica con la sangre. Mas nosotros de ninguna manera lo entendemos así. Pero, aunque no me preocupe de las almas de las bestias con las que no compartimos la razón, sin embargo, lo que dice la ley, que ha de derramarse la sangre, pero que no hay que tomarla como alimento, puesto que la sangre es el alma, según nosotros, está puesto en sentido figurado como muchas otras cosas, y casi todos los ritos de aquellas Escrituras están llenas de signos y figuras del anuncio reservado para el futuro, que ya se ha manifestado por medio de nuestro Señor Jesucristo. La sangre es el alma igual que la roca era Cristo, según las palabras del Apóstol: Bebían de la roca espiritual que les seguía, y la roca era Cristo106. Es de todos sabido que bebieron agua en el desierto golpeando una roca los hijos de Israel de los que hablaba el Apóstol al decir eso107. Y no dice: La roca figuraba a Cristo, sino La roca era Cristo; roca de la que dice también que era espiritual, para que nadie la entienda a modo carnal; con otras palabras, enseña que se la ha de entender espiritualmente. Sería demasiado largo e innecesario, al no poder hacerse en pocas palabras en este momento, exponer los misterios de la ley. Es suficiente que sepan quienes esto nos reprochan que nosotros no solemos entenderlo al modo del que ellos se mofan, sino como lo entendieron los apóstoles. Ellos expusieron unos pocos misterios para dejarnos la norma conforme a la cual habían de ser comprendidos los demás.
Dt 4,23-24 y Mc 10,17-18 no se oponen
13. [1]. Sobre lo que está escrito en el Deuteronomio: Procurad no olvidar la alianza firmada por vuestro Dios y no haceros estatuas ni imágenes pintadas. Y luego añade: Vuestro Dios es fuego devorador y un Dios celoso108. He aquí el modo como ese Adimanto sacó a la palestra estas palabras de la Escritura, ya que me he propuesto refutar y anular sus reproches. Pienso haber respondido antes con suficiencia a sus ataques contra los celos de Dios. Recordemos, sin embargo, que no sólo en aquel texto, sino también en el presente, inculpó a las Escrituras por hablar de celos en Dios, de forma que lo vinculó al precepto de Dios nuestro Señor, presente en tales libros, de no adorar a los ídolos. Parece que reprocha los celos de Dios sólo porque en virtud de esos mismos celos se nos prohíbe el culto a tales ídolos. Quiere dar la impresión de que se muestra favorable a los ídolos. Eso lo hacen para ganarse las simpatías de los paganos hacia su secta miserable y rabiosa. A este texto de la ley le oponen también aquel otro en que cierta persona se acercó al Señor para decirle: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para poseer la vida eterna?, y a quien Jesús respondió: ¿Por qué me preguntas acerca del bien? Nadie es bueno, sino el único Dios. Piensan que ambos textos son contrarios entre sí, porque en la ley se dice que Dios es fuego devorador y Dios celoso, mientras que en el Evangelio se afirma que nadie es bueno sino el único Dios109.
«Encarnación» en la palabra humana
[2]. Respecto a los celos ya indiqué que este tipo de palabras no las utiliza la Escritura para indicar alguna perturbación o sufrimiento en Dios; antes bien, ha llegado a servirse de ellas porque nada puede decirse que sea digno de Dios. Así, cuando los hombres adviertan que son indignas, se verán forzados a admitir que también son indignas de la majestad de Dios aquellas que creen que aplican de acuerdo con la inefable excelencia divina. Pues su sabiduría que había de descender al cuerpo humano, descendió antes a la palabra humana. Cuando comienzo a examinar esta palabra «descender» me doy cuenta de no haberla utilizado con propiedad. En efecto, no puede descender sino lo que puede moverse de un lugar a otro. Está claro que quien desciende abandona un lugar superior y se dirige hacia otro inferior. Mas la sabiduría de Dios en ningún modo puede pasar de un lugar a otro, dado que está presente a sí misma en su totalidad y en todas partes. De ella habla, mejor que nadie en el Evangelio, Juan en cuanto partícipe del pecho del Señor. Dice, pues: Estaba en el mundo y el mundo fue hecho por ella y el mundo no la conoció. Y, no obstante, él mismo añade: Vino a los suyos y los suyos no la recibieron110. ¿Cómo es posible afirmar que estuviera aquí y viniera aquí, sino porque aquella inefable excelsitud sólo se puede expresar con sonidos humanos para ajustarse a los hombres? Mas en cuanto diviniza a los hombres, sólo se la puede entender con el silencio divino. Se puede, por tanto, dar razón de por qué hablo así, mas no por eso se puede decir algo digno de Dios, puesto que por el hecho mismo de que se haya podido decir ya es indigno de Dios. Si quitas de los celos el error y el dolor, ¿qué queda, sino la voluntad de guardar la castidad y de vengar la corrupción conyugal? ¿Con qué otro término se podía indicar mejor que con este de «celos» de Dios, puesto que estamos llamados al esponsalicio divino, y no quiere que nos corrompamos con cualquier amor torpe, a la vez que castiga nuestra impureza y ama nuestra castidad? No en vano suele decir la gente: «Quien no siente celos no ama».
Dios, fuego devorador: ¿por qué?
[3]. A esto mismo se refieren también las otras palabras: Fuego devorador. Sobre él no debo discutir, sino más bien preguntarles qué fuego dijo el Señor que había venido a traer a este mundo. Son estas palabras del Evangelio que ellos no pueden reprender, no porque honren a Cristo, sino para ensañar a los cristianos. Cuando se les recuerda que el Señor dijo He venido a traer fuego a este mundo111, los miserables responden: «Ese fuego es otra cosa». A lo que nosotros replicamos: «También este otro es cosa distinta; no temáis». En efecto, es Cristo quien habla en el Antiguo Testamento cuando dice: Soy fuego devorador112, él que afirma en el Evangelio que ha venido a traer fuego al mundo, es decir, la palabra de Dios que es él. El mismo expuso las Escrituras antiguas a sus discípulos después de haber resucitado, comenzando por Moisés y todos los profetas. Entonces los discípulos confesaron haber recibido ese fuego, al decir: ¿No ardía nuestro corazón en el camino, cuando nos exponía las Escrituras?113 Él es el fuego devorador. El amor divino consume la vida antigua y renueva al hombre de forma que Dios, en cuanto fuego devorador, hace que le amemos, y en cuanto celoso nos ama él. No temáis, pues, el fuego que es Dios; temed más bien el fuego que él ha preparado para los herejes.
Si se leyese el Nuevo Testamento como los maniqueos leen el Antiguo...
[4]. Adimanto eligió un texto del evangelio para presentarlo a los ignorantes como opuesto al mencionado de la ley. Es aquel en el que dice el Señor: Nadie es bueno, sino el único Dios. ¿Quién se bastará para enumerar las veces que se halla la bondad de Dios en el Antiguo Testamento? Citaré solamente un texto que se canta a diario en las iglesias: Alabad al Señor porque es bueno, porque su misericordia es eterna114.
En verdad, también este texto parece ser contrario al Dios celoso, como piensan los maniqueos, y, sin embargo, está tomado de los libros del Antiguo Testamento y se canta en las iglesias. Asimismo, a quienes no lo entienden bien no les parece bueno aquel rey que en la boda de su hijo halló entre los comensales a un hombre desprovisto del vestido nupcial, al que primero llamó amigo y luego mandó que, atado de pies y manos, fuese arrojado a las tinieblas exteriores115. Uno cualquiera podía tomar ese mismo capítulo del Evangelio y, como hace Adimanto con el Antiguo Testamento, acusar calumniosamente al Evangelio, alabando más bien los libros del Antiguo, en que está escrito: Alabad al Señor porque es bueno, porque su misericordia es eterna, y reprochando en el Nuevo que el llamado al banquete sea arrojado a tan gran tormento a causa de su vestido. Si esto lo hiciera sistemáticamente con perversidad fraudulenta, recogiendo todos los textos en que aparece la mansedumbre en el Antiguo Testamento y aquellos otros en que aparece la severidad en el Nuevo, pretendiendo que los textos se oponen entre sí, alabando al Antiguo y recriminando al Nuevo, hallaría también ignorantes y desconocedores de la divina Escritura, a quienes convencería de que había que retener el Antiguo y no el Nuevo Testamento. Esto es lo mismo que hacen los maniqueos, pero en dirección opuesta, es decir, soltando reproches al Antiguo como contrario al Nuevo. Y me maravilla que no piensen que alguien pueda leer alguna vez uno y otro y, entendiéndolos con la ayuda divina, alabarlos a los dos y sentir dolor por el fraude y la maldad de los maniqueos o precaverse de ellos como de herejes, o mofarse como de ignorantes y orgullosos.
Dt 12,15-16 y Lc 21,34 no se oponen
14. [1]. Sobre este texto del Deuteronomio: Conforme al deseo de tu alma, mata y come toda carne según el placer que te ha dado el Señor. Cuídate, sin embargo, de comer la sangre; derrámala como agua sobre la tierra116. Adimanto opina que a estas palabras de la ley se oponen aquellas del Señor en el Evangelio: No se emboten vuestros corazones por la glotonería, el vino y los cuidados mundanos117; y a las del Apóstol: Es cosa buena no comer carne ni beber vino118, y a estas otras: No podéis tomar parte en la mesa de Dios y en la de los demonios119. Nosotros, en cambio, afirmamos que todos estos textos, tanto los del Antiguo como los del Nuevo Testamento, han sido escritos según lo exigían motivos particulares, y mostramos que no se oponen entre sí. El mismo Adimanto pudo haber advertido, a propósito de las palabras que tomó del Antiguo Testamento, que no se refiere a la voracidad desenfrenada este texto: Conforme al deseo de tu alma, mata y come toda carne, puesto que dice a continuación: Según el placer que te ha dado el Señor. El Señor no te ha dado un placer inmoderado, sino el suficiente para el sustento y salud de tu naturaleza. En cambio, quien sigue su voracidad desenfrenada, sigue su propio vicio, no el placer que le dio el Señor. Por eso no es contrario a lo que se halla en el Evangelio: No se emboten vuestros corazones con la glotonería, el vino y los cuidados mundanos120. Cuando uno no satisface más que el placer que le dio el Señor, es decir, un placer modesto y conforme a la naturaleza, su corazón no se embota con la glotonería, la borrachera y los cuidados mundanos.
Motivos para la abstinencia cristiana
[2]. El Apóstol habló de no comer carne y no beber vino. Pero no dio el precepto porque juzgase que eran cosas impuras, como piensan los maniqueos y en su error precipitan al mismo a quienes logran persuadir. El mismo indicó el motivo por el que dijo aquellas palabras, y por eso no tenemos necesidad de interpretar o exponer su sentencia. Basta con introducir las palabras en el contexto de toda la carta del Apóstol para que aparezca con claridad por qué las dijo, y también el fraude de estos que eligen ciertas frases sueltas de las Escrituras con las que engañan a los ignorantes que no hilan lo escrito antes con lo escrito después, de donde se puede captar la intención y voluntad del autor. Estas son las palabras del Apóstol: Recibid al débil en la fe, sin juzgar sus opiniones. Uno cree que puede comer de todo; en cambio, quien esté débil que coma verduras. Quien come no desprecie al que no come y quien no come no juzgue al que come, pues Dios le ha acogido. ¿Quién eres tú para juzgar al siervo ajeno? El siervo ajeno se mantiene en pie o cae para su señor. Pero él se mantendrá en pie, pues poderoso es el Señor para sostenerlo. Uno juzga distinto un día de otro, y otro los juzga iguales a todos. Cada uno se mantenga en su opinión. Quien guarda un día, en atención al Señor lo guarda, y quien come come para el Señor, pues da gracias a Dios. Ninguno de nosotros vive o muere para sí; si vivimos, vivimos para el Señor y si morimos morimos para el Señor; así pues, ya vivamos, ya muramos, somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para dominar sobre vivos y muertos. Tú, en cambio, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú, ¿por qué desprecias al tuyo? Todos tendremos que presentarnos ante el tribunal del Señor. Está escrito, en efecto: Vivo yo, dice el Señor, que a mí se me dobla toda rodilla y toda lengua alabará a Dios. En consecuencia, cada uno de nosotros dará cuenta de sí. No nos juzguemos, pues, los unos a los otros; pensad ante todo en no poner tropiezo o escándalo a los hermanos. Sé y tengo certeza en el Señor Jesús que no hay nada impuro en sí mismo; mas lo que uno cree que es impuro, eso es impuro para él. Si a causa de tu comida tu hermano se entristece, ya no caminas según la caridad. No pierdas con tu alimento a aquel por quien murió Cristo. Que lo que es nuestro bien no sea objeto de blasfemia. El reino de Dios no consiste en la comida o la bebida, sino en la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo. Quien en esto sirve a Cristo agrada a Dios y obtiene la aprobación de los hombres. Persigamos, pues, lo que es propio de la paz y lo que conduce a la edificación mutua. No destruyas la obra de Dios por el alimento. Todas las cosas son puras, pero es un mal para el hombre comer dando escándalo. Es cosa buena no comer carne ni beber vino, si tu hermano se escandaliza de ello. El convencimiento que tienes en tu interior tenlo ante Dios. Dichoso quien no se condena en aquello que aprueba. En cambio, quien duda, si come, se condena, porque no come con convicción. Todo lo que no procede de un convencimiento es pecado121. ¿Acaso se requiere la labor de un exegeta para comprender por qué dijo eso el Apóstol y con cuánta malicia extraen textos auténticos de las Escrituras con los que engañan a los ignorantes? El Apóstol dijo que todas las cosas eran puras, tomadas según el propio convencimiento, y que son impuras para quien piensa que son impuras, y que entonces hay que renunciar a ellas cuando se toman con escándalo, es decir, cuando algún débil cree que debe abstenerse de toda carne para no dar con alguna sacrificada a los ídolos, y puede pensar que quien come la carne lo hace en honor de los ídolos, lo que sería para él un gran escándalo, a pesar de que la carne inmolada no mancha cuando se la toma con seguridad de conciencia, aunque ignore su procedencia. Por eso el mismo Apóstol prohíbe en otro lugar que se pregunte por su procedencia, cuando alguien compra algo en una carnicería o un invitado por algún infiel a comer ve que se le ofrecen carnes que los maniqueos juzgan inmundas no por estar inmoladas, sino por ser carnes, no obstante que el Apóstol proclama que todas las cosas son puras, que toda criatura de Dios es buena, que todas quedan santificadas por la palabra y la oración, aunque haya que abstenerse de ellas si tal vez algún débil se escandalizase por ello. En cierto texto les señaló a ellos a todas luces, al anunciar que en los últimos tiempos aparecerían algunos que prohibiesen casarse y se abstendrían de los elementos que Dios creó122. Con tales palabras designa justamente a los que se abstienen de tomar tales alimentos, no para refrenar sus pasiones o en consideración a la debilidad de otros, sino porque consideran impuras las carnes, negando que Dios las creó. Nosotros atengámonos a la disciplina apostólica que afirma que todas las cosas son puras para los puros123, si se mantiene la templanza evangélica, para que no se emboten nuestros corazones con la glotonería, la borrachera y los cuidados mundanos.
[3]. Yo no veo por qué motivo creen los maniqueos que se debe presentar como contrario al texto de la ley que nos ocupa aquel otro del Apóstol en que dice: No podéis tomar parte en la mesa del Señor y en la de los demonios. El texto de la ley: Conforme al deseo de tu alma, mata y come toda carne según el placer que Dios te dio no habla de carnes inmoladas, sino de alimentos que pertenecen al sustento del hombre. Mas los maniqueos, como hablan de inmolación siempre que se lleve cualquier animal a la mesa del hombre creyeron que los textos eran opuestos entre sí. Por eso citaron también otro texto en el que el Apóstol dice: Lo que inmolan los gentiles lo inmolan a los demonios y no a Dios, no obstante que él hablaba clarísimamente de las víctimas que se ofrecen a los demonios en el templo, no de estos alimentos que los hombres se procuran. Así escribe: ¿Qué digo, entonces? ¿Estoy afirmando que se ha inmolado algo a los ídolos o que un ídolo es algo? Lo que afirmo es más bien esto: lo que inmolan lo inmolan a los demonios y no a Dios. No quiero que os hagáis socios de los demonios. No podéis beber del cáliz del Señor y del cáliz de los demonios. No podéis tomar parte en la mesa de Dios y en la mesa de los demonios. ¿Acaso provocamos los celos de Dios? ¿Acaso somos más fuertes que él? Todo es lícito, pero no todo conviene; todas las cosas son lícitas, pero no todo sirve para la edificación. Que nadie busque lo propio, sino lo del otro. Comed, sin preguntar nada por motivo de conciencia, de todo lo que llega al mercado, pues del Señor es la tierra y todo lo que contiene. Si un infiel os invita y aceptáis ir, comed de lo que os pongan, sin dudar por motivos de conciencia. Vero si alguien os dijere que es algo inmolado a los dioses, no lo comáis en atención a quien os lo indicó y por motivo de conciencia; no me refiero a la tuya, sino a la del otro. ¿Por qué mi libertad es juzgada por una conciencia ajena? Si yo participo con agradecimiento, ¿por qué se me reprocha aquello por lo que doy gracias? Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios124.
Fíjense en esto los maniqueos y vean en qué sentido se dijo en el Deuteronomio: Conforme a tu deseo, mata y come toda carne según el placer que te dio el Señor. Si a los judíos se les ordenó que no comieran algunas carnes, a las que se llamó impuras, era para significar a los hombres impuros, indicados por medio de figuras en las Escrituras antiguas. Como aquel buey que trilla, al que se prohíbe ponerle el bozal, simboliza al evangelista, según lo expone clarísimamente el Apóstol125, de igual manera todas aquellas cosas que estaban prohibidas simbolizaban ciertas impurezas de los hombres que son admitidos en la comunión del cuerpo de Cristo, es decir, en la Iglesia permanente y eterna. Por lo que se refiere a los alimentos, resulta clarísimo que nada absolutamente es impuro, aunque sea malo para el hombre que lo tome escandalizando.
Lev 11 y Mc 7,15 no se oponen
15. [1]. Sobre este texto del Levítico: Separad al puro del impuro y que nadie coma carne de camello, asno, liebre, cerdo, águila, milano, buitre, etc126. En ningún lugar como en este en que recordó que en el Levítico está escrito que hay que abstenerse de las carnes de algunos animales, se puede advertir con mayor claridad el alma llena de dolo y engaño de este hombre que presenta textos de uno y otro Testamento como si fuesen opuestos y contrarios entre sí. En efecto, creyó que a ese texto había que oponerle aquel del Evangelio en el que dice el Señor: Nada de lo que entra al interior del hombre le mancha, sino lo que sale de él127. Si esa asociación fue obra de imprudencia, nada hay que indique mayor ceguera; si lo hizo con conocimiento, nada más perverso. ¿No había presentado él mismo poco antes el testimonio del Apóstol que dice: Es cosa buena, hermanos, no comer carne ni beber vino128, en su deseo de oponerse con el Nuevo al Antiguo Testamento en el que se dijo: Conforme al deseo de tu alma mata y come toda carne?129 ¿Cómo es que ahora le agrada la sentencia del Señor, según la cual nada de lo que entra al interior del hombre le mancha, sino lo que sale del hombre? ¿Dónde se esconderá huyendo de esta afirmación? Dígame a dónde huirá, después de haber ordenado con una perversa y supersticiosa imagen de continencia huir de la impureza de la carne y alejarla del alimento de los santos. Si es cierto que lo que entra en el interior del hombre no le mancha, grande es el error de los maniqueos al afirmar que las carnes son impuras, siendo así que los hombres se alimentan de carne. Si, por el contrario, es impura esa clase de alimentos, ¿qué harán con el testimonio proferido por la autoridad evangélica y divina, en el que el Señor dice que no mancha al hombre lo que entra en él, sino lo que de él sale? ¿O dirán, como suelen hacerlo cuando les acorrala la autoridad de las Escrituras, que este texto fue interpolado en el Evangelio por ciertos corruptores de las Escrituras? ¿Por qué entonces Adimanto se sirve del testimonio de este capítulo e intenta impugnar el Antiguo Testamento con algo que le derriba a él mismo? Pues un cristiano católico que venera y comprende una y otra Escritura le responderá que no son contrarias porque lo dicho de las carnes de ciertos animales, de las que se prohibió comer al pueblo aún carnal, fue puesto para significar las costumbres de los hombres que la Iglesia, cuerpo del Señor, no puede recibir en el vínculo permanente y estable de su unidad, rechazándolos como alimentos inmundos y no convirtiéndolos en su propio ser. Todas aquellas prescripciones impuestas a un pueblo carnal profetizaban la disciplina del pueblo espiritual y por eso no se opone a la afirmación del Señor por la que dice con toda verdad que no mancha al hombre lo que entra en él como alimento. La frase del Antiguo Testamento impone una carga a siervos, la del Nuevo sacude el yugo de la esclavitud de los ya libres. Con todo, la primera fue dicha para que las cargas de los siervos preanunciasen la fe de los libres. Como dice el Apóstol: Todo les acontecía en figura, en atención a nosotros para quienes ha llegado el fin de los siglos130. Por tanto, si lo que padecían les acontecía en figura, como figura recibían también lo que se les mandaba.
Interpretación acomodaticia de Adimanto
[2]. Dicho esto y habiendo mostrado que los textos comparados de uno y otro Testamento no son contrarios, ¿qué ha de hacer ese contra quien profiere testimonio validísimo aquel testigo que él mismo presentó contra su adversario? El citó el testimonio del Evangelio en el que el Señor dice que no manchan al hombre los alimentos que entran en su interior; pero él no cesa de exhortar y enseñar que hay que abstenerse de las carnes como de alimentos impuros. Y, sin embargo, advirtió cuan gran golpe se infligía y con cuál se hería a sí mismo de rebote. Para que nadie le preguntara y le dijera: «¿Por qué prohibís alimentarse de carne si, como tú mismo citas, dijo el Señor: Nada de lo que entra al interior del hombre le mancha, sino lo que sale de él?»131, quiso como aplicar una medicina ineficaz en su herida mortal. He aquí cómo adujo el testimonio evangélico: «En el Evangelio —son palabras suyas— dice el Señor a la muchedumbre: Oíd y comprended, nada de lo que entra en el interior del hombre lo mancha, etc.» Así pues, al recordar que el Señor había dicho esto a la muchedumbre no mostró otra cosa sino que él no había hecho lo que hizo por ignorancia, sino por malicia. Así podía decir luego a sus oyentes que el Señor al pronunciar esas palabras se había dirigido a la muchedumbre, no a los pocos santos, como ellos quieren que se les considere. De esta manera, dado que a sus oyentes, como aún inmundos, les permiten alimentarse de carne, a la vez que piensan que en ellos, en cuanto ya puros, sería algo criminal y nefando, parece que el Señor tuvo en la mente enseñar (en aquella ocasión) no a los pocos santos, sino a la muchedumbre. ¡Oh hombre pésimo, que confía en la negligencia del género humano para así ocultar sus engaños! El no creía que iba a existir alguien que tomara en sus manos el Evangelio, leyese la continuación del texto y hallase en las mismas praderas en las que el Señor apacienta a sus rebaños al hombre que tiende lazos ocultos para incautos y poco atentos. En efecto, asustados los discípulos ante esas palabras y creyendo que el Señor no había hablado en el sentido propio de las mismas, sino figuradamente, al decir que no manchaba al hombre lo que entraba en él como alimento, como incluso sus mismos discípulos eran judíos a quienes se les había inculcado desde la niñez que había que abstenerse de tomar ciertas carnes como alimento, acercándosele, le dijeron: «¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oír tales palabras?» El les respondió diciéndoles: «Toda planta que no haya plantado mi Padre celeste será arrancada. Dejadlos. Son ciegos y guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la fosa»132. A la incredulidad de los judíos la llamó planta que no había plantado su Padre celestial. Con todo, Pedro, creyendo todavía que se trataba de una parábola y que había reprendido y llamado ciegos a los judíos porque no habían podido entenderla, le dijo al Señor: Exponnos esta parábola. El Señor mostrando con claridad que no había hablado en parábolas, sino en sentido propio, les dijo: ¿Tampoco vosotros habéis entendido aún? ¿No comprendéis que todo lo que entra por la boca va al vientre y se expulsa en la letrina? En cambio, lo que sale de la boca, procede del corazón y es lo que mancha al hombre. Del corazón, en efecto, proceden los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas son las cosas que manchan al hombre; el comer sin lavarse las manos no le mancha133. Los judíos habían planteado el problema porque no se lavaban las manos, y el Señor aprovechó la ocasión para hablar en general de las cosas que entran por la boca, van al vientre y son expelidas en la letrina; es decir, de nuestros alimentos. Aunque está escrito que dijo: No mancha al hombre lo que entra a la boca, sino lo que sale de ella tras haber convocado junto a sí a la muchedumbre, sin embargo, salta a la vista con suficiencia con qué temor añadió esto a sus palabras con las que citó el testimonio del Señor: para tener qué responder, como ya dije antes, a los que le plantearan la cuestión de por qué los jefes de los maniqueos consideran un crimen alimentarse de carne. A saber, que lo que dijo el Señor era sólo una concesión a la muchedumbre, pero no a los elegidos. Mas la continuación del relato muestra que el Señor respondió a Pedro que le había preguntado aparte, pero oyéndole todos los discípulos a los que ponía al frente de su Iglesia, atestiguándole que él no había dicho tales cosas en parábola, y mostrándole que concernían a todos. Ante esto, los maniqueos no tienen argumentos para sacar los alimentos de las fauces de los hombres y atarlos con los lazos de la superstición.
Aunque Agustín no fuera capaz...
[3]. Quizá diga alguno de ellos: «Expón, pues, lo que significa la carne de cerdo, de camello, de liebre, del milano, del cuervo y de los demás animales de los que manda abstenerse la ley». No quiero porque sería demasiado largo. Pero supón que yo no soy capaz, ¿acaso ya por eso nadie puede? Hay ya libros innumerables en los que se hallan expuestas estas cosas. Para refutar a los maniqueos, a nosotros nos basta con saber que el Apóstol, no yo, dice que esas observancias eran sombra de realidades futuras, cuando él prohíbe que se las cumpla servilmente, a la vez que declara que simbolizan algo al decir: Que nadie os juzgue por la comida, la bebida, o por las fiestas, los novilunios o los sábados, que son sombra de realidades futuras134. Y así, una vez que llegaron por medio del Señor Jesucristo las realidades futuras significadas en ellas, han desaparecido las observancias serviles, pero los libres retienen su significado. Tienes lo que dice el mismo Apóstol: No apaguéis el Espíritu, no despreciéis la profecía; leed todo, pero retened lo bueno135. Por tanto, hay que leer la Escritura divina, conocer el plan del Espíritu Santo y contemplar la profecía; se ha de rechazar la servidumbre carnal para retener la inteligencia de quien es libre.
Dt 5,12-15 y Mt 23,15 no se oponen
16. [1]. Sobre este texto del Deuteronomio: Guarda y santifica el día que te ordenó el Señor. Trabajarás seis días y en ellos harás todas tus obras; pero el día séptimo, el sábado, dedícalo al Señor tu Dios no realizando obra alguna ni tú ni tu hijo ni tu hija, ni tu siervo, tu sierva, tu buey, tu asno y todos tus jumentos, ni tu colono. Tu siervo y tu sierva han de descansar como tú. Acuérdate de que fuiste siervo en Egipto y que el Señor tu Dios te libró con mano poderosa y brazo excelso. Por eso te ordenó el Señor guardar el día séptimo136. Hablando de la circuncisión de Abrahán, se lee también en el Génesis: Guarda —dijo— mi alianza tú y tu linaje que vendrá después de ti. Esta es mi alianza que guardarás; alianza entre yo y tú y tu linaje: circuncidarás a todo varón en la carne de su prepucio; sea ésta la señal de la alianza entre yo y vosotros. Al octavo día circuncidaréis a todos los varones en vuestra nación, tanto si han nacido en casa como si han sido comprados, a no ser al extranjero. Y ésta será la alianza en vuestra nación. Y todo varón que no circuncide su prepucio perderá su alma en medio del pueblo, porque rompió mi alianza137. Todas estas frases del Antiguo Testamento las presenta Adimanto para rebatirlas con otras del Nuevo, y afirma que se oponen a lo que dijo el Señor sobre los prosélitos: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito y cuando lo hayáis hecho será hijo de la gehenna mucho más que vosotros138. ¡Como si el Señor hubiera dicho que el prosélito era hijo de la gehenna por la circuncisión y la observancia del sábado y no más bien porque se ve obligado a imitar las perdidas costumbres y vida perversa de los judíos; no los hace hijos de la gehenna la observancia de los preceptos de la ley, sino su obrar contra la ley! Esto lo expresa claramente en otro lugar donde dice que rechazan el mandato de Dios para mantener lo que ellos han establecido139. Porque, aunque la ley ordena honrar padre y madre, ellos han inventado el modo cómo privarlos de esa honra. Así cuando les dice: ¡Ay de vosotros escribas y fariseos que tenéis las llaves del reino de los cielos y ni entráis vosotros ni dejáis entrar a otro sí140. Lo mismo cuando en otro lugar mandó a los que le escuchaban que obedeciesen a lo que decían los escribas y fariseos, pero no imitasen sus hechos. Así dice: Se sientan en la cátedra de Moisés; haced lo que dicen, pero no imitéis lo que hacen, porque dicen y no hacen141. Texto este en el que el Señor confirma la autoridad de la ley dada por Moisés y, no obstante, manifiesta con rotundidad que hay que guardarse y huir de las costumbres de quienes no obedecían a la ley que habían recibido. Con su perversa vida hacían que cuando un gentil pasaba a la ley, es decir, cuando se hacía prosélito, adquiría sus costumbres y se convertía en hijo de la gehenna mucho más de lo que lo eran ellos. En verdad ponían todo su esfuerzo en que los gentiles se hiciesen judíos, y una vez hecho judío le obligaban a imitar sus pésimas costumbres.
Significado de la circuncisión
[2]. Adimanto no pudo advertir que en ningún modo es contrario al Antiguo Testamento el texto del Apóstol que él cita como tal, porque toda su mirada estaba puesta no en investigar, sino en reprender a la Escritura. El cita al Apóstol que dice: ¿Ha sido llamado alguien en la circuncisión? No aduzca el prepucio. ¿Otro ha sido llamado en el prepucio? No se circuncide porque ni el prepucio es nada ni la circuncisión es nada; sólo vale él cumplimiento de los preceptos de Dios142. ¿Hay algo más claro que esto que el Apóstol ordena: que cada cual permanezca tal y como ha sido llamado? Con la llegada de las realidades de que eran sombra aquellas observancias, se hizo manifiesto que no hay que poner la esperanza en las sombras, sino en las realidades que aquellas sombras significaban que habían de llegar, es decir, Cristo y la Iglesia. Por eso todas aquellas eran ya vanas, mas no por eso ordenó el Apóstol rechazarlas como dañinas, sino más bien despreciarlas como superfluas, de forma que si un judío hubiese creído a Cristo, no se le prohibiese, pensando en no escandalizar a los suyos, permanecer en esas cosas superfinas, pero sin que pensase que su salvación radicaba en ellas. El prepucio es nada y la circuncisión es nada; lo que vale es el cumplimiento de los preceptos de Dios. En otro lugar dice: ¡Ojalá se mutilaran los que os perturban!143 Pero esto no lo dice el Apóstol porque la circuncisión sea contraria al Evangelio, como creen los maniqueos; lo que es contrario al Evangelio es que alguien, abandonando la realidad figurada en la sombra, siga la vaciedad de la sombra misma. Eso era lo que pretendían quienes imponían a los gentiles que se convertían a Cristo el yugo de la circuncisión como necesario para la salvación, cuando ya no era una sombra que había de ser figurada, sino la realidad misma a llevar en el corazón.
[3]. La frase: Observáis los días, los sábados y las solemnidades; temo por vosotros, temo haber trabajado en vano entre vosotros144, no está escrita tal y como la cita Adimanto. El Apóstol no menciona en ella el sábado. Estas son sus palabras: Observáis los días, los años y los tiempos; temo por vosotros, temo haber trabajado en vano entre vosotros. Mas supón que hubiese mencionado el sábado. ¿No decimos acaso también nosotros que no hay que guardar estas cosas, sino lo significado por ellas? Los judíos las observaban como siervos sin comprender las realidades significadas y preanunciadas. Es la culpa que el Apóstol halla en ellos y en todos: que sirven a la criatura en vez de al creador145. Pues también nosotros guardamos el domingo y la pascua con solemnidad, y cualesquiera otras fechas festivas cristianas. Pero como comprendemos a qué se refieren, no guardamos los tiempos, sino lo significado por ellos. Los maniqueos, en cambio, lo reprochan como si ellos no guardasen ningún día o tiempo. Cuando se les pregunta por la opinión de su secta al respecto, intentan exponer todo de modo que parezcan observar no los tiempos, sino las realidades de que ellos son signos. Que tales realidades son invenciones suyas y falsas en extremo, quedó demostrado en otro lugar. Lo que he dicho ahora ha sido para que se vean obligados a confesar con su propia boca que se pueden celebrar racionalmente tales tiempos. En consecuencia, queda claro que la circuncisión de la carne fue impuesta justamente a los siervos y que rectamente la entienden los libres. Igual que el Apóstol, la rechazamos si es carnal, y la aprobamos si es espiritual. No observamos el descanso del sábado en el tiempo, pero comprendemos el signo temporal y dirigimos la mirada del corazón al descanso eterno significado en él. Y así igual que el Apóstol, rechazamos la observancia de los tiempos y como él mantenemos la inteligencia de los signos temporales. La diferencia entre los dos Testamentos la entendemos de esta manera: En el Antiguo se hallan las cargas de los siervos, en el nuevo los gozos de los libres; en el Antiguo se conoce la prefiguración de nuestra posesión, en el Nuevo se adquiere la posesión misma. El Apóstol interpreta el sábado cuando dice en la carta a los Hebreos: Queda, pues, un reposo eterno para el pueblo de Dios146. Interpreta también la circuncisión cuando dice refiriéndose a Abrahán: Y recibió la señal de la circuncisión como signo de la justicia de la fe147. Por tanto, yo mantengo la interpretación del Apóstol, condeno desde mi libertad la observancia carnal propia de la servidumbre, venerando a Dios autor de uno y otro Testamento que, en cuanto Señor, impuso al hombre viejo que huía de él algo que le infundiese temor, y en cuanto padre, abrió para el hombre nuevo que regresaba a él algo que amase.
Ex 23,22-24 y Mt 5,44 no se oponen
17. [1]. Sobre este texto del Éxodo: Si escuchas mi voz y cumples cuanto te mando, odiaré a quienes te odian y llenaré de tristeza a quienes te entristecen a ti. Mi ángel te precederá y te conducirá a los amorreos, fereceos, cananeos, jebuseos y gergeseos, y les daréis muerte. No adoréis a sus dioses, ni hagáis sus obras; antes bien, derribadlos y borrad su memoria148. Estas palabras de la Escritura antigua, así citadas, las presenta Adimanto como contrarias al Nuevo Testamento, porque en el Evangelio, según está escrito, dice el Señor: Pero yo os digo: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a quienes os maldicen y haced el bien a quienes os odian, y orad por quienes os persiguen»149. Lo primero que ha de anotarse al respecto es que a ese hombre que pretende mostrar que ambos textos son contrarios debería haberle bastado lo que recordó que estaba escrito en la ley antigua sobre el dar muerte a los enemigos. El Señor, es verdad, mandó amar a los enemigos, es decir, a los hombres; que ellos pueden ser convertidos a la salvación por nuestra paciencia y caridad lo comprende cualquiera y muy frecuentemente lo han demostrado los ejemplos. ¿Qué significado tiene, pues, el que haya pensado que debía añadir lo siguiente, a saber: No adoréis sus dioses, ni hagáis sus obras, antes bien derribadlos y destruid su memoria150, sino que los maniqueos obligan también a adorar a los dioses de los gentiles? Piensan que las palabras del Señor en el Evangelio: Amad a vuestros enemigos se refieren no sólo a los hombres, sino también a los demonios o incluso a los ídolos. Y si ello es así, ¿quién no detestará tal demencia? Si, por el contrario, no es eso lo que piensan, mucho erró Adimanto, quien quiso recordar que en el Antiguo Testamento se ordenó derribar las supersticiones de los gentiles, al querer oponerle como contrario lo que está escrito en el Nuevo sobre el amor a los enemigos.
[2]. Yo, por el contrario, mantengo que lo indicado en los libros antiguos a aquel pueblo sobre el dar muerte a los enemigos no es contrario a este precepto evangélico por el que el Señor nos manda que amemos a nuestros enemigos, porque el dar muerte a los enemigos se ajustaba a un pueblo todavía carnal al que se le había dado la ley como pedagogo151, según dice el Apóstol. A los ignorantes y a los impíos que aman su ceguera se les oculta en gran manera con qué espíritu daban muerte a sus enemigos los poquísimos hombres santos y espirituales que entonces había en aquel pueblo; es decir, ignoran si amaban a los que mataban. Dado que no son capaces de ver estas cosas ha de argüírseles con el peso de la autoridad. ¿Qué significan estas palabras del Apóstol: Yo, ausente ciertamente en el cuerpo, pero presente en el espíritu, ya juzgué como si estuviera presente, a quien así obró: En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu con el poder de nuestro Señor Jesús, que sea entregado a Satanás para la muerte de la carne, a fin de que el espíritu sea salvado en él día del Señor Jesús?152 Esa muerte que los maniqueos tanto exageran y con tanta malignidad sacan a relucir, ¿qué otra cosa significa sino la muerte de la carne? Al indicar el Apóstol con qué ánimo había obrado, mostró con suficiencia que es posible pasar a la venganza con caridad. Y, con todo, quizá pueda entenderse aquí de otro modo la muerte de la carne: la que tiene lugar por la penitencia. Pero ellos leen escrituras apócrifas a las que consideran sin la menor corrupción. En ellas se halla escrito que el apóstol Tomás maldijo a un hombre que le había dado una bofetada por ignorancia desconociendo quién era, y que la maldición se había hecho realidad al instante. En efecto, cuando aquel hombre, un camarero del banquete, salió a la fuente a buscar agua, un león le mató y desgarró su cuerpo. Y para que el acontecimiento infundiese temor a los demás, un perro introdujo una mano a la mesa en que banqueteaba el apóstol. Cuando los que lo ignoraban preguntaron por la causa y se les expuso, comenzaron a temer y a honrar al apóstol. Y de este acontecimiento tomó inicio la predicación del Evangelio.
Si alguien quisiera volver los dientes de los maniqueos contra ellos mismos, ¡con cuánta mordacidad les echaría en cara estos relatos! Mas tampoco allí se ocultó con qué intención lo hizo; aparece el amor de quien se vengó. En efecto, en ese escrito se lee que rogaron al Apóstol por aquel de quien se había vengado en el tiempo para que le perdonase en el juicio futuro. Por tanto, si, en la época del Nuevo Testamento en la que se encarece ante todo el amor, Dios ha infundido el temor a los hombres carnales, sirviéndose de castigos visibles, ¡cuánto más se ajustaba —cabe entender— ese comportamiento en el tiempo del Antiguo Testamento a aquel pueblo al que refrenaba con el temor de la ley, su pedagogo! Pues ésta es la más breve y clara diferencia entre los dos Testamentos: el temor y el amor. El temor pertenece al hombre viejo, el amor al nuevo, pero uno y otro han sido mandados y asociados por un plan misericordiosísimo del único Dios. En la Escritura antigua se calla la intención del que se venga porque eran muy poquísimos los espirituales que sabían por divina revelación lo que hacían, para domar con medidas tan severas al pueblo al que el temor le era útil. De esa manera, ni ver que los enemigos impíos y adoradores de ídolos eran entregados a sus manos para que los mataran, temiesen ellos mismos ser entregados a las manos de sus propios enemigos si despreciaban los mandatos del verdadero Dios y se deslizaban hacia el culto de los ídolos y la impiedad de los gentiles. Cuando ellos pecaron de idéntica manera, les llegó idéntico castigo. Pero toda esta venganza temporal aterra a los espíritus débiles para instruir a los nutridos bajo la disciplina y poder apartarlos de los suplicios eternos e indecibles, porque los hombres carnales temen más la venganza presente de Dios que el suplicio futuro con que les amenaza.
Venganza con amor
[3]. Por tanto, puede haber amor en quien se venga. Toda persona lo experimenta en su propio hijo cuando, al ver que se desliza hacia pésimas costumbres, le pone el freno de una severísima corrección, y tanto más cuanto más le ama, creyendo que de ese modo puede corregirse. Los hombres no dan muerte a sus hijos amados, cuando quieren corregirles, porque son muchos los que tienen por un gran bien esta vida y de ella esperan todo aquello por lo que quieren educar a sus hijos. En cambio, los hombres fieles y sabios que creen que existe otra vida mejor y la conocen, en cuanto les es posible no se vengan dando muerte a sus hijos cuando quieren corregirlos, porque piensan que pueden corregirse en esta vida. Mas Dios que sabe lo que ha de retribuir a cada uno, se venga con la muerte de quienes quiere, ya por medio de hombres, ya por una oculta ordenación de las cosas, no porque los odie en cuanto son hombres, sino en cuanto son pecadores. En los mismos Libros antiguos leemos que se dice a Dios: No odias a los que has hecho153; pero él dispone todo, ya mediante el castigo, ya mediante el premio, haciendo de moderadora la justicia. El Apóstol escribe: Que cada hombre se examine a sí mismo y así coma del pan y beba del vino. Pues quien come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo de Cristo, come y bebe su condenación. Por eso hay entre vosotros muchos débiles y enfermos, y muchos ya han muerto. Si nos juzgamos a nosotros mismos, no seremos juzgados. Cuando se nos juzga en realidad se trata de una corrección del Señor para no ser condenados con este mundo154. Queda claro, pues, que Dios corrige con amor, sirviéndose no sólo del dolor y las enfermedades, sino también de la muerte, a aquellos a los que no quiere condenar con el mundo.
[4]. Consideren esto los maniqueos y vean cómo los gentiles impíos son entregados en poder de un pueblo que, aunque es aún carnal, adora a un único Dios, para que les dé muerte, no obstante que en ese mismo pueblo habría algunos hombres espirituales que comprendiesen que la conducta de Dios no comportaba odio a nadie, y cómo no contradice a lo que el Señor nos mandó en el Evangelio, a saber, que amemos a nuestros enemigos, de quienes, sin embargo, él promete vengarse, cuando puso la parábola de aquel juez que, aunque era injusto y ni temía a Dios ni le preocupaban los hombres, no pudo soportar las súplicas diarias de una mujer viuda que le pedía que le hiciera justicia. Y el juez la escuchó para no tener que tolerar más esa fatiga. Sirviéndose de esa comparación, dijo que con mucha mayor razón, Dios, que es benignísimo y justísimo, vengará a sus hijos de los enemigos de ellos155.
Que se atrevan los maniqueos a objetarle al Señor. Díganle si pueden: «¿Cómo es que nos mandaste amar a nuestros enemigos y te dispones a tomar venganza de ellos en favor nuestro?» ¿Acaso va a obrar contra la voluntad de sus santos, castigando y condenando a los que aman ellos? Al contrario, conviértanse ellos a Dios de esta ceguera malévola y adviertan la voluntad de Dios en ambos Testamentos, para no hallarse a la izquierda, entre aquellos a los que ha de decir el Señor: Id al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles, pues tuve hambre y no me disteis de comer156, etc. A esos miserables les desagrada el que Dios haya entregado a los enemigos para que su pueblo les diese muerte; pero ellos prohíben dar pan, no a un enemigo, sino a un mendigo que lo pide. Comprendan que puede haber venganza sin odio, cosa que pocos comprenden. Y, sin embargo, mientras no se comprenda eso, el lector se verá necesariamente arrojado con gran fatiga y error en los libros de uno y otro Testamento, y pensará que las Escrituras son contrarias entre sí.
La venganza de los apóstoles carecía de odio
[5]. Esta venganza sin odio aún no la habían captado en su mente los apóstoles cuando, llenos de ira hacia quienes no les daban hospitalidad, preguntaron al Señor si quería que pidiesen fuego del cielo —como había hecho Elías— para que consumiese a aquellos hombres tan poco hospitalarios. El Señor les respondió entonces que ignoraban de qué espíritu eran hijos y que él había venido a liberar, no a perder157, porque ellos con ánimo hostil deseaban la perdición de aquellos a quienes querían que consumiese el fuego. Pero luego, una vez llenos del Espíritu Santo y hechos perfectos, hasta poder amar incluso a sus enemigos, recibieron el poder de vengarse, puesto que ya lo podían hacer sin odio. De ese poder hizo uso también el apóstol Pedro en el libro que los maniqueos no aceptan, porque claramente contiene la llegada del Paráclito, es decir, del Espíritu Santo consolador, que envió a quienes lloraban en el momento de ascender a los cielos a la vista de sus ojos. A los tristes se les envía el Consolador, según aquellas palabras del mismo Señor: Dichosos los que lloran porque ellos serán consolados158. Él dijo también: Los hijos del esposo llorarán cuando se les quite el esposo159. Así pues, en aquel libro en el que se manifiesta a todas luces la venida del Espíritu Santo que el Señor había prometido como Consolador160, leemos que ante una frase de Pedro cayeron a tierra algunos hombres y murieron un hombre y su mujer, que habían osado mentir al Espíritu Santo161. Los maniqueos reprenden el hecho con gran ceguera, puesto que en escritos apócrifos, cual si se tratase de una gran obra, leen también lo que antes mencioné del apóstol Tomás, y que la hija del mismo Pedro quedó paralítica por las súplicas de su padre y que la hija del hortelano murió por la oración del mismo Pedro. Ellos responden que a una le convenía ser librada de la parálisis y a la otra morir; pero en todo caso no niegan que se debió a la oración del apóstol. Pero ¿quién les ha dicho a ellos que no les convenía a los gentiles impíos el ser muertos, fingiendo burlonamente admirarse de que Dios los haya entregado en poder del pueblo judío? Si los apóstoles hicieron aquellas cosas no con animosidad, sino con buena intención, ¿cómo pueden éstos convencer a las almas de los hombres espirituales que había en aquel pueblo, de que odiaban a los que la justicia divina mandaba que fueran sacados de esta vida por medio de ellos? Templen más bien su temeridad y no engañen a los ignorantes, quienes o no tienen tiempo para leer, o no quieren leer o leen con mala intención, y no advierten que en uno y otro Testamento se encarece tanto la misericordia como la severidad de Dios. En efecto, ¿no se lee en los Libros antiguos, respecto al amor a los enemigos, que no se les devuelva mal por mal? Señor, Dios mío, si he hecho esto, si hay maldad en mis manos, si he pagado con el mal a quien me lo había hecho, que yo perezca justamente vacío a manos de mis enemigos162. ¿Quién diría esto, sino quien sabe que agrada a Dios que nadie devuelva mal por mal? Es propio de los perfectos el no odiar en los pecadores más que los pecados, amando, en cambio, a los hombres, y el no vengarse cuando lo hacen, con amargura cruel, sino con la moderación de la justicia, no sea que la impunidad del pecado dañe más al pecador que el castigo que aporte la venganza. Con todo, los hombres justos no lo hicieron sino por autoridad divina, para que nadie piense que siempre le está permitido dar muerte a quien quiera o perseguir judicialmente o afligir con castigos a cualesquiera. A veces se indica claramente en las Escrituras ese mismo mandato divino, pero en otros casos queda oculto para que el lector se instruya en las cosas manifiestas y se ejercite en las oscuras.
El ejemplo de David
[6]. Ciertamente David tuvo en su poder el hacer lo que quisiera a su enemigo y perseguidor, el excesivamente ingrato y violento rey Saúl, y prefirió perdonarle a matarle. No se le había mandado que le diese muerte, pero tampoco se le prohibió. Más aún, había oído de Dios que podía hacer impunemente a su enemigo cuanto quisiere; y, sin embargo, convirtió tan gran poder en mansedumbre163. Díganme a quién temió cuando no quiso matarle. Tampoco podemos decir que temiera al hombre que había recibido en su poder, ni a Dios que se lo había entregado. Por tanto, donde no había dificultad para matar sin temor, fue el amor quien perdonó al enemigo. He aquí que el guerrero David cumplió el precepto que recibimos de Cristo de amar a los enemigos. ¡Y ojalá lo imitaran los maniqueos que cambiaron el sentimiento humano de misericordia en no sé qué crueles delirios! Pues mientras creen que el pan llora —cosa imposible—, no lo dan al hombre que ven que llora. Quizá digan, igual que los ciegos suelen soltar absurdas insolencias, que fue mejor David que perdonó a su enemigo que Dios que le había dado el poder de matarlo. El conocía perfectamente la voluntad de su siervo; mas para que se revelase a los otros hombres, a fin de que imitasen el amor al enemigo presente en el corazón de David y que Dios ya conocía, le entregó en su poder a su propio enemigo, que aún no quería que fuese muerto en atención a un cierto plan que era preciso que se cumpliera por medio de él. De esta manera se encareció la bondad de David para que los hombres tuvieran qué amar y se prolongó la maldad de Saúl hasta llegar a un fin más adecuado a él, para que los hombres tuviesen qué temer.
Dt 28,1-6 y Mt 16,24-26 no se oponen
18. [1]. Sobre este texto del Deuteronomio: Si escuchas la voz del Señor tu Dios serás bendito en tu finca, serás bendito en tu prado, será bendito el fruto de tu vientre, de tu suelo, las crías de tus jumentos, tu manada de vacas y tu rebaño de ovejas; serás bendito en tu entrada y en tu salida164.
A este texto le oponen, como contrario, aquel del Evangelio:
Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si sufre daño en su alma?165 O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma? Pero se muestra que no es contrario en virtud de aquella regla por la que debe saberse ya que el pueblo aún carnal le prometía adecuadamente premios carnales y temporales Dios de quien procede toda criatura, la superior y la inferior. El mismo Adimanto puso el testimonio del Evangelio, en el que dice el Señor: No juréis ni por el cielo que es su trono, ni por la tierra que es él escabel de sus pies166. Pero esto está escrito también en los Libros Antiguos: El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies167. ¿Qué tiene de extraño, pues, el que dé los bienes de su trono a los que le sirven espiritualmente y los bienes del escabel de sus pies a los que le sirven carnalmente, si el espíritu es superior y la carne inferior, como los bienes celestes son superiores e inferiores los terrestres? Aunque, por otra parte, también pueden ser entendidos en significado espiritual todos aquellos bienes, a saber: la finca, el prado, el fruto del vientre, el del suelo, las crías de los jumentos, la manada de vacas y el rebaño de ovejas. Pero ahora no viene a cuento el tratar estos temas. Aún en el Nuevo Testamento, cuyo premio y herencia corresponde al hombre nuevo, el Señor promete a los mismos que quiere que desprecien los bienes temporales para que le sirvan en la musa del Evangelio, la multiplicación de esos mismos bienes al decir que recibirán en esta vida cien veces más y en la vida futura la vida eterna168. Es lo mismo que se afirma en la Escritura antigua: Todas las riquezas corresponden al hombre fiel169, razón por la que exulta el Apóstol diciendo: Como no teniendo nada y poseyéndolo todo170. Si, pues, en el Nuevo Testamento, además de la posesión eterna, no desaparece, sino que se hace incluso mucho más abundante cuanto con mayor desprecio se la posee, la multiplicación de esta posesión pasajera, ¡con cuánta mayor razón en el Antiguo debieron ser tales los premios para un pueblo carnal, moderando y administrando todas las cosas, de acuerdo con los tiempos, el único y verdadero Dios gobernador de todos los tiempos!
[2]. Mas para que no piensen que esos bienes han sido despreciados sólo en los libros del Nuevo Testamento, escuchen al profeta que rechaza tal felicidad y proclama que hay que refugiarse en el único Dios y Señor. Dice así: Líbrame de la espada enemiga y sálvame de las manos de los hijos extraños, cuya boca habló vanidad y cuya diestra es diestra de iniquidad. Sus hijos son como retoños crecidos en su juventud. Sus hijas ataviadas y adornadas a semejanza del templo. Sus graneros están llenos y rebosan de lado a lado. Sus ovejas son fecundas multiplicándose en sus partos; sus bueyes están cebados. En sus muros no hay brecha ni lugar de salida, ni griterío en sus plazas, llamaron feliz al hombre que esto tiene, pero feliz es el pueblo cuyo Dios es el Señor171. Consideren, por tanto, cómo es objeto de irrisión esta felicidad de los impíos, a la vez que pone toda la felicidad inalterable en el único Dios. Los impíos llaman feliz al pueblo que posee tales bienes, pero feliz es el pueblo cuyo Dios es el Señor. Pensaron también los maniqueos que era contrario a este texto del Antiguo Testamento aquel dicho del Señor: De todo el que se avergüence de mí o de mis palabras ante este pueblo adúltero y pecador, se avergonzará también el Hijo del hombre cuando venga en la gloria de su Padre y con la alabanza de sus ángeles172. Pero yo no veo qué tiene que ver esto con el desprecio de los bienes temporales. Si la relación está en que alguien, aterrorizado por los daños que pueda sufrir en tales bienes se avergüenza o teme confesar a Cristo, ¿qué pueden decir? También nosotros afirmamos que son dones de Dios, pero ínfimos, y que, en comparación de la confesión que otorga la salud, no sólo hay que perderlos, sino incluso arrojarlos voluntariamente. No obstante eso, ha sido útil el que el Señor los haya prometido a los hombres carnales que aún aman tales cosas y aún no comprenden las promesas celestes, para evitar que los pidan a los ídolos y a los demonios.
Prov 6,11 y Mt 5,3 no se oponen
19. [1]. Sobre estas palabras de la ley: Yo soy quien da las riquezas a mis amigos y la pobreza a mis enemigos. A estas palabras oponen aquellas otras del Señor: Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos173. Y éstas: ¡Ay de vosotros, ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!174 Pero ¿por qué no quieren considerar otras frases del Evangelio? Donde está escrito: Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos, se dice a continuación: Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Aquí tienen cómo los amigos del Señor se hacen ricos con la herencia de la tierra. Aquel rico fue reducido a tanta pobreza que tuvo que pedir al pobre de quien se había desentendido que dejase caer a su lengua seca una gota de su dedo mojado en agua175. De aquí deben comprender cómo se convierten en pobres los enemigos de Dios, y conocer que eso es lo que está escrito en la ley: Yo soy quien da las riquezas a mis amigos y la pobreza a mis enemigos.
[2]. Ya mostré con anterioridad que también en la Escritura antigua se desprecian estas riquezas temporales. Quien quiera leerla, lo verá en innumerables textos. De ella está tomado éste: Mejor le es al justo lo poco que a los pecadores sus muchas riquezas176. Y este otro: Mejor es para mí la ley de tu boca que miles de monedas de plata y oro177. Y aquel otro: Los juicios de Dios son verdaderos y justos en él, más deseables que el oro y la abundancia de piedras preciosas178. Y éste: Dichoso el varón que halla la sabiduría, e inmortal quien ve la prudencia, pues es mejor adquirirla a ella que tesoros de oro y plata. Es más preciosa que las mejores piedras preciosas, no hay mal que le resista, ha conocen bien todos los que se le acercan y quienes la consideran con atención. Nada hay precioso que sea digno a su lado179. Y también: Por eso la deseé y se me dio la inteligencia; y la invoqué y vino sobre mí el espíritu de sabiduría, y la antepuse a los reinos y a los tronos, y tuve los honores en nada en comparación con ella. Ni la comparé con las piedras preciosas, porque todo el oro en comparación con ella es arena diminuta y la plata es considerada como lodo a su lado180. Si los maniqueos leyesen estos textos o no los leyesen con ojos impíos, verían que todo lo escrito en ambos Testamentos, tanto lo que se debe pedir como aquello de lo que se debe huir; lo que se debe tomar, como lo que se debe rechazar, concuerda entre sí y está gradualmente ordenado.
Lev 26,3-10 y Mt 10,9-10 no se oponen
20. [1]. Sobre este texto de la ley: Si camináis en mi ley y observáis mis mandamientos, os daré la lluvia a su tiempo, y la tierra producirá sus frutos, los árboles fruta. La época de la cosecha del trigo se prolongará hasta vuestras vendimias y la vendimia hasta la sementera. Seréis saciados y os asentaréis en paz en vuestra tierra, dormiréis y no habrá quien os infunda temor. Yo haré perecer a toda bestia de vuestra tierra; perseguiréis a vuestros enemigos y caerán a espada ante vosotros. Cinco de vosotros perseguirán a ciento de ellos, y cien de vosotros a diez mil de ellos, y vuestros enemigos caerán a espada ante vosotros. Yo vendré, os bendeciré, os multiplicaré y os gobernaré. Comeréis lo añejo, lo que ha envejecido, pero arrojaréis lo añejo en presencia de lo nuevo181. Ya no conviene que nadie me pida que les muestre con cuánta lógica Dios prometió estas cosas a aquel pueblo. Mucho he hablado ya sobre el tema y si a alguien le parece poco, es demasiado corto de mente. Sin embargo, pretenden los maniqueos que este texto es contrario a aquel otro del Nuevo Testamento en el que dice el Señor: No llevéis oro ni plata ni monedas en vuestros cinturones, ni alforjas para el camino, ni dos tánicas, ni calzado ni bastón, pues digno es el obrero de su salario182. ¿Qué tiene de extraño que Dios haya dado todo esto a los anunciadores del Evangelio? ¿Acaso se llamaba al pueblo judío a este ministerio? No obstante, todas esas cosas han de ser escrutadas en su sentido espiritual, no sea que los hombres impíos crean que el Señor obró contra sus preceptos porque tenía también su bolsa, en la que llevaba el dinero necesario para su alimento183. A no ser que digamos que el pecado consiste en llevar el dinero en los cinturones y no en la bolsa. Que esto no fue mandado a los apóstoles, sino permitido, se deduce del hecho que el apóstol Pablo se procuraba el alimento trabajando con sus manos, sin hacer uso del poder que tenía, dado por el Señor a los que anuncian el Evangelio, como dice él mismo184. Si el Señor permite algo, es lícito no hacerlo, pero cuando manda algo es pecado no cumplirlo.
[2]. Mencionan además a aquel rico a quien había dicho Dios: Necio, esta noche se te reclamará el alma, ¿para quién será lo que tienes preparado?185 Y afirman que no es menos contrario a aquel texto de la ley, siendo así que en éste es objeto de mofa la vaciedad de la alegría vana, al considerar seguro lo que carece de seguridad, mientras que al pueblo de Israel le daba seguridad en la promesa la omnipotencia de Dios que la había hecho. Por eso también el apóstol Pablo dice a Timoteo escribiéndole a propósito de los ricos de este mundo, pues sabía que existían entre los miembros de la Iglesia: Ordena a los ricos de este mundo que no se comporten orgullosamente ni pongan su esperanza en las riquezas inseguras, sino en el Dios vivo, que nos da todo con abundancia para disfrutarlo. Hagan el bien, sean ricos en buenas obras, den con facilidad, repartan, atesórense un buen fundamento para el futuro, para alcanzar la vida verdadera186. ¿Quién no comprenderá por estas palabras que no es culpable el poseer tales bienes, sino el amarlos y poner en ellos la esperanza, anteponerlos e incluso compararlos con la verdad, la justicia, la sabiduría, la fe, la recta conciencia, el amor de Dios y el prójimo, bienes todos con los que el alma piadosa es rica en su interior, a los ojos de Dios? Mas para que sea amado Dios que otorga todos estos bienes invisibles y eternos a quienes le aman, es decir, que se da a sí mismo lleno de estos bienes a los que le aman; así pues, para que sea amado él —repito— incluso en el tiempo en que el alma carnal, es decir, enredada en los afectos de la carne, no sabe sino desear bienes terrenos y corporales, hay que convencerla de que Dios da también estos bienes al hombre, porque es la verdad y del máximo provecho creerlo. Así se hizo con el pueblo de Israel mediante aquellas promesas de las que esos miserables se mofan en su gran ignorancia, para que se acostumbrasen a amar a Dios, como pudieran, en las mismas cosas ínfimas, aunque allí actuaba mayormente el temor. No obstante, todos esos bienes temporales son figuras de los dones eternos, y la victoria sobre los enemigos anticipa en figura la victoria sobre el diablo y sus ángeles.
[3]. Los maniqueos aducen también como contrario al Antiguo Testamento lo que dice el Apóstol: que Dios no se deleita en la lucha y la discordia, sino en la paz187. Sepan que en las Escrituras antiguas se pregona un Dios al que nadie puede quitar su paz, no un Dios como ellos lo presentan, es decir, un Dios que para evitar que la guerra llegase a sus regiones envió lejos sus miembros para que soportasen guerras ajenas y luego, vencidos y mancillados, no pudieron alcanzar la liberación y la purificación. En cambio, Dios se deleita en paz en la naturaleza humana que por el pecado cayó hacia lo inferior de tal manera que no abandona el equilibrio de la justicia ni quiere que la paz que ama sea pisoteada por los pecadores, sino que la amen los combatientes, la posean los vencedores; él promete en figura a los hombres carnales lo que quiere mostrar descubierto a los espirituales.
Dt 21,23 y Mt 16,24 no se oponen
21. Sobre este texto del Deuteronomio: Maldito todo el que pende de una cruz188. Aunque los maniqueos saquen a relucir con frecuencia esta cuestión, no veo, sin embargo, en qué se oponga a esta frase el texto evangélico que Adimanto pensó debía oponer: Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, repártelo a los pobres, toma tu cruz y sígueme189. Si se exceptúa la mención de la cruz, nada puedo advertir aquí que sea contrario a la frase Maldito todo el que pende de una cruz. ¡Como si cada cual pudiera tomar tal cruz y seguir al Señor! Antes bien, la cruz que tomamos cuando seguimos al Señor es aquella de la que dice el Apóstol: Quienes son de Jesucristo han crucificado su carne con sus pasiones y apetencias190. En tal cruz perece el hombre viejo, es decir, la vida antigua que hemos traído de Adán, de modo que lo que en él fue voluntario en nosotros se hizo natural. Esto lo mostró el Apóstol al decir: También nosotros fuimos en otro tiempo hijos de la ira como los demás191. Si la vida vieja la heredamos de Adán, razón por la que se le denomina también hombre viejo, ¿qué tiene de absurdo que haya sido lanzada una maldición contra el hombre viejo que el Señor ha suspendido del madero? Pues él ha cargado con la mortalidad por la ley de la descendencia, al nacer en la mortalidad de la virgen María, poseyendo una carne no pecadora, sino a semejanza de pecado192, puesto que podía morir, y la muerte viene del pecado. De aquí estas palabras: Conocedores de que nuestro hombre viejo ha sido clavado al mismo tiempo con él en la cruz para destruir el cuerpo de pecado193.
No fue, pues, el Señor quien mereció la maldición de boca del siervo de Dios Moisés, sino la muerte misma que el Señor había destruido al recibirla. Por tanto, la que pendió del madero fue aquella muerte que, por la persuasión de la serpiente, llegó al hombre a través de la mujer. Esa es la razón por la que Moisés en el desierto exaltó a la serpiente sobre el madero para significar a la misma muerte. Dado que obtenemos la curación de las apetencias mortíferas por la fe en la cruz del Señor, cruz en la que fue suspendida del madero la muerte, por eso los que se hallaban envenenados por las mordeduras de las serpientes sanaban al instante, nada más mirar a la serpiente que estaba clavada y exaltada en el madero194. De este misterio dio testimonio el Señor al decir: Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así conviene que sea levantado el Hijo del hombre195. Sufriendo el género de muerte más bochornosa para los hombres, la muerte en cruz, nuestro Señor Jesucristo nos encareció su amor, de modo que el Apóstol podía decir justamente, encendiéndonos en amor hacia él: Cristo nos redimió de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros. Pues está escrito: Maldito todo el que pende del madero196, para que la libertad cristiana no sólo no temiese la muerte, sino incluso ningún género de muerte, como lo temía la esclavitud judía.
Núm 15,35 y Mt 12,10-13 no se oponen
22. Sobre el precepto dado por Dios de lapidar al que se hallase recogiendo leña en sábado197. Cuando el Señor en el Evangelio curó en sábado la mano seca de un hombre198, realizó una obra divina, no humana; no salió de su ocio, sino que dio una orden y se cumplió. Por tanto esta acción no es semejante a la del hombre que recogía leña, el cual fue lapidado por mandato de Dios cuando se le descubrió en esa tarea. Ya he hablado mucho sobre la observancia servil del sábado y sobre la venganza que se ejercita mediante la muerte temporal. Como en el tiempo de la caridad se encarece la bondad de Dios, así en el tiempo del temor su severidad. Y como antes de la llegada del Señor no convenía cambiar aún al pueblo los ritos figurativos de la ley, no se instaba a aquellos hombres a comprender su significado, sino que se les obligaba a cumplir lo mandado, pues aún no se adherían a Dios por el espíritu, sino que servían a la ley mediante la carne. Con todo, me causa maravilla que los maniqueos lloren por el hombre lapidado conforme al precepto de Dios, al haber recogido leña contra lo mandado por la ley, y no lloran por el árbol que secó la palabra de Cristo199, árbol que no había hecho nada contra ningún precepto suyo, no obstante que crean que el alma del árbol es idéntica a la del hombre.
Sal 127,2-4 y Mt 19,12 no se oponen
23. Sobre este texto: Sea tu mujer como viña frondosa y tus hijos como retoños de olivo en torno a tu mesa y verás a los hijos de tus hijos, y sabrás que así es bendecido el hombre que teme al Señor200. Los maniqueos no entienden que esto lo dijo el profeta en sentido figurativo para significar a la Iglesia y piensan que es contrario a las palabras del Señor acerca de los eunucos que se castran a sí mismos por el reino de los cielos201. Pero ya hablé lo suficiente en el capítulo tercero sobre el varón, la mujer y los eunucos.
Prov 6,6-8 y Mt 6,34 no se oponen
24. Sobre este texto de Salomón: Imita a la hormiga y considera su diligencia: desde el verano hasta el invierno acumula provisiones de alimentos202. Los maniqueos tampoco comprenden que esto ha de tomarse en sentido espiritual y creen que se ha mandado que atesoremos en la tierra o también que procuremos hacer esos graneros que, sin mandato alguno, tanto se apresuran a llenar los hombres. En consecuencia, Adimanto dice que a este texto se oponen aquellas palabras del Señor: No penséis en el mañana203. Pero tampoco entienden que estas palabras van dirigidas a que no amemos los bienes temporales ni temamos que nos vaya a faltar lo necesario, y sirvamos a Dios y a los hombres pensando en esos bienes. En efecto, si eso se dijo a fin de que no guardásemos para mañana, el precepto lo cumplen los vagabundos, aquellos a los que los romanos llaman pasivos, quienes saciando el vientre con la provisión diaria, lo que les sobra o lo dan inmediatamente o lo tiran, mejor que los discípulos del Señor que, a pesar de ir acompañados por el mismo Señor del cielo y tierra, tenían bolsas, o que el apóstol Pablo, quien no obstante que despreció todos los bienes terrenos, de tal manera reguló los necesarios para esta vida que, a propósito de las viudas, dio el siguiente precepto: Si algún fiel tiene viudas a su cargo, deles lo suficiente para no gravar a la Iglesia, a fin de que ésta pueda satisfacer a las que son verdaderamente viudas204. El texto referente a la hormiga se puso para que, como ella recoge provisiones en el verano, a fin de alimentarse en el invierno, así también todo cristiano recoja en este tiempo de paz, significado en el verano, la palabra de Dios, a fin de que en la adversidad y en las tribulaciones, simbolizadas en el invierno, tenga de qué alimentar su espíritu, pues no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios205. No obstante, si les desazona el que la hormiga esconda en la tierra lo que recoge, dirijan también sus iras contra aquel tesoro que, según el Señor, fue escondido en el campo206.
Os 9,14 y Mt 22,30 no se oponen
25. Sobre este texto de Oseas: Dales entrañas estériles y senos secos. Da muerte al semen en sus entrañas para que no den a luz207. También este dicho profético es figurado. En efecto, los maniqueos entienden que no se habla de entrañas de carne cuando leen en el Evangelio: De sus entrañas manarán ríos de agua viva208. También el Apóstol tenía ciertos senos, puesto que decía: Os di a tomar leche, no comida209, e igualmente me hice párvulo entre vosotros, como nodriza que cría a sus hijos210. Y a los gálatas que se deslizaban hacia las cosas carnales les da a luz de nuevo hasta que Cristo sea formado en ellos211. Por tanto, no se opone a este texto profético el que Adimanto cita del Evangelio, a saber: En la resurrección de los muertos no tomarán marido ni mujer, ni morirán, sino que serán como ángeles de Dios212. Pues esto es ciertamente lo que recitan también los eunucos a quienes se refiere Elías al decir: Yo les daré un lugar célebre, mucho mejor que los hijos e hijas, un nombre eterno213. No crean, por tanto, los maniqueos que sólo el Evangelio promete ese premio a los santos, y entiendan que las entrañas estériles, los senos secos y el semen hecho perecer para que no den a luz se dijo de aquellos a quienes se refiere el Apóstol en estas palabras: Pues como Jamnes y Mambrés ofrecieron resistencia a Moisés, así éstos resisten a la verdad, hombres de mente corrupta, réprobos en cuanto a la fe; pero no pasarán más adelante. Su demencia será manifiesta a todos como lo fue la de aquéllos214. Dado que no pasarán adelante, por eso tendrán entrañas estériles, senos secos y semen muerto. Dígnense mirarse en esta frase como en un espejo.
Am 3,3-6 y Mt 7,17 no se oponen
26. Sobre este texto del profeta Amos: Si puede darse que caminando dos juntos por el camino no se conozcan y que el león vuelva a sus cachorros sin presa; si cae algún ave a tierra sin que haya un cazador; si éste tiende la trampa sin motivo, para no cazar nada; si suena la trompeta en la ciudad sin que el pueblo se llene de terror, de igual manera no ocurrirá mal alguno en la ciudad que no lo cause el Señor215. Aquí no ha de entenderse por mal el pecado, sino el castigo, pues del mal se habla en un doble significado. Una cosa es el mal que el hombre causa y otra el que padece. El que él causa es el pecado, el que él padece, un castigo. El profeta, pues, hablaba del castigo al decir lo anterior. Bajo la moderación y gobierno de la divina Providencia, el hombre hace el mal que quiere, de tal modo que sufre el mal que no quiere. Los maniqueos reprueban al profeta tales palabras como si no leyesen en el Evangelio: ¿No se venden dos pájaros por un as? Y, sin embargo, ninguno de ellos cae a tierra sin que lo quiera vuestro Padre216. Dios obra el mal; mal que no es para él mismo, sino para aquellos a los que castiga. En consecuencia, por lo que respecta a sí mismo, Dios obra el bien porque todo lo que es justo es bueno, y ese castigo es justo. Y, por tanto, tampoco son contrarias a ello las palabras del Señor que le opone Adimanto: El árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos217. Aunque la gehenna sea un mal para los condenados, la justicia de Dios es buena y ella es el fruto que produce el árbol bueno. En cambio, el pecador con los males de sus pecados atesora para sí la ira para el día de la ira y de la revelación del juicio justo de Dios, que pagará a cada uno según sus obras218. No obstante que esos dos árboles están puestos clarísimamente para simbolizar a dos clases de hombres, el justo y el injusto, porque nadie puede obrar el bien, si no cambia su voluntad. Que esto cae bajo nuestro poder está indicado en otro texto que dice: Haced el árbol bueno y su fruto será bueno, o haced al árbol malo y su fruto será malo219. Estas palabras las dirige a quienes pensaban que podían decir cosas buenas siendo ellos malos, es decir, dar frutos buenos, siendo los árboles malos. Pues así continúa: Hipócritas, ¿cómo podéis hablar cosas buenas, siendo vosotros malos?220
Por tanto, el árbol malo no puede dar frutos buenos; pero el árbol malo puede convertirse en bueno para dar frutos buenos. Dice el Apóstol: Fuisteis en otro tiempo árboles malos y por eso entonces no podíais sino dar frutos malos; pero ahora sois luz en el Señor; es decir, convertidos ya en árboles buenos dad frutos buenos. Es lo que dice a continuación: Caminad como hijos de la luz —pues el fruto de la luz está en toda justicia y verdad— aprobando lo que es grato al Señor221. Si Adimanto no se hubiese cegado por su afán de malevolencia, hubiera podido advertir en el mismo texto evangélico en qué sentido se dice que Dios obra el mal. Es cierto que allí dice el Señor las palabras que él mencionó: Todo árbol que no da frutos buenos será cortado y arrojado al fuego222. Estos son los males que obra Dios: los castigos de los pecadores: enviar al luego a los árboles que perseverando en su maldad no quieran hacerse buenos, lo cual es un mal para los árboles. Dios, en cambio, como ya he dicho con frecuencia, no da frutos malos, porque el fruto de la justicia es el castigo del pecado.
Is 45,7 y Mt 5,9 no se oponen
27. Sobre este texto de Isaías: Yo soy Dios, que procuro la paz y creo los males223. También esto se soluciona con la misma regla. Adimanto no reprocha el que Dios dijera: Yo procuro la paz, sino: Creo los males. El apóstol Pablo se ocupó igualmente de ambas cosas, más extensamente, en un único lugar, con estas palabras: Estás viendo la bondad y la severidad de Dios; severidad con aquellos que cayeron; bondad, en cambio, contigo, si permaneces en la bondad. De lo contrario, también tú caerás, mientras que ellos, si no permanecen en la incredulidad, serán injertados. Poderoso es Dios para injertarlos de nuevo224. En estas palabras del Apóstol se manifiesta con suficiencia la bondad de Dios, de acuerdo con la cual dijo Isaías: Yo procuro la paz, y su severidad, conforme a la cual dijo: Y creo los males. Al mismo tiempo mostró también que está en nuestro poder el merecer ya el ser injertados por su bondad, ya el ser cortados por su severidad. No es, por tanto, contrario a Isaías, como piensa o, mejor, desea que se piense Adimanto, el Evangelio en el que dice el Señor: Dichosos los pacíficos porque serán llamados hijos de Dios225; o debió reconocer a partir de esa primera parte del texto que también Isaías conoce que los hijos de Dios son pacíficos, puesto que por él dijo Dios: Yo soy quien procuro la paz. Mas como fija su mirada en la otra parte de la frase para entenderla mal, él mismo se cegó en ella. Porque si otro tan ciego como él quisiera decir que es bueno al Antiguo Testamento en lo que dice el Señor: No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva226, y malo, en cambio, el Nuevo en el que dice Cristo: Id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles227, al caer él en la fosa, ¿no precipitaría juntamente consigo a todos los que, ignorantes y desconocedores de las Escrituras, le siguiesen en la ceguera de ignorancia en la doble maldad? En cambio, quien lee con ojo piadoso halla en el Nuevo Testamento lo que ellos reprochan en el Antiguo y en el Antiguo lo que alaban en el Nuevo.
Is 6,1-2 y Tim 1,17 no se oponen
28. [1]. Sobre este texto de Isaías: Aconteció en el año en que murió el rey Ozías. Vi al Señor sentado en un trono altísimo; la casa estaba llena de su gloria y en torno estaban en pie los serafines con seis alas cada uno; con dos de ellas le cubrían el rostro y con otras dos los pies228. A este texto opone Adimanto lo que dice el Apóstol: Honor y alabanza por los siglos al invisible rey de los siglos229. Al respecto hay que preguntarse por qué en esa visión de Isaías le pareció oportuno pasar por alto las dos alas con las que volaban los dos serafines diciendo: Santo, santo, santo, el Señor Dios de los ejércitos, o no poner el texto íntegro del Apóstol. Pues éstas son las palabras del Apóstol: Honor y gloria por los siglos de los siglos al rey de los siglos, Dios invisible, incorruptible y único.
¿Temió acaso que la mención de una Trinidad recomendase el profeta al lector y le hiciese sospechar que allí se ocultaba algo grande? Por tres veces se dice: Santo, santo, santo, él Señor Dios de los ejércitos. Respecto al Apóstol, quizá vio que si hubiese dicho: Dios incorruptible, se le respondería lo que ahora decimos a los maniqueos: ¿qué podía hacer la raza de las tinieblas al Dios incorruptible, si hubiese declinado luchar contra ella? O, si por casualidad hubiese leído códices falsificados, o está falsificado éste en el que yo leo el texto de Adimanto, no hay que discutir por más tiempo sobre un asunto dudoso; pero hemos de preguntarnos ya cómo el profeta dijo que había visto a Dios en un trono altísimo mientras que el apóstol Pablo llamó invisible al Dios verdadero. Pregunto, por tanto, a los maniqueos si puede verse lo invisible. Si responden afirmativamente, ¿por qué levantan el grito porque el profeta haya visto al Dios invisible? Si, por el contrario, responden negativamente, acusen más bien, si se atreven, al Apóstol que dice: Lo invisible de Dios se ha hecho visible desde la creación del mundo mediante la comprensión de las cosas creadas230. Primero habla de invisible y luego indica que se hace visible. ¿No se ven obligados a confesar aquí que es invisible para los ojos del cuerpo, pero visible para la mente? De igual manera, también el profeta vio a Dios que es invisible para el cuerpo, no con el cuerpo, sino con la mente.
Tres clases de visiones
[2]. En efecto, en la Escritura hallamos muchas clases de visiones. Una la de los ojos corporales. De esta manera vio Abrahán tres varones bajo la encina de Mambré y Moisés fuego en la zarza231 y los discípulos al Señor transfigurado en medio de Moisés y Elías232, etc. Otra con la imaginación, mediante la cual nos representamos lo que sentimos a través del cuerpo. En efecto, a esta parte de nuestro ser, cuando es asumida por Dios, se le revelan muchas cosas, no por los ojos del cuerpo o los oídos o cualquier otro sentido de la carne, pero semejantes a lo que nos llega a través de ellos. Así Pedro vio bajar del cielo una bandeja con varias clases de animales233. A esta clase de visiones pertenece también la de Isaías, que los impíos reprenden en el colmo de la ignorancia. Pues ninguna forma corpórea delimita a Dios; pero como se dicen muchas cosas no en sentido propio, sino en sentido figurado, así también se muestran muchas en sentido igualmente figurado. La tercera clase de visión es la de la mirada de la mente, mediante la cual se ve y comprende la verdad y la sabiduría. Sin esta última clase, las dos indicadas con anterioridad o son inútiles, o conducen al error. La revelación perfecta se da cuando las cosas que Dios muestra sea a los sentidos del cuerpo, sea a aquella parte del alma que capta las imágenes de los cuerpos, no sólo son experimentados de este modo, sino también comprendidos por la mente. A esta tercera clase corresponde aquella visión que mencioné, de acuerdo con las palabras del Apóstol: Lo invisible de Dios se hace visible desde la creación del mundo mediante la comprensión de las cosas creadas234. Para ver a Dios mediante esta visión es preciso purificar los corazones con las buenas costumbres, por la piedad de la fe y por la acción de Dios. ¿De qué le sirvió al rey Baltasar el ver una mano que escribía en la pared ante sus ojos? Como no pudo aplicar la mirada de la mente a esta visión, buscaba ver aún lo que ya había visto. Daniel dotado de esa mirada luminosa por la que se comprenden estas realidades vio con su mente lo que el rey había visto con su cuerpo235. Nabucodonosor vio un sueño, con aquella parte del alma que capta las imágenes de los cuerpos; pero como no tenía el ojo de la mente capaz de ver mejor lo que había visto, buscó la mirada de otra persona, la de Daniel, para que le interpretase lo que había visto. Para otorgar sin temor fe a lo que Daniel le revelaba, le exigió que le expusiese él mismo el sueño. Lo que el rey había visto en sueños, lo vio Daniel, por revelación del Espíritu Santo, con la parte del alma que capta las imágenes, y con la mente vio lo que significaba236. No es profeta del Dios verdadero y sumo quien sólo ve con el cuerpo o con aquella parte del alma que capta las imágenes, pero no con la mente, las visiones enviadas por Dios. Por eso en las Escrituras aparecen descritas la mayor parte de las veces como se las ha visto, no como se las ha entendido, para que la visión de la mente en la que radica todo el fruto quede como ejercitación para los lectores. Pero las numerosas visiones que han sido descritas claramente nos muestran cómo entendieron los profetas aquellas otras que relataron tal y como se les habían manifestado en figura. Las manifestaciones figuradas pertenecen a las dos primeras clases de visiones; a la visión de la mente, es decir, a la visión de la inteligencia pertenece la revelación simple y propia de las realidades percibidas con certeza por la inteligencia. Todas estas clases de visiones las otorga y modera con repartos maravillosos e inefables el Espíritu de la suma e inmutable sabiduría. Pero los maniqueos son más miserables cuando reprochan al profeta el decir que vio a Dios, arguyendo desde la afirmación del Apóstol de que Dios es invisible. Pues, si otro opone a esas palabras del Apóstol las otras del Evangelio en que dice el Señor: Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios237, ¿cómo responderán que puede verse el invisible? Con sus palabras aplastan a los ignorantes y aunque ellos saben en qué sentido se afirma que Dios es invisible, temen que aquéllos lo sepan. Tan grande es la ruina de las almas: queriendo vencer al hombre, son vencidos por el error.