CAPÍTULO I
Disenso entre Polencio y Agustín en la exégesis
del texto paulino sobre desavenencias conyugales
1. La primera cuestión, carísimo hermano Polencio, de todas las que me has presentado por escrito, como consultándome, es la que refiere el Apóstol: Cuanto a los casados, precepto es no mío, sino del Señor, que la mujer no se separe del marido; o, si se separa, que no vuelva a casarse o reconcíliese con su marido; y que el marido no despida a su mujer 1. Se trata de averiguar si, como opinas tú, prohíbe casarse a la mujer que se separó de su marido sin mediar causa de adulterio, o si manda que no se casen aquellas que se separaron del marido precisamente por la única causa aceptada, esto es, por el adulterio; esto último es lo que yo opinaba en aquellos libros que escribí hace muchos años acerca del Sermón evangélico que el Señor predicó en la montaña según San Mateo. Tú estimas que la mujer que se apartó de su marido no debe volver a casarse, si no se vio obligada a marchar por adulterio de su marido.
No miras [Polencio] que, si el marido no dio esa causa de adulterio, debemos exigir, no que la mujer siga sin casarse de nuevo, sino que no se separe de su marido en absoluto. Porque cuando se le exige que al dejar a su marido permanezca soltera, no se le quita la licencia de marcharse, sino la de casarse. Y, si ello es así, se da licencia a las que quisieren ser continentes para no esperar el consentimiento de sus maridos, de modo que se tome como un precepto lo que está escrito: que la mujer no se separe de su marido. Y entonces ellas podrían elegir no la continencia, sino un divorcio tal, que les permitiera contraer nuevas nupcias. Las que eligieren la renuncia a la unión carnal y al matrimonio tendrían licencia para abandonar a sus maridos sin causa alguna de fornicación, permaneciendo solteras, según lo que dice el Apóstol. Pero entonces los varones, puesto que la fórmula es igual para ambos sexos, podrían abandonar a sus esposas, contra el consentimiento de ellas, si desean ser continentes, permaneciendo también sin nuevas nupcias. Tú [Polencio] estimas que solo se les permitiría contraer nuevas nupcias cuando se ha producido el divorcio por causa del adulterio. Luego cuando falte esa causa solo queda, a tu juicio, o que la mujer no se separe del marido, o que, si se separa, permanezca soltera o vuelva al primer matrimonio. Y entonces, no mediando causa de adulterio, todo cónyuge tiene libertad para elegir una de tres cosas: o no separarse del otro cónyuge; o permanecer soltero, si se separa; o volver al primer matrimonio sin buscar otro, si no quiere permanecer soltero.
CAPÍTULO II
Separación del cónyuge solamente por causa de adulterio
2. ¿Y dónde queda lo que quiere el Apóstol, que los cónyuges no se nieguen el débito ni siquiera temporalmente, para vacar a la oración, sino por mutuo consentimiento? ¿Cómo podremos dejar a salvo lo que el mismo Apóstol dice: para evitar el adulterio, tenga cada uno su mujer y cada una tenga su marido El marido se debe a la mujer, e igualmente la mujer al marido. La mujer no es dueña de su propio cuerpo, es el marido; e igualmente, el marido no es dueño de su propio cuerpo, es la mujer? 2 ¿Cómo será eso verdad sino diciendo que al cónyuge no le es lícito practicar la continencia sino por voluntad de su otro cónyuge? Porque, si le es lícito a la mujer abandonar a su marido y quedar soltera, es ella y no el marido quien tiene potestad sobre el cuerpo. Y eso mismo dígase del varón. Por otra parte, se escribió: cualquiera que repudie a su mujer, exceptuada la causa de fornicación [¿adulterio?], la obliga a ser adúltera 3. ¿Cómo hemos de entender eso sino diciendo que le queda prohibido al varón abandonar a su esposa cuando ella no ha dado esa causa de adulterio? Y se da el motivo, a saber, para no obligarla a ser adúltera, sin duda porque, aunque no sea ella la que abandona, sino la abandonada, será adúltera si se vuelve a casar.
CAPÍTULO III
El adulterio permite separación, no divorcio
Por razón de ese mal tan grande no le es lícito al varón abandonar a su mujer, exceptuada la causa de adulterio. Porque, si ella es adúltera, el varón no hace tal, sino que despide a una adúltera. Quizá diga: "Despido a mi mujer sin causa alguna de adulterio, pero permaneceré continente". ¿Diremos que hace impunemente lo que hace? ¿Quién dirá eso si percibe la voluntad del Señor en ese texto? No quiso que se abandonara a la mujer por causa de la continencia cuando exceptuó tan solo la causa de adulterio.
3. Volvamos, pues, a las palabras del Apóstol, que dice: cuanto a los casados, precepto es no mío, sino del Señor, que la mujer no se separe del marido, o, si se separa, que no vuelva a casarse 4. Preguntémosle, consultándole en cierto modo como si estuviese presente: "¿Por qué dijiste, ¡oh Apóstol!, que, si se separa, no vuelva a casarse? ¿Le es lícito separarse o no le es lícito? Si no le es lícito, ¿por qué mandas que, si se separa, permanezca soltera? Y si le es lícito, ya tenemos una causa por la que es lícito". Pero, si buscamos esa causa, no hallamos otra sino la que el Salvador exceptuó, esto es, la causa de adulterio. Por lo tanto, no manda el Apóstol a la mujer que permanezca soltera si se separa, sino cuando tiene esa causa de adulterio: solo entonces le es lícito separarse del marido. Cuando el Apóstol dice: mando que no se separe; y, si se separa, que permanezca soltera, sin duda, la que se marcha y permanece soltera no va contra ese precepto. Luego se refiere a la que puede irse; y no puede irse sino por el adulterio del marido; pues de otro modo, ¿cómo se la mandaría permanecer soltera si se va? Sería tanto como decir: si una mujer se separa de su marido inocente, permanezca soltera; pero no le es lícito jamás separarse de su marido a no ser por causa del adulterio de su marido. Pienso que ya adviertes cuánto se opone al vínculo conyugal el sentido que tú [Polencio] das, puesto que el Señor no quiso ni siquiera aceptar la continencia a no ser que los cónyuges vayan de común acuerdo.
CAPÍTULO IV
El deseo personal de continencia no autoriza
a abandonar al cónyuge
4. Pero tratemos este asunto con mayor claridad, como poniéndolo delante de los ojos. A una mujer le agrada la continencia, pero a su marido no le agrada; se separa de él la mujer y empieza a vivir en continencia; ella permanecerá casta, pero hará adúltero a su marido, lo que Dios no quiere, porque el marido no quiere contenerse y buscará otra mujer. ¿Qué hemos de decir a esa mujer sino lo que le dice la sana doctrina de la Iglesia? "Únete a tu marido, no sea que, mientras tú buscas un motivo de mayor honor, halle tu marido un motivo de condenación. Esto mismo le diríamos a él, si quisiera guardar continencia contra tu voluntad. Porque tú no tienes potestad en tu cuerpo, sino que la tiene él; como él no la tiene en el suyo, sino tú. No os defraudéis recíprocamente sino de mutuo acuerdo".
¿Te gustaría que, al decirle nosotros estas y otras cosas del mismo tenor, nos respondiera la mujer, según tu raciocinio: "Me atengo al Apóstol, que dice: mando a la mujer que no se separe de su marido; y, si se separa, que permanezca soltera o se reconcilie con su marido? 5 Me he separado y no quiero reconciliarme con él, sino permanecer soltera. Porque el Apóstol no dijo: si se separa, que permanezca soltera hasta que se reconcilie con su marido, sino: que permanezca soltera o que se reconcilie con su marido; esto es, que haga una cosa o la otra; me permite elegir una de las dos, sin obligarme a adoptar una de ellas. Elijo permanecer soltera, y de este modo cumplo el precepto. Si veis que me vuelvo a casar, entonces corregid, argüid, increpad, usad la severidad que queráis".
CAPÍTULO V
La renuncia a nuevas nupcias no justifica el abandono del cónyuge inocente
5. ¿Qué le opondría yo? Una cosa: "No entiendes bien al Apóstol; él no permite a la mujer quedar soltera al separarse de su marido sino cuando a ella le es lícito separarse, y no hay más que una causa, el adulterio, que en este pasaje no lo citó, por ser notoriamente sobrentendido. El divino Maestro exceptuó esa sola cuando habló de dejar a la esposa, y dio a entender que otro tanto había de observarse cuando se trata del marido; porque no es sola la mujer la que no tiene potestad sobre su cuerpo, porque la tiene el marido, sino que tampoco el marido la tiene sobre el suyo, sino la mujer 6. Y si no puedes argüir a tu marido de divorcio, ¿cómo piensas excusar tu separación con la continencia, cuando no te es lícito en absoluto separarte de tu marido?" Estimo que no querrías que, al escucharnos tales razones, nos contestase la mujer diciendo que quiere permanecer soltera, si se ha separado sin haberle dado el marido motivo de adulterio.
CAPÍTULO VI
La separación por adulterio no otorga derecho
a nuevo matrimonio
6. Eso no lo diría la mujer, pues tú mismo [Polencio] has sentido rubor de otorgar una tal licencia a las mujeres cuando dices: "Si el marido despide a su mujer por adúltera y se casa con otra, el oprobio recae sobre la mujer. En cambio, si la mujer es la que deja por la misma causa al marido y se casa con otro, el oprobio recae no solo sobre el marido, sino también sobre la mujer". Y das la razón de tu sentencia: "Porque dirán que se ha separado de su marido para casarse con otro, aunque éste sea igual que el anterior; porque los varones caen con suma facilidad en ese vicio. Si, pues, deja a uno y se casa con otro, dirán que lo que ella busca es cambiar de marido". Después de dar esa razón concluyes diciendo: "Visto esto y discutido, es menester que la mujer tolere al varón o se quede soltera". Buen consejo das a las mujeres: que no se vuelvan a casar por razón del oprobio, aun sabiendo que se les permite casarse de nuevo si se han separado de sus maridos adúlteros; que es mejor que toleren a esos maridos adúlteros para que no parezca que buscan ocasión de cambiar de marido, ya que es tan difícil que la mujer encuentre otro que no sea lo mismo que el anterior, sabiendo que los varones son muy inclinados a ese vicio. Mientras yo digo a la mujer que no le es lícito volverse a casar cuando ha abandonado a su marido adúltero, tú le dices que le es lícito, pero que no conviene. Ambos decimos que no debe casarse de nuevo la que abandonó a su marido adúltero. Solo que hay una diferencia: yo digo que, si la mujer deja a su marido adúltero, siendo ambos cristianos, no le es lícito casarse con otro, y, además, que no le es lícito en absoluto dejar a su marido si él no es adúltero. Tú dices, en cambio, que si la mujer deja a su marido no adúltero, no le es lícito volverse a casar, porque se lo impide el precepto; y, si deja a su marido adúltero, no le conviene casarse por razón del oprobio. Luego permites que la mujer se separe de su marido, ya sea adúltero, ya no lo sea, con tal que no vuelva a casarse.
CAPÍTULO VII
Separación paulina solo por adulterio
7. Pero el bienaventurado Apóstol, o mejor, el Señor por medio del Apóstol, no permite que la mujer se separe de su marido no adúltero; luego solo queda el prohibir volver a casarse, si se separa, a la que permite separarse de un adúltero. Porque cuando se le dice que no vuelva a casarse, si se va, se le permite irse con esa condición: que no vuelva a casarse. Luego, si eligiere no casarse, no se le puede prohibir que se vaya. Aquí hay que tener en cuenta el otro caso cuando dice el Apóstol: si no se contiene, cásese 7, esto es, solo se le permite no contenerse si se casa. Luego, si prefiere casarse, no se le puede obligar a contenerse; como a la incontinente se le obliga a casarse para que su incontinencia no sea culpable, del mismo modo se obliga a permanecer soltera a la que se separa de su marido para que su separación no sea culpable. Pero es culpable si se separa de su marido no adúltero, aunque permanezca soltera. Luego se manda que permanezca soltera al separarse a la que se separa de su marido adúltero.
Siendo esto así, no es permisible entender que las mujeres que prefieran la continencia, aun contra la voluntad de sus maridos, estimaran que les es lícito separarse, como si el Apóstol dijera: "no os separéis de vuestros maridos honestos, pues, si queréis separaros, tenéis que permanecer solteras". Solo queda entender que el texto si se separa, que permanezca soltera se aplique únicamente a la que sabemos que puede separarse, esto es, a la que tiene marido adúltero. No sea que, si enseñamos otra cosa, perturbemos los matrimonios cristianos con el pretexto de la continencia y, contra el precepto misericordioso del Señor, empujemos al adulterio a los varones incontinentes abandonados por sus esposas continentes y a las mujeres incontinentes abandonadas por sus maridos continentes.
CAPÍTULO VIII
Igualdad del varón y de la mujer ante la ley
8. Dice el Señor, no en ese sermón que yo exponía, sino en otro lugar: todo el que despida a su mujer, a no ser por causa de adulterio, y se casa con otra, comete adulterio 8. Si eso lo entendemos diciendo que el que por causa de adulterio despide a su mujer y se casa con otra no comete adulterio, no parece que pongamos en pie de igualdad a la mujer y al marido; la mujer comete adulterio si abandona a su marido adúltero y se casa con otro; mientras que el marido no comete adulterio si por la misma causa deja a su mujer y se casa con otra. Pero si ambos están en pie de igualdad, ambos cometen adulterio si se separan por causa de adulterio y se casan de nuevo. Y que ese pie de igualdad hay que mantenerlo, lo enseña el Apóstol, como mencionamos muchas veces, cuando al decir: la mujer no tiene dominio en su cuerpo, sino el varón, añade: asimismo, el varón no tiene dominio en su cuerpo, sino la mujer 9.
CAPÍTULO IX
Exégesis comparativa de textos sinópticos sobre adulterio
9. Dices tú [Polencio]: "¿Por qué el Señor interpuso la causa de adulterio 10 y no dijo en general: todo el que abandone a su mujer y se casa con otra comete adulterio, si es que es adúltero el que se casa después de abandonar a su mujer adúltera?" Opino que el Señor citó ese caso porque es de mayor bulto. ¿Quién negará que es mayor el adulterio del que se casa después de abandonar a su mujer inocente que el que se casa después de abandonar a su mujer adúltera? También este es adulterio, pero es menor, porque la mujer dio motivo. De una semejante locución se valió el apóstol Santiago al decir: el que sabe hacer el bien y no lo hace, peca 11. ¿Acaso no peca el que no sabe hacer el bien y por eso no lo hace? Peca sin duda, pero es más grave su pecado si sabe obrar el bien y no lo hace; porque, aunque el otro pecado es menor, no es nulo. De ese modo podemos expresar ambos casos diciendo: del mismo modo que es adúltero el que abandona a su mujer, exceptuada la causa de adulterio, y se vuelve a casar, así también todo el que sabe hacer el bien y no lo hace, peca.
Pero aquí no puede concluirse rectamente: luego el que no sabe, no peca, pues también hay pecados de ignorancia, aunque menores que los de la ciencia; y tampoco allí puede concluirse: luego no es adúltero si se separa de su mujer por causa de adulterio a sus mujeres adúlteras, pero lo son menos que los que abandonan a sus mujeres inocentes y vuelven a casarse. Pudo muy bien decirse que peca el que sabe hacer bien y no lo hace; y del mismo modo, que es adultero el que abandona a su mujer sin causa de fornicación y se casa con otra. Supongamos que decimos: "Todo el que se casa con una mujer inocente abandonada por su marido, comete adulterio"; sin duda, decimos la verdad. Pero no, por eso, absolvemos de culpa al que se casa con la adúltera abandonada por su marido, sino que en ambos casos hablamos de adulterio. Pues del mismo modo declaramos adúltero al que abandona a su mujer inocente y se casa con otra, pero no declaramos exento de adulterio al que abandonó a su mujer adúltera y se casó con otra. Reconocemos que ambos son adúlteros, pero el uno más que el otro.
Nadie admitirá el absurdo de declarar inocente al que se casa con una mujer adúltera abandonada por su marido, mientras llama adúltero al que se casa con una inocente abandonada por el suyo, puesto que ambos son adúlteros. Por eso, cuando decimos: "Es adúltero todo el que se casa con una mujer inocente abandonada por su marido, hablamos de un caso; pero sin negar que es adúltero el que se casa con una mujer adúltera abandonada por el suyo. Si, pues, ambos son adúlteros, el que abandonó a su mujer inocente y se volvió a casar y el que abandonó a la suya adúltera y se unió a otra, cuando leemos que el uno es adúltero no debemos entender que el otro no lo es porque solo al uno se mencionó.
Comparación ilustrativa de textos sinópticos
10. Quizá el evangelista Mateo se hace difícil de entender porque mencionó un caso y omitió el otro. Pero ¿acaso los otros evangelistas no se expresaron de modo que haya de entenderse de ambos casos? Marcos dice en su evangelio: todo el que abandonare a su mujer y se uniere con otra, comete adulterio sobre ella; y si la mujer abandonare a su marido y se uniere a otro, comete adulterio 12. Y Lucas escribe: todo el que deja a su mujer y se une con otra, comete adulterio; y el que se casa con la abandonada, comete adulterio 13. ¿Quiénes somos nosotros para decir: hay quien comete adulterio por abandonar a su mujer y casarse con otra y hay quien, haciendo eso mismo, no comete adulterio, cuando el Evangelio afirma que todo el que haga eso comete adulterio? Por lo tanto, si comete adulterio todo el que haga eso, esto es, todo el que abandone a su mujer y se case con otra, sin duda quedan comprendidos ambos, el que lo hace sin causa de adulterio y el que lo hace con esa causa. Eso es lo que significa quienquiera que abandonare, esto es, todo el que abandona.
CAPÍTULO X
Códices bíblicos con variantes lingüísticas sinónimas
11. Cuando yo cité las palabras del evangelio según Mateo, no omití (y no sé por qué crees [Polencio] que lo omití) lo que está escrito: y se casare con otra, añadiendo: comete adulterio. Cité las mismas palabras que se leen en el largo sermón que el Señor pronunció en el monte, porque yo trataba de exponer ese sermón, y las palabras se leen como yo las puse, a saber: todo el que abandonare a su mujer, exceptuada la causa de fornicación [adulterio], la obliga a cometer adulterio; y el que se casa con la abandonada por el marido, comete adulterio 14. Aunque algunos ejemplares cambian las palabras, reteniendo el mismo sentido, no cambian la inteligencia de ese pasaje. Unos ponen: cualquiera que abandonare. Otros: todo el que abandonare. Asimismo, unos dicen: exceptuada la causa de fornicación. Otros: fuera de la causa de fornicación. Unos: el que se casa con la emancipada del marido comete adulterio. Otros: el que se casa con la abandonada por el marido comete adulterio. Ya ves que eso no tiene interés para el sentido. Bien es verdad que algunos códigos griegos y latinos no ponen en el Sermón de la Montaña esa última frase, esto es: quien se casare con la abandonada por el marido comete adulterio. Creo que la razón es que pensaron que ya quedaba explicado el sentido en lo que dice más arriba: la obliga a cometer adulterio. Porque ¿cómo sería adúltera la abandonada si no se hace adúltero el que la abandona?
CAPÍTULO XI
La oscuridad mateana se clarifica con otros evangelistas
12. Las palabras que tú pones, y que te han dado a entender que no comete adulterio el que abandona a su mujer adúltera y se casa con otra, están oscuras. No me admira que el lector tenga que trabajar para entenderlas. No se encuentran en el Sermón del Señor que yo exponía cuando escribí el comentario que te maravilló cuando lo leíste. El mismo Mateo narra que el Señor las pronunció no en ese prolijo Sermón de la Montaña, sino cuando le preguntaron los fariseos si era lícito dejar a la mujer por cualquier razón. Pero lo que en Mateo es oscuro se puede entender por los otros evangelistas.
Leemos en el evangelio según Mateo: cualquiera que abandonare a su esposa, a no ser por causa de fornicación (o, como dice mejor el texto griego, exceptuada la causa de fornicación), y se casare con otra, comete adulterio 15. Al leerlo, no debemos deducir que no comete adulterio el que por causa de adulterio deja a su mujer y se casa con otra, sino que hemos de suspender el juicio hasta que consultemos el evangelio según los otros evangelistas que lo narran. ¿No puede suceder que Mateo no lo diga todo en este punto, sino solo una parte, para que por ella se entienda el todo, y Marcos y Lucas lo explican prefiriendo decirlo todo para que toda la sentencia quede en claro? Empecemos, pues, por no dudar que es verdad lo que dice Mateo: todo el que abandonare a su mujer por causa de fornicación y se casare con otra, comete adulterio.
Preguntémonos luego si comete adulterio tan solo el que abandona a su mujer inocente y se casa con otra, o lo comete todo el que deja a su mujer y se une con otra, comprendido también el caso de que la mujer sea adúltera. ¿No se nos responderá, según San Marcos, por qué preguntáis si el uno es adúltero y el otro no? Cualquiera que deje a su mujer y tome otra comete adulterio 16. ¿No se nos contestará también, según Lucas, por qué dudáis de que comete adulterio el que deja a su mujer adúltera y se une a otra? Todo el que deja a su mujer y toma a otra comete adulterio 17. No nos es lícito creer que los evangelistas se contradicen en el sentido o en la sentencia, aunque al hablar de un mismo punto empleen diversas palabras; por ende, solo nos queda admitir que Mateo quiso dar a entender el todo por la parte, pero siendo de la misma sentencia que los otros dos; no diferenció uno que comete adulterio al abandonar a su mujer inocente y otro que no lo comete al abandonar a su mujer adúltera, sino que todo el que abandona a su mujer y toma a otra comete adulterio sin duda alguna.
CAPÍTULO XII
El cónyuge adúltero abandonado no deja de ser cónyuge
13. ¿Cómo será verdad lo que el evangelio según Lucas pone a continuación: comete adulterio quien se casa con la mujer abandonada por su marido? 18 ¿Por qué comete adulterio sino porque esa mujer es mujer ajena mientras viva el que la abandonó? Porque no comete adulterio el que se une a su mujer propia. Luego, si comete adulterio, la mujer es ajena. Y si es ajena, es de aquel que la abandonó, pues, aunque la haya abandonado por causa de adulterio, no ha dejado de ser su mujer. Si hubiese cesado de ser su mujer, sería ya del otro que la tomó; y si era de éste, no sería ya él adúltero, sino marido, mientras que la Escritura le llama adúltero y no marido; luego es todavía del otro que la abandonó por causa de adulterio. De donde se sigue que es adúltera toda mujer que se une al que abandonó a su esposa, pues se une con el marido ajeno. Y si consta que es adúltera esa mujer que él toma, no puede dejar de ser adúltero él mismo.
CAPÍTULO XIII
Licitud inconveniente de abandonar el matrimonio dispar
14. Veamos ahora aquello que dice el Apóstol: a los demás digo yo, no el Señor 19. Se dirige ahora a los matrimonios dispares, esto es, cuando no son cristianos ambos cónyuges. Entiendo que habla aconsejando. El cónyuge cristiano podía abandonar lícitamente al cónyuge no cristiano. Quien prohíbe hacerlo no es el Señor, sino el Apóstol, ya que nunca será lícito hacer lo que el Señor prohíbe. Aconseja, pues, el Apóstol que los cónyuges cristianos no utilicen esa licencia de abandonar a los cónyuges no cristianos, perdiendo la ocasión de ganar a muchos de ellos.
Tú [Polencio] opinas que a los cristianos no les es lícito abandonar a los no cristianos, ya que lo prohíbe el Apóstol, mientras que yo digo que les es lícito, porque no lo prohíbe el Señor; pero que no conviene, porque el Apóstol aconseja que no se haga, y que el Apóstol da la razón por la que no conviene que se haga, aunque sea lícito, diciendo: ¿Qué sabes tú, mujer, si salvarás al marido? ¿Y cómo sabes tú, varón, si salvarás a tu mujer? 20 Y antes había dicho: consagrado queda el marido no cristiano en su mujer y consagrada queda la mujer no cristiana en el hermano 21, esto es, en el cristiano, y añade: porque, en caso contrario, vuestros hijos serían impuros, mientras ahora están consagrados. Así parece que con ejemplos de la experiencia pasada exhorta a ganar a los cónyuges y a los hijos para Cristo. Y expresa con claridad la causa de por qué no conviene que los cónyuges no cristianos sean abandonados por los cristianos; el Apóstol prohíbe separarse de los cónyuges no cristianos no por defender ese vínculo conyugal, sino para ganarlos para Cristo.
CAPÍTULO XIV
Muchas cosas no preceptuadas deben hacerse por caridad
15. Hemos de hacer hartas cosas no por la ley que impera, sino por libre caridad. Entre nuestras obligaciones, las más gratas son las que cumplimos por amor, aunque sería lícito no cumplirlas. Así, el Señor fue el primero que pagó el tributo, aunque mostró que no lo debía, para no escandalizar a aquellos a quienes quería llevar a la salvación cuando miraba por el bien del hombre 22. Que el Apóstol haga la misma recomendación, lo muestran sus palabras, diciendo: siendo yo libre del todo, de todos me hice esclavo para ganar a muchos. Y antes decía: ¿Acaso no tenemos derecho a comer y beber? ¿No tenemos derecho a llevar en nuestra peregrinación una hermana, igual que los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas? ¿O acaso tan solo yo y Bernabé estamos obligados a vivir de nuestro trabajo? ¿Quién jamás milita a sus expensas? ¿Quién planta una viña y no come de su fruto? ¿Quién apacienta un rebaño y no bebe de su leche? 23 Y poco después añade: Si otros disfrutan de ese derecho sobre vosotros, ¿por qué no más nosotros? Sin embargo, no hicimos uso de tal derecho; antes bien, aguantamos todo para no poner obstáculos al Evangelio de Cristo 24. Más abajo dice: ¿cuál es, pues, mi mérito? Anunciar gratuitamente el Evangelio, sin hacer uso del derecho que su anuncio me confiere 25. Y a continuación añade lo que antes dije: siendo del todo libre, me hice esclavo de todos para ganar a los más posibles 26.
En otro lugar habla también de algunos puntos tocantes a la comida: todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero yo no me dejaré dominar de nada. Los manjares, para el vientre, y el vientre, para los manjares; pero Dios destruirá el uno y los otros 27. Sobre eso mismo dice en otro lugar: Todo es lícito, pero no todo conviene; todo es lícito, pero no todo edifica. Nadie busque su provecho, sino el de los otros 28. Y para mostrar de qué habla, dice: Todo cuanto se vende en el mercado, comedlo, sin inquirir su origen por motivos de conciencia 29. Y, sin embargo, dice en otra parte: no comeré carne jamás por no escandalizar a mi hermano 30. Y en otra parte: Todas las cosas son puras, pero es malo para el hombre comer escandalizando 31. Que significa: Todo es lícito, es decir: Todas las cosas son puras, pero no todas son convenientes. Lo que equivale a decir que es malo para el hombre comer si se escandaliza. De ese modo enseña que se han de tratar como conviene, no por ley obligatoria, sino por caridad libre, aquellas cosas que son lícitas, esto es, que no están prohibidas por ningún precepto del Señor. Estas son las que principalmente han de ofrecerse al herido que por misericordia fue conducido para ser curado a la posada del samaritano 32. Por eso se dice que no las manda el Señor, aunque se nos aconseje que las ofrezcamos al Señor; para que entendamos que son tanto más gratas cuanto más indebidas aparecen.
CAPÍTULO XV
Distinción entre cosas lícitas e inconvenientes o inoportunas
16. Cuando se trata de estas cosas, que, aunque son lícitas, no son convenientes, no podemos decir: "Bueno es esto, pero aquello es mejor", como se dice: quien casa a su hija, hace bien; quien no la casa, hace mejor 33. Porque ambas cosas son lícitas, y unas veces conviene esto y otras lo otro. Por ejemplo, a las que no se contienen les conviene casarse, y les conviene lo que es lícito; en cambio, a las que hacen voto de continencia, ni les conviene ni les es lícito. Por el contrario, es lícito separarse del cónyuge no cristiano, pero no conviene; en cambio, quedarse con él, si él consiente la cohabitación, es lícito y conviene, ya que, si no fuese lícito, tampoco convendría. Puede ser lícito algo y no convenir, aunque nunca puede convenir lo que es ilícito. Luego no todo lo que es lícito conviene, pero todo lo que es ilícito es inconveniente. Todo el que ha sido redimido por la sangre de Cristo es persona, pero no toda persona aún ha sido redimida por la sangre de Cristo; pues del mismo modo todo lo que es ilícito es inconveniente, pero no todo lo que es inconveniente es ilícito. Porque hay cosas que son lícitas e inconvenientes, como nos ha mostrado el testimonio del Apóstol.
CAPÍTULO XVI
Dificultad de una regla universal sobre licitudes
e inconveniencias
17. Pero es difícil establecer una norma universal para distinguir lo que es ilícito, y, por ende, inconveniente, y lo que es lícito, pero inconveniente. Alguien podrá apresurarse a decir: "Todo lo que no conviene hacer es pecado"; y como todo lo que es pecado es ilícito, todo lo que es inconveniente es ilícito. Pero, entonces, ¿dónde quedarán esas cosas que, según el Apóstol, son lícitas, pero no convenientes, si todo lo que es inconveniente es ilícito? Como no podemos dudar de que el Apóstol dijo la verdad, y no nos atrevemos a decir que haya pecados lícitos, solo podemos decir: hay obras que son inconvenientes, las cuales, aunque no son pecados, pues son lícitas, no hay que hacerlas, porque son inconvenientes. Quizá a alguno le parezca absurdo que se ejecute algo que no conviene, afirmando que no peca el que las hace; pero hay que entender que ese absurdo procede del lenguaje común; eso se ve claro cuando decimos que los jumentos, aunque carecen de razón, deben ser castigados si pecan; bien sabemos que tan solo el que usa del albedrío racional de la voluntad puede propiamente pecar, y que Dios solo ha concedido esa facultad al hombre entre todos los animales mortales. Pero una cosa es hablar propiamente y otra abusar de las palabras o emplearlas metafóricamente.
CAPÍTULO XVII
Licitudes e ilicitudes justas, pero inconvenientes
18. Esforcémonos, si podemos, en distinguir en ciertos límites lo que es lícito, pero inconveniente, de lo que es ilícito e inconveniente. A mí me parecen lícitas, pero inconvenientes, las cosas que son permitidas en cuanto a la justicia, que mira solo a Dios, pero que se han de evitar porque escandalizan a los hombres, para no impedirles la salvación. Me parece que son ilícitas, y, por lo tanto, inconvenientes, las cosas que la misma justicia prohíbe que se hagan, aunque las alaben aquellos que llegaron a conocerlas. Siendo esto así, Dios no prohíbe sino las cosas ilícitas para que las lícitas e inconvenientes sean evitadas no por el vínculo de la ley, sino por la libre beneficencia del amor.
Silencio evangélico y consejo paulino
de no abandonar al cónyuge no cristiano
19. Así, si no fuese lícito abandonar al cónyuge no cristiano, el Señor prohibiría abandonarlo, y entonces no tendría que prohibirlo el Apóstol diciendo: Lo digo yo, no el Señor 34. Porque si se le permite al hombre separarse de su cónyuge por causa del adulterio carnal, ¿cuánto más detestable será el adulterio espiritual del cónyuge, esto es, la paganidad, de la que está escrito: porque he aquí que los que se apartan de ti perecerán; has destruido a todo el que fornica lejos de ti? 35
CAPÍTULO XVIII
Diferencia en matrimonio dispar entre AT y NT
sobre cónyuges paganos
Hay cosas, pues, que son lícitas, pero inconvenientes. Podrían los hombres ofendidos por la separación de los cónyuges aborrecer la misma doctrina de la salvación, que prohíbe lo ilícito, y volverse peores, condenados a perecer en su paganidad. Para evitarlo intercede el Apóstol, y con su consejo prohíbe que se ejecute lo que es lícito, pero inconveniente. Porque el Señor no prohíbe a los varones y mujeres cristianos separarse de sus maridos o esposas no cristianos, pero tampoco lo manda. Si impusiese la separación, no habría ya lugar para el consejo del Apóstol, exhortando a no hacerla. El siervo bueno no prohibiría que se haga lo que el Señor manda.
Prohibición judía y permisión cristiana
de matrimonio dispar
20. En una ocasión lo mandó el Señor por medio del profeta Esdras 36 y se ejecutó. Los israelitas abandonaron a sus mujeres extranjeras [gentiles], si las tenían, pues por ellas eran arrastrados a la idolatría en lugar de ser ellas ganadas por sus maridos para Dios. No había brillado aún con tanta fuerza la gracia del Salvador y la muchedumbre de aquel pueblo anhelaba aún las promesas temporales del Antiguo Testamento. Al ver que los adoradores de los muchos dioses falsos abundaban también en los bienes terrenos, que, como cosa grande, esperaban ellos del Señor, movidos por los halagos de sus mujeres, empezaban por temer la ofensa a tales dioses y terminaban por dejarse arrastrar a la adoración. Y por ello había mandado el Señor por el santo Moisés que nadie se casara con mujer extranjera 37. Con razón, pues, dejaron por mandato de Dios las que contra prohibición de Dios habían desposado.
Mas cuando el Evangelio comenzó a predicarse a los gentiles, encontró a los gentiles mezclados; si creía tan solo uno de los cónyuges, pero el no cristiano consentía en cohabitar con el cristiano, no debía prohibirse al cristiano de parte de Dios abandonar al gentil, pero tampoco debía obligársele a ello. No debía prohibirse, porque la justicia permite separarse del adúltero, y el adulterio del gentil es mayor en su corazón, y no puede hablarse de su pureza con el otro cónyuge cuando está escrito: todo lo que no proceda de la fe, es pecado 38. Con todo, es verdadera la pureza del cónyuge cristiano con el pagano, aunque la de éste no sea verdadera. Tampoco debió imponerse la separación entre cristiano y no cristiano, pues cuando ambos cónyuges gentiles se unieron, no obraron contra el precepto del Señor.
El consejo paulino inspirado en el Señor
21. Y pues el Señor no impone ni prohíbe la separación entre cristiano y no cristiano, quien dice que no se separen no es el Señor, sino el Apóstol, el cual tenía el Espíritu Santo, con el que pudiera dar un útil y fiel consejo. Hablando de la mujer cuyo marido ha muerto, dice: más feliz será si permanece así, según mi consejo, y para que nadie despreciase el consejo como humano y no divino, añade: y pienso que tengo el Espíritu del Señor 39. Hemos de entender, pues, que es el Espíritu del Señor el que nos persuade esas cosas que no mandó el Señor, sino que son útilmente aconsejadas por su santo siervo. Esté muy lejos todo católico de afirmar que cuando persuade el Espíritu Santo no persuade el Señor, puesto que se trata de un mismo Señor, y son inseparables las obras de la Trinidad. Con todo, dice el Apóstol, acerca de las vírgenes, no tengo precepto del Señor, pero doy un consejo. No pensemos que ese consejo es extraño al Señor, ya que a continuación añade: como que he conseguido de Dios misericordia para ser fiel 40. Luego da su fiel consejo según Dios en aquel Espíritu del que dice: pienso que tengo el Espíritu de Dios.
No es vinculante el consejo paulino de licitud
inconveniente de separación conyugal
22. Una cosa es el imperio del Señor que manda, y otra el consejo fiel de un consiervo según la misericordia caritativa que el Señor le ha inspirado y otorgado. Allí no es lícito hacer otra cosa. Aquí, sí, porque lo lícito, a veces, puede ser conveniente y, a veces, inconveniente. Es conveniente cuando lo permite no solo la justicia delante de Dios, sino que a ningún hombre se pone obstáculo para la salvación. Así, por ejemplo, el Apóstol aconseja a la virgen que no se case, pues sobre ese punto declara que no tiene precepto del Señor; es lícita otra cosa, esto es, casarse y contentarse con el bien de las nupcias, aunque sea inferior al de la continencia; y además de lícito, es conveniente, porque en la honestidad del matrimonio se encauza la flaqueza de la carne, que iba a deslizarse a lo prohibido e ilícito, de manera que a nadie se impide la salvación; más conveniente sería y más honesto que la virgen tomase el consejo sin que la obligase un precepto. En cambio, es inconveniente lo lícito cuando está permitido, pero el ejercicio de esa permisión trae a otros un impedimento de salvación. Así, por ejemplo, esta separación de cónyuges, cristiano y gentil, de la que tanto hemos hablado. El Señor no la prohíbe por un precepto de la ley, porque en su divina presencia la separación no es injusta; pero la prohíbe el Apóstol con un consejo de caridad, porque acarrea a los gentiles un impedimento de salvación; no solo porque se les escandaliza ruinosamente al hacer que se sientan ofendidos, sino también porque, una vez abandonados, esos cónyuges paganos contraen, en vida de los que los han abandonado, otras uniones adulterinas, que con muchísima dificultad se rompen.
CAPÍTULO XIX
El consejo de no casarse se ordena a una mayor perfección;
el de no abandonar al cónyuge gentil se ordena a la conveniencia
23. Cuando lo lícito es inconveniente, no puede decirse: si abandona al gentil, obra bien; y si no lo abandona, obra mejor, como se dijo: quien casa a su hija, obra bien; y quien no la casa, obra mejor 41. Aquí ambas cosas son lícitas, puesto que ningún precepto del Señor obliga a adoptar una alternativa, y son también convenientes, aunque una más y otra menos; por eso, el consejo del Apóstol invita a los que pueden comprender a seguir lo más conveniente. Cuando se trata de romper o no romper el matrimonio con el no cristiano, ambas cosas son también lícitas en cuanto a la justicia delante de Dios, y por eso el Señor no prohíbe ninguna de las dos alternativas; pero no son ambas convenientes por la flaqueza de los hombres; y por eso el Apóstol prohíbe la que es inconveniente. El Señor le da libertad para prohibirlo, puesto que ni el Señor prohíbe lo que aconseja el Apóstol ni el Señor manda lo que el Apóstol prohíbe. Si no fuese así, ni el Apóstol aconsejaría nada contra la prohibición del Señor ni prohibiría nada contra el mandato del mismo. Vemos, pues, que en esas dos causas, la de casarse o no casarse y la de abandonar o no abandonar al cónyuge gentil, hay en las palabras del Apóstol algo de semejante y también de desemejante. Semejante en lo que allí dice: no tengo precepto del Señor, pero yo doy consejo 42, y lo que dice aquí: digo yo, no el Señor. Tanto vale el no tengo precepto del Señor como el no dice el Señor 43. Y tanto vale el consejo doy como el digo yo. Pero también hay algo que es desemejante; cuando se trata de casarse o no casarse, puede decirse: esto está bien hecho, aquello mejor, porque ambas cosas son convenientes, una más y otra menos. En cambio, cuando se trata de abandonar o no abandonar al cónyuge infiel, un extremo es conveniente, y el otro inconveniente, y por eso no puede decir: quien abandona, obra bien; y quien no abandona, obra mejor; sino que debe decir: no abandone, porque, aunque es lícito, no es conveniente. En este sentido, podemos decir que es mejor no abandonar al cónyuge no cristiano, aunque es lícito abandonarlo, puesto que decimos rectamente que lo que es lícito y conveniente es mejor que lo que es lícito pero inconveniente.
CAPÍTULO XX
El consejo de no abandonar al cónyuge no cristiano
es de libre benevolencia
24. Por todo eso, cuando expuse el prolijo Sermón que el Señor pronunció en la montaña, al llegar a la cuestión de abandonar o no abandonar a los cónyuges no cristianos, aduje los testimonios apostólicos, advirtiendo que era consejo del Apóstol, y no precepto del Señor, el que dice: a los demás digo yo, no el Señor, aconsejando a los que tuviesen cónyuges gentiles no abandonarlos si ellos consentían la cohabitación. Había que aconsejarlo y no preceptuarlo, porque la prohibición que impide a los hombres hacer cosas lícitas e inconvenientes no tiene tanto peso como la que les impide hacer cosas ilícitas. Si en otras partes el Apóstol se dignó aconsejar cosas que se han de preceptuar, lo hizo en atención a la flaqueza, pero sin prejuzgar el mandamiento. Así dijo: No os escribo para confundiros, sino que os aconsejo como a hijos míos carísimos 44. Pero ¿qué tiene eso que ver con el digo yo, no el Señor? Escribe también: He aquí que yo, Pablo, os digo que, si os circuncidáis, Cristo de nada os aprovechará 45. ¿Acaso dijo aquí: digo yo, no el Señor? No hay, pues, paridad, ya que no es indigno ni contrario que el Apóstol aconseje cosas que el Señor manda. Solemos aconsejar a los que amamos que cumplan los preceptos o mandamientos del Señor. En cambio, cuando asevera: digo yo, no el Señor, muestra bastantemente que el Señor no prohibía lo que prohíbe él. Y lo hubiese prohibido el Señor si fuese ilícito. Luego, según lo que arriba dijimos y largamente discutimos, era lícito en cuanto a la justicia, pero era inconveniente, aunque lícito, en cuanto a una libre benevolencia.
CAPÍTULO XXI
Confusión de Polencio entre matrimonio dispar originario y adveniente
25. A ti [Polencio], en cambio, te place que sea tan lícito lo que prohíbe no el Señor, sino el Apóstol, como lo que prohíbe el mismo Señor. Al tratar de exponer qué significa la frase digo yo, no el Señor, dirigida a los cristianos que tenían cónyuges no cristianos, escribes: "Que el Señor mandó que no se contrajera matrimonio entre los de diversa religión", y aduces el testimonio del Señor, que dice: No tomarás mujer para tu hijo entre las hijas de los extranjeros para que no lo arrastren en pos de sus dioses y perezca su alma 46. También añades las palabras del Apóstol, que dice: La mujer está ligada mientras vive su marido. Si su marido muriere, queda libre; cásese con quien quiera, pero en el Señor 47, "esto es, con un cristiano", añades tú en tu exposición. Después continúas diciendo: "He ahí, pues, un precepto del Señor tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento: que no se mantengan unidos los matrimonios sino dentro de una misma religión y fe". Si se trata de un precepto tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, si manda el Señor y enseña el Apóstol que no se mantengan unidos los matrimonios sino dentro de una misma religión y fe, ¿por qué manda el Apóstol que se mantengan unidos los matrimonios de diversa fe, contra el mandato del Señor y contra su propia doctrina? Y tú contestas: "Porque Pablo, predicador y Apóstol de los gentiles, no solo aconseja, sino que manda a los ya casados que, si alguno de los cónyuges acepta la fe, no abandone al otro cónyuge que no la acepta, con tal que consienta en la cohabitación". Pero con esas palabras muestras evidentemente que esto es una cosa y lo de arriba otra. Allí se trata de contraer matrimonio para que la mujer no se case con un varón de religión diversa, o el varón con mujer de religión diversa. Como dices tú: "Eso manda el Señor, enseña el Apóstol y preceptúan ambos Testamentos". Pero ¿quién negará que es una cosa distinta cuando se trata, no de los que van a contraer matrimonio, sino de los que ya lo han contraído? Cuando contrajeron ambos eran de una misma e idéntica paganidad. Llegó el Evangelio, y el varón creyó [se bautizó] sin la mujer, o ella creyó sin él. Si, pues, son cosas diferentes, como se ve sin escrúpulo de duda alguna, ¿por qué no manda el Señor que el consorte bautizado permanezca unido con el no bautizado, como manda el Apóstol? A no ser que aduzcamos lo que el mismo Apóstol afirma con tanta seguridad: ¿O queréis hacer experimento de Cristo, que habla en mí? 48 Porque, sin duda, Cristo es el Señor. ¿Entiendes lo que digo o tendré que detenerme a explicarlo con mayor diligencia?
El consejo paulino se refiere
al matrimonio dispar advenido
26. Atiende y planteemos este asunto en palabras más claras como para considerarlo ante nuestros mismos ojos. He aquí dos cónyuges de una misma paganidad. Así eran cuando contrajeron matrimonio. Aquí no se da ese problema, que pertenece al mandato del Señor, a la doctrina apostólica y al precepto del Antiguo y Nuevo Testamento, por el que se prohíbe al cristiano contraer matrimonio con el pagano. Ya están casados y ambos son paganos; lo son como lo eran antes de contraer y cuando contrajeron. Llega un predicador del Evangelio, y uno de los cónyuges se hace cristiano, pero de modo que la parte pagana consiente en la cohabitación con la parte cristiana. ¿Manda el Señor que el cristiano abandone al no cristiano o no lo manda? Si dices que lo manda, reclama el Apóstol: lo digo yo, no el Señor. Si dices que no lo manda, te pregunto la causa. Y no me darás aquella respuesta que pones en tu escrito: "Porque el Señor prohíbe que los cristianos contraigan con los no cristianos". Ya ves que aquí no se trata de eso; hablamos de los que ya han contraído, no de los que van a contraer. Si tú no hallas la causa de que no prohíba el Señor lo que prohíbe el Apóstol, por lo menos ya ves, a mi juicio, que no es la que tú pensabas. Mira, si es quizá la que me pareció a mí, la que entonces propuse y ahora defiendo, a saber: hemos de entender que el Señor dice lo que propone la justicia, que ante Dios no puede ser violada, esto es, lo que manda o prohíbe, de manera que no sea lícito en absoluto hacer otra cosa; en cambio, lo que deja a discreción del agente, de modo que no sea ilícito el hacerlo ni el omitirlo, eso lo deja al consejo de sus siervos para que ellos aconsejen lo que estimen conveniente.
Distinción entre lo lícito inconveniente
y lo ilícito nunca conveniente
27. Póngase aquí el primero y principal empeño en no cometer cosas ilícitas. Pero cuando algo es lícito, de modo que el hacer lo contrario no sea ilícito, hágase lo que conviene o lo que más conviene. Porque las cosas que el Señor manda como Señor, esto es, no con el consejo de quien amonesta, sino con el imperio de quien domina, no es lícito, ni, por ende, conveniente, el no hacerlas. Así, Dios mandó: que la mujer no se separe del marido; que, si se apartare (por la única causa que hace lícita la separación), se quede soltera o se reconcilie con su marido 49. Porque la mujer casada, mientras viva el marido, está ligada con la ley. Además, viviendo su marido, será llamada adúltera si se va con otro marido 50. Porque la mujer está ligada mientras su marido vive 51. Por donde, si la mujer deja a su marido y se casa con otro, comete adulterio 52; y el que se casa con la abandonada, comete adulterio 53. De donde se sigue por el mismo precepto del Señor: y el varón no abandone a su esposa 54, porque el que repudia a su esposa, fuera del caso de fornicación, la induce a adulterio 55. Y si la abandonare por esa causa, permanezca como está, ya que todo el que abandona a su mujer, y toma otra, comete adulterio 56.
CAPÍTULO XXII
Quien abandona a su cónyuge adúltera y se casa con otra,
para hacerla cristiana, comete adulterio
Estas normas del Señor hay que guardarlas sin posible retractación. Así lo exige la justicia delante de Dios, ya lo aprueben, ya lo desaprueben los hombres. Por eso no se ha de decir que pueden quebrantarse por evitar la ofensa de los hombres o para no impedir su salvación, que está en Cristo. ¿Qué cristiano osaría decir: "Para no ofender a los hombres o para ganar a los hombres para Cristo, obligaré a cometer adulterio a mi mujer o yo mismo cometeré adulterio?".
28. Puede acontecer que cuando un cristiano deja a su mujer adúltera tenga esa tentación. Otra mujer que aún no es cristiana, pero que desea casarse con él, le promete hacerse cristiana; y no falazmente, sino dispuesta a cumplirlo si se casa con ella. Cuando el cristiano rehúse ese matrimonio, puede sugerirle el tentador: "El Señor ha dicho: El que repudia a su mujer, fuera del caso de fornicación, y tomare otra, comete adulterio 57; pero como tú la abandonaste por tal causa de adulterio, no cometes adulterio si tomas otra". A una tal sugestión, se responde con erudito corazón, que comete adulterio más grave el que deja a su mujer sin causa de adulterio y toma otra; pero que el que dejó a su mujer adúltera y toma otra, no deja de cometer adulterio aun al abandonar a una adúltera; del mismo modo, comete adulterio el que toma a la mujer inocente que fue abandonada por su marido, pero lo comete también el que toma la mujer abandonada por su marido a causa de adulterio. Añadirá que lo que Mateo expresó con alguna oscuridad, significando el todo por la parte, está claro en los otros evangelistas, que expresaron el todo, como se lee en Marcos: cualquiera que abandonare a su mujer y tomare otra, comete adulterio 58; y en Lucas se dice: todo el que abandona a su mujer y toma otra, comete adulterio 59; no dicen que, entre los que abandonaron a sus mujeres y tomaron otras, unos cometieron adulterio y otros no, sino cualquiera que abandonare, esto es, dijeron que todo el que abandonare a su mujer y tomare otra, sin excepción alguna, comete adulterio.
CAPÍTULO XXIII
Es condenable hacer el mal para obtener el bien
29. Supongamos que responde así al tentador, entendiendo que le es lícito dejar a la adúltera, pero que no le es lícito tomar otra. Podría replicarle el tentador: "Comete ese pecado y ganarás para Cristo el alma de esa mujer sumida en la muerte de la paganidad, ya que está dispuesta, si la tomas, a hacerse cristiana". ¿Qué otra cosa deberá contestar a eso el cristiano, sino que al hacer eso no podrá evitar el juicio que citó el Apóstol al decir: como algunos afirman que decimos: Hagamos el mal para que venga el bien, cuyo juicio es justo? 60 ¿Cómo podrá ser saludablemente cristiana la que ha de ser adúltera con el que se casa con ella?
CAPÍTULO XXIV
El voto de celibato o de continencia debe prevalecer
sobre cualquiera otra condición compensatoria
30. No solo se ha de evitar el adulterio (y lo cometen no solo algunos, sino todos los que dejan a su mujer y se unen a otra, aunque sea para hacerla cristiana), sino que el soltero que ha prometido a Dios continencia, de ningún modo debe pecar con esa compensación, imaginando que debe aceptar una mujer que desea casarse con él porque ella prometió hacerse cristiana. Lo que para todos es lícito antes de pronunciar un voto, ya no es lícito cuando se ha prometido no hacerlo jamás. Eso con tal de que se haya prometido lo que se ha de prometer, por ejemplo, la perpetua virginidad, o la continencia después de roto el vínculo conyugal, o la renuncia recíproca al débito carnal, que por mutuo consentimiento pueden hacer los fieles y castos cónyuges, aunque no es lícito al varón ni a la mujer prometer nada sin consentimiento de su cónyuge. Cuando los hombres prometen estas y otras parecidas cosas que con rectitud se prometen, no deben quebrantar su voto por condición alguna, pues sin condición alguna prometieron. Se ha de entender que eso es lo que mandó el Señor en aquel pasaje: Prometed y cumplid al Señor vuestro Dios 61. Por eso dice el Apóstol que algunos prometen continencia y después quieren casarse, lo que les era lícito antes de prometer: Tienen condenación, porque quebrantaron la primera fidelidad 62.
31. Luego nunca es conveniente lo que es ilícito y nunca es lícito lo que el Señor prohíbe.
CAPÍTULO XXV
Sin precepto evangélico vinculante,
sígase el consejo paulino
En cuanto a aquellas cosas que el Señor dejó a discreción, sin imponer precepto, hay que escuchar al Apóstol, que por el Espíritu Santo nos aconseja y convida a tomar lo mejor o a evitar lo que no conviene. Hemos de escucharle cuando dice: no tengo precepto del Señor, pero doy un consejo; y también: digo yo, no el Señor 63. El que elige lo mejor, cuando oiga que queda libre de su mujer, no busque mujer, pero aunque tomare mujer, no peca 64. La virgen no se case, porque quien no se casa, hace mejor; y quien se casa, hace bien 65. Será más feliz la mujer permaneciendo como está cuando ha muerto su marido y puede casarse con quien quiera, pero en el Señor 66. Esta expresión puede interpretarse de dos modos: permaneciendo cristiana o casándose con un cristiano.
Yo no recuerdo que en el tiempo de la revelación del Nuevo Testamento se haya declarado sin ambigüedad en el Evangelio o en los escritos apostólicos si ha prohibido el Señor a los cristianos casarse con gentiles. Es verdad que el beatísimo Cipriano no duda en colocar entre los pecados graves el contraer vínculo matrimonial con los paganos, diciendo que eso es prostituir los miembros de Cristo a los gentiles. Mas, puesto que el problema de los ya casados es muy diferente, oigamos sobre esto al Apóstol: Si algún hermano tiene mujer no cristiana y ella consiente en habitar con él, no la abandone; y si alguna mujer tiene marido no cristiano y él consiente en habitar con ella, no lo abandone 67. Y oigámosle de modo que, aunque sea lícito el hacerlo, porque el Señor no lo prohíbe, no se haga, porque es inconveniente. Con evidencia muestra el Apóstol que no todo lo que es lícito es conveniente, como vimos arriba. Para evitar todo género de adulterio, tanto carnal como espiritual, que es la gentilidad, ni la mujer que abandona a su marido puede tomar otro, ni el marido que abandona a su mujer puede tomar otra, pues el Señor no hace excepción alguna al decir: Si la mujer abandona a su marido y se casa con otro, comete adulterio 68; y también: Todo el que deja a su mujer y toma otra, comete adulterio 69.
Obscuridad y complejidad de la cuestión matrimonial
32. Expuesto y discutido esto según mis fuerzas, bien veo que esta cuestión de los matrimonios es muy oscura y compleja. No me atrevo a afirmar que en este escrito o en otro haya explicado todos sus secretos o que ahora podría explicarlos si me urgieran. El otro punto que me consultabas en papel separado, lo trataría cuidadosamente y por separado si mi opinión fuese diferente de la tuya. Pero como tenemos la misma opinión, no es preciso seguir discutiendo.
CAPÍTULO XXVI
Administración del bautismo al catecúmeno
en peligro de muerte
33. Si los catecúmenos se hallan en peligro de muerte y se ven sobrecogidos de pronto por un accidente o enfermedad, de manera que, aunque estén vivos, no pueden ya pedir el bautismo o contestar a las preguntas, les aprovecha el que su voluntad en la fe cristiana es ya conocida, de modo que se les puede bautizar como se bautiza a los niños, cuya voluntad aún no se manifestó. Pero no debemos condenar a los que obran con más timidez de la que a nosotros nos parece justa para que no seamos juzgados por ponernos a juzgar con más animosidad que cautela acerca del talento confiado a nuestro consiervo. En estas materias basta atender a lo que nos dice el Apóstol: cada uno de nosotros dará cuenta a Dios de sí mismo 70. No nos juzguemos, pues, recíprocamente. Otros opinantes en estas y semejantes materias estiman que se ha de observar lo que leemos que dijo el Señor: No echéis lo santo a los perros, ni arrojéis vuestras perlas delante de los puercos 71. Aplicando estas palabras del Salvador, no osan bautizar a los que no pueden responder por sí mismos para no ir en contra de la libre voluntad. Lo cual no puede decirse de los niños, ya que éstos no tienen todavía uso de razón. Pero es increíble que un catecúmeno no quiera bautizarse ni siquiera al fin de esta vida. Además, si su voluntad es incierta, mucho mejor es dar al que no quiere que negar al que quiere cuando no se ve si quiere o no quiere. Pero es mucho más creíble que, si pudiera, diría que quiere recibir aquellos sacramentos sin los cuales ha creído ya antes que no conviene morir sin ellos.
CAPÍTULO XXVII
Interpretación de Mt 7,6: "No echéis lo santo
a los perros"
34. Si al decir no echéis lo santo a los perros hubiese el Señor querido que se entendiera lo que estos intérpretes opinan que ha de evitarse, no hubiese entregado Él mismo al traidor [Judas] lo que éste, siendo indigno, recibió entre los dignos para su perdición, sin culpa del ofertante. Luego es de creer que, cuando el Señor dijo aquello, quiso significar que los corazones inmundos no soportan la luz del conocimiento espiritual. Y si un maestro les obligase a aceptar cosas [verdades] que no las reciben convenientemente por no captarlas, las despedazan a mordiscos de crítica o las pisotean con su desprecio. El bienaventurado Apóstol dice que dio tan solo leche y no comida a los párvulos, aunque ya renacidos en Cristo, añadiendo: porque no la soportabais, y ni aún ahora la soportáis 72. El mismo Señor dijo a los elegidos para apóstoles: todavía tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar 73. Pues ¿cuánto menos la mente inmunda de los impíos podrá soportar todo lo que se dice de la luz incorpórea?
CAPÍTULO XXVIII
Aun los catecúmenos adúlteros moribundos
deben ser bautizados
35. Pero cerremos nuestro discurso por donde lo comenzamos. Yo pienso que se debe bautizar no solo a los otros catecúmenos, sino también a aquellos que en vida de sus cónyuges mantienen relaciones adulterinas, si se desespera de su vida y ya no pueden responder por sí mismos, aunque cuando están sanos no se los admita al bautismo. Y pienso que ese pecado queda lavado con los otros en el lavatorio de la regeneración. Porque ¿quién sabe si querían retener los atractivos del adulterio hasta el bautismo? Y, si recobrados siguen viviendo, cumplirán lo que habían meditado y obedecerán las enseñanzas; o, si todo lo desdeñan, se hará con ellos lo que debe hacerse con los tales [adúlteros], aunque sean bautizados. Y la causa que basta para el bautismo, basta para la reconciliación, si un peligro de muerte sobreviene al penitente. Porque la Madre Iglesia no debe querer que los tales salgan de esta vida sin las arras de su paz.