TRATADO 119

Comentario a Jn 19,24-30, dictado en Hipona, probablemente el sábado 3 de julio de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Jesús en la cruz: llegó la hora

1. Veamos qué narra a continuación Juan Evangelista después que, crucificado el Señor, se concluyó también la división de su ropa, echada la suerte. Afirma: Y, por cierto, los soldados hicieron esto. Por otra parte, junto a la cruz de Jesús estaban en pie su madre y la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Como, pues, Jesús hubiese visto a la madre y en pie al discípulo al que quería, dice a su madre: «Mujer, he ahí a tu hijo»; después dice al discípulo: «He ahí a tu madre». Y desde esa hora la acogió el discípulo entre sus cosas1. Ésta es evidentemente esa hora acerca de la que Jesús, al ir a convertir en vino el agua, había dicho a su madre: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no ha llegado mi hora2. Así pues, había predicho esta hora que entonces no había llegado aún, en la que al ir él a morir debería reconocer a esa de quien había nacido mortalmente. Entonces, pues, al ir a hacer cosas divinas, rechazaba cual a una desconocida a la madre no de su divinidad, sino de su debilidad; ahora, en cambio, al padecer ya cosas humanas, con afecto humano encomendaba a esa de quien se había hecho hombre. En efecto, quien había creado a María, se daba entonces a conocer por su virtud; ahora, en cambio, lo que María había parido pendía en la cruz3.

El ejemplo de Jesús con su madre

2. Por tanto, se insinúa un pasaje moral. El Preceptor bueno hace lo que aconseja hacer y, cual si el madero aquel donde estaban fijos los miembros del moribundo fuese también la cátedra del Maestro docente, con su ejemplo ha instruido a los suyos: que los hijos piadosos consagren su cuidado a los padres. De esta sana doctrina había aprendido el apóstol Pablo lo que enseñaba cuando decía: Ahora bien, si alguien no mira por los suyos y máxime por los de la familia, ha negado la fe y es peor que un descreído4. Pues bien, ¿qué hay tan familiar para cada uno como los padres para los hijos o para los padres los hijos? Así pues, un ejemplo del salubérrimo precepto lo establecía a partir de sí mismo el Maestro mismo de los santos, cuando en vez de sí procuraba en cierto modo otro hijo no a la sierva que como Dios había creado y a la que regía, sino a la madre de la que como hombre había sido creado y a la que abandonaba. De hecho, lo que sigue indica por qué hizo esto. En efecto, el evangelista asevera: «Y desde esa hora la acogió el discípulo entre sus cosas», al hablar de sí mismo, pues así suele él recordar que le quería Jesús, el cual quería, evidentemente, a todos, pero a ese mismo le quería más que a los demás y más familiarmente, hasta el punto de hacerlo recostarse sobre su pecho durante el convite5, para de este modo hacer valer más profundamente, creo, la excelencia divina de este evangelio que mediante él iba a ser predicado.

Cómo y dónde acogió Juan a María

3. Pero ¿entre qué cosas suyas acogió Juan a la madre del Señor? En efecto, era de esos que le dijeron: He ahí que nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido6. Pero allí había oído también: Cualquiera que a causa de mí haya dejado esas cosas, en esta era recibirá cien veces otro tanto7. Centuplicadamente, pues, tenía aquel discípulo mucho más de lo que había dejado, entre lo cual recogiera a la madre de ese que se lo había regalado. Pero el bienaventurado Juan había recibido el céntuplo en esa sociedad donde, como está escrito en Hechos de los Apóstoles, nadie llamaba suyo a nada, sino que ellos tenían todo en común, pues los apóstoles eran así: cual quienes nada tienen, mas poseen todo8. ¿Cómo, pues, donde nadie llamaba suyo a nada, el discípulo y siervo acogió entre sus cosas a la madre de su Maestro y Señor? ¿Acaso porque poco después se lee en idéntico libro: «Pues cuantos eran posesores de fincas o de casas, tras venderlas, traían y a los pies de los apóstoles ponían los importes de ellas; ahora bien, se distribuía a cada uno según tenía necesidad»9, ha de entenderse que eso de que tenía necesidad se le había distribuido a este discípulo, de forma que también se pusiera allí la porción de la bienaventurada María cual madre suya, y lo que está dicho: Desde esa hora la recogió el discípulo entre sus cosas, debemos, más bien, entenderlo de forma que a su cuidado atañía cualquier cosa que era necesaria para ella? La recogió, pues, entre sus cosas: no entre sus fincas, que no poseía ninguna propia, sino entre sus deberes, que cuidaba de cumplir mediante la propia gestión.

Dadme lo que sois

4. A continuación añade: Después, Jesús, sabedor de que todo se ha cumplido, para que se cumpliera la Escritura dice: «Tengo sed». Estaba, pues, puesta una vasija llena de vinagre; ellos, por su parte, tras colocar alrededor de una rama de hisopo una esponja llena de vinagre, la ofrecieron a su boca. Como, pues, hubiese Jesús tomado el vinagre, dijo: «Está cumplido». E inclinada la cabeza, entregó el espíritu10. ¿Quién puede disponer lo que hace, como dispuso este hombre lo que padeció? Pero hombre, Mediador de Dios y hombres; hombre acerca de quien, porque los hombres mediante los que esto se hacía no reconocían al Hombre Dios, se lee predicho: Y es hombre, mas ¿quién le reconocerá? Efectivamente, como hombre se mostraba quien como Dios se ocultaba; padecía todo esto quien se mostraba y, en persona, disponía todo esto el mismo que se ocultaba. Vio, pues, que se ha cumplido todo lo que era preciso que sucediera antes que tomase el vinagre y entregase el espíritu y, para que se cumpliera también esto que la Escritura había predicho: Y en mi sed me abrevaron con vinagre11, afirma: «Tengo sed», cual si dijera: «Habéis hecho menos que esto; dad lo que sois». En efecto, los judíos mismos eran vinagre, pues se habían degenerado del vino de los patriarcas y profetas y, cual si se tratase de una vasija llena, henchidos de la iniquidad de este mundo, tenían el corazón como una esponja, fraudulento por escondrijos en cierto modo cavernosos y tortuosos. Por otra parte, porque el hisopo alrededor del cual pusieron una esponja llena de vinagre es una planta baja y purga el pecho, lo interpretamos convenientemente como la condición baja de Cristo mismo a la que cercaron y sobre la que supusieron triunfar. Por ende, en un salmo está aquello: Me asperjarás con hisopo y seré limpiado12. Efectivamente, la condición baja de Cristo nos purifica porque, evidentemente, si no se hubiese rebajado a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte de cruz13, no se habría derramado su sangre para remisión de los pecados, esto es, para purificación nuestra.

Sólo quien padecía la pasión sabía su significado

5. No inquiete cómo la esponja pudo ser acercada a la boca de ese que en la cruz había sido levantado de la tierra. En efecto, como se lee en otros evangelistas —cosa que éste ha pasado por alto—, mediante una caña se hizo14 que tal bebida fuese alzada a lo alto de la cruz en una esponja. Pues bien, mediante la caña se significaba la Escritura que este hecho cumplía. En efecto, como se habla de lengua griega o latina u otra cualquiera para significar el sonido que la lengua emite, así puede llamarse caña a la letra que mediante una caña se escribe. Pero muy usualmente llamamos lenguas a los sonidos de la voz humana significantes; en cambio, llamar caña a la Escritura es tanto más figurado místicamente cuanto es menos usual. Hacía esas cosas un pueblo impío, padecía esas cosas el misericordioso Cristo. Quien las hacía desconocía qué hacía; en cambio, quien las padecía no sólo sabía qué se hacía y por qué se hacía, sino que ese mismo incluso obraba bien mediante quienes obraban mal.

¿Quién puede morir cuando quiere?

6. Como, pues, hubiese Jesús tomado el vinagre, dijo: Está cumplido. ¿Qué sino lo que la profecía había predicho tanto antes? Después, porque no había quedado nada que aún fuese preciso que se hiciera antes de morir, realizado lo que aguardaba que se realizase, cual ese que tenía potestad para deponer su alma y para tomarla de nuevo15, inclinada la cabeza, entregó el espíritu16. ¿Quién duerme cuando quisiere, como Jesús murió cuando quiso? ¿Quién depone su vestido cuando quisiere, como él se desnudó de la carne cuando quiso? ¿Quién se va cuando quisiere, como él falleció cuando quiso? ¡Cuán de esperar o de temer es la potestad de quien juzgará, si la del moribundo se mostró tan grande!